Las Derechas Latinoamericanas no aceptan la democracia

Por Bárbara Orbuch*

El intento de golpe de estado a Lula, es la expresión manifiesta que corona al movimiento neofascista precipitado bajo diversos medios y modalidades en el cono sur. Hay un itinerario con varias paradas ostensibles que tiene una continuidad en el asiento de mecanismos destituyentes, golpistas y de desestabilización que se vienen produciendo sin pausa. Lo que queda de manifiesto, es la posición antagonista con la democracia, que la oposición bolsonarista adopta sin tapujos ni reparos.

En principio, la renegación de los resultados electorales constituye lisa y llanamente la no aceptación explícita de las reglas de juego democrático. El poco margen del triunfo de Lula, envalentona además una hostilidad diseminada e inoculada durante los últimos años por un poder real judicial y mediático que sostuvo y organizó la ofensiva de las derechas en América Latina. El triunfo de Lula dejó al descubierto las perversas manipulaciones del lawfare y se constituyó como resultante de la malicia perpetrada por Moro y sus secuaces, tan celebrado en la corte suprema local.

Cuando Lula inicia su discurso de asunción, restitutivo de las políticas de destrucción ética y del tejido social brasilero en términos de derechos sociales y humanos que llevó a cabo el bolsonarismo, reinaba una tensa calma que duró poco, y que presagiaba acciones inciertas contra su espíritu político conciliador de las diferencias.

A pesar de un gobierno de coalición con características diferenciadas a las del PT que se desarrolló en sus mandatos anteriores y a una semana de asumir el gobierno, la derecha contraataca, no asume la derrota, al igual que su líder y reniega de la realidad eleccionaria avanzando con vocación destituyente y poniendo el acto, el leitmotiv del discurso de Bolsonaro: la violencia contra las instituciones de la democracia.

Lula debe enfrentar a este desarrollo masivo y teledirigido de la violencia con el instrumento constitucional de la intervención federal. Pero con ella no basta. El repudio debe ser total desde sus huestes, desde los organismos internacionales y las naciones que los componen y especialmente por los países latinoamericanos, no solamente por la amenaza que significa para toda la región sino fundamentalmente por la magnitud y el significado de la agresión institucional contra un sistema democrático sujeto a una vulnerabilidad evidente.

Lula caracterizó la antinomia democracia- autoritarismo, no como un slogan electoral sino como una enunciación descriptiva de la realidad brasilera. Habiendo sido víctima de un encarcelamiento proscriptivo que le impidió participar de las anteriores elecciones y posibilitó a la agencia del lawfare su coronación política ahora caduca, debe ahora desentrañar y desactivar los pactos golpistas, la característica connivencia de la fuerzas policiales- militares del país vecino, así como las redes de complicidades políticas que ejecutaron el terror. A nivel regional, estas también deberían ser las prioridades de los gobiernos.

El daño causado por un personaje tan nefasto que reivindicó la tortura, la dictadura, propulsándose como el rey de la exclusión y la discriminación, causa pavura , sobretodo por el apoyo político recibido en las últimas presidenciales. Es elocuente su fuga veloz al imperio en decadencia, situado en un anverso institucional explícito.

El ensañamiento con Lula, es por otra parte, patognomónico de los pendencieros de la ofensiva reaccionaria, dramáticamente intolerante contra las reivindicaciones y los logros en torno a la desigualdad social que el líder político brasilero supo plasmar en sus gobiernos precedentes. Cualquier similitud con la esfera nacional no es pura coincidencia.

Los «campamentos bolsonaristas» vienen minando las condiciones normales de la asunción de Lula sembrando una atmósfera de incertidumbre y temor. Estos grupos radicalizados abonan desde la acción concreta de su espíritu antidemocrático un pensamiento mesiánico y megalómano, caldo de cultivo de la emergencia del caos derivado de este revival trumpista del asalto al capitolio en la toma del Congreso en Brasilia. El nivel de fanatismo del bolsonarismo es por cierto desenfrenado y no conoce límites racionales, expandiendo sus ataques a instituciones de la democracia, mientras su líder detrás de las sombras opera desde los EE.UU de América.

La oposición política de esta derecha cultural, radical y extrema de Brasil, se cocina en un caldero de odio 2.0. Se fue gestando y convocando desde el profundo malestar social que la pandemia fue suscitando en la población y no se puede aislar de la realidad geopolítica de América Latina en un momento de ascenso del poder de China, y la pérdida de hegemonía de los EEUU.

Lejos de la proyectualidad de las oposiciones racionales, el avance violento de las ultraderechas y sus discursos de odio, no se ubican ya en el juego democrático, ya no desean estar allí, lo exceden, lo desbordan y capturan desde las representaciones sociales deudoras de la insatisfacción social, inefables identificaciones imaginarias y modos de subjetividad política que suscitan movimientos antidemocráticos y autoritarios.

Las derechas latinoamericanas nuevamente se vuelven a situar en las antípodas de la democracia, ya no son meramente obstruccionistas, sino explícitamente golpistas.

*Psicoanalista y Politóloga (UBA)