Lo que se me pregunta

ZONA LITERARIA | EL TEXTO DE LA SEMANA

Por Tamara Tenenbaum

Hay una jerarquía de la humillación. La niñera le gana, por poco, a la mucama. La profesora particular le gana, también por poco, a la niñera; apenas más cómodamente si es profesora de inglés. Yo ya no conseguía más alumnos así que me tocó eso, descender un escalón. Todavía no limpio pisos pero ya limpio culos. ¿No es más indigno, limpiar culos que pisos? Tal vez tendría que repensarlo todo.

Tengo dos nenes fijos. Un bebé, Marcos, y una nena de cinco años, Bianca. A Marcos lo cuido los martes y los jueves de 18 a 20:30. Su mamá da clases en ese horario. Su papá llega a las 19. Tengo la sensación de que su mujer piensa que él llega más tarde. Mientras yo sigo en el piso con Marcos el papá se encierra en el cuarto. Escucho que se ducha, que mira la tele. Tiene una barra en la puerta de esas para hacer gimnasia: recuerdo la pelea con la mujer cuando la instalaron. La usa, pero cuando se da cuenta de que le estoy mirando los brazos, para y se mete en la habitación. Después sale, se hace un café. A las 20:30 llega la mujer, me paga, y me voy. Si está muy oscuro me viene a buscar Hernán con el auto.

Hernán siempre me pregunta cómo me fue y nunca sé qué decirle. Marcos es como un gato pero más frágil. Hay que estar más atenta a sus movimientos. Está aprendiendo a hablar entonces sus padres quieren que le hable, para que el tiempo que pasa conmigo no sea una pérdida para su educación. Como no se puede conversar con él lo que hago es contarle historias que incluyan cosas que tenemos cerca, para señalárselas. Le cuento que una vez un chico sintió que le estaban creciendo alas en la espalda, se paró en la mesa y se fue por la ventana. Que cuando voy a la casa de mi mamá nos sentamos las dos en el living y tomamos mate con galletitas mientras ella mira su reloj y yo miro las paredes. Que una vez Hernán estaba leyendo libros en la cama mientras tomaba un jugo y se lo volcó sobre las sábanas y el acolchado, tuvimos que meter todo en el lavarropas y luego colgarlo en el ténder con broches de ropa y llevar el ténder al balcón. La semana pasada le conté que tengo una amiga que está pensando en tener un bebé. Dije «bebé» varias veces y lo señalé a él pero no se rió ni se dio por aludido de ninguna otra manera.


Avisame si necesitás plata, ¿dale? Por supuesto que yo no tengo un mango. Pero puedo conseguir, tengo recursos. A mamá sé que con la jubilación de ella y la del marido le alcanza, ella nunca quiere nada. Si querés algo, avisame y me arreglo para conseguir plata. Aunque sea una tontería. Un par de zapatos de taco turquesas. Digo eso porque yo me quiero comprar unos.


A Bianca le hago preguntas. Se supone que está en la edad de los porqués pero ella a mí no me pregunta nada. Le hago preguntas para seguir la conversación. Jugamos al té y a cada cosa que dice yo tengo que inventar algo que quiera saber. Bianca toma una cucharita, me la pasa y dice que acá tenés dos terrones de azúcar. ¿Es azúcar blanca, negra o rubia? Es blanca. ¿Por qué? Porque el azúcar blanca es más rica. ¿Por qué es más rica? Porque tiene gusto a azúcar. ¿El azúcar rubia a que tiene gusto? A pelo. ¿Y la negra? A tortita negra. ¿No te gustan las tortitas negras? No. ¿Y por qué dos terrones y no tres? Porque tres terrones es mucha azúcar.

Del papá de Bianca no sé nada. A su casa llego a las 13 porque a las 13:30 su mamá tiene que volver a trabajar. A veces se queda un rato más y comemos las tres juntas: milanesas con puré mixto, tartas de zapallito, ensaladas de atún. Veo el esfuerzo de la mamá de Bianca para cocinar con verduras, comer sano. Bianca siempre deja la mitad: no importa lo que le sirvan. Mientras comemos la mamá nos hace preguntas a las dos. ¿Cómo están tus cosas? ¿Por qué no comés la calabaza? ¿Seguís estudiando? ¿Por qué te dijo eso la maestra? ¿Cuánto te falta para terminar? ¿Sí o sí cartulinas o puede ser papel afiche? ¿Tenés muchos chicos más? Bianca responde y cambia de tema, habla, cuenta cosas nuevas. Yo solo contesto lo que se me pregunta y espero a que se vaya. Pienso que es de mal educada preguntarle tantas cosas a un adulto, pero tengo la impresión de que ella no pasa demasiado tiempo con gente grande. Aunque en el trabajo debería. No sé de qué trabaja. Trato de tenerle paciencia.


¿Cómo lo ves, tía? ¿Te parece que lo que hice con mi vida no tiene remedio? Sos joven, me dice la mamá de Marcos cuando me ve con mala cara, una especie de consuelo: pero justamente. Ella me lo dice, me lo está diciendo desde afuera, desde arriba, y solo tiene seis años más que yo. Sos joven hasta que un día no lo sos y si te la pasaste disfrutando seguro no tenés nada preparado. Pero yo no me estoy preparando ni estoy disfrutando. ¿Qué estoy haciendo? Tendría que preguntarle a Bianca, a ver qué dice. Siempre tiene una respuesta para todo. No sabe decir no sé: de verdad creo que no sabe, no es exageración.


Se me venció una materia y tuve que ir a una charla con una psicóloga del departamento de orientación, una formalidad para que me den la prórroga. La mina tenía el pelo teñido igual que yo, el mismo caoba pero el mismo: a las dos nos dio vergüenza. Si lo pensás además yo estoy estudiando para ser ella. «No te gustó Clínica», me preguntó, o me dijo. No es que no me gustó, qué tiene que ver. Se me pasó la fecha nada más. Sonreía y la mandíbula se le venía para adelante, como si pensara que para sonreír había que chuparse las paletas de arriba.

Tuve que llenar un formulario con datos sobre las maneras en las que uso mi tiempo. Hice la cuenta de cuántas horas trabajo por semana, me pareció poco así que mentí un par más. Entre las opciones del tipo de trabajo no supe qué marcar: decía «servicios administrativos», «trabajo en sector industrial», «servicios profesionales» o «industrias de servicios», ¿no suena todo a lo mismo? ¿Quién mierda arma estas cosas? Marqué «servicios profesionales», supuse que era lo más parecido, aunque suena como a puta.

Después me preguntó si sabía qué año era y cómo me sentía. Le dije que estaba muy cansada. Me preguntó si tenía pareja y si él me ayudaba en las tareas de cuidado. Le contesté que no tenemos hijos. «Un hogar también se cuida», me dijo ella.


El jueves cumplimos dos años con Hernán. Él sacó entradas para el cine y reservó en un bar que nos gusta. Fui a la casa de Marcos con vestido, un vestido negro como de organza que parecía un camisón, y con los labios pintados color cereza. Marcos no se dio cuenta, aunque le conté la historia, como hago siempre: ahora debe creer que me llamo Aniversario. Su papá tampoco notó nada pero fue él quien me pagó y me abrió la puerta porque la mujer se estaba atrasando y le dije que me tenía que ir. Hice sonar los tacos en las escaleritas del hall para que me preguntara. Estiré la espalda, quebré la cintura. No hubo caso.

Vimos una película que era como un musical y tomamos vino. El bar estaba oscuro y violeta y me recordaba las veces que habíamos ido cuando todavía no vivíamos juntos. En la mesa de al lado dos chicas se besaban; en un momento sacaron un mazo de cartas para jugar al truco y el mozo les dijo que lo guardaran, que el bar no tenía permiso para juegos de azar. Un señor que estaba solo se pidió una copa helada enorme, esperó que se le derritiera y se la tomó con cucharita, como una sopa. La noche se movía y yo sentía que todo iba más rápido que mis ojos. Eso es lo que más me gusta de los bares: la sensación de estar quedándose atrás. Si te estás quedando atrás es que todo sigue, que no se termina nada. Los bares me hacen sentir segura: mucho más que las casas y que todas las cosas que son mías. Prefiero los lugares que no son de nadie. De alguien son, pero no de los que estamos ahí, ni siquiera del mozo o del cocinero. Los que estamos ahí solo tenemos permiso para quedarnos por un rato, por un rato específico. Eso me tranquiliza. No podés quedarte quieta, no podés acumular, trabajar ni construir. En algún momento te van a venir a echar.

Vos siempre decís que tuviste mala suerte, que hiciste las cosas mal, mal las cuentas: pero para mí no es por eso que sos soltera. Sos soltera porque te pasa como a mí. Te gustan demasiado los lugares públicos.


También me hizo dibujar un árbol, la psicóloga. Le hice unas raíces bien grandes porque había escuchado en algún lado que eso era indicio de salud mental, como cuando te hacen dibujar una casa y te dicen que le pongas ventanas y un caminito. Terminé y se lo di. Lo miró sin hacer muecas y me preguntó: «¿por qué no dibujaste el suelo?». Hice las raíces enormes pero no estaban agarradas a nada. Terminaban sin terminar, en el aire.


Hernán estaba cansado. Cuando terminamos la botella me dijo que si quería podíamos tomar otra pero que él no daba más. Le dije que pasaba por el baño y nos íbamos, pero me hubiera gustado esperar a estar cansada yo también. Como no había espejo saqué el celular para mirarme el maquillaje. En Whatsapp la mamá de Marcos había cambiado su foto de perfil: ahora tenía una con su marido, los dos en la playa, él abrazándola desde atrás. Se llegaban a ver los hombros torneados de él por encima de los blanditos blancos de ella. La guardé por las dudas, por si vuelve a cambiar la foto. Ahí te la estoy mandando.


Al día siguiente nos quedamos dormidos y le escribí a la mamá de Bianca que llegaría más tarde, 13:30 justísimo. No me puso el visto, la llamé y no me atendió. Corrí y llegué 13:15, pero no había nadie en el departamento. Me llamó ella. Se había olvidado de ir a buscar a Bianca al jardín. En realidad creyó que le había avisado a alguien para que fuera y se había olvidado de eso; quería que fuera yo. Me pagaría el taxi, eran veinte cuadras. Hernán todavía me estaba esperando en la puerta así que le dije que me llevara. Bianca sale del jardín 12:40. Llevaba esperando casi una hora cuando llegamos.

No estaba llorando, solamente muy seria, como si estuviera harta de las sorpresas, de que los días fueran todos diferentes: como si ya quisiera ser vieja. Miraba para abajo y los ojos los tenía huecos. Tenía puesto uno de sus mejores vestiditos, uno con volados escalonados y pechera de punto smock, flores borroneadas. ¿Por qué es tanto más triste la gente triste que está bien vestida? Le pregunté cómo andaba y no me contestó. Le hice otras preguntas sobre el colegio y la maestra y sobre el vestido como hacemos siempre pero no me respondió. En un momento abrió la ventana y sacó la cabeza para afuera. Hernán la retó y me miró mal a mí también por no decirle nada. Bianca se sentó derecha, sin contestar, con las palmas de las manos en las rodillas y la espalda dura. Hernán le dijo que a su mamá le dolía la cabeza y que por eso nos había pedido a nosotros que la fuéramos a buscar, y que nosotros habíamos entendido mal el horario, la culpa era nuestra. Nos dejó en la puerta de lo de Bianca. La besó a ella en la mejilla. A mí también.

Entramos con Bianca a la casa y nos sentamos en la mesita del té. Me sirvió en mi taza celeste, me puso azúcar, revolvió con la cucharita. Tomamos en silencio como la gente fina. Intenté una sonrisa y me la devolvió. Entonces me habló por primera vez en el día.

¿Ese que vino es tu novio? Sí. ¿Cómo se llama? Hernán. ¿Te vas a casar con él? No sé. ¿Por qué no sabés? Porque no sé si quiero. ¿Y por qué no querés? No te dije que no quiero. Te dije que no sé si quiero. Le dije que le iba a apagar la luz para que durmiera la siesta y me fui a la cocina. Chequeé el celular. Sin querer, pispeando las fotos de sus vacaciones, le mandé una solicitud de amistad al papá de Marcos. Rapidísimo le mandé otra a la madre. Respiré.


La mamá de Bianca llegó unas horas después. La escuché entrar y fui a buscarla al living, pero me esquivó con la mirada, supongo que de vergüenza. Me volví a la cocina rápido, como si me estuviera escondiendo de ella. Escuché cómo se sacaba los zapatos dando pataditas, sin usar las manos, se tiraba en el sillón y prendía la tele. Me quedé esperando que ella viniera a buscarme, que estuviera lista para hablar conmigo. Fueron como diez minutos hasta que escuché otro ruido además de la tele: ruido de monedas, de una cartera que se movía. Entonces volví al living, y ahí la pude mirar bien. Tenía el pelo mojado y la cara lavada, sin pintar, con algo relajado en el gesto, en las líneas de expresión. O sea, tenía un gesto de preocupación pero era evidente que debajo de eso había paz, paz de amor, o de algo suficientemente parecido. Le busqué los ojos para sonreírle: pobre mina. Quería conversarle, ¿entendés? Decirle que a mí no me parecía mal que se hubiera olvidado de ir a buscar a la hija por coger, que no la juzgaba. Me gustaba mucho más esta versión de ella que la que me pregunta cuándo me voy a recibir. Pero ella no sacó la vista de la tele más que para hurgar en su monedero.

Estaba buscando plata para pagarme. Me dio 200 pesos de más. Por el taxi al jardín, me dijo, y acepté y no dije nada. Estaba juntando mis cosas cuando me preguntó, sin mirarme: querida, antes de irte, ¿te molestaría enjuagar un vaso y servirme agua con limón?

(De: Nadie vive tan cerca de nadie)