Almirantes y peces verdes

Por Sara Gallardo

(Publicado en Confirmado, Año VII, Nº 344, 18 de enero de 1972, p. 50)

Macaneos. Las columnas de Confirmado (1967-1972) da a conocer un corpus amplio, variado y representativo de las numerosas columnas que Sara Gallardo escribió para el semanario Confirmado desde mediados de los años 60 hasta principios de los 70. Los textos aquí reunidos por primera vez se encuentran entre sus mejores contribuciones y constituyen un material fundamental del periodismo argentino escrito de la segunda mitad del siglo XX. Profundas, llenas de humor y obstinadamente actuales, las columnas periodísticas compiladas en Macaneos iluminan una zona desconocida y extraordinaria de la producción de Sara Gallardo, cuyos libros ya son clásicos de la literatura argentina.

(A bordo del «Lago Argentino» ELMA. Viaje 34º)

«En el fondo del mar hay un tesoro, y en el fondo del barco…» (Francis Drake)

Cada barco tiene sus ratas. De nacimiento, como el pecado original. Ya en los astilleros las ratas se instalan con sus bártulos entre maderas frescamente clavadas. El barco se construye en torno a ellas como una lechuga alrededor del gusano. Sin estrenar, pintado y pimpante, tiene sus ratas previas como primera tripulación. Deprimente alegoría sobre la condición humana.

No hay bautismo redentor para este pecado original. Confesión, sí, si se quiere, bajo la forma de operativos, que además son obligatorios. Confesión. Como se sabe, la reincidencia marca senderos hondos alrededor de los confesionarios. También las ratas. Pero en el fondo de los barcos.

Ante todo, no asustarse. Ya que hablamos de pecados, e igual que algunos de ellos, las ratas se circunscriben a los sectores inelegantes de la sociedad. No hay pasajero que las perciba. Hay oficiales que en treinta años de servicio no han tropezado con una. (Tropezar no incluye el hecho de haber sido mordido en un dedo en pleno sueño, aclara el mismo oficial.) Pero sépanlo, no hay rastros ratoniles en el mundo de alfombras y aire acondicionado que nos incumbe. Ni en el piso alto de la oficialidad. La cosa es allá abajo. El marinero dormido puede sobresaltarse por un tropel en el cielo raso. Unos golpes enérgicos le devolverán la paz.

Biblioteca Nacional de la República Argentina – Catálogo de la Muestra Sara Gallardo. La poética del espacio (2018). Clic en la imagen para ver o descargar.

La relación más íntima tiene lugar entre las ratas y los estibadores. En cuanto a gremios se refiere, si el de las ratas es el más fértil en hijos el de los estibadores lo es en huelgas, récord que sobrepasa la capacidad de estimación de nuestras mentes fatigadas. Y entre todos hay que destacar a los estibadores de Francia, que son argelinos los más y españoles los menos. Los de Italia también son dignos de renombre. Pero, amadores de la vida, se sosiegan con un reparto de doblones. Los de Francia prefieren los litigios.

Un día, pues, los estibadores de Marsella proclaman que no descargarán cierto barco argentino porque tiene demasiadas ratas. (Por un segundo, juguemos a la sustitución de papeles: somos estibadores, bajamos a la bodega, levantamos un bulto, una huida negruzca nos envuelve las piernas…) Bien. El jefe de cubierta es argentino y piola, cómo no. Se acerca al cabecilla del motín: «Tiene razón, amigo; es que, ¿sabe?, venimos del puerto de Skidda, que, como usted estará enterado, tiene más ratas que otra cosa». El amotinado parpadea. Es oriundo de Skidda, Argelia, y sabe que la verdad brilla, por así decir. El trabajo se hace.

Oh ratas. Algún día se revelará –quizás el día aquel del valle de Josafat y las trompetas– por qué son tan horribles para los humanos, qué papel tuvieron en el destino del mundo. Oh ratas. Un detalle, lectores sensibles: las que habitan en las cámaras frigoríficas se vuelven blancas como el hielo.

Navegación. Quiero saber una cosa: qué pasa con los peces verdes. Pero los marinos quieren saber otra: por qué los de tierra nos conocemos tan poco.

El problema es doble entonces. Por un lado, el mío. Durante veinte años recordé con deleite peces voladores de color verde claro y alas transparentes que se abrían en bandadas delante del barco. Ahora me encuentro con peces voladores plata-negro, mucho más chicos y escasos. Los marinos me miran con la compasión de los cuerdos. «La sardina voladora es así.» Nada más. Pero interrogo, ya en tierra, a otros viajeros de mis tiempos. Todos hablan de los peces verdes.

Que por qué lo conocemos tan poco. El dedo en la llaga fue mío. La llaga, en el corazón de la marina mercante. Periodista representante de la ignorancia general, un día hablé de almirantes como de sus jefes máximos, otro día llamé barcos de guerra a cargueros vecinos. «Somos civiles, señora. El ejército tiene sorbido el seso a todos en la Argentina.» Es verdad, pero hay que retrucar. «Disculpen. Pero como nosotros no usamos uniforme, galones ni grados, uno se confunde.» Alguien habla de los carteros y los guardas de tren, pero es una analogía poco gloriosa.

Y díganme, en serio. ¿Qué pasó con los peces verdes?

*De: Macaneos. Las columnas de Confirmado (1967-1972), compilado por Lucía De Leone, 2015).