Selección de textos y notas periodísticas

NOTAS EN ESTA SECCION
La Patagonia
sigue rebelde |
Osvaldo Bayer
y la lucha por los DDHH |
Los indios extranjeros
del general Harguindeguy |
Diga "whisky", Osvaldo
Modérese José Pablo, modérese
| El culto por los asesinos
| La historia no perdona
| Negociados argentinos
| De Corach a Galtieri |
Repudio y respeto
Cita en el Paraíso |
La noble igualdad |
Los altruístas |
De Chicago a la flexibilización
| Crímen
e impunidad | Desobediencia
debida | El general y
la madre
El santo ácrata |
El santo de Ushuaia |
Indios y quebrados |
Una síntesis argentina |
La historia está para aprender
ENLACES RELACIONADOS
86 años de democracia
| Notas sobre fútbol |
24 de marzo de 1976
| La
guerra del desierto | Los
fusilamientos de la PatagoniaLECTURA
RECOMENDADA
Osvaldo Bayer -
Residencia en la amada tierra enemiga (Revista La Cultura en México 1988)
| Nestor
Kohan - Tradición y cultura crítica
América Scarfó |
Historia de las utopías
| La única salida
es la violencia | Polémica Bayer-Verbitsky
| Entrevista El País, España,
2004


La
Patagonia sigue rebelde
Por Osvaldo Bayer
Desde Choele Choel, Río Negro
A veces, sin querer, comienza
una sonrisa a dibujarse en el rostro de uno. Es cuando una vez más constata
que la ética no se rinde nunca. O mejor aún: jamás. A veces pueden pasar
siglos, pero sigue horadando en la memoria. Y de pronto, está ahí, frente
a nosotros.
Se nos presentó en la Plaza Rodolfo Walsh, de Lamarque, en Río Negro, cuando
formamos una larga columna de vehículos de todo tipo. Hacia la estancia
El Curundú, que significa nada menos que gualicho de amor, en guaraní. Allí,
hace 81 años nacía nuestro querido Rodolfo Walsh. Con nosotros venía Patricia
Walsh, su hija. Fue como una cruzada. No íbamos ni en busca de méritos,
ni para lograr candidaturas, ni para comprar tierras en un remate. No, íbamos
sólo –y esto es lo increíble– acompañados por la ética. Sí, nos gusta repetirlo.
Porque íbamos a rescatar la memoria. Ibamos a abrazar el recuerdo del mejor
de nuestra generación. Se llamó –se llama– Rodolfo Walsh. Nos encaminábamos
a su lugar de nacimiento. A saludar las imágenes de su infancia, a sus personajes
reunidos allí. A sus sueños de igualdad, libertad, fraternidad. A murmurar
en esa casona, en su galería de tejas y en el patio de ladrillos que él
conoció al abrir sus ojos, aquella estrofa sagrada: “Ved en trono a la noble
igualdad, Libertad, Libertad, Libertad”. Ibamos a visitar a nuestro Mariano
Moreno del siglo veinte. El que enfrentó con la palabra y un revolvito casi
de juguete a todas las fuerzas armadas que se cubrían el rostro siniestro
con la careta de la desaparición. Dicen los poetas que murió sonriente y
con sus manos tan limpias como su mente.
Llegamos a la estancia El Curundú,
hoy en poder de una multinacional del comercio de frutas. Por los diarios
nos enteramos de que la multinacional nos iba a permitir entrar pero que
seríamos custodiados por la BORA, policía especial antimotines de la provincia
de Río Negro. Sí, en esas regiones tranquilas de horizontes, soles y paisajes
de verde y cielo ahora hay policías antimotines. El miedo que ellos tal
vez quisieron imponernos se transformó en nosotros en sonrisa burlona. Pero
no aparecieron. Entramos. Nos acompañaba el intendente de Lamarque, historiadores
regionales, docentes universitarios y de las provincias de Río Negro y Neuquén
agremiados en la Asociación de Docentes de la Universidad Nacional del Comahue,
en la Unión de Trabajadores de la Educación de Río Negro y en la Asociación
de Trabajadores de la Educación de Neuquén, y gente del pueblo con sus niños.
No apareció ni siquiera algún burócrata de oficina de la poderosa empresa
a recibirnos. No, nos mostraron su espalda. La palabra “propiedad” está
para ellos más allá que la historia, que los auténticos héroes del pueblo,
que la moral de la ciudadanía. Formas de nuestra democracia. Pero a nuestro
lado estaban las Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos.
Esa galería... Quisimos entrar en las habitaciones, pero estaban cerradas
con llave y sus postigos también, para que no pudiéramos ver nada de lo
que pasa en esos cuartos que vieron nacer a ese niño y a sus cuatro hermanos.
Pero allí, con Patricia, descubrimos una placa donde quedará para siempre
la señal de su importancia histórica. Allí y en un acto posterior que se
hizo en Lamarque quedó firme el propósito de que esa casa se convierta en
un espacio público que permita la difusión de la obra de Walsh, pero más
que eso, que sea un centro de la cultura, con su biblioteca y su sala de
reunión de delegaciones de estudiantes y obreros de todo el país para el
debate de nuestra historia, de nuestro presente, del arte, y de los rumbos
de ese algo infinito que es la literatura. La casa es ya hoy patrimonio
histórico. Ahora los representantes municipales, provinciales y nacionales
tienen que dar el sello de que esa casa pertenece a la comunidad toda y
no a un señor o varios señores que viven en Miami.
Volveremos siempre hasta lograr que la historia y la cultura superen el
egoísta derecho de la mera propiedad privada de un lugar pleno de sueños
y esperanzas. Y antes del viaje a las tierras de Rodolfo, las fantasías
de la realidad nos llevaron a presenciar un acto de profunda cultura. En
una fábrica de Neuquén. Sí, como en aquellas décadas del pasado obrero de
los anarquistas. Estos tenían presentes siempre tres deberes: trabajo, cultura
y familia. Y no olvidar, los sábados a la noche, el conjunto filodramático
de las Sociedades de Oficios Varios. En Neuquén fue, como no podía ser de
otra manera, en Zanon, la fábrica de porcelanas. Hoy llamada Fasinpat, Fábrica
Sin Patrones. Sin patrones, como tendría que ser en una sociedad racional.
Los obreros hicieron un alto en el trabajo para el espectáculo, pero las
máquinas siguieron funcionando, como lo adelantó el obrero que habló en
la presentación: “Vamos a abrir este espacio de la cultura con el ruido
de las máquinas, es decir, de la música del trabajo para demostrar que esta
fábrica abandonada por sus ex dueños seguirá funcionando siempre, y mucho
mejor, por cierto, en manos de los obreros”.
Y de repente entran en el amplio galpón seres vestidos de negro en altos
zancos. Son los artistas del Teatro de la Calle, que representan la obra
Estalla el silencio. Los seres en negro, en zancos y con armas desde arriba,
y los jóvenes que luchan por un mundo mejor, de blanco, con libros y volantes.
Aparece, también, el amor, en un balcón, con una Julieta que espera y un
Romeo que la mira desde abajo con flores y la rodea de versos. Pero de pronto,
por el balcón se asoman dos caricaturas uniformadas, siniestras. Uno ordena
y el otro obedece a gritos. Se inicia así ya, en el escenario, el fin de
la juventud y su amor. Ese fin es patético. Emociona hasta la extenuación
total. Los movimientos de la desesperación, de la tortura, la más cobardes
de las ferocidades y cobardías. El terror uniformado como método del poder
absoluto. La muerte contra la vida y el amor. Un ballet trágico, desconsolador.
Pero por la calle ancha aparece una mujer con la cabeza cubierta con un
pañuelo blanco. Y levanta un enorme retrato de Julieta, ya desaparecida.
Fin. La emoción sólo permite el silencio. Los actores no salen a agradecer,
queda sólo allí la Madre, elevando infinitamente el retrato de su hija.
Ni Chéjov habría podido mostrar así la “muerte argentina”. La desaparición
y su “obediencia debida”.
Los obreros se mantuvieron de pie, los demás espectadores no hicieron ningún
movimiento. Nadie se movió. Hasta las máquinas parecieron guardar silencio.
De inmediato, el representante de los obreros de Fasinpat habló diciendo
que jamás abandonarán esos talleres, donde la voz de las asambleas ha triunfado
hasta ahora sobre todos los subterfugios de los ex patrones y de la cobardía
de políticos y jueces que recurren al tiempo y al papeleo burocrático para
no definirse.
Como vemos, la Patagonia continúa siendo rebelde y busca otros caminos.
Por ejemplo la fiesta de los cincuenta años de la biblioteca popular de
Cutral-Có. Fuimos a saludar al querido centro de lectores jóvenes que quieren
saber más para que el paisaje no les sea robado y la sabiduría les traiga
aquella noble igualdad que se canta en el himno.
Y como si fuera poco, la exposición neuquina de la organización H.I.J.O.S.,
sí, los hijos, pura juventud hoy de sus padres desaparecidos. Exposición
de dibujos, carteles, filmes, teatro, música. Todo bajo el título Justicia
con vos. Todo para que los jueces no le den la espalda a la verdad, en los
juicios que se están llevando contra esas figuras cavernarias de los represores
de La Escuelita.
Y volviendo ya para acá, en la Santa Rosa de nuestras pampas criollas, los
escritores pampeanos reunidos en largas hornadas: poesía, relatos, novelas,
ensayos, todo con el olor a lluvia, a campo y a sol pleno. Nuestras pampas
tienen sus relatores. Vale la pena escucharlos, mientras los pocos ombúes
que quedan nos observan serios e impertérritos.
Regreso a Neuquén: de pronto una columna interminable, ruidosa y entusiasta
rodea la casa de gobierno. Son los trabajadores de la provincia que luchan
por sus derechos. Coros de protesta. Me invitan a hablar y comienzo diciendo:
“Hoy he visto regresar la Patagonia Rebelde”.
El viajero regresa del Sur con la maleta más llena que nunca. Desensillamos.
Miramos hacia el Sur. Hay allá como unos relámpagos que nos informan que
allí la vida no se rinde.
Página/12, noviembre 2008

Osvaldo
Bayer y la lucha por los derechos humanos
"Las Madres fueron como una luz en el cielo negro"
El escritor y periodista es
el eje de Ventana a la Plaza de Mayo. Las Madres y Osvaldo Bayer,
el libro en el que se reproducen sus columnas para el periódico de la agrupación.
Los trabajos de Bayer para el periódico abarcan dos etapas: 1984-1993 y
2003 hasta hoy.
Por Oscar Ranzani
Ilustración: Ricardo Ajler
El 18 de junio de 1976 Osvaldo
Bayer se exilió en Alemania. Unas horas antes, recibió un mensaje amenazante
del brigadier Santuccione en el aeropuerto de Ezeiza: "Usted jamás va a
volver a pisar el suelo de la Patria", le dijo. Por suerte o mejor dicho,
por justicia del destino, se equivocó: Bayer regresó al país el 22 de octubre
de 1983, días antes de las elecciones presidenciales. Fue en el exilio que
se enteró de "que habían salido unas mujeres a Plaza de Mayo, que eran madres
de desaparecidos y ahí vi como una especie de luz en el cielo negro", recuerda.
En Alemania conoció a las Madres que visitaron ese país en el marco de su
lucha por la defensa de los derechos humanos y trabó con ellas una amistad
indestructible. Bayer recuerda que las Madres eligieron como residencia
su humilde departamento de Berlín antes que un lujoso hotel. "Yo les cocinaba
pollo al horno con papas", recuerda, antes de comentar que, una vez que
regresó a la Argentina, comenzó a colaborar en el Periódico Madres de Plaza
de Mayo, a través de una columna bautizada "Ventana a la Plaza de Mayo",
donde tomaba posición con respecto a "la política de derechos humanos de
Alfonsín". Bayer sostiene que fue uno de los tantos "que luchó por los presos
políticos que mantuvo Alfonsín y que nadie recuerda este episodio. Una cobardía,
una falta de coraje civil tremendo", fustiga. "El mantuvo presos a los detenidos
de la dictadura que habían permanecido en cárceles y que habían sido condenados
por la ‘Justicia’ de la dictadura". El columnista de Página/12 destaca que
luchó junto a las Madres por la libertad y que, incluso en una oportunidad,
la actriz Liv Ullmann los acompañó en una visita a los presos políticos.
Bayer escribió en dos etapas
del periódico esas Ventanas por las que se asomaba a la realidad histórica
y política: 1984-1993 y desde 2003 a la actualidad. Ahora, Ediciones de
Madres de Plaza de Mayo acaba de publicar el libro Ventana a la Plaza de
Mayo. Las Madres y Osvaldo Bayer, donde se reproducen sus 57 columnas; sus
compiladores son Fabián D’Aloisio y Bruno Nápoli, docentes de la Universidad
Popular de Madres de Plaza de Mayo. Además, Nápoli y D’Aloisio escribieron
cinco capítulos del libro que contiene palabras de presentación de Hebe
de Bonafini y un epílogo de Horacio González. Los dos primeros capítulos
tienen un componente histórico y reconstruyen la relación de Osvaldo Bayer
y las Madres, en el exilio. Los dos siguientes adquieren un carácter conceptual
y relacionan la obra de Bayer con conceptos de Emmanuel Lévinas y Ernst
Bloch para dar cuenta de la genealogía de su escritura y su construcción
discursiva. El último relata de modo explicativo cómo era "Ventana a la
Plaza de Mayo" en las dos etapas del periódico.
–Cuando comenzó a escribir en el periódico la democracia no tenía la fortaleza
de hoy. ¿Cómo analiza el rol que tuvo el periódico desde entonces?
–Fue un periódico señero porque marcaba líneas, tenía una claridad absoluta
en cuanto a lo que había que hacer, no como hacía Alfonsín en su política,
que cambiaba todo para no modificar absolutamente nada. Y esa política va
a terminar bien clara con la obediencia debida y el punto final. Ellos se
precian de haber hecho el juicio a los comandantes. Pero, ¿quién impulsó
y empujó a eso? Otros se olvidan de que Alfonsín inició el juicio a los
militares pero encargó a los tribunales militares que hicieran el juzgamiento,
que inmediatamente los dejaron libres de culpa y cargo. Los organismos de
derechos humanos, principalmente las Madres de Plaza de Mayo, lucharon y
finalmente lograron ese primer juicio. Todos tendrían que haber sido condenados
a prisión perpetua. Después fueron a una cárcel pero en un apartado donde
estaban en chalet con jardines, donde podían recibir todos los días a sus
familias. Nada que ver con la prisión como se lo merecían.
–En la presentación del libro se señala que desde la "Ventana..." usted
mira a las Madres. ¿Cómo las observa a lo largo de todos estos años?
–Las observo y las sigo en su lucha. No tengo ningún derecho a criticarlas.
Ellas hicieron la epopeya femenina más grande de nuestra historia. Y va
a quedar. Esto ha quedado para el orgullo de los argentinos. Así como para
vergüenza de los argentinos va a quedar lo que en Europa se llama "la muerte
argentina", que es la desaparición de personas, con el robo de niños, con
el arrojar prisioneros al río, etcétera. Yo las voy a seguir, nunca he intentado
darles línea. Las he acompañado porque sé el dolor profundo de ellas al
perder a sus hijos. He estado siempre con ellas en las marchas. Por supuesto,
soy un hombre independiente, no soy quién para criticarlas. Ellas hicieron
la verdadera revolución y yo no hice ninguna.
–¿Qué se propuso desde el periódico con las columnas?
–Cuando me pidieron que colaborara yo me propuse principalmente tratar temas
históricos y denunciar las grandes mentiras, cómo se ha mentido en la historia
oficial pero también cómo se mentía en la política de derechos humanos y
en la política de lo que tiene que ser una verdadera democracia. También
preguntarme por qué tanta crueldad en la Argentina. ¿Por qué se llegó a
ese extremo de la desaparición de personas, de la tortura bestial? Y por
qué tenemos monumentos a los dictadores. Parece mentira pero tenemos un
monumento nada menos que a Uriburu, el primer golpista que volteó a un gobierno
elegido por el pueblo. El monumento más grande de la ciudad de Balcarce
es al golpista Uriburu, fusilador de obreros. Hay treinta y seis monumentos
a Roca, un genocida absoluto, el que reimplanta la esclavitud en la Argentina.
Aprueba la ley más cruel de la legislación argentina sobre la expulsión
de extranjeros. La crueldad estaba en que se expulsaba solamente al hombre
y se dejaba acá a la mujer con sus niños sin ninguna entrada. Decían que
en eso había sido muy pícaro Roca. No: había sido cruel. Lo hacía para que
las mujeres con hijos les dijeran a sus maridos: "No te metas en el sindicalismo
porque si no te van a expulsar y yo me voy a quedar sin ninguna entrada
para darles de comer a nuestros hijos".
–¿Cómo analizó a través de sus Ventanas el comportamiento de la sociedad
frente al genocidio?
–Siempre lo he analizado como una gran cobardía; principalmente, nuestra
clase media. Por supuesto, la clase alta siempre fue colaboracionista de
las dictaduras. Lo mismo la Iglesia Católica, salvo algunos mártires como
dos o tres obispos y otros sacerdotes desaparecidos. Por ejemplo, no tienen
explicación los festejos del Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 y tampoco
el apoyo a la guerra de Malvinas, que fue absolutamente artificial. Jamás
he dicho "los héroes de Malvinas" sino que he hablado siempre de las víctimas
de Malvinas que es toda esa juventud muerta en la guerra.
–¿Qué marcas dejó el exilio en esos escritos?
–La enorme enseñanza de lucha. El exilio argentino hizo más publicaciones
en el exterior que el exilio alemán contra el nazismo. Estamos orgullosos
de eso. Estamos orgullosos de los periódicos que hicimos. Y siempre, en
ese sentido, tengo que nombrar a Cortázar y a Osvaldo Soriano que publicaban
tal vez el principal periódico, Sin censura, en París, con el cual yo siempre
colaboré con notas. Cuando volvimos, seguimos con el trabajo en la defensa
de los derechos humanos. Nos sumamos a los organismos.
–¿Qué significa formar parte del periódico de Madres de Plaza de Mayo?
–Un orgullo. Una especie del placer de la verdad, del placer de luchar por
la vida, el orgullo de saber que lo hacemos en beneficio de los que peor
están en la sociedad, de los que sufren más, y que nuestra voz es justamente
alertar sobre eso. Y decir, fundamentar, que la democracia tiene que traer
la felicidad para todos y no para un sector de la sociedad y conformarnos.
Se nos quiere hacer creer que la democracia es solamente elegir candidatos
cada dos años y eso no. La democracia tiene que ser el respeto a los derechos
y a la igualdad de todos.
Página/12, 21/12/06

Los
indios extranjeros del general Harguindeguy
Por Osvaldo Bayer
Las bombas siguen cayendo en el mundo, ahora, al parecer, hasta se forman
en la leche de las mamaderas de los bebés que suben a los aviones. El mundo
del capitalismo y las religiones. ¿Qué nos puede esperar todavía? Todo es
lucha por el poder y hay iglesias que señalan que el pecado está en el amor.
El sexo es malo acaba de decir por radio el rector de la Universidad Católica
de La Plata.
Pero hay seres humanos, los pueblos originarios que habitan en las pampas
y bosques de nuestro país que, pese a toda la tragedia que han sufrido desde
hace siglos, siguen luchando por sus derechos. Sí, los pueblos originarios.
En épocas donde todo se vende y se arrasan los bosques milenarios y las
pampas llenas de pájaros, los pueblos que viven de hace siglos y que siempre
cuidaron la naturaleza como si fuese el único paraíso –y esto lo dijo Humboldt
y no yo–, siguen incansablemente luchando –poniendo el cuerpo y no las armas–
por el derecho a vivir en sus tierras.
Sí, lo que acaba de ocurrir en el Chaco nos tiene que avergonzar a todos
los argentinos, a todos los argentinos sin excepción. El gobernador Nickisch
se ha comportado como en los tiempos de Roca, cuando uno de sus intelectuales,
Estanislao Zevallos, dijo en un debate parlamentario –en plena "Campaña
del desierto", a la cual, seamos justos, habría que llamar ya "Campaña de
exterminio"– las siguientes palabras cristianas y occidentales: "Se decía
que estos indios debían ser tratados con arreglos a la civilización y a
la humanidad, colocándolos bajo el amparo de las leyes que protegen a los
habitantes de la república. Y yo debo decir que si fueran considerados habitantes
del territorio y como tales sometidos al rigor de las leyes, habría sido
necesario pasarlos por las armas (fuera del amparo que la civilización y
la humanidad otorgan a los buenos habitantes de un país") (citado por Briones
y Lenton). Sí y a partir de Roca, los argentinos nos fuimos "civilizando"
cada vez más. Miremos esta cita de nada menos que el general Albano Harguindeguy,
el ministro del Interior de Videla –el de la "desaparición de personas"–,
quien en el congreso del centenario del genocidio cometido por Roca, realizado
claro está en la ciudad rionegrina de General Roca, dijo que "la campaña
del desierto logró expulsar al indio extranjero que invadía nuestras pampas"
y agregó frente a historiadores y profesores del sistema: "Difundan ustedes
incansablemente las enseñanzas que la historia nos brinda, porque son ustedes
los más indicados para conformar el espíritu nacional y tienen en este tema
una fuente inagotable de inspiración" (expresiones citadas por la antropóloga
Briones). ¡Qué bruto, mi general! Usted justamente llama indios extranjeros
a los que vivieron siempre en estas tierras que para ellos no tuvieron fronteras;
usted, justo, de quien como yo, nuestros antepasados descendieron de los
barcos. Usted los llama extranjeros. Además dice que lo que hizo Roca "tiene
que servir de inagotable inspiración a nuestra civilización". Se ve que
aprendió bien, señor general, con la desaparición de personas. Podríamos
llenar tomos del racismo de estos "próceres positivistas". Como Joaquín
V. González, ministro de Roca, quien en 1913, en su discurso ante el Senado,
dijo nada menos que "felizmente, las razas inferiores han sido excluidas
de nuestro conjunto orgánico; por una razón o por otra, nosotros no tenemos
indios en una cantidad apreciable, ni están incorporados a la vida social
argentina" (citado por Lenton). Recuerdo cuando en la secundaria nos obligaban
siempre a leer los libros de Joaquín V. González. Sí, los aborígenes fueron
excluidos, y en qué forma, a pesar de que, según estudios antropológicos,
el 56 por ciento de la población argentina tiene precedentes de los pueblos
originarios, para no hablar de muchos notables de nuestra independencia
y de nuestra cultura.
Pero si bien esos pueblos fueron
dejados de lado por la Argentina moderna, ellos no se rindieron. En 1946,
los coyas y otros jujeños y salteños realizaron el "Malón de la Paz" (qué
hermoso nombre en comparación con las palabras de los que hemos citado a
favor del genocidio de Roca). La Paz. Iniciaron su marcha desde bien al
Norte y llegaron a Buenos Aires luego de varias semanas de marcha. En todo
el trayecto fueron aplaudidos por los pueblos que atravesaron. Sólo pedían
que se les diera tierra para poder vivir con sus familias, que se les devolviera
algo de lo que la llamada civilización les había robado. Llegaron a Buenos
Aires, los recibió el presidente Perón, se les dio albergue en el Hotel
de Inmigrantes (fíjese el lector qué fantasía de la realidad) y a los pocos
días, por la fuerza, se los llevó a un tren de carga y se los devolvió a
la tierra de donde habían venido. Sobre el caso se publicó un libro, La
resistencia seminal, del antropólogo Arturo Sala. Y ahora está por publicarse
un profundo estudio, de Marcelo Valko, titulado Los indios invisibles del
malón de la paz, que ayudará a conocer la verdad sobre ese hecho y la increíble
reacción de los poderes políticos de esa época.
Hace pocos días, los descendientes de los integrantes de ese Malón de la
Paz iniciaron el segundo y obtuvieron parte de lo que reclamaban. Llegaron
a Purmamarca y allí se firmó el acta por la cual se entregarán tierras a
las comunidades. Al firmar, los representantes comunitarios pronunciaron
la bella frase: "Jamás las tierras son entendidas como negocio. Tenemos
el concepto de que son prestadas por las generaciones venideras".
En cambio, en el Chaco, todo fue muy diferente. El gobernador no recibió
a los representantes de las comunidades tobas, quienes iniciaron una huelga
de hambre y acamparon en la plaza principal ante el desprecio total del
poder político frente al pedido de diálogo del Instituto del Aborigen Chaqueño
y los representantes de los pueblos indígenas de esas latitudes. Porque
la realidad es que esos pueblos viven en la indigencia más absoluta y piden
desde hace décadas títulos de tierra a comunidades para trabajarla y poder
vivir con dignidad, como lo hicieron sus antepasados antes de las llamadas
conquistas. Todo lo que se ha dicho oficialmente sobre los tobas en el sentido
de negarse a trabajar es una mentira "civilizada". Ya lo puso de manifiesto
el profundo estudio de Bialet Massé, en 1904, donde escribió en Las clases
obreras argentinas a principios de siglo: "Me fijo en primer término en
el indio, porque es el elemento más eficiente del progreso importante en
el Chaco: sin él no hay ingenio azucarero, ni algodonal, ni maní, ni nada
importante. Es él el cosechero irremplazable del algodón; nadie lo supera
en el hacha ni en la cosecha del maní". Sobre Bialet Massé se ha filmado
un documental de gran valor. Tendría que ser mostrado en todos los colegios
y universidades para aprender la profundidad de la injusticia que se cometió
con los pueblos originarios y los trabajadores en general y sus familias.
Y en la huelga de hambre de los miembros de las comunidades chaqueñas, en
la propia Casa de Gobierno, ni siquiera se ha atendido el estado grave de
la salud de los peticionantes. El gobernador radical ha sugerido que todo
eso fue iniciado por sus enemigos políticos. Es muy fácil recurrir a esos
argumentos. Señor gobernador: esos seres humanos, pobladores desde hace
siglos de esas tierras, quieren eso que les corresponde: tierra. La antropóloga
Graciela Elizabeth Bergallo ha escrito sobre esta falta de justicia en el
Chaco: "No sé si hay palabras que sean suficientes para calificar la actitud
e indiferencia del gobierno chaqueño ante los reclamos indígenas. Todas
las excusas son insuficientes y estrechas, sólo ponen de manifiesto la decadencia,
inhumanidad e incapacidad del cuerpo político para hacerse cargo de los
derechos reclamados. ¿A qué intereses son serviles?". Después, denuncia
"el negocio realizado con las tierraspúblicas, parte de ellas comprometidas
como reserva para la población indígena" y finaliza con palabras severas
que demuestran toda la indignación por la forma en que se niegan la realidad
y los derechos de todos: "El gobierno provincial será el único responsable
de la tragedia que pueda acontecer".
Mientras tanto, otra llamarada de indignación se enciende en tierras argentinas:
Pulmarí. En el Neuquén de Sobisch. Allí los pobladores de la tierra han
comenzado a ocupar las tierras que la naturaleza les dio y que los políticos
de siempre venden por su cuenta, dan en concesión o como se llame. Por ejemplo,
al empresario italiano Domenico Panciotto se le dieron tierras donde se
encuentra el arte ancestral mapuche: cementerios y pinturas. Y Panciotto
las utiliza con muy buenas ganancias en lo que se llama el "etnoturismo",
para europeos aburridos que quieren ver cómo eran esos salvajes, esos bárbaros,
al decir de Roca. Por supuesto, lo primero que hizo Panciotto fue alambrar
todo, como buen empresario capitalista. Le preguntaría al desaparecedor
Harguindeguy, él, que llamó a los indios "extranjeros", si Panciotto es
el verdadero argentino que merecemos.
Página/12, agosto 2006

Diga
"whisky", Osvaldo
Por José Pablo Feinmann
Un fotógrafo jovencito se entremete en el barrio de Belgrano, llega a una
casa sencilla de la calle Arcos y toca el timbre. Abre Osvaldo. El fotógrafo
le dice: "De Página/12, don Osvaldo". Osvaldo arruga un poco el ceño y le
dice al pibe no me digás "don", eso se le dice a los estancieros o a los
mafiosos, grandes enemigos míos de toda mi vida y con los cuales jamás pienso
arreglar nada. El fotógrafo casi se cae sentado o, si se prefiere, de culo
y le dice a Bayer (porque de él estamos hablando): "Vea, señor Bayer", dice,
"yo lo respeto mucho y para mí respetar a alguien es decirle ‘don’". "Vas
mal, pibe", le dice Bayer. "El respeto no es sumisión. Respetar es una cosa,
someterse otra. Someterse, jamás". Será aconsejable decir que Osvaldo se
ha levantado torcido esta mañana porque le ocurrieron dos cosas poco gratas
con una amante que tiene. 1) Le sonrió y ella no le devolvió la sonrisa;
2) Le tiró un beso y ella nada, fría y despectiva ni lo miró. "¿Qué pasa,
Marlene?", preguntó Osvaldo. "Ayer no me dijiste ‘buenas noches’, ingrato",
dice la Dietrich, desde el retrato que cuelga exactamente sobre la camita
en la que Osvaldo, cuando anda en soledades, suele dormir. "Te pido mil
perdones", arruga Osvaldo. "Venía atormentado. Hay días y hay noches así.
En que a uno se le da por creer que el monumento a Roca se queda ahí. Hasta
el fin de los tiempos, Marlene. Y eso me pone mal". Pero Marlene, nada.
Ni una sonrisa, nada. Osvaldo lo sabe: Marlene es fiera y dura, una alemana
de aquéllas. De modo que mal no le viene esta intempestiva aparición del
fotógrafo de Página/12. Acaso le mejore esta mañana con tristezas.
–Bueno, pibe –le dice–. ¿Qué querés?
–Tengo que sacarle una foto, señor Bayer.
–Bueno, vení. Pasá.
Entran y Osvaldo no le sirve un café porque tiene sobre las hornallas de
la cocina 200 ejemplares de La Protesta que consiguió hace un par de días
en el velorio de un anarquista. "Buen muchacho", le comenta al fotógrafo,
"aunque, a veces, se descarriaba escribiendo contra Di Giovanni. Como verás,
Di Giovanni no le puso ni una sola bomba, ni una. Que si no, antes de ayer,
no lo velábamos en su casa y en su cama y yo no birlaba esos 200 ejemplares
que, honestamente, pibe, son un material invalorable. ¿Sos anarquista vos?"
El fotógrafo se pone pálido y tose un par de veces. Al fin, dice: "No, señor
Bayer. La verdá: soy peronista". "Puta madre, pibe. Tan joven y ya extraviado.
A ver, tomá". Le da un ejemplar de La Protesta. –Leete esto. Por ahí levantás
la puntería.
–¿Puedo? –farfulla el fotógrafo.
–Eso, ¿a qué viniste? –pregunta Osvaldo.
–A sacarle una foto, señor.
–¿Para?
–Para la tapa de Página/12.
–¿Para la tapa? Qué, ¿ya me dan por finado?
El fotógrafo le dice que no. Que se votó en la redacción y todos, por unanimidad,
decidieron que quien debía salir de una vez por todas en la tapa del diario
y quedar en ese número homenajeado para la eternidad era el hombre más moral
de la vida de los argentinos, que vendría a ser usted, señor, remata el
fotógrafo.
–¿Están en pedo? ¿A quién se le ocurrió eso? –se encrespa Osvaldo.
–A todos, señor.
–Bueno, andá y deciles que están equivocados. Que todos sabemos que el hombre
más moral de la historia de los argentinos es Sábato. Con acento, eh.
Y Osvaldo larga una carcajada tan sonora que el fotógrafo se sienta en un
banquito para no caerse. Osvaldo tose, se ahoga, le salen lágrimas jocundas
y por fin se recuesta contra la pared.
–Esta bien –dice–. Lo hago por vos, pibe. Seguro que te pagarán unos pesos
por esto.
–No muchos, señor.
–Sacá la foto, dale. Pero con una condición.
–La que quiera.
–Marlene posa conmigo.
–¿Es su esposa?
–Es mi amante –sonríe Osvaldo, con esa picardía tan limpia que le sale cuando
sonríe así, como todos sabemos que sabe hacerlo.
Descuelga el retrato de la Dietrich y se sienta junto a la cocina, junto
a los ejemplares de La Protesta y pone el cuadro de Marlene sobre sus rodillas
y lo mira al fotógrafo.
–Así está perfecto, señor.
–Pibe, si me decís una vez más "señor", no hay foto.
–¿Y cómo le digo?
–Me decís "Osvaldo".
Entonces el fotógrafo dice:
–Diga "whisky", Osvaldo.
Y saca la foto.
Después le pide que le firme el ejemplar de Severino Di Giovanni que escondía
en la mochila, lo saluda y se va.
Osvaldo cuelga el retrato de Marlene.
–Mirá vos, Marlene. Quién diría: la tapa de Página/12. Y así, ¿no? En plena
juventud.
Esa noche, ella, que lo ama como no amó a ninguno de los numerosos hombres
de su agitada vida, se inclina sobre él y lo besa en la frente, en los ojos
y, con mucha ternura, apenas como una brisa tibia, en los labios.
Osvaldo se duerme feliz. Y sueña su sueño preferido, el que sólo sueña cuando
ella lo besa como lo ha besado. Sueña que es de noche y un rayo poderoso
pulveriza para toda la eternidad el monumento a Roca.
Página/12, suplemento aniversario "Los que no fueron tapa", 26/05/06

Modérese,
José Pablo, modérese
Por Osvaldo Bayer
El pasado viernes 26 (de mayo de 2006), en el suplemento "Los que no fueron
tapa", el filósofo didáctico José Pablo Feinmann me dedica una contratapa
llena de sol titulada "Diga ‘whisky’, Osvaldo". Una nota plena de agudeza
y bondad para con mis defectos. Pero que me dejó al desnudo, entregado a
los diablos, con las manos atadas. ¿Por qué, don José Pablo, no siguió escribiendo
de filosofía? Por qué justo viene a ventilar mis amores con Marlene? Sí,
con Marlene Dietrich, la rea, la turra, la buena, la linda, la hermosa,
la diosa, la Diosa. Ella que viene todas las noches cuando me va llegando
el sueño, me besa la frente, y yo entro en el dulce sueño. Sí, desde que
José Pablo alcahueteó a los lectores esos apasionados castos besos en la
frente, Marlene no ha venido más. Ya no puedo dormir, me levanto, miro el
cielo estrellado en el patio y le pido por favor. Pero ella no viene más.
Y para colmo, desde la nota de José Pablo Feinmann, todas las noches me
visitan los ex amantes de Marlene y me ponen contra un rincón y amenazan
con despanzurrarme. El más enojado conmigo es el pacifista Erich María Remarque,
sí, sí, el de Sin novedad en el frente, quien me grita con acento del Rhin:
"Así que vos, viejo ortiba, me querés birlar a la Nena..." Me hacen acordar
estas escenas a cuando yo tenía siete años y debía confesarme y comulgar
con el padre Camilo Portomeñe, gallego y franquista, quien cuando estuve
arrodillado entre sus piernas vio que de mi libro de misa se me había caído
una estampita y me preguntó: "¿Quién es?" Y yo, apresuradamente la quise
esconder y le respondí: "La Virgen María, padre", pero él, desconfiado,
me la arrebató y era Marlene Dietrich desnuda. Todavía recuerdo el bife
a la medida que me zampó y, mientras me daba unos pellizcos que me llegaban
a los huesos de los brazos, me repetía con los ojos encendidos: "Te vas
a ir al infierno, macaco, te vas a ir al infierno".
Pero todo lo contrario, con ella toqué el cielo con las manos. Con ella
llegó el séptimo cielo. Sin necesidad de filosofía, don José Pablo. Poesía,
poesía pura, de piel, de color de ojos, de pestañas que se cierran y se
abren sonriendo, de labios que... sí, sí, que besan en la frente y pueblan
mi cabeza sin pecado de sueños que van desde las noches navegadas por el
Paraná a los campos santafesinos sembrados del lino azul o a escuchar los
ecos de la voz de Loreley por el Rhin mientras se oyen los remos que se
meten en el agua.
Claro, usted, José Pablo Feinmann, el filósofo, sabía esto y me lo ha querido
guanaquear, dándolo a la prensa. Desde su nota ya ella no ha venido más
pero sí sus amantes. Jean Gabin, borracho, me ha soltado los peores insultos
en marsellés; Maurice Chevallier me largó un gargajo donde antes me besaba
ella. Ella. Rudi Siebert, su marido, me quiso azotar, histérico, diciéndome:
"Ella nunca me fue infiel, ¿me entiende?" El idealista de la incredulidad,
Josef von Sternberg, su director, me agravió: "Usted, cafiaspirina, jamás
la va a poder dirigir y someterla como yo y hacerle cantar: ‘Yo soy la fresca
Lola’, ‘Estoy preparada para el amor desde la cabeza a los pies’, ‘Atentti
con las mujeres rubias’ y la inolvidable ‘Lola, Lola’. Rea berlinesa, absolutamente
turra, malhablada, puta y putona, putísima". Y von Sterbenrg me pone nervioso
y no quiero escucharlo más cuando me espeta: "Sabe Bayer cómo me decía ella
–y aquí baja la voz–, me decía siempre papito". Pienso con envidia: "A mí
nunca me llamó así". Cuando von Sternberg se va, triunfante, me acuerdo
de aquella crítica de cine de 1932: "Marlene Dietrich es la fascinación
misma, como jamás lo fue ni lo será ninguna otra mujer. El juego narcotizante,
mudo, de su rostro y de sus piernas, la voz oscura y pecaminosa, hace nacer
en nuestros cuerpos una calidez que nos obliga a levantarnos". Bueno, pero
no hay que seguir, dejémoslo ahí. Porque si no me voy a poner como Jean
Gabin. Sí, es cuando recuerdo aquella escena donde ella, Marlene, que viste
frac y sombrero de copa, canta, se aproximaa otra bella mujer y la besa
en la boca... Y después dirá desafiante: "Lo único que diferencia a la mujer
del hombre es que ella se puede quedar embarazada". Sí, y pasemos de largo
esa parte de sus memorias donde ella, con cierto reproche a sí misma, escribe:
"El mejor de todos mis hombres fue Erich María Remarque. Cómo me acariciaba,
qué dulces eran sus frases. Y pensar que le fui infiel en ese tiempo...
con nueve hombres y tres mujeres". Y luego cantaba aquello de: "Hombres
me rodean como polillas a la luz, y si se queman, que se jodan". Y en casa
va a usar sólo pantalones. Pero también era una mamá. De ella se ha escrito:
"Marlene y los hombres. Ella les hace regalos, les cocina y limpia para
ellos, hasta les plancha sus camisas. Los consuela maternalmente y, por
supuesto, mucho sexo y amor, pero no les admite celos". Erich María Remarque
le seguirá escribiendo las más inspiradas cartas de amor: "... Corazón de
mi corazón. ¡Tú vives! Mariposa, dulce saludo del verano en mi frente llena
de fuego por ti". Claro, pero una vez se va a enterar que ese día en que
él le había escrito eso, ella le había cocinado ragout a Jean Gabin y le
había maseajeado sus pies de marinero. Pero Marlene no admite reproches,
sabe que luego a los dos les cantará esa de cowboys, mientras –en su papel–
se coloca los dólares en el escote y se manda cuatros whiskies al hilo:
"Pregunta qué es lo que quieren los muchachos en la taberna". Después vendrán
John Gilbert, Greta Garbo, Douglas Fairbanks jr.. Y Ernest Hemingway.
Ella se quejará, a pesar de todos sus amores, de los hombres. Nunca perdonará
que la primera vez, el hombre que le tocó la gran oportunidad ni se quitó
los pantalones. Era una exquisita. No, no se le podía hacer eso a Marlene.
No.
Por eso, nada más que el beso sutil en la frente todas las noches, al entrar
en el sueño. Pero sólo entre nosotros dos. No para los diarios. Y menos
escrito por un filósofo. No, José Pablo. Continuá por favor con tus enseñanzas
filosóficas, que sos el que mejor sabe hacerlo. Sólo un pequeño pedido de
un soñador: un poco más de Kant, José Pablo, un poquito más de Kant. ¿Te
suena aquello de "La paz eterna"? No te parece maravilloso. La paz eterna.
(Además, con Marlene. Te imaginás algo así. La paz eterna con Marlene. Esa
podría tal vez ser la fórmula mágica para construir el camino al paraíso.
Qué te parece esta propuesta: demos un curso juntos: vos, sobre Kant, y
yo, sobre Marlene.)
Con respecto al monumento a Roca, no quiero ninguna centella divina que
lo destruya, sino la convicción de las pruebas. Fue un racista, un egoísta,
un hombre de la Muerte. Ya lo quitará de allí el verdadero pueblo, a pesar
de sus representantes que, cuando me ven, rajan. (Uno de ellos: "Sabe Bayer,
es que el General le puso General Roca al Ferrocarril Sur, ¿me entiende?)
No, no lo entiendo, lo que debe valer es el valor de la vida y no el Remington.
Ah, y una cosa, José Pablo: cuando me quieren sacar una foto donde yo sonría,
no digo "whisky". Digo: "salud y anarquía". Que tal vez podría cambiar por:
"Salud, anarquía y un poquito de Marlene".
Página/12, 03/06/06

De
Corach a Galtieri
(Por Osvaldo Bayer). El miércoles estuve en Rosario. Fui al acto por el
cual la Casa de los Ciegos se convertía en la Casa de la Memoria. La fiesta
se hizo en la calle de ese barrio, con vecinos que trajeron sus sillas,
abuelas, chicos. Cuando me tocó hablar dije entre otras frases: "Es como
llegar al paraíso. Partimos de la abyección, de los más bajos sentimientos
del hombre, de lo inimaginable en perversión. De lo cobarde, del abuso total
del poder, de la bota que deshace la rosa o destroza la mano de un niño.
De la petulancia más deleznable del uniformado. 17 de setiembre de 1977,
Rosario, calle Santiago 2815. La única batalla ganada por el general borracho.
Leopoldo Fortunato Galtieri. Un bochornoso remedo mussoliniano de torpeza
y brutalidad. Rosario fue testigo. Las fuerzas conjuntas asaltaron su esa
casa y lograron la captura de tres enemigos de la patria occidental y cristiana:
Emilio Etelvino Vega de 33 años, ciego; María Esther Ravelo, de 23 años,
ciega, e Iván Alejandro Vega, de tres años. hijito de ambos, y el perro
lazarillo del matrimonio. Una vez capturados intervendría un famoso cuadro
de la Gendarmería Nacional, el comandante Carlos Augusto Feced, hombre probado
en mil batallas con su picana eléctrica; su fama atravesó todas las latitudes.
A este bravo gendarme se le murieron los dos ciegos en la tortura. Un episodio
bastante común en la vida de este servidor de la Patria. Pero sus sacrificios
no fueron en vano, porque pronto vendría el resarcimiento por tanto servicio
prestado a la bandera nacional: el derecho a las pertenencias de los ciegos
y su hijito. Todo se llevaron en camiones del ejército. Todo, hasta los
enchufes. Hasta el triciclo del pequeño Iván. En cualquier país civilizado
eso es llamado por su nombre: saqueo, rapacidad, latrocinio, pillaje, depredación,
atraco, expoliación. En nuestro país, en cambio, a sus autores Raúl Alfonsín
los llamó 'héroes de Malvinas' y Carlos Menem 'salvadores de la sociedad'.
Pero todavía no hemos terminado con esta historia de la vileza y de la infamia.
Recurrimos a la ironía y la causticidad para describirla, porque es la única
manera de no claudicar de pura indignación ante tanta ruindad. Para el hartazgo,
vendría la ocupación de la Casa de los Ciegos por Gendarmería Nacional,
como botín de guerra. Y allí los gendarmes hacían sus fiestas familiares;
bautismos, cumpleaños. Queda como mudo testigo la parrilla donde asaban
jugosos chorizos y crocantes chinchulines entre risotadas y música. ¿Hay
un ejemplo igual en la historia del mundo? Ni Nerón ni Carcalla, ni en el
atroz fundamentalismo de la Inquisición. Porque aquí se junta la crueldad
con la concusión, la sevicia con la avidez. Y todos se callaron la boca.
Durante once años de gobierno constitucional los gendarmes siguieron comiendo
sus chorizos y chinchulines en la Casa de los Ciegos. Los protegía el miedo
y el oportunismo y desde Plaza de Mayo se nos decía que 'La casa está en
orden'." "Hace ya un tiempo que la Casa de los Ciegos se convertiría en
nuestra casa de Ana Frank. Sí, porque esta época de superficialidad y corrupción
sería reemplazada por los tiempos maduros de la decencia y la Casa de los
Ciegos sería visitada por niños, adolescentes, jóvenes de nuestras escuelas,
colegios, universitarios, para revivir con unción el destino de Emilia y
María Esther. La lucha de la Madres, de los abogados de derechos humanos,
de los honrados periodistas de Rosario/12 y de los pocos jueces decentes
que quedan en nuestro país lograron reconquistar a la Casa de los Ciegos
y que los militares del Segundo Cuerpo del Ejército y los gendarmes tuvieran
que huir como ratas por tirante.
" Fue como entrar al paraíso, el miércoles pasado. Porque no hay otro paraíso
que el de la verdad, la justicia, el de la eterna lucha por los valores
éticos. La Casa de los Ciegos ha pasado a ser La Casa de la Memoria. Un
templo de la Memoria, mucho más que las Iglesias que quedaron manchadas
porque allí se dieron y se siguen dando los sacramentos a los asesinos.
Un Templo de la convivencia, de la dignidad. Pero del paraíso debí regresar
no al infierno, pero a un infiernillo pleno de olores a podrido de corrupciones,
negociados y personalidades farandulescas. Regresé a Buenos Aires y concurrí
al acto de Madres frente al portón de la Escuela de Mecánica de la Armada,
monumento ejemplar de la collonería. Era impactante ver esos rostros de
mujeres nobles de toda nobleza, enmarcados en sus pañuelos blancos frente
al portón militar. Y su cartel mudo que decía la verdad a secas: "Escuela
de torturadores y asesinos de Mecánica de la Armada". Pero claro, la verdad
es inaguantable. Y de la única batalla del general borracho pasé a la victoria
total de los palos de Carlos Corach. El primer plano de los nobles rostros
de las Madres fue ocupado por las brutales jetas de uniformados de azul
y armados con los llamados bastones de Onganía. Contra la palabra, los palos
de Corach. Nuestro ministro del Interior ya tiene su lugar en la historia.
Valió la pena en la vida hacer tantas gambetas y tratar siempre de estar
a flote. Por supuesto, horas después el solícito Corach "lamentó los sucesos".
Pero mientras tanto se había logrado el propósito: malograr la protesta
pacífica y advertir que la mano viene pesada, por si alguno quiere protestar.
En mi mente quedarán estas dos imágenes: las Madres frente al antro del
crimen y adentro, espiando desde la terraza, uniformados parapetados escondiendo
el rostro. La ESMA -como bien escribió Rodari- recién pintada y acicalada
en todo su esplendor por orden del ministro Camilión. (¡Qué imagen para
Freud!: el señor ministro quiso tal vez cubrir el crimen con pintura sino
también su propio colaboracionismo con los genocidas.) Las Madres y los
verdugos. Y entremedio, como un ratoncito diligente, el ministro Corach,
claro, pero del lado de la fuerza. Pasado y actualidad. Pero las Madres.
Página/12, 25/03/95

El
culto por los asesinos
El culto de la Argentina oficial por los asesinos de rango es una constante.
Al general Lavalle asesino de Dorrego -un mártir de la incipiente democracia-
se lo premió dándole su nombre a una de las principales calles céntricas
y un monumento justo frente al Palacio de la Justicia (un símbolo de esta
Argentina mágico-realista) mientras que a la víctima se la mandó a los extramuros
de Palermo de aquellos tiempos dándole su nombre a un callejón de tierra.
El general fusilador pasó a ser un personaje romántico para la literatura,
hablándose de su tristeza y la mala suerte de su destino. Sospechosamente
muy poco tiempo después de los fusilamientos de junio de 1956 bajo Aramburu
recomenzó el culto por el fusilador de Dorrego. Hasta se hizo una balada
con acompañamiento de guitarra que cantaba al "romántico" y triste fusilador.
Al general Aramburu, por ejemplo, se le ha erigido un monumento y todos
los aniversarios de su asesinato concurren representantes oficiales del
gobierno de turno a hacer el consabido minuto de silencio (en vez de gritar
la verdad de los asesinos de junio) y calles importantes llevan su nombre
en varias ciudades. En vez del nombre de las víctimas, para que nos sirva
de advertencia en el futuro, premiamos a los victimarios.
Pero, tal vez, la actitud más perversa de ponerse de rodillas ante los tiranos
fue la decisión de bautizar con el nombre del militar José Félix Uriburu
al puente que cruza el Riachuelo. El fascista uniformado que aprovechó las
armas para derrocar al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen, quebrando
así el orden constitucional nacido en 1916 tiene ahí su monumento. El déspota
barato y brutal ordenó fusilamientos, cárcel y fue el que oficializó la
tortura con la picana eléctrica de Lugones hijo, padre legítimo de los Patti
y Bussi actuales.
Para vergüenza de todos nosotros, los miles que atraviesan día tras día
el Riachuelo tienen que sufrir la ignominia de leer el nombre de quien ejerció
la fuerza bruta contra la dignidad y la libertad. En mis manos tengo un
folleto, amarillento ya, desde cuya tapa me mira un muchacho sonriente,
con cara de campesino español, Joaquín Penina, el primer fusilado "por la
barbarie uriburista", como está en la tapa de este cuadernillo editado por
el Comité Pro Presos y Deportados de Rosario, en julio de 1932.
¿Quién era Joaquín Penina? Un albañil de 26 años, que vendía libros después
del trabajo. Libros libertarios. Pero dejemos hablar al folleto: "Penina
tenía alma de apóstol. Fue un profundo rebelde. Vivió de cerca la injusticia
social, amó el alma proletaria más que la suya propia. Como quien se libra
de un pesado lastre, desposeyó su espíritu de todo egoísmo. La solidaridad
fue en él un hecho profundo y vivido. En cada violencia ajena templaba su
carácter. Así se hizo rebelde. Su rebeldía sin ruidos, sin gestos vacíos,
pero de gran firmeza, se asentó en el dolor de muchos años tristes y dentro
de su cerebro inquieto sólo vivió un deseo continuo: sembrar ideas. La dictadura
lo sorprendió sembrando, para abrirle surcos de fuego en su carne y en su
alma. Frente a la boca de sus pistolas, su rostro, sonriente siempre, enamorado
de la vida a pesar de todas las injusticias, no pudo traducir rencor sino
lástima hacia los criminales de la patria".
Joaquín Penina fue acusado de imprimir volantes contra Uriburu y de repartirlo.
Lo que no hicieron los radicales que dejaron caer su gobierno ante un general
que llegó a la Rosada con una decena de cadetes militares, lo hizo un obrero
libertario. Militares y policías asaltaron la humilde habitación del albañil,
lo arrastraron a la comisaría y a la noche lo fusilaron. Los autores del
crimen tan vil fueron el teniente coronel Rodolfo Lebrero, el mayor Carlos
Ricchieri (otro militar del mismo apellido, el general Ovidio Ricchieri
sería uno de los más feroces representantes del sistema de desaparición
de personas a partir de 1976); el capitán Luis Sarmiento y los policías
Félix de la Fuente, Marcelino Calambé y Angel Benavídez. Los militares y
policías que allanaron la pieza del obrero Penina se llevaron como botín
600 pesos, que éste había ahorrado para pagar el pasaje de sus padres desde
España. La misma práctica aberrante de los "muchachos" de Videla y Massera.
El jefe del pelotón de fusilamientos fue el subteniente Jorge Rodríguez,
quien dos años después del crimen denunciará -como Scilingo sesenta años
más tarde- los detalles del crimen y mostrará su arrepentimiento público
haciendo la denuncia que recogieron los diarios. Señaló el subteniente que
a él le tocó el fusilamiento por estar de oficial de guardia en la noche
del 10 de setiembre de 1930. Se le aproximó el capitán Sarmiento para decirle
que debía ejecutar "a un individuo". Al pedirle aclaración de quién se trataba
respondió "es un anarquista que fue sorprendido mientras imprimía panfletos
incitando al pueblo y a la tropa contra las autoridades que rigen el país".
El detenido fue llevado en un camión celular hasta las barrancas del Saladillo.
El pelotón estaba integrado por el subteniente Rodríguez y tres soldados,
no con armas reglamentarias, sino con pistolas Colt. El subteniente Rodríguez
describió así los últimos momento de Penina: "Fue bajado del camión y sintió
el ruido de las cargas de las pistolas. Entonces yo, que lo tenía a un paso,
lo vi abrir los ojos en mirada de asombro y rápidamente comprender. Dio
un medio paso atrás y le vi morderse el labio inferior como si prefiriera
sentir el dolor de su carne más no el temor. Yo iba detrás. Desde que lo
había visto bajar, en mi frente y en mis ojos sentía que se había posado
un velo de extrañeza y de irrealidad. No quise prolongar la valiente agonía
de ese hombre. Ordené: ¡Apunten! Entonces el reo giró la cabeza hacia la
izquierda y mirando con odio al grupo que presenciaba, gritó: "-¡Viva la
anarquía! -su voz era templada, yo no ví temor.
"¡Fuego! -ordené, sin ver ya nada. Tres tiros"
Después de describir cómo le dio en la cabeza él mismo con el tiro de gracia,
agregó el subteniente: "Todos nos acercamos hasta donde estaba el cadáver
y alguien dijo: 'Fue un valiente hasta el último momento'. Vestía pobremente:
zapatos de caña; pantalón, no sé si de fantasía o marrón oscuro. Un saco
también oscuro. Era rubio y de pequeña estatura. Representaba unos 25 o
26 años. De sus bolsillos se sacaron dos o tres galletas marineras muy duras
y en parte comidas, y un giro de cinco pesetas para un hermano de Barcelona.
El giro no llegó a mis manos ni sé tampoco quién se lo llevó".
Zaherido, humillado, robado, fusilado. Somos todos asesinos. Los argentinos
somos derechos y humanos. Votamos en forma directa y secreta por Bussi y
Patti. Después nos indignamos contra el estudiante Ahumada que pateó a su
profesora. Cuando no es más que un aprendiz de Patti y Bussi y la sociedad
que le damos nosotros.
Un grupo de amigos pedirá al Concejo Deliberante que cambie el nombre del
tirano asesino por el de su primera víctima: el obrero Joaquín Penina en
el puente que une la capital con Valentín Alsina. Sería un principio para
poder mirarnos en el espejo.

La
historia no perdona
La historia no perdona, el tiempo va clarificando indefectiblemente. Acabo
de volver de Puerto San Julián, la pequeña y nostálgica ciudad patagónica.
Allí hablamos sobre su historia y me hicieron conocer la iniciativa popular
de hacer un homenaje a Albino Argüelles, ya sea con un monumento que lo
recuerde o con el nombre de una calle. Albino Argüelles fue secretario general
de la Sociedad Obrera de San Julián, herrero de oficio y afiliado al Partido
Socialista. Fue quien organizó las columnas de peones rurales patagónicos
en la huelga de 1921, en la cual se pedían mínimas mejoras en las condiciones
de trabajo. Cuando llegó la tropa represora del capitán Elbio O. Anaya,
les pidió parlamento a los dirigentes huelguistas, los apresó y luego de
hacerlos castigar duramente ordenó su fusilamiento. En el recuerdo, Albino
Argüelles quedó como un hombre limpio, responsable, que no abandonó en ningún
momento a los hombres de campo. Era considerado el más inteligente de todos
los dirigentes obreros. Su muerte fue un asesinato vil y disfrazado por
el capitán Anaya en su parte militar como "muerto mientras trataba de huir".
La acostumbrada ley de fugas que en tiempos más actuales se convirtió en
"desaparición" de personas. De concretarse este homenaje San Julián sería
la tercera población que reivindique a los protagonistas de esas huelgas
épicas de hace setenta años. Río Gallegos reivindicó a Antonio Soto, poniendo
su nombre a una calle, y la localidad de Gobernador Gregores tiene una escuela
con el nombre del legendario entrerriano José Font, llamado por la paisanada
Facón Grande. La única iniciativa que no pudo ser concretada fue la de propiciar
en las escuelas de Santa Cruz la lectura de La Patagonia Rebelde, que describe
las heroicas huelgas y su cruel represión. La iniciativa fue votada por
unanimidad de los bloques de la Legislatura -menos el voto en contra de
la legisladora radical Sureda, hija de un represor- pero fue vetada por
el gobernador peronista Puricelli, hoy ultramenemista y funcionario del
gobierno nacional. La medida represiva sólo logró aumentar el interés de
los patagónicos sobre su historia tan negra y escondida. La alegría obtenida
en San Julián continuó a mi regreso a Buenos Aires cuando se me informó
que había sido promulgada la ordenanza que fija el día 30 de abril en la
Capital como "Día del Coraje Civil". El proyecto del concejal Eduardo Jozami
-un nombre para recordar- fue votado por todos los bloques menos por el
menemismo. Y como no podía ser de otra manera, es un homenaje a las Madres
de Plaza de Mayo que justo el 30 de abril de 1977 salieron a la calle a
pedir por sus hijos desaparecidos. En Holanda, en España, hay nombres de
plazas y calles con ese título de orgullo para los argentinos: Madres de
Plaza de Mayo. Pero aquí siguió el miedo: los jueves a las 15:30, todos
lo pueden constatar cuando pasa gente que mira para otro lado durante la
marcha de esas heroínas. Es que los "indiferentes" no quieren tener memoria,
no quieren acordarse cuando murmuraban el clásico "por algo será" o el "viejas
locas", el título de honor que les dio nuestro valiente general argentino
Albano Harguindeguy desde las protegidas ventanas de la Casa de Gobierno.
Pero hasta en esta promulgación que nos llena de orgullo hubo el gesto mezquino,
estreñido, del intendente Domínguez. La viveza ramplona consistió en dejar
pasar el 30 de abril de este año -cuando la hubiera podido aprobar ya el
26 de ese mes-, de manera de no tener así que embanderar los edificios públicos
en homenaje a esas luchadoras incansables. No la pudo vetar porque el coraje
que les sobra a las Madres le falta precisamente a este señor que vaya a
saber qué problema tiene de conciencia sobre su conducta ciudadana del pasado
o por el sólo hecho de jamás haber acompañado a las Madres en su lucha noble
y altruista. No podemos dejar de recordar las humillaciones que sufrieron
las Madres en los años del oprobio, amén del asesinato de tres de ellas
en manos de los marinos de Massera y Astiz. Hasta las crónicas de la dictadura
no ahorraban burlas y mofas contra estas mujeres que eran todo valor y valentía.
Por ejemplo, aquella del 15/6/78 de Noticias Argentinas que decía: "Medio
centenar de mujeres que afirman ser madres, esposas o novias de ciudadanos
desaparecidos desfilaban ayer en la Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno,
bajo una pertinaz llovizna y ante un compacto y heterogéneo grupo de periodistas
extranjeros venidos a la Argentina para informar sobre el Campeonato Mundial
de Fútbol. Varias decenas de personas comentaban animadamente el episodio
en corrillos formados en el centro de la Plaza de Mayo y la mayoría de las
expresiones estaban destinadas a criticar a los manifestantes y a los periodistas.
Un señor maduro y bien vestido comentó refiriéndose despectivamente a los
periodistas extranjeros que 'si quieren filmar manifestaciones en su país
les rompen las cámaras, acá no sólo lo pueden hacer libremente sino que
después salen diciendo barbaridades.' Muchos, acostumbrados a la presencia
de las mujeres comentaron despectivamente 'Otra vez las locas de los desaparecidos'".
Y el 23/6/78: "En cierto momento las madres discutieron airadamente con
algunos de los presentes que les reprocharon 'no haber dado una enseñanza
a sus hijos que desaparecieron o están bajo tierra, justamente porque no
eran ningunos angelitos'. La presencia de los periodistas extranjeros también
fue motivo de algunas voces de censura como que 'no debían prestarse a desprestigiar
al país con mentiras o infundios y menos haciéndose eco de lo que dicen
estas mujeres que están locas'. Cuando la manifestación se disolvió tres
individuos de mediana edad, bien vestidos, que instaban a los presentes
a gritar 'Argentina, Argentina' a la vez que tildaron de 'brasileños' a
los que no lo hicieron, se alejaron del lugar en un automóvil Ford Falcon.
Casi al mismo tiempo, una de las madres estalló en una crisis de nervios
y llanto pero un jovencito de 24 años le gritó: 'No venga a llorar aquí
en Plaza de Mayo, vaya a llorar a Luján'. Un holandés se acercó a la mujer
y le entregó una flor. 'No ven que esto es un teatro bien orquestado', dijo
un hombre de unos 50 años que había estado en todos los corrillos demostrando
contra las manifestaciones. El holandés dijo que hay que consolar a los
que sufren. Una transeúnte al escucharlo se largó a reír diciéndole: 'Aquí
no sufre nadie. Somos finalistas y estamos todos contentos. Lo que pasa
es que el domingo vamos a reventar a todos los holandeses'. Y así, en medio
de risas del público, el holandés se retiró". Y en la crónica de dicha agencia
-publicada en El Día de La Plata del 30/6/78- se lee el repudio de "un señor
de mediana edad, ante un periodista de la NBC de Estados Unidos, exclamó
indignado: 'Estos vienen aquí a sacar la basura. ¿Por qué no van a filmar
a los miles de homosexuales que desfilan es su país cotidianamente?'". Apenas
pocas semanas después el obispo argentino Octavio Dersi, rector de la Universidad
Católica, afirmaba: "Conozco que países como Estados Unidos y otros de Europa
reprochan a Latinoamérica la violación de derechos humanos y ellos tienen
violaciones mayores legitimando el aborto. Pocos hablan de esa violaciones,
como tampoco de las que se comenten en Cuba o en los países comunistas.
No se ve una acción contra ellos pero sí contra la Argentina donde el país
se ha defendido frente a la violencia y la guerrilla".
Tres reacciones parecidas: la del señor que habla de los homosexuales; la
del obispo que ve un crimen mayor en el aborto que en la desaparición y
la tortura, y la del intendente Domínguez, que les roba a las Madres unos
días para que no se festeje este año el "Día del Coraje Civil". Pero si
ellas triunfaron sobre los represores, ¿cómo no le van a hacer frente a
estas mezquindades?

Negociados
argentinos
Hace cincuenta y seis años, justo entre los días grises entre el otoño y
el invierno de 1940, los porteños arrastrabansu pesimismo y su descreimiento
para con su sociedad, tal vez como en ninguna época anterior. Para definirla
en toda su magnitud y sarcasmo sólo cabían las máximas del "Cambalache"
discepoliano estrenado por la negra Sofía Bozán cinco años antes en una
revista del Maipo. Es que había estallado el escándalo del negociado de
las tierras del Palomar en el que estaban implicados altos mandos militares
y políticos conservadores y radicales. Era la gota que faltaba. Como ahora,
la palabra coima había alcanzado ya un status constitucional. A los poderosos
se les había ido la mano. En su arrogancia creían que era posible disponer
ellos solos de la torta sin dar explicaciones. Aquello de la Década Infame
no estaba del todo equivocado. Se respiraba la corrupción. Como ahora. Nadie
creía en nada, ni en la justicia, ni en el poder ejecutivo ni en el parlamento.
Sí, así, todo con minúscula.
¡Qué falta de respeto,
qué atropello a la razón!
¡Cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón!
Después, todos se preguntarían: ¿cómo fue posible el negociado de las tierras
del Palomar? ¿Cómo era posible que políticos y sagaces militares sanmartinianos
hubieran sido atrapados por la trampera para ratas en momentos que querían
llevarse todo el queso? Es que eso de la corrupción de los gobiernos es
algo que va marchando insensiblemente a medida que crece la arrogancia del
poder. Los gobernantes van creyendo que todo es posible y que los pueblos
necesitan figuras autoritarias y que para lograr esa admiración necesitan
mostrar más poder. Y la mejor manera de mostrar poder es fotografiarse ante
la nueva residencia privada construida en el pueblito de donde se es originario,
aunque allí cerca haya ranchos con techos llenos de vinchucas. Y salir de
viaje con cohortes ávidas que tienen la misión de ostentar porque justamente
la ostentación es la clave para atemorizar, para llegar a la admiración
a través de la humillación. Educar al súbdito. El otro aspecto del método
es rodearse de corruptos, o corromper a los que lo rodean, cosa que no es
difícil. La sutil negatividad de esa búsqueda de dominio a través de la
corrupción es que los pocos glóbulos rojos de la ética se van devorando
a los glóbulos blancos de la impudicia y, de pronto, lo que parecía eterno
se derrumbaba estrepitosamente y las cohortes de la podredura son los primeros
en huir o pasarse de bando. Es lo que ocurrió en aquel 1940 cuando el negociado
de Palomar dejó al desnudo a todo un régimen. Comparado con los que se denuncian
hoy, apenas un humildísimo negociado. Hasta el de los guardapolvos de Bauzá
lo superaría en agudeza y perspicacia. Como quedaron al desnudo los corruptos
de El Palomar hubo suicidios y renuncias. En la Argentina que Dios nos ha
dado en el presente no se suicida nadie (ni aunque salga en foto en el momento
de alargar la mano), ni renuncia nadie. Por lo general todo se resuelve
yéndose a Estados Unidos a hacer un posgrado o de embajador al Caribe.
Vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo
todos manoseados...
El negociado de las tierras de El Palomar, explicado en pocas palabras,
consistió en lo siguiente: el ministro de Guerra, general Márquez, decidió
comprar 222 hectáreas para agrandar el Colegio Militar y otras dependencias
militares. Propietarias de esas tierras eran las hermanas Pereyra Iraola
de Herreira Vegas que se la ofrecen en venta el Ejército. La Dirección General
de Ingenieros tasa esas tierras en 19 centavos la unidad métrica por "ser
terrenos anegadizos y de poca calidad". Pero el general Márquez se las arregla
para que el Presidente da la Nación, Dr. Ortíz, firme un decreto que autoriza
un precio de 1,10 pesos por unidad métrica. Y la venta se hace de este modo:
las propietarias le venden a un intermediario las tierras en 1.447.906 pesos
y en el mismo acto ese intermediario, Néstor Luis Casás, se las vende en
2.450.303 a la Nación. Es decir, que en unos minutos, el intermediario ganó
1.003.000 pesos, limpios de polvo y paja. Por supuesto ese intermediario,
era un testaferro de importantes hombres del gobierno. Todo saldrá a la
luz gracias a un periodista: José Luis Torres, de la revista Ahora. En una
sociedad llena de presiones, miedos y misterios, de pronto la verdad se
abre paso y es incontenible. En el Parlamento hay también hombres honestos,
pocos, pero los hay. Los senadores Suárez Lagos, Benjamín Villafañe y Alfredo
Palacios serán los artífices de una investigación a fondo. El pueblo no
cree: "se van a cubrir entre ellos", "no va a pasar nada", murmura. El humor
popular ha apodado "Palomárquez" al "pundonoros" general Márquez., quien
trata de echarle la culpa a sus subordinados a lo que provoca la airada
reacción de sus generales Ramón Molina y Juan Bautista Molina. El escándalo
es tan grande que renuncia el propio presidente de la Nación, doctor Ortíz.
Aunque tal renuncia no es aceptada, el mandatario no volverá a aceptar su
cargo por razones de enfermedad y lo suplantará el vice, Ramón Castillo.
El gabinete renunciará en pleno, entre ellos el general "Palomárquez". Siete
implicados recibirán penas de cárcel de hasta seis años, entre ellos el
presidente de la Cámara de Diputados, Juan G. Kaiser. El diputado radical
Guillot se suicida antes de que se le inicie juicio. Pero a pesar de que
esta vez no hubo impunidad -aunque no todos los culpables fueron condenados-
este negociado fue la gota que faltaba para que el régimen cayera en descrédito.
A este negociado se le agregaban los de la CHADE, el de los colectivos,
el de los "niños cantores" de la Lotería Nacional. Coima se escribía con
mayúscula en el país de los argentinos. Al régimen de la "concordancia"
de conservadores y radicales antipersonalistas se les había ido la mano.
Se habían creído dueños del poder para imponer su moral. Y cayeron el 4
de junio de 1943, sin pena ni gloria, sin que nadie se molestase en salir
a la calle para defenderlo.
Una lección para aprender, hoy. Al que se cree impune, al que le parece
que pisotear principios es ser inteligente y fuerte, el tiempo y la historia
le terminan por enseñar lo contrario. Cuando en la Argentina un gobernante
termine más pobre que cuando llegó al poder, recién en ese momento el país
será una fiesta. Más vale diez niños con un vaso de leche que un palacio
en Anillaco. Y si no, nuestro himno nacional, como en el treinta, seguirá
siendo la verdad discepoliana:
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclado la vida
y herida por un sable sin remache
ves llorar la Biblia
contra un calefón.

Repudio
y respeto
Acabo de regresar de Alemania y me encuentro con la comunicación oficial
del presidente provisional del Senado de la Nación, Eduardo Menem, donde
se me hace saber que la Cámara alta había repudiado mis declaraciones hechas
a Página/12 sobre la Patagonia. La noticia ya la conocía y antes de partir
para Europa contesté a esa resolución en mi nota "Los colores de mi bandera"
en este mismo diario (17/6/95). Pero en la comunicación del doctor Menem
no se especificaban los motivos de tal repudio. Para saberlo, tuve que recurrir
al diario de sesiones, que recién ahora pudo llegar a mis manos. La sesión
donde se trató el tema es para no creer. Esperaba yo un debate donde se
discutieran mis argumentos con otros argumentos iguales o más valederos.
No, nada de eso hay. Sólo el insulto ramplón, el embuste, la agachada encubierta
con el floripondio verbal, el aprovechamiento solapado del poder para cubrir
los pecados de la propia biografía. Invito a todos los maestros y profesores
universitarios patagónicos a leer con sus propios ojos este debate en el
diario de sesiones y analizarlo con sus alumnos. Ahí van a poder comprobar
el nivel del discurseo, del empleo vacío -decenas de veces- de la versión
patriotera de la palabra patria; en ningún momento se habla de la situación
actual del habitante patagónico.
Debe decir que me siento orgulloso de este repudio del Senado. Nunca me
he sentido tan justificado en todo lo que hago. Todo un símbolo: los dos
presidentes de la sesión donde se trató el tema fueron servidores de dictaduras;
Eduardo Menem y Aguirre Lanari, este último de la dictadura más atroz de
nuestra historia. No sé con qué principio moral estos dos personajes pueden
representar a la democracia argentina. Buenos laderos se buscó el senador
Ludueña, autor del proyecto de repudio a mi proposición -que la hice sólo
como comienzo de un gran debate futuro- de la autonomía regional de las
dos Patagonias unidas -la argentina y la chilena- como primer paso para
la unidad de las dos naciones y la concreción futura del sueño de Bolívar
de los Estados Unidos Latinoamericanos. Un debate que en las próximas décadas
protagonizará sin ninguna duda el hombre y la mujer patagónicos siguiendo
el ejemplo de los pueblos que van derribando las fronteras para unirse en
continente y dar así la espalda a la irracionalidad y el egoísmo de los
complejos racistas, fronterizos, religiosos que terminan siempre como en
Bosnia: con los hombres despanzurrándose como bestias, matando a sus propios
niños. ¡Cuánto dinero gastaron esos nefastos dictadores Videla y Pinochet
en las movilizaciones fronterizas en el '78 en vez de gastarlo en promover
a los pequeños industriales, en becas de estudio para la juventud, en actos
culturales conjuntos! ¡Qué curioso! En el momento en que ocurre la movilización
de obreros del interior del país contra el programa económico del menemismo
-no olvidemos lo ocurrido en Tierra del Fuego- el senador ultramenemista
Ludueña presenta este proyecto de repudio por declaraciones mías que ya
hace años que las repito. De inmediato y simultáneamente comienza a atacarme
El Informador Público, que no puede desmentir su concomitancia con los servicios
de informaciones. En el mismo número donde escribe Guillermo Patricio Kelly
-para muestra basta un botón- con un título rimbombante se me ataca mediante
una mentira desembozada: "Galeano repudia a Bayer". Mi admirado amigo Eduardo
Galeano jamás me repudió y todo lo contrario, siempre tuvo una línea incorruptible
acerca de la unidad de los latinoamericanos. Pero es el método de Goebbels:
"Miente, miente, que algo queda". es la misma norma que empleó el senador
Ludueña cuando afirmó en el debate (textual): "Todo lo que hace Bayer obedece
a intereses que no son ciertamente muy confesables". La cobarde felonía
de este ultramenemista que se escuda en su prerrogativa de legislador llega
a la columna artera. Me pongo a disposición de cualquier comisión investigadora
acerca de todo lo que atañe a mi pensamiento, mi obra, mi situación económica
y todo lo que se quiera averiguar. Lo que ocurre es que el senador Ludueña
me puede pensar de otra manera. El es la línea sindical oficial que viene
de los Lorenzo Miguel, los Triaca, los Ibáñez, los Cassia. Lo que ocurre
es que el senador Ludueña no me puede perdonar La Patagonia Rebelde porque
allí quedan en claro aquellos dirigentes humildes y estoicos que fueron
asesinados por luchar por mejoras a los trabajadores del campo. En cambio,
la figura señera para el senador Ludueña fue el dirigente sindical petrolero
Diego Ibáñez, del cual se puede leer en su necrológica: sindicalista y propietario
de una empresa de camiones, murió en un accidente por exceso de velocidad
tripulando su cupé japonesa roja último modelo; a su velatorio concurrieron
Armando Gostanián, Carlos Corach y Antonio Cassia.
En cambio, aquellos obreros de la Patagonia rebelde murieron de pie frente
a sus verdugos, los militares, a quienes, en pago, la colectividad británica
les cantó el "For he is a jolly good fellow". Claro, aquí se enfrenta el
distinto concepto de Patria: entre los que sostienen que Patria es la gente
y los que creen que Patria es la Patria contratista. Después, la sesión
del Senado derivó en la mentira, los insultos hacia mi persona y fue cayendo
en un clima que sólo podría describirse con la palabra sainete. Tanto fue
así que cuando hablaba el senador riojano Libardo Sánchez la jarana era
tal que él mismo dijo a sus correligionarios: "Pido a mis pares que si no
quieren escuchar mis razones, no lo hagan. Tienen todo el derecho de abandonar
la Cámara". Fue cuando se levantó el senador por Chubut Hipólito Solari
Yrigoyen quien señaló: "Aquí se ha hablado de traidores, de criminales,
de asesinos, de intereses bastardos, del ataque a los Hielos Continentales,
de los que entregaron las Islas Malvinas, etc. Me pregunto ¿qué tiene que
ver todo eso con las expresiones de este distinguido intelectual argentino
que es Osvaldo Bayer?" y más adelante: "Aquí corremos el riesgo de que por
voluntad de una mayoría parlamentaria se condene a un ausente al que aparentemente
se ha mezclado con un poco de todo: con la entrega de las Islas Malvinas,
con la poligonal de los Hielos Continentales, con los traidores a la Patria,
con los que no quieren que los argentinos sean felices. Y no hay ninguna
relación". Pero la mayoría menemista ganó la votación. ¡Qué diferencia con
mi experiencia en la Universidad de Trelew, donde hablé del mismo tema con
profesores y estudiantes, y al día siguiente, ante estudiantes secundarios:
qué seriedad, qué respeto por el tema, qué altura para discutir las ideas!
Tengo escritas las preguntas de los jóvenes patagónicos. ¡Cuánto cariño
por el suelo y por la gente se destila de ellos! Un Senado que desde 1989
no debate en serio el tema patagónico. Pero maestros y alumnos -el futuro-
que sí lo toman en sus manos.
Aprendamos esto de la sabiduría mapuche: la Patagonia es como el día: el
curso del sol nace en el Atlántico y se esconde en el Pacífico.

Cita
en el Paraíso
Hoy, señores y señoras, argentinos todos, recibo el primer premio en mi
vida y, perdónenme mi arrogancia, me voy a subir al techo de mi vieja casa
de Belgrano y lo voy a gritar a los cuatro vientos: ¡Las Madres de Plaza
de Mayo, al anochecer, en su plaza, me dan el premio "Veinte años juntos"!
Ya nada, queridos mortales, será igual. Es el Premio Nobel más el Premio
Cervantes más el Premio Príncipe de Asturias más el de ciudadano ilustre
de Buenos Aires, más todos los Martín Fierro más el Paraíso, el país Edén.
Esta tarde estaré en el Paraíso, ahí en Plaza de Mayo, entre medio de las
Madres de Pañuelo Blanco que me van a dar un beso en la mejilla y otro en
la frente, después de haber caminado veinte años de historia argentina.
Y hoy estarán además todos sus hijos con el mismo rostro que tenían cuando
cumplieron 18 años y se decidieron a dar la mano solidaria a los humillados
y ofendidos de la tierra. Pero además podré abrazar nuevamente a Rodolfo
Walsh y al gringo Tosco, que vendrá en su overall de siempre, directo de
la usina, los dos encabezando la columna de los treinta mil. Y por la izquierda
llegará con su ancho sombrero Emiliano, al lado de Augusto César y los cien
de su pequeño ejército loco. Y por qué no, el mismo Jesús, aquel de las
Escrituras, esta vez con rostro mapuche, desde Cutral-Có.
Por supuesto que los tres de siempre van a querer infiltrarse: Judas, Astiz
y Bernardo, pero un par de adolescentes los correrán hasta el séptimo círculo
de los infiernos. Y quedaremos entre nosotros. Porque el pueblo argentino
no se divide entre ricos y pobres, entre solidarios y egoístas, entre peronistas
y radicales, no, la única división que recorre el país está entre los que
acompañaron a las Madres y los que miraron para otro lado cuando las vieron
marchar.
Cuando ellas me den el premio esta tarde, me volveré infinitamente joven,
la sangre me bullirá más roja que nunca y me quemará en venas y arterias
de pura fuerza y gratitud por ellas, las heroínas de brazos abiertos. Y
apenas reciba el premio saldré corriendo hasta la casa de los libertarios
para recordar a aquellos mártires increíbles, los que el dinero ahorcó en
Chicago, esos increíbles héroes de las ocho horas de trabajo: Spies, Fischer,
Engel, Parsons, Lingg. Y estaré en la casa de los libertarios hasta que
asome el 1º de Mayo, el día de todos los trabajadores del mundo, que seguirán
en el mismo camino hasta reconquistar las sagradas ocho horas.
Pero luego regresaré a mi barrio, a mis calles de niño para volver a recorrerlas
con mi padre y mi hermano Franz, con traje marinero, pero antes mi madre
me abrochará la camisa, y me reencontraré con mi hermano Rodolfo, muerto
en el sagrado fuego de la solidaridad, lo besaré y acariciaré su frente,
esa frente hermosa llena de bondad, le regalaré mi premio y, ya solo, me
pondré a llorar de pura alegría, de puro agradecimiento. Lloraré con los
brazos abiertos por entre los viejos árboles que conocieron mi infancia
y despertaré a todos los vecinos de aquel entonces y les diré que he regresado
con laureles en mis sienes. Mi mujer adolescente me estará esperando con
una torta de manzanas, bailaré con mi hija, jugaré simultáneas de ajedrez
con mis hijos y luego saldré con mis diez netos a juntar higos maduros.
Por último ya podré dormir, luego de leer una poesía de Hölderlin y de escuchar
"La bella molinera", de Schubert. Será cuando reingrese al Paraíso por el
camino de los abedules donde divisaré a las Madres del Pañuelo Blanco abrazadas
a sus hijos, en el reencuentro definitivo.

La
noble igualdad
En cuestiones de ética, los argentinos, cero. Este Primero de Mayo recorrí
un poco las calles de Buenos Aires. A la ética la encontré en un pequeño
pero muy sentido acto que hacían curas de las villas con los desocupados,
en Plaza de Mayo. Un poco más atrás unos vallados mostraban los límites,
custodiados en primer plano por mujeres policías poniendo rostros adustos
y con las piernas abiertas como el mejor varón. Más atrás, sí, uniformados
de sexo masculino, en la tensa espera, y comisarios que caminaban con pasitos
nerviosos y el handi en la oreja. Este espectáculo junto a la Rosada era
el preferido de los camarógrafos extranjeros. Una estampa apetecida para
retratar la democracia de Menem. Pero los curas de Jesucristo no miraban
para ese lado. Miraban a los chico de las villas, que, ordenaditos, portaban
carteles en los que pedían dignidad, trabajo para sus padres. Era una estampa
evangélica. Esos curas vestidos de blanco, pidiendo justicia para los marginados,
y allí, a pocos metros, esas mujeres uniformadas queriendo ser cada vez
más hombres poniendo rostros intimidatorios y abriendo cada vez más las
piernas para asentar mejor su autoridad. Y entonces, curas, niños, bolivianos,
paraguayos, argentinos -todos hermanados por la pobreza y la desocupación-
en el país de los ganados y las mieses entonaron ese himno libertario que
dice:
Oíd, mortales, el grito sagrado,
Libertad, Libertad, Libertad.
No el que cantan los obispos después del Te Deum, ni Menem junto a Camilión
ni Cándido Díaz, Pelacchi y Klodczyk en cuarteles o formaciones. No. El
que dice auténticamente:
Ved en trono a la noble igualdad.
Noble igualdad. Libertad y noble igualdad. La libertad digna de poder comer,
tener un techo, agua, escuela, una vejez digna y no tener que ir a pedir
a Duhalde o Rousselot que le ponga agua o le pavimente la calle, ya demás
votarlos, porque si no no le construyen la sala de primeros auxilios.
Ved en trono a la noble igualdad.
Y aquello, de alguna manera es volver al vasallaje, el prostenarse ante
el Amo hecho urna, porque si no no habrá de lo que había. Mientras los granaderos
entraban en la Catedral en un paso casi ganso, los desocupados de las villas
se besaban en la mejilla tal vez en la esperanza de que en la fraternidad
pueda aparecer el pan nuestro de cada día. De ahí me fui caminando hasta
la Plaza Lorea como pequeño homenaje a los obreros masacrados el 1º de Mayo
de 1909 por la policía. El coronel Ramón L. Falcón, jefe de la policía de
aquel tiempo, no pudo soportar ese cuadro de miles y miles de obreros con
sus banderas rojas y sus cantos revolucionarios: italianos, polacos, rusos,
andaluces, catalanes, asturianos, gallegos, alemanes. El coronel de la Nación
frunció la nariz con asco y ordenó la batalla. Y la ganó. A tiro y sable
limpio. Treinta y seis charcos de sangre obrera quedaron en la plaza. Ganó
el coronel argentino. Como el general Camps ganó la batalla contra las embarazadas,
como el general Suárez Mason ganó la batalla de las torturas como el general
Galtieri ganó la guerra de las Malvinas. El coronel Falcón -que había sido
cadete número uno de la primera camada del Colegio Militar (todo muy premonitorio
para el ejemplo que dieron las camadas siguientes)- sigue siendo hoy el
héroe de la Policía Federal. Más todavía, el colegio donde se educan sus
futuros oficiales lleva el nombre de Ramón L. Falcón. Y una de las calles
más importantes de esta capital lleva su nombre. No, nadie se acuerda ni
siquiera del nombre de alguno de esos obreros que salían a pedir libertad
e igualdad (las palabras del Himno Nacional) pero eso sí, para el coronel
que desde su seguro puesto de observación ordenó la masacre obrera, todos
los años hay homenajes en el Día de la Policía Federal, y todos los presidentes
civiles se han apresurado a llevarle su respectiva corona de flores. Y la
Policía Federal jamás se apartó de esa línea ya que su segundo jefe indiscutible
es el comisario general Villar, a quien se le rinde un enfervorizado homenaje
todos los años en el aniversario de su muerte. El creador de las Tres A,
que hacía meter 103 balazos en la cabeza a todo intelectual o dirigente
sindical sospechado de izquierdista, tiene su condigno recordatorio con
los consabidos discursos con sollozos entrecortados de los respectivos jefes
de policía. Falcón y Villar, dignos ejemplos para los oficiales, que a veces
no son comprendidos completamente por los críticos de siempre, cuando se
les escapa un tiro o trasgreden un poquito el código de la moral. El gesto
de oler mal del coronel Falcón ante tanto obrero italiano, español o polaco
acaba de ser heredado por el general Bussi, gobernador de Tucumán. Acaba
de decir con acento preclaro al referirse a los bolivianos que recogen la
frutilla: "Es que no concibo que el fruto de nuestra tierra sea arrancado
por extranjeros" Los testigos afirman que el rostro de este general de la
Nación, al pronunciar la palabra "extranjeros", tomó la forma como si fuera
a eructar. Pero lo que uno no entiende es cómo este militar explicaría su
propio caso. Porque Bussi no es precisamente un apellido de rancio abolengo
criollo ni de origen querandí, ni calchaquí, Bussi es un nombre típico de
la provincia italiana de Calabria, que dio miles de inmigrantes que vinieron
a ofrecer su trabajo a estas tierras. El general que destacó toda su valentía
en el campo de concentración "La escuelita", donde los prisioneros eran
torturados hasta la muerte, denomina "extranjeros" a los bolivianos. Pero
si volvemos a los orígenes, esas etnias que hoy pueblan Bolivia, antes se
extendían hasta casi el centro de lo que hoy es Argentina, así que por origen
de acuerdo al código Bussi, tendrían mucho más derecho que un calabrés de
primera generación, La única diferencia es que este calzó un uniforme desde
la adolescencia mientras que aquéllos fueron siempre legítimos trabajadores
de la tierra y tienen derecho a seguir haciéndolo en lo que antes de 1492
era todo suyo. Falcón, Villar, Bussi. Tres ejemplos argentinos. Dos héroes
y un gobernador elegido por el pueblo. Dignos ejemplos les dejamos a nuestras
generaciones venideras. Igual que el se estos políticos que se tiran andanadas
de excremento puro sobre la venta de armas. Unos -Menem y Camilión- les
tiran decretos a los radicales para demostrar que fueron primero ellos.
Otros -Alfonsín, Jaunarena, Caputo- se desgañitan para explicar que ellos
lo hicieron legal y los otros son unos ilegales. Pero todos, en nombre de
la Argentina vendieron la muerte a dictaduras morbosas o para que se mataran
entre hermanos. La realidad es que todos comerciaron con la peor droga de
la muerte (sea con firma o sin firma) y volvieron a unirse en moral. La
primera vez fue cuando unos y otros dejaron libres a todos los Bussi mediante
obediencia debida, punto final y el indulto. Por eso, la única cosa bella
que vi este Primero de Mayo fue el beso solidario que se dieron las gentes
de las villas y cuando los humildes curas que luchan por los desocupados,
cantaron a todo pulmón el
Ved en trono a la noble igualdad.

Los
altruístas
(Desde Berlín) En la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad
Técnica de Berlín tuve la oportunidad de asistir a un trabajo que me llenó
de emoción y que me despertó recuerdos de propias experiencias. Se tituló
"El proceder moral. El ansia de esclarecimiento". La expositora fue Ulrike
Freund. Se trató de las personalidades altruistas. Más exactamente de todos
aquellos que pusieron en peligro sus vidas por salvar a los perseguidos.
Para estudiar tal fenómeno humano, Alemania lleva a cuestas ese escenario
del horror que fue el período nazi, con sus crímenes raciales y políticos
y la actuación de organizaciones al servicio del terror de Estado. La preocupación
se podría sintetizar en la pregunta: ¿por qué hubo gente que arriesgó sus
vidas para salvar a otros y en cambio la mayoría se encogió de hombros y
pronunció esa frase -que tanto nos llega a los argentinos- "por algo será"?
¿Por qué hay seres altruistas en mayorías egoístas? ¿Por qué en momentos
en que los países caen en regímenes sin garantías las mayorías prefieren
la banalidad del mal, la pérdida de la solidaridad humana, busca explicaciones
para justificar ese mal imaginando exteriores y crucificándolos de acuerdo
con la versión oficial? Pero, ¿por qué al mismo tiempo existen personas
que se atienen a principios éticos dispuestos a acompañar en la cruz a los
ladrones buenos y malos para no compartir los doce dineros de Judas ni jugar
a los dados con los centuriones de turno las pertenencias de los crucificados
por el poder y los Pilatos de circunstancias? Una sociedad de quienes son
capaces de extender la mano y otros que da vuelta la cara antes de preguntar
qué pasa ante una injusticia. En el estudio realizado por Ulrike Freund
se investigó el origen familiar y educacional de quienes, comprobadamente,
arriesgaron sus vidas, para ayudar al perseguido. En general, los altruistas
pertenecen a familias donde se aprendieron los principios de la ética cristiana,
pero también a hogares con principios humanísticos y sociales donde la ética
se conjuga de acuerdo con los principios de igualdad ante la ley y el derecho
a la libertad. Aunque también entre los que fueron capaces de arriesgar
su vida por otros se hallan seres criados en la calle sin conexión directa
con ejemplos familiares o educacionales. Y que, a la pregunta por qué pusieron
en juego sus vidas por un semejante, respondieron con toda sencillez: "Cualquiera
en lugar mío lo hubiera hecho". Es decir, también el fenómeno se presenta
como algo espontáneo, nacido con la naturaleza misma del humano y aún no
transformada en miedo o en adaptación a normas dictadas con la punición
al pecado a la altura de un púlpito desde los galones de un uniforme. Los
motivos que adujeron los altruistas para su acto solidario podemos dividirlos
en dos distintas fuentes, una de ellas sería interpretada por la palabra
"asistir" o "hacer el bien"; la otra, por el "deber de justicia". En la
primera se subsuman los principios de "condolerse", de "compasión" y de
"por afecto a la solidaridad". En el deber de justicia, se incluyen el "respeto
al Derecho", al "principio de igualdad" y a la "consideración de la criatura
humana".
Alemania ha condecorado a todos aquellos altruistas que enfrentaron al poder
total con sólo su coraje civil y su mano extendida. Es una forma de educar.
Porque una de las máximas de la educación en las escuelas debe ser el valor
del altruismo en el ciudadano, en otras palabras: el coraje civil. Pero
nosotros, los argentinos, no premiamos a quienes en la noche negra reaccionaron
contra las desapariciones, la tortura y el robo de niños. En representación
de tantos héroes civiles mencionaremos a dos: la partera María Luisa Martínez
de González y la enfermera Genoveva Fratassi, quienes asistieron en el parto
de una detenida embarazad: Isabella Valenzi, que había sido llevada por
el tristemente célebre médico policial Bergés. Las dos mujeres cumplieron
con su deber humano: avisaron a la familia de la parturienta el nacimiento
del niño. Desde entonces, estas dos heroínas de la civilidad están desparecidas.
Se las vio en el campo de concentración de El Vesubio por última vez en
1977. (Aquí cabe la pregunta: ¿qué hicieron hasta ahora después de casi
dos décadas el gobernador Duhalde y el jefe de policía bonaerense comisario
Klodczyk por averiguar algo de la suerte de estas dos mujeres del pueblo?
Hago la pregunta porque los ví muy preocupados por mantener en las filas
policiales nada menos que al doctor Bergés, acusado de torturar bestialmente
a jóvenes embarazadas y al secuestro de niños.) La democracia y la libertad
se consiguen con coraje civil y enseñando con el ejemplo de los héroes civiles.
Pero en nuestras escuelas, los niños aprenden que el gobernador de Tucumán
es el general Bussi, uno de los militares que más acusaciones tiene en la
historia, por asesinatos, secuestros, torturas y delitos de lesa humanidad.
Pero de la partera González y de la enfermera Fratassi, ni noticias. Alguna
vez, manos sin manchas de sangre y conciencias limpias de toda corrupción
bajarán de calles de Quilmes el nombre de generales y políticos venales
y pondrán el de esas dos mujeres generosas y bellas. Hace ya dos décadas
que la Argentina comenzaba a vivir el tiempo del desprecio. Sufrí en carne
propia aquello de estar "en una lista". Se decía que al general Sánchez
de Bustamante no le había gustado mi investigación histórica sobre la Patagonia
o que los oficiales jóvenes les había caído mal La Patagonia Rebelde. Esos
eran los cánones de la justicia y esos eran los dueños de la vida y de la
muerte en los tiempos de la mercenariedad. Y mientras los dueños del país
actuales iniciaban su loca acumulación de riquezas de la mano de Martínez
de Hoz, los "enemigos de la identidad occidental y cristiana" teníamos menos
seguridades que un insecto. Pero enfrente de los uniformados Camps, Suárez
Mason y Bussi había seres humanos como Domingo Martínez. Don Domingo Martínez,
obrero panadero, español, socialista libertario. Hombre toda su vida de
la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). Fue de aquellos legendarios
panaderos que lograron las leyes obreras a fuerza de una lucha sin cuartel
y una honestidad a toda prueba. Cuando me ofreció refugio tenía el una quinta
de hortalizas en las afueras de Quilmes. Aquí puedes dormir tranquilo",
me dijo, sin mucho preámbulo: "Por este umbral no entra ni el Papa, te lo
aseguro yo". No faltaba agregar nada. Después hubo otra comunicación: "En
esta casa no entra ni prensa burguesa, ni radio burguesa, ni televisión
burguesa". "Si quieres leer, ahí tienes", y me mostró todos los teóricos
del anarquismo en anaqueles abarrotados de libros. Me alcanzó un tomo de
Eliseo Reclus. Sí, libertad, cultura, ecología. Pasé días rodeado del verde
de las hojas, el rumor de los pájaros y el frescor de los amaneceres. Y
los sueños de Reclus. Gracias a la mano extendida de don Domingo. Este verano
lo visité. Está ciego y nonagenario. Después del abrazo nos pusimos a hablar
de los ideales de Eliseo Reclus. Pensé: nunca vencerá definitivamente el
gatillo fácil ni la picana ni la corrupción mientras haya brazos extendidos
y manos abiertas. Los altruistas, como Domingo Martínez.

De
Chicago a la flexibilización
Los viejos luchadores la volvieron a acariciar: la campana que el 16 de
octubre de 1901 anunció, en la Vuelta de Rocha, por primera vez en toda
Sudamérica, la conquista de las ocho horas de trabajo paralos gremios marítimos.
Hace pocos días, el legendario dirigente de Talleres Navales, Domingo Trama,
la recibió en devolución por parte del Museo de Bellas Artes de la Boca.
Allí había permanecido depositada 45 años desde que la Sociedad de Resistencia
de Calafateros Unidos -el 5 de agosto de 1949- la entregó para su custodia
al pintor boquense don Benito Quinquela Martín, en presencia de don Juan
de Dios Filiberto, el autor de "Caminito". En los próximos días, Domingo
Trama -el último anarquista que estuvo al frente de una organización obrera
en nuestro país- entregará la campana al Museo Histórico de la Boca.
Esa campana es un nexo entre los mártires de Chicago -ahorcados por pedir
las ocho horas de trabajo en manos del capitalismo salvaje norteamericano-
y las luchas de fin de siglo de los obreros argentinos por esa jornada laboral.
Fueron los obreros yeseros -aquellos que hacían los cielorrasos y sus molduras-
los primeros en obtener la soñada jornada, en 1895; una año más tarde la
lograron los pintores y los constructores de carruajes, mientras los marmoleros
y herradores se conformaba con las diez horas. En la Argentina, la "lucha
sagrada por las ocho horas", como la llamaban los obreros anarquistas y
socialistas, había comenzado por iniciativa del club alemán Vorwarts, que
en 1890 convocó a todos los gremios obreros a celebrar ese 1º de Mayo como
fiesta universal de todos los trabajadores. El mismo se celebró en el Prado
Español, en la actual Avenida Quintana, entre Ayacucho y Junín (un lugar
para recordar), y concurrieron representantes, entre otros, de la Sociedad
Cosmopolita de Oficiales Sombrereros, Tipógrafos Alemanes, Sociedad Figli
del Vesubio, Sociedad Scandinavian Norden, Círcolo Reppublicano Campanella,
Sociedad de los Países Bajos, Unione e Fratellanza, Societé de Mutuo Socorso
de Chivilcoy, etc. En el documento que se firmó allí figuró en el punto
primero: jornada de ocho horas para todos. Los representantes del capitalismo
estadounidense habían creído que ahorcando en Chicago a los cuatro obreros
alemanes y un inglés, iniciadores de la lucha, se resolvía todo el problema.
No sabían que con esa medida iban a provocar una rebelión incontenible en
todo el mundo que haría triunfar en casi todas las latitudes la iniciativa
de esos precursores. Y las frases finales que expresaron esos cinco luchadores
ante sus jueces iban a ser esculpidas en todas las organizaciones obreras
del mundo. El inglés Albert Parsons dijo: "El principio fundamental de la
anarquía es la abolición del salario y la sustitución del actual sistema
industrial y autoritario por el sistema de libre cooperación universal,
único que puede resolver el conflicto en que vivimos". El alemán Adolf Spies
dirá: "¿Es la anarquía a la que se juzga? Si es así, por vuestro honor que
me agrada: yo me sentencio porque soy anarquista. Somos sentenciados por
creer en un bienestar futuro, por no perder la fe en el último triunfo de
la libertad y la justicia". Y un minuto antes de ser ahorcado: "!Salud tiempo
en que nuestro silencio será más poderoso que las voces de los que hoy nos
sofocan con la muerte!". Ludwig Lingg tendrá un resto de humor y apostrofará
al juez: "Me acusáis de despreciar la ley y el orden. ¿ y qué significan
vuestros representantes? Son los policías, y entre ellos hay muchos ladrones.
Aquí está presente el capitán Schak. El me dijo que mis sombreros y mis
libros habían desaparecido sustraídos por los policías. !Esos son vuestros
defensores del derecho de la propiedad privada! Os desprecio; desprecio
vuestro orden, vuestra fuerza, vuestra autoridad". (Lingg no les dará el
gusto a los verdugos, en su celda se hará volar la cabeza con un cartucho
de dinamita que le habían pasado sus compañeros). Michael Schwab señalará:
"Decís que la anarquía está procesada. Será porque la anarquía es una doctrina
hostil a la fuerza bruta, opuesta al sistema actual de producción y distribución
de la riqueza". Por último, Adolf Fischer exclamará: "Protesto contra la
pena de muerte que me imponéis, porque no he cometido crimen ninguno...
pero si he de ser ahorcado por profesar ideas anarquistas, por mi amor a
la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente...
lo digo bien alto: disponed de mi vida". Volvamos a Buenos Aires, a Domigo
Trama, secretario general de la Federación Obreros en Construcciones Navales.
En 1957, esos obreros llevan a cabo una heroica huelga de trece meses por
las seis horas de trabajo. Tiene frente a él los funcionarios de la dictadura
de Aramburu. Los patrones y la Marina de Guerra se oponen a los obreros.
El contraalmirante Saadi Bonnet, ministro de Transportes, le gritó a Trama
para apóstrofarlo: "¡Usted es un anarquista!". Trama lo tomó como una distinción.
La huelga se prosiguió pero los obreros fueron derrotados por los mismos
enemigos de siempre: la Marina de Guerra, la Prefectura, la Gendarmería,
la Policía Federal y provincial, la SIDE y los krumiros. Hoy, las seis horas
ya no es tema para nadie y hasta se "flexibizan" las ocho horas. El peronismo
cierra un círculo que había comenzado el coronel Perón en el golpe de 1943
al denominar "Fiesta del Trabajo" al "Día de los Trabajadores" e imponer
la marcha con letra del ultraderechista Ivanisevich: "Hoy es el Día del
Trabajo/ unidos en el amor de Dios/ al pie de la bandera sacrosanta/ juremos
defenderla con honor". De Chicago a la flexibilización.
Página/12/, 30/04/94

Crímen
e impunidad
Callar, enterrar, hacerse el desentendido, modificar el curso cuando resulte
conveniente ha dado buenos resultados en la política argentina. Pero nos
fue alejando cada vez más de los principios éticos, sin los cuales no hay
democracia. Obediencia debida y Punto Final hicieron posibles el nido de
víboras que permitió a Bussi en Tucumán, a Patti en Escobar, a Ruiz Palacios
en el Chaco, a Ulloa en Salta, a los policías santafecinos siempre presentes
en las mismas oficinas desde donde torturaron y a todos los demás que pasaron
después de la carta blanca de las dos nefastas leyes a compartir las instituciones
que tendrían que haber estado reservadas para quienes demostraron en los
años de la infamia un poco de coraje civil y vergüenza democrática.
El Congreso de la Nación los legitimó. Fue el Parlamento -que tendría que
ser el símbolo por excelencia de la democracia- el que escondió los cadáveres
en el ropero. La bancada radical puso el pecho y quiso hacer olvidar con
su actitud a los generales de la picana, a los almirantes de la capucha,
a los brigadieres del arrojar a vivos al río, a los comisarios del rapto
de niños, a los comandantes del derecho de botín. Fue sin duda alguna el
día más oprobioso de la historia del Congreso de la Nación. El miércoles
pasado asistimos a un acto lleno de emociones en un lugar símbolo: el hospital
Posadas. La gran entrada y los pasillos se llenaron del guardapolvo blanco
de médicos y enfermeras. Se recordó a las víctimas de la dictadura. Los
desaparecidos. Allí, en los fondos está la casa de la muerte donde se torturó
y vejó al extremo a las víctimas. Se descubrieron placas con los nombres
de los profesionales de la salud que perdieron sus vidas en manos de sicarios.
Se inauguró un mural desde donde los ojos nos miran. Se plantaron árboles,
uno por cada desaparecido. Hubo profunda emoción. Lo que ocurrió allí casi
no se puede explicar con palabras. Está en la documentación de los juicios
que se hizo a los asesinos y a sus inspiradores. No nos equivocamos si decimos
que allí se aplicó con toda cobardía, brutalidad e impunidad la ley de las
bestias. Con pedido de perdón a las bestias. En el Posadas se secuestró
sin ningún mandato legal, se torturó, se vejó hasta el hartazgo. Testigos
y documentos judiciales dejan en claro que en ese lugar actuaron asesinos
uniformados y rufianes sin uniforme, todos de la peor calaña del submundo
de la sevicia y el ensañamiento, que pasaron a ser en esa casa donde la
medicina solidaria luchaba por la salud y contra la muerte -vaya la sarcástica
ironía- los dueños de la vida y de la muerte.
La pregunta es: ¿por qué tanto ensañamiento? Primero leamos la versión militar.
¿Qué dice en su libro el general Reynaldo Bignone, el "héroe del Posadas",
cuyas únicas batallas libradas más allá de su escritorio de burócrata de
uniforme fueron su entrada con efectivos de guerra a este hospital y luego
hacerse el ciego, el mudo y el sordo cuando el secuestro de dos de sus propios
soldados que hacían la conscripción en el Colegio Militar donde él era director?
Sobre la figura del general Bignone siempre pesará el triste y vergonzoso
28 de marzo de 1976, cuando entró con helicópteros y camiones con soldados
armados hasta los dientes con metralletas, granadas de mano y fusiles. El
"enemigo" eran médicos, enfermeras, parturientas y enfermos. A los pocos
minutos el general disfrazado de campaña para asemejarse al mariscal Rommel
podía informar a sus superiores que su victoria había sido completa.
Leamos al propio Bignone, erigido en Dios de la vida y de la muerte en el
hospital de los barrios humildes, como da su versión de los hechos en su
libro El último de facto. Dice allí: "El pronunciamiento militar fue un
miércoles. Al domingo siguiente me tocó decidir si autorizaba o no la realización
de espectáculos deportivos (...). El 27 y 28 recorrí dependencias del Ministerio
de Bienestar Social ubicadas fuera de la Capital Federal. Basándome en información
de inteligencia dispuse intervenir y revisar militarmente el hospital Posadas,
ubicado en la localidad de Haedo. Se emplearon oficiales y soldados, no
cadetes del Colegio Militar. La operación se llevó a cabo sin novedad. Si
hubo detenciones, éstas fueron escasas, con fines identificatorios y con
la libertad inmediata de los afectados". Esta versión de Bignone, escrita
dieciséis años después de los hechos, confirma que la versión de "inteligencia"
que según él sirvió de pretexto a la irracional invasión de un hospital
no se basaba en ningún "peligro subversivo", ya que él mismo señala: "no
hubo novedades". Pero el acto terrorista militar ya estaba hecho: fue para
sembrar miedo. Y aquí está la clave: Bignone no invade ningún hospital o
sanatorio del barrio Norte o de San Isidro, no, invade el hospital que justamente
estaba al lado de extensas villas de emergencia, de gente humildísima y
necesitada. Se procedió con la misma cobardía luego en otras villas de emergencia,
como la del Bajo Belgrano.
Bignone invade el hospital Posadas porque precisamente allí se había iniciado
una experiencia comunitaria de gran alcance social: los trabajadores de
la salud realizaban un proceso de participación con la comunidad circundante
para dar respuesta a las ingentes necesidades de salud de la gente que llegaba
cada vez más del interior argentino. Era la verdadera gente de la tierra
que los militares no habían contemplado en el plan de Martínez de Hoz. Pese
a que Bignone no encontró ningún indicio "subversivo", el Posadas quedó
marcado y se iniciará el terror militar. A Bignone lo sucederán dos verdugos
de la peor especie: primero el coronel médico Abatino Di Benedetto y luego
el coronel médico Julio Ricardo Estévez, vaya a saber los complejos personales
de estos dos personajes que para demostrar que eran más coroneles que médicos
hicieron tabla rasa con los más elementales principios de ética de la condición
humana. El coronel Estévez trajo consigo a un grupo de criminales que adoptaron
un nombre televisivo, los "Swats", y que vaya a saber también por cuál anormalidad
de sus bajos instintos querían sobresalir por su cinismo y brutalidad. He
aquí sus nombres, de los cuales por cierto sus hijos y nietos tendrán el
justo derecho de avergonzarse de por vida: Ricardo Nicastro, jefe de la
patota criminal; Luis Miña, Victorino Acosta, Cecilio Abdenur, Hugo Oscar
Delpech, Oscar Raúl Tevez, Juan Máximo Corteleza, José Faraci, Luis Gyucci,
Argentino Ríos, José Meza, Jorge Ocampo. Todos ellos contaron con la información
constante del jefe de servicios generales del hospital, Carlos Ricci; del
jefe de personal, Luis Dinallo, y del jefe de mantenimiento, Adolfo José
Marcolini, suboficial retirado de la Armada.
Las víctimas sufrieron inenarrables torturas y vejaciones, justamente en
el chalet del subdirector, habilitado por los verdugos como pozo de torturas.
Los nombres de los trabajadores de la salud sacrificados en nombre de "la
forma de vida occidental y cristiana" de los Videla y Massera son estos:
Josefina Pedemonte, encargada de guardería; Teresa Cuello, técnica de esterilización;
Angélica Caeiro y Osvaldo Fraga, enfermeros de emergencia; Jacobo Chester,
empleado de estadística; Julio Quiroga, empleado de imprenta; Jorge Roitman,
médico, y María Esther Goulecdzian, psicóloga. También desaparecieron el
médico Daniel Calleja, el estudiante Ignacio Luna y la vecina Natalia Almada,
que no pertenecían al hospital pero que estaban vinculados a él.
Hoy, los asesinos están todos libres gracias a las leyes de Obediencia Debida
y Punto Final de Alfonsín. Ni el general Bignone ni ninguno de los criminales
que lo siguieron se han asomado jamás por el hospital. Los nombres de las
víctimas figuran como advertencia en el hall de entrada. El chalet de torturas
es hoy una escuela primaria donde van niños de la villa Carlos Gardel. La
vida se recupera. Pero los asesinos están entre nosotros.

Desobediencia
debida
Cutral-Có es otra epopeya patagónica. Sus poetas y sus músicos ya la van
a plasmar en el verso y la música. Fuenteovejuna sureña, nuestra, hija del
viento, la tierra y el sueño mapuche y pehuenche. Fue auténtico pueblo patagónico
aunque algunos paniaguados de trastienda comenzaron a deslizar el término
de infiltrados. Fue todo Cutral-Có, entero. Entero y solo contra el Poder.
La solidaridad les dio el calor necesario en ese inmenso frío y soledad.
El grito de los neuquinos de Cutral-Có fue otro capítulo de la eterna Patagonia
Rebelde. Hace setenta y cinco años el Ejército Nacional les metió balas
a los pobres gauchos que pedían dos paquetes de velas por mes para iluminar
su pobreza de noche y que los botiquines para curar sus sarnas y erupciones
estuvieran en castellano y no en inglés. Los uniformados de siempre lo arreglaron
con cuatro tiros por gaucho. Y los políticos, y los curas de Buenos Aires
murmuraban algo así como "ideas extranjerizantes" y miraron para el Norte.
Pero esta vez no. Se probó con los uniformados de siempre que llegaron hasta
tomar posiciones y disparar algún proyectil desde la distancia de la cobardía
y la impunidad. Pero tuvieron que retroceder igual que como en aquella escena
antológica del Cordobazo en que la montada con sus sables y sus cascos huye
despavorida. A Cutral-Có tuvo que venir el Poder y el Sistema a dialogar
con Cutral-Có sobre los problemas de Cutral-Có. La victoria fue material
y moral. Sin atenuantes. Con las mejores armas de la democracia verdadera:
la desobediencia civil y la rebeldía. La desobediencia debida. El viento
fresco nos vino desde la Patagonia como tratando de ventilar tanta estupidez
y frivolidad impregnada en el moho de Balcarce 50 y de Callao y Rivadavia.
Días antes los chubutenses se pusieron a marchar y dijeron NO a Gastre.
Y va a ser NO. NO al negocio perfecto de Buenos Aires: llevarse el gas,
el petróleo y la energía y, como contrapartida, llenar de más soledad y
aislamiento a la Patagonia, arrojando allí la basura nuclear del consumismo
primermundista. Pero ya no todo será tan fácil. La gente está aprendiendo
la fuerza de la desobediencia civil cuando los gobernantes creen que llegar
el poder significa servirse y no servir. Cuando humillan al pueblo. Lo pudimos
ver cuando el presidente de la Nación, el jueves, luego de abandonar la
reunión de los gobernadores patagónicos, en vez de dirigirse de inmediato
a Cutral-Có para abrazar a esas mujeres, niños y hombres tan valientes y
llevarles la admiración del pueblo argentino, voló en su avión particular
a su residencia para ver un partido de fútbol. Nos preguntamos: ¿qué hubieran
pensado, por ejemplo, los filósofos griegos de un hecho así? Tal vez hubieran
descalificado no sólo a un gobernante así, sino también al país que lo eligió.
¿Y los primeros teólogos cristianos que sostenían que el hombre había sido
creado a imagen y semejanza de Dios? Cicerón hubiera alzado la voz, seguro,
advirtiendo acerca de la paciencia de los pueblos y Caracalla, envidioso,
hubiera organizado una nueva final en su circo. Pero volvamos a lo positivo.
Y para todos aquellos que amamos hasta la emoción todo el paisaje patagónico
nos ha satisfecho el primer paso de algo que predicamos contra viento y
marea: la unidad patagónica para que diga basta el poder central. La asamblea
de gobernadores patagónicos y el Parlamento patagónico son dos primeros
pasos hacia un diálogo más sincero con el poder de Buenos Aires. Será una
victoria si se comienza a pisar fuerte, será una derrota más si se los convierte
en dos organismos burocráticos más. Pero después de los efectos Gastre y
Cutral-Có no será recomendable para los responsables que caigan en promesas
vacías. Para la futura conducta a seguir basta mirar el anterior ejemplo
del pueblo neuquino, que con su presencia desbordante en las calles produjo
el milagro de dejar al desnudo el caso Carrasco y, con él, hacer caer el
sistema del servicio militar obligatorio, verdadero principio esclavista
aprovechado durante casi un siglo por tiranuelos de uniforme para provecho
propio y de sus complejos inferiorizantes. Sin duda alguna, el paso de monseñor
Jaime de Nevares dejó su profunda huella en todas esas sufridas latitudes,
en la fuerza que va adquiriendo esa gente sureña para hacer valer sus derechos
y no resignarse con las migajas que les quiere hacer llegar un régimen injusto
basado en aquello de que porque están lejos, no se los ve. Hace justo un
año que el Senado de la Nación empleó casi dos horas de debate para repudiar
declaraciones mías a Página/12 acerca de la Patagonia. La iniciativa era
del senador ultramenemista Felipe Ludueña, uno de los más acendrados defensores
de la privatización de YPF, hombre del sindicalista y empresario Diego Ibáñez,
el íntimo amigo de José Luis Manzano y del empresario Alfredo Yabrán. El
repudio propuesto por Ludueña fue seguido y votado principalmente por senadores
que tienen algo que esconder por su apoyo a dictaduras. Ahí, en Cutral-Có
y en Plaza Huincul, están las causas directas de la privatización de YPF,
que se hizo sin prever las consecuencias que iba a tener eso en la gente
patagónica. Tal vez, Ludueña y consortes pensaron que cualquier protesta
se arreglaba fácilmente enviando a la gendarmería a reprimir. Pero en Cutral-Có
los patagónicos no retrocedieron ni un centímetro cuando llegaron los gendarmes
con sus armas. No lo vi al "representante del pueblo" Ludueña dirigirse
a Cutral-Có a escuchar la voz del pueblo. Ludueña y sus colegas senadores
tuvieron tiempo para repudiar mis palabras de esperanza y rebeldía pero
se callaron la boca ante la santa indignación de los hijos de la tierra
patagónica. Mi agradecimiento como argentino a la gente de Cutral-Có porque
nos ha demostrado como se hace la democracia. Y mi recuerdo a tantos pioneros
de la justicia que a través de las décadas lucharon por más dignidad. Justo
se cumplen 38 años en que fui expulsado por la Gendarmería Nacional de la
pequeña ciudad de Esquel, en Chubut. Primero fui cesanteado del diario local
por el propietario del mismo, Luis Feldman Josín, por mi pecado de defender
la tierra de mapuches y pequeños plantadores. Pero no quedé solo, en aquella
lejanía y dentro de un régimen medieval, salieron a defenderme las humildes
organizaciones obreras que en comunicados denunciaron que Feldman Josín
poseía "un verdadero monopolio periodístico ligado a los intereses oligárquicos
antiobreros y unido al gran capital de terratenientes y latifundistas que
pretenden conformar en el pueblo una mentalidad favorable a los intereses
de la clase dominante". Con emoción recuerdo a esos trabajadores que con
su desobediencia debida arriesgaban todo. Algunos nombres de los firmantes:
Honorio Soto, Lloyds Roberts, Salustino Gajardo, Cardenio Escobar, Manuel
Perrotta, José Barría, Diego Tapia, Juan Gallardo, Germán Urbina. De haber
vivido en Cutral-Có, hoy, me los imagino formando parte del vecindario rebelde.
Y no sólo ha comenzado a soplar el viento patagónico. También de La Quiaca
y Jujuy ha comenzado a sentirse el viento Norte.
¿A quién le debemos el ejemplo? Mil jueves. A las Madres. Aplicaron su desobediencia
debida y su rebeldía cuando el miedo y la cobardía de todos cerraban las
puertas. La épica argentina ganó su mejor página. Un pañuelo blanco contra
la picana, la desaparición, el robo de niños, las patotas de la cúspide.
Mil jueves el pañuelo blanco. El mejor aporte a la democracia. Gracias,
Madres.
Página/12, 29/96/96

El
general y la madre
El general y la madre. Un buen título para un Dürrenmatt. El general ha
iniciado juicio contra la madre. Pide severas penascontra ella. El general
exhibe treinta y dos medallas en el pecho, las hemos contado una por una.
Para que no se le deforme la chaquetilla las ha reemplazado por pequeños
trocitos de géneros colorinches. Del lado derechos del pecho lleva sus distintivos,
entre los cuales se destaca la de oficial del Estado Mayor. El general que
durante toda su vida se calló la boca, se tapó los oídos y miró para arriba
tiene treinta y dos medallas. La madre como único distintivo lleva un pañuelo
blanco en la cabeza, como nuestras abuelas campesinas cuando llegaron a
las pampas. El general ha iniciado su batalla más ardua. La ha emprendido
contra la Madre de Plaza de Mayo porque ésta lo llamó "encubridor de violaciones
a los derechos humanos". La madre había dicho textualmente estas palabras
inequívocas y sujetas a una única interpretación, así, sin adornos metafóricos
ni leguleyos.
En este sentido, el juez federal Jorge Ballesteros no tendrá que recurrir
a los códigos antiguos ni modernos o a intérpretes del derechos positivo
en la materia. Pero la madre habló aún más claro. Dijo que el general "si
estuvo durante la dictadura militar en una embajada, al callarse la boca,
colaboró en tapar los crímenes de su ejército; si estuvo en un cuartel,
o dio o recibió órdenes que movieron la maquinaria de la tortura, el robo
y el asesinato de miles de personas, es un asesino; si lo hizo por obediencia
debida tendría que haber denunciado lo que vio, lo que calló y lo que supo,
como primer deber de un ciudadano honesto. No lo hizo, entonces es un encubridor.
Y un encubridor es un criminal. No cabe otra interpretación. Esa es la verdad".
¿Cabe otra interpretación de la conducta del general Balza? Los políticos
la harán de acuerdo a la conveniencia de decir justo ahora esa verdad. Los
negociadores por excelencia tratarán de ignorar el episodio, o mejor dicho,
ignorar la verdad de la madre.
Y la mayoría tranquilizará sus conciencias buscando en los grandes medios
la opinión de Ernesto Sábato. Pero esto es una constante y toda discusión
es inútil. Por lo menos. Dürrenmatt no la tomaría como eje de su análisis
de dramaturgo. El se detendría sólo en la obsesión argentina de explicar
todo a través de los parágrafos burocráticos. Por ejemplo: al ser preguntado
el ministro de Defensa, Oscar Camilión, el porqué su subordinado, el general
Balza, ha iniciado juicio por injurias y calumnias a Hebe de Bonafini, señaló
que lo hizo por obligación, por deber a su honor de militar y a sus subordinados.
Porque si no lo hubiera hecho todo subordinado a él podría iniciarle causa
por no cumplimiento del deber. Ni más ni menos. Lo dijo el ministro de Menem
con gesto adusto acostumbrado y voz al tono. Tanto él como el ejército se
manejan con principios insoslayables.
Claro, pero habrá algún ciudadano, principalmente aquellos, muy pocos por
cierto, que crean que los principios deben respetarse en todo momento y
en todos los casos, que se preguntará: ¿cómo justo ahora y sólo ahora tiene
la obligación de hacerlo y no antes? ¿Cómo es que durante toda su carrera
el general Balza se calló la boca y sólo ahora se atreve a cumplir con el
código del honor y su deber ante sus subordinados y justo ante una Madre
de Plaza de Mayo? ¿Por qué no utilizó ese deber de honor cuando sus colegas
de camada secuestraban a mujeres embarazadas, las torturaban y les robaban
todas sus pertenencias, como ahora él lo reconoce? Pero bien, podría explicarlo
que se calló la boca por "obediencia debida", aunque él mismo ha criticado
-y sólo a raíz del efecto Scilingo- ese principio reflotado por Alfonsín
y sus legisladores. ¿Justamente ahora, a veinte años del genocidio, se acuerda
el general de las 32 medallas que debe proceder de acuerdo a las normas
del honor y reglamentarias? Pero que justamente sea el ministro Camilión
que recuerde esas normas es ya un capítulo más de la historia universal
de la infamia o del tratado ortodoxo del cinismo, en su capítulo argentino.
Ya que él también fue ministro de la dictadura y mientras en aquel tiempo
salió a defender esa represión ultraperversa hoy se muestra de acuerdo con
el principio del honor y los reglamentos para que se le inicie juicio a
una madre a quien le secuestraron, torturaron e hicieron desaparecer a sus
dos hijos, a su nuera y a su nieto próximo a nacer. Todo el peso de la ley
para una mujer que dijo la verdad y que se atrevió a decirla. Esa verdad
que todos saben. Si Dürrematt habría desarrollado el diálogo no hablado
entre el general y la madre, lo hubiera denominado "Un disparate más que
trágico" para entrar en el encuadre más verídico. ¿Si el general Balza sabe
que su mandamás Camilión es un auténtico encubridor del sistema de desaparición
de personas, por qué se calla la boca y no envía un escrito diciéndole que
su conducta estuvo en contra de toda norma del honor y los reglamentos?
¿Por qué no le inicia juicio por delitos de lesa humanidad? ¿Por qué en
cambio si se lo hace a la víctima directa de ese sistema represivo? ¿Cuál
es la lógica de todo esto? ¿La que los argentinos hemos llegado ya a ser
campeones de perversidad burocrática? Estamos atentos: ante los estrados
de eso que los argentinos llamamos justicia se va a iniciar un capítulo
síntesis de nuestros últimos veinte años: el general y la madre, el general
de 32 medallas que no objetó jamás la obediencia debida hasta que llegó
a número uno, y la madre que no se calló la boca, que no aprendió nada de
esta sociedad ducha como ninguna en el arte de mantenerse a flote. Sí, este
juicio del general y la madre, tal vez llegue a ser el símbolo que explique
la esencia de esta generación argentina a las juventudes futuras. ¿O es
acaso un símbolo más claro esa foto del 29 de mayo último donde el máximo
verdugo de nuestras historia, Jorge Rafael Videla, recibe la comunión de
manos del cura Zaffaroni, en el homenaje al golpista Aramburu, acompañado
de Bernardo Neustdat -ex funcionario de ese peronismo que derrocó precisamente
Aramburu- y del general Jorge Miná, quien concurrió invistiendo la representación
del general Balza? El verdugo recibió el máximo sacramento católico a pocos
días que los obispos habían hecho esfuerzos por golpearse el pecho de tanto
silencio ante el sistema depravado de quien ahora recibe en la boca el cuerpo
de Cristo. Un ejemplo que tal vez el juez que juzgue a la madre por orden
del general tenga en cuenta para su veredicto.
Página/12, 03/06/05

El
santo ácrata
En los años treinta, el periodista Luis Sofovich lo calificó de "el santo
ácrata". Acracia era el país utópico con que soñaban los anarquistas, un
mundo sin gobierno donde todo se resolviera por acuerdo mutuo, la ayuda
mutua, la solidaridad. los ácratas eran -y son- quienes piensan que lo más
sagrado es la libertad, y el poder significa la negación de la libertad,
por ende, de la dignidad. El "santoácrata" fue el orador más formidable
que conocieron las tribunas publicas de la Argentina en las grandes agitaciones
sociales de las primeras décadas de este siglo. Se llamó Rodolfo González
Pacheco, la encarnación del "hombre nuevo". Luis Sofovich, aquel eterno
tecleador de las redacciones de Crítica y de Noticias Gráficas, hizo el
siguiente relato acerca de él: "Era el más noble, altruista y bondadoso
de los ácratas. Poeta, su inspiración nacía en su alma limpia y en su devoción
por la belleza. La Pampa y sus hombres conmovían sus fibras más íntimas,
pero también los hombres que sudaban junto a las fraguas y los que estaban
sumergidos por la tragedia. La libertad era su religión y en esa creencia
era un santo, canonizado por una vida sin sacrificios, sin claudicaciones".
Aclamado hombre de teatro, Rodolfo González Pacheco conmovió a amplios sectores
populares con sus obras Hermano lobo, Las víboras, La inundación, Hijos
del pueblo, y otras. Su estilo continuaba la línea comenzada por Florencio
Sánchez con su M' hijo el dotor. Pero si bien sus obras ocuparon durante
muchos años los escenarios de las salas céntricas, él escribía sus obras
principalmente para los "cuadros filodramáticos", los teatros con que contaban
todas las "sociedades de resistencia", como se llamaban los sindicatos,
y las bibliotecas populares, creadas por socialistas y anarquistas hasta
en el más lejano rincón de las pampas. Una vez, en la Sociedad de Actores,
le preguntaron: ¿Cómo se hizo anarquista". Y él contestó sonriente y nostálgico:
"La culpa fue de unos agitadores que disfrazados de marineros y vendedores
de casimires de contrabando llegaron una tarde a la estancia de mis padres,
en los primeros años de este siglo. Yo era un hijo de papá, un aprendiz
de gaucho, mujeriego en los bailes de rancho y pendenciero en las reuniones
de pulpería. Respetado por los gauchos que veían en mí más que al mozo guapo
a un protegido de los milicos, porque era hijo de estanciero. Aquellos falsos
contrabandistas pidieron permiso para pernoctar, y de acuerdo con la costumbre
hospitalaria de nuestra pampa se les dio carne asada y catres para pasar
la noche en el galpón de los mensuales. Al siguiente día, cuando ellos se
fueron, uno de los peones me trajo una colección de pequeños folletos que
los forasteros se habían olvidado en el galpón, repartidos estratégicamente
para que se pudieran hallar después de irse... Eran pensamientos de Bakunin,
de Kropotkin, de Pietro Gori, de Malatesta. Al leerlos, fue la primera vez
que advertí que en el mundo había algo más que guitarras, ginebra y carreras
cuadreras. Que había gente que se preocupaba por sus congéneres. Y que mi
vida era canallesca comparada con la nobleza y los sentimientos de esa gente
con preocupaciones sociales". Esas consignas iban a ser su brújula hasta
su muerte, en 1949, a los 66 años. Fue un nato sembrador de ideas. Un orador
político por excelencia. Estuvo en todo el país para hablar. Recorrió también
Chile, México, Cuba y España hablando, siempre hablando y discutiendo. Habló
en todas las campañas: la de Sacco y Vanzetti; la de Radowitzky, la de los
mensúes, la de los mineros; fue el principal agitador en la huelga teatral
más grande de la historia argentina. Pero ante todo fue el creador de los
"Carteles". Los "Carteles" de González Pacheco consistían en recuadros que
se publicaban en los periódicos anarquistas y donde se tomaba tajante posición
ante los acontecimientos públicos que se producían. Esos "Carteles" quedaron
en las páginas de los periódicos que él mismo fue fundando. Por ejemplo,
aquel semanario llamado La Mentira que, con ironía suspicaz, se autotitulaba
Organo de la patria, la religión y el Estado, y que fundó junto a un oficial
de policía: Federico A. Gutiérrez, a quien un anarquista italiano, el anciano
Ragazzini, había convencido durante sus continuas estadas forzosas en el
Depósito de Contraventores. Pacheco fue primera pluma también en Germinal,
en Campana Nueva, en el vespertino La Batalla (sí, los anarquistas editaban
todos los días La Protesta, matutino, y La Batalla, vespertino). Pero el
régimen de los conservadores liberales no le permitió levantar demasiado
vuelo durante la campaña que la izquierda argentina inició contra la Ley
Social y la Ley de Residencia: con otros luchadores, González Pacheco fue
enviado al presidio militar de Ushuaia, la "Siberia Argentina", como se
lo conocía en aquel tiempo. De ese tiempo quedaron sus impresionantes "Carteles"
sobre el trato a los presos: la cachiporra de plomo, el triángulo, el cavar
pozos en invierno con las manos, las palizas diarias. Un baldón que también
tienen los gobiernos radicales de Yrigoyen y Alvear, el dictador Uriburu,
y los Justo, Ortiz y Castillo de la Década Infame, y los militares del '43.
Pero si bien casi todos volvían quebrados y dispuestos a portarse bien,
luego de vivir entre la brutalidad y la humillación, González Pacheco fundó,
apenas regresado a Buenos Aires, Libre Palabra y más tarde El Manifiesto,
hasta que entró a trabajar en La Protesta. Poco después creará La Obra,
pero durante la Semana Trágica Yrigoyen ordenará la clausura de esa publicación
y también de La Protesta. González Pacheco hizo caso omiso de la amenaza
y la cárcel sacó a luz Tribuna Proletaria. Durante el gobierno de Alvear
lo condenan a seis meses de prisión por haber elogiado la actitud del obrero
alemán Kurt Wilckens, quien mata al teniente coronel Varela, fusilador de
centenares de peones rurales patagónicos. Cuando a fines de la década del
veinte se desata la violencia del anarquismo expropiador y Severino Di Giovanni
comete el atentado contra la representación italiana fascista González Pacheco
no sale -como muchos- a purificarse en las aguas del Jordán ni a lavarse
las manos como Pilatos. Lamenta sí, las víctimas, pero hace el análisis
del porqué de la violencia y las causas que originan esa violencia. Dirá
en sus cartel La Cosecha: "Frente al dinamitazo del consulado italiano no
nos desdecimos ni en una coma.Pensamos lo que pensábamos: el sistema de
barbarie por el que arrean al mundo los gobernantes va a continuar produciendo
estas explosiones. Son ellos, con sus violencias bestiales y sus podridos
cinismos ante las más inefables aspiraciones del pueblo y sus más primarios
instintos de libertad y justicia, los únicos responsables. No nos ponemos
al margen ni le sacamos el cuerpo a ninguna sospecha, por más infame que
sea. Nunca podrá herirnos nada tan hondamente, como nos hiere y desgarra
la angustia ahora". Y más adelante señala: "El culpable, sea quien sea,
es un producto de este sistema burgués delirante de violencia y cinismos.
Ese sistema es el criminal que arrea a la carnicería de diez millones de
humanos, como en la pasada guerra, que aventa hogares y templos, mutila
y relaja espíritus, él. El es el que corrompe todo, con sólo mirar, la vida...
Lloren los cocodrilos sicarios. Nosotros no lloramos. No le sacamos el cuerpo
a ninguna responsabilidad, tampoco". Por supuesto, González Pacheco irá
-en 1936- a defender al pueblo español contra los militares de Franco. Y
a partir de 1943 verá impotente como los sindicatos dejan de dar sus obras
y escuchar sus conferencias. En las asambleas ya no se canta "Hijo del pueblo
te oprimen cadenas..." o "Arriba los pobres del mundo..." sino el "Perón,
Perón..." En el marco de ésta realidad moría hace 45 años Rodolfo González
Pacheco, el "santo ácrata". Pero, pese a todo, moría con fe en el futuro.
Lo atestigua ésta, su frase: "Hay un modo de perder y hay un modo de ganar
a los hombres para la libertad: metiéndolos en un puño, como reses en un
brete, o despertando en ellos el dormido ser sagrado que todos llevan dentro.
Uno es expeditivo y autoritario: el otro es fraterno y entusiasta... De
ése seguirá cosechando fe en su destino el pueblo. Porque aquel manda y
éste siembra".
Página/12, 09/04/94

El
santo de Ushuaia
Por Osvaldo Bayer (desde Ushuaia) "Mil y mil veces maldita, tierra aborrecida
del crimen, del sufrimiento y del sicario. Bajo el azote helado de tus huracanes
gime el hombre; la angustia roe las almas de las víctimas; los abnegados,
los Radowitzky, agonizan, mártires de la chusma del máuser, y, sobre el
hórrido concierto de sollozos se oye siniestra la carcajada del verdugo."
Así comenzaba un volante del diario anarquista La Protesta, para el 1º de
Mayo de 1918, el Día de los Trabajadores. Estoy en Ushuaia, en el edificio
del antiguo penal, y hablo sobre Simón Radowitzky ante una concurrencia
formada principalmente por gente joven. Nunca hubiera soñado antes que iba
a tener esa posibilidad. En los años setenta publiqué un libro que se titulaba
Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?, que fue a parar a la hoguera de la
dictadura de los Videla y Massera. ¿Quién era ese Simón Radowitzky que había
sido una figura legendaria del movimiento obrero en las tres primeras décadas
de este siglo y que había pasado veintiún años de su vida en la cárcel,
la mayoría de ellos en el penal de Ushuaia, una de las páginas más negras
de la historia penal del género humano de la cual tendríamos que avergonzarnos
los argentinos? Y que se mantuvo no sólo durante el gobierno de los conservadores
liberales sino también durante los tres gobiernos primeros del radicalismo.
Los que más cantaron a Simón Radowitzky, llamado el "mártir de Ushuaia"
fueron los payadores criollos en los mitines y asambleas obreras.
"Traigo aquí para Simón
este manojo de flores,
del jardín de los dolores
del alma y del corazón:
traigo para aquel varón
valiente y decidido,
este manojo que ha sido
hecho con fibras del alma,
en un momento sin calma
de rebelde convencido."
Así cantaba el payador Manlio por la década del veinte.
Es que Simón había corporizado la violencia de abajo al matar de un preciso
bombazo al jefe de policía coronel Ramón L. Falcón después que éste reprimió
brutalmente la manifestación obrera del 1º de Mayo de 1909. Ese día ocurrirá
la más grande tragedia obrera hasta ese momento de nuestra historia social.
La policía montada al mando del comisario Jolly Medrano, después de que
sonara el clarinazo de ataque ordenado por el propio coronel Falcón, se
lanza sobre las columnas obreras en la Plaza Lorea. Parece una estampa de
la Rusia imperial cuando los cosacos atacaban concentraciones de famélicos
proletarios en San Petersburgo o en Moscú. En la historia de las represiones
obreras, la del coronel Falcón quedó como una de las más cobardes y alevosas.
En un primer momento se cuentan treinta y seis charcos de sangre. Para explicar
el drama, el militar traerá el argumento que todavía hoy se emplea en la
Argentina: le echa la culpa a los "agitadores". Seguirán días de paro general
proclamado por la FORA que tendrá un desarrollo muy violento. Esos días
continuará la brutal represión y se seguirán sumando los muertos. Los obreros
no se rinden porque:
"Los tiempos ya terminaron
en que hubo feudales bravos
que agarraban a los esclavos
y fiero los azotaron
¡Hoy no! Ya se rebelaron,
Y ese hombre hoy, febril y ardiente
cuando ve que un prepotente
burgués quiere maltratarlo:
cara a cara ha de mirarlo,
cuerpo a cuerpo y frente a frente!"
Así fue. Ese joven judío de apenas 18 años, obrero metalúrgico, esperará
al coronel Falcón y pondrá fin a la vida del orgulloso militar que era todo
un símbolo para los hombres de uniforme: Falcón había sido el cadete número
uno recibido en el Colegio Militar creado por Sarmiento. Simón trata de
suicidarse pero es capturado, condenado a muerte y luego, como es menor
de edad, a prisión perpetua a cumplir en el penal de Ushuaia, con el agravante
de que cada año, en oportunidad de cumplirse cada aniversario de su atentado
contra Falcón "deberá ser llevado a reclusión solitaria a pan y agua durante
veinte días", como dirá la sentencia.
En la prisión, sólo comparable con la de la Isla del Diablo, Radowitzky
se convertirá en el "mártir de la anarquía". Será un místico de la resistencia
y del altruismo con los demás presos. Protagonizará una huida legendaria
a través de los canales fueguinos hasta que es capturado por un buque de
guerra chileno y entregado a los carceleros argentinos. Todos los castigos
inimaginables serán entonces para él. Aunque enfermo de tuberculosis, el
clima del extremo sur y el aislamiento no lo amedrentan y sigue siendo el
defensor de los demás presos para quienes Simón es una personalidad mística
y al que admiran casi con respeto religioso.
Sus compañeros de ideas de todo el país no lo abandonaron en ningún momento.
Miles de mitines y su nombre siempre en la primera página de sus publicaciones.
Hasta que en 1930, Yrigoyen firmará el indulto. Pero el gobierno radical
no se aguanta al carismático atentador en territorio argentino y lo expulsa
al Uruguay. Allí será detenido y poco después soportará presidio en la isla
de Flores. Hasta que en 1936, ya en libertad, marchará a la Guerra Civil
Española a luchar contra el fascismo de Franco. Morirá en México en 1956
mientras trabajaba de obrero en una fábrica de juguetes, el mejor oficio
que puede tener un ser humano.
Me paseo por las celdas del presidio de Ushuaia, cuarenta años después de
la muerte del "santo de la anarquía". Los muros del oprobio. Oprobio que
años después se iba a trasladar a los dominios de otros carceleros con uniforme
militar: los campos de concentración de los Bussi, los Menéndez, los Camps.
Pienso en estos verdugos cuando atravieso el portón de salida del ex presidio
austral. Y me consuela un pensamiento que me asalta en ese momento. Esos
tres, jamás tuvieron juglares criollos que les cantaran. De Radowitzky quedan
los recuerdos de esas coplas del auténtico pueblo:
"Simón, la fe no desmaya
y el pueblo sí que resiste
te ha de sacar, Radowitzky,
de las mazmorras de Ushuaia."

Indios
y quebrados
(Desde La Habana) "Se logró apresar a matacos, 65 de ellos bien armados
además de 12 niños, 12 mujeres y una vieja que traían por adivina y que
los traía a la ciudad. Pero considerando el disgusto del vecindario, las
ningunas proporciones de asegurarlos y transportarlos al interior sin un
crecido costo de la real hacienda y que en caso de hacerlo era inevitablemente
que escapando uno u otro se volviesen a sus países y sirviesen estos de
guías para conducir a los otros por estos caminos (...) y que su subsistencia
sería enormemente perjudicial, los mandé pasar por las armas y dejarlos
pendientes de los árboles". Este documento no puede ser más burocrático
y cruel. Fue firmado en Tucumán, en abril de 1781, por el gobernador español
Mestre y enviado al Virrey Vértiz, quien lo aprobó. (Nosotros los argentinos
siempre diligentes y genuflexos ante el poder premiamos en este siglo al
feroz virrey español Vértiz con el nombre de una de las más importantes
calles de Palermo. En las escuelas se nos enseñó que había sido una personalidad
notable porque había traído el primer alumbrado o algo así. Enhorabuena.
Pero alguna vez vendrá alguien con espíritu de justicia y reemplazará el
nombre del ilustre asesino por el de "Matacos".) Con este documento la investigadora
argentina María Poderti inicia un estudio serio y lleno de hallazgos titulado
"La sublevación de Tupac Amaru y sus implicancias en Tucumán". El de María
Poderti es un trabajo erudito: fue el primero que leí como jurado en el
concurso Casa de las Américas. Se me invitó a La Habana después de 36 años
de haber visitado Cuba, en un gesto que habla de apertura. Cincuenta fueron
los ensayos que debí leer. Y un gran orgullo: constatar en las obras a juzgar
la presencia de la Latinoamérica de la creación real y silenciosa. Obras
que abarcan los grandes temas de la búsqueda e interpretación. Desde "Los
pueblos invisibles: los indígenas frente a la nación", del mexicano Díaz
Polanco, a "Fines de siglo, fin de milenio" del profesor argentino Hugo
Biagini, pasando por "Los derechos humanos entre realidades y convencionalismos",
del chileno Hernán Montesinos, y 47 obras más de todas las regiones de estas
tierras latinoamericanas de lo real maravilloso, esclavas y libertarias.
El libro triunfador por unanimidad del jurado (España, Perú, Brasil, Cuba
y Argentina) es el grande y sorprendente trabajo del tucumano Eduardo Rosenzvaig:
"Etnias y árboles: historia del universo ecológico Gran Chaco". Su estilo
es nuevo: a la profunda investigación de todos los aspectos científicos
de la región plena de mitos, secretos y desgarradoras mutaciones producidas
por la avidez, la inocencia de los expulsados de su paraíso, la correlatividad
y el medio, la sorpresa y el poder, se une la magia del estilo y una muy
suave ironía impregnada de cierta tristeza y hasta bondad por todo lo demasiado
humano. Ya el prólogo del libro de Rosenzvaig es una pieza maestra y toma
el derrotero de Morin: "Nos hallamos en el corazón de una tragedia insondable.
Por todas partes se combate ciegamente contra los enemigos parciales, enemigos
antiguos, enemigos nuestros, nuevos amigos. Se ama, se odia, se yerra, se
sufre, se subleva, se resigna, se cree, se deja de creer, se vuelve a creer.
Aún no hemos comprendido la tragedia que vivimos. El lugar de ser el foco
de la nueva conciencia, la ciencia contribuye al nuevo oscurantismo". El
trabajo estudia las transformaciones ambientales de esa zona de la inmensidad
y el misterio en los siglos XVI a XVIII, el ecotono de la militarización,
la alienación republicana, el paradigma urbano y los derrames y pulverizaciones
étnicas; las consecuencias del obraje, la deforestación y el avance del
desierto; el impacto de la desertización en el imaginario y la religiosidad
popular; la reversibilidad de los biomas, la situación ecológica actual
y su prognosis. Cuando la naturaleza pudo en fin ser tratada como mercancía
-escribe Rosenzvaig- se recurrió a tres herramientas: vías férreas, quinina
y fusiles de repetición. Trenes para talar el bosque. Quinina para soportar
el paludismo. Fusiles de repetición para eliminar lo étnico y completar
la apropiación territorial. Como costaba más caro adiestrar un indio que
importar inmigrantes, la República los mató. Y trajo inmigrantes. Salvo
en las tareas de plantación como el azúcar donde costaba más caro adiestrar
un animal que un indio. La primer especie en desaparecer en el ambiente
del Chaco fue el aborigen. El comandante Fontana asistió en 1880 al final
de la etnia payaguá. Los últimos 17 canoeros. Cuenta cómo vivían ellos invadidos
por una tristeza de desaparición. Lloraban largamente por cada una de sus
pérdidas. "Mientras en Estados Unidos -prosigue Rosenzvaig- la frontera
fue una empresa civil, en la Argentina fue militar. El Chaco fue un adiestramiento
del ejército argentino en la vida civil. Un ensayo para gobernar. Los golpes
de Estado militares fueron un largo correlato de las campañas del desierto."
La limpieza étnica y el árbol como víctima: el desequilibrio ecológico:
"el resultado no fue ni ciudad de acero soñada ni colonización a lo norteamericano,
sino una simbiosis latifundista-militar. Un Estado represor y un obraje
represor". (¿Cómo se inserta la libertad en el ecosistema? El comandante
Fontana relata el caso de un indio prisionero al que se le ató al cuello
un cordel cuyo extremo iba asegurado el caballo de un soldado. El indio
no dio un paso esperando que el cordel lo ahorcase. A otro indio detenido
cuando el oficial lo amenazó con quemarlo vivo, el indígena contestó introduciendo
su pie en el fuego). El militar Fontana se refiere a su civilización como
la de los hombres blancos, es decir, sin obviar la tonalidad colonialista
racista diseminada por el mundo entero a partir de la explotación del África.
El humanismo técnico. "Cada expedición punitiva que regresaba del Chaco
daba lugar a grandes festejos. Se embanderaban las casas ricas, aclamándose
a los que llegaban trayendo trofeos: indiecitos perdonados, mujeres indias
y botín. Después de la muerte del indio, la del quebracho. Y vendrá el desierto.
Los antiguos dioses de las hojas y los troncos devinieron en el católico
señor de Mailin. Durante décadas, después de la procesión del santo y la
cruz los altoparlantes de la Iglesia transmitían marchas militares. Hoy
es una gran feria. La conciencia de una ecología de plástico elaborada por
el sistema periférico. Un libro fundamental. Nacido en la tierra donde gobierna
Bussi. Dos gobernadores a través de los siglos: Mestre y Bussi: aquel colgaba
indios. Este desapareció argentinos. Y Rosenzvaig redacta en la misma provincia
un libro sabio.

Una
síntesis argentina
Mientras Etchecolatz, (a) el siniestro, sigue alabando en su jerga despótica
los horribles crímenes del sistema azul y blanco de desaparición de personas,
los sobrevivientes de aquella juventud de la dignidad, víctimas de la capucha
y de la picana, siguen abriéndose camino con la constancia y la entereza.
En este caso se trata de mujeres. Ex prisioneras del horror, quienes apenas
salidas de esa esclavitud superaron todas las vallas del pasado y se abrieron
camino en la docencia, en la ciencia, en la literatura. Con las cicatrices
en sus cuerpos y sus almas atravesadas por las torturas y las humillaciones,
comenzaron a volar alto. Doloridas y zaheridas hasta el hartazgo, demostraron
a sus ex verdugos que a ellas no las derrotaron, que están más fuertes que
nunca frente a las miserabilidades de los obedientes debidos.
La constatación de esa realidad espléndida se la debemos al escritor y periodista
Jorge Boccanera, quien en su investigación Redes de memoria (Desde la gente)
hace desfilar a nueve ex presas del régimen ignominioso, en su vida actual,
a un cuarto de siglo de ser prisioneras de los uniformados que utilizaron
el poder para humillar para siempre a la República.
Esas mujeres sobrevivientes de campos de concentración y cárceles de la
ignominia “amasan hoy una visión trabajada por una sobrevivencia con aspiraciones
de futuro”, dice Boccanera, y agrega: “Están más cerca del futuro que del
pasado”. Algunas obtuvieron licenciaturas y doctorados en diversas carreras,
imparten hoy clases en universidades de países de América latina, Estados
Unidos, Canadá y Europa y, además de ejercer múltiples labores pedagógicas,
hay también reconocidas periodistas, dirigentes de organismos de derechos
humanos, etc. No es un dato menor –agrega el autor– la mención de sus libros
editados, premiados, traducidos; y también de aquellos textos suyos incluidos
en antologías de autoras latinoamericanas, publicadas en Europa y Estados
Unidos.
Mujeres que fueron golpeadas, violadas, humilladas, retenidas en celdas
del asco, degradadas, lastimadas, por los dioses de botas y charreteras,
hoy están allí como una realidad entera frente a los Etchecolatz histéricos
que acompañados por matones de garrote quieren explicar razones para convencer
de lo que ya jamás podrán vencer.
Esas mujeres salieron por su propia fuerza de la humillación llevando como
“mascarón de proa la imaginación y la tenacidad de la vida”. Compárese la
fuerza de estas mujeres con el baboseante ex general Suárez Mason que primero
huyó a Estados Unidos y que, una vez detenido allá, trató de arrojar todas
las culpas de sus crímenes a los “comandantes de cuerpos de ejército”; o
ese Massera elucubrando enfermedades para que la sociedad culpable le tenga
lástima; o ese Videla, rezando detrás de los postigos cerrados su rosario
de escarnios y de muerte.
Los generales en sus residencias y los almirantes en sus countries: Alicia
Kozameh fue prisionera política de 1975 a 1978. Estuvo encerrada en la Alcaldía
de Mujeres de la Jefatura de la Policía de Rosario: pasó catorce meses sin
ver la luz del sol. Es escritora, sus libros han sido traducidos al inglés
y al alemán. En Estados Unidos estableció el Taller Hispanoamericano de
Cultura. “En los primeros dieciséis meses que pasé con otras treinta compañeras
de pabellón en el sótano de la Jefatura de Policía de Rosario estaba permitido
leer y escribir sólo muy al comienzo. En el momento del golpe del ‘76 todo
esto fue suprimido brutalmente. Recuerdo que un cuaderno en el que escribía
poemas me fue quitado en una requisa. Al contenido lo salvé porque lo transcribí
en papelitos de armar cigarrillos y los metí entre el cuero y el forro de
unas sandalias.”
Después, con el sol y el color de la libertad, esos papelitos se convirtieron
en libros. (“¿Vos con quién ibas esposada?: No recuerdo haber visto a nadie
cerca de ti en ese momento. Pero lo que no olvido es que, llegadas a Devoto,
Mercedes entró al pabellón que nos asignaron y vomitó hasta el corazón.
Con eso mandó por las tuberías de las letrinas todo lo que se pareciera
a un traslado de presas políticas y sus posibles implicancias. Admirable”.)
El vómito, hoy. Etchecolatz trata de explicar ante el juez la existencia
correcta de las picanas eléctricas. Y Videla grita diez veces por noche:
“No están ni vivos ni muertos, están desaparecidos”. Mientras Massera sigue
pergeñando el crimen perfecto contra los maridos de sus amantes.
Marta Vasallo, hoy destacada periodista, en las horas de la ignominia se
aferraba a los poemas que sabía de memoria. Estuvo en el Club Atlético:
“Estábamos con los ojos vendados tiradas en el suelo, en boxes diferentes,
esperando que vinieran a buscarnos, escuchando cómo se llevaban y traían
a otros, y los gritos de los torturados”.
Cristina Feijóo, narradora varias veces premiada, fue secuestrada por la
Triple A, en 1976, y permaneció presa bajo la dictadura de Videla hasta
1979. En octubre del ‘99 se reunieron más de 900 mujeres de distinto origen
que estuvieron concentradas en Villa Devoto. Resolvieron publicar las cartas
escritas por ellas. “Parece un despropósito elegir las cartas porque eran
censuradas por el penal y por nosotras mismas –dice Feijóo– ya que se podría
pensar que no narran lo que realmente ocurría. Sin embargo, es sobrecogedor
leerlas. Surge la voz de lo silenciado, las relaciones con los hijos, cómo
se deslizaba, en el tiempo detenido de la cárcel, la enfermedad, la desaparición
y la muerte del tiempo del afuera, el que nunca dejaba de transcurrir. Describen
los actos cotidianos: cocinar, limpiar, dormir, soñar, la enfermedad, la
medida de la soledad en medio del hacinamiento y el peligro.”
(Ocho años después, el senador Fernando de la Rúa vota por obediencia debida
y habla del ejército de la Patria y de San Martín. Hoy es el presidente
votado por los argentinos.)
Sara Rosenberg estudió Arte y Literatura. Fue detenida cuando estaba embarazada
de ocho meses. Su hijo nació en la cárcel. Fue trasladada a Devoto, donde
permaneció con su hijo en un pabellón sótano con 30 mujeres hacinadas. En
la cárcel, para desarrollar sus ideas artísticas sólo tenía un clavo para
rayar la pared. Hoy enseña en España.
Alicia Partnoy estuvo largos años en campos de concentración. Hoy es profesora
de la Universidad Loyola, de Los Angeles, Estados Unidos. Con las otras
presas confeccionaban poemarios trenzando hilitos sacados de las toallas.
Hoy Etchecolatz señala que era propaganda antiargentina que había que exterminar.
Se me acaba el espacio. Me quedan en el tintero mujeres de la altura de
María del Carmen Sillato, María Branda, Nora Strejilevich. En sus cátedras,
junto a sus libros miran la Argentina de Etchecolatz, quien hoy, ayudado
por los fiscales, sigue gritando como un papagayo: subversivas, querían
destruir a Dios, Patria y Hogar. Siempre acompañándose por sus garroteadores.
Las ex detenidas lo miran con grandeza. Piensan en las otras mujeres como
ellas que desaparecieron. De la Rúa siente uno de los máximos honores: tripula
un avión de guerra y desciende por error en la mansión Seré, mientras el
peronismo se moviliza por Menem. Una buena síntesis argentina.
Página/12, 28/04/01

