La hipocresía: cuánto mal le hace a la política

En los últimos tiempos, la palabra, como palabra política, fue perdiendo valor. Ese fenómeno no hace más que abonar a afectos como la apatía y la antipolítica

Por Álvaro Ruiz

Imagen: Lorenzetti se muestra feliz ladeado por Sergio Moro y Claudio Bonadío, el binomio campeón del lawfare sudamericano.

Desde hace ya mucho la palabra empeñada ha ido perdiendo valor, tanto, como pudor para quien la profiere sin verdadero compromiso ni real convicción y que, precisamente por ello, fácil le es desdecirse sin el menor rubor ni pudicia.

Es un fenómeno que se verifica en los más diversos ámbitos, aunque en política cobra una particular relevancia en virtud de los múltiples perniciosos efectos que produce. Comenzando por el descreimiento de la población en aquellos que, se quiera o no, tendrán un rol decisivo en nuestras vidas por las responsabilidades institucionales que se les asignan. Esa falta de confianza, para la mayoría que no tiene militancia partidaria ni le despierta interés esa clase de disputas y relaciones de poder, suele traducirse en una apatía que conspira contra la asunción de un hacer ciudadano imprescindible para validar una democracia participativa.

A la vez, lleva a tomar sin mayor entusiasmo las ofertas electorales que, periódicamente, debe considerar y a relegarlas a un lugar subalterno en el cual poco importa, en definitiva, la opción electoral que se escoja.

En suma, abona a la antipolítica que los sectores más reaccionarios promueven a diario, con lo cual se busca apartar a la ciudadanía de las cuestiones públicas, las que conciernen al conjunto de la población y que determinan la suerte del destino común de la Sociedad, de la Nación, de los diferentes colectivos que -conscientes o no- integramos e incluso personales.

Elige tu propio final

Algunas colecciones literarias proponen una cierta interacción con el lector, acompañando sus títulos con la frase “elige tu propio destino” o “elige tu propio final”, indicando que está a disposición de cada uno resolver la manera, entre varias posibles, en que se desenvuelva la trama y se la concluya.

Las analogías en política pueden ser válidas, en tanto se guarde coherencia entre la conducta que se exhibe con la alternativa elegida y no consista en un juego -taimado en este caso- en el cual se recorren múltiples opciones con la mira puesta, exclusivamente, en la propia conveniencia.

Florencio Randazzo sostuvo hace unos días: «Creo que tenemos que trabajar para conformar una alianza que termine con la grieta. Yo lo digo con respeto, la síntesis sería que debemos jubilar a Cristina Kirchner y a Mauricio Macri. La Argentina tiene que tener una mirada hacia el futuro.”

Plantear que se dice con respeto una cosa semejante es tan falso como el dicho del “que avisa no traiciona”, aunque si se la analiza, esa expresión -de deseos- no es un gesto de audacia sino realmente temerario. Que quien a gatas junta unos pocos votos, pretenda “jubilar” a las dos figuras -nos gusten o no- que aparecen en escena con el mayor potencial electoral, es descabellado; y que se proponga como una síntesis, para cerrar “la grieta” con una alianza de sectores que están en las antípodas, es poco serio si uno lo pudiese tomar en serio.

Un elemental ejercicio de memoria se impone para juzgar al -hoy díscolo y cercano al Grupo Clarín– ex ministro de Interior y Transporte del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, del que otrora decía: “Es el gobierno más peronista de los últimos 50 años es falso decir que otras alternativas (políticas) que están afuera son peronistas. Lo que enfatizaba en un reportaje por radio Mitre, en esos mismos días «Hoy se puede ser kirchnerista sin ser peronista, lo que no se puede ser es peronista sin sentirse kirchnerista. Este es el gobierno más peronista de los últimos 50 años. Con aciertos y con errores somos peronistas.”

Un mes antes en declaraciones a Radio del Plata, afirmaba: «Sí, voy a jugar las elecciones primarias abiertas dentro del Frente para la Victoria (…) Sí, presidencial. (…) No aspiro a tener un premio consuelo». Al año siguiente, al no haber sido apoyado por Cristina como candidato a la Presidencia desiste de presentarse en las PASO para disputar ese lugar con Scioli, desechando también el ofrecimiento de postularse a la gobernación de la Provincia de Buenos Aires por el Frente para la Victoria, en un correo electrónico dirigido a la entonces Presidenta, le expresaba: “… Tal como me pediste, te acompañaré hasta el final, porque mi compromiso con vos es inquebrantable. Te respeto como militante, te admiro como presidenta y te quiero como persona. Soy un hombre de palabra. Creo fervorosamente en el valor de la misma y en lo que uno asume. No borro con el codo lo que escribo con la mano. Por eso, no puedo aceptar ser candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires.” 

Y hablando de palabra, de elegir un final, de jubilarse, fue el mismo Randazzo el que dijo en un reportaje publicado en el diario La Capital el 6 de julio de 2014 y lo repitió en infinidad de oportunidades desde entonces: “Si no soy presidente me vuelvo a mi casa; no quiero ningún otro cargo”. Para “un hombre de palabra”, lo acontecido hasta el presente denota una conducta que deja bastante que desear.

Partidos que no van a elecciones

La Corte Suprema forma parte del Poder Político institucional del Estado, pero lawfare mediante -en nuestro país como en otros tantos de la región- se ha convertido en un claro “actor” de la política y sus miembros, con aspiraciones en ese terreno o como colaboradores de poderes fácticos que intervienen a diario la política, otro tanto.

Como ya apuntara en alguna otra nota en El Destape, sin que constituyera una primicia, el funcionamiento disfuncional del Poder Judicial responde en gran medida a haberse convertido en un Partido, el Partido Judicial. Gracias a la oprobiosa acción de ciertos miembros de la magistratura apañados por los mismos Cortesanos, como por el silencio injustificable de muchos jueces, fiscales y funcionarios, a la par de una actitud endogámica y corporativa de Asociaciones que los nuclean. 

Son tantos y tan reiterados los ejemplos del juego político judicial, que enumerarlos insumiría una extensión que excede en mucho el espacio de esta nota y, además, no hace falta estando a las cotidianas coberturas periodísticas que dan cuenta de esa anómala actuación enmascarada en una invocación a la misión del servicio de justicia. 

En su reciente visita a Jujuy Alberto Fernández reclamó a la Corte Suprema de Justicia de la Nación “enmendar las barrabasadas que se hicieron” con Milagro Sala, ni lento ni perezoso Ricardo Lorenzetti salió a responderle: «Es legítimo que opine pero la Corte actuará conforme a la ley y no conforme a lo que dice el Presidente”; señalando, que el “Poder Judicial tiene que dictar sentencias y con esas sentencias opinamos”.

Justamente Lorenzetti, quien se entronizó en la presidencia del Alto Tribunal por más de once años e intentó desde ese sitio hacer carrera política con sus sentencias. Si una imagen vale más que mil palabras, bastaría con remitirse a la foto en que se muestra feliz ladeado por Sergio Moro y Claudio Bonadío, el binomio campeón del lawfare sudamericano.

De moralinas, morales y milagros

Una gran confusión, y mayor desconcierto, reina sobre el caso de Milagro Sala. Tanto para quienes son ajenos al Derecho, hasta para los que dicen saber o realmente conocen del Ordenamiento Jurídico, especialmente, en materia Penal, Procesal o Constitucional.

En cualquier caso, existen sobradas evidencias de que el meollo del conflicto no responde a una cuestión jurídica. El Derecho como la Biblia, y otros textos “sagrados” -para paganos o religiosos, admiten diversas lecturas e interpretaciones que, obviamente, llevan a diferentes conclusiones. 

De eso se trata, entonces, cuando nos planteamos la viabilidad o no del indulto. Una democracia, cualquiera fuere la adjetivación que se le agregue, no puede admitir “presos políticos”. ¿Y qué significa ésto? Que la real motivación de un procesamiento, de un encarcelamiento o de una condena responde básica y fundamentalmente a razones de aquella naturaleza.

Hay sobrados elementos de convicción, como otros tantos “indicios” serios, numerosos y concordantes, que tal es lo que sucede con Milagro Sala. Lo que nos interpela como sociedad y, particularmente, a quienes ejercen responsabilidades de gobierno en el orden local y nacional, a ponerle fin a esa injusta, hostil y torturante situación de la que es víctima.

No creo necesario entrar a considerar esas pruebas e indicios, que han sido ampliamente tratados por personas más formadas e informadas que quien escribe esta nota. Sí, en cambio, entiendo pertinente poner el foco en un aspecto crucial que victimiza a Milagro, que es más que ella misma, porque representa a muchas personas que efectiva o potencialmente viven sometidas a similares injusticias.

Se trata de un problema ancestral, que lleva siglos e involucra a gobiernos provinciales de diferente signo político en Jujuy. No se perdona la obra de dignificación de los “nadies”, de los llamados “indios” -usando un apelativo europeo-, de los pueblos originarios, que desde los tiempos de la conquista española han sido catalogados como “subhumanos” o, en el mejor de los casos, como personas “sin derechos”.

De allí que una clase dirigente racista, como una parte de la ciudadanía blanca -o blanqueada por la fortuna- los desprecia al punto de considerar que “estando sueltos” sus representantes más genuinos no es posible vivir decentemente, ni gobernar para “la gente de bien”.

Remediar la arbitraria penalización de la protesta social, liberar a quienes han sido víctimas de esa metodología represiva comenzando por Milagro Sala, es posible. Sólo hace falta dotar de una argumentación jurídica a esa decisión que, más allá o más acá de academicismos que forman parte de la retórica del Derecho, también es posible sin incurrir en ilegalidades, sino valiéndose de los múltiples intersticios normativos e interpretativos.

Liberar presos políticos es, por definición, una decisión política, que jamás puede estar reñida con el Derecho en tanto se lo entienda como fundado en principios democráticos y garante del valor justicia. Las palabras que nutren al Derecho no pueden quedar ceñidas a las opacidades que suele albergar el discurso jurídico, a riesgo de vaciarlas de sentido y contenido.

Palabra y Política

Mientras la palabra no se corresponda con los actos, en tanto los propósitos enunciados no se condigan con los caminos que se eligen para su concreción, no será posible hacer creíble la política.

Una ciudadanía democrática exige fortalecer los lazos comunitarios, sin perjuicio de la diversidad y los antagonismos, generar las confianzas indispensables en ese sistema de convivencia como vía de realización social y personal. Convencerse y convencer de que las transformaciones necesarias para el mejor vivir, acceder a mayores niveles de equidad y desterrar las injusticias sociales dependen de la política, que nos involucra a todos, es un imperativo del que nadie es ajeno.

En ese cometido la responsabilidad primera recae en la dirigencia, pero siendo el destino común el que está en juego, a cada uno concierne prestar atención tanto a lo que se dice como a lo que se hace, resaltar la coherencia donde ésta se manifieste y detectar la hipocresía que, con frecuencia, se escuda en posibilismos o pragmatismos inmovilizantes.

El pasado fin de semana, estando cerrada esta nota, se acentuaron los cruces en el Frente de Todos, con el consiguiente lógico aprovechamiento de una oposición desmemoriada y siempre proclive a asignarse virtudes republicanas que no poseen, ni practican. La singular renuncia de Martín Guzmán, anticipada por teléfono al Presidente Fernández, formalizada por whastapp e, inmediatamente, difundida en twitter por el ex – ministro, casualmente, mientras Cristina pronunciaba su discurso en Ensenada con motivo de un nuevo aniversario de la muerte de Juan D. Perón, recordando los orígenes y acciones del Movimiento Nacional que fundó y lideró, marcan un interesante contraste en línea con las reflexiones que propongo.

El Destape