Hace 47 años era abatido Mario Roberto Santucho, líder del PRT-ERP
Por María Seoane
El desenlace
Buenos Aires, 19 de julio de 1976
Un coche sin patente se detiene a las puertas del edificio de trece pisos de la calle Venezuela 3149 de Villa Martelli, un barrio tranquilo de la zona norte del Gran Buenos Aires, a pocos metros de la intersección de la ruta Panamericana con Avenida General Paz. Cuatro hombres armados con ametralladoras descienden del coche, mirando en múltiples direcciones. ¿Esperan un ataque? Uno de ellos, de aproximadamente treinta años, toca el timbre en portería y aguarda unos minutos. Se escuchan sólo algunas bocinas lejanas, que alteran la siesta del barrio. Son las catorce y treinta de un lunes nublado y frío. El portero, desperezándose aún, mira la credencial que extiende el hombre joven, vestido con un pantalón de jean, pullover y borceguíes marrones: capitán Juan Carlos Leonetti, jefe del grupo. Hablan de la familia «Munich» del cuarto piso «B». El encargado del edificio encrespa sus gestos: está nervioso. Entra en su departamento, vuelve a salir y acompaña al capitán y a dos más hacia las escaleras. El cuarto hombre se dirige al coche estacionado y se comunica por radio. La sintonía es estridente: pide que le envíen refuerzos; luego, dispersa con su ametralladora a un grupo de chicos que comienzan un partido de fútbol en el baldío que linda con el edificio.
En minutos más habrá camiones del Ejército cortando los accesos de salida por la estratégica ruta Panamericana. Dentro del departamento «B», un hombre de unos cuarenta años, con pelo rizado renegrido, piel aceite ladrillo y perfil de águila, acomoda los papeles que esa noche llevará a su exilio. Un pasaporte a nombre de «Raúl Garzón» y pocos efectos personales. Lo acompaña un hombre algo más joven, castaño, de frente ancha, al que parece darle indicaciones. En la habitación contigua hay dos mujeres con un chico de apenas dos años. En el pasillo del cuarto piso el capitán se parapeta detrás del portero que aprieta el timbre, mientras los otros toman posiciones en los laterales. Una mujer pregunta quién es. «Soy Daniel, el encargado», se escucha con tonada cordobesa. La mujer de ojos celestes entorna la puerta. El portero corre hacia las escaleras, el capitán empuja con su ametralladora: «¡Ríndanse, hijos de puta!». La mujer grita: «¡El Ejército!» y traba la puerta. El hombre con perfil de águila, en carrera hacia el balcón, manotea su pistola y dispara mientras intenta una fuga imposible: la ventana está enrejada. Los militares astillan la puerta e invaden el espacio interior rodeados de balas. Uno de los atacados grita: «¡Viva el ERP!» y dispara sobre el capitán que cae como un fardo sobre los pies de los otros hombres que siguen tirando a matar. En el cuarto vecino se escucha el llanto de un chico. ¿Quince minutos, veinte minutos de metralla y gritos? El olor rancio de la pólvora. Luego, el inventario del combate: en el suelo yacen tres hombres. Las mujeres, una embarazada, y el pequeño son arrastrados por las escaleras. Los otros militares levantan el cuerpo gimiente del capitán, y rompen lo que encuentran a su paso. Revisan mesas, placares, depósitos de agua, pisos, techos, con una obstinación similar a la de una escuadrilla de demolición. Embolsan documentos y papeles, información, el botín más preciado. Después seguirán con armas, dólares, aparatos electrónicos y ropas. Se escuchan sirenas de coches policiales y el pesado paso de borceguíes en todo el edificio. Los que se atreven entornan las puertas de sus casas. Otros bajan sus persianas. Un camión del Ejército Argentino carga dos cuerpos inmóviles y a las prisioneras. Una ambulancia se pierde a toda velocidad por la ruta con el capitán agonizante, que no llegará vivo al hospital.
Comienza la rutina de cercar el edificio y de prohibir la entrada y salida de gente. La requisa es casa por casa. Los vecinos son interrogados. Aún no entienden qué sucede. Lo imaginan, pero no preguntan. Muchos de ellos creerán haber escuchado, después, una salva de veintiún cañonazos en el cercano regimiento de Artillería 121. Se preguntarán: ¿Un festejo por la captura del enemigo público número uno? ¿Un homenaje al capitán caído en el cumplimiento de su deber? Son las catorce y cincuenta y cinco y Villa Martelli ya no dormirá por varios días. Horas después, suena el teléfono de la portería. Un periodista quiere confirmar, dice, la noticia más importante después del golpe militar del 24 de marzo. El cordobés es reticente, pero el periodista suplica. Una pista, sólo una pequeña pista. No. Deberá buscar otras fuentes. A pesar de la censura de prensa, la noticia se filtra en la edición vespertina del diario Última Hora, secuestrada inmediatamente por el gobierno del general Jorge Rafael Videla y detenido su director, Luis María Albamonte, más conocido como Américo Barrios. Sin embargo, en la mañana del 20 de julio Última Hora se adelanta al parte oficial en la primera plana: «Extremistas ultimaron a capitán de Ejército». Y en letras catástrofe: «Mataron a Santucho». El Cronista Comercial, en cambio, prefiere titular: «El presidente de los EE.UU., Gerald Ford, manifestó su fe en la Argentina» y «Día de euforia para la Bolsa y los negocios». Recién a las once y treinta el comando en jefe del Ejército admite la identidad de uno de los muertos en el comunicado 201/76, explicando, de paso, el origen del operativo: «Por informes de un vecino se ordenó allanar la finca … generándose un enfrentamiento en el que murieron varios delincuentes subversivos. Uno de ellos fue identificado como Mario Roberto Santucho (alias Comandante Carlos, Robi, etc.), jefe del autodenominado Partido Revolucionario de los Trabajadores y ‘comandante’ del Ejército Revolucionario del Pueblo». Horas más tarde, confirma la muerte de Benito José Urteaga, «alias Mariano». La información llega a The New York Times en la misma noche del 19 de julio. En su edición matutina del día 20, se lee el parte del corresponsal Juan de Onis en la página dos: «Rebel Chief Reported Slain: Roberto Santucho, uno de los más buscados guerrilleros de izquierda de la Argentina, fue muerto hoy en un enfrentamiento con soldados, indicaron fuentes policiales. El señor Santucho fue el líder del marxista Ejército Revolucionario del Pueblo, la guerrilla responsable de un récord de secuestros, asesinatos y robos desde fines de la década del ’60».
El 21 de julio la prensa nacional e internacional abunda en detalles sobre el último combate de Santucho. El Cronista Comercial comparte el optimismo militar: «En este mes de la Independencia Nacional, el desafio que la guerrilla lanzó al rostro de la Nación y de sus Fuerzas Armadas tuvo un vuelco decisivo.
Descubiertos, en las provincias de Buenos Aires y de Córdoba, los principales centros de propaganda de la organización proscrita en 1973, eliminados sus jefes más eminentes – Santucho, Urteaga, Domingo Menna, Enrique Haroldo Gorriarán Merlo- las armas de la República clausuran una etapa regada con sangre, sudor y lágrimas … En rigor de verdad, debe señalarse, sin necesidad de adjetivación alguna, que a partir del 24 de marzo la acción antisubversiva adquirió un sesgo realmente efectivo. Reconstituidos, a grandes rasgos, los poderes esenciales del Estado, centralizado su liderazgo, eliminados los factores de corrupción que lo desquiciaban, lanzado el plan económico, el combate antiextremista pudo encauzarse con plenitud. Caben pocas dudas de que el país, obtenida esta victoria de singular importancia política y militar se encauzará, como lo pronunció el teniente general Videla, por el sendero de la democracia, la justicia y la libertad. Aun cuando el trecho a recorrer está sembrado de dificultades, de sacrificios, y exija el tributo de vidas como la del capitán Juan Carlos Leonetti». El vespertino La Razón sostiene que el operativo se preparó minuciosamente desde el mediodía del 19 de julio y que el ataque comenzó a las catorce y treinta. El Liberal de Santiago del Estero dice: «Con la muerte de Mario Roberto Santucho, y de sus tres lugartenientes, abatidos en un enfrentamiento con las fuerzas militares y policiales, llega a su ocaso una de las organizaciones sediciosas más activas de América Latina». La Nación, en cambio, desarrolla la historia pública de ambos guerrilleros y del capitán muerto y especula con el fin de Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, y de la esposa de Santucho, Liliana Delfina, a quien apodaban «la alemana».
En Brasil, el vespertino O Globo pontifica: «Finalmente la Argentina vencerá al terror y asegurada la paz recuperará el alto nivel de civilización de la cual se enorgullecen sus hijos». En La Habana, el Granma, diario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), reproduce un escueto cable de su agencia Prensa Latina. Una nota de la redacción se refiere a Santucho como un «líder revolucionario» o «un jefe insurrecto» al recordar su historia pública. En Lima, una foto epígrafe del tradicional diario El Comercio dice: «Fin de Santucho sacude a la Argentina». La República de Costa Rica titula «Resonante victoria contra el terrorismo argentino», y agrega como epígrafe de una foto del guerrillero: «Desde hacía tres años era el hombre más buscado del país a partir de que el ERP fuera puesto fuera de la ley». El influyente Excélsior de México considera la noticia como la más importante de su página internacional. Su corresponsal en Buenos Aires, Flavio Tavares, vaticina: «La muerte de Santucho -que todos los indicios parecen confirmar- significa de hecho el fin de las acciones guerrilleras de la ultraizquierda neotrotskista».
En Roma, La Repubblica encarga el análisis a su columnista Saverio Tutino: «Santucho ucciso in Argentina: E’ il colpo piú duro inferto dai militari alla guerriglia. De los tres jefes históricos de la izquierda revolucionaria que se habían unido en una especie de junta supranacional, para seguir una indicación típica de Ernesto Che Guevara, dos murieron en combate, y sólo uno, Raúl Sendic, que yace medio loco en el foso de una prisión en Uruguay, está vivo. Miguel Enríquez, jefe del MIR, fue muerto en Chile en el 74. Ayer le tocó el turno a Santucho. De los tres, Santucho (40 años, de familia patriarcal y acomodada) era el más inclinado a la acción, el organizador más capaz. De profesión contador había transferido a la lucha política la puntualidad y la precisión de quien conoce el valor del cálculo, la importancia de medir la correlación de fuerzas». Andrew Tarnowski, corresponsal del The London Times en Buenos Aires, define a Santucho como un líder legendario: ‘»Most wanted’ Argentine guerrilla leader killed in army’s biggest success against rebels», titulan en Londres, y califican al ERP como la guerrilla «estilo Robín Hood más organizada, disciplinada y con mayor poder de fuego». El monárquico ABC de Madrid opina: «El jefe supremo de todas las organizaciones armadas de Iberoamérica, Mario Roberto Santucho, considerado como el sucesor del Che, fue abatido en un enfrentamiento con la policía».
Para Philippe Labreveux de Le Monde: «Santucho comenzaba (después del golpe militar de 1976) a organizar un ‘repliegue táctico’ a fin de reorganizar su pequeño ejército … «. Una foto de archivo de Santucho, tomada en una conferencia de prensa de 1973, acompaña la nota de la página diez del diario local de Lausana (a 70 kilómetros de Ginebra) Tribune Le Matin: «La guérrilla argentine serait decapitée. Coup Fatal?», titula. «La policía argentina espera que la muerte de Santucho y de su lugarteniente siembre en el seno del ERP un desorden y una desesperación tan grandes como las que provocó en Tupamaros la captura de Raúl Sendic en Uruguay en 1972. Algunos no dudan, inclusive, en comparar la muerte de Santucho con la del Che Guevara.» También el Neue Zürcher Zeitung de Zurich se suma a los comentarios de la prensa mundial: «Argentinischer Guerrillaführer erschossen».
El 22 de julio en Buenos Aires, luego de describir el combate y dar una extensa biografia del capitán «muerto por la Patria», la revista Gente recoge las opiniones de fuentes militares e imprime una sobreportada de emergencia para su número 574 con una foto del líder del ERP. En sus páginas interiores hay un editorial anónimo: «La muerte, sólo la muerte … prácticamente solo. Sin la estridencia de los operativos traicioneros y las declaraciones ideológicas. Así, solo. Sin nada más que unos pocos hombres, y las armas compradas con dólares de secuestros y robos, muere Santucho, quien fuera uno de los símbolos de la guerrilla argentina». El mismo día, La Opinión especula sobre cómo se detectó tan importante refugio guerrillero: 1) se trató de un operativo minuciosamente planeado, sobre la base de una previa y precisa localización del área; 2) la información provino de los empleados de una escribanía; 3) se originó en un vecino del edificio; 4) la información decisiva surgió de procedimientos anteriores. Y agrega: «La demora en la identificación del cadáver fue porque Santucho tenía cirugía plástica». La Razón concluye: «El Ejército ha comunicado que los cuerpos tendrán cristiana sepultura».
El diario de la colectividad inglesa Buenos Aires Herald prefiere definir al guerrillero: «Santucho is dead… Fue la más importante figura del terrorismo latinoamericano después de Ernesto Che Guevara. Entrenado en Cuba y educado en Harvard, Santucho, a diferencia de Guevara, eligió pelear por la revolución comunista en su propia casa… «. Pasarán varios días hasta que los periódicos de la izquierda, en su mayoría prohibidos, se refieran a los hechos. Lo cierto es que, luego de una semana, la noticia desaparece de la prensa. Y el silencio cubre el destino y la identidad de los prisioneros, y de los cadáveres.
(Fuente: Todo o nada, La historia secreta y la historia pública de Mario Roberto Santucho, el jefe guerrillero de los años 70, 2012).