  1920:
Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia nace en Paso de los Toros,
departamento de Tacuarembó (Uruguay), el 14 de septiembre de 1920.
1928: Inicia sus estudios primarios en el Colegio Alemán de Montevideo.
1934: Ingresa en la Escuela Raumsólica de Logosofía.
1935: Estudios secundarios. Un curso en el Liceo Miranda, el resto en condición
de libre. Desde los catorce años trabaja ocho horas diarias en la "Will L.
Smith, S.A., repuestos para automóviles".
1938: Entre este año y 1941 reside casi continuamente en Buenos Aires.
1945: Forma parte del equipo de redacción del célebre semanario Marcha; allí se
forma como periodista junto a Carlos Quijano. Permanecerá en el equipo hasta su
clausura en 1974. Publica su primer libro de poemas La víspera indeleble que no
se volverá a editar.
1946: Se casa con Luz López Alegre.
1948: Dirige la revista literaria Marginalia. Publica el volumen de ensayos
Peripecia y novela.
1949: Miembro del consejo de redacción de Número, una de las revistas literarias
más destacadas de la época. Publica su primer libro de cuentos Esta mañana.
1950: Publica Sólo mientras tanto (poesía), editado por Número.
1951: También Número se hace cargo de las ediciones de Marcel Proust y otros
ensayos y El último viaje y otros cuentos. Ambas obras quedarán posteriormente
integradas a otros títulos.
1952: Participa activamente en el movimiento contra el Tratado Militar con los
Estados Unidos. Es su primera acción de militante.
1953: Publica su
primera novela, Quién de nosotros.
1954: Director literario de Marcha.
1956: Se publica Poemas de la Oficina.
1957: Viaja a Europa por primera vez, visitando nueve países, corresponsal de
Marcha y El Diario.
1959: divparece su volumen de cuentos Montevideanos, piedra de toque de la
concepción urbana y "montevideana" de la literatura narrativa. Viaja a Estados
Unidos, donde permanece durante cinco meses.
1960: Publica La tregua, novela que será editada en veinte países, traducida a
trece idiomas y trasladada al teatro, la radio, la televisión y el cine. También
publica El país de la cola de paja, ensayo sobre la crisis "moral" por la que
atravesaba el país.
1961: Recopila las crónicas
humorísticas, firmadas por Damocles, en el volumen Mejor es meneallo.
1963:
Inventario, Poesía 1950-1958 y Poesía de hoy por hoy.
1964: Codirige la página literaria semanal "Al pie de las letras" del diario La
mañana y publica crítica de teatro en el mismo periódico. Colabora como
humorista en la revista Peloduro.
1965: Publica la novela Gracias por el fuego. Escribe crítica de cine en La
tribuna popular.
1966: Viaja a La Habana para participar en el jurado de novela del concurso Casa
de las Américasy a París, donde reside durante un año.
1967: Publica Letras del continente mestizo en el que reúne ensayos y artículos
referidos a literatura Latinoamericana. Vuelve a Cuba para participar en el
jurado del concurso Casa de las Américas. Participa en el encuentro con Rubén
Darío. Viaja a México para participar en el II Congreso Latinoamericano de
Escritores.
1968: Participa en el Congreso Cultural de La Habana con la ponencia "Sobre las
relaciones entre el hombre de acción y el intelectual". Publica Sobre artes y
oficios, recopilación de artículos sobe literatura europea y norteamericana, y
el libro de cuentos La muerte y otras sorpresas. Miembro del Consejo de
Dirección de Casa de las Américas. Funda y dirige el Centro de Investigaciones
literarias de Casa de las Américas.
1969: Viaja a Argel, invitado al Primer Festival
Cultural Panafricano. Publica Cuaderno Cubano que incluye poemas, artículos y
entrevistas a propósito de Cuba y de su experiencia profesional en aquel país.
1971: Funda, junto con otros ciudadanos uruguayo, el Movimiento de
Independientes "26 de marzo" que integrará, poco más tarde, la coalición de
izquierdas Frente Amplio. Publica El cumpleaños de Juan Ángel. Es nombrado
director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Universidad de Montevideo.
1972: Publica Crónica del 71, compuesto de editoriales políticos publicados en
el semanario Marcha en su mayoría, un poema inédito y tres discursos
pronunciados durante la campaña del Frente Amplio. También publica Los poemas
comunicantes, con entrevistas a diversos poetas latinoamericanos.
1973: A raíz del golpe militar renuncia a su cargo en la universidad y debe
abandonar el país por razones políticas. Se exilia a Buenos Aires.
1974: Publica El escritor latinoamericano y la revolución posible.
1976: Vuelve a Cuba, esta vez como exiliado, y se reincorpora al Consejo de
Dirección de Casa de las Américas.
1977: Aparecen su libro de cuentos Con y sin nostalgias y el de poemas La casa y
el ladrillo.
1979: Publica Pedro y el Capitán (obra teatral), y Cotidianas (poesía).
Mario Benedetti: Te
quiero. Fuente: Radiolistas.net (Ecuador) |
1980: Se traslada a Palma de Mallorca.
Empieza a escribir su novela Primavera con una esquina rota.
1981: Publica su libro de poesía Viento del exilio.
1982: Publica Primavera con una esquina rota y su antología Cuentos.
Inicia su colaboración semanal en las páginas de "Opinión" del diario El
País. El Consejo de Estado de Cuba le concede la Orden Félix Varela.
1983: Traslada su residencia a Madrid.
1984: Versión cinematográfica de Pedro y el Capitán.
El teatro Ictus de Santiago de Chile adapta a la escena su novela Primavera
con una esquina rota. Publica Geografías, libro de cuentos y poemas y El
desexilio y otras conjeturas sobre la situación de América Latina y sobre el
problema del exilio.
1985: Con la restauración de la democracia en Uruguay vuelve al país. A
partir de este momento residirá una parte del año en Montevideo y la otra en
Madrid. Miembro del Consejo Editor de la nueva revista Brecha, que va a dar
continuidad al proyecto de Marcha, interrumpido en 1974.
1986: Aparece Cuentos Completos y Preguntas al azar (poesía). Premio Jristo
Botev de Bulgaria, por obra poética y ensayística.
1987:
Galardonado en Bruselas por Amnistía Internacional con el premio Llama de
Oro por su novela Primavera con una esquina rota.
1988: Publica su libro de poemas Yesterday y mañana.
1989: Publica su libro de cuentos, Despistes
y franquezas y el de ensayo La cultura ese blanco móvil. En el volumen
Canciones del Más Acá reúne sus numerosas letras de canciones que se van
incorporando al repertorio de más de cuarenta cantantes. Condecorado con la
medalla Haydeé Santamaría por el Consejo de Estado de Cuba. Como ejemplos
significativos de la gran difusión de su obra cabe señalar que en este año
La tregua llega a la 75ª edición, Gracias por el fuego, a la 46ª, El
cumpleaños de Juan Ángel, a la 30ª, Inventario, a la 31ª, Pedro y el
capitán, a la 15ª y La muerte y otras sorpresas, a la 27ª.
1991: Publica el libro de poemas Las soledades de Babel y La realidad y la
palabra, una aproximación a los grandes temas de la reflexión contemporánea,
situados en Latinoamérica, y un interesante recorrido por los principales
autores y corrientes de la literatura sudamericana.
1993: Inaugura en la Universidad de Alicante el Congreso "Literatura y
espacio urbano". Publica La borra del café.
1994: Aparece en Madrid Inventario 2 (1985-1994), recopilacióndivde su obra
poética. Imparte en la Universidad de Alicante el curso de doctorado "Un
creador nos introduce en su mundo". Comienza la aparición en Argentina de su
obra completa desarrollada en 36 volúmenes.
1995: Aparece en España su recopilación Cuentos completos y el conjunto de
ensayos El ejercicio del criterio.
1996: Se publica en Montevideo y en España la biografía realizada por Mario
Paoletti Mario Benedetti, el aguafiestas. Recital "A dos voces" con Daniel
Viglietti en la Universidad de Alicante. En Argentina se publica el volumen
28 de las Obras completas y la novela Andamios.
1997: Investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante.
Preside el 'Congreso Internacional Mario Benedetti' organizado por la
Universidad de Alicante. Publica el libro de poemas La vida ese paréntesis.
Investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid.
1999: Participa en Alicante en la presentación del libro Mario Benedetti:
Inventario cómplice y ofrece divna lectura de sus últimos cuentos inéditos.
Se crea en la Universidad de Alicante el Centro de Estudios Latinoamericanos
Mario Benedetti. Publica Buzón de tiempo (cuentos) y Rincón de haikus. VIII
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
2002: El 19 de noviembre de 2002 fue nombrado Ciudadano ilustre por la
Intendencia de Montevideo, en una ceremonia encabezada por el intendente
Mariano Arana.
2004:
Se le concede el Premio Etnosur. En 2004 se presentó por primera vez en
Roma, Italia, un documental sobre la vida y la poesía de Mario Benedetti,
titulado "Mario Benedetti y otras sorpresas". El documental, que fue escrito
y dirigido por Alessandra Mosca, y protagonizado por Benedetti, fue
patrocinado por la Embajada de Uruguay en Italia. El documental participó en
el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en el
XIX Festival del Cinema Latinoamericano di Trieste y en el Festival
Internacional de Cine de Santo Domingo.
2005: Mario Benedetti presentó el
poemario Adioses y bienvenidas. En la ocasión también se exhibió el
documental Palabras verdaderas, donde el poeta hizo aparición. El 7 de junio
de 2005 se adjudicó el XIX Premio Internacional Menéndez Pelayo, consistente
en 48.000 € y la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez
Pelayo. El premio, otorgado por la Universidad Internacional Menéndez
Pelayo, es un reconocimiento a la labor de personalidades destacadas en el
ámbito de la creación literaria o científica, tanto en idioma español como
portugués. Mario Benedetti repartía su tiempo entre sus residencias de
Uruguay y España, atendiendo a sus múltiples obligaciones y compromisos.
Después del fallecimiento de su esposa Luz López, el 13 de abril de 2006,
víctima de la enfermedad de Alzheimer, Benedetti se trasladó definitivamente
a su residencia en el barrio Centro de Montevideo, Uruguay. Con motivo de su
traslado, Benedetti donó parte de su biblioteca personal en Madrid, al
Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti de la Universidad de
Alicante.
2006: La Fundación Lolita Rubial volvió a condecorar a Benedetti el 25 de
noviembre de 2006, con el Premio Morosoli de Oro.
2007: El 18 de diciembre de 2007, en la sede del Paraninfo de la Universidad
de la República, en Montevideo, Benedetti recibió de manos de Hugo Chávez la
"Condecoración Francisco de Miranda", la más alta distinción que otorga el
gobierno venezolano por el aporte a la ciencia, la educación y al progreso
de los pueblos. Ese mismo año recibió la Orden de Saurí, Primera Clase, por
servicios prestados a la literatura. La Orden de Saurí es la conderación más
alta de El Salvador.
2008: Publica Testigo de uno mismo.
2009: En abril de 2009 tras su internación en Montevideo, se organizó por
iniciativa de Pilar del Río (esposa del escritor José Saramago) una "Cadena de
Poesía" mundial para apoyarlo. El día 17 de mayo de 2009 Benedetti fallece en su
casa de Montevideo, a los 88 años de edad.
Ilustraciones Andrés Cascioli | El Tomi.

 La
noche de los feos
1
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido.
Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a
la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de
justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la
belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de
resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que
enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea
la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros
siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos
hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin
simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la
primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a
dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos,
vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y
yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin
curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que
me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura,
que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante,
sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía
mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios,
su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Mario Bendetti - Se
acabó la rabia. Producción Agencia Radiofónica de Comunicación
(Argentina). Fuente Radioteca.net |
Durante una hora y cuarenta
minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave
heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi
animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el
rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero
no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto
qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo
hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz,
o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé.
Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a
que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A
medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas,
los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para
captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen
un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era
necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para
registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y
aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas
constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado;
algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien
parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó)
para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"¿Qué está pensando?", pregunté.
Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para
justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto
ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba
transpasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la
hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"
"Sí", dijo, todavía mirándome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro
tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que
usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente
estúpida."
"Sí."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y
yo lleguemos a algo."
"¿Algo cómo qué?"
"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero
hay una posibilidad."
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro
total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no
la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí,
tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
"Vamos", dijo.
2
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella
respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a
desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba
inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho.
Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre,
su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella
mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un
relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano
ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó
una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al
principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas
veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y
pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca
siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí
la cortina doble.

 El
presupuesto
En nuestra oficina regía el mismo presupuesto desde el año mil novecientos
veintitantos, o sea desde una época en que la mayoría de nosotros estábamos
luchando con la geografía y con los quebrados. Sin embargo, el jefe se acordaba
del acontecimiento y a veces, cuando el trabajo disminuía, se sentaba
familiarmente sobre uno de nuestros escritorios, y así, con las piernas
colgantes que mostraban después del pantalón unos inmaculados calcetines
blancos, nos relataba con su vieja emoción y las quinientas noventa y ocho
palabras de costumbre, el lejano y magnífico día en que su Jefe -él era entonces
Oficial Primero- le había palmeado el hombro y le había dicho: "Muchacho,
tenemos presupuesto nuevo", con la sonrisa amplia y satisfecha del que ya ha
calculado cuántas camisas podrá comprar con el aumento.
Un nuevo presupuesto es la ambición máxima de una oficina pública. Nosotros
sabíamos que otras dependencias de personal más numeroso que la nuestra, habían
obtenido presupuesto cada dos o tres años. Y las mirábamos desde nuestra pequeña
isla administrativa con la misma desesperada resignación con que
Robinson veía desfilar los barcos por el horizonte, sabiendo que era tan inútil
hacer señales como sentir envidia. Nuestra envidia o nuestras señales hubieran
servido de poco, pues ni en los mejores tiempos pasamos de nueve empleados, y
era lógico que nadie se preocupara de una oficina así de reducida.
Como sabíamos que nada ni nadie en el mundo mejoraría nuestros gajes,
limitábamos nuestra esperanza a una progresiva reducción de las salidas, y, en
base a un cooperativismo harto elemental, lo habíamos logrado en buena parte.
Yo, por ejemplo, pagaba la yerba; el Auxiliar Primero, el té de la tarde; el
Auxiliar Segundo, el azúcar; las tostadas el Oficial Primero, y el Oficial
Segundo la manteca. Las dos dactilógrafas y el portero estaban exonerados, pero
el Jefe, como ganaba un poco más, pagaba el diario que leíamos todos.
Nuestras diversiones particulares se habían también achicado al mínimo íbamos al
cine una vez por mes, teniendo buen cuidado de ver todos difer entes películas,
de modo que, relatándolas luego en la Oficina, estuviéramos al tanto de lo que
se estrenaba. Habíamos fomentado el culto de juegos de atención tales como las
damas y el ajedrez, que costaban poco y mantenían el tiempo sin bostezos.
jugábamos de cinco a seis, cuando ya era imposible que llegaran nuevos
expedientes, ya que el letrero de la ventanilla advertía que después de las
cinco no se recibían "asuntos". Tantas veces lo habíamos leído que al final no
sabíamos quién lo había inventado, ni siquiera qué concepto respondía
exactamente a la palabra "asunto". A veces alguien venía y preguntaba el número
de su "asunto". Nosotros le dábamos el del expediente y el hombre se iba
satisfecho. De modo que un "asunto" podía ser, por ejemplo, un expediente.
En realidad, la vida que pasábamos allí no era mala. De, vez en cuando el jefe
se creía en la obligación de mostrarnos las ventajas de la administración
pública sobre el comercio, y algunos de nosotros pensábamos que ya era un poco
tarde para que opinara diferente.
Uno de sus argumentos era la Seguridad. La seguridad de que no nos dejarían
cesantes. Para que ello pudiera acontecer, era preciso que se reuniesen los
senadores, y nosotros sabíamos que los senadores apenas si se reunían cuando
tenían que interpelar a un Ministro. De modo que por ese lado el jefe tenía
razón. La Seguridad existía. Claro que también existía la otra seguridad, la de
que nunca tendríamos un aumento que nos permitiera comprar un sobretodo al
contado. Pero el jefe, que tampoco podía comprarlo, consideraba que no era ése
el momento de ponerse a criticar su empleo ni tampoco el nuestro. Y -como
siempre- tenía razón.
Esa paz ya resuelta y casi definitiva que pesaba en nuestra Oficina, dejándonos
conformes con nuestro pequeño destino y un poco torpes debido a nuestra falta de
insomnios, se vio un día alterada por la noticia que trajo el Oficial Segundo.
Era sobrino de un Oficial Primero del Ministerio y resulta que ese tío -dicho
sea sin desprecio y con propiedad- había sabido que allí se hablaba de un
presupuesto nuevo para nuestra Oficina. Como en el primer momento no supimos
quién o quiénes eran los que hablaban de nuestro presupuesto, sonreímos con la
ironía de lujo que reservábamos para algunas ocasiones, como si el Oficial
Segundo estuviera un poco loco o como si nosotros pensáramos que él nos tomaba
por un poco tontos. Pero cuando nos agregó que, según el tío, el que había
hablado de ello había sido el mismo secretario) o sea el alma parens del
Ministerio, sentimos de pronto que en nuestras vidas de setenta pesos algo
estaba cambiando, como si una mano invisible hubiera apretado al fin aquella de
nuestras tuercas que se hallaba floja, como si nos hubiesen sacudido a bofetadas
toda la conformidad y toda la resignación.
En mi caso particular, lo primero que se me ocurrió pensar y decir, fue
"lapicera fuente". Hasta ese momento yo no había sabido que quería comprar una
lapicera fuente, pero cuando el Oficial Segundo abrió con su noticia ese enorme
futuro que apareja toda posibilidad, por mínima que sea, en seguida extraje de
no sé qué sótano de mis deseos una lapicera de color negro con capuchón de plata
y con mi nombre inscripto. Sabe Dios en qué tiempos se había enraizado en mí.
Vi y oí además como el Auxiliar Primero hablaba de una bicicleta y el jefe
contemplaba distraídamente el taco desviado de sus zapatos y una de las
dactilógrafas despreciaba cariñosamente su cartera del último lustro. Vi y oí
además cómo todos nos pusimos de inmediato a intercambiar nuestros proyectos,
sin importarnos realmente nada lo que el otro decía, pero necesitando hallar un
escape a tanta contenida e ignorada ilusión. Vi y oí además cómo todos decidimos
festejar la buena nueva financiando con el rubro de reservas una excepcional
tarde de bizcochos.
Eso -los bizcochos fue el paso primero-. Luego siguió el par de zapatos que se
compró el jefe. A los zapatos del Jefe, mi lapicera adquirida a pagar en diez
cuotas. Y a mi lapicera, el sobretodo del Oficial Segundo, la cartera de la
Primera Dactilógrafa, la bicicleta del Auxiliar Primero. Al mes y medio todos
estábamos empeñados y en angustia.
El Oficial Segundo había traído más noticias. Primeramente, que el presupuesto
estaba a informe de la Secretaría del Ministerio. Después que no. No era en
Secretaría. Era en Contaduría. Pero el jefe de Contaduría estaba enfermo y era
preciso conocer su opinión. Todos nos preocupábamos por la salud de ese jefe del
que sólo sabíamos que se llamaba Eugenio y que tenía a estudio nuestro
presupuesto.
Hubiéramos querido obtener hasta un boletín diario de su salud. Pero sólo
teníamos derecho a las noticias desalentadoras del tío de nuestro Oficial
Segundo. El jefe de Contaduría seguía peor. Vivimos una tristeza tan larga por
la enfermedad de ese funcionario, que el día de su muerte sentimos, como los
deudos de un asmático grave, una especie de alivio al no tener que preocuparnos
más de él. En realidad, nos pusimos egoístamente alegres, porque esto
significabala posibilidad de que llenaran la vacante y nombraran otro jefe que
estudiara al fin nuestro presupuesto.
A los cuatro meses de la muerte de don Eugenio nombraron otro jefe de
Contaduría. Esa tarde suspendimos la partida de ajedrez, el mate y el trámite
administrativo. El jefe se puso a tararear un aria de Aida y nosotros nos
quedamos -por esto y por todo- tan nerviosos, que tuvimos que salir un rato a
mirar las vidrieras. A la vuelta nos esperaba una emoción. El tío había
informado que nuestro presupuesto no había estado nunca a estudio de la
Contaduría. Había sido un error. En realidad, no había salido de la Secretaría.
Esto significaba un considerable oscurecimiento de nuestro panorama. Si el
presupuesto a estudio hubiera estado en Contaduría, no nos habríamos alarmado.
Después de todo, nosotros sabíamos que hasta el momento no se había estudiado
debido a la enfermedad del jefe. Pero si había estado realmente en Secretaría,
en la que el Secretario -su jefe supremo- gozaba de perfecta salud, la demora no
se debía a nada y podía convertirse en demora sin fin.
Allí comenzó la etapa crítica del desaliento. A primera hora nos mirábamos todos
con la interrogante desesperanzado de costumbre. Al principio todavía
preguntábamos ¿Saben algo? Luego optamos por decir ¿Y? y terminamos finalmente
por hacer la pregunta con las cejas. Nadie sabía nada. Cuando alguien sabía
algo, era que el presupuesto todavía estaba a estudio de la Secretaría.
A los ocho meses de la noticia primera, hacía ya dos que mi lapicera no
funcionaba. El Auxiliar Primero se había roto una costilla gracias a la
bicicleta. Un judío era el actual propietario de los libros que había comprado
el Auxiliar Segundo; el reloj del Oficial Primero atrasaba un cuarto de hora por
jornada; los zapatos del jefe tenían dos medias suelas (una cosida y otra
clavada), y el sobretodo del Oficial Segundo tenía las solapas gastadas y
erectas como dos alitas de equivocación.
Una vez supimos que el Ministro había preguntado por el presupuesto. A la
semana, informó Secretaría. Nosotros queríamos saber qué decía el informe, pero
el tío no pudo averiguarlo porque era "estrictamente confidencial". Pensamos que
eso era sencillamente una estupidez, porque nosotros, a todos aquellos
expedientes que traían una tarjeta en el ángulo superior con leyendas tales como
"muy urgente", "trámite preferencial" o "estrictamente reservados", los
tratábamos en igualdad de condiciones que a los otros. Pero por lo visto en el
Ministerio no eran del mismo parecer.
Otra vez supimos que el Ministro había hablado del presupuesto con el
Secretario. Como a las conversaciones no se les ponía ninguna tarjeta especial,
el tío pudo enterarse y enterarnos de que el Ministro estaba de acuerdo. ¿Con
qué y con quién estaba de acuerdo? Cuando el tío quiso averiguar esto último, el
Ministro ya no estaba de acuerdo. Entonces, sin otra explicación comprendimos
que antes había estado de acuerdo con nosotros.
Otra vez supimos que el presupuesto había sido reformado. Lo iban a tratar en la
sesión del próximo viernes, pero a los catorce viernes que siguieron a ese
próximo, el presupuesto no había sido tratado. Entonces empezamos a vigilar las
fechas de las próximas sesiones y cada sábado nos decíamos: "Bueno ahora será
hasta el viernes. Veremos qué pasa entonces". Llegaba el viernes y no pasaba
nada. Y el sábado nos decíamos: Bueno, será hasta el viernes. Veremos qué pasa
entonces. " Y no pasaba nada. Y no pasaba nunca nada de nada.
Yo estaba ya demasiado empeñado para permanecer impasible, porque la lapicera me
había estropeado el ritmo económico y desde entonces yo no había podido
recuperar mi equilibrio. Por eso fue que se me ocurrió que podíamos visitar al
Ministro.
Durante varias tardes estuvimos ensayando la entrevista. El Oficial Primero
hacía de Ministro, y el jefe, que había sido designado por aclamación para
hablar en nombre de todos, le presentaba nuestro reclamo. Cuando estuvimos
conformes con el ensayo, pedimos audiencia en el Ministerio y nos la concedieron
para el jueves. El jueves dejamos pues en la Oficina a una de las dactilógrafas
y al portero, y los demás nos fuimos a conversar con el Ministro. Conversar con
el Ministro no es lo mismo que conversar con otra persona. Para conversar con el
Ministro hay que esperar dos horas y media y a veces ocurre, como nos pasó
precisamente a nosotros, que ni al cabo de esas dos horas y media se puede
conversar con el Ministro. Sólo llegamos a presencia del Secretario, quien tomó
nota de las palabras del jefe -muy inferiores al peor de los ensayos, en los que
nadie tartamudeaba- y volvió con la respuesta del Ministro de que se trataría
nuestro presupuesto en la sesión del día siguiente.
Cuando -relativamente satisfechos- salíamos del Ministerio, vimos que un auto se
detenía en la puerta y que de él bajaba el Ministro.
Nos pareció un poco extraño que el Secretario nos hubiera traído la respuesta
personal del Ministro sin que éste estuviese presente. Pero en realidad nos
convenía más confiar un poco y todos asentimos con satisfacción y desahogo
cuando el jefe opinó que el Secretario seguramente habría consultado al Ministro
por teléfono.
Al otro día, a las cinco de la tarde estábamos bastante nerviosos. Las cinco de
la tarde era la hora que nos habían dado para preguntar. Habíamos trabajado muy
poco; estábamos demasiado inquietos como para que las cosas nos salieran bien.
Nadie decía nada. El jefe ni siquiera tarareaba su aria. Dejamos pasar seis
minutos de estricta prudencia. Luego el jefe discó el número que todos sabíamos
de memoria, y pidió con el Secretario. La conversación duró muy poco. Entre los
varios "Sí", "Ah, sí", Ah, bueno" del jefe, se escuchaba el ronquido indistinto
del otro. Cuando el jefe colgó el tubo, todos sabíamos la respuesta. Sólo para
confirmarla pusimos atención: "Parece que hoy no tuvieron tiempo. Pero dice el
Ministro que el presupuesto será tratado sin falta en la sesión del próximo
viernes.

 Inocencia
Ya es bastante haber llegado a la cornisa y ver la calle, abajo, sin que se me
vaya la cabeza. Hay un hombre remoto que fuma junto al farol y de tanto en tanto
se quita el sombrero para rascarse la nuca. A veces escupe por el flanco del
cigarrillo. Desde ahí puede vernos, a jordán y a mí. Si esa maldita hembra
llegase de una vez. Todavía nos falta alcanzar la ventana, pasar el corredor,
salir a la terracita y encontrar la tapa. Verdes nos lo ha revelado en solemne
confidencia, con las comisuras de los labios temblando de borrachera y de deseo,
la noche en que perdimos el examen de física y nos quedamos hasta la una tomando
caña en lo de Brito. En realidad, a Verdes se lo había dicho Arteaga, y, a éste,
el único que efectivamente había penetrado en el ducto: el mellado Soler. Pero
el mellado murió en febrero y no es posible echar en saco roto su consejo: "Ojo
con la tapa; de dentro no puede abrirse." Somos cinco los que sabemos que en el
Club existe ese pasaje, de setenta centímetros de ancho y quince metros de
long¡tud al que dan las rejillas de los baños que usan las muchachas. Pero nadie
se anima. Sólo jordán y yo. Ahora el que fuma empieza a despotricar porque la
mujer ha llegado con atraso. Después se calla, como para instaurar el ambiente
adecuado a la bofetada que rebasa el silencio y, contra lo previsto, no va
seguida de ninguna palabra. Entonces ella lo toma del brazo y se lo lleva hasta
la esquina, recalcando los pasos en el empedrado. Por fin. Avanzamos dos metros
en la cornisa, con la boca abierta, sin vértigo aún, a la expectativa. Verdes
dijo que la ventana está después del recodo, y, efectivamente, jordán -alcanza
el marco. Abajo, en la calle cortada, no pasa nadie. Damos el salto. "Bueno",
dice jordán, "ya pasó lo peor". Pienso que llevo puesta la camisa blanca, con
las flamantes ballenitas de aluminio. "Nos vamos a ensuciar", digo. No seas
marica", dicejordán, "vamos a divertirnos". Yo creo que sí que vamos a
divertirnos, pero también que me voy a arruinar la camisa. "Si lo decís por la
ropa, no te preocupes", dice jordán, "no podemos entrar vestidos." "¿Y esto
dónde lo dejamos?" Aquí." Dice aquí porque hemos llegado y está pisando la tapa.
Tiene dos argollas, es cuadrangular y muy pesada. Todavía no sé si podremos
moverla. Nos quitamos la ropa y recién nos damos cuenta de que la noche está
fría. En cualquier otro momento me hubiera hecho gracia ver a jordán, sobre la
terracita, en calzoncillos. Pero lamentablemente no me hace gracia ahora. Me
siento frío y ridículo y tengo miedo de que llueva y se me moje el traje. Sí,
conseguimos levantar la tapa. jordán se mete el primero por la abertura, se
tiende en el túnel y comienza a arrastrarse. A la luz de la luna, veo pasar el
pescuezo, los hombros, la cintura. Veo pasar el trasero, las rodillas, los pies.
Y entonces me decido. Las paredes son ásperas y viene por el ducto un vaho
caliente, desagradable. A medida que avanzamos se vuelve más caliente, más
nauseabundo, más agrio. No puedo arrastrarme demasiado rápido porque choco con
los pies de jordán. Siento que se me desgarran los calzoncillos, que algo me
raspa un hombro, pero sigo, sigo porque vamos a divertirnos, porque vamos a ver
cómo son. A los siete u ocho metros, el vaho cálido e invisible se convierte en
niebla iluminada. Las rejillas son ésas. jordán dice: "Es allí. " Yo repito: Es
allí." Parece que habláramos debajo de la tierra, en un infierno. jordán se ha
detenido, porque choco otra vez contra su planta. Le hago cosquillas con el pelo
para que no se detenga. Entonces avanza y deja libre la primera rejilla. Nos
establecemos: yo en la primera, él en la segunda. Pero adentro no hay nadie.
Tanto riesgo, tanta cornisa sobre la calle, y ahora no hay nada. Estamos
empapados y yo pienso en el traje. jordán dice: "Mirá." Miro y está Carlota, la
vicecampeona de ping-pong, envuelta en una toalla. Abre la ducha y prueba el
agua. Se quita la toalla y vemos cómo es. jordán dice: ¿Y? " Yo no digo nada.
Ahora tengo vergüenza. Quería verlas desnudas, pero no así. Es mejor imaginar a
Carlota cuando juega al ping pong, de pantaloncitos, que verla ahora
verdaderamente desnuda, sin los shorts y sin nada. Entonces alguien grita o
canta, yo qué sé. Carlota responde con gritos más agudos. Y otras dos, ya
desnudas, con la toalla en el brazo, entran a los saltos. La rubia gorda es la
señora de Ayala, la rubia flaca es Ana Cristina. Se sientan en el banco largo a
esperar que la otra termine su baño. El vapor se mezcla con mi transpiración y
se despeña en chorritos por mi piel ablandada. Las piernas más lindas son las de
Carlota. Mirá qué senos, che", dice jordán. Sí, también los senos. "El culo,
che", dice jordán. Sí, también eso. Entonces la rubia flaca se pone a bailar
sola y la rubia gorda la contempla con rabia. Después se le arrima y bailan
juntas. Carlota se queda mirándolas y dice que dejen eso, que ahora viene Amy y
saben cómo es. La muy zorra, dice la de Ayala, pero suspende el baile. No me
gusta la de Ayala, me gusta Ana Cristina, pero es estúpido que bailen entre
ellas. Claro que más me gusta Amy, pero a ésta no quiero verla. "Vamos", digo.
"¿Qué?", dice jordán, asombrado. "¿Tan luego ahora?" "Por mí quedate", digo, y
empiezo a arrastrarme hacia la salida. Ahora sé cómo son. Eso me alcanza. Además
tengo vergüenza, calor y repugnancia. Con la mano derecha voy recorriendo el
techo, pero no encuentro nada. No quiero creerlo, pero choco con la pared. Con
la pared final. Voy otra vez hacia adelante, pero no encuentro nada. Me arrastro
hacia atrás, vuelvo hacia adelante, pero la desesperación no me impide entender
que han cerrado la tapa. Regreso a las rejillas y llamo: Jordán." "Ah,
volviste", dice, satisfecho. Jordán", repito. No puedo decirle más, me da asco
verlo tan confiado, mirando cómo Ana Cristina se enjabona la espalda. "La tapa",
digo. Me mira distraído, sin comprender todavía. "¿Qué?", dice. "¡Está cerrada,
bestia!" Nos insultamos en un ronco susurro y en la primera pausa descubrimos el
miedo.
Ahora jordán tiene los ojos agobiados y la boca entreabierta. Se ha perdido, yo
sé que se ha perdido. " Pero... ¿quién la cerró?", balbucea. A mí no me importa
quién la haya cerrado. Miro por la rejilla y está la señora de Ayala lavándose
el pescuezo. Los senos le caen ahora y son pulpas fláccidas, sobadas. Los
pezones le cuelgan como ciruelas negras. Pienso que por esto, sólo por esto
hemos caído. Y es poca cosa, es una horrible, abominable cosa. "Dejame pasar",
dice jordán. El miedo lo ha deformado. Parece un mono vicioso, enloquecido. "Voy
a fijarme yo." No quiero apartarme, es muy angosto. Entonces retrocedo y él me
sigue. Claro, la tapa está cerrada. jordán no dice nada y vuelve a las rejillas.
Otra vez me deslizo siguiendo sus pies. Siento un estremecimiento en las
rodillas, pero jordán está mucho peor. Se ha perdido, yo sé que se ha perdido.
Llora convulsivamente con su cara de mono y yo no puedo derretirme de piedad.
Pero me derrito de sudor y de miedo. "Vamos a llamar", dice. Entonces sé que no
vamos a llamar, que la solución tiene que ser otra. "No", digo. Nada más. No sé
de dónde vienen esos pasos. jordán se calla y nos miramos en silencio, cada vez
más furiosos y decididos. Los pasos son de Amy. Pero no quiero verla. No quiero
verla así. Claro, ella no sabe, abre la canilla, se acaricia las piernas. Sé que
jordán no espera, sé que ahora va a gritar. Me parece imposible pero llego a su
boca. Es espantoso, es enloquecedor luchar aquí, con mis dedos de miedo en su
garganta blanda. Sí, se ha perdido. Yo ya lo sabía. Entonces se le afloja su
cara de mono, y vuelve a ser jordán. jordán de quince años. jordán muerto.
Aunque yo no sé nada y Amy está en la ducha y no puedo llamar. Porque no quiero
admitir su presencia, sentirla inerme, sola, pura hasta lo insufrible. Pero soy
un idiota y me castigo. Mi boca se abre dócil, para lanzar un grito. Un alarido
atroz, irresistible. Porque soy un idiota y me castigo, y Amy rosada y húmeda,
se asombra, se conoce, se desprecia, se escapa, mientras yo grito el grito de
jordán.

 Corazonada
Apreté dos veces el timbre y en seguida supe que me iba a quedar. Heredé de mi
padre, que en paz descanse, estas corazonadas. La puerta tenía un gran barrote
de bronce y pensé que iba a ser bravo sacarle lustre. Después abrieron y me
atendió la ex, la que se iba. Tenía cara de caballo y cofia y delantal. Vengo
por el aviso", dije. "Ya lo sé", gruñó ella y me dejó en el zaguán, mirando las
baldosas. Estudié las paredes y los zócalos, la araña de ocho bombitas y una
especie de cancel.
Después vino la señora, impresionante. Sonrió como una Virgen, pero sólo como.
"Buenos días." "¿Su nombre?" "Celia." "¿Celia qué?" Celia Ramos." Me barrió de
una mirada. La pipeta. "¿Referencias?" Dije tartamudeando la primera estrofa:
"Familia Suárez, Maldonado 1346, teléfono 90948. Familia Borrello, Gabriel
Pereira 3252, teléfono 413723. Escribano Perrone, Larraiíaga 3362, sin
teléfono." Ningún gesto. "¿Motivos del cese?" Segunda estrofa, más tranquila:
"En el primer caso, mala comida. En el segundo, el hijo mayor. En el tercero,
tíabajo de mula." Aquí", dijo ella, "hay bastante que hacer". Me lo imagino. " "
Pero hay otra muchacha, y además mi hija y yo ayudamos. " "Sí señora. " Me
estudió de nuevo. Por primera vez me di cuenta que de tanto en tanto parpadeo.
¿Edad?" "Diecinueve." "¿Tenés novio?" Tenía." Subió las cejas. Aclaré por las
dudas: "Un atrevido. Nos peleamos por eso." La Vieja sonrió sin entregarse. "Así
me gusta. Quiero mucho juicio. Tengo un hijo mozo, así que nada de sonrisitas ni
de mover el trasero." Mucho juicio, mi especialidad. Sí, señora. "En casa y
fuera de casa. No tolero porquerías. Y nada de hijos naturales, ¿estamos?" "Sí
señora. " ¡Ula Marula! Después de los tres primeros días me resigné a
soportarla. Con todo, bastaba una miradita de sus ojos saltones para que se me
pusieran los nervios de punta. Es que la vieja parecía verle a una hasta el
hígado. No así la hija, Estercita, veinticuatro años, una pituca de ocai y rumi
que me trataba como a otro mueble y estaba muy poco en la casa. Y menos todavía
el patrón, don Celso, un bagre con lentes, más callado que el cine mudo, con
cara de malandra y ropas de Yriart, a quien alguna vez encontré mirándome los
senos por encima de Acción. En cambio el joven Tito, de veinte, no precisaba la
excusa del diario para investigarme como cosa suya. juro que obedecí a la Señora
en eso de no mover el trasero con malas intenciones. Reconozco que el mío ha
andado un poco dislocado, pero la verdad es que se mueve de moto propia. Me han
dicho que en Buenos Aires hay un doctor japonés que arregla eso, pero mientras
tanto no es posible sofocar mi naturaleza. O sea que el muchacho se impresionó.
Primero se le iban los ojos, después me atropellaba en el corredor del fondo. De
modo que por obediencia a la Señora, y también, no voy a negarlo, porinigo
misma, lo tuve que frenar unas diecisiete veces, pero cuidándome de no parecer
demasiado asquerosa. Yo me entiendo. En cuanto al trabajo, la gran siete. "Hay
otra muchacha" había dicho la Vieja. Es decir, había. A mediados de mes ya
estaba solita para todo rubro. "Yo y mi hija ayudamos", había agregado. A
ensuciar los platos, cómo no. A quién va a ayudar la vieja, vamos, con esa bruta
panza de tres papadas y esa metida con los episodios. Que a mí me gustase
Isolina o la Burgueño, vaya y pase y ni así, pero que a ella, que se las tira de
avispada y lee Selecciones y Lifenespañol, no me lo explico ni me lo explicaré.
A quién va a ayudar la niña Estercita, que se pasa reventándose los granos,
jugando al tenis en Carrasco y desparramando fichas en el Parque Hotel. Yo salgo
a mi padre en las corazonadas, de modo que cuando el tres de junio (fue San Cono
bendito) cayó en mis manos esa foto en que Estercita se está bañando en cueros
con el menor de los Gómez Taibo en no sé qué arroyo ni a mí qué me importa, en
seguida la guardé porque nunca se sabe. ¡A quién van ayudar! Todo el trabajo
para mí y aguantase piola. ¿Qué tiene entonces de raro que cuando Tito el joven
Tito, bah) se puso de ojos vidriosos y cada día más ligero de manos, yo le haya
aplicado el sosegate y que habláramos claro? Le dije con todas las letras que yo
con ésas no iba, que el único tesoro que tenemos los pobres es la honradez y
basta. Él se rió muy canchero y había empezado a decirme: "Ya verás, putita",
cuando apareció la señora y nos miró como a cadáveres. El idiota bajó los ojos y
mutis por el foro. La Vieja puso entonces cara de al fin solos y me encajó bruta
trompada en la oreja, en tanto que me trataba de comunista y de ramera. Yo le
dije: "Usted a mí no me pega, ¿sabe?" y allí nomás demostró lo contrario. Peor
para ella. Fue ese segundo golpe el que cambió mi vida. Me callé la boca pero se
la guardé. A la noche le dije que a fin de mes me iba. Estábamos a veintitrés y
yo precisaba como el pan esos siete días. Sabía que don Celso tenía guardado un
papel gris en el cajón del medio de su escritorio. Yo lo había leído, porque
nunca se sabe. El veintiocho a las dos de la tarde, sólo quedamos en la casa la
niña Estercita y yo. Ella se fue a sestear y yo a buscar el papel gris. Era una
carta de un tal Urquiza en la que le decía a mi patrón frases como ésta: "Xx xxx
x xx xxxx xxx xx xxxxx".
La guardé en el mismo sobre que la foto y el treinta me fui a una pensión
decente y barata de la calle Washington. A nadie le di mis señas, pero a un
amigo de Tito no pude negárselas. La espera duró tres días. Tito apareció una
noche y yo lo recibí delante de doña Cata, que desde hace unos años dirige la
pensión. Él se disculpó, trajo bombones y pidió autorización para volver. No se
la di. En lo que estuve bien porque desde entonces no faltó una noche. Fuimos a
menudo al cine yhasta me quiso arrastrar al Parque, pero yo le apliqué el
tratamiento del pudor. Una tarde quiso averiguar directamente qué era lo que yo
pretendía. Allí tuve una corazonada- "No pretendo nada, porque lo que yo querría
no puedo pretenderlo."
Como ésta era la primera cosa amable que oía de mis labios se conmovió bastante,
lo suficiente para meter la pata. "¿ Por qué? ", dijo a gritos, "si ése es el
motivo, te prometo que ... " Entonces como si él hubiera dicho lo que no dijo,
le pregunté: "Vos sí... pero, ¿y tu familia? " "Mi familia soy yo", dijo el
pobrecito.
Después de esa compadrada siguió viniendo y con él llegaban flores, caramelos,
revistas. Pero yo no cambié. Y él lo sabía. Una tarde entró tan pálido que hasta
doña Cata hizo un comentario. No era para menos. Se lo había dicho al padre. Don
Celso había contestado: Lo que faltaba. " Pero después se ablandó. Un tipo
pierna. Estercita se rió como dos años, pero a mí qué me importa. En cambio la
Vieja se puso verde. A Tito lo trató de idiota, a don Celso de cero a la
izquierda, a Estercita de inmoral y tarada. Después dijo que nunca, nunca,
nunca. Estuvo como tres horas diciendo nunca. "Está como loca", dijo el Tito,
"no sé qué hacer". Pero yo sí sabía. Los sábados la Vieja está siempre sola,
porque don Ceiso se va a Punta del Este, Estercita juega al tenis y Tito sale
con su barrita de La Vascongada. O sea que a las siete me fui a un monedero y
llamé al nueve siete cero tres ocho. "Hola", dijo ella. La misma voz gangosa,
impresionante. Estaría con su salto de cama verde, la cara embadurnada, la
toalla como turbante en la cabeza. "Habla Celia", y antes de que colgara: "No
corte, señora, le interesa." Del otro lado no dijeron ni mu. Pero escuchaban.
Entonces le pregunté si estaba enterada de una carta de papel gris que don Celso
guardaba en su escritorio. Silencio. "Bueno, la tengo yo." Después le pregunté
si conocía una foto en que la niña Estercita aparecía bañándose con el menor de
los Gómez Taibo. Un minuto de silencio. "Bueno, también la tengo yo." Esperé por
las dudas, pero nada. Entonces dije: "Piénselo, señora" y corté. Fui yo la que
corté, no ella. Se habrá quedado mascando su bronca con la cara embadurnada y la
toalla en la cabeza. Bien hecho. A la semana llegó el Tito radiante, y desde la
puerta gritó: " ¡La vieja afloja! ¡La vieja afloja! " Claro que afloja. Estuve
por dar los hurras, pero con la emoción dejé que me besara. "No se opone pero
exige que no vengas a casa. " ¿Exige? ¡las cosas que hay que oír! Bueno, el
veinticinco nos casamos (hoy hace dos meses), sin cura pero con juez, en la
mayor intimidad. Don Celso aportó un chequecito de mil y Estercita me mandó un
telegrama que está mal que lo diga- me hizo pensar a fondo: "No creas que salís
ganando. Abrazos, Ester."
En realidad, todo esto me vino a la memoria, porque ayer me encontré en la
tienda con la Vieja. Estuvimos codo con codo, revolviendo saldos. De pronto me
miró de refilón desde abajo del velo. Yo me hice cargo. Tenía dos caminos: o
ignorarme o ponerme en vereda.
Creo que prefirió el segundo y para humillarme me trató de usted. "¿Qué tal,
cómo le va?" Entonces tuve una corazonada y agarrándome fuerte del paraguas de
nailon, le contesté tranquila: "Yo bien, ¿y usted, mamá?"


ELOGIO DE LA MUJER CHIQUITA
Autor: Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (Siglo XIV)
Quiero abreviar,
señores, esta predicación
porque siempre gusté de pequeño sermón
y de mujer pequeña y de breve razón,
pues lo poco y bien dicho queda en el corazón.
De quien mucho habla, ríen; quien mucho ríe es loco;
hay en la mujer chica amor grande y no poco.
Cambié grandes por chicas, mas las chicas no troco.
Quien da chica por grande se arrepiente del troco.
De que alabe a las chicas el Amor me hizo ruego;
que cante sus noblezas, voy a decirlas luego.
Loaré a las chiquitas, y lo tendréis por juego,
¡Son frías como nieve y arden más que el fuego!
Son heladas por fuera pero, en amor, ardientes;
en la cama solaz, placenteras, rientes,
en la casa, hacendosas, cuerdas y complacientes;
veréis más cualidades tan pronto paréis mientes.
En pequeño jacinto yace gran resplandor,
en azucar muy poco, yace mucho dulzor,
en la mujer pequeña yace muy gran amor,
pocas palabras bastan al buen entendedor.
Es muy pequeño el grano de la buena pimienta,
pero más que la nuez reconforta y calienta;
así, en mujer pequeña, cuando en amor consienta,
no hay placer en el mundo que en ella no se sienta.
Como en la chica rosa está mucho color,
como en oro muy poco, gran precio y gran valor,
como en poco perfume yace muy buen olor,
así, mujer pequeña guarda muy gran amor.
Como rubí pequeño tiene mucha bondad,
color, virtud y precio, nobleza y claridad,
así, la mujer pequeña tiene mucha beldad,
hermosura y donaire, amor y lealtad.
Chica es la calandria y chico el ruiseñor,
pero más dulce cantan que otra ave mayor;
la mujer, cuando es chica, por eso es aún mejor,
en amor es más dulce que azucar y que flor.
Son aves pequeñuelas papagayo y orior,
pero cualquiera de ellas es dulce cantador;
gracioso pajarillo, preciado trinador,
como ellos es la dama pequeña con amor.
Para mujer pequeña no hay comparación:
terrenal paraíso y gran consolación,
recreo y alegría, placer y bendición,
mejor es en la prueba que en la salutación.
Siempre quise a la chica más que a grande o mayor;
¡escapar de un mal grande nunca ha sido un error!
Del mal tomar lo menos, dícelo el sabidor,
por ello, entre mujeres, ¡la menor es mejor!
FUENTE: LIBRO DE BUEN AMOR (selección), Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, Versión y
prólogo de María Brey Mariño, Editorial Castalia, Valencia, 1973.I.S.B.N.:
84-7039139-9. [Existen tres copias manuscritas: el códice T, por haber
pertenecido a la catedral de Toledo, que corresponde a la primera edición de
1330, que actualmente está en la Biblioteca Nacional; el códice G por ser su
propietario Benito Martínez Gayoso, también de la primera edición, custodiado en
la Biblioteca de la Real Academia Española de la Lengua; y el tercer manuscrito,
llamado S porque perteneció al Colegio Mayor San Bartolomé de Salamanca, que
corresponde a la segunda edición (1343) y que actualmente lo guarda la
Biblioteca del Palacio Nacional de Madrid]

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