La enfermedad infantil del izquierdismo

Notas introductorias a «La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo»

Por Atilio Borón

(Prólogo al volumen La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, de V.I. Lenin, reditado por la editorial Txalaparta, a propósito del centenario de su aparición)

El contexto inmediato

Lenin escribió este interesantísimo ensayo durante el mes de abril de 1920, en vísperas del Segundo Congreso de la Internacional Comunista (Komintern), cuando Rusia se hallaba en las postrimerías de la cruenta guerra civil que las fuerzas contrarrevolucionarias habían iniciado pocos meses después del triunfo de la Revolución, y que finalmente concluiría con la victoria del Ejército Rojo. Dirigido al Congreso –que tuvo lugar entre el 19 de julio y el 7 de agosto de aquel año–, el texto se convirtió en la guía ideológica del ascendente movimiento comunista internacional. Fue precisamente en dicho congreso donde Lenin propuso (e impuso) las estrictas «21 condiciones» que debían cumplir las fuerzas políticas revolucionarias que aspiraban a integrarse a la Tercera Internacional y llevar a buen término sus proyectos revolucionarios tras la estela abierta por la Revolución Rusa. Condiciones que, vale recordarlo, quedaron formalmente establecidas en los Estatutos de la Internacional Comunista pese a que suscitaron ásperos debates dentro y fuera de Rusia pues proponían, en la práctica, la «bolchevización» de los partidos socialdemócratas y obreros que integraban o deseaban incorporarse a la Komintern, estableciendo las directivas generales y las tesis sobre las estrategias y tácticas a las cuales debían ceñirse todos los partidos que constituían el ejército del proletariado mundial. Para algunos protagonistas de la época y numerosos comentaristas dichas imposiciones significaban, en términos prácticos, la creación de una suerte de «Vaticano» comunista desde el cual se decidirían las estrategias y tácticas de lucha de los distintos «destacamentos nacionales» del movimiento comunista en función de los grandes parámetros establecidos en el marco internacional y que debían prevalecer por encima de consideraciones nacionales. Esto significaba, a su vez, la subordinación de todos los partidos revolucionarios a la línea establecida por Moscú. Siendo la revolución comunista un asunto que se jugaba a escala mundial, una empresa de este tipo requería, según Lenin, una estrategia y táctica igualmente globales unidas a una férrea disciplina práctica. Para ello era preciso contar con un texto orientador que permitiese corregir desviaciones políticas que podían poner en peligro el éxito de la revolución mundial que en cierto momento Lenin dijo que dependía de unas pocas semanas de lucha y que por lo tanto no podían permitirse errores que frustrasen tan magno logro.

Uno de los principales errores era el «izquierdismo», una tendencia dogmática que con sus políticas intransigentes en materia de alianzas y con su premisa irreal de un tránsito lineal hacia el comunismo podía frustrar los esfuerzos del proletariado mundial. Para combatir esa tendencia es que Lenin escribió este libro, valioso no solo porque comparte las utilísimas enseñanzas que le dejara el proceso revolucionario ruso sino también porque muchas de sus recomendaciones conservan una sorprendente vigencia en la actualidad latinoamericana (¿y, por qué no, europea?) donde las posturas del «izquierdismo» han sido unas de las armas favoritas que la derecha y el imperio han utilizado –o en algunos casos azuzado o estimulado– para fustigar y debilitar a los procesos revolucionarios o emancipatorios en curso en la región.

No debería sorprendernos la elección del tema escogido por el líder revolucionario ruso. El «izquierdismo» es una tendencia ideológica y práctica que propone la radicalización incontrolada de una propuesta revolucionaria con absoluta prescindencia del entramado de condiciones objetivas y subjetivas requeridas para su exitosa realización. Es el voluntarismo llevado a su extremo, justificado por una concepción positivista y lineal, antidialéctica, de la revolución, que se emparienta con lo que Antonio Gramsci llamaría en algunos de sus escritos un «doctrinarismo pedante». De acuerdo con esta actitud teórica la revolución es entendida como un proceso rectilíneo y siempre ascendente cuyo motor es la voluntad prometeica de sus líderes o de su vanguardia. Las derrotas o los fracasos revolucionarios tienen siempre para los «izquierdistas» un culpable único: la traición de los jefes, de los líderes. Este «revolucionarismo abstracto» termina produciendo efectos exactamente contrarios a los manifiestamente buscados, y esa y no otra fue la razón por la cual Lenin le dedica tantos esfuerzos para combatirlo.

El que estamos presentando con esta breve introducción es un texto signado, como casi todos los del líder bolchevique, por las urgencias prácticas de la revolución que ya, hacia mediados de 1920 parecía haber detenido su marcha en el Occidente devastado por la Primera Guerra Mundial. Sufrían un duro revés las expectativas que la dirigencia bolchevique había depositado en el proletariado europeo cuando, dando cumplimiento a su «misión histórica», correría en ayuda de sus acosados camaradas rusos. Pero, como bien lo señala Fernando Claudín en un enjundioso trabajo, no exento de polémicas interpretaciones, las esperanzas puestas sobre la inminencia de la revolución en Europa no estaban fundadas en un análisis riguroso y, sobre todo, actualizado de los cambios ocurridos con el advenimiento de la edad del imperialismo, las transformaciones de la sociedad burguesa en Europa y el diferente significado que la paz tenía en el viejo continente y en la Rusia soviética.

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