Montoneras en Buenos Ayres

A 200 años del triunfo de López y Ramírez en Cepeda

Por Horacio Vargas

Cuartel General, 3 de febrero de 1820. Estanislao López al Cabildo de Santa Fe. “Multitud de quehaceres indispensables me han impedido noticiar a V.S.S. el glorioso triunfo de nuestras armas en la Cañada de Cepeda el 1 del corriente, como a las 8 de mañana, sobre el Ejército Directorial. No me es posible dar a V.S.S. un detalle circunstanciado de la acción porque aún me lo impiden graves atenciones; sólo, sí, pongo en consideración que es concluida la tiranía. Antes de media hora quedaron en el campo más de 400 cadáveres enemigos y entre ellos casi toda la oficialidad sin que por nuestra parte haya habido más pérdida que 3 muertos y 4 heridos. Tan feliz resultado es debido al valor sin ejemplo de santafesinos y entrerrianos. Ambos, a porfía, disputaban el empeño. Salud y gloria”.

El terror se apodera de los aristócratas de Buenos Ayres. Todo el pueblo sabe que se ha perdido la batalla de Cepeda. Todo ciudadano debe ponerse a las órdenes del general Miguel Soler; el Cabildo emite un bando para acopiar víveres y forrajes; los inválidos deben trasladarse a La Fortaleza; los comercios y los tribunales deben cerrar sus puertas, las calles deben permanecer iluminadas y con centinelas desparramados en toda la ciudad.

–Hemos sido vencidos, conocéis el orgullo y las aspiraciones de los anarquistas, en pocos días estarán acá arrastrando sus venganzas. ¿Qué haremos los nobles hijos de Buenos Ayres? ¿Debemos aceptar sumisos la derrota? No, compatriotas. Es preciso hacer esfuerzos para conservar ileso el honor. Hay que ocuparse de la defensa de la ciudad –exclama el alcalde del Primer Voto y flamante director sustituto, José Pedro Aguirre.

–¡Muerte con gloria es preferible a una vida con ignominia! –agrega el regidor.

8 de febrero de 1820. Proclama de López y Francisco «Pancho» Ramírez en marcha hacia ciudad de Buenos Ayres. “Marchamos sobre la Capital, no para talar vuestras campañas ni para insultar vuestras personas ni para mezclarnos en vuestras deliberaciones sino para castigar a los tiranos cuando fueren tan necios que aún osaren pretender el mando con que casi os han vuelto a la esclavitud. ¡Habitantes de la campaña! No abandonéis vuestros hogares ni los restos de vuestras fortunas por huir de nosotros; volved tranquilos a vuestras casas. ¡Soldados y oficiales de las milicias! No corráis creyéndoos comprometidos por haber ejecutado las órdenes de vuestros jefes, vosotros no podíais resistir a las bayonetas que los rodeaban. ¡Jefes y oficiales de la fuerza veterana! Vuestras desgracias arrancan nuestras lágrimas; nuestra conducta en los campos de Cepeda, os prueba esta verdad. Temed nuestra justicia si queréis insistir en vuestros locos proyectos. ¡Habitantes de todas las clases! No desechéis los momentos felices que os presentamos, teñidos todavía con la sangre de nuestros hermanos para evitar que se repitan estos actos de horror”.

Los caudillos acampan cerca de Pilar. Los oficiales tienen órdenes de no permitir un solo desmán contra las personas ni las propiedades, tan recurrentes en los ejércitos porteños invasores de Santa Fe en otros años. Cuando llegan a La Fortaleza de la ciudad derrotada, López y Ramírez ordenan al Cabildo que declare destituido al directorio del derrotado general José Rondeau en Cepeda el 1 de febrero, disuelva el Congreso, entregue las actas y documentos reservados sobre el establecimiento de la monarquía constitucional que pergeñó Pueyrredón, y convoque al pueblo a comicios para elegir libremente un gobierno. El elegido es Manuel de Sarratea, con el apoyo de los federales. La provincia conservará dinero y armas ante el empobrecido litoral y sobre esa base, los vencedores y la élite económica-social porteña acuerdan. El 23 de febrero los generales victoriosos de Cepeda firman junto a Sarratea el Pacto de Pilar.

López no es un jacobino, su figura está lejos de ser un líder radical revolucionario. No se propone imponer un gobierno sometido a su hegemonía. Su objetivo es más modesto. Quiere una paz sólida para la castigada Santa Fe. –Pocos días tan felices en mi vida como el de ayer. Después de lograda esta no pequeña empresa yo me alejaría para siempre de mi país. Aléjense para siempre de nosotros los días de sangre, llanto y discordias y sucedan los de fraternidad, sosiego y libertad –anuncia al Cabildo santafesino.

El acuerdo de Pilar prevé una futura organización federativa para las provincias rioplatenses, omite todo intento de iniciar una acción armada contra los portugueses en la Banda Oriental y se menciona a Artigas apenas como capitán general de la provincia que acaba de perder la batalla final en Tacuarembó. El acuerdo incluye un artículo secreto que representa la traición final al Protector de los Pueblos Libres: Sarratea se compromete a entregar armas a Ramírez para defender Entre Ríos del derrotado jefe oriental.

“Pues yo también tengo que arrepentirme de haberle elegido a v/señoría y de haberlo propuesto al amor de los pueblos libres para que hoy tenga los medios de traicionarlos”, escribe Artigas a su ex lugarteniente.

25 de febrero de 1820. El Brigadier santafesino y el Supremo entrerriano están autorizados a celebrar el acuerdo en Buenos Ayres. Los caudillos victoriosos ingresan a Buenos Ayres con sus montoneras, la indiada y los gauchos, lucen pobres y cansados. Los generales son esperados en el Cabildo, donde se les ha preparado un refresco para celebrar la paz, pero primero toman otra decisión y se dirigen a la plaza de la Victoria.

Después de asegurarse de que los animales estén quietos y tranquilos, López y Ramírez desplazan sus cuerpos y desmontan, y con sus manos atan las riendas de sus caballos a las verjas de la Pirámide de Mayo. Gauchos, indios y mulatos alzan sus cañas tacuaras que lucen trapos rojos en sus puntas.

El símbolo del poder central se desvanece ante la gran victoria militar de los federales, se transforma esa mañana de verano porteño en un palenque de la plebe armada.

26/02/20 Rosario/12