El monstruo y la fiesta

Figura insoslayable de nuestra identidad nacional, Eva Perón vive. Es eterna. Lo creen con verdadera devoción multitudes populares. Otros muchos, en cambio, la evocan como parte amarga e inseparable de una negra tiranía.

Recién lanzado por Ediciones Ciccus, El monstruo y la fiesta repasa el origen de controversias que aún perduran. Un contrapunto clave entre la retórica pasional de la nombrada jefa espiritual de la Nación y las no menos ardorosas expresiones de políticos y personalidades culturales de una época más cercana de lo que creemos.

El autor, Daniel Víctor Sosa (1955), es periodista y hasta comienzos de 2022 se desempeñó en la Agencia Nacional de Noticias Télam como prosecretario de Redacción. Profesional con 45 años de actuación en los medios, formó parte en 1987 del grupo fundador del diario Página/12, donde dirigió la sección Economía hasta 1996. Actualmente integra la redacción del periódico Acción y dirige el sitio web sumeria.ar, dedicado a la literatura argentina y latinoamericana.

La epopeya y la retórica

Prólogo a El monstruo y la fiesta

Por Daniel Víctor Sosa

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares volcaron en el cuento «La fiesta del monstruo», escrito en noviembre de 1947 bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq, sus aprehensiones y prejuicios sobre el peronismo que avanzaba en el país convalidado por las elecciones del año anterior. El texto permaneció inédito hasta que apareció en el semanario Marcha de Montevideo, el 30 de septiembre de 1955, días después del golpe de la Revolución Libertadora. Declaraba entonces el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal:

Hace ocho años que La fiesta del monstruo circulaba subrepticiamente en la Argentina, como uno de los exponentes (tal vez el más grave, el más trágico en su burla) de esa literatura de la resistencia que inevitablemente tenía que engendrar el peronismo en su histeria nacionalista, en su calculada exaltación de los valores más despreciables del hombre.

Más allá de la polémica en torno de esas afirmaciones, los lectores argentinos solo pudieron acceder al relato de modo abierto en abril de 1967, cuando se publicó en la revista Adán la parodia sobre una imaginaria turba peronista de marginales y/o criminales movilizados hacia Plaza de Mayo, orgullosos de un nacionalismo elemental y primitivo devenido por último en violencia antisemita. En esta reescritura antiperonista de El Matadero, de Esteban Echeverría, la víctima es un estudiante judío que se niega a saludar a la foto del Monstruo.

Dejando de lado la discriminación explícita del relato y su sustrato clasista, Borges y Bioy Casares tuvieron en esa obra el acierto de sintetizar la atmósfera del momento histórico en los dos términos del título de su cuento.

Lo que para muchos fue «La fiesta» de reconocimiento de derechos, acceso al consumo reivindicación de sectores populares hasta entonces relegados, para otros tantos resultó la incómoda, sufriente presencia de «El monstruo» (y de su principal defensora y difusora, Eva), asimilado a una bestia nazi en una creciente espiral de demagogia y recorte de libertades.

Tanto el peronismo, como su réplica opuesta, el antiperonismo fueron —especialmente desde sus orígenes hasta el período inmediatamente posterior al derrocamiento de su líder— una epopeya rica en recursos retóricos. Las antagónicas exuberancias, verbales y textuales fueron tantas como las exposiciones de vehemencia de ambos bandos. Los múltiples vituperios y reprobaciones mutuas en diarios, revistas y en actos públicos (la radio y los noticieros cinematográficos quedaron reservados, durante 1943-55, a la difusión oficialista) se nutrieron de un variado arsenal estilístico para interpretar en un sentido u otro el cambio de época que se presenciaba.

Enunciaciones potentes y contrapuestas acompañaron las acciones políticas y sociales impulsadas por un conductor excepcional y justificadas con ardor por su compañera de vida y de proyecto político. Eva Duarte ocupó un espacio central en esa escena, al calor de un ímpetu y una elocuencia desacostumbrada y, sin duda, agigantada por un aparato propagandístico que la iluminó durante el período relativamente breve de su actuación política. Los relevamientos realizados contabilizan 634 discursos. El primero, el 27 de febrero de 1946, en un acto organizado para agradecer a las mujeres su apoyo a la candidatura de la fórmula Perón-Quijano. Hasta su última aparición pública, el 1° de mayo de 1952, frente a una multitud en Plaza de Mayo.

Hace ya setenta años desde aquel 26 de julio en que la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia cumplió «el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, jefa espiritual de la Nación». Relataba entonces el locutor del noticiero cinematográfico: «Las calles, que asistieron tantas veces al paso triunfal de la compañera Evita, subrayaron con un silencio impresionante el dolor de la Patria por la pérdida de su hija más querida». Más de 2 millones, se dijo, asistieron a la despedida de la «santa de Los Toldos».

Su memoria, como arquetipo de la mística del movimiento justicialista, aún hoy es venerada por muchos. Otros, en cambio, ratifican imprecaciones e insultos a su figura y la maldicen sin medida, al situarla como corresponsable de la supuesta característica patológica de la experiencia peronista originaria.

Lo indudable, al margen del compromiso de María Eva con los humildes (que aún muchos ponen en duda), es su contundente aparición como comunicadora. Un rol desempeñado, sin duda, gracias a su experiencia de actriz, junto al despliegue de un conjunto de figuras discursivas, recursos léxicos y sintácticos, así como tonos exaltados y hasta dramáticos (melodramáticos, dirán algunos).

Con expresiones directas o metafóricas, y mediante el frecuente uso de hipérboles (exageraciones con fines expresivos), la vocera principal del peronismo logró una transmisión eficaz a la vez que perfeccionó un cautivador instrumento de seducción y hasta de embeleso de masas. Por cierto, siempre subordinada al mensaje del líder, con el cual se potenciaba y retroalimentaba.

Pero así como la mayoría social emergente se dotaba de su propio corpus teórico-místico-comunicacional, y generaba nuevos referentes en los terrenos económico y político, también se abría un amplio espacio de rechazo en distintos sectores. Mayormente de los grupos de poder locales y externos, que perdían parte de su influencia, mientras se favorecía a actores hasta entonces subordinados.

Se plantaron igualmente en la oposición numerosos integrantes de capas medias y bajas de la sociedad (del centro a la izquierda del espectro político). Razones para ello, además de las de carácter ideológico, tuvieron quienes sufrieron, de forma directa o indirecta, atropellos represivos, cárcel y persecuciones de distinto orden que llevaron a algunos dirigentes a optar por el exilio.

Los «contreras», como se los denominó de forma despectiva (el término «gorila» se difunde recién durante 1955), generaron un cuerpo léxico propio para desplegar sus hipérboles de repudio. En ese curso se apropiaron de interpretaciones previas, vinculadas a la neutralidad del gobierno surgido en 1943 frente a la Segunda Guerra, mantenidas casi hasta la finalización del conflicto. Esa supuesta muestra de simpatía nazi del régimen local fue el eje del Libro Azul que hizo publicar el embajador de EE. UU., Spruille Braden, días antes de los comicios de 1946.

Este libro supone en el/la lector/a un conocimiento más o menos amplio de los hechos importantes ocurridos en la Argentina durante ese período (1943-58). En ese entendimiento, la sintética muestra de expresiones antitéticas que se incluyen solo aspira al recuerdo comprensivo de aquellos cruces.

Con el propósito de que puedan releerse hoy como algo más que un abanico de emocionalidades encontradas.

Las páginas que siguen pretenden ser consideradas como un viaje a ese convulso pasado, a efectos de volver a oír las voces de algunos de sus protagonistas principales. En ese teatro de operaciones discursivas se encontrarán algunas de las razones y sinrazones, pasiones y animadversiones originales, casi sin filtros.

Nuestro interés es que se oiga con preferencia la voz de la (autodenominada) «guardiana de la revolución», tanto en sus textos y discursos clásicos como en artículos menos difundidos en los que se despliega la riqueza de un estilo que demostró ser altamente eficaz. Lo prueban multitudes fascinadas por su voz.

No se nos oculta, desde luego, que es imposible tomar esas piezas aisladas de los canales de conexión con la obra y la palabra (tanto o más poderosa) del conductor del movimiento.

Del otro lado, son identificables las expresiones de dirigentes políticos que conformaron la Unión Democrática (derrotada en las elecciones de 1946) y escritores como Ernesto Sábato, Manuel Mujica Láinez, Julio Cortázar, Ezequiel Martínez Estrada, Victoria Ocampo, Raúl González Tuñón, Borges y Bioy, entre otros.

Algunos recortes del diario La Prensa en pleno apogeo de la «Revolución Libertadora» nos parecieron pertinentes para transmitir la atmósfera que respiraba un sector minúsculo, pero poderoso de la sociedad.

No pudimos evitar, por otra parte, echar mano de poetas de entusiasta lealtad al coronel desde la primera hora. Y encontramos, para intentar cierto equilibrio, algunas piezas en prosa y verso que exhiben la contracara de aquellas fervorosas adhesiones.

Esta no es una obra de historia, pese a su anclaje en episodios de la realidad nacional. Dicho lo cual, cabe aclarar que las menciones incluidas respetan en su casi totalidad la literalidad de las expresiones, tal como fueron formuladas. Aunque entendemos que los recortes y reubicaciones practicados producen desplazamientos de sentidos.

Invitamos a evocar aquellos tiempos con la ayuda de elementos fidedignos, en un texto que puede ser abordado, por momentos, como puramente ficcional. Con sus leyendas negras, ogros y heroínas, patetismos y discursos «demagógico populistas», profusión de maniqueísmos de panegiristas y detractores.

Invierno, 2022
Buenos Aires

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