Trampas macristas

Por Jorge Beinstein*

El gobierno aparece acosado por una serie de trampas que él mismo ha construido, en algunos círculos opositores (o no tanto) comienza a circular la idea de que Macri se cae solo sin necesidad de que lo empujen abrumado por fenómenos que no podrá superar. Aunque si observamos más en profundidad constataremos que las causas que engendraron la pesadilla macrista no solo están intactas sino que se han agravado. Tal vez ese optimismo extremo respecto del fin del régimen no sea otra cosa que un llamado a la pasividad ante la decadencia de la sociedad argentina.

 

La trampa económica

Todo comenzó al iniciarse la presidencia de Macri con un shock recesivo causado por una desmesurada transferencia de ingresos hacia la élite económica dominante. La devaluación acompañada por una fuerte reducción tributaria a favor de los grupos más concentrados de la economía y por la liberación del mercado de cambios y de las importaciones achicó el mercado interno, generó inflación, déficit fiscal y declinación de la actividad industrial. 2016 fue un año de crecimiento negativo y 2017 tuvo un crecimiento anémico gracias a la dinámica perversa de la bicicleta financiera (la fiesta de las Lebacs) y a una avalancha de deudas externas. La promesa de una lluvia de inversiones productivas extranjeras nunca se concretó ante una economía declinante, sólo llegaron fondos especulativos aprovechando las altas tasas de interés internas.

Lo que el gobierno llamó “gradualismo” fue una política aplicada de manera sistemática tendiente a reducir en términos reales salarios y jubilaciones, impulsar la expansión del desempleo público y privado (y así enfriar las protestas sindicales) y alentar depredaciones de todo tipo en beneficio de un reducido círculo de intereses (tarifazos, contratos turbios de obra pública, exenciones y reducciones impositivas, negocios financieros, etc.). Nunca en la historia económica argentina se depredó tanto en tan poco tiempo.

El equilibrio inestable conseguido por el macrismo durante algo más de dos años se sostuvo con deudas, sobre todo con operaciones de corto plazo cuya máxima expresión es la avalancha de Lebacs que ya supera el billón de pesos, unos 47 mil millones de dólares al cambio de 21 pesos por cada dólar (aproximadamente el 80 % de las reservas del Banco Central). Las Lebacs tienen la apariencia de ser deudas en pesos, así lo presenta el gobierno tratando de enfriar las alarmas, se trata de deudas en pesos libremente convertibles en dólares u otras divisas con tasas de interés nominales altísimas. Un especulador convierte sus dólares en pesos, compra Lebacs por ejemplo con una tasa del 30 % (tomando el valor del último día hábil de Abril) y luego cobra sus Lebacs y compra dólares, si durante la dulce espera se devaluó el peso habrá que descontar esa diferencia que nunca hasta ahora ha conseguido arruinar el súper negocio. Y ante una amenaza devualuatoria fuerte o alguna oportunidad externa tentadora los especuladores se retiran de ese mercado y compran dólares, lo que acentúa la devaluación, agrava la inflación y achica el volumen de reservas del Banco Central. Es lo que ha estado ocurriendo hacia finales de Abril y comienzos de Mayo.

En realidad la burbuja financiera no podía seguir creciendo infinitamente, el deterioro productivo general, la agravación del déficit comercial (causado por la liberación de las importaciones) y la suba de las tasas de interés en Estados Unidos sumado a una pequeña presión fiscal, son entre otros factores los que desencadenaron la crisis.

No debemos olvidar que al festival de Lebacs se agrega un endeudamiento externo clásico que crece vertiginosamente lo que fragiliza aún más la situación financiera argentina.

 

La trampa política

El gobierno creyó que podía consolidar la suma del poder público, es decir convertir su dinámica dictatorial en un sistema de dominación sólido apoyándose en la corrupción de buena parte de la clase política y de la dirigencia sindical presionándolas a través de su control de los medios de comunicación y del poder judicial. La combinación de carpetazos y sobornos deberían haber creado una suerte de colchón protector capaz de bloquear el descontento social, supuestamente anestesiado por el bombardeo mediático, y al mismo tiempo, facilitar el recorrido parlamentario de sus proyectos de leyes. El riesgo electoral sería eliminado a través de la instauración del voto electrónico, instalando así un mecanismo fraudulento manipulado por el Poder Ejecutivo.

La frutilla del postre era la conformación de una policía militar capaz de intervenir en los casos puntuales de desborde impidiendo su propagación, se trataba de construir una convergencia represiva articulando policías, gendarmería, prefectura naval y algunas unidades militares. El Ministerio de Seguridad es la pieza clave de dicha iniciativa.

La aventura depredadora contaría así con una retaguardia institucional autoritaria controlada por la camarilla mafiosa gobernante, sin embargo las cosas no funcionaron según lo esperado.

El deterioro social generó un marea ascendente de descontento ante la cual resultaron insuficientes los frenos sindicales y la droga mediática, las represiones puntuales no generaron miedo y repliegue popular sino que en algunos casos amplificaron las protestas, incluso radicalizándolas como ocurrió el 18 de Diciembre pasado en Plaza Congreso. La marea social opositora impactó sobre el movimiento sindical reduciendo la capacidad de bloqueo de la conducción de la CGT y también sobre el opo-ofialismo político que matiza su complicidad con el Poder exhibiendo algunos desplantes opositores que se van amplificando. Mientras tanto, la imagen presidencial viene cayendo y ya empieza a arrastrar en su descenso a lo que aparecía como su alternativa gatopardista: María Eugenia Vidal.

Todo parece indicar que lo que aparentaba ser un fácil disciplinamiento social y político se va convirtiendo en un pantano cuya densidad y complejidad desconcierta a los asesores de imagen, los comunicadores y los gerentes convertidos en altos funcionarios. El realismo mafioso de Macri, su brutalidad elitista, parece condenarlo a sufrir el embate de una sucesión de crisis (financieras, políticas y sociales) que desbordan su limitada racionalidad.

La ya vieja y desgastada estrategia de polarización anti-K no rinde los resultados de otros tiempos, han pasado más de dos años de promesas incumplidas y de deterioro de la calidad de vida del grueso de la población, la realidad se va imponiendo por sobre la histeria mediática, la gran manipulación se va convirtiendo en su contrario: una trampa política que el oficialismo no puede eludir, sus tretas comunicacionales, sus abusos judiciales no alcanzan para detener la bronca popular y su potencial conversión en tsunami opositor.

 

La trampa cultural

La audacia depredadora así como las manipulaciones político-sindicales se apoyaban en el supuesto de la extrema debilidad de las resistencias populares. Se trata de un grave error de percepción del país real que experimentó, sobre todo desde 2001 (con raíces anteriores) un renacimiento cultural expresado en agrupamientos sociales de todo tipo: artísticos, sindicales, barriales, políticos, etc., en miles de iniciativas que alimentan movilizaciones, redes sociales o reacciones populares “inesperadas”. Allí está la clave, el fundamento último del fracaso estratégico del macrismo en tanto proyecto de destrucción cultural, de transformación de las identidades nacionales, de las solidaridades sociales, en una jungla de vecinos egoístas enfrentados con pobres, marginales y contestatarios estigmatizados como bárbaros merecedores de represión.

Esta ilusión de “cambio cultural” (como la suele denominar Macri) forma parte de la actual doctrina imperial-militar de los Estados Unidos llamada Guerra de Cuarta Generación focalizada en la destrucción de sociedades sometidas. Las identidades culturales, producto de procesos históricos de larga duración, aparecen para los estrategas del Imperio como obstáculos, como caldo de cultivo de resistencias a su dominación. Nihilismo disociador que forma parte de la “subcultura” (para llamarla de alguna manera) de las élites dirigentes euro-norteamericanas inmersas en el inmediatismo financiero.

En el caso argentino ese factor exógeno encaja con tradiciones antidemocráticas (fomentadas por las sucesivas dictaduras militares), gorilo-racistas y de culto al individualismo (yo no le debo nada a nadie, la política no me da de comer, etc.).

Sin embargo la anti-cultura macrista viene siendo contrarrestada por la proliferación de “anticuerpos” culturales (parafraseando a Perón), autodefensas que buscan anular la acción nociva de la articulación mafiosa dirigente, de un lado el aparato mediático y del otro un complejo fenómeno de regeneración popular, de creatividad con apariencia desordenada, envolvente, difusa emergiendo desde abajo.

Como ha ocurrido a lo largo de la historia las ofensivas fulminantes como la que desató el macrismo, precedida por varios años de bombardeo mediático, han encontrado en una primera etapa una ruta sin problemas pero poco a poco, desde distintos flancos, a medida que la población se ve cada vez más afectada por los abusos del sistema, persisten y se amplían tozudamente las respuestas, los contraataques de una sociedad donde se extienden las masas de hastiados y desencantados.

Los gerentes victoriosos, embriagados por su avance fulgurante, empiezan ahora a encontrar los anticuerpos que los van cercando, hostigando, desestabilizando su psicología. La pretensión de “cambio (barbarie) cultural” se va transformando en una trampa que se cierra poco a poco.

 

La gran trampa de la decadencia

Sin embargo, no es para nada seguro que la agravación de la crisis económica y sus secuelas sociales hagan inevitable la caída de Macri o su supervivencia agonizante hasta el final de su mandato constitucional. El gobierno dispone de instrumentos represivos, mediáticos y judiciales que le permitirían dar una vuelta de tuerca hacia la derecha apoyándose en una base social minoritaria ultraconservadora, probablemente algo menos de un cuarto de la población total[1], que ha sido en el pasado el núcleo duro de las dictaduras militares, la dinámica dictatorial del macrismo conduce lógicamente hacia formas autoritarias extremas. Todo dependerá del nivel de la crisis y de la extensión e intensidad del repudio popular.

De todos modos, si las trampas antes mencionadas terminan por hacer caer al actual engendro mafioso ello no significa la solución automática del problema de fondo. El macrismo no llegó desde otro planeta, más allá de la intervención de los Estados Unidos y sus aliados desestabilizando al gobierno anterior, atacando los mecanismos electorales o presionando a políticos y sindicalistas, es necesario tomar en consideración factores endógenos que articulados con fenómenos globales y estructuras imperiales lograron la llegada de Macri a la presidencia.

Es necesario considerar la degeneración parasitaria de la alta burguesía argentina, cuyo disparador se sitúa en 1955 con la derrota del peronismo y el comienzo de un proceso de inestabilidad económica y concentración de ingresos recorrido por devaluaciones, programas de ajuste y degradaciones de servicios públicos e infraestructuras. El mismo dio un salto cualitativo decisivo a partir de 1976 simbolizado por la hegemonía de la llamada “patria financiera”. Allí se embarcaron mafiosos recién llegados como los clanes Macrì o Rocca y viejas familias oligárquicas como los Martínez de Hoz o los Braun Menéndez. Tuvieron su era dorada durante el gobierno de Menem y se replegaron tácticamente en 2001 para volver a la carga desde 2008; ahora cuentan con la totalidad del poder de manera directa sin intermediarios políticos o militares.

Se trata de una élite parasitaria y depredadora, resultado de la prolongada decadencia argentina, su fuerza se apoya en la desarticulación de la sociedad, en su fragmentación no sólo socioeconómica sino también cultural, en su debilidad para erradicar al parásito. La decadencia no sólo alimenta y otorga impunidad a los grandes saqueadores sino que también reproduce su base social motivada por el desprecio hacia los de abajo.

La superación real del macrismo, la recuperación sustentable del crecimiento económico acompañada por mejoras significativas en el nivel de vida del grueso de la población, no es una tarea sencilla realizable a partir de algunos retoques al sistema.

No existe una coyuntura global similar a la de los años 2003 a 2007 con grandes mercados en expansión a lo que se agregan a nivel local los desastres financiero y fiscal en curso. La salida positiva pasa por la reactivación durable del mercado interno donde el rol del Estado es decisivo, en este último caso es necesario reducir su déficit lo que requiere como mínimo revertir la exenciones y reducciones fiscales a los sectores agromineros a lo que habría que agregar fuertes presiones tributarias a los grupos de altos ingresos. Para relanzar la demanda, los salarios y las jubilaciones deberían al menos recuperar lo perdido desde la llegada de Macri, lo que se consigue no sólo aumentándolos de manera nominal sino también controlando enérgicamente el sistema de precios. Además para reactivar el tejido productivo y bloquear la descapitalización del país es necesario terminar con la timba financiera, abaratar de manera significativa el costo del crédito para la inversión y el consumo popular, y preservar las divisas obtenidas en el comercio internacional, para lo cual es indispensable poner bajo estricta tutela estatal al sistema financiero, al mercado de cambios y a las estructuras de comercialización externa, y por supuesto eliminar las liberalización de las importaciones.

Evidentemente este tipo de medidas apuntan al corazón de la élite dominante que dispone de mecanismos de bloqueo casi inexpugnables como lo son los poderes mediático y judicial atravesados por mafias capaces de judicializar y demonizar cualquier iniciativa que afecte sus intereses. Dicho de otra manera, no es posible la concreción de los cambios enunciados sin la previa depuración y democratización en profundidad de los medios de comunicación y de la estructura judicial, la recuperación nacional es incompatible con la existencia de mafias como las del Grupo Clarín o como las que controlan a la llamada Justicia.

Romper la trampa de la decadencia requiere mucha voluntad política, mucho patriotismo y mucha movilización popular que puede llegar a ponerse en marcha sólo si existen objetivos y conquistas concretas para lograr y defender. En ese sentido, el “realismo” (conservador) de buena parte de la oposición política, sindical y social opera concretamente como un reaseguro del sistema, es decir, de la élite parasitaria con la que se dispone a negociar algún tipo de “coexistencia viable”, componenda que de concretarse prolongaría la reproducción de las estructuras mafiosas y autoritarias.

Nos vamos acercando a un punto de bifurcación que puede ser de ruptura popular respecto del sistema o bien de su radicalización elitista y dictatorial, las soluciones intermedias, negociadas, politiqueras, aparecen, dada la magnitud de la crisis, como ensayos efímeros, estructuralmente inviables.

Buenos Aires, 3 de mayo de 2018

 

*Doctor de Estado en Ciencias Económicas (Universidad de Franche Comté – Besançon, Francia), especialista en prospectiva económica y geopolítica, ha sido durante los últimos cuarenta años consultor de organismos internacionales y gobiernos, dirigió numerosos programas de investigación y fue titular de cátedras de economía internacional y prospectiva tanto en Europa como en América Latina. Actualmente es Profesor Emérito de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) y Director del Centro Internacional de Información Estratégica y Prospectiva de dicha universidad.

Referencias:

[1] Numerosas encuestas de opinión muestran que la imagen positiva de Macri crece a medida que aumenta la edad y el nivel de ingresos de los encuestados.

 

La Tecl@ Eñe