«Ni Walsh ni yo fuimos jefes de Inteligencia de Montoneros»

Capítulo 4 de Vida de perro: Balance político de un país intenso, del 55 a Macri.

Por Diego Sztulwark

Ezeiza, entre la operación militar de la derecha peronista y la operación política de Montoneros. Walsh acerca de La Triple A. Críticas a la conducción de Montoneros. Desvíos ideologistas y aparatistas. La proyección de la lucha armada dentro del peronismo. Sobre Firmenich, Galimberti, Perdía.

Verbitsky es reticente a reflexionar teóricamente sobre su práctica. Su modo de trabajo lo lleva a desconfiar de la mala abstracción, aquella que somete los hechos a esquemas lógicos previos. La ideología, cuando funciona como conjunto de respuestas, es el peor de los riesgos. Operar al ras de los hechos exige controlar con rigor el poder de abstracción para conducirlo a crear los enlaces y las asociaciones capaces de captar la dinámica de las cosas en el plano en el que suceden episodios específicos, enhebrando narraciones detalladas. La walshiana «fe en los hechos» permanece en el trasfondo de su trabajo: siempre hay más en estos que en las ficciones.

Su fuerza es óptica: echa luz sobre la opacidad estratégica con la que los poderes mistifican la trama histórica.

Antes que desdén por lo ideológico, Verbitsky parece desconfiar de lo que percibe como un pensamiento que fuga hacia la abstracción y por tanto postula las ideas por fuera de la eficacia histórica de las prácticas en las que deberían validarse. La realidad es contradictoria y nunca está exenta de fuertes ambigüedades. La querella de Verbitsky no es con la ideología sino con un cierto platonismo de izquierda y con el tipo de nitidez que le exige a la realidad. Verbitsky reacciona con un reflejo preventivo contra esa izquierda a la que considera simplista, en la medida en que sustituye problemas de naturaleza política por formulaciones de orden ideológico.

Experimenta una cierta frustración con las izquierdas que van directo al grano y se ahorran, por así decirlo, las contradicciones que experiencias «cualunquistas» como el peronismo asumen (aunque no las resuelvan).

Verbitsky vive inmerso en la historia argentina: una sucesión continua de coyunturas nacionales a ser desentrañadas por medio del archivo y las militancias. Cuando le propongo que recuerde y reflexione sobre alguna situación, enciende su memoria y comienza a ensayar todo tipo de asociaciones, descarta determinadas hipótesis, sugiere otras. Su análisis es contundente, aunque con adherencias afectivas que testifican el arraigo de sus propios compromisos pasados y presentes, lo que refuerza la impresión de autocontrol extremo. En la conversación aparecen chances de captar esos afectos que intensifican la comprensión y que Verbitsky retira con pudor de sus comparecencias públicas. Incluso llega a plantear la necesidad de sustraer su marca subjetiva para alcanzar una cierta objetividad, indispensable para dar cuenta de procesos históricos colectivos.

DS: En el último encuentro estuvimos hablando sobre los acontecimientos de Ezeiza, tus conversaciones con Righi, el primer trabajo que escribiste y la información que te había dado el Ministerio del Interior. ¿Cómo avanzaste con esto? ¿Lo hiciste con el grupo de Rodolfo?

HV: En ese momento la Juventud Peronista recogió una enorme cantidad de testimonios, porque había instalado mesas para su recolección en todas las Unidades Básicas. Algo de esta información fue usada en la prensa montonera de aquel momento, pero en realidad no supieron qué hacer con todo ese material. La conducción montonera había perdido el interés por lo de Ezeiza, sobre todo después del pase a la clandestinidad, seguida del nuevo cuadro de situación a raíz del golpe. La fundamentación de la conducción montonera para no oponerse al golpe –por decirlo generosamente–, o para propiciarlo –para decirlo con más justeza–, era que el gobierno de Isabel estaba produciendo una división en el seno del pueblo y que ese era el riesgo mayor que enfrentaba el país.

Perdía, en una visita al diario Noticias, explicó que la idea era que el golpe permitiría la unidad del pueblo y que Montoneros sabría cómo enfrentar una dictadura. Fue una idea que siempre me pareció un disparate: jugar con fuego. Pero tampoco quiero proyectar en retrospectiva lo que supimos después sobre la índole de la dictadura que vendría. Ni Rodolfo ni Paco ni yo sabíamos lo que vendría. Teóricamente, después del golpe se darían esas condiciones previstas por Montoneros: la posibilidad de la unidad del pueblo.

Ahora bien, dentro de la unidad del pueblo se suponía a la burocracia sindical, compensando un exceso previo con otro, porque la línea operativa de matar dirigentes sindicales había sido un grave error. Pasar de eso a reivindicar a la burocracia sindical como parte del pueblo, en los términos que entonces se utilizaban, era un absurdo en sentido opuesto, un bandazo de un extremo al otro.

Durante esos años, yo había estado trabajando en la investigación de Ezeiza, procesando todo ese material que la JP había reunido y con el que no supo qué hacer. Yo tenía un borrador avanzado del libro, pero la conducción no quiso saber nada con publicarlo porque estaba tratando de soldar la fractura con la burocracia sindical. Exceso por exceso, este último me parece más razonable que el anterior. Luego, durante la dictadura, ya no había posibilidad alguna de publicarlo. Se hubiera podido hacer en forma clandestina, pero la organización no quería. Finalmente, trabajé solo con eso: me guardé ese material y saqué del país una copia de lo que había escrito hasta el momento. Ya había dejado una copia afuera de lo que había escrito en Perú. Por suerte, porque la documentación sobre la que había trabajado acá cayó en allanamientos. Así que el material estaba preservado y seguí trabajando sobre esa base.

Al finalizar la dictadura publiqué el libro. Montoneros ya no tenía voz ni voto para decidir lo que yo hacía, y lo publiqué. Es un libro en el que se superponen distintas etapas del país pero también de mi propia vida, porque hay una estructura que de un modo implícito sigue las líneas generales de lo que era la política de Montoneros, y en otro sentido no, ya no tiene nada que ver con aquello. Y eso un lector agudo debería descubrirlo, pero hasta ahora no lo descubrió nadie. Ese libro ha tenido muchos lectores muy entusiastas, pero no muchos agudos.

Además hice entrevistas, busqué expedientes judiciales y completé la investigación con otros elementos. Me parece que fue un libro significativo en el sentido de que para mí los libros tienen, entre otras cosas, la misión de conquistar territorios, virtuales, por cierto. En el caso de Ezeiza, el territorio a conquistar tiene que ver con lo que había pasado después de 1973. La derecha peronista había logrado instalar una lectura de los hechos de Ezeiza esencialmente falsa, con elementos de la realidad distorsionados. Como te dije ya, creo, y lo he escrito en algunas de sus introducciones, que nosotros fuimos al mismo tiempo prepotentes e ingenuos con la idea de ocupar el lugar predominante frente al palco y llevar la columna más numerosa «para que Perón viera». Y entrar empujando, con cadenas y palos para pasar. Los otros eran prepotentes, pero nada ingenuos, y nos recagaron a tiros.

En las columnas montoneras no había armas largas, sólo algunas armas cortas de defensa personal, nada más. Nunca se planificó eso como una operación armada. Era una operación política, no una operación militar. Osinde montó una operación militar.

Eso es lo que el libro Ezeiza hace: desarticula y rearma las piezas de modo que queda claro cómo fue realmente, sin ser condescendiente con Montoneros, pero poniendo las cosas en su debido lugar.

La idea de que Montoneros iba a copar el palco y matar a Perón era parte de los disparates que circularon por mucho tiempo, al igual que la asimilación que se hizo entre subversivos y drogadictos.

La versión de Osinde de que en las columnas había ravioles de cocaína era una falsedad deliberada.

La editorial Contrapunto publica Ezeiza, en 1985, con el auspicio de la revista Entre Todos .

Verbitsky dedica el libro a la memoria de Pirí Lugones, quien le suministró las cintas grabadas de las comunicaciones del COR (Comando de Orientación Revolucionaria), CIPEC (Centro de Información para Emergencias y Catástrofes), la SIDE y el Comando Radioeléctrico de la Policía Federal del 20 de junio de 1973. Pirí fue secuestrada el 21 de diciembre de 1977 y asesinada el 17 de febrero de 1978. El libro ofrece una investigación puntillosa sobre la masacre «que cierra un ciclo de la historia argentina y prefigura los años por venir. Es la gran representación del peronismo, el estallido de sus contradicciones de treinta años». Derrotado el Gran Acuerdo Nacional ideado por el general Lanusse para evitar el retorno de Perón, las fuerzas conservadoras de la nación se proponen integrar al peronismo en el gobierno al orden de las fuerzas reaccionarias. Tocaba a la derecha peronista ocuparse de «los designios revolucionarios desde las apariencias de un nuevo frente nacional». Ezeiza marca también el inicio de un reagrupamiento entre las derechas peronistas y no peronistas. En ese libro, Verbitsky se proponía establecer que la masacre había sido planificada con precisos fines políticos, entre ellos el desplazamiento de Cámpora del poder. La investigación demuestra la disimetría de los enfrentamientos (mientras la derecha preparó un dispositivo represivo pletórico de armas largas y automáticas, «los otros marcharon con los palos de sus carteles, algunas cadenas, unos pocos revólveres y una sola ametralladora que no utilizaron»); la pertenencia exclusiva del grueso de las víctimas a este segundo grupo; la cantidad de muertos sensiblemente menor a la cifra que luego circuló, sin que medie investigación sobre los acontecimientos; los tiroteos más intensos provocados entre dos frentes del mismo bando agresor, «quedando la columna agredida entre dos fuegos», por lo cual, más que combates, hubo una masacre de indefensos y, a fin de cuentas, «los masacradores lograron su propósito».

DS: «Ocupar territorios virtuales»: ¿tenés una concepción estratégica de la investigación? Da la impresión de que confrontás, documentación en mano, ideas –que son siempre dispositivos prácticos– que los poderes ponen a circular limitando posibilidades del mundo popular.

HV: Justo ayer leí algo extraordinario: una entrevista que le realizó una revista norteamericana a Bob Haldeman, que fue uno de los principales asesores de Nixon y de su secretario de Estado, Henry Kissinger. Haldeman fue procesado y condenado por el Watergate. La revista lo encuentra trabajando en una ciudad perdida y lo entrevista en el marco de una investigación, a punto de cumplirse cincuenta años del lanzamiento de la guerra contra las drogas, de Nixon. En la actualidad ese paradigma está bajo profunda revisión. La revista le pregunta por qué lanzaron la guerra contra las drogas, cómo la articularon. Haldeman responde: «Nosotros teníamos dos problemas principales, dos problemas básicos. Teníamos, por un lado, el problema racial, con los negros, que estaban muy violentos, y teníamos el pacifismo hippie, que cuestionaba la guerra y se estaba movilizando y haciendo mucho daño al gobierno. Nosotros no podíamos ilegalizar a los hippies y a los negros, en cambio la idea de la guerra contra las drogas nos dio un perfecto instrumento, porque los hippies fumaban marihuana y los negros consumían heroína. Y entonces fue el instrumento perfecto para controlar a esos dos colectivos».

Es la confesión más extraordinaria que he leído en mi vida, ¡un gran secreto expuesto con total sencillez y transparencia! Se trata de una revelación enorme, que refiere a un secreto que uno intentaba decodificar viendo los hechos y, desconfiando un poco de uno mismo, rehusaba imaginarlos de manera simplista, como diciendo: «No me vas a decir que se sentaron a pensar». ¡Y sí! ¡Se sentaron a pensar cómo hacer lo que hicieron!

Algo de eso está mencionado en Ezeiza. Por ejemplo, cómo López Rega introduce el tema de las adicciones en la Argentina, en la misma época que Nixon, y cómo recibe el asesoramiento, el equipamiento y la tecnología de los Estados Unidos. López Rega recibe toda esta parafernalia en un acto en el que hace un discurso donde liga las drogas con la subversión. Es decir que aquí funcionó igual que en los Estados Unidos. Eso está en la primera edición de Ezeiza.

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DS: Con respecto a ese camino que une a Ezeiza con la Triple A, ¿cómo empieza a aparecer frente a ustedes esta cara de la derecha peronista? ¿Cómo ubicás ahí a Guardia de Hierro y al propio Perón?

HV: Guardia de Hierro es un núcleo fundamental que ha sido demonizado. Por supuesto que ellos hicieron muchas cosas para lograrlo, empezando por el nombre. Yo no sé si eran conscientes del origen del nombre. Algún autor dijo que era por la residencia de Perón, lo cual es absurdo porque, en primer lugar, el nombre de la casa es Puerta de Hierro y, en segundo lugar, Guardia de Hierro existe desde antes de que Perón se instalara en ese barrio de Madrid.

Lo que yo no sé si ellos saben es que Guardia de Hierro era una organización integrista católica rumana, creada por Corneliu Codreanu, a la que también se llamaba Legión de San Miguel Arcángel, que fue colaboracionista de los fascismos y del nazismo. Guardia de Hierro argentina no era una organización antisemita; por el contrario, había allí tantos judíos como en Montoneros. El origen social era parecido, predominaban las clases medias, los estudiantes, pero en la confrontación con Montoneros se fue armando una polarización. Si Montoneros jugaba un rol de izquierda, Guardia jugaba un rol de derecha. Esa es la descripción contemporánea, pero no creo que sea históricamente válida. Por lo menos hoy tendría muchas dudas en ese sentido. De hecho, no creo que Guardia de Hierro haya participado en la masacre de Ezeiza ni en la Triple A. Otra cosa es la CNU (Concentración Nacional Universitaria), que sí participó en todo eso.

Guardia era una organización juvenil peronista como Montoneros, que luchó por el regreso de Perón y que, al revés de Montoneros, que hizo una deriva hacia el autonomismo, siguió un camino hacia la verticalidad con Perón. Montoneros se impuso sobre Guardia en la disputa interna en el período 1971-1973, donde las distintas organizaciones juveniles del peronismo participaron en forma activa en la campaña del retorno. Montoneros claramente hegemonizó ese conjunto y Guardia quedó subordinado. Pero más adelante, cuando Montoneros disputa con Perón el liderazgo, eso se revierte y Guardia pasa a ser una organización ortodoxa subordinada a Perón, mientras que Montoneros los confronta.

Con posterioridad al golpe, Guardia tiene una deriva muy curiosa y se convierte en una organización confesional subordinada al proyecto político de Massera. Eso comienza como una búsqueda de protección a partir de relaciones personales. Una militante de Guardia es hija de un oficial de la Marina, al que Massera designa como interventor en Guardia. Massera quería sumar todas las fracciones del peronismo. Tenía a Lorenzo Miguel en arresto domiciliario en Lugano, a Isabel presa en El Messidor, a los Montoneros en la ESMA y a Guardia subordinada. Era la fantasía delirante de Massera. Ya bajo su protección, algunos miembros de Guardia participan en delitos graves, como el reciclaje de las propiedades de la familia Cerutti, saqueadas por la Marina, en Chacras de Coria (Mendoza). Sin embargo, estos hechos no los hace la organización como tal, como sí fue el caso de la CNU.

Jorge Bergoglio estaba en Guardia de Hierro (o muy cerca) y fue el inspirador del famoso documento de Perón sobre el modelo nacional, preparado por uno de los íntimos amigos del provincial jesuita, el coronel Vicente Damasco. Contiene una serie de conceptos que permiten rastrear toda la historia de Bergoglio, conceptos profundamente antimarxistas. Aun cuando hubo muchos marxistas que confluyeron en Guardia, la organización era antimarxista. En términos políticos, Guardia de Hierro se alineó con Perón.

DS: Hay varias derechas peronistas diferentes, entonces. Por un lado, está la burocracia sindical; luego, Guardia de Hierro, que era de derecha en un sentido conceptual, interpretando al mismo Perón; y, finalmente, está la derecha que confluye en la Triple A: la CNU, López Rega…

HV: En 1973 ocurre un episodio muy importante: después de las elecciones en las que se impuso Cámpora, la conducción de Montoneros viajó a España para entrevistarse con Perón. Mientras esperaban la audiencia con él, tuvieron una reunión con López Rega en la que este les planteó la necesidad de formar una milicia, una organización. Les habló en términos esotéricos de los ríos de sangre que corrían subterráneos en la Argentina. Montoneros lo desprecia, les parece un lunático.

López Rega les estaba diciendo que era imprescindible contar con un grupo armado para defender al gobierno peronista de sus enemigos. Eso estaba previsto desde antes de asumir el gobierno: tener una organización armada, clandestina, propia.

Montoneros no quiso saber nada con eso y, por el contrario, profundizó la confrontación con Perón.

Ese aparato se formó entonces reclutando gente de otros lugares y resultó contra Montoneros. De modo fundamental, el reclutamiento fue policial, sindical y militar. La investigación de Walsh sobre el origen de la Triple A rastrea varios nombres importantes que provienen de escuadrones de la muerte policiales que practicaban la profilaxis social contra marginales y delincuentes, y que luego formarían parte de la Triple A. También hubo unos sectores políticos juveniles expresados en la Jota Perra[13] (Juventud Peronista de la República Argentina), que participaron de la Triple A, que son el hilo que muestra claramente la conducción de López Rega.

A fines de 1974, Walsh había emprendido una investigación sobre los orígenes de la Triple A, su relación con López Rega y con la CIA. Se trata de «certidumbres, hipótesis y meras pistas que no tuvo tiempo de seguir: que el hombre de confianza de Perón y su esposa, hoy detenido en Miami, era el jefe político de la AAA; que el almirante Eduardo Massera se lo hizo saber a Ricardo Balbín y que el jefe radical lo denunció ante la Señora Presidenta; que la organización criminal fue inspirada y controlada por la CIA; que participaron en ella sectores de distinto origen: policías, militares, sindicalistas, delincuentes comunes». [14]

En esos fragmentos de investigación puede leerse:

  1. La conducción política de la AAA es el ministro de Bienestar Social, José Daniel López Rega.
  2. Las actividades de la AAA se realizan con conocimiento de la presidente Isabel Martínez de Perón, por lo menos desde su última entrevista con Ricardo Balbín.
  3. La conducción operativa de la AAA está formada por:

– Comisario inspector (R) de la Policía Federal Juan Ramón Morales (MI 0.424.695).

– Inspector (R) de la Policía Federal Rodolfo Eduardo Almirón (MI 5.651.119).

– Suboficial escribiente de la Policía Federal Miguel Ángel Rovira.

  1. La proximidad de estas personas con el ministro López Rega y la presidente Isabel Martínez de Perón está documentada fotográficamente.

En julio de 1975, Walsh observa que «la AAA se define como peronista pero además se considera en condiciones de conocer hasta los ‘deseos indirectos’ de Perón». Luego del asesinato del diputado Rodolfo Ortega Peña, subraya: «la AAA declaró que hasta entonces había limitado su acción por pedido de Perón, pero que el líder ya había muerto y cesaron las restricciones».

Sobre el origen del personal de la AAA, enumeró: I. Grupo original (se refería a Villar, Morales, Almirón, Rovira). II. Custodia personal de López Rega. III. Sectores políticos adictos a López Rega. IV. Custodia presidencial regular. V. Policía Federal. VI. Otras policías. VII. Ejército. VIII. Marina. IX. Gremios.

Sobre los vínculos de la Triple A y la CIA, escribe Verbitsky: «Para Walsh el comisario Gattei, egresado de la Escuela de Policía de la CIA en 1962, era uno de los nexos entre la AAA y la inteligencia norteamericana. En marzo de 1977 lo escribió en su Carta Abierta a la Junta Militar.

Allí dijo con su firma que Gattei y el comisario Antonio Gettor estaban sometidos a la autoridad de Mr. Gardner Hathaway, station chief de la CIA en Argentina. También llevaba registro de la participación en el comando del inspector Héctor Morosi y el sargento Agustín Balberdi, y de otros oficiales y suboficiales».

Verbitsky cierra su nota citando dos reflexiones finales de Walsh: si la CIA maneja directamente a la Triple A a través de López Rega, la probable desaparición de este último del escenario político «no significaría, en ese caso, la desaparición de la AAA (que) seguirá existiendo con ese nombre o con otro, al menos como instrumento disponible de su política». Por otra parte, la metodología de la Triple A «ha sido adoptada en forma estable por fuerzas policiales (SSF, Departamento 2 de Córdoba, algunas Unidades Regionales de la provincia de Buenos Aires), por grupos políticos de derecha (CNU) y por mandos locales de las FF. AA. (Puerto Belgrano, Mar del Plata, Tucumán). En consecuencia, no debe estimarse por ahora que el alejamiento de López Rega signifique automáticamente la desaparición de la AAA o de sus métodos».

DS: ¿Qué papel cumple Perón en la construcción de algo que, visto desde hoy, aparece como un antecedente de la represión del golpe?

HV: Nosotros veíamos que él avalaba la derecha peronista. Desde Ezeiza en adelante eso es claro.

Esto no significa que él avalara la Triple A, que si bien se constituyó cuando él todavía vivía, de hecho empezó a operar después de su muerte. A partir de las reconstrucciones actuales, sabemos que esa idea de un instrumento militar clandestino pertenece al propio Perón y no a López Rega. El modo como se usaría luego ese aparato fue asunto de López Rega y no de Perón. Perón no tuvo tiempo, murió muy tempranamente.

Perón tenía siempre muy presente la Guerra Civil Española, los instrumentos que en ese contexto se crearon, y para evitar eso no quiso enfrentar la sublevación golpista de 1955, porque temía una guerra civil como aquella. Ya en la vejez, permitió la creación de ese tipo de instrumento. Creo que su reflexión tenía que ver con impedir lo que finalmente ocurrió: que los militares desbordaran al gobierno y terminaran derrocándolo.

Horrible y criminal como fue la Triple A, uno de sus objetivos fue impedir el golpe militar, pero como eso lo manejó un carnicero y no un político, terminó como terminó, contribuyendo al golpe.

Perón dio la autorización después del asesinato de Rucci. Hasta entonces, él creía posible la coexistencia con Montoneros, la renegociación de los espacios de poder, de participación. La concepción de Perón era muy clasista en ese sentido. Su pensamiento era: estos son de clase media, van a la universidad, que se queden ahí. Y por eso, en su gobierno les da la UBA pero no acepta que se metan en los sindicatos.

Existe una interpretación actual, de gente que estuvo en Guardia de Hierro –como Pascual Albanese–, según la cual el golpe de 1976 fue para terminar con el peronismo, no con la guerrilla, dado que esta ya estaba terminada para esa fecha. Querían terminar con el peronismo para llevar adelante un programa económico que este hubiera resistido. Es una teoría atractiva pero discutible, porque parte de ese programa ya había comenzado a aplicarse con el ministro de Economía, Celestino Rodrigo, durante el gobierno de Isabel. Es cierto que no duró y que el peronismo era un obstáculo para la remodelación quirúrgica de la sociedad que los militares querían hacer.

La guerrilla fue el aglutinante subjetivo para los militares, que, asustados, estaban dispuestos a hacer cualquier cosa. La línea operativa de atentados indiscriminados que hizo el ERP, después de lo de Catamarca,[15] solidificó el frente interno militar. Uno puede discutir lo que significaba políticamente en ese momento matar al general Juan Carlos Sánchez, que era el comandante del Segundo Cuerpo del Ejército, el general que dijo que la guerrilla estaba diezmada y que sólo quedaba el 15%. Las FAR lo mataron y pintaron: «El 15% no se rinde». Aunque discutible, tenía un sentido político. El ataque indiscriminado a militares en represalia por los asesinatos de Catamarca, de personas que se habían rendido y fueron asesinadas, no tiene nada de político, fue un desatino.

Como lo fue el asesinato de policías que hizo Montoneros, con la idea de despejar el territorio (dado que el enemigo estaba desplegado en el territorio a través de la policía).

Si bien todas estas acciones dieron a los militares la motivación subjetiva, es cierto que –como escribe Walsh en la Carta abierta a la Junta– su peor crimen es la miseria planificada de millones. Y eso era más difícil de hacer con el gobierno de Isabel.

Durante el gobierno de Isabel hubo nuevas estatizaciones. Los sindicatos habían demostrado que tenían fuerza para pararles la mano a López Rega y a Celestino Rodrigo. La dictadura necesitaba modificar las bases materiales que habían permitido el surgimiento del desafío de la guerrilla. La guerrilla era la culminación de un proceso que se planteaba la disputa del poder por los trabajadores, pero sobre la base de una tarea previa que se había expresado en décadas y que iba más allá de la clase obrera. La confluencia de los principios de la Reforma Universitaria anterior al peronismo con el desarrollo de una burguesía nacional y de una clase media fue un fenómeno que produjo la modernidad peronista y que luego la dictadura quiso aniquilar. Lo había intentado en 1955 la oligarquía, pero fracasó. Hay una frase del ministro de Hacienda del año 55, Roberto P. Verrier: «La Argentina tiene todo para prosperar pero le sobra gente, sobra un millón de personas». Veinte años después ya sobraban diez millones de personas. Ya en 1919, monseñor Miguel de Andrea, director espiritual de los Círculos Obreros Católicos, defensor de «esas grandes columnas de la civilización que se llaman propiedad, familia, religión y patria» e impulsor de una cruzada patriótica contra lo que definió como el enemigo interno, cuestiona la universidad estatal como creadora de un proletariado intelectual, que calificó como el peor de todos porque al recibir una cultura amplia, vislumbrar una vida cómoda y brillante, siente como nadie las humillaciones y estrecheces de una situación inferior, la habitación desabrigada y el sustento mezquino. El rencor y la envidia crecerán en su alma y «surgirá el afán de conquistar, a pesar de todo y contra todos, el bienestar que le fue negado, o de reducir al común denominador de un igual abatimiento a cuantos treparon a los más altos peldaños». El golpe de 1976 intentó acabar con todo eso. No terminó con la UBA, pero quedó totalmente degradada.

A comienzos de noviembre de 1976, Horacio Verbitsky puso en circulación un breve documento dentro de la organización: «Política e ideologismo en nuestra guerra revolucionaria». El texto –dedicado «A Paco Urondo, que construyó hasta con su muerte silenciosa»– ordena las críticas al período «ideologista» que ya había formulado a la conducción de Montoneros entre junio y octubre de 1976. Allí señala, como la fuente de una serie de errores y desvíos, la incorrecta estimación del peronismo como un proceso agotado. Afirma que no se supera la realidad sobre la base de esquemas ideales. Por el contrario, la sustitución de la realidad por un esquema de ideas produce un debilitamiento de la identidad y aleja a la organización de su tarea principal en la nueva etapa: resistir junto al pueblo a la dictadura. El ideologismo, razona Verbitsky, supone un empobrecimiento para el peronismo montonero, una asimilación al modo de pensar de la «izquierda no fecundada por el peronismo», a la que adjudica una concepción de la ideología «como un producto terminado, que puede aprenderse en los libros». Un indicador de este desvío ideologista en Montoneros, escribe Verbitsky, es «el excesivo embeleso con las palabras», cuando no son las palabras «sino los hechos los que cuentan». Además, los efectos de la represión son ya dramáticos: «los compañeros no caen en combate, ni dirigiendo conflictos, ni pintando paredes, sino cubriendo citas». Es urgente, por tanto, que Montoneros dé una respuesta política –no una ideológica– a la situación. Para ello, es imprescindible replantear una serie de objetivos intermedios o de transición, sin los cuales «no hay política de poder. Hay Teología y no Historia».

Verbitsky propone moderar el ritmo de funcionamiento –más seguridad y menos centralización–, un mayor esfuerzo para romper el cerco informativo y una mayor sensibilidad ante la caída de compañeros. Hay que recordar, dice, que aun cuando la clase obrera «sigue siendo peronista», es el sujeto que debe hegemonizar el proceso.

Verbitsky elevó un segundo documento a la conducción de Montoneros el 22 de diciembre de 1976: «Observaciones sobre el documento del Consejo del 11-11-76». Este da cuenta de las modificaciones parciales que asume el Consejo, a las que considera insuficientes, e insiste con los planteos críticos que varios compañeros habían elaborado. El carácter colectivo de estos planteos se hace evidente cuando se los compara con los documentos que Walsh elevó en el mismo período.

Por eso no sorprende que el documento de Verbitsky contenga frases enteras que aparecen en el de Walsh. En este, Verbitsky recomienda desandar el camino militarista que piensa la guerra en términos abstractos, e incluso delirantes, a favor de un retorno a la política, es decir, a definiciones claras y sencillas que permitan compartir con el pueblo la etapa de la resistencia a la dictadura. En la Argentina, sostiene, «es el Movimiento el que genera la vanguardia y no a la inversa como en los ejemplos clásicos del marxismo», o sea que negar al Movimiento es ignorar la propia historia. Esto sucede cuando se asume como propia la realidad china y vietnamita, caracterizada como una guerra anticolonial que presupone la unidad del pueblo y su vanguardia contra un enemigo invasor extranjero, y se desatienden las condiciones de la situación argentina, en la que se desarrolla una lucha de clases con niveles crecientes de violencia, sin contar con alguna organización de vanguardia que haya conseguido conquistar la representación del pueblo.

Esta ignorancia del proceso nacional es grave y tiene consecuencias que hay que corregir con urgencia. El golpe de 1976 ha aislado a la organización de las luchas populares. El peronismo, lejos de haberse agotado como se preveía, perdura como una realidad popular tangible. En estas circunstancias, argumenta, es preciso abandonar los esfuerzos para organizar un partido montonero separado (desviación «aparatista») e invitar a la resistencia al movimiento peronista realmente existente. Para ello urge abandonar el militarismo, comenzando por abandonar el lenguaje militar con el que se habla de política, y admitir que la realidad ha desmentido las «hipótesis de guerra». Encerrarse en ideologismos conduce al peligro de conformarse con una falsa idea de la realidad. No es cierto, como se afirma en los documentos oficiales montoneros, que las Fuerzas Armadas estén aisladas o carezcan de política. Esta descripción cuaja mejor con la realidad de Montoneros. En todo caso, «la única derrota seria de los militares está en el tema de los derechos humanos, pero aun así creemos que no es para tanto. Se trata de una política del imperialismo, que aprieta con dos pinzas: la económica y la de los derechos humanos, para mejor someter a nuestros países. Los mandan a matar y después los aprietan porque matan. Ahora van a institucionalizar los derechos humanos, creando comisiones dirigidas por ellos, para regular las denuncias como mejor les convenga».

El documento considera que «hay que ser más humildes» y resistir junto con el pueblo a la dictadura, y cierra con una advertencia sobre la tortura: «Nos parece grave afirmar que las delaciones se producen por debilidades ideológicas y cerrar ahí el tema», lo cual sólo revela una concepción omnipotente.

Verbitsky dice que hoy no sostendría esa caracterización sobre los derechos humanos, que fueron un instrumento fundamental en la resistencia a la dictadura y que le dieron un sentido nuevo a la democracia posdictatorial y a su propio modo de verla. Por eso dudó en hacer pública la autoría de ese documento. «Pero me cansé de que se lo atribuyan a Walsh y lo usen para cuestionar la práctica de los organismos de derechos humanos y, específicamente, la mía. Ni siquiera creo que aquel escrito de hace cuatro décadas plantee una contradicción antagónica con mi participación actual en el movimiento de derechos humanos.»

DS: Entre 1974 y 1976, ustedes como grupo comienzan a elaborar ya con mayor claridad una serie de críticas a la conducción de Montoneros. ¿Cómo fue ese período? ¿Cómo se desarrolló esa discusión?

HV: Cuando editamos el diario Noticias habíamos planeado un producto de alcance masivo, en tensión con la conducción, que quería un instrumento de propaganda. Nosotros creíamos que tenía que ser mucho más amplio y llegar a otros sectores. En ese momento no cuestionábamos a la organización, sino que la organización nos cuestionaba a nosotros.

Uno de los temas de discusión era que habíamos incluido una sección turf en el diario. La organización no lo entendía. Publicábamos muchísima información, tratábamos de cubrir la actualidad, de competir con los diarios, con Clarín, Crónica, La Razón. Después, por supuesto, había una línea política y un sesgo ideológico que era el nuestro. La organización se movía con una gran suspicacia con respecto a los intelectuales. Fue un tiempo de muchas discusiones, por ejemplo, cuando el asesinato de Rucci. Yo me enteré estando en la casa de Rodolfo, mientras almorzábamos viendo el noticiero en la televisión, y tuve la reacción que tuvo el conjunto de la militancia: «Esto es la CIA o el ERP». Rodolfo sólo dijo: «¿Te parece?».

Se discutió mucho. Rucci era un pesado, tenía un ejército, una patota con armas largas, un polígono de tiro. No era un nene de pecho.

Nadie era un nene de pecho en esos años. Me refiero a que en las fuerzas políticas y sociales significativas la práctica armada era general. El PC condenaba a la guerrilla, pero hasta ellos tenían sus autodefensas armadas. Nadie puede decir que no tuvo nada que ver con eso. Nadie políticamente significativo.

No lo pueden decir porque ni siquiera los radicales eran nenes de pecho. El acto terrorista antipopular más importante de la historia argentina hasta los atentados de la década de 1990 lo hicieron los radicales, el 15 de abril de 1953: una bomba en la boca del subte, en Plaza de Mayo, durante una concentración peronista, mientras el presidente Perón hacía uso de la palabra. El que puso la bomba fue el ingeniero Carranza, que después fue ministro de Defensa de Alfonsín y nombre de una estación de subte. Nadie puede decir «yo no tuve nada que ver, los violentos son otros». Lo menos que había eran cadenas y armas de puño. Nadie estaba exento de eso. Si recordamos aquel atentado de 1953 (que provocó seis muertos y más de noventa heridos), los bombardeos de 1955 o los fusilamientos de 1957, no podés proyectar los valores actuales de la democracia hacia aquel momento, simplemente porque no era así, nadie lo vivía así. Aquí no hubo ningún Mahatma Gandhi.

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DS: La lucha armada se intensifica dentro del peronismo.

HV: La proyección de la lucha armada dentro del peronismo es trágica y eso favorece muchísimo el avance de los militares: el método de la Triple A de tirar cadáveres en la calle produce espanto. Ahí se puede ver el rastro norteamericano. La Triple A se parece al Plan Phoenix de Vietnam, que a su vez fue aprendido de los instructores franceses, y la dictadura se parece a La batalla de Argel. La relación de López Rega con los Estados Unidos es pública, está en los diarios, pero cuando se produce el golpe la Triple A desaparece. Hay sectores que son absorbidos por el aparato militar, como por ejemplo la CNU, y el resto se evapora. Se trataba de una fuerza paraestatal, cosa que no era la guerrilla.

Por eso fallan por la base los esfuerzos actuales por ligar la acción guerrillera al Estado, para mostrar que las acciones de la guerrilla serían parte de una violencia estatal, y que por lo tanto esos delitos serían imprescriptibles. Es cierto que por un tiempo hubo gente de Montoneros en posiciones de gobierno, pero no se trataba de una fuerza paraestatal. No es lo mismo que durante la dictadura, donde había una verticalidad, una centralización. Tampoco el hecho de que algún montonero haya sido entrenado en Cuba puede señalar «estatalidad» en los actos de Montoneros.

Entre agosto de 1976 y enero de 1977, Walsh elevó a la dirección de Montoneros una serie de documentos críticos de aspectos centrales de la línea política oficial de la organización, para el período abierto por el golpe del 76. Escritos a partir de discusiones con sus compañeros más próximos, los textos fueron publicados por primera vez en 1979, en el exilio, con el nombre de «Los papeles de Walsh. Cuadernos del Peronismo Montonero Auténtico». [16]

Los documentos concluyen que el pensamiento de la conducción montonera adolece de déficit de historicidad. La progresión es dramática. El documento firmado el 27 agosto de 1976 discute apreciaciones erróneas de la dirección sobre problemas en tareas de inteligencia de la organización: «La política de infiltración que el documento sugiere es incompatible con la línea militar que el partido ha seguido desde marzo. La ejecución indiscriminada de policías veda toda forma de acción política interna».

El documento fechado el 23 de noviembre de 1976 discute la concepción política oficial para la etapa con conceptos que reaparecerán en el documento de Verbitsky de diciembre. «En nuestro país –dice–, es el Movimiento el que genera a la Vanguardia y no a la inversa, como en los ejemplos clásicos del marxismo», y cuestiona severamente la tentación de sustituir al peronismo como movimiento real por un movimiento imaginario Montonero, surgido de esquemas pertenecientes a realidades nacionales por completo diferentes como las de la guerra colonial de China y de Vietnam, donde «se presupone la unidad del pueblo detrás de su conducción y contra el invasor extranjero». Nosotros, en cambio, afirma el documento, «tenemos que empezar por ganar la representación de nuestro pueblo a partir de los elementos con que contamos». Por eso concluye que es erróneo abandonar la lucha política «dentro del peronismo» para enfrascarse en el enfrentamiento militar. Esta desviación viene acompañada, además, de la negación del carácter desfavorable de la relación de fuerzas políticas y militares para la guerrilla. El documento propone un «retorno a las masas» a partir de: a. Abandonar el lenguaje militarista y asumir un pensamiento en términos políticos; b. Abandonar «delirios de grandeza» vinculados a la guerra y pasar a «resistir junto con el pueblo a la dictadura». De persistir en el error de la guerra, concluye, las propias masas no serán «un espacio seguro para nosotros» sino que se acentuará la contradicción entre la organización (cada vez más «aparatista») y lo que debería ser su base social.

El documento del 13 de diciembre de 1976 repasa la situación de masas: «Retirada para la clase obrera, derrota para las capas medias y desbande para sectores intelectuales y profesionales», con la excepción del «peronismo sindical –Luz y Fuerza, Portuarios– que ha conseguido frenar avances enemigos» (hecho que importa a Walsh porque señala «la primacía de la infraestructura básica de servicios y de los sectores obreros ligados a ella») y sostiene, a partir de las «movilizaciones obreras de julio del 75 contra el ‘Rodrigazo’», que «se ha hecho un pronunciamiento prematuro sobre el agotamiento del peronismo». Mientras la clase obrera combatió contra un gobierno peronista, parecía que se iba a firmar «un acta de defunción del movimiento peronista», sin percibir que más allá de un sector de la vanguardia, la clase en su conjunto «iba a retroceder hacia el peronismo cuando la marea se invirtiese por la presencia militar». Es decir: se subestimó el «peso efectivo que en tales movilizaciones tuvo la burocracia sindical peronista». Es el problema incomprendido del repliegue que, dice Walsh, jamás se da «en el vacío», sino que se dirige hacia «el terreno malo pero conocido». Fue un error proponer a las masas en repliegue la superación del peronismo por el montonerismo, haciendo de la vanguardia una «patrulla perdida». El documento propone entonces un concreto plan político: reconocer la derrota militar de la guerrilla sufrida durante 1976; definir la etapa como de «retirada» en lo estratégico y de «resistencia» en lo táctico (siendo el pueblo peronista el sujeto en el que verificar dicha retirada); retirar del país a la conducción de Montoneros; «definir la seguridad individual y colectiva como criterio dominante en la resistencia»; privilegiar «estructuras militares defensivas» (documentación, información, comunicación) y «estructuras políticas ofensivas» (agitación y propaganda, prensa).

El documento escrito el 2 de enero de 1977 insiste en la idea de que la etapa debe definirse como de «resistencia». Se trata del exterminio de la vanguardia y de recobrar «el privilegio de la defensa». Y se vuelve a proponer un plan político (esta vez más detallado): ofrecer la paz, forzar al gobierno de las Fuerzas Armadas –sobre la base del reconocimiento simultáneo de la derrota militar de la vanguardia y del principio justo de la lucha por la liberación– a asumir los términos de ese acuerdo sobre la base del mutuo reconocimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y de la apertura del campo político democrático para dirimir los conflictos políticos. El texto informa que, en el transcurso de 1976, «el enemigo cumplió todos los objetivos militares», que había resuelto «el aspecto territorial de su guerra y encara en 1977 la liquidación del aparato partidario».

El último de los textos, fechado el 5 de enero de 1977, afirma que «La inteligencia enemiga ha avanzado hacia un tipo de análisis estructural que le permitirá en grado creciente la búsqueda de estructuras prioritarias de conducción o del aparato federal. El conocimiento de la propia estructura le permite la selectividad de los blancos y el volumen de caídas y confesiones obtenidas por tortura facilita una renovación constante del ciclo de inteligencia».

Y concluye con una profunda crítica a la concepción política de la propia organización: «el vacío histórico» del «pensamiento montonero» y la ignorancia respecto de las «leyes» que subyacen al proceso de «la toma del poder en la Argentina».

DS: ¿En qué términos formulaban críticas a la conducción de Montoneros?

HV: Después del golpe veíamos que la conducción mentía, lo cual nos preocupaba mucho. Recuerdo una discusión que tuvimos con Rodolfo, Pirí y Carlos Collarini. Firmenich había enviado unas cintas grabadas, copiando la técnica de Perón, y también había dado un reportaje donde minimizaba el costo humano, minimizaba las caídas. Planteaba, además, que esa sangre la íbamos a capitalizar porque el pueblo la reconocía, y otros argumentos en ese estilo. Todo eso a nosotros nos parecía una monstruosidad en dos sentidos. Por un lado, la realidad era que estaban cayendo compañeros y que el grueso de la actividad consistía en escaparse, en buscar dónde vivir. En mi caso, por ejemplo, tuve a una compañera con su bebé viviendo un año en mi casa, porque habían matado a su compañero. La actividad principal entonces era escaparse, esconderse. En ese contexto, esas cintas retóricas, vibrantes, nos parecían una burla a lo que estábamos viviendo.

Por otro lado, se había puesto en circulación un manual con instrucciones frente a la tortura que también nos indignaba, porque planteaba que era posible resistir a la tortura con fortaleza ideológica.

Rodolfo había estudiado históricamente el tema, había relevado varias experiencias de otros países y estaba claro que la resistencia ideológica a la tortura era imposible. Lo que nosotros cuestionábamos no era el intento de resistir todo lo posible, sino la falta de medidas complementarias, que partieran de un diagnóstico más realista del problema.

Como muchos otros militantes, Verbitsky llevó consigo una pequeña pastilla de cianuro, del ancho de un dedo, recubierta de acrílico, bien envuelta con cinta, hasta más allá de su desvinculación de Montoneros. La indicación era que, en caso de ser capturado, había que morderla bien fuerte para que se rompiera el acrílico y el cianuro se esparciera en la boca. En una ocasión, en 1977, la llevó en la boca, por las dudas.

La portación de la pastilla fue el saldo de una discusión interna en la organización ante la cuestión de la tortura. Walsh planteó la necesidad de apostar a la organización más que a la subjetividad individual para enfrentar la tortura. Porque nadie vence a la tortura. Pero debía intentarse que la organización sobreviviera, a pesar de ella. La adopción de la pastilla por parte de Montoneros zanjó en los hechos esa discusión.

Sobre la pastilla se han dicho «muchas estupideces», dice Verbitsky: «Si vos lo ves en abstracto es una decisión suicida. Pero si lo ves épicamente, porque aquello era una épica, el suicidio de una persona tiende a preservar la vida de una organización, entonces unilateralizarlo como una actitud suicida me parece que no da cuenta de la complejidad de la situación». Según Verbitsky, los críticos de la guerrilla nunca entendieron los razonamientos en los que «un objetivo colectivo y social prevalece por encima de la salvación individual», porque «nunca vieron esta dimensión épica y social», sino que tendieron a analizar el fenómeno de las organizaciones político-militares «en términos psicológicos, y en ese sentido empobrecen mucho el análisis».

HV: Otro tema que nos pareció equivocado fue la creación del partido y la realización de un congreso clandestino. Era una cosa irreal. De hecho, en nombre del congreso decidían tres o cuatro, a esto lo llamaban centralismo democrático, como sello de goma: se decidió esto, ahora hay que cumplirlo. Me acuerdo que en el diario Noticias, Silvia Rudni había escrito una especie de ley de Murphy de la militancia montonera y una de las reglas era que «ámbito que cuestione se disuelve». Siempre había una reorganización.

También cuestionamos la respuesta militar de Montoneros frente a la dictadura, que no era coherente siquiera con lo que se había planteado previamente: era el momento de hacer política, no de tirar tiros. En cambio, lo único que hacía la conducción en términos políticos eran acuerdos con el ERP, con organizaciones marxistas. Yo era muy crítico de todo eso porque la dictadura sí hacía política: la relación con los soviéticos, la relación con los radicales, la relación con los socialistas, las campañas de vacunación: todo eso era hacer política. Claro que después se empantanaron. El sector politicista perdió la interna y se fueron a la mierda.

Todo esto lo supimos después. En aquel momento, es Rodolfo quien mejor dice, en los documentos críticos, que el repliegue tiene que ser hacia lo conocido. En consecuencia, éramos muy críticos con relación a la idea de la creación del partido montonero, del montonerismo. Mi separación de la organización tiene que ver con eso. Yo cuestionaba la proliferación de siglas: el partido, el movimiento, el movimiento de liberación, el frente de liberación, la rama femenina. Éramos siempre los mismos que andábamos corriendo de un lado para el otro, cambiándonos el sombrero para llenar ese organigrama de fantasía. Una inflación de siglas que no correspondía a la realidad.

La confusión de una guerra de liberación nacional como la de Vietnam con la lucha política nuestra era muy grave. Esa confusión fue costosísima y también la tuvieron los militares. Ellos aplicaron los métodos coloniales de Argelia, sin darse cuenta de que aquello era una guerra colonial en otro país.

Eso lo explica muy bien el general Albano Harguindeguy en una entrevista que le hace Marie-Monique Robin, cuando él dice: «Después, cuando terminó la guerra, fueron dos países separados». [17] Pero aquí, cuando terminó la guerra tuvieron que convivir. Las heridas y los odios perdurarán en forma indefinida. No podés aplicar al propio pueblo los métodos de un ejército colonial. Aun cuando son horribles en los dos casos, tienen consecuencias distintas. En los casos de los ejércitos coloniales, todo termina con la independencia y la separación.

Nosotros nos comimos toda la doctrina vietnamita y maoísta sin ninguna indigestión, cuando no tenía nada que ver con la realidad nuestra. Los chinoístas argentinos veían mejor la realidad que nosotros, si bien llegaban al absurdo de defender a López Rega –cada uno tiene sus excesos y sus locuras–, pero su valoración del peronismo era más inteligente que la nuestra en ese momento.

Los autores del libro La Lealtad. Los Montoneros que se quedaron con Perón[18] afirman que no comparten «la teoría del ‘último Perón malo’ o ‘facho’», idea que pretende «destruir el mito originario» y deslegitimar al peronismo. «Partimos de reconocer la legitimidad de la lucha armada hasta 1973.» Enunciados como estos inspiraron una efímera escisión de Montoneros fieles al General. Las razones de la ruptura tienen que ver con «el rechazo provocado por el fuerte cuestionamiento al liderazgo de Juan D. Perón de parte de los jefes Montoneros, como con las dudas respecto de la legitimidad de la lucha armada en un gobierno democrático elegido».

Sobre la relación Perón, López Rega y la Triple A, los autores de La Lealtad se preguntan a quiénes beneficia esta teoría: «Si la Triple A la creó o avaló Perón (como afirman algunos), quiere decir que el genocidio comenzó en plena democracia. Esta falsedad da lugar a que la camarilla militar diluya su responsabilidad legal e histórica asumiéndose como ‘continuadores’ de una política iniciada en democracia», y a «los ‘espíritus gorilas’ de izquierda y derecha, que justifican así su desprecio por la figura de Perón».

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DS: De todos modos, para ustedes no fue atractiva la ruptura de Lealtad Peronista, ¿no?

HV: No, nunca nos tentó, porque en ese momento en que nos estaban diezmando, nos parecía que había que fortalecer la unidad. A veces hay buenas ideas que no se pueden aplicar, no es el momento político para hacerlo. La idea es razonable, pero inaplicable. Se la puede recuperar en retrospectiva, pero no tenía viabilidad en el momento.

DS: Cuando ustedes ingresan a Montoneros y, luego, en este período crítico, ¿mantienen vínculos con dirigentes obreros y con experiencias del movimiento social?

HV: Algunos compañeros sí, otros no, dependía de los ámbitos. Ya no es con dirigentes sindicales sino con bases obreras. No con dirigentes de superestructura, sí en cambio con las bases obreras, comisiones internas, sobre todo en la zona norte del Gran Buenos Aires, porque allí había mucho contacto con ferroviarios. Sí, eso se mantuvo.

DS: ¿Compartían análisis políticos? ¿Tenían algún tipo de mecanismo de elaboración?

HV: Se discutía siempre la coyuntura y había documentos de la organización que había que discutir.

Eran bodoques indigeribles. Había una intoxicación de marxismo y de clausewitzismo. Eran como una versión de Shakespeare en historieta. Como dicen los gringos: Clausewitz for dummies. Era trágico. Vos veías la realidad cotidiana y te bajaban esos textos y te desesperabas.

El 24 de marzo, en plena movilización por los cuarenta años del golpe, Infobae publicó un artículo firmado por la periodista Claudia Peiró que hacía referencia a la crítica a la dirección de Montoneros. [19] Allí recordaba que Walsh «elaboró una propuesta de ofrecimiento de paz, de cese de las acciones armadas y de repliegue organizativo que, de haber sido aplicada, habría evitado muchas muertes inútiles. Es bueno recordarlo en momentos en que una vez más simpatizantes y exintegrantes de aquellos grupos se preparan para condenar el golpe de Estado de 1976 sin autocriticarse ni asumir responsabilidad alguna en los acontecimientos que ensangrentaron al país».

En otras palabras, se les pide a exintegrantes de las organizaciones armadas que se pronuncian contra el golpe que se autocritiquen, sin considerar hasta qué punto el texto citado es la documentación más nítida de una crítica hecha en tiempo y forma, cuando aún se creía posible modificar el curso de los acontecimientos. La intención de Peiró, públicamente asociada a Galimberti y a Daniel Hadad, [20] era atacar la política de derechos humanos del gobierno kirchnerista y a sus principales sostenedores. Lo que ignora Peiró es que ese fragmento que cita fue escrito por el propio Verbitsky.

Buena parte de las falsedades que circulan en torno a Verbitsky –que participó del ataque a Coordinación Federal, [21] que Walsh y él fueron cuadros operativos y/o jefes de Inteligencia de Montoneros, que estuvo involucrado con el dinero del secuestro de los hermanos Born– tienen origen precisamente en la actividad de Galimberti entre fines de la década de 1980 y comienzos de la de 1990. En su libro, Larraquy y Caballero enumeran las andanzas de Galimberti y su colaborador, Daniel Zverko, con los carapintada de Aldo Rico, con los viejos cuadros de Guardia de Hierro, con la CIA, con miembros de grupos de tareas como Jorge Rádice, con el empresario Jorge Born y con el entonces presidente Carlos Menem. [22]

Sus embates contra Verbitsky vienen de lejos y se agudizan al ritmo de las nuevas alianzas. El 7 de agosto de 1988, Galimberti publicó en el diario Crónica una «Carta Abierta a Horacio Verbitsky», donde lo acusa sin mayores explicaciones de haber defendido la teoría de los dos demonios.

El retorno del peronismo al poder encontró a Galimberti en un proceso de seducción y negocios con Jorge Born. La idea era conseguir que se lo indemnizara y obtener una comisión. Según cuentan Larraquy y Caballero, «hubo una ‘operación especial’ que Galimberti aceptó» en momentos en que «Horacio Verbitsky no paraba de darle dolores de cabeza a Menem» con su libro Robo para la corona , centrado en la corrupción como condición de posibilidad de las políticas neoliberales. «Justo cuando el gobierno más lo necesitaba, el nombre de Verbitsky comenzó a repetirse en un expediente paralelo a la causa Born, caratulado ‘Actuaciones internas’, número 41.811, manejado por el fiscal Romero Victorica», abierto nada menos que por Daniel Zverko. [23]

Remanentes de antiguas tramas, entre los que abundan «exguardianes», actúan aquí y allá. Entre los más célebres se encuentran Julio Bárbaro, José Luis Manzano y José Manuel De la Sota.

Sin haber pertenecido a Guardia, Claudia Peiró, proveniente del grupo liderado por Galimberti, forma parte de este combinado de agrupamientos que se activa contra todo aquello que perciben como los enemigos de Jorge Bergoglio.

HV: Ni Walsh ni yo fuimos jefes de Inteligencia. Eso ha sido un invento posterior que surgió durante el menemismo, cuando me convierto en un moscardón muy molesto para el gobierno de Menem, que tenía vínculos fluidos con exmontoneros: Galimberti, Firmenich, Perdía (digo ex porque la organización ya no existía). Galimberti habló una vez sobre un encuentro que hubo en Río de Janeiro.

Firmenich y Perdía habían estado muy peleados con Galimberti, pero se juntaron para ver cómo joderme a mí, que era muy crítico de los indultos y la misa de reconciliación que estaban negociando.

En consecuencia, una de las decisiones que ellos toman es hacer público que yo había sido miembro de la organización. Así fue como, sobre todo después de la publicación de Robo para la corona, empezaron a tirarme con lo del aparato de Inteligencia de Montoneros. Enrique Llamas de Madariaga le hizo un reportaje a Firmenich, como parte de la negociación de los indultos, donde él tenía que decir eso, y no le salía. Llamas de Madariaga le da el pie, pero prácticamente lo termina diciendo el propio Llamas de Madariaga, y Firmenich sólo atina a decirle «sí». Es entonces cuando atacan a Hebe de Bonafini y a mí. Me atribuyen formar parte del aparato de Inteligencia de Montoneros, donde Rodolfo habría sido el jefe y yo el segundo. Ojalá hubiéramos sido los jefes, las cosas habrían terminado mucho mejor. A nosotros no nos daban ni cinco de pelota, justamente porque no teníamos ninguna jerarquía importante, éramos pinches. Estábamos en Informaciones, eso es real. Pero ni Rodolfo era el jefe, ni yo era el segundo jefe, eso es falso.

DS: Te hacen responsable operativamente.

HV: Son mentiras que apuntan a desacreditar, pero no han tenido éxito. Nosotros no elaborábamos información operativa, sino información política, estructural. Esa mezcla que hacen, como si hubiéramos sido la SIDE de Montoneros, no era así. En las Fuerzas Armadas los grupos que hacían Inteligencia eran operativos, nosotros no. Yo, por ejemplo, reconstruí toda la estructura del ejército, unidad por unidad, quién era el jefe, la doble dependencia que tenían algunas unidades, la cantidad de generales que había, las biografías de los tipos, dónde habían hecho su formación; cuando fue el golpe, cómo era la división entre las fuerzas (por arriba eran tres iguales, pero por abajo nada que ver). Eso está en mi libro Malvinas. La última batalla de la Tercera Guerra Mundial. Nosotros hacíamos ese tipo de cosas.

«Hacíamos ese tipo de cosas». Su libro Malvinas. La última batalla de la Tercera Guerra Mundial , dedicado a Walsh, contiene «un análisis de la acción psicológica durante los dos meses y medio del conflicto», surgido de la confrontación entre comunicados y propaganda de la dictadura, y testimonio de protagonistas. Podría haberse llamado con justicia «Historia de un engaño al pueblo argentino». Si la desinformación del enemigo es parte de la estrategia de la guerra, durante Malvinas el mando militar se esforzaba por desinformar, ante todo, a los propios argentinos. Este enfrentamiento con las propias fuerzas populares no hace sino demostrar lo que León Rozitchner había descubierto por su cuenta a propósito del mismo acontecimiento: es imposible comprender la guerra sin comprender la naturaleza del régimen militar que la llevó a cabo.

El capitán de fragata Salvio Olegario Menéndez, protagonista en la «guerra interna» (léase: ejecución del terrorismo de Estado) como jefe del Grupo de Tareas 3.3.2. de la ESMA, relevado cuando fue herido por segunda vez mientras allanaba una casa en Buenos Aires, fue trasladado al Servicio de Hidrografía Naval. No poseía calificación suficiente para un ascenso. En manos de Menéndez terminó por centralizarse la información pública (que nunca fue tal, sino acción psicológica) durante la guerra de las Malvinas.

Entre lo que ocurrió en la ESMA durante la dictadura y el modo como el Estado Mayor Conjunto trató la información sobre la guerra de las Malvinas hay similitudes sorprendentes, difíciles de atribuir a mera casualidad: «La ESMA se encargaba de la formación de suboficiales técnicos de la Marina, pero dentro de sus instalaciones funcionó un grupo paralelo encargado de los trabajos sucios. El Estado Mayor Conjunto tuvo a cargo la emisión de los comunicados oficiales a partir del primer ataque británico a las Malvinas, el 1º de mayo. Pero del contraalmirante Salvio Olegario Menéndez, quien recibía material del jefe del SIN, su compañero de promoción, Morris Girling, también dependía una estructura paralela, los paramilitares de la información», cuyo trabajo se describe en la segunda parte del libro, atendiendo, por ejemplo, a publicaciones como la revista Gente y el diario Convicción .

Ese espíritu de cruzada como ideología de la guerra de Malvinas, delirio y derrota, era completamente inepto para «percibir las relaciones reales y la ubicación en el mundo del interés nacional». Las primeras «víctimas de la acción psicológica fueron los propios oficiales de las Fuerzas Armadas».

DS: La idea del infiltrado y de la filtración de servicios de inteligencia se hace presente con frecuencia cuando se conversa sobre los años setenta.

HV: Siempre hubo una versión de que Firmenich era un infiltrado. Esto lo largó el excorresponsal de Newsweek, Martin Andersen, autor del libro Dossier secreto.[24] Hasta que vi una foto en la que está abrazado con Bush como profesor del Center for Hemispheric Defense Studies no terminé de entender quién era el tipo, ni por qué hacía lo que hacía. Él sostenía que Firmenich era un infiltrado. Yo siempre le dije que no, que no lo creía.

Uno de sus argumentos para respaldar la afirmación contra Firmenich era que la casa en la que se hizo la conferencia de prensa en la que fue liberado Born había sido una casa operativa de la SIDE.

Pero yo sé que Firmenich no tuvo nada que ver con eso. El encargo de conseguir una casa para la conferencia de prensa se lo dio Paco Urondo a Luis Guagnini. Y era una casa que se alquilaba para fiestas. A menudo la realidad parece obra de un mal guionista. Imaginate un guión que diga que llega un gobierno de derecha a la presidencia por vía electoral y que cuando ese gobierno cumple cien días es el aniversario del golpe que impulsó esas políticas, y viene el presidente de los Estados Unidos y va a hacer un homenaje a los desaparecidos al Memorial. Ese guión no te lo acepta nadie. Acá es lo mismo. Yo se lo dije a Andersen. Podés decir cualquier cosa pero no que era un infiltrado.

Además, si era un infiltrado le hubiera ido mejor, pobre. Le fue muy mal. De los sobrevivientes de la conducción es al que peor le fue.

DS: En cuanto a Vaca Narvaja y Perdía, ¿mantuviste un vínculo político?

HV: No. A Vaca Narvaja lo vi una vez. A Perdía lo vi varias veces, pero siempre en forma accidental. A los dos los vi en Cuba, cuando yo trabajaba en la revista El Periodista. Había publicado Ezeiza y les llevé un ejemplar. Tuvimos una conversación cordial en la cual les dije que ellos tenían que disolver públicamente la organización, que de hecho ya no existía pero se mantenía como un sello, y que me parecía que en la nueva etapa democrática no tenía sentido mantener eso, que había que dar vuelta la página. La respuesta que me dieron fue que si hacían eso, alguien iba a usar el sello para no sé qué. Una conversación irrelevante por ambas partes.

Hacia el fin de la dictadura, encontré un día a Perdía en la calle, mientras llevaba a mi hijo al colegio, y me dijo que estaban preparando un diario ( La Voz) y que sería bueno que yo fuera a trabajar ahí. Yo no sabía que él estaba en el país, estaba clandestino en ese momento, yo también, pero a él lo buscaban, o por lo menos yo creía eso. A mí, hacía seis años que me habían separado de la organización con el argumento de «falta de confianza en la conducción». Y yo lo acepté porque era real. Entonces le dije: «No creo que ustedes hayan hecho nada para revertir mi desconfianza, no tengo hoy más confianza que la que tenía cuando me separaron de la organización». Fue una conversación cordial. No tengo nada personal contra él. Con Galimberti era otra cosa. Galimberti era muy mal bicho, un operador del menemismo.

[13] Organización de la ultraderecha peronista, dirigida por Julio Yessi.
[14] Horacio Verbitsky, «La investigación inconclusa de Rodolfo Walsh. López Rega, la CIA y la Triple A», El Periodista, 21 de marzo de 1986.
[15] En agosto de 1974 una sección de la Compañía de Monte «Ramón Rosa Jiménez» del ERP atacó el Regimiento de Infantería Aerotransportada 17.
[16] Véase www.ruinasdigitales.com. Los textos se reeditaron luego en la revista Controversia (nº 4, febrero de 1980), en México.
[17] Disponible en www.youtube.com .
[18] Aldo Duzdevich, Norberto Raffoul y Rodolfo Beltramini, La Lealtad. Los Montoneros que se quedaron con Perón, Buenos Aires, Sudamericana, 2015.
[19] Claudia Peiró, «La carta ‘no abierta’ de Rodolfo Walsh a la cúpula de Montoneros», Infobae, 23 de marzo de 2016.
[20] Según Miguel Bonasso, «quedan rastros laborales de aquella relación: Claudia Peiró, que militó en el grupo de Galimberti en los setenta, pasó de la revista Jotapé a integrar la nómina de Radio 10 y la revista La Primera» (Miguel Bonasso, «El irresistible ascenso de Daniel H.», Página/12, 7 de julio de 2002).
[21] Violento atentado, atribuido a Montoneros, contra la Superintendencia de Seguridad Federal de la Policía en la Ciudad de Buenos Aires, en 1976, que dejó como saldo veinticuatro muertos y un centenar de heridos.
[22] Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA, Buenos Aires, Norma, 2000.
[23] Larraquy y Caballero agregan que «en su doble condición de empleado de Born y colaborador de la SIDE», Galimberti llamó a Zverko para que activara la gestión contra Verbitsky. Zverko, tras el fracaso de la Revista JP, se había juntado con exmiembros de Guardia de Hierro y del masserismo.
[24] Martin Edwin Andersen, Dossier secreto. El mito de la «guerra sucia» en Argentina, Buenos Aires, Planeta, 1993 [edición actualizada y definitiva: Buenos Aires, Sudamericana, 2000].