Tony Plana

Por Leonardo Oyola

Un cuento para que se vayan
a dormir Ramón & Tomás

¿Y A ESTE? ¿DE DONDE LO TENGO? ¿De la cancha? No, de la Fragata no. Si nos conocemos todos. Del Brown no es. Y si no es del Brown, éste es puto. ¿Será del Lafe? ¡No me digás que es del Gallo! No… No… También nos tenemos bien marcados entre nosotros. Si fuera de Morón lo conocería. Ni los patas negras nos tienen tan fichados. Cara que te conozco pero no sé de dónde. Petiso. Morrudo. Bigotes anchos. Jopo. Estás distinto. Estás más flaco, ¿no? Ya te voy a sacar. Ya me va a caer la ficha.

Al tipo lo venía relojeando hacía ya un buen rato. Me daba mala espina. Corte que yo sabía que era un sorete. Que era un garca. De algún lado lo tenía. Y que él quía estuviera tan cerca y no me acordara quién era me hinchaba las pelotas. Me distraía. Por eso me perdí esa mano.

–¡La concha de su madre! ¡Lo tumbó! ¡Lo dejó culo pa’ arriba! –gritó mi hermano, el Freduli, dándome un chirlito en el brazo.

–¡Y bueno! Ya era hora, loco. Le aguantó bastante, ¿no? –me encogí de hombros volviendo a mirar el televisor… y no lo podía creer.

–¿Qué decís, boludo?

–Uia… ¡¿Lo tiró a Tyson?!

–Sí, boludo.

–¡¿Lo noqueó?!

–Sí, boludo. ¿Qué estabas mirando?

–¡Negro y la concha de tu madre!

–¡Sí! ¡Que negro de mierda! ¡Cómo se va a dejar madrugar así!

–¡No, boludo! ¡Qué negro de mierda Holyfield! ¡¿Cómo lo va a hacer besar la lona al Iron-Mike?!

–¿Que cómo le va a hacer besar la lona a Tyson? Fácil: con un cross de derecha. ¿No lo viste?

–No, no lo vi.

–¿Y qué estabas mirando?

–¡¿Y qué sé yo?!

–…

–Al petiso. A ése. El de bigote y jopo. A ése estaba mirando.

–¿Te gusta?

–Pará. Pará. Pará.

–Mirá, Pini: estamos en Mar del Plata. Está lleno de minas. Vinimos a ver la pelea. ¡Y vos me contás que le estás haciendo ojitos a Borromeo!

–¡En ningún momento te dije que le estaba haciendo ojitos al petiso! Lo que te digo es que yo lo conozco a ése. No sé de dónde pero fija que es jodido.

–Mientras no se meta con nosotros…

–Sí, pero si se mete… Ese es jodido, Freduli. Yo sé que es jodido.

El Toncho y el Tordo volvieron con nosotros a la barra después de haberse chamuyado a dos chicas. Esa última hora los cuatro habíamos estado haciendo deportes. Mi hermano y yo chupando cerveza y mirando la pelea. El Toncho y el Tordo jugando al paddle con las minas del bar. Meta rebotar una y otra vez.

–¡¿Vieron la mano que se comió el negro?!

–Yo sí. El Pini no.

–¿Cómo que no viste el terrible zapallazo que se tragó Tyson?

–Me distraje –mandé fruta levantando los brazos.

–Seguro que con el culo de ésa. ¡Cómo le metería mano a la pendeja!

–El Pini estaba mirando al petiso de nariz subrayada. Dice que lo conoce. Que no sabe de dónde. Pero que es jodido.

–…

–Sí…Yo también lo tengo visto –saltó el Toncho–. Pero sin bigote, ¿no?

–¡Sí, loco! ¿Quién es?

Estaba solo en la mesa tomando un mojito. Se lo veía medio en pedo. Jeans. Camisa blanca. Saco color crema. Eso sí: usaba botas texanas negras. Como nosotros, los cuatro jinetes del otro far west. Como El Duro, mi amigo, el Tordo Patrick Swayze. Como el Toncho Francini, nuestro Ivo Cutzarida talle S. Como los hermanos Frank & Jesse James Oyola, carajo.

–Vestido de blanco. Sí. De traje blanco. Yo lo vi vestido de blanco.

–¿Como Travolta?

–Daba muñequito de torta. Pero era pilcha de milico.

–¿De milico? ¿Y de blanco? Eso es re Village People, loco.

–Y pinta de “último tren a Londres” tiene. Posta: ese es lastrein tu london.

–No, boludo… ¡Ahí me acordé! ¡Cagando a sopapos a una mina! ¡Yo lo vi meta darle soplamocos a una morocha!

–¡Pero qué hijo de puta!

–Si, un hijo de puta el petiso. Te dije.

–¿Dónde, loco? ¿Allá en Casanova?

–Sí, me parece que por la casa de mis viejos.

–Entonces éste tiene que ser de la villa de la curva o de la de Burgos.

El petiso de bigote y jopo nos clavó la mirada. El quía se dio cuenta de que lo estábamos fichando. Le dio un sorbo al trago y levantando la perita nos cogoteó como diciendo “¿Qué miran?”.

Saltó mi hermano:

–¡Vos qué mirás! ¡Payaso!

–¡Payaso! –gritó el Toncho y me cuchicheó al oído–. Yo lo vi vestido de payaso. Y no un payaso cualquiera. Era un payaso asesino.

–¿Cómo el de It? ¿Cómo Pennywise?

–¿Un payaso asesino? –repetía el Tordo–. ¡Un payaso asesino! ¡Sí! ¡Se tragaba no sé qué poronga y se convertía en una bomba humana! ¡Y se metía en un jardín de infantes para hacer volar a la mierda a todos los pendejos y a las maestras!

–¿Es terrorista?

–Sí, el payaso asesino era terrorista.

–¡Ah! ¡Ya me acuerdo! –interrumpió el Toncho– Los borregos y las minas no cagaban fuego porque justo aparecía Remington Steele, ese que ahora hace de James Bond, y le daba para que tenga, lo sentaba en una silla de ruedas y lo empujaba contra una fuente donde… ¡Bum!

–¿Me están diciendo que el chabón es actor?

–Sí, sí.

–Y que de ahí lo tenemos: ¿de la tele?

–Sí.

Para cuando nos avivamos los tres, mi hermano ya se le había ido al humo al petiso de bigote y jopo, actor.

–¿Qué estás mirando, Super Mario Bros? –le volvió a preguntar y, cuando el otro le contestó, Freduli se emborrachó de sólo sentirle el aliento.

–Bumbumchácata, m’hijo. ¿Tú eres comemierda o qué? ¿Estás de pinga?

–Mirá: si no venís con subtítulos a mí me hablás en criollo, bigote.

–Ay, chico, ¿y tú qué te traes con mi bigotico?

–¡Pará! ¡Pará! ¡Pará, Freduli! Ya sabemos de dónde lo tenemos al loco.

El petiso se paró inflando pecho.

Muy orgulloso él, recitó a lo Troy McClure de Los Simpson:

–Me habrán visto en el cine. Trabajé con Oliver Stone en tres películas. También me dirigieron grandes como Clint Eastwood y Kenny Rogers.

–No, chabón. A vos te tenemos de la tele.

–Vos sos siempre el villano invitado.

–El malo. Sí.

–Casi siempre hacés de narco.

El petiso de bigote y jopo, actor, se desinfló.

Suspirando, resignado, enumeró:

–De narco, de policía corrupto, de curita de campo, de marido golpeador, de espalda mojada o de terrorista. Siempre hago de terrorista.

–Todo piola, bigote –le dijo el Toncho extendiéndole la mano; se engancharon de los pulgares y se dieron un apretón fuerte–. Gastón Francini –se presentó el Toncho.

–Tony Plana, caballero. Encantado de conocerlo. Encantado de conocerlos. ¿Toman unas cervezas conmigo?

¿Y si el petiso estaba en paganini por qué le íbamos a decir que no?

Nosotros no le dijimos que no. No lo despreciamos.

Fue la ley. Pronunciada por un megáfono que sostenía un pata negra que había entrado al bar.

–Por decreto número 1555 promulgado por el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Dr. Eduardo Duhalde, siendo las tres de la mañana, comienza a regir la veda nocturna. De no cerrar las puertas, el establecimiento será severamente multado. Asimismo, las personas que se queden circulando por las calles.

Encima esa medianoche había cambiado el huso horario. Para nosotros seguían siendo apenas las dos de la mañana. Todo mal.

–Loco, ¡no se pueden poner la gorra así!

–Pueden. Porque son la gorra, boludo.

–¡Pará! ¡Pará! ¡Pará! No nos podemos ir al sobre todavía. La noche está en pañales…

–Sí, la noche está en pañales y ya se cagó.

–¡No seas pesimista, Toncho!

–Yo tengo 42 años y a mí nadie me manda a dormir –copó la parada Tony Plana–. ¿Qué son estas pendejadas, mamones?

El pata negra lo escuchó. Se acercó hasta el petiso y, siempre con el megáfono en la mano, le ladró: “¡Documentos!”. Tony Plana metió la mano en el saco y nosotros esperamos que sacara un chumbo. El cana, pensando lo mismo, se destiñó del cagazo.

El petiso peló pasaporte.

–¿Cubano? –preguntó el megáfono lo obvio, lo que había leído.

Y pensar que Duhalde decía que teníamos la mejor policía del mundo.

–Sí, nací en La Habana.

–¿Y qué anda haciendo en la ciudad?, ¿se puede saber?

–Soy una estrella invitada al Festival de Cine… Oficial, ¿podría hacerme el favor de hablar sin el megáfono?

–Negativo –contestó el pata negra y el chirrido del megáfono nos hizo zumbar los oídos–. Le sugiero que se retire a su hotel o a donde sea que esté alojándose. Lo mismo va para el resto de los ciudadanos aquí presentes.

–Oficial, sabrá disculparme pero tengo entendido que la Argentina es un país democrático. ¿Cómo puede ser que esté restringido andar por la calle…, tomarse algo?

El megáfono volvió a ladrar:

–Por decreto número 1555.

–Y cuál es la intención de ese decreto, ¿seguridad?

El megáfono contestó:

–Cerrar todas las discotecas y lugares bailables a las tres de la mañana, para que los jóvenes vuelvan antes a casa y estén más tiempo con sus familias.

Tony Plana se puso loco.

–¡Hijoeputas: pónganse duros, orita! ¡Porque a mí me corren de este bar sólo si me fusilan! –le gritó a la autoridad antes de mojarnos las orejas a nosotros, los jóvenes argentinos– ¡Y ustedes! ¡No sean maricotas! ¡Nadie se va a dormir todavía que la noche no se ha acabado ¡A echarles cojones a los malos tiempos y golpearse el pecho en actitud de gorila, amigos!

–Tony, Tony: pará, pará, pará. “Actitud de gorila.” Esa frase acá no va.

–¡Mierda! ¡Lo digo de verdad! Si nos ponemos firmes… Si nos plantamos… ¿Qué nos pueden hacer?

El petiso nos cebó. Nosotros también pegamos unos cuantos gritos. Alguien boqueó un “¡Cabezón hijo de puta!”, otro saltó con un “¡Duhalde agarrame ésta!”. Cantitos de hinchada. Pogo. Manoseos. Forcejeos. Varios: “¡Dale! ¡Vení, puto! Sacanos”. Escupitajos desde todos los puntos cardinales hacia el megáfono. Todos los pollos habidos y por haber haciendo blanco en el pata negra. ¿Qué sé yo? Un barman que dice: “bueno, basta ya, muchachos”; incitando, innecesariamente, a la violencia que derivó en un posterior choreo de botellas de la barra. Lo usual en estos casos. Física pura. Acción y reacción.

¡Qué poco dura una alegría, chabón!

Entró la montada.

Ocho caballos adentro del bar. Las espaldas de los jinetes rozaban el techo. Los bastones y los escudos eran altos como yo. Arafue, otros diez para nada pequeños ponies esperando en la avenida Luro. No era la primera vez que nos enfrentábamos a la montada. Habíamos tenido nuestros encuentros de visitantes una vez en la cancha del funebrero o cuando los Redondos presentaron en Huracán Lobo suelto, cordero atado.

Déjà vu. El rati tirándonos el yobaca encima al Freduli y a mí. Los dos corriendo en zigzag, como Michael Caine y Cliff Robertson esquivando la ráfaga de balas de la ametralladora japonesa en esa película sobre la Segunda Guerra Mundial que habíamos visto en Sábados de Super Acción, evitando así que nos calcen un palazo.

Sí: en Chacarita y en Parque Patricios nos había funcionado. En Mar del Plata no. ¡Qué muñeca la del cana! Así: ¡TUC! ¡TUC! Nos surtió a los dos. Ahora mi hermano todo un mártir: no largó ni ahí el Bacardi Oro. Tampoco el añejo especial de Havana Club.

En la corrida nos reencontramos con el Toncho y el Tordo. Como pudimos entramos en un taxi. Tony Plana subió con nosotros tirándose de palomita por la ventanilla al asiento trasero.

–Son cinco. No los puedo llevar a todos –se quejó el chofer.

–Podés –le dijo Tony Plana poniendo la cara de sopapear morochas.

El taxista carpeteó por el espejo retrovisor. Después metió primera y sacó al 504 arando. Nos preguntó qué había pasado. Le contamos. El nos sugirió:

–No sé si lo saben, pero quedan afuera de la restricción las estaciones de servicio en las rutas. Si van para Punta Mogotes, hay una YPF donde se arma linda joda. Digo: si no se quieren ir a dormir todavía…

–¿Y qué joda se puede armar en una YPF?

–La que se pueda armar con una rocola, alcohol y putas.

Acercándole un billete de 20 dólares, Tony Plana le pidió que nos llevara a la YPF de Punta Mogotes.

Y era así nomás. La puerta corrediza se abrió dejándonos sentir el frío del aire acondicionado. Adentro sonaba en la rocola un lento de Dire Straits que no era “Tu último truco”. Un traba, dos cachalotes y una orca bailaban sensuales en los pasillos de las góndolas.

Una de las máximas de Pappo es: “Seis de la mañana. Empanada… y si es de carne, adentro”. Por eso le pagamos los quince pesos por cabeza que nos pidió el playero para poder quedarnos.

–Arreglan con las chicas la tarifa de acuerdo al servicio que quieran.

Las trolas se sentaron con nosotros y nos pusimos a escabiar. Y mientras se ponían mimosas y hacían su numerito, hablamos de la pelea de Tyson y esa ñapi que me perdí. Putañeros viejos todos, incluso Tony Plana, hacíamos tiempo para ver a las que faltaban, seguro mucho más lindas.

Mientras tanto, en el salón de la justicia… el travolta se puso cariñoso con el Toncho. Y el Toncho también mimoso con el travolta. El Tordo se perdió entre los dos cachalotes como si fuera Jacques Ives Costeau. Y el Freduli jugaba a ser Gustavo Bermúdez con la orca sentada en una de sus piernas, esperando que se apareciera algo más cerca de Araceli que de la ballena super star del Mundo Marino.

Con Tony Plana charlamos bastante. Y a mí me pintó el cholulaje. Preguntarle sobre los actores con los que él había laburado y yo admiraba.

–¿El viejo del Lobo del Aire?

–Un chalado.

–¿Y el que maneja el Lobo del Aire?

–Un yonqui.

–¿Don Johnson?

–Otro yonqui.

–¿Y el negro de División Miami?

–También yonqui

–¿Johnny Depp? ¿Los del Comando Especial?

–¿Los 21 Jump Street? Todos yonquis.

–¿El lungo que hace de Hunter?

–Alcohólico.

–¿La compañera de Hunter?

–Esa morochaza se la pasaba de party en party.

–¡Bien ahí! ¿Y los de NAM: Primer Pelotón?

–¿Los de Tour of Duty? ¡Ufff! Chalados, yonquis, alcohólicos. Se la pasan de party en party.

–Che… ¿Y Richard Gere? Se la morfa, ¿no?

–¡Je! ¿Que si el Ricardo es maricotas? ¿No sabes con quién duerme?

–Sí, con Cindy Crawford. Pero eso dicen que es puro chamullo.

–Mira: cuando filmamos Oficial y caballero…

–Reto al destino.

–¿Reto al destino le pusieron acá? Bueno, Ricardito en ese set era gallo en gallinero. Anota: con Debra Winger, con la actriz que hacía de amiga y compañera de la fábrica, con todas las extras que hacían de obreras de la fábrica, con todas las extras que hacían de marines, con el personal militar femenino que asesoraba técnicamente en el set, maquilladoras, vestuaristas, catering, pasantes… Suéltalo acá dentro a Ricardo. ¡Hasta a nosotros no nos perdona!

–¡Ah! Entonces atiende los dos teléfonos.

–Ricardo te atiende. Punto. Y hablando de atender –cabeceó, señalando a una pendeja rubia que entraba dejando todavía dado vuelta a un pescador con el que había estado afuera en un Ami 8 abandonado.

–Blondie –la llamó el playero–, llegó más gente.

–Tu sabrás disculparme –me dijo Tony Plana palmeándome el hombro izquierdo antes de guiñarme un ojo.

Encaró para el lado de esa putita hermosa. Pisando fuerte con las texanas. Subiendo y bajando los hombros. Estaba por agarrarla de una muñeca, a lo macho-cubano, cuando Ayrton Freduli Senna lo pasó en la última curva dejando de lado todo lo que es el franeleo previo para ir derecho a los bifes y de parado hacerle ahí nomás cucharita a la rubia, haciéndola volver sobre sus pasos de vuelta para el Ami 8.

No podía dejar que mi hermano fuera tan mal educado.

–Pará… Pará… Pará… Cucharitachacaritacucaracha: dejalo ir a él primero con Blondie. Se portó esta noche el petiso, ¿no? Estuvo piola. Copado… ¿Qué sé yo? Boludo: es Tony Plana.

A Freduli se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja. Una sonrisa endiabladamente borracha. ¡Qué hijo de puta! Y eso que también es mi mamá. Antes de irse con la rubia, mi hermano dejó de abrazarla para dedicarme un furioso montoncito siamés con los dedos de las dos manos, mientras me decía:

–¡¿Y QUIEN CARAJO ES TONY PLANA?!

(Publicado en CUENTOS 3: UNO A UNO / Los mejores narradores de la nueva generación escriben sobre los ‘90. Selección a cargo de Diego Grillo Trubba. Editorial Mondadori. 2008)