La barbarie vive en Capital

El macrismo, versión halcón o paloma, no es más que un Milei que no salió del armario

Por Bárbara Orbuch*

Lunes, 8 AM. Semana previa a las elecciones legislativas. Subo a la línea 90,y detrás mío sube un hombre negro, africano, condición de migrante. No tiene la tarjeta Sube cargada, inmediatamente saco dos pasajes con la mía. El chofer de colectivo,con anteojos negros, se interpone, estilo castrense, le grita, lo insulta, lo estigmatiza y lo discrimina. «Que se baje y pague» exclama furioso. Inhabilita la máquina de cobrar boletos. ¡Para él no!Te equivocaste de ocupación, deberías ser policía, le digo. Estaba fuera de sí, le salía espuma de la boca. Gritaba como si lo hubieran robado, ultrajado. «Esto es discriminación, te voy a denunciar en el Inadi«, digo yo. El lo expulsa y lo obliga a bajar. Nadie dice nada, excepto mi compañera de asiento, la única que se solidariza. «Yo también fui inmigrante. Se lo duro que es. Qué nos cuesta ser solidarios«, se pregunta. Comenzamos a dialogar sobre lo sucedido, con gran indignación. Desde atrás se acerca presurosa e intenta atropellarme una señora mayor, desafiante, me enfrenta, agresiva y también gritando mientras me increpa: «¡Usted no lo puede dejar pasar, no puede hacer eso!» «¿Por qué, quien es usted?» Se presenta como alguien que trabaja en la comisión de transporte: «¡Usted no puede pagarle. No puede dejarlo pasar!«. «¿Sabe que la Sube es un DNI?«. «¿No me diga?» La identidad era la cuestión. El racismo, el tema. Enarbolada en su apoyo férreo al chofer, orgullosa en su determinación de haber impedido que este hombre subiera al colectivo donde íbamos todos.

Ninguna metáfora: la exclusión , la xenofobia, el racismo y la discriminación en un pasaje de la realidad cotidiana.

Días atrás, le había pagado el boleto a un hombre blanco en otra línea. Nadie me lo impidió. Nadie lo cuestionó. No era pobre, no era migrante ni negro. Era un pobre viejito que se merecía todo tipo de consideración y ayuda.

Pinceladas de la ciudad de Buenos Aires. Prolegómeno de unas elecciones de medio término, que viraron a la ultraderecha. Hoy un conglomerado de squadrittis que se reúnen en las comisarías y toman cafecitos con Rodríguez Larreta.

Así lo reflejan los resultados: los votantes citadinos de la ilustrada urbe, con los niveles educativos más elevados, los ciudadanos que se jactan de su cultura, se engullieron los postulados de Milei con gusto, eructando su delirio megalómano de la «superioridad estética».

Hoy la ciudad de Buenos Aires tiene su corazoncito en la aporofobia, la caquita de los perros y el anhelo de bitcoins.

Pero la realidad es otra: Falta de vacantes escolares, problemas habitacionales siderales y ninguna preocupación por la cosa pública.

Ajuste furioso en salud y educación. Marketing de mentiras flagrantes y negocios inmobiliarios. La legislatura es una escribanía de la corrupción de los privados.

No hay debates ni disensos. Funciona como un revival mussoliniano que va ganando las mentes de los «educados» de la Capital.

Unos verdaderos representantes de la barbarie si escuchamos sus postulados y los enunciados de su hegemonía.

Milei, es un portavoz de lo que los macristas sostienen y ejecutan en sus políticas, o sea, la mano funcional que redobla la apuesta de la derecha. Una colectora que termina en la misma ruta.

No hay que subestimar ni minimizar sus violencias, las derechas avanzan y se expanden miserablemente.

Inclusive podría ser probable que Milei le dicte a la oxidada estirpe macrista lo que se debe hacer en un futuro, ya que representa más cabalmente la derecha neofascista. El macrismo, versión halcón o paloma, no es más que un Milei que no salió del armario.

Es el atropello de la ultraderecha conservadora, disfrazada de novedad, mezcla del hedor rancio de Cecilia Pando, la melancolía del Sr. Galíndez y la celebración profana del cavallismo en partes iguales, con ideas salpicadas del anarcocapitalismo.

La ciudad no es civilizada. La barbarie vive en la capital.

La identificación con quien grita «¡Zurdos de mierda!» o con quien expulsa de un colectivo a un migrante como el policía-chofer de la línea 90. Qué otra cosa que un portavoz de lo que no se animan a decir en el macrismo, son los paradójicamente denominados «libertarios».

¿Acaso el ex asesor de Bussi con estética de rockstar desquiciado, no tiene el mismo proyecto político? La despolitización, el enaltecimiento ciego del mercado y la supresión de los derechos laborales. No es casualidad que la franja etaria sea la juventud capitalina desideologizada, de los colegios privados y las prepagas, refractaria a toda idea de colectivo y de movilización política. Es junto con el macrismo, el triunfo del ideario de la deuda neoliberal en la subjetividad misma. La privatización de la vida. El individualismo del sálvese quien pueda, característico de esta fase regresiva y recalcitrante del capitalismo tardío, en su fase más autoritaria y reactiva.

No naturalicemos los discursos intolerantes y reaccionarios de las derechas, especialmente en las diferentes estrategias de los intereses foráneos en América Latina. Se van institucionalizando progresivamente, ahora montados en conductas buitres por sobre la melancolización de los pueblos. Disfrazados de libertad y vaciando su inconmensurable significado: El huevo de la serpiente.

No nos olvidemos que el PRO comenzó su gestión en un mismo punto, con la UCEP, un organismo estatal de prácticas ilegales, que actuaba de madrugada y donde el prófugo Pepín Rodríguez Simón trabajaba ad-honorem; un escuadrón financiado por su gestión, que golpeaba y amedrentaba indigentes.

Las ciudades que se precien, hacen gala de este neofascismo como el útlimo grito de la moda, junto con el negacionismo de la pandemia y el ataque al estado como regulador social.

Seamos responsables en visualizar la morfología del mal y en dimensionar sus avances.

No es civilización, es barbarie.

*Psicoanalista. Lic.en Psicología (Universidad de Buenos Aires) y UNED (España). Docente y Asesora Pedagógica en el Nivel Medio. orbuchbarbara@gmail.com

Noviembre 2021