Un miliciano en la presidencia de Brasil

Por Emir Sader

Nunca hizo política. Fue llevado por la derecha a la presidencia como antídoto contra el Partido de los Trabajadores (PT), como instrumento del antipetismo.

La política es el arte de unir, de sumar, a través de la persuasión. Requiere diálogo, argumentación, compartir.

Un miliciano no actúa así. Él manda y sus correligionarios no necesitan ser convencidos. Ellos obedecen. Actúa en la presidencia como jefe de milicia. ¿Qué pasa? Que no hace falta que discuta. Que tiene adeptos que obedecen y actúan desde allí.

La derecha apoyaría a cualquiera que pudiera impedir que el PT volviera al gobierno. En las encuestas, él era el de mejor posición, mientras que los demás, incluido Alckmin, estaban en el rango del 5 por ciento.

Asumió y nombró a los subalternos, incluido el personal militar que estaba dispuesto a estar en el gobierno. Además de compartir responsabilidades con sus hijos. Se constituyó así una milicia en la presidencia de la República de Brasil.

Cuando uno de los diputados vinculados directamente al presidente del país es acusado y condenado por amenazas proferidas al mismo Tribunal Supremo Electoral, el mandatario decreta un indulto para suspender la condena, en una acción arbitraria y autoritaria, iné-dita y sorpresiva.

El primer trascendido es la barbarie de que la institucionalidad permita algo así, aunque llegue a ser detenido por el Poder Judicial. Pero los presidentes de la Cámara y del Senado ya se han pronunciado a favor del decreto, preocupados por proteger a los parlamentarios que puedan ser víctimas de procesos y condenas similares y de ellos mismos.

Intensifica los conflictos con el Supremo Tribunal Federal, en vísperas de la campaña electoral, en los que reitera las acusaciones contra las urnas electrónicas y reitera la posibilidad de que no reconozca los resultados electorales. La situación de crisis institucional abierta está en marcha. La voluntad del presidente de confrontar abiertamente al Supremo Tribunal de Justicia y a la institucionalidad.

Si salen los resultados electorales y afirma que en tal o cual lugar habría habido irregularidades –mentir, como siempre lo ha hecho, con total impunidad–, diría que no vale la pena aceptar el resultado y no entregará sobre la presidencia electoral. Retomará la actitud de Donald Trump, llamando a sus seguidores a resistir y eventualmente apoyándolo para que no abandone el Palacio do Planalto.

Cuenta con militares golpistas en el gobierno, con los presidentes de la Cámara y del Senado, eventualmente con el Central; aunque hoy se muestran molestos con el decreto. No está claro en qué medida las FFAA aceptarían esas posturas golpistas.

Se revela que los militares en el gobierno habrían estado de acuerdo con el decreto, molestos por las decisiones del STF que liberaron a Lula como candidato –principal preocupación de los militares golpistas y, eventualmente, de las FFAA como institución.

La situación está puesta. Es el diseño del golpe. Si sale victorioso, salvando a su congresista de la condena, sale fortalecido y demuestra que no encontrará resistencia institucional para dar el golpe y seguir en el gobierno.

Si, por el contrario, le invalidan su decreto y no puede salvar a su parlamentario, demuestra las dificultades que enfrentará el golpe. Pero, a partir de ahora, se advierte a la nación que tiene la voluntad de romper con el sistema institucional, de no acatar las decisiones del Poder Judicial, de tomar medidas que contradicen y chocan con las normas de derecho.

No sería suficiente evitar que este decreto entrara en vigor. Habrá que amenazarlo con persecuciones y riesgos de condena, para que quienes resistan tomen la iniciativa y no se queden esperando la siguiente amenaza.

La recomposición del frente democrático, que puede contar no sólo con los partidos políticos, sino también obtener la mayoría en el Senado y la Cámara, logrando movilizaciones populares, manifestaciones de muchos sectores del Poder Judicial, es condición indispensable para tratar de aislar y cercar el presidente.

El enfrentamiento actual confirma que no se trata sólo de derrotarlo en las elecciones. Sino también de imponer a los militares brasileños la derrota que no tuvieron al final de la dictadura militar.

Bolsonaro logró colocar los términos del debate, ya no entre Lula y él, sino entre el autoritarismo y la arbitrariedad del miliciano en la presidencia y la resistencia institucional, en la que trata de aislar al STF. Tenemos que colocar los términos de la verdadera alternativa: dictadura o democracia.

La Jornada