La teoría del único demonio

Una doctrina construida por la derecha en pos de legitimar y direccionar los discursos de odio.

Por Ricardo Aronskind

Imagen: Barna da Siena, Matrimonio místico de Santa Catarina (detalle)

El éxito de público y de interés que genera la película Argentina 1985 es un síntoma inesperadamente bueno sobre el estado de la sociedad argentina.

No vamos a hacer aquí una evaluación ni cinematográfica ni histórica del film, sino solo de la índole del tema elegido y del contexto político-ideológico en el que ocurre su estreno.

Estamos en un país en el que hace pocas semanas vivimos el intento de asesinato de la Vicepresidenta de la Nación.

Decir Vicepresidenta es solo parte de la verdad. La parte formal de la verdad.

La importancia de Cristina Fernández de Kirchner excede por lejos el cargo que ocupa. Otros Vicepresidentes no vivieron la situación de intentar ser asesinados por lúmpenes nazis. Imaginemos a Víctor Martínez o a Julio Cobos. No había contra ellos la animosidad asesina que existe hoy contra la actual vicemandataria.

En la película Argentina 1985 se vuelve a recordar la teoría de los dos demonios, bien expuesta por el insultado —en la película— Antonio Tróccoli, en ese entonces ministro del Interior de Raúl Alfonsín.

Luego de la «Teoría de la Subversión Apátrida» que sostenía que para defender la Nación había que aniquilar físicamente a una parte de la sociedad, base doctrinaria del régimen cívico-militar, llegó en democracia la «Teoría de los Dos Demonios».

Según esta superficial y ahistórica visión, unos violentos —la guerrilla— fueron combatidos por otros violentos —las fuerzas represivas del Estado—, mientras la ciudadanía pacífica sufría en silencio las consecuencias. Se aclaraba que quienes ejercían la violencia en nombre del Estado tenían más responsabilidad, por ejercer funciones institucionales. En todo caso, la teoría de los dos demonios rechazaba en forma terminante el recurso del asesinato y la barbarie represiva para dirimir las disputas políticas argentinas.

Más allá del debate sobre qué dice la película al respecto, lo que es muy interesante preguntar en la Argentina 2022, es cómo ocurrió que la sociedad se fue deslizando desde la teoría post-dictatorial de «los dos demonios» y el pacto implícito de no recurrir a la violencia política, a la actual teoría dominante, de que en realidad hay un solo espacio político que tiene el status de demonio, que es el kirchnerismo.

Y que es tan demoníaco el kirchnerismo, que se está autorizado a imaginar, proclamar públicamente y ejecutar las violencias —institucionales, comunicacionales, personales— que sean necesarias con tal de erradicar ese fenómeno político de la vida argentina.

¿Cómo se llegó, en esta deriva democrática fallida, a erigir a una fuerza democrática, popular, progresista y pacífica, componente normal de un espectro político mínimamente plural según los estándares occidentales de democracia, en un demonio al que se le puede desear públicamente el aniquilamiento, la destrucción política, pero también la destrucción física de su máxima conductora?

¿Cómo se deslizó el discurso público institucional a justificar la violación de toda la legalidad, de toda la institucionalidad, a pisotear los principales derechos jurídicos de las personas, entre ellos el derecho a la información veraz, en nombre de combatir un espacio político que evidentemente resulta intolerable a poderosos intereses internos y externos al país?

La gente que va al cine a ver la película aplaude con emoción las palabras del fiscal Strassera, en donde se repudia y condena el crimen y la barbarie política, y luego sale a la calle de un país en donde la barbarie política se justifica y estimula cotidianamente desde los principales medios mainstream del país, y donde se llega a negar que haya existido un intento de asesinato, cuyas consecuencias hubieran sido trágicas no solo para las víctimas directas del episodio.

La «Teoría del Único Demonio» (TUD) es la doctrina que sostiene, básicamente, que todos los problemas económicos, políticos, laborales, culturales del país —hasta también los personales— reconocen un único origen, que es el kirchnerismo. Y que la maldad intrínseca del kirchnerismo lo pone en el status de Demonio irreductible, lo que lleva a justificar la aplicación de cualquier práctica para su eliminación. En ese sentido, se ha desplegado un pensamiento similar al de la Inquisición: para expurgar a los enemigos de la Fe, está permitido utilizar los métodos más aberrantes.

La recompensa por eliminar al demonio K de la Argentina sería una república próspera, donde los negocios fructificarían, donde todos tendrían ingresos altos que les permitirían vivir felices, sin estar atravesados por ninguna disputa que los separe ni por ninguna amenaza que los perturbe. Todo un imaginario muy infantil, maniqueo e inconsistente, pero que ha funcionado con relativa eficacia para consolidar el campo político derechista que sostiene al neoliberalismo endeudador como programa permanente desde 1976.

No cabe duda de que la «Teoría del Único Demonio» no surgió espontáneamente del seno de la población, así como no lo fue la «Teoría de la Subversión Apátrida» de la dictadura cívico-militar, justificatoria del genocidio. Fueron ideólogos de derecha los que la formularon, y fueron diversos aparatos de comunicación de masas ligados al capital concentrado las que las implantaron, aprovechando la asimetría de recursos —tanto en dictadura como en democracia— con las fuerzas populares.

La «Teoría del Único Demonio», de carácter autoritario y violento, fue desplegada desde el poder concentrado en la Argentina como arma de combate contra un espacio político-partidario que excedió los límites de lo que este poder está dispuesto a tolerar en materia de políticas públicas y de relaciones exteriores.

Alguien puede decir que eso no es así, que no todos los actores concentrados son iguales, que hay que distinguir entre los francamente antidemocráticos y antisociales y aquellos más moderados y pragmáticos que comprenden que viven en sociedad.

Lo cierto es que si hay en la elite argentina gente sensata, moderada, prudente, equilibrada, racional, dialoguista, su completa ausencia de la escena pública es toda una declaración de indiferencia en cuanto al quehacer político de sus pares extremistas, que son quienes han construido la «Teoría del Único Demonio» y la vienen alimentando hace ya una década y media con cuantiosos recursos financieros, medios masivos, redes sociales y personal especializado dedicado exclusivamente a su implantación a nivel de masas.

Tarea que consideran tan valiosa, que no han dudado en envenenar la convivencia democrática de lxs argentinxs, sentando las bases psicológicas para reproducir la lógica exterminadora de la dictadura y la micro-violencia cotidiana del desprecio y el insulto.

Pero ahora ya no contra grupos que impugnaban la legitimidad de la sociedad capitalista como en los años ’70, sino contra una fracción política que desentona con la construcción neoliberal autoritaria que impulsa parte de la elite local.

La funcionalidad política de la «Teoría del Único Demonio»

La pregnancia social que ha logrado la «Teoría del Único Demonio» es difícil de disimular. Hacia el campo del peronismo, se produjo un fenómeno de temor profundo en diversos sectores a ser identificados como integrantes del Demonio. Por razones tanto ideológicas como pragmáticas, una gran cantidad de dirigentes, funcionarios o punteros se especializó en diferenciarse del Mal.

Específicamente, la práctica política del gobierno de Alberto Fernández se encuentra profundamente impregnada por la preocupación de no ser encuadrados —por el santo tribunal de la inquisición anti-k— como presuntos kirchneristas o proto-kirchneristas o seudo-kirchneristas. Como una de las características más denostadas del Demonio es gobernar con autonomía de los poderes fácticos, el gobierno actual se especializó en sostener un diálogo completamente improductivo con dichos poderes corporativos, habilitándoles el poder de veto sobre las iniciativas públicas, lo que condujo, por un lado, a la desorganización completa de la política económica como se vivió en los últimos meses y, por el otro, al desconcierto, primero, y luego a la frustración de su base electoral.

Fue una línea de conducta básica que primó incluso sobre la necesidad de implementar políticas públicas que concretaran la fidelidad al contrato electoral: «que no nos confundan con los K» es lo primero.

Esto se expresó recientemente de forma dramática en la exposición que realizó Juan Zabaleta, entonces ministro de Desarrollo Social, en la Comisión de Presupuesto y Hacienda del Congreso de la Nación. En el recuento de la tarea realizada, el funcionario admitió que en la provisión de alimentos básicos a sectores muy carenciados, el gobierno nacional no pudo incluir ni aceite ni azúcar, ya que las empresas proveedoras habían optado por vender esos productos en el exterior. Es decir, un ministro de la Nación admite que no se pueden cubrir las necesidades alimentarias básicas de la población porque a un puñado de empresas le resulta menos rentable aprovisionar a las autoridades para paliar el hambre, que exportar. Estaba relatando la claudicación completa del gobierno y del Estado en el cumplimiento de sus tareas elementales. El funcionario ya retirado insinuó que deberían tomarse otras medidas políticas para resolver el problema, pero no sorprende que no se tomen, porque el gobierno está sometido a los límites establecidos por el Santo Tribunal que podría interpretar que el Poder Ejecutivo cae dentro de la definición de la TUD.

Paradójicamente, Antonio Aracre, alto directivo de Syngenta, importante multinacional especializada en la industria agroalimenticia global, como no está amenazado —hasta ahora— de ser incluido en el index de «elementos demoníacos K», pudo exponer en un canal de televisión su opinión sobre la necesidad de controlar a las mil grandes empresas formadoras de precios, crear un organismo público con suficiente personal para realizar el seguimiento de su comportamiento remarcador y, eventualmente, aplicarles multas significativas para que abandonen las prácticas comerciales abusivas.

No puede haber un contraste mayor entre un gobierno que muestra una imaginación política a nivel del suelo, debido a su subordinación psicológica a la «Teoría del Único Demonio», y la de un ejecutivo multinacional, que parece estar en mejores condiciones intelectuales para detectar que ya se han traspasado en nuestro país todos los límites del comportamiento antisocial.

Pero también la TUD tiene un papel extraordinario de disciplinamiento en las filas de la derecha. Todo político, periodista o intelectual que puntualice algún matiz, que sea capaz de develar algún pliegue en la complejidad del país, que dude sobre algún aspecto del dogma de la TUD, es inmediatamente cubierto por una lluvia de insultos, denostaciones y amenazas de diverso orden.

Un episodio sumamente ilustrativo de cómo funciona la TUD es lo ocurrido con el político radical Facundo Manes, que está tratando de instalar un perfil distinto al de los cruzados embrutecidos de la Juntos por el Cambio: tratar de argumentar un poco, proponer otro poco, bajando la altísima dosis de furia anti-k que compone el discurso de la derecha.

Debemos recordar que Juntos por el Cambio está fundado y sostenido sobre esa especie de verdad suprema: el kirchnerismo es el Mal en la tierra, con ellos no se habla, ni se negocia, sino que se los persigue y se los destruye. Lo dice explícitamente Rodríguez Larreta: «todos menos el kirchnerismo», como si fuera una demostración de principios democráticos de la que pueda enorgullecerse.

Lo cierto es que Manes intentó una maniobra que lo pinta de cuerpo entero a él y al entorno partidario en el que pretende operar. Formuló una nueva «Teoría de los Dos Demonios», en la tradición del radicalismo de derecha: le agregó al demonio kirchnerista —»populismo económico»— otro demonio, el de los desmanes institucionales protagonizados por Mauricio Macri y sus acólitos. Lo llamó a ese otro demonio «populismo institucional». Manes la habla al campo de la derecha, muy precario intelectualmente, en la lengua que son capaces de entender. El populismo es el Mal, como fue establecido por Dios, pero tiene dos variantes, no solo una, y las dos son malas.

Desde el purismo de la «Teoría del Único Demonio», lo que hizo Manes es apostasía. ¡Hay un solo mal!, y contra ese mal toda acción se transforma en bien. Se pueden violar la Constitución, las leyes, las garantías individuales y lo que haga falta contra el demonio K. Es lo que hizo Mauricio, y está muy bien. Hablar de un «segundo demonio» es debilitar la furia incandescente contra el primer demonio, el único que debe ser admitido.

Lo de Manes es ciertamente difícil: es abrir el campo de la reflexión sobre las propias prácticas aberrantes del gobierno cambiemita y contrastar el discurso público que se usa de fachada —República, respeto, honestidad, verdad, tolerancia— con el comportamiento mafioso pasado y presente de la fuerza que él integra y que ayuda a promover.

La «Teoría del Único Demonio» en el mundo 2022

La situación de la economía mundial se está volviendo crecientemente sombría. La pandemia del Covid generó una serie de cuellos de botella en la producción mundial que provocaron una dinámica inflacionaria inesperada, mientras que la guerra en Ucrania, un enfrentamiento de la OTAN con la Federación Rusa vía interpósito país, generó una escalada de sanciones que están llevando los costos de la energía y de los alimentos a niveles sumamente disruptivos.

Si algo faltaba, y está ocurriendo, era la acción peligrosísima de la Reserva Federal de los Estados Unidos, que al subir fuertemente la tasa de interés está promoviendo un derrumbe de los mercados bursátiles y un salto en el endeudamiento global. La semana pasada, el Credit Suisse y el Deutsche Bank estuvieron tratando de desmentir dificultades severas en su operatoria. Pero tratándose de bancos europeos, que trabajan en un contexto de descalabro producido por el absurdo de las sanciones —o auto-sanciones— contra el gas ruso, las sospechas pueden tener fundamento creciente.

La recesión global aparece como el escenario más factible para los próximos tiempos, mientras se generaliza el sálvese quien pueda a nivel internacional: cada vez menos globalización, cada vez más políticas nacionales. Los países más estructurados, con más recursos económicos y políticos, serán los que salgan mejor parados del difícil tramo económico global que se avecina. Estados Unidos acaba de anunciar un gigantesco paquete estatal para impulsar la reconversión tecnológica verde, que incluye premios a los consumidores que compren autos eléctricos estadounidenses, que usen baterías de litio estadounidenses. Reconversión y proteccionismo.

En ese contexto, Argentina, que tiene condiciones objetivas para amortiguar el impacto negativo del descalabro de la economía global sobre su población y cuyo Estado podría contar con los recursos necesarios para conducir la economía nacional con considerable éxito en este tramo complejo, se encuentra sumida en un pozo neoliberal, en el cual no se debate ni se disputa ideológicamente frente a la sociedad el tipo de medidas necesarias para mejorar la vida de todxs lxs argentinxs, y donde el gobierno prefiere aceptar todos y cada uno de los límites que los actores privados les aplican, en aras de no ser catalogados como acólitos del único demonio.

Para colmo de males, el verdadero y famoso único demonio está en silencio, atrapado en su compromiso con la estabilidad del gobierno que sí respeta a la TUD.

Cuando en nuestro país se habla del crecimiento de la ultraderecha neoliberal-fascista, que se presenta ante la sociedad como un sector nítido, con ideas sencillas y fuertemente indignado con el statu quo –sin duda un atributo que le permite atraer la simpatía de sectores juveniles—, debemos considerar como el respeto oficial a la TUD ha abierto la puertas a una radicalización sin límites, ya que ha inhibido al propio campo nacional y popular para ofrecer un discurso nítido, sencillo y rebelde, frente al pozo neoliberal en el que nos encontramos.

Según lo que ha trascendido, en el marco de la movilización del 17 de octubre a la Plaza de Mayo, se lanzará un documento con propuestas muy definidas, que chocan claramente con el corsé neoliberal que impide a la sociedad argentina desplegar todo su potencial productivo y humano. Puede ser un gesto para retomar la soberanía sobre el propio pensamiento popular.

Romper con la «Teoría del Único Demonio», volver a recuperar la capacidad de pensamiento y de inventiva social es una tarea prioritaria, así como dejar de estar pendiente de qué va a decir la clase dominante –que carece de proyecto nacional y de sensibilidad social— es fundamental para que se presente una alternativa electoral atractiva en 2023.

El Nunca Más al neoliberalismo no puede sustanciarse si se le teme al tribunal inquisitorial que administra las calificaciones en materia de Único Demonio.

El Nunca Más al neoliberalismo, verdadera asignatura pendiente de la democracia argentina, requiere una fuerza política y social que deje de orbitar en torno al mundo ideológico de los herederos corporativos de la dictadura cívico-militar.

El Cohete a la Luna