«La guerrilla atacó donde el enemigo era más fuerte»

Entrevista a Gustavo Plis-Sterenberg, autor de «Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina».

El 23 de diciembre de 1975, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) intentaba copar el depósito de arsenales de Monte Chingolo pero la acción ya estaba cantada. Una feroz represión a los combatientes y a los vecinos de la zona fue el saldo.

Por: Infojus Noticias

«En el Ejército soviético hasta me hicieron bautismo: puse la mano sobre los fierros de un cañón recién disparado y me la pasé por la cara, que me quedó toda negra. Y ahí ya era un artillero», cuenta Gustavo Plis-Sterenberg, autor de Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina, que acaba de ser reeditado por Editorial Planeta. Plis-Sterenberg es, además, un destacado director de orquesta que fue becado por la URSS en 1985 para estudiar en la actual San Petersburgo –»Leningrado, en el 85 todavía era Leningrado», aclara-. En una charla con Infojus Noticias, habló de la necesidad del libro, hizo un balance del ataque al Batallón «Domingo Viejobueno», de la lectura que hizo la guerrilla en el contexto pre-dictadura y hasta compartió historias de su paso por la revolución sandinista y por la guerra ruso-chechena.

Doce años después de la primera edición del libro, para Plis-Sterenberg cambió el contexto en el que se recibe. «El objetivo -además de contar la operación-, era contar qué es un militante. Los militantes de hoy, como de ayer, son los jóvenes, y ellos tienen la necesidad de saber qué fue la militancia revolucionaria, no para repetirla, sino para adaptarla a la nueva realidad». La experiencia militar del autor y su formación musical se plasman en el relato: no sólo usa un preciso vocabulario castrense para describir la operación a lo largo del libro, sino que «es como el primer movimiento de una sinfonía que tiene tres partes: la exposición, que son los personajes presentados al unísono; el desarrollo, con todo lo que participan y transforman unos a otros y, por último, la re-exposición, que es cómo quedó lo del principio y en qué fue transformado».

Plis-Sterenberg se valió de testimonios de ex guerrilleros y militares, además de informes del ERP, del Ejército y de la policía. «Yo tengo la coartada de ser el director de orquesta, y soy uno de los grossos. Con la orquesta pedía hacer conciertos en ciudades donde sabía que podía conseguir testimonios, y así conseguí cosas invalorables en Barcelona, en México y en otros lados», cuenta. También recuerda cómo consiguió los informes de inteligencia: «Fui a ver a un mayor del Ejército y le dije que los guerrilleros estaban hablando y los militares no. Él tenía los libros de guerra del año 1975 de distintos batallones, por ejemplo el 601, pero no los soltaba. Como vi en su oficina libros y charreteras de ejércitos de Europa Oriental durante la Segunda Guerra Mundial, en Rusia me fui a la casa de un militar y me traje una pila de libros. El tipo se agarró al techo con las uñas de contento y me dio 15 minutos para leer todo el informe. Yo llevé un grabador y recité todo el documento. Así accedí a la información», explica sonriendo.

Los errores estratégicos

Plis-Sterenberg humaniza a través de sus descripciones a los combatientes y también es muy crítico de los errores militares que cometieron. La batalla de Monte Chingolo, según él, fue una divisoria de aguas. «Ahí abandonaron la táctica de menor a mayor: eligieron atacar al enemigo donde era más fuerte, y además sabían que los esperaban y se mandaron igual», explica. En el libro cuenta los antecedentes de la batalla, esos seis ataques a guarniciones militares periféricas que fueron escribiendo la historia militar del ERP. Sobre Monte Chingolo en sí, el autor considera que «el ERP para entonces había perdido un poco el rumbo, estaban cantando victoria en una situación que no era de ascenso de masas sino de retroceso. Esos jóvenes tomaron las armas ante la real posibilidad de transformar las cosas tomando el poder. Acá no se hablaba de si se podía tomar el poder, sino de cuándo: ¿lo tomamos en cinco o en diez años?». Al mismo tiempo, Plis-Sterenberg cree que «un aparato no puede reemplazar la voluntad de un pueblo organizado», y que «el ERP podría haber ganado en Monte Chingolo, pero sólo hubiera sido un freno, un cambio de fechas para el golpe militar».

En este sentido, considera clave el cambio de mando que hubo durante la planificación del asalto. El primer plan, el del comandante Ledesma, «contemplaba la intervención popular. Para él, Monte Chingolo era un ensayo semi-insurreccional, donde se aislaba la zona cortando accesos para evitar que llegaran refuerzos y se tomaban antenas, canales de radio y TV para la lectura de proclamas. Se esperaba así una movilización y la ayuda de la población tirando miguelitos en las calles, impidiendo el avance militar». Pero nada de eso pasó: «para los militares fue un paseo, con muy poco se organizaron bien y se ocultaron bien pertrechados en los puntos fuertes, en un predio enorme como ése donde uno no sabe desde dónde le disparan».

Para el autor, el ERP tuvo otros problemas que sellaron el fracaso. «La guerra de insurgencia es eminentemente información», explica, «y el ERP se negó a torturar, considerando que no podían usar los mismos métodos que sus enemigos. Los militares sí torturaron, y así consiguieron algunas victorias, aunque el Turco Martín no cantó ni cuando le abrieron la panza con un cuchillo y le metieron un hierro caliente y una rata adentro». Plis-Sterenberg hace un silencio: «Esto que cuento es real», agrega.

Por otro lado, la organización fue avisada por sus propios miembros y por un informe de Montoneros que contaban con un infiltrado entre sus filas. Jesús Ramer Ranier, «el Oso», provenía de otra guerrilla, las FAP-17, de extracción peronista. Después de caer en manos de los militares, se convirtió en un doble agente. Desde su rol de chofer tenía acceso a casi todos los movimientos del ERP, y fue clave para Monte Chingolo ya que «todo lo que entregó el Oso estaba hecho mierda, los percutores, las mechas, los detonadores de granadas. Hizo un daño terrible», explica Plis-Sterenberg. El Oso terminó confesando que trabajaba para los militares y fue asesinado con dos inyecciones letales (la primera no le hizo nada) por un tribunal revolucionario. Su cuerpo fue arrojado en el Bajo Flores.

«Un simpatizante organizado»

Para la reedición, el autor consiguió nuevos testimonios e historias, y aún le falta agregar a una próxima versión el testimonio de Víctor Pérez, el «Chileno», quien declaró en la Justicia por todo lo que vio y oyó durante su captura en diciembre de 1975, pocos días antes de Monte Chingolo. Además, el autor sigue con la investigación, buscando nuevos testimonios y objetos –charreteras, banderas, insignias- que piensa exponer. El ERP no es una organización más para Plis-Sterenberg: se define como un «simpatizante organizado» de la organización, «un perejil que hacía cosas chicas, pintadas, reparto y venta de prensa a través de algunos contactos, volanteadas, no más que eso».

Años más tarde, después del golpe militar y del fracaso de la experiencia guerrillera, Plis-Sterenberg fue socorrista de la Cruz Roja y actuó como paracaidista en Managua durante la revolución sandinista. Tras ser becado por la Unión Soviética, asistió a su desintegración durante los 90 y participó de la primera guerra chechena. Tiene definiciones precisas sobre los protagonistas de la transición al capitalismo, Boris Yeltsin y Mijaíl Gorbachov –»dos traidores y criminales»- y de Vladimir Putin –»un ex KGB entrenado para defender a su país»-. En el prólogo de Monte Chingolo, agradece a quienes brindaron su testimonio y «a esas personas, a su entrega absoluta e incondicional a los ideales y banderas de la Revolución», a quienes dedica el libro.

MC/LC (2015)