Y vendrá la muerte y tendrá tus ojos

ZONA LITERARIA | EL TEXTO DE LA SEMANA

Por Isidoro Blaisten

Al amanecer. Van a venir a llevarme. Los pasos van a sonar por el corredor. Los pasos van as sonar cada vez más cerca. Van a repercutir, encajonados; van a hacer plac, plac, plac. A lo mejor, no. No nos adelantemos a los acontecimientos. Puede ser que los pasos no hagan plac, plac, plac; puede ser que hagan sucundún, sucundún, sucundún. Chas chas no van a hacer. Chas chas es en el poto, cuando uno se porta mal. A lo mejor se van a detener en la mitad del pasillo Yo voy a estar oído atento, ojo avizor, águila sentada, halcón predispuesto. Soy el conde de Montecristo y estoy en la fortaleza de If. If puedes estar triste cuando a tu alrededor todos se ofuscan y tachan tu entereza. Van a ponerse a cabildear en medio del corredor. Guardia primero: voto a bríos, cómo se lo decimos. Guardia segundo: cáspita, es verdad. Guardia tercero: recórcholis, por Santa Bárbara. Guardia sin número: rayos y centellas, por las barbas de satanás, me cacho en dié. Se quedan y no vienen. Simposio de guardias. Guardia vieja, la calle del convento. Guardia vieja, cuidado mama, calle de parejas furtivas restregándose lúbricas contra el paredón de un convento de Almagro. Algarrobal de Guardia vieja, crespo de vainas doradas, a cuya plácida sombra pasó cantando mi infancia. Se van a quedar parados frente a la puerta, mirándose entre ellos, sin animarse a abrir, tirando a suertes para ver a quién le toca la llave maestra. Después van a decidir que lo mejor para mí es espiarme, y van a abrir la mirilla y los cuatro guardias hermanos, los cuatro primos Heredia hijos de Benamejí, lo que en otros no envidiaban ya lo envidiaban en mí, van a juntar las cuatro cabezas hermanas.

Las cuatro cabezotas rapadas, rasuradas, al ras, espiando por el agujero mi sueño inquieto y yo me voy a despertar de pronto con los ocho ojos clavados en mí. Licor de los Ocho Hermanos, estimula y sienta bien. Cada día una copita. No. Hace bien porque se hace bien. Y yo miraré a los guardianes del templo y daré voces. Eh, de los guardias, preclaros varones de Jerusalén, hoy la vida me sonríe, sabedlo. ¿Y sabéis por qué?, porque he tomado píldoras Ross, papeles azogados del doctor Andreu, Girolamo Pagliano, tuil, azufre termado, leche de magnesia Philips, neurofosfato Escay, linimento de Sloan, pastillas Valda, caramelos masticables Fruna, pastillitas sen sen, cancerberos azorados. Después voy a escuchar el tintineo, el roce de la llave maestra hasta calzar en la cerradura, la perilla de madera rozando el anillo de casamiento del guardia que me ha tocado en suerte, el zracc, la puerta que se abre lentamente. Al amanecer. Pero cuán descuidado soy, los cuatro primos Heredia hijos de Benamejí han venido a informarme que soy el hermano del director del personal. Mi hermano quiere verme urgente. Ha descubierto que yo soy el hermano que le faltaba. De chico me robaron los gitanos. Y me vendieron por vaya saber cuántas rupias a papá y mamá que suspiraban por un chico robado. Así fui creciendo lozano, dicharachero y feliz, hasta que el director del penal, consultando los archivos secretos de los gitanos agrupados en la Zíngaro Robate Chicos Inc. descubre que soy su hermano. Hermano, hermano, me va a decir, al fin te encuentro, hermano, después de tantos años, pero qué grande que estás. Lo mismo usted. Por favor, tratame de che. Es que me cuesta. Vamos, arriba el ánimo, ya todo ha pasado, la noche está en calma, el músculo duerme, la ambición descansa. De ahora en más tú serás mi hermano. Pero cuenta, cuenta qué ha sido de tus días. Al amanecer, cuando la luna se corra hasta el séptimo barrote. Pero cuán descuidado eres, Peloduro, cómo es que has podido olvidarte. Rápido, en marcha que se hace tarde. Los doce episodios completos del Dick Tracy. Qué memoria la tuya, rapaz. Tienes que ir a ver los doce episodios completos de Dick Tracy. Estás por entrar al cine. No puedes entrar. Perdiste la entrada. Al amanecer. Pero cuán tonto soy. Cuando la luna dé en el séptimo barrote. ¿Cuánto faltará exactamente? Perdí la entrada. Pero cuán tonto soy. ¿Importa acaso ello? No, ello no importa. Porque ¿cómo pude olvidarme de que soy el hermano del acomodador del cine? Mi hermano cambia de mano la linterna para poder acariciarme la cabeza. Mi hermano me acaricia la cabeza y me dice: Peloduro, pero qué hermano éste. Cuando venga el intervalo me voy a comprar maní con chocolate en el kiosco de al lado del cine. Mi hermano a mí no me da contraseña. Qué falta hace si es mi hermano. Me guiña el ojo y me saluda sacudiendo la linterna. En el kiosco cambio de idea. Mejor una barra de chocolate con maní. Cuando la luna esté del lado de acá. De relleno dan una película de guerra. A lo mejor no abren de improviso. A lo mejor dan tres golpes en la puerta. Los tres toques de la vida. La quinta sinfonía. La clave del alfabeto morse. La ve de la victoria. La ve en alfabeto morse trasmitida por la be be ce de Londres para la Resistencia. Y yo estoy escondido en una granja de Normandía esperando a los paracaidistas ingleses que vendrán a rescatarme. Pero cuán tonto soy. Si soy el hermano. Soy el hermano del Jefe Total de todas las fuerzas de ocupación de toda la Francia ocupada. El hermano del ocuperherrkomandant. Se me da por atravesar el Barrio Latino en medio de la noche. Montmartre también. Y Menilmontant. Y si se me canta voy por los Campos Elíseos. Voy lo más campante, silbando un tango por la vereditas del Monumento a los Inválidos. De pronto, ¡Alan Ladd! Los guardias de las SS. Los cuatro primos Heredia hijos de Benamejí intentan detenerme. Alt, Achtung, Kaputt. Me piden certificado de vacuna, libreta de ahorro, cédula fiscal, boletín de clasificaciones, tarjeta de abastecimiento, libre pase, libre porte, contrareembolso. La gozo. Les tiro mi tarjeta de identificación y ven que soy el hermano. El hermano, el hermano, se dicen de un puesto de guardia a otro puesto de guardia. El hermano, dicen en alemán.

Van a estar tomando mate. El guardia primero habrá comprado bizcochitos de grasa. Se van a comer todos los bizcochitos, van a tirar el papel de estraza en la lata de Mobiloil, y antes de venir van a fumar con los birretes en la mesa. Después se van a poner los birretes, van a tirar la yerba, van a lavar el mate, la bombilla. No tengo ni un cigarrillo ni fuego. No importa. Cómo puedo ser tan descuidado que no me doy cuenta de que no tengo nada de ganas de fumar, lo que se dice nada, nada, nada. Nada. Pero ello no es óbice para que no haya cigarrillos, no señor. ¿Sabe lo que pasa, señor? Pasa que no se respetan las jerarquías. Ahí tiene, ve, yo sacrificándome, afrontando penurias, solo, sin poder salir de mi casa en Canadá, no hablemos de los oseznos salvajes, los coyotes y chacales, los búhos que me observan en la noche con su ojos alucinados, los esquimales famélicos apuntándome con su flechas de obsidiana, los lobeznos, los arpones de sílice, las leznas de las lanzas, los sarpullidos a la altura del cuello que me produce el roce del anorak, y yo, nada menos que yo, el geólogo en jefe del ministerio mundial del oro aurífero subterráneo, sin cigarrillos. Es una vergüenza. Busco, busco y no encuentro nada. Este ministerio es la burocracia, con mayúscula. Así anda el país. Vendrá la aurora boreal ¿y yo? Vendrá. Al amanecer. Los veré por última vez. ¿De qué color serán? Azules. Azules, con un puntito púrpura que titila en el patio con la luz que pasa entre las hojas de las palmeras. A lo mejor son grises. Grises y desolados. Estrías, rayas finitas. Yo tenía una bolita que era así. El hoyo y quema. En la calle Guardia Vieja. El tirito, el puntín, la mano alisando la tierra junto al árbol. El tirito cachuso, cuanto más cachuso mejor. A lo mejor son rojos, como los ojos colorados de los albinos, amarillos, acuosos. No. Azules. Y vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Y vendrá la aurora boreal y yo sin cigarrillos. Pero cuán torpe soy. Cómo no me he percatado de que los perros aúllan. Los oigo a través de la pared de troncos. Los lobos también aúllan, pero más lejos. Cuanto más lejos, mejor. No vaya a ser que los lobos me coman a los perros, y después para conseguir otros perros con tanta burocracia. Azules. ¿Cuánto faltará? Pero cuán bellaco soy. Para colmo afuera hay una tormenta de nieve. Nieve y nevizca, granizado. Me enfurezco. Le doy una patada al teodolito. Habráse visto jamás cosa igual. El teodolito vuela por el aire y cae debajo de los arneses que uso para repuesto del trineo. Faltaría más. Pero no puedo con mi genio. El teodolito es un instrumento de precisión, noble, delicado, muy útil, indispensable para el oro aurífero y subterráneo de las cuencas hídricas. Voy y lo levanto. De pronto debajo del arnés de repuesto, oh, ¿qué veo? Una gran caja de madera. A ver, a ver ¿qué será? Una caja de balas. Checoslovaca. La abro. ¿Qué veo? Diez cartones de cigarrillos envueltos en tela embreada, papel sulfito, hule, láminas de nailon de alto impacto. A lo mejor está vestida de marrón, encapuchada. No se le ve la cara. Nada más que los ojos que brillan en dos puntitos. La luz que se filtra en el patio por entre las hojas de las palmeras. La única luz. Cinco o seis. En el patio. Una bala es de fogueo. O al revés, cinco de fogueo y una de verdad. Los ojos vendados. De que color será la venda. Negra. El roce de la tela sobre los párpados cerrados. El dolor cerca de las pestañas. Tratando de abrir los ojos. Y tendrá tus ojos. Tus ojos. No voy a poder verle los ojos si tengo los ojos vendados. Los cuatro primos Heredia hijos de Benamejí van a tocar la puerta delicadamente con sus manitas: nos hemos constituido en comisión para comunicarle que se ha producido una variación en la hora del recreo, de aquí en más, hasta nueva orden, por esta única vez en vez de tres a cinco va a ser de quince a diecisiete, como lo sabemos tan sensible, y en la prevención de que este cambio pueda resultarle un tanto traumático, deseamos que no se excite y le rogamos que se prepare psicológicamente para el evento. Ah, la baldosita floja del patio que a usted lo ponía nervioso ya está arreglada. Mil gracias, jóvenes. De nada, por favor, para eso estamos, duerma tranquilo. Así lo haré. Esperaré a que la luna llegue hasta el séptimo barrote. Lo primero que voy a oír va a ser el ruido de los pasos en la escalera del fondo, repercutiendo. Permiso, joven. Sí, digan. Nos hemos constituido en comisión para informarle que revisando los archivos privados de Paul Getty, usted es el hermano que él siempre tanto ambicionó desde su más tierna infancia y lo nombra heredero universal de la Standard Oil, la Canadian Pacific Petroleum y la abadía de lo montes Urales. Le envía un Rolls Royce de pirita virgen y diez mil galones de gasolina. Vaya a verlo, por favor. Está tan solo, el pobre. Parto súbito. Sírvase el salvoconducto. Gracias, muchachos, los tendré en cuenta. Faltaba más. Soy un desagradecido. Mi pobre hermano Paul Getty, viejo, paralítico y solo, me está esperando en su castillo, y yo paseando por el mundo lo más pancho. Esto no puede ser. Ya mismo voy a verlo. Pero, oh, qué ven mis ojos. Como un degenerado me ha consumido los diez mil galones de bencina super. Pobre Polcito. Pero cuán tonto soy. Si soy el dueño de las Standard Oil. Voy y cargo nafta en Baltimore. Cuando llega el momento de pagar, les muestro quién soy. Viene el dueño de la estación de servicio a presentarme sus respetos. No me quiere cobrar. Le palmeo la espalda a cada uno de los peones. Cuando me doy vuelta, veo que todos me están saludando con la mano. Qué bueno es Polcito. Lo primero que hace es mandarme a un escribano en Washington. Me dan la escritura de un palacete para mí. El escribano me sonríe. Me entrega la escritura. La escritura se le cae junto al tintero de ónix con incrustaciones de feldespato. La escritura se ensucia con tinta. Se ensucia poco, eso sí. El escribano me dice que no importa. Mire, joven, en mi época jugábamos al hombre invisible, escribíamos con jugo de limón en vez de tinta, después pasábamos el papel por encima del primus o de la carucita, y aparecían las letras. Fíjese qué cosa, señor escribano, yo también, en cuarto grado. El guardia primero va a contar las gracias del hijito menor, “es un reo este desgraciado, vos sabés cómo patea la pelota”, el guardia segundo va a sonreír en silencio, el guardia tercero va a decir “vamos che”. En cuarto grado. Ayer falté al colegio y justo hoy tenemos clase de lectura. Me inclino sobre mi pupitre y ¿qué veo? En mi libro faltan los comienzos. en todas las lecturas. Los diez primeros renglones están en blanco. El título de la lectura también. Ahora me va a tocar leer a mí. Miro al maestro. Está serio, con las cejas juntas. Mientras espero, voy y escribo todo lo que falta. Escribo y escribo y escribo. Invento todo. Escribo sobre el libro con una lapicera de propaganda de la Caja Nacional de Ahorro Postal, con una pluma cucharita, nueva, que tiene las letras grabadas, dice Stainless Blade. Los chicos me ven escribir. Algunos sonríen sobradores. Hay dos que lloran en silencio. El maestro se hace el que no ve. Mira para arriba. Una niñita con cara de mala levanta la mano. Tiene cara de pedante chiquita y anteojos. “Señor: un grupo de alumnos nos hemos constituido en comisión y hemos preparado un petitorio.” Presiento de qué se trata. Ellos me van a denunciar. No sé cómo han hecho para tener ya el escrito preparado. Al amanecer. Poca gente ve amanecer en su vida. Mucha gente no sabe qué es el amanecer. El último amanecer. En el momento que me pongan la venda, ya no voy a ver nada. Como si fuera de noche. Mi hermana está estudiando para la clase de recitación. “Cual un eco se levanta, campana llamando a misa”. Cualuneco no es un cacique araucano, no. No es como Cutralcó, ni como Calfucurá, ni Catriel, ni como Caupolicán, ni menos como Lautaro. Y sus ojos se filtrarán por entre las palmeras del patio. Voy a rechazar la venda. Voy a gritar viva. ¿Viva qué? No me creen. Viva el estudio. Viva la literatura. Viva el estructuralismo. Viva Española II. Viva Polcito Getty. No me creen. Es como hablarle a la pared. Los colimbas del pelotón me van a mirar con la boca abierta, la mandíbula caída, un gesto de semiidiotas. ¿Dónde van a encontrar un mártir así? Ni en la epopeya del Ruhr, ni en Dunkerque, ni en la batalla del Maine. Alguna mano anónima, con un cortaplumas, va a grabar mi nombre en una palmera del patio. No puede ser, no puede ser. Las hojas de la palmera mejicana que bordea la pileta de natación de mi quinta de Boston que me acaba de regalar Polcito se están poniendo amarillas y se caen. No, señor, no puede ser, esto es el colmo, habráse visto jamás cosa igual. Inmediatamente voy a hablar con el propietario de al lado. Ahí está, fumando la pipa, sentado en la horqueta de los cedros azules que se entrecruzan. Hablo enérgicamente, con una voz recia, y mi voz atraviesa la enredadera de láudano, el follaje, el rododendro, el muérdago alrededor del abeto y algunos arácnidos que andan por ahí. “A mí me pasa lo mismo”, me dice el propietario de al lado, “son los obreros, cobran y se van, no les importa nada de nada.” No, no, no. Así la cosa no va. Me lo voy a ver a Polcito y le digo: “Mirá, Polcito, la cosa no camina. Yo me paso a la vereda de enfrente. No quiero ser más tu hermano”. Polcito llora. ¿Quién va a llorar por mí? El urutaú en las ramas de la palmera. Llora, llora, urutaú. Yatay. A una cuadra de Guardia Vieja. Ya no existe Peloduro, el que nació como tú. Soy el zar de todas las rusias imperiales. Mi edecán, el gran boyardo, me trae un gorro de cibelina recién cazada por el cazador imperial de cibelinas. Me cuenta que el cazador ha muerto. Ha muerto como Peloduro. Una marta salvaje le cercenó la yugular. Me preocupa. El correo secreto del zar ha traído la noticia. Pero también me preocupa que el cuadro de Corot esté torcido. Descuidados. Y justo en mi lugar favorito. Soy un zar preocupado. Me preocupa una minúscula mácula en el mármol travertino de la chimenea. Sí, señor, hay una minúscula manchita en la moldura del mármol que da sobre los nogales, junto a mi ventana preferida y la próxima vez que esto vuelva a suceder me voy a mandar una matanza de mujiks que se van a arrepentir toda su vida. Yo les voy a dar manchitas sobre mi ventana preferida. Qué se creen que es el palacio de Invierno ¿verdurita? Composición tema: el invierno. Zambomba, qué veo, me olvidé el cuaderno de clase. Los chicos se ríen. Ahora se van a constituir en comisión y van a elevar otro petitorio. Pero cuán tonto soy. Se ríen bien. Me quieren. No es para menos. Si soy hijo del fabricante de cuadernos. La maestra, la señorita Ciampitti, me acaricia la cabeza. Ay, Peloduro, Peloduro, tú siempre en la luna. Sí, señorita. La luna se va a quedar quietita, sin moverse, la luna no va a caminar. No, eso, no. La luna es buenita. Se porta bien. ¿No es cierto, señorita? La luna se porta bien, y no se corre y no va a amanecer nada, nunca, y no van a venir, van a pasar de largo por mi puerta, y no va a amanecer nunca. Nunca, nunca, nunca, pero lo que se dice nunca, ¿eh? Y yo soy el inspector general de amaneceres. Si quiero ahora no va a amanecer nada. Hago lo que quiero. Doy vuelta el tiempo. Empiecen de nuevo. No puede amanecer. Yo no lo autorizo. Hágase la noche. Tengo el violín del diablo. A la edad de piedra, vamos, vamos, nada de relantiser, súbito, ipso facto, hágase la noche. Vuélvanse a la noche de los tiempos. Así me gusta, ahora en la edad de piedra. Vamos a inventar el fuego. Acabo de inventar el fuego. Vienen a felicitarme todos los patrones de las estancias de piedra de toda la edad y sus alrededores. Les enseño el fuego. Señores pasajeros, directamente de la fábrica Peloduro y por esta única vez, me complazco en ofrecerles un producto práctico y económico, indispensable para el bolsillo del caballero o la cartera de la dama a un precio de promoción en un esfuerzo sin precedentes. Como podrán observar frotando estas dos ramitas y acercándolas a estas hojitas de helechos gigantes, que son la primera manifestación de la vida, se obtiene este producto que no debe faltar en ningún hogar. Pero como si esto fuera poco voy a entregar a toda persona que me lo solicite un folleto explicativo, diez agujas alemanas, un peine colita para el tocador de la dama, y una cartilla explicativa. La persona que lo considere conveniente no tiene más que solicitármelo. Asamos cinco pterodáctilos, organizamos la carrera de mamuts. La doble edad de piedra. Enjabonamos los cogotes de los dinosaurios, les ponemos un premio en el hocico. Soy el distribuidor de premios. Otorgo el premio Nobel, el Goncourt, el Palmas de Mallorca, el premio Municipal, el San Gabriel de radio. Soy Salomón y vigilo la paz. Oh, Sulamita, ungüento derramado es tu nombre. Y tendrá tus ojos. Y voy a ver todos los ojos. Todos los ojos mirándome a mí y yo viendo todos los ojos, a través de la venda, en un solo segundo, a través de la venda. Primero los tiros, después los fogonazos, el corazón que revienta. El corazón es un músculo que no duele. Es corazón es un cazador solitario. ¿Qué es lo primero, el ruido o el fogonazo? ¿Qué es lo primero? ¿El ser o el pensar? Toda la vida en un destello, el último. Todo lo que me pasó en la vida lo voy a ver con los ojos cerrados a través de la tela burda y basta. El sayal y la púrpura. El lino de las vestiduras de las doncella de Jerusalén. Tus pechos son dos torcazas que descansan. Oh, Sulamita, tu nombre es como ungüento derramado. Como el linimento de Sloan, como el sapolán Ferrini. Soy Salomón y desparramo ungüentos . Doy premios estímulo a las mujeres de mejores pechos. Dos torcazas a las doncellas, dos grullas a las de edad madura, dos gorriones a las de edad provecta, dos cuervos a las brujas. Soy el administrador de brujas de la edad media. Tengo mi sede operativa en Brujas. Viene a verme Galileo. “¿Qué hago, Peloduro?, me pregunta desconsolado. “No me vaya a abjurar bajo ningún concepto”, le digo. “Así se hará”, me dice el sabio. “Galileo viejo, no más”, le digo yo.

Soy íntimo amigo del viejo Ameghino. Lo paso a buscar por su librería y de allí nos tomamos el micro a La Plata. ¡Cómo explicarles que yo no tengo nada que ver! Que yo vine a estudiar. Vine a estudiar, entienden. A estudiar, cómo quieren que se los diga. No hay forma. El amanecer. Amanece, con Jean Gabin. Cada amanecer muero. El general murió al amanecer. ¿Qué otra película hay con amanecer? No por mucho madrugar se amanece más temprano. Tengo el violín del diablo, la máquina del tiempo, el arpa de Dios, la flauta dulce, la flauta virtuosa, la gran flauta. Soy el dios pan, el dios factura, el dios polvorone, ensaimada. Si yo quiero no amanece nada. Va a ser siempre de noche. Siempre es de noche y la gente es pálida. No han visto nunca un amanecer. Todos tienen ojos grandes. La pupila dilatada. Tienen un sentido más, el sentido de las sombras. Los chicos estudian en la escuela el sentido del tacto, del gusto, del olfato y de las sombras. ¿A cuántos metros de distancia se percibe una sombra, niño Peloduro?

A once metros con setenta y cinco, señorita. Está mal, niño Peloduro, a once metros, setenta y cuatro centímetros, tres decímetros sobre el lado del paralelo de Greenwich, váyase al rincón so maleducado, atrevido, tilingo, so guaso, ordinario, habráse visto jamás cosa igual.

Está bien, me voy al rincón, pero mi papá es el dueño de la luz, el fabricante, el patrón, el importador en jefe de la luz, y los chicos en el colegio no lo saben. Nadie lo sabe. Está bien, ponéme en el rincón no más. Ya va a ver la señorita cuando se lo diga a mi papá. La va a enceguecer con la zarza ardiendo. Soy Moisés y recién, recién, acabo de terminar las tablas de la Ley. Me salieron preciosas. Una preciosura, un lujo. Qué tablas me mandé. Cedro del Líbano, brillo mate, patinado a muñeca, todas las letras en marquetería de lapacho misionero, roble Eslavonia. Para que duren. Mucha gente para tan poca tabla. Y vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Me mirarán por última vez. Desde el fondo de mí y arrodillado. No me gustaría caer arrodillado. Aunque es sublime. Como Emiliano Zapata. Un final de tarjeta postal. Por qué dicen eso si las postales no tienen final. Desde estas hermosas playas un gran abrazo. Besos a los chicos. Soy, soy. ¿Qué puedo ser? Soy Leonardo. Soy ostinato rigore y pinto la Gioconda en una delgada tabla de álamo. No sé qué me pasa últimamente, no tengo nada de ganas de fumar, lo que se dice nada. Decía que soy Leonardo ostinato rigore, pero qué pasa, pasa, pasa que André Malraux me la lleva a pasear por el mundo y eso a mí no me gusta nada. La Gioconda llora, pobre. No llores, Giocondita, le digo. La Gioconda sigue llorando. ¿Se acordará de mí? ¿Llorará por mí? Algún día lo va a saber. Un sábado a la noche se va a acordar de mí. Bueno, bueno, no llores más, Gioconda, ya pasó. Pasaron las grullas. Soy el barón de Münchausen y de un solo escopetazo me bajo dos grullas. Las necesito urgentemente, son para premiar a dos buenas señoras del reino de Judá, dos jovatitas de pechos tumultuosos. Ánforas de alabastro tus senos. Cabritos del monte Ararat paciendo en las colinas de Jerusalén. Oh, Sulamita, yo el rey de reyes me duermo sobre tus senos. Y aduérmeme sobre ellos como a los niños buenos. Que vendrá caminando despacio por el corredor y tendrá tus ojos. Azules como el tirito aquel en la calle Guardia Vieja, Brillando al sol cuando yo lo levantaba, a trasluz. Al amanecer, junto a las palmeras del patio. Me va a mirar por última vez, antes de que ya no haya ninguna luz y seis tiros de máuser. Seis tiros de máuser tuvo y se murió de perfil. ¿O son cinco? No puedo ser el barón de Münchausen. Soy Salomón. Le devuelvo la escopeta. Gracias, barón, ya tengo mis grullitas para las jovatitas que fueron en Jerusalén. “Danke scbön” me dice el barón en alemán. Habla igual que los soldados alemanes en los puestos de guardia. Qué julepe se llevaron. El hermano, el hermano, el hermano de Dankeschönkomandant de toda Francia ocupada. Tiene el salvoconducto total. Ojo, Fritz. ¿Sabés una cosa, Fritz? ¿Qué, Frantz? No sabía que el Dankeschönkomandant tuviese un hermano. ¿Sabés una cosa, Frantz? ¿Qué, Fritz? Yo tampoco. Ja, ja, ja, ja, ja, ja Soy un experto en chistes alemanes. El Führer mismo me ha designado. Dankeschönchistekomandant del tercer Reich. ¿Qué habrá sido de los dos Reich? ¿Qué habrá sido, eh? Qué habrá sido de Lucía, que será de mí. Se va a acordar de mi cumpleaños, Peloduro enterrado junto al cocotero, debajo de una palmera del patio, con una mano anónima grabando mis iniciales en el tronco, en una hoja, que después crecerá, como una marca de ganado en las nervaduras, ensanchándose, borrándose, hasta que la hoja se seca y el verso cae al alma como al pasto el rocío, y seguirán pasando los trenes, los barcos llegarán, se volverán a ir, crecerán las plantas en todas las macetas del mundo y Peloduro estará muerto, enterrado como el cuchillo junto al cocotero. Oh, maligna. Como yerba de ayer secándose al sol. Al sol. Comido por los gusanos. No se dice gusano, se dice verme, niño Peloduro. Vermiculitas, vermissage, ver Napoli e poi morire. Para qué si ya estoy muerto. Yo te voy a dar Nápoles. No sé qué me pasa últimamente. Nada de ganas de fumar. Debe ser el clima. El clima apacible de esta fortaleza de If, donde el abate Faría me trasmite su sabiduría milenaria a través de las murallas del templo donde el rey de reyes habla con los animales, bendice los pechos de las doncellas llenas de mirra y mirto. Incienso y sándalo elevándose en volutas hacia los cedros del Líbano. Nada de ganas de fumar. Yo desparramando los premios. Una torcacita por allá, unas grullitas por acullá. Nada de ganas. Pero cuán desagradecido soy hacia el reich que me ha hecho lo que soy, a quien le debo todo, lo que se dice todo, mi principado de Liechtenstein, mi daga de los SS, la cruz de la rama de roble, mis porcelanas de Meissen, la anexión de Danzinsg, los cabarets. Yo no volveré. No volveré. No volveré a ver nunca la calle Guardia Vieja. Cuidado, mamá. ¿Qué habrá sido del primer reich? ¿Quién se acuerda de él ahora? Nadie se acuerda. Señores pasajeros. Un lugarcito para el primer reich. Un lugarcito, por favor. Corriéndose más adelante, por favor. Prontito, prontito que tiene que subir el segundo reich. No me toque, degenerado. Chofer: este degenerado me está tocando. Soy el Degeneraderkomandant general del servicio de inteligencia secreta. El mismo Otto Hess me ha designado. Otto Krauss. Yo vine a estudiar, a estudiar, a estudiar, ¿entienden? No hay forma. El archiduque Otto de la Prusia del sur. Soy el archiduque Otto. A mi izquierda, la emperatriz de Dalmacia y Lorena. La cruz de Lorena. La cruz del sur. La cruz del sur fue como un sino. Mamá vende violetas en la nieve de París. Es viuda, pobre mamá. Y yo soy huéfano. Al principio vendía diarios en las calles heladas de Brooklyn, pero un señor berlinés que ansiaba tener un hijo huéfano, único huérfano de madre viuda, se enamora de mamá porque me ve a mí vendiendo diarios. Resulta que yo estoy gritando a dié el Taime de Londre, a dié, a dié el Parí Mach, a dié, a dié el Isvestia a dié, a dié el Saturdi Evenin Pos, el Yoni Ualquer. El señor berlinés baja en ese momento de un Rolls Royce de pirita virgen, diez mil veces mejor que el de Polcito. Me ve con las canillas temblando de frío y de hambre. De ganas de fumar. No, de ganas de fumar, no. Los niños no fuman, niño Peloduro. Y entonces el señor berlinés se conmueve, su pena es de nieve, y en ese momento me viene a buscar mamá para tomar la leche. Me viene a retirar de la parada. Y mamá tiene la canastita de violetas llena de nieve. La pañoleta chorreando nieve. Llora. Las violetas todas arruinadas. Nadie las quiere comprar. El señor berlinés se enamora de mamá. Le pone una fábrica de chocolate en los montes Urales. Yo tengo una buena relación con él. Soy un huéfano rico. Soy el más rico de todos los huérfanos ricos. Fundo la sociedad de huérfanos pobres. Tengo una legión de buscadores asalariados que recogen a los huérfanos que pululan en Navidad por las calles de Londres y asolan los caminos y son usados en las hilanderías y yo me voy a morir, me van a matar al amanecer, cuando la luna dé justo sobre el séptimo barrote, y me van a llevar al patio, me van a tapar los ojos, van a ir a buscar a todos lo huérfanos sueltos que anden por Navidad. Hago una campaña publicitaria. Pena de fusilamiento para quien me mate un solo padre o una sola madre para fraguar un huérfano. Huérfanos naturales. Cuando la luna esté ya en el último barrote. Yo ya estaré en el patio. El señor berlinés es un señor. Qué bien estuvo en ponerle a mamá la fábrica de chocolate en los altos Urales del sur. Mamá ya no vende más violetas marchitas en las heladas calles de Brooklyn. Y las barras de chocolate se funden en los crisoles acrisolados por el crisol de razas y el trabajo fecundo en el concierto de las naciones hermanas. Mi hermana. Un sentido comercial bárbaro el berlinés. La berlina detenida en la noche. Ahí viene Witold con las llaves. Ahí vienen. No, son los golpes del abate Faría. Viene Witold con las llaves del viejo castillo, donde el trote de una vieja rata era más grato a mis oídos que… No me acuerdo. Ah, el limonero. La luna junto al limonero. La luna bajo el limonero. La luna después del limonero. No me acuerdo. La luna está en el primer barrote. Cuando pase los siete barrotes. Es un momento nada más. Primero los pasos. El taconeo. Como encajonado. La llave. El llavín. O no, mejor llavón. La llave maestra. Joven. Sííííí. Nos hemos constituido en comisión para manifestarle que debe prepararse sicológicamente para que el personal de maestranza proceda a barrer concienzudamente la celda, mientras tanto, si usted así lo desea, puede ir a tomar un refrigerio. Así lo haré, jóvenes, danke shcön.

Tengo hambre y no hay qué comer, ni siquiera kapusta con porotos, ni borscht, ni gulash, ni arenques del mar Caspio, ni huevas de esturión, siquiera, ni siquiera de Odessa. Pero cuán torpe soy, cómo no me acordé antes. Me olvidaba de que soy Rasputín. Imperdonable. No tengo más que ir a la heladera de la emperatriz y tengo lo que se me da la gana: jamones de York, zapallitos de Bruselas, salsifí, albondiguillas de judías verdes sazonadas en pistacho, aletas de tiburón, faisanes varios, lo que quiera. Y por haberme olvidado de que era Rasputín, estoy muy nervioso cuando paso revista a la tropa formada en la explanada del palacio de Invierno. Ya he comido, estoy pipón de karakul saltado con paprika con que me han agasajado mis valientes cosacos del Don apacible, pero igual estoy nervioso. Tonto ¿no sabes que la madre más ingenua sabe leer en el alma de sus hijos como tú en la cartilla? Pero igual estoy nervioso, y antes de salir, para alivianar tensiones, para calmar la ansiedad, descorcho unas cuantas botellas de vodka, a sablazos con mi corvo sable cosaco con empuñadura de ágata que me regaló la emperatriz cuando terminé el nacional. Tranquilo, Peloduro, no es para tanto. Contrólate. Es que son de lo que no hay, emperatriz. Ahí está mi edecán, el gran boyardo, la prima de la zarevitza, el sarevitzo, Sarah Bernhardt, el doctor Barnard, Bernard Shaw, Bernabé Ferreyra, El gran Bernabé, el gran Gatsby, los brahamanes del Indostán imbuidos de orientalismo. Va a haber gorriones en las ramas de la palmera. La silueta a contraluz. Van a volar espantados cuando escuchen la descarga. Yo ya no los voy a ver volar nunca más. Después los cuatro primos Heredia va a estar nerviosos, estrujando los birretes, convidándose los cigarrillos, inclinando las cabezas, diciendo “el vivo al pollo y el muerto al hoyo”, “éste ya no cuenta el cuento”, “y buén”, “éste sí que ya no va a gastar mucho en cigarrilos, je, je”. Pero estareís equivocados mis cuatro primos Heredia hijos de Benamejí. ¿Y sabéis por qué? Porque tengo nada de ganas de fumar, absolutamente nada. Porque el clima locuaz y placentero de esta fortaleza de If me inhibe de tales cosas. No veré nunca más a los gorriones. Hay un par de botas que sobresalen antiestéticamente de la formación. Me enfurezco. Tienen forma de babuchas árabes, de gorro de dormir, del gorro de los elfos, cuando mi hermana leía los cuentos azules, de tapa blanda, y los elfos volaban con alas de libélulas y se paraban en las flores gigantes, y mi hermana recitando ante el espejo: “Tomó el rico violín de voz perlina y le arrancó torrentes musicales”. Rasputín enfurecido desenvaina el sable cosaco con la empuñadura de feldespato y aguamaniles que le regaló la emperatriz Catalina Ivanovna cuando se recibió de bachiller. Rasputín avanza con su barba al viento y una mirada demoníaca en su ojos. Que me estarán mirando. Es tan simple todo. Digo que Rasputín avanza como un mimbre enloquecido. Los mujiks tiemblan detrás de sus correajes. Rasputín desenvaina el sable. En su cara se doblan todos los demonios del averno. Nunca más. Y de un tajo feroz, de una sola pasada, los degüello, de un tajo corto. Corto intactas las puntas dobladas de las botas que sobresalen. Los dos dedos gordos de los pies del pobre mujik están intactos. No por nada soy Rasputín, el zar de todas las Rusias Imperiales, Haedo, Morón, Berazategui, su ruta. Pero un momento: ¿qué necesidad tengo de ser el zar si soy Rasputín? Un momento, meditemos. Hay que ver quien es más. Rasputín era bravo, pero el zar es el zar. No, mejor Rasputín. La zarevitza está conmigo, la prima también, al archiduque Rodolfo lo tengo dominado, el archiduque Maximiliano es pan comido, el archiduque Otto es un pobre pelagato. ¿Qué otro archiduque hay? Soy Rasputín y basta. Ser Rasputín es muy imprtante, very important, pero ojo, Peloduro, no por mucho Rasputín se amanece más temprano. En el séptimo barrote. Los niños Rasputines de hoy devengarán los Rasputines adultos del mañana. Oh, Rasputín del silencio crespo de vainas doradas a cuya plácida sombra pasó cantando mi infancia. Rasputín, Rasputín, Rasputón, Rasputón, los cosacos del Don. Crecerán los jacarandás en la calle Guardia Vieja. Cuidado mama. Estoy en la guerra del catorce y se vienen los gases. Se vienen no más. Son verdes como las hojas del helecho del jacarandá. Verde mosca zumbona con reflejos irisados, dorados. Gases verdes lomo de mosca en el plenilunio de febrero en las trincheras pútridas, pudriéndose debajo del cocotero, se vienen los gases. Tornasolados al trasluz de los ayes de los heridos. Mientras las ayas amamantan a sus hijos cercenados. Las ayas a los abetos y a las encinas. Les dan leche de árbol, Peloduro. La leche. Metele que se enfría, Peloduro. Mi hermana haciéndose una cadena de rulos ante el espejo. Pintándose los labios con el carmín escarlata y bermellón y cárdeno. La pimpinela escarlata. En el cine Condal. A dos cuadras de Guardia Vieja. Cuidado, mama. La bolita perdida en el árbol del convento donde van las parejas de noche, lúbricas y obscenas, eróticas, lascivas, rijosas, pisoteando las flores lilas del jacarandá vernáculo. Vermiculitas. Vermes devorándome. Ya no estaré nunca y el amanecer tendrá tus ojos. Los gases, el mariscal Peloduro, los gases, vienen los gases, y a mí qué. ¿Qué puede importarme?, si soy el mariscal Pétain. No, mejor soy el Káiser Guillermo, más seguro. Qué me voy a preocupar si tengo una máscara antigás de locura. Me la hizo especialmente para mí el conde Krupp, en complejo de la planta de Skoda, donde los grandes cañones grandes Berta, grandes Sofías, grandes Raqueles salen como chorizo. La diseñó él mismo, el conde Krupp en persona. Y no se retiró de la fábrica hasta que no estuvo terminada. Es un caballero este señor Krupp, un señor. Señooor. Digan, caballeros. Nos hemos constituido en comisión para barrer su celda. ¿Está preparado sicológicamente el señor? Más que eso, jóvenes: soy el hermano del fabricante de escobas. Y fíjensé qué coincidencia: he aprovechado mi viaje en charter para diligenciar unas ventas en Londres. ¿En Londres? Efectivamente, mis muchachos; me apersoné a la central operativa de la casa Harrods, en el Soho de Londres. El jefe de compras, un tal Priscillo Rikby, estaba probando una escoba en la alfombra de Esmirna del recibidor. De reojo, como hábil empresario que soy, observo que se trata de una escoba de las nuestras, de nuestra última producción, añejada en vasijas y toneles de pobre Nancy. Veo de soslayo, barrunto, semblanteo, campaneo, bah, las iniciales en campo de azur con el león rampante y las iniciales en el escudito del mango, mis iniciales y las iniciales de mi hermano entrelazadas. La gozo. “Escoba nueva barre bien, mister Kirby, perdón, mister Rikby”, le digo. “¿Y usted quién es, cómo sabe mi apellido?”, me dice mister Rikby en inglés. ¡Qué maleducado! No, mis muchachos, corto de genio no más. Pero yo la gozo. “Soy el hermano del fabricante de escobas”, le digo extendiéndole mi tarjeta, “proveedores de la casa real de la reina, inscriptos en el registro del Lord Mayor con el número cero cero siete con licencia para matar. Y tendrá tus ojos. Sírvase.” ¿Y qué dijo? Nada, mis muchachos, corto de genio, pero sonrió. ¿Cómo son los largos de genio? La lámpara de Aladino. Aladino es largo de genio. No termina nunca de salir de la lámpara. Soy el fabricante de lámparas de Aladino. El único con distribución exclusiva y sistema de empavonado. Sus empavonados bucles le caen sobre los ojos. Tus ojos. Tengo la concesión exclusiva para toda Bagdad y sus aledaños, para el ferrocarril transiberiano, para Damasco, Beirut, su ruta. Soy el hijo de Alí Babá. Los cuarenta ladrones no saben que Alí Babá tiene un hijo. Una noche nevada en que papá me llevó al circo del potrero que pusieron al lado de los altos minaretes de Medina, me suelto de la mano de papá y me pierdo. Papá desesperado, túrgido de frío, desencajado de angustia, llama a los cuarenta ladrones. Y los cuarenta ladrones me buscan por toda la Arabia Saudita. Me encuentran en una mezquita abandonada cerca de Benamejí. Desde entonces soy la mascota de la barra. ¡Tomad para vos!, primos Heredias. Antes de ir a cualquier parte a robar, me tocan la cabeza. Peloduro, me dicen en árabe, ¡danos suerte, Peloduro! Soy el inventor de la suerte. Distribuyo la suerte por el mundo de todos aquellos que por el mundo han sido. Soy el emperador general de los organilleros de la suerte que van por el mundo y por el mundo han sido. Voy por el mundo, amigo organillero. Me siguen las muchachas vestidas de percal. Sus ojos seguirán mirando. Ya no voy a estar más. ¿Pero qué oigo? ¿El abate Faría osa hacer ruido? ¿Osa perturbar el plácido silencio de la fotaleza de If? If, ¿es posibe? Dije que soy el dispensador de suerte. Lo tirarán a suertes. Danos suerte, Peloduro. Calma, desdichados, calma. Tranquilo, infortunados, tranquilo. Aquí está Peloduro. No arrempujen que hay pa’ todos. ¡Chofer, este degenerado me está tocando la suerte! ¡Le toca en suerte! La suerte no es una moza de mesón que se alterna con cualquiera. ¡Saque la mano de ahí, so guaso! Nadie sabe a quién le toca. Lo tiran a suertes. Una bala de fogueo. O cinco balas de fogueo y una bala de verdad. La verdad tiene un solo camino. Me va a reventar el corazón. Nadie sabe a quién le toca. Para evitar cargos de conciencia. Está bien. Fue a conciencia pura que. Después de levantarme, de desanudarme los nudos de la muñeca hechos con piolín de macramé, de cáñamo de la India, de piolas enredadas en el acecho oscuro de la selva en penumbras donde crecen los helechos que son la primera manifestación de vida, los jacarandás jocundos y vernissages. Vermiculita. Vernáculos. Ver Nápoles. Veremos. A lo mejor no vienen. A lo mejor vienen y me dicen que estoy en libertad. Libre. A lo mejor se constituyeron en comisión para que yo vea Nápoles. A lo mejor vienen y me dicen que vaya, pero la próxima vez lo dejamos sin postre. Entonces no vendrá. Y no tendrá tus ojos. No te veré más. Estaré vivo. Tus ojos quedarán. Estarán por los camino y los centros urbanos. Los trenes seguirán. Los televisores seguirán prendidos los sábados a la tarde. Los matecitos en las tardecitas de llovizna avanzando de mano en mano. Sin pausa y sin prisa como la estrella. Y el mate cae al alma como al pasto el rocío. ¿Ta rico el matienzo? ¡Pobre Peloduro! ¡Tan bueno que era! Yo ya tomé. ¡Quién hubiera dicho! Te toca a vos. Yerba Salus. Cada día un matecito, estimula y sienta bien. Hace bien porque se hace bien. Bien. Considerando en frío que no tengo nada de ganas de fumar. ¿Cómo miran los ojos por última vez? ¡Si yo hubiera sabido que era la última vez! ¿Qué hubieras hecho, niño Peloduro? Los habría mirado más. Uno nunca sabe cuándo los mira por última vez. Es que son vivos los ojos. ¡Qué vivo! Así todo sería muy fácil. ¿Y no corremos el albur de que los ojos ya vengan preparados para mirarte por última vez? ¿Cómo así? Así. Como quien no quiere la cosa. Sus grandes ojos fijos, andaluces, gitanos, moros, árabes de la Arabia Saudita. Yo que soy nada menos que el hijo del sheik, el brigadier general de Beirut, de Bagdad, de Damasco, su ruta. Y si en tu ruta tocas Calcuta. Desmonto raudamente de mi caballo árabe. Vienen a esperarme los emires generales de los beduinos del desierto. Están desesperados.¿Qué pasa, qué pasa, mis emires? La malaria, la malaria. La malaria ha hecho estragos. Los dromedarios. Sanidad escolar, emires. Falta sanidad. Pero no importa. Para eso estoy yo. Una larga fila de dromedarios me está esperando. Todos cachusos. El tirito cachuso. A cada cual más jorobado. Voy a mis alforjas. Saco el enemero. Le doy una enemita de agua de arroz a cada dromedario, y listo. Tomados de la mano, los emires danzan de alegría y jolgorio. Me alegran doscientas danzarinas, un quiosco de malaquita, un gran manto de tisú y una gentil princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita como tú. Exijo más danzarinas. Para rebajar hay tiempo. ¡Habráse visto jamás cosa igual! Les curo los dromedarios y me quieren arreglar con doscientas danzarinas. ¿Qué se creen que soy? Trescientas sesenta y cinco o nada. Una danzarina para cada día. Estimula y sienta bien. Ni una danzarina más, ni una danzarina menos. La virtud está en el justo medio. Las danzarinas de hoy devengarán el Colón mañana. Una danzarina laxa, dos purgan. No hay danzarina que por bien no venga. Danzarina flaca nunca engorda Res non verba. La verbena de la paloma. Verbigracia. Un velero bergantín del uno al otro confín. Oh, danzarina, ungüento derramado es tu pelo. Quietas las manos. Peloduro, me dice en árabe saudita. Ah, no, esto no puede ser, qué clase de danzarina sos. Voy a hablar con el gran emirato en pleno. Me van a oír. No hay acuerdo. Muy bien. De noche, bien subrepticiamente, voy y le hago una enema a cada dromedario dormido. Meto en el enemero carqueja, ruda macho, muérdago líquido, láudano macerado, formaldehído al dos por ciento, belladona, soda cáustica, soja levantisca, arándano de Bruselas, agua de alibur, alcohol metílico y hojas de ombú. Así van a aprender los emires. ¡Tomá! ¡Pa’ vos! Pa’ tu hermana. Mi hermana. Mi hermana recitando ante el espejo, poniéndose los ruleros. Tomá. Chupate esa mandarina. A papá. ¿Cómo habrá sido papá? Así lo veía mi padre. Cuán verde era mi valle. La carta al padre. El proceso. Minga de proceso. Yo vine a estudiar. Española II. Emires: tomen para ustedes, emires. Nos vemos. Si te he visto no me acuerdo. Me acuerdo patente de mi hermana. Mi hermana recitando en el patio. Yo iba de atrás y le metía el dedo en los bucles. De acá a cinco horas voy a estar muerto. De aquí a cinco horas voy a estar enterrado en el patio, junto al cocotero. Maligna. El cuchillo mellado, oxidado. Peloduro con el corazón reventado que visitan los gusanos. Los vermes. En los amaneceres de abril. Que es el mes más cruel porque tiene violetas pudriéndose. Que va a morir gritando como los mártires. Con los ojos vendados. Y tendrá tus ojos. Viva el estudio. Viva la introducción a la literatura fantástica. Mañana les van a dar franco a los soldados del pelotón. Van a contar en la casa que un loco murió gritando viva Española II. Viva Old Boys, viva Polcito, viva Pascal. Tus ojos. Vienen.

[De Cerrado por melancolía]