Malvinas, la herida abierta de una guerra en la memoria y un reclamo de soberanía que persiste

Por Leonardo Castillo

El domingo 2 de mayo, el crucero Belgrano, que viajaba hacia el continente, fue atacado por el Conqueror, que se convirtió así en el primer submarino de propulsión nuclear en hundir una embarcación.

Tras confirmar con Londres en tres oportunidades la orden, el comandante del sumergible, lanzó a las 16.02 tres torpedos desde una distancia de cinco kilómetros.

Dos proyectiles dieron en el Belgrano y un tercero golpeó el casco del ARA Bouchard, una de las naves que junto al ARA Piedrabuena se encontraban escoltando a esta antigua nave botada en Estados Unidos, que había sobrevivido al ataque japonés sobre la base Pearl Harbor, en 1941 y como parte de las operaciones bélicas durante la Segunda Guerra Mundial.

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«Estaba haciendo el servicio militar en la jefatura de la Base de Puerto Belgrano y pidieron voluntarios para salir a navegar. Me ofrecí y salimos el 16 de abril y hacía poco que el barco había estado en dique seco donde le habían hecho reparaciones», recordó en diálogo con Télam Juan Coronel, quien encabeza la Fundación Belgrano que trabaja para ayudar a los veteranos de guerra del Crucero y asistir a los familiares de quienes no pudieron volver.

Tucumano de nacimiento, era un soldado de los denominados «viejos», que en abril de 1982 estaba próximo a irse de baja, pero llegó el desembarco Argentino en Malvinas y su vida cambió para siempre.

«Habíamos vuelto a Ushuaia el 25 de abril, para hacerle unas reparaciones más al barco que había estado haciendo ejercicios de tiro por la costa de Tierra del Fuego y volvimos a salir. Hay una cosa que siempre me llamó la atención, y es que en pleno altamar, escuchamos una emisión de Radio Carve, de Uruguay, que dijo el 30 de abril que nos habían hundido», repasó.

Juan recuerda el momento del primer impacto, que dio en la parte de los dormitorios y recordó que pese a la conmoción del ataque, la tripulación salió de forma bastante ordenada a la cubierta, pero con el segundo estallido se cortó la electricidad en el buque y todo quedó en penumbras en la nave.
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«Vi muchas personas quemadas con el petróleo que ardía y son imágenes que no me las voy a olvidar jamás. Cómo podía, y con el salvavidas puesto fui sacando gente, con mantas y tratando de acomodar las balsas. En un momento, un eslabón de la cadena del ancla dio de lleno en una de las balsas. Cuando el barco se hundió, los que estábamos en las balsas cantamos el Himno Argentino», evocó Coronel.

Junto con otras 23 personas, Juan estuvo 70 horas en las aguas del Atlántico Sur, boyando en una estructura de goma y plástico hasta ser rescatado cerca de las islas de los Estados por la tripulación del buque Aviso ARA Gurruchaga.

«Después me llevaron a Ushuaia y luego a Puerto Belgrano, donde estuve en el hospital naval y semanas después me dieron la baja. Me quedó una herida muy grande en el alma, en el espíritu», contó Coronel al recordar ese trágico suceso, en el que murieron 323 argentinos, casi la mitad de todas las bajas que tuvo Argentina en la guerra.

Mucho se analizó y se dijo sobre la naturaleza del ataque al Belgrano, y hubo presentaciones ante instancias internacionales, pero a mediados de los ’90, la Armada consideró que los marinos del barco «murieron en una acción bélica».

Ante el comienzo de las hostilidades, Estados Unidos dejó de lado su rol mediador y apoyó de forma decida a Gran Bretaña, y el ataque al Belgrano alejó las posibilidades de llegar a un acuerdo.

El 1 de mayo, el presidente peruano, Fernando Belaúnde Terry presentó una propuesta de paz basada en el cese de hostilidades; el retiro de tropas de la zona de Malvinas; representantes ajenos a las dos partes para administrar el conflicto; reconocimiento de los dos países de la existencia de un diferendo; y contemplar los intereses de los isleños.

El plan otorgaba un plazo de un año para llegar a una solución pacífica. Pero la salida diplomática no pudo prosperar.

Pero el hundimiento del General Belgrano hizo que los mandos de la Armada, encabezados por el almirante Jorge Anaya, presionaran para dejar atrás toda posibilidad de negociación.

Al otro lado del Atlántico, en Londres, el gobierno birtánico de Thatcher veía en la victoria militar una chance de consolidar su frente interno en una sociedad con una economía en recesión y ajuste.

El 4 de mayo, dos aviones Super Étendard de fabricación francesa despegaron de la base aeronaval de Río Grande, en Tierra del Fuego con el objetivo de golpear a parte de la flota británica que se encontraba al este de la isla Soledad.Las naves estaban piloteadas por el capitán de corbeta Augusto Bedacarratz y el teniente de navío Armando Mayora, que tras reabastecerse en vuelo, dispararon dos misiles Exocet sobre el Sheffield, una de las nave más modernas de la Royal Navy.

Se trataba de un destructor con capacidad de disparar misiles teledirigidos que se hundió días después, tras un ataque que dejó 21 marinos británicos muertos.

Las acciones aeronavales se sucedieron en medio del fuego naval británico que golpeaba las islas y las acciones de los pilotos de la Fuerza Aérea Argentina que hostigaban a la flota.

En Argentina, se vivía un clima de triunfalismo, alimentado por una prensa que magnificaba los éxitos militares con una frase que se publicó varias veces en la revista Gente: «Seguimos ganando». Con todo, había voces disidentes. Una de ellas fue la de las Madres de Plaza de Mayo, quienes vuelven a sufrir en la Plaza de Mayo la hostilidad de sus primeras rondas de los jueves. Una consigna alumbrada por ellas intenta sortear las agresiones y la indiferencia: «Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también».

El 21 de mayo, tras un intenso bombardeo naval sobre las posiciones argentinas, infantes de marina británicos logran desembarcar en el estrecho de San Carlos.

Una semana más tarde, el Segundo Batallón de Paracaidistas británicos toma el istmo de Darwin, en la isla Soledad, tras librar una batalla con 600 efectivos argentinos en la pradera de Ganso Verde.

En el interín, aviones A-4B Skyhawk hunden a la fragata Antelope y el 25 de mayo, una escuadrilla de la Fuerza Aérea Argentina manda a pique al destructor Coventry.

El 30, una acción combinada de pilotos de la aviación naval y de la Fuerza Aérea Argentina lanzan un ataque contra el portaaviones Invencible.

En tierra, las fuerzas británicas comenzaron a estrechar el cerco sobre Puerto Argentino con superioridad en el alcance de su artillería.

Los cañones de los británicos tenían un alcance de 17 kilómetros, mientras que los argentinos no podían hacer blanco a más de 14 kilómetros.

Los mandos de la Task Force intentaron llevar a cabo el 8 de junio un arriesgado plan de desembarco a 16 kilómetros al sur de Puerto Argentino, en una zona conocida como Bahía Agradable.

Aviones de la Fuerza Aérea tomaron por sorpresa a la escuadra naval británica; hundieron dos buques de desembarco y dañaron una fragata.

Murieron 56 militares británicos y 200 terminaros heridos, en lo que se conoció como «el día más negro de la flota».

Cuatro días después, un equipo de ingenieros de la Armada lograron la proeza técnica de disparar un misil Exocet desde tierra que dejó fuera de combate al destructor Glamorgan.

La noche del 11 de junio se inició el combate más sangriento de la guerra en Monte Longdon, cuando soldados del 3 batallón de los paracaidistas atacaron las posiciones argentinas cercanas a la capital de las islas.

«La noche anterior a la batalla, uno de mis compañeros vio en un telémetro que había elementos que horas antes no estaban. Fue y le avisó a nuestros superiores. ‘No pasa nada, son ramas’. Eran tropas especiales y nos lanzaron un ataque tremendo», señaló a esta agencia el veterano Ernesto Alonso, quien hoy integra el Centro de Excombatientes Malvinas Argentina (Cecim) de La Plata.

Argentinos y británicos libraron en esas estribaciones un cruento combate de más de 12 horas, que dejó cientos de muertos de ambos lados, y Alonso, un soldado que integraba el Regimiento 7 de La Plata, asegura haber presenciado «escenas terribles» que lo marcaron para toda la vida.

Balas trazantes que surcaban la noche como un torrente de fuego; el sonido estruendoso de los morteros y combates cuerpo a cuerpo a bayoneta calada en imágenes dignas de la Primera Guerra formaban parte del tétrico escenario de sangre y fuego que se conformó esa noche en Monte Longdon.

En 1993, el excabo de los paracaidistas Vincent Bramley contó que presenció fusilamientos a soldados argentinos que fueron tomados como prisioneros y denunció que varios de sus excompañeros cometieron crímenes de guerra tras esa durísima batalla.

«Nosotros, desde el Cecim, denunciamos esos crímenes y personal de inteligencia del Ejército nos hizo tareas de seguimiento. Creo que hay que diferenciar lo que pasó en Monte Longdon con el trato que los ingleses nos dieron después de la rendición», indicó Alonso.

Monte Tumbledown significó la última resistencia argentina en la mañana del 14 de junio en un enfrentamiento que libraron efectivos del Batallón de Infantería de Marina (BIM5), y dos compañía del Ejército resistieron a la Guardia Escocesa hasta que se ordenó el repliegue a Puerto Argentino.

El general Mario Benjamín Menéndez, gobernador militar de Malvinas, se comunicó con Galtieri para comunicarle que la guarnición ya no podía resistir.

«Llameme a las 19», le ordenó el presidente de facto a Menéndez, quien le respondió a su interlocutor que «no entendía bien la situación».

Menéndez convino los términos de la rendición con el comandante de las tropas británicas de tierra, mayor general Jeremy Moore, y el acta se firmó en horas de la noche.

En el primer documento redactado figuraba la palabra «incondicional» junto al término rendición, y Menéndez, bien afeitado y prolijamente vestido pidió que se retirara.

Moore, vestido de fajina y extenuado tras semanas de campaña, aceptó sabiendo que nada podía modificar el resultado de aquella contienda. «Está bien, general, lo quitamos. ¿Cuál es el problema», le espetó el alto oficial de su Majestad.

Se pactó que los argentinos conservarían sus banderas, los oficiales mantendrían el mando de la tropas y sus armas de mano.

Más de 4000 soldados llegaron a Puerto Madryn el 19 de junio, y ese día, la ciudad salió a recibirlos y se quedó sin pan; todo era para quienes habían combatido en Malvinas.

Galtieri dejaría de ser presidente a los pocos días, desplazado por los mandos del Ejército que decidían que lo mejor era iniciar una transición hacia un régimen constitucional.

En las islas y los mares australes quedaban 649 argentinos caídos en una contienda que dejó una herida que aún permanece abierta en la memoria de un pueblo y una Nación que aún reclama sus legítimos derechos sobre las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur.

Télam