Con el diario del martes

La escasez de vacunas pone en cuestión la eficacia de la famosa libertad liberal

Por José Fernández Vega

Joseph Stiglitz. Para producir más vacunas hay que suspender el derecho de propiedad.

La expresión «el diario del lunes» alude a las ventajas de hacer previsiones certeras sobre el futuro cuando ya es pasado. Cualquiera gana las apuestas futbolísticas del domingo cuando tiene a mano los resultados gracias a los titulares del día siguiente. Pero no habría que despreciar el diario del martes, que a veces permite imaginar el futuro en el presente. Sólo imaginar.

Al menos esa fue la impresión que dejó la lectura del diario madrileño El País del pasado martes 6 de abril, año II de la pandemia. El ejemplar virtual reunía firmas y títulos impactantes, todos provenientes de esa pseudociencia lúgubre llamada economía.

En una de las publicaciones, la firma del premio Nobel Joseph Stiglitz encabezaba una solicitada en la que se sostenía que ningún país se puede poner a salvo individualmente de la amenaza epidemiológica. La precipitada autocelebración estadounidense que pretende consagrar su «independencia» sanitaria antes de la señalada fecha patria del 4 de julio constituye una ilusión peligrosa, sostienen los firmantes. La economía nacional no resucitará gracias a la vacunación masiva si la del mundo circundante decae, advierte Stiglitz, alma pater del ministro Martín Guzmán.



Pero la afirmación más conmocionante de la solicitada es la que pone en cuestión el sacrosanto derecho de propiedad. Argumenta que para escalar la producción de vacunas habría que suspender ese derecho. Menos control sobre las regalías implicaría más producción de vacunas en más laboratorios. Un premio Nobel, ex Banco Mundial, se erige contra la propiedad privada porque ella implica un claro límite para el desarrollo humano, en este caso incluso para la mera supervivencia de la especie.

La solicitada la suscriben otros nombres rutilantes de la academia estadounidense, nada radicals, reunidos en la Comisión sobre Transformación Económica Mundial del Instituto de Nuevo Pensamiento Económico. Un motivo adicional del escrito es que el FMI debería aliviar la deuda de los países periféricos porque ahora tienen que endeudarse y gastar, y no pensar en devolver.

En otra nota del mismo diario se informa que Janet Yellen, secretaria del Tesoro de Estados Unidos (casada con un economista que compartió el Nobel con Stiglitz), propugna un impuesto de sociedades mínimo a escala global para las multinacionales. Se trata de aumentar «el tipo del impuesto de sociedades del 21% actual –antes de la reforma fiscal de Trump en 2017 estaba en el 35%– al 28%, fijando en el 21% el mínimo a abonar por parte de las empresas estadounidenses por sus ganancias en el extranjero».

Yellen elevó su propuesta al G20 y a la OCDE porque es evidente que sin una coordinación global los grandes conglomerados jamás tributarán en la medida de sus posibilidades. Tienen todo organizado para eludir y evadir en paraísos fiscales. Los números causan gracia porque el empresariado argentino exclama que una imposición del 35% es expropiatoria y ahuyenta inversiones, cuando era lo que pagaban las empresas de Estados Unidos antes de Trump.

Finalmente, la típica excentricidad francesa de los martes. El último gran best-seller de la economía, Thomas Piketty, anuncia su pasaje de la socialdemocracia neoliberal al socialismo tout court. Lo hace como adelanto de la traducción de su último libro, titulado sin reservas ¡Viva el socialismo! Para más inri, como dicen los españoles, fue publicado por Deusto, editorial de una universidad jesuita. El libro explica que la concentración económica, medida en un lapso histórico amplio, disminuyó. Pero la desigualdad siguió aumentando en detrimento de las capas más pobres. El socialismo se vuelve entonces indispensable.

Piketty evoca con nostalgia sus años juveniles de la década de 1990, cuando asistió a la decrepitud y derrumbe del entonces denominado «socialismo realmente existente». Se asume como un joven liberal de la época, muy abochornado por las mentiras soviéticas y feliz por la libertad conquistada en Europa Oriental. Pero las cosas cambiaron de manera drástica en las últimas décadas. La famosa libertad liberal trajo una enorme desigualdad y, con ella, menos libertad real. Hay gente a la que todavía hay que explicarle la razón por la cual ambos términos –libertad e igualdad– no pueden separarse más que analíticamente. Piketty no es parte de ese lote.

El capitalismo justifica la propiedad privada con el argumento de que estimula la ambición e incentiva la innovación y la creación de riqueza, cuyo impacto no es sólo individual sino social. Sin posesión y sin espíritu aventurero no habría incentivos para la investigación, ni para arriesgar inversión y derivar en el milagro de tener vacunas para un nuevo virus epidémico en menos de un año. El capitalismo es un humanismo, aunque se valga de la vía del egoísmo.

Es un punto discutible. La vacuna Sputnik V fue creada en un centro estatal (aparentemente ligado a Defensa, esto es a la guerra biológica, y financiado por un fondo también estatal). En la Argentina hay al menos tres líneas de investigación sobre vacunas, ninguna iniciada por el sector privado. Dos producciones locales se deben a la transferencia de tecnología de la Universidad de Oxford (a la firma AstraZeneca) o a la del Instituto Gamaleya (un proyecto para dentro de un año mediante un convenio con un laboratorio privado). La primera exige producir a precio de costo. Las vacunas chinas no buscan ganancias. Tampoco el proyecto de la cubana, si llega a funcionar.

Más allá de estas discusiones, la defensa de la propiedad está encontrando su límite en la producción de ese bien cuya existencia deberíamos agradecer a la ambición apropiatioria y al animal spirit de la competencia capitalista: la(s) vacuna(s) de origen privado. La realidad es que no hay bastantes dosis, ni se producen todo lo rápido que se podrían producir, mientras que el virus no espera y muta por todas partes, poniendo en cuestión la eficacia de las vacunas. En la distribución se generan conflictos geopolíticos incluso entre aliados históricos. La partícula conocida como SARS-CoV-2 está planteando preguntas fundamentales al capitalismo globalizado.

El Cohete a la Luna