Foto en Olivos: Respuestas políticas a un problema político

Por Edgardo Mocca

La derecha encontró por fin un sentido para su campaña electoral, hasta hoy pobre deshilachada. Signada más por sus peleas internas que por la construcción de una alternativa política. La escena de la fiesta de cumpleaños no es el testimonio de un «acto privado»; pensar que lo fue presupondría, entre otras cosas, ignorar el DNU presidencial que prohibía tal tipo de reuniones y regía el día en que tuvo lugar la fiesta.

La fiesta de la fotografía es un hecho político. Como tal hay que pensarlo para actuar políticamente. Se podrá decir que no es el único desliz ni el único error político cometido por el gobierno y también que otros gobiernos han cometido hechos de consecuencias mucho más gravosa para los intereses de la patria y de sus habitantes: el hundimiento del ARA San Juan parece claramente uno de los más graves, entre los muchos cometidos por la derecha recientemente en el gobierno; y el endeudamiento criminal es, indudablemente, otro. Pero el episodio actual toca el nervio central de las debilidades políticas, en el país y en el mundo: la presunción de que política equivale a privilegio. Ese es el centro neurálgico del discurso antipolítico cualunquista. «Son todos iguales, dicen que la ideología es distinta, pero todos aprovechan los puestos para beneficiarse a sí mismos». Es decir, la política es una mascarada, una simulación, para engañar desprevenidos.

No hay otra solución para un problema político que la búsqueda de una respuesta política. Ahora bien, esa respuesta no debería admitir la igualación hacia abajo. Es decir, que se desarrolle una cadena de agravios y ataques histéricos mutuos que tendría el mayor de los costos políticos: el de reactivar la indiferencia política masiva, la reedición de aquellas tristemente célebres elecciones legislativas de 2001. En rigor, nunca hay algo así como una «reedición», pero la referencia viene a cuenta de aquella explosión social que encontró al sistema político como culpable y chivo expiatorio del derrumbe que la política permitió, pero que se forjó -como tantos desastres nacionales- en oficinas de potencias extranjeras y corporaciones económicas súper poderosas.

Hoy nuevamente hay millones de argentinos y argentinas que la están pasando muy mal. Es cierto que la combinación entre las políticas macristas y la emergencia de la pandemia explican gran parte de la magnitud del problema. Pero la explicación no soluciona el problema. Y la maquinaria mediática colonialista construye sistemáticamente una mirada descalificadora, que no se limita a atacar al gobierno -lo que hace sistemáticamente- sino que se proyecta contra la política en tanto tal. Es obvio que hoy la defensa de Macri y su pandilla no es una baraja ganadora. Y empieza a quedar claro que el cambio de guardia en el elenco de la coalición opositora no genera mayor expectativa fuera del reducto de la derecha. Que la derecha va a hacer ruido no hay duda. Otra cosa es que pueda capitalizar ese ruido en una ampliación de su propio campo. ¿Cómo se hace para prometer que la solución del agravado problema social va a venir de la mano de los mismos que lo generaron? Imposible no es nada, pero lo que viene, muy probablemente, es el intento de deslegitimar a la política en su conjunto, que es el modo de fortalecer las chances de reaparición triunfante -de la mano de cualquier «político»- de los tecnócratas fundamentalistas del libre mercado y su prédica de siempre, que dice que «la culpa la tiene la política». Y detrás de esa portada viene todo lo demás: las desregulaciones, el achicamiento del estado, las reformas fiscales, laborales y jubilatorias que despejan la hojarasca que complica los «negocios».

Por supuesto que el momento no es apocalíptico. No estamos en la primavera-verano de 2001. Pero hay, digamos, material inflamable: muchas privaciones materiales, mucho dolor social en medio de la pandemia, mucha agresividad de las fuerzas más oscuras y antidemocráticas de la sociedad y la política argentina.

Si el problema es político debe ser encarado políticamente. Y probablemente con niveles de audacia transformadora mayores que en estos casi dos años. Como ejemplo, la negociación con el FMI tiene que retomar los postulados centrales del discurso del presidente Fernández del último 1ero de marzo. En términos de la complicación del organismo de crédito en esa estafa masiva que fue el endeudamiento de los últimos dos años de gobierno. En términos también de que es una deuda impagable y el intento de pagarla acentuaría la gravedad de la actual situación social.

Es necesario y urgente acentuar la diferenciación, cuando lo que quiere el poder real es construir la imagen de la completa igualdad de la «clase política». Y, como parte de esa respuesta política, hay que abandonar la ilusión de la posibilidad de tranquilizar a las fieras desestabilizadoras con dosis de diálogo y reconciliaciones: no hay caso en la historia de los gobiernos populares que en el mundo han sido en que eso se haya conseguido. «Usted es parte del problema», fue la célebre frase de Magnetto, frente a un presidente legítimo de la democracia que le pedía colaboración para poder pacificar el país y llegar al fin del mandato previsto por la constitución nacional.

La verdadera campaña electoral de los partidarios del gobierno no está en los compromisos sino en los hechos. En la capacidad de controlar el inaudito aumento de precios que son manipulados por las grandes corporaciones que los forman merced a su situación monopólica. En la voluntad de mejorar los ingresos populares sin atender a la lógica de los cultores del «equilibrio fiscal», cuyas experiencias de gobiernos terminan no solo en el hambre y la desocupación de masas de personas, sino en la catástrofe de sus números fiscales, como ocurrió con el gobierno políticamente derrotado en 2019. No son pocos los que piensan que ese camino debió ponerse en marcha, desde el día mismo de su asunción. Pero no se hizo y acaso deba encararse ahora.

A los enojados de buena fe por el episodio del cumpleaños el presidente ya les pidió perdón. Borges decía que el cristianismo es una doctrina del perdón que puede borrar el pasado. Pero en la práctica política no se puede dar lo hecho por no hecho. Por eso lo único que se puede modificar es el presente y el futuro. Y esto no se circunscribe a una cuestión electoral, que de por sí es muy importante políticamente. Presupone retomar y poner en un nivel más alto la promesa de hace tres años en términos de soberanía política, independencia económica y justicia social.

El Destape