Una amenaza a la libertad

Por Graciana Peñafort

Imagen: www.facundodaelli.com.ar

Esta nota llegará tarde a su editor, el enorme Marcelo, porque estoy escribiéndola un sábado al mediodía. Acabo de regresar de tramitar y afortunadamente obtener la excarcelación de Facundo Daelli, un joven de profesión mago que hace unos días se encontró al Fiscal General, Germán Moldes, tomando un café con un amigo, lo reconoció y lo increpó en términos muy duros diciéndole: “Acá en Dandy está el amigo de la barra brava de Boca y el amigo de Monzer al-Kassar. Hijo de puta, Moldes. Que quiere meter presa a Cristina. Está acá tomando un café. La concha de tu madre. Hijo de puta. La puta que te parió. El amigo del traficante sirio, corrupto, coimero. Está acá. La familia judicial reunida. Hijo de puta. No vas a salir más a la calle. Asesino y concha de tu madre”. Mientras Facundo le decía esas palabras, Moldes, que continuaba cruzado de brazos, sonreía y levantaba el dedo en gesto optimista. Cuando Facundo se calló, la respuesta de Moldes fue: “Hay algunos que no van a salir más”. La despedida de Facundo fue. “La puta que te pario”.

 

Moldes sonríe todo el tiempo y luego contesta con algo mucho más amenazante que lo que le había manifestado Facundo: “Hay algunos que no van a salir más”. Porque Moldes es el Fiscal General de Cámara, y de él dependen las apelaciones de Comodoro Py. Moldes tiene poder sobre la libertad de las personas y su sujeción o no a los procesos penales. Cuando dice “hay algunos que no van a salir más”, está dando un respuesta desde un lugar de poder.

Facundo filmó con su celular el intercambio y lo subió a redes sociales. En Twitter dicho video fue caratulado con la leyenda “Adonde vayan, los iremos a buscar”, histórica frase que es utilizada por militantes de derechos humanos que escrachaban a los acusados por genocidio durante la dictadura cívico-militar. La frase posee un mensaje profundamente político, que remite al pedido incesante de Verdad, Memoria y Justicia.

El fiscal Guillermo Marijuan consideró insólitamente que la discusión y su posterior publicación constituía una amenaza y procedió a denunciarla. El fiscal de la causa ordenó desde informes de inteligencia hasta la intervención del teléfono celular de Facundo. Y finalmente se ordenó el allanamiento de la casa donde Facundo vive con su mamá y la detención del mago.

Veamos qué dice la doctrina penal sobre las amenazas. “El delito de amenazas consiste esencialmente, en haber querido infundir temor, y en haber realizado con ese fin algún acto que pueda infundirlo. Comete ese delito, efectivamente, quien con el fin de atemorizar (“alarmar o amedrentar”), anuncia a otro un mal grave, posible y futuro, con idoneidad para intimidar. El mal amenazado tiene que ser relativamente grave o grave, futuro, y estar en las posibilidades del amenazante, producirlo”. (“Gobernabilidad” del mal, dicen los autores.)

Vean el video de nuevo. Verán que no hay nada ahí que pueda ser interpretado como una amenaza. Nada. Absolutamente nada. Demás está decir que no hay agresión física. Y respecto a la expresión “No vas a salir más a la calle”, claramente Facundo no cuenta entre sus posibilidades impedir que Moldes salga a pasear o caminar. Menos aún puede Facundo hacer que “lo vayan a buscar a donde sea que vaya”. Facundo carece por completo de las posibilidades de cumplir aquello que anuncia.

Bien distinto es el caso de Moldes, que claramente por su rol de fiscal puede arbitrar los medios para que “algunos no salgan nunca más”.

Vean de nuevo el video y contéstense esta pregunta: ¿donde está la amenaza, realmente?

El delito de amenazas según el nuestro Código Penal es reprimido con prisión de seis meses a dos años a quien hiciere uso de ellas para alarmar o amedrentar a una o más personas. Si se emplearen armas o si las amenazas fueren anónimas, la pena será de uno a tres años de prisión Es decir que si Facundo fuese condenado por el máximo de la pena que establece la ley argentina, que es de tres años, no pasaría ni un día en prisión. Pero pasó una noche. Sin condena. Un chico de 24 años pasó una noche preso acusado de un delito que jamás lo enviaría a prisión. Porque no se usó el Poder Judicial para hacer justicia, sino para disciplinar. Y eso en un Estado de Derecho es inadmisible. Y todo el Poder Judicial argentino validó esa conducta de venganza y no de justicia por parte de sus propios miembros. No señores jueces, no señores fiscales: ustedes no tienen el poder de jurisdicción para ejercerlo en pos de venganzas privadas.

Hace poco mas de 24 horas —el mediodía del viernes— me crucé a Germán Moldes en los pasillos de Py, y le conté que este año tampoco tengo vacaciones porque debo entregar en febrero el libro que acorde con la editorial. Moldes se rió y dijo: “¿Me tengo que buscar en la sección de insultos y puteadas? Y yo respondí con un mohín: “Doctor, usted sabe que yo lo puteo con muchísimo afecto”. “Es cierto”, contestó. Nos reímos ambos, sabiendo dónde está parado cada uno, nos deseamos felices fiestas y seguimos nuestros caminos.

Germán Moldes es decididamente uno de mis favoritos del “club de los malos”. Le admiro su vasta cultura, es un exquisito lector de clásicos. Y un encantador y cordial disertante. Tengo severas e irreconciliables diferencias políticas, pese a nuestro común origen peronista y absolutamente insalvables diferencias en cuanto a aspectos legales y procesales. Esto se lo he dicho en persona en más de una oportunidad. German Moldes es también un funcionario público.

Y por polémico que sea, sostengo que el insulto a un funcionario público podrá generar en el peor de los casos responsabilidad civil, pero jamás, en cuanto opinión política, responsabilidad penal. La figura del desacato que incluía el insulto a funcionarios públicos fue derogada en 1993. Ese delito, que ya no existe, establecía “prisión de 15 días a seis meses, el que provocare a duelo, amenazare, injuriare o de cualquier modo ofendiere en su dignidad o decoro a un funcionario público, a causa del ejercicio de sus funciones o al tiempo de practicarlas”. Dejó de ser delito hace más de 20 años. Como dijo Vélez Sarsfield: “Cuando un pueblo elige a sus representantes no se esclaviza a ellos, no pierde el derecho de pensar o de hablar de sus actos; esto sería hacerlos irresponsables”.

Para que quede claro: insultar a un funcionario público NO es delito para la ley argentina.

Desde la derogación de la figura de desacato nadie puede ir preso por expresar, incluso en términos inapropiados, su opinión sobre un funcionario público. Nadie puede ir preso por expresar una opinión política, incluso en términos agraviantes. Porque la opinión política les guste o no, jamás podrá dar lugar a sanciones penales.

Y lo que manifestó Facundo Daelli es una opinión política.

La libertad de expresión y de opinión, tan característica de la democracia que sin ella no se puede hablar de democracia, se denomina libertad sistémica; es decir, parte esencial del sistema. Por eso incluye, en cuanto libertad de todos, el ineludible y ético ejercicio de la tolerancia con aquellas opiniones que nos desagradan. Cuando se trata de opiniones políticas, los funcionarios públicos, en cuantos sujetos voluntariamente expuestos a la consideración de los ciudadanos, están bajo escrutinio. Y sometidos a las consideraciones que resulten de ese escrutinio. Incluso a aquellas que los agravian. Cualquier persecución penal por opiniones políticas no es más que una forma de disciplinamiento. Y una forma de censura.

Sancionar con privación de la libertad a alguien por emitir una opinión política es incompatible con cualquier forma de Estado de Derecho. Y con cualquier forma de democracia.

Dicho esto quiero agradecer a Luciano, a Pablo, a José y a Claudia, abogados ellos que me asistieron y aconsejaron con criterio y paciencia pese a ser viernes a la noche. Y al increíble Gustavo, con quien debería haber cenado a las 10 de la noche un genial asado y que, anoticiado de la situación, se vino a la comisaria y toleró toda la escena sonriendo y contando cosas graciosas, distrayéndonos a todos, que estábamos angustiados. Cuando ya cerca de las 3 de la mañana terminamos con lo que debíamos hacer, me llevó a cenar al primer lugar que encontramos abierto a esa hora sin dejar de sonreír y sin hacer un reproche. No es la primera vez que mi trabajo arruina una cena, incluyendo cenas de Navidad. Pero si fue de las pocas veces que alguien entendió que ese es mi trabajo y lo que hago. Y lo que amo hacer. Y un poco lo que soy. Y en lugar de odiarme, o reprocharme me acompañó. A todos los que estuvieron, gracias.

Lo quiero agradecer porque a veces parece que uno hace las cosas sola, y no es así. Una jamás podría hacer ni el 10% de lo que hace sin la presencia constante de muchos. Sin su ayuda. Porque en las causas que valen la pena, nunca el héroe es individual sino colectivo. El único posible. El único real.

Lo digo soñando con un país con más libertad y menos miedo. Lo digo mirando con esperanza el 2019.

El Cohete a la Luna