El lugar de los sueños rotos

Por Fabiola Mancilla Castillo*

La fría brisa del mar del Pacífico nos anuncia que comenzó una de las temporadas más difíciles, por las bajas temperaturas, para los miles de migrantes que se hallan varados en Tijuana. Familias provenientes de Venezuela, Honduras, Haití, Colombia, El Salvador y Guatemala, así como de diversas regiones de México, esperan una oportunidad para cruzar hacia el país vecino. Las esperanzas casi se desvanecieron cuando el pasado 20 de diciembre el Tribunal Supremo de Estados Unidos postergó la finalización del Título 42, pues con este programa se deja fuera a cientos de migrantes que sueñan con una oportunidad para acogerse a la protección internacional de esta nación.

Muchos viajaron cientos de kilómetros en camión, tren o a pie. Todos persiguen un mismo objetivo: «cruzar a Estados Unidos». Al preguntarles cuánto están dispuestos a esperar, dicen que lo que se necesite.

Dentro del imaginario colectivo se piensa que llegando a tierras estadunidenses, la vida cambiará por arte de magia, sin embargo, no es así. Después de la primera mitad de 2022 infinidad de migrantes que se acogieron a la protección internacional fueron traslados en camiones de Texas a Nueva York. Esto en el contexto de las viejas rencillas políticas entre demócratas y republicanos. Por un lado, el gobierno de Texas, liderado por Greg Abbott, después de que el gobierno federal abriera las fronteras, mandó a más de 4 mil personas a Nueva York, pues ha dicho que se debe repartir la carga migratoria con el resto de los estados. Es bien sabido que Nueva York, Chicago y Los Ángeles han sido nombradas «ciudades santuario», es decir, lugares seguros para la población migrante indocumentada. Al principio de estos viajes, familias migrantes eran abandonadas en la terminal Port Authority, en Manhattan. Los que tenían algo de dinero o contaban con apoyo en Estados Unidos podían movilizarse a otros estados, el resto era canalizado a albergues.

Luego de una confrontación que se dio entre organizaciones locales y autoridades de Nueva York, la ciudad empezó a trazar rutas para recibir a esa población. La situación no mejoró y en los hoteles o lugares de acogida adaptados por la alcaldía se dieron escenarios de violencia e incluso en uno se registró el suicidio de una colombiana. Su familia refiere que Leydy cayó en depresión al ser separada de sus hijos y su esposo en la frontera y decidió quitarse la vida. Lograr el sueño americano es complicado se arriesga mucho, por lo que se espera ganar igual. Casi nadie cuenta lo que implica sobrevivir en una cultura distinta y donde somos una mercancía. No obstante, familias enteras esperan el tan anhelado cruce en las fronteras de México con Estados Unidos.

«Caminas por las calles de Tijuana y se respira desesperación, es como un purgatorio donde la gente espera una oportunidad para pasar», expresa un voluntario del albergue de La Luz. Los rostros de los migrantes reflejan muchas emociones; tristeza, desesperanza, nostalgia. Los domingos a las faldas del faro de Playas de Tijuana, organizaciones locales de ambos lados de la frontera realizan misas para pedir que quienes se hallan divididos por este muro pronto puedan rencontrase. Pasan sus dedos entre las rejas, pues es lo único que puede entrar en esos huecos, para hacer contacto con un ser amado. «Tan cerca, pero tan lejos, es como estamos las familias», expresa una mujer de El Salvador que asiste a misa todos los domingos esperando que un día pueda estar con su hermana al otro lado de la frontera.

Siempre hay dos lados de la historia, tal es el caso del albergue Espacio Migrante y su eslogan «resistir gozando»; el lugar ofrece programas para que la comunidad migrante tenga oportunidades educativas y laborales. Lo más importante es que están liderando la justicia lingüística en la ciudad, que con la llegada de la población haitiana en 2016 fue más que necesario. «Cuando acudíamos a Migración para revisar nuestros casos, ellos pensaban que hablábamos francés, pero nuestra lengua nativa es el creole. Ahí fue cuando me esforcé a aprender el español para saber qué me decían. Muchos se iban frustrados por no poder defender su caso», fue el testimonio Jessie: «llegamos aquí huyendo de la destrucción y la pobreza. Tijuana nos ha dado oportunidades, no sé qué sucederá con mi hermana y conmigo, pero lo que sí sé, es que deseo un mejor futuro para mí y mi pueblo». Cuando Jessie nos explicaba su historia, en el albergue se realizaban tres bodas y luego el sacerdote Fabián Arias nos explicó cómo esta simbólica acción ayuda a mantener unidas a las familias. «Este certificado les ayuda a identificarse como familia, dándoles razones a las autoridades migratorias para mantenerlos juntos».

Las historias en Tijuana parecen repetirse, familias huyendo de la violencia. Llegan a esta frontera donde los sueños y las esperanzas se juntan. Personas que su vida cambió en unas horas y que lo único que les queda es lo que llevan consigo. Mirar atrás profundizaría la tristeza, nos comenta Modesta, una maestra de la Montaña de Guerrero: «Si yo me quedaba un día más en mi estado me hubieran matado». Lo irónico es que muchas de estas situaciones las ha fomentado Estados Unidos, con sus estrategias intervencionistas como la de Venezuela y Cuba o la del financiamiento en México para la llamada guerra contra las drogas. Estas personas son los daños colaterales de las fallidas políticas.

Tijuana seguirá siendo lugar de sueños rotos, pues son el punto de quiebre para muchos que han dejado todo por llegar hasta ahí. Amigos, familia, una historia de vida que queda atrás, todo eso se desvanece. La apuesta es alta, es ganar todo o perder la vida en el intento. Las políticas inhumanas que son diseñadas desde un escritorio cuestan cientos de vidas, que generalmente son de las personas más vulnerables. Al final, se reportarán cifras, sin mencionar nombres, ni si fueron amados o si tenían familia. Mientras esto sucede las ciudades fronterizas seguirán coleccionando infinidad de sueños rotos.

*Integrante del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

La Jornada