El canto de las tribunas
Daniel Guiñazú
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discurso de los hinchas argentinos

El
canto de las tribunas
Los cantos y estribillos
que surgen de las tribunas argentinas constituyen parte indivisible
de la puesta en escena que el fútbol necesita para ser la fiesta que
debe ser. No se concibe el fútbol en nuestro país sin gritos ni hinchadas.
Es como si algo le faltara a la ceremonia máxima de los domingos. Cuándo
empezó este fenómeno que casi no registra similitudes en otras partes
del mundo, es algo que no se conoce. Pero más allá de que falte ese
eslabón perdido a partir del cual se puede contar la historia, esta
nota intenta reconstruir, a golpes de memoria y archivo, cómo fueron
evolucionando las voces del tablón y reseñar los cantitos más conocidos.
Desde las copias murgueras de principio de siglo hasta los que se corean
hoy en día, inspirados en los hits de las FM y la televisión. Sin censura.
Con afecto, como un sincero homenaje a los auténticos poetas de la popular...
Primero fue una voz. Después diez, cien, mil, miles de voces. La letra
que se inserta en la música, la picardía, el ingenio o la bronca que
calzan en una melodía pegadiza y ya está el estribillo que toda una
tribuna canta para alentar a los suyos, también para denostarlos o para
agredir, burlar, herir u ofender a los que hacen lo mismo desde los
escalones de enfrente. El mecanismo se activa cada vez que una pelota
se pone a girar.
Es una parte indivisible de la puesta en escena que el fútbol necesita
para ser la fiesta que debe ser. No se concibe el fútbol sin gritos
ni cantos, por lo menos en la Argentina. ¿Desde cuándo?. ¿Desde dónde?.
¿Por qué? En ningún sitio de la historia se puede localizar un dato
cierto, un indicio concreto, una pista irreprochable que permita asegurar
que el día tal del año tal la hinchada del cuadro equis ensayó el primer
estribillo que se tenga memoria. Ese punto de partida, ese puntapié
inicial se debe haber dado, qué duda cabe, en una fecha imprecisa y
en un lugar indeterminado.
Pero ningún cronista de por entonces tuvo el oído atento o el lápiz
despierto como para tomar nota de tamaña novedad. Por eso, a este recuento
le falta lo fundamental: el eslabón perdido, la piedra de toque a partir
de los cuales los recuerdo sean posibles. Sin embargo, se nutre de otras
cosas, a modo de compensación: los apuntes anónimos de quienes han fatigado
o fatigan las canchas del país, viendo fútbol, viviendo fútbol, mamando
fútbol, disfrutando fútbol con los ojos abiertos y los oídos prestos
a esa música maravillosa que a veces sonroja de vergüenza y que otras,
las más, convoca a la sonrisa cuando la grosería abre las piernas y
la deja pasar para que1a creatividad la clave de volea en un ángulo
del arco de la emoción. Y la gente. Esa gente que no sólo es el decorado
humano de un negocio formidable, sino su dueña, su única razón de ser.
Y a la que le pedimos prestada su voz para reproducirla en un par de
líneas. Sin censura. Con afecto.
VOX POPULI, VOX DEI
Los primeros rastros de una poesía del tablón se yuxtaponen con otra
expresión de la cultura popular: las murgas. Hay quienes dicen que de
las coplas murgueras de principios de siglo brotaron algunos cantos
fundacionales. Como éste que ha trascendido los tiempos, que todos alguna
vez hemos coreado de pibes y que casi ha llegado indemne al final de
la centuria con su letra impregnada de ingenuidad y admiración. “Tenemos
un arquero, que es una maravilla; ataja los penales sentado en una silla".
Ese arquero era Américo Tesorieri, aquel mítico guardavallas de Boca
que jugó en las décadas del 10 y del 20 y que fue, tal vez, el primer
jugador del fútbol argentino que tuvo cantito propio. Otro, mucho menos
conocido, que gozó de semejante privilegio, fue un arquero de Argentinos
Juniors, Fasciola, al que de tan gordo que era los hinchas distinguieron
con un "Fasciola, Fasciola, la vaca voladora".

90 minutos. Relatos de fútbol
Empezó el partido. Arde el fuego de la pasión entre todos los
hinchas. Esa pasión que inflama sus corazones con el mismo
entusiasmo que al pibe que va con el padre por primera vez a la
cancha, a conocer en persona al equipo que será dueño de su amor
por el resto de su vida. Este libro homenajea esa pasión con
cuentos sobre padres e hijos, hinchas, relatores y jugadores de
ayer, que dejaban la piel en el césped más allá de los premios y
los sueldos, se peinaban con gomina por respeto y se bancaban
todos los guadañazos, descosiendo los hilos gruesos de las
pelotas de tiento y salían a la cancha aún con fiebre o resaca,
haciendo de su profesión un culto al amor por la camiseta.
Para ustedes, fieles amantes del deporte más popular, son estas
historias.
Fuente: Programa Libros y Casas,
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No hay en los últimos años de amateurismo y en la primera década del
profesionalismo testimonios de estribillos populares. Desde las tribunas
a lo sumo se coreaban los nombres de los equipos como si se los separara
en sílabas ("Bo-ca, Bo-ca ó River, Ri-ver); muy excepcionalmente, los
de algún jugador destacado. Hoy resulta impensable que superfiguras
tales como Bernabé Ferreyra, el paraguayo Delfín Benítez Cáceres, José
Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Arsenio Erico, Antonio Sastre, Jaime
Sarlanga, Francisco Varallo o Roberto Cherro no tuvieran su cantito
identificatorio. Sin embargo, fue así. Las multitudes vibraron al influjo
de su calidad excelsa. Pero fueron incapaces de rendirle homenaje a
semejantes monstruos, con alguna cuarteta que los perpetuara en la memoria
colectiva más de lo que ya están.
No obstante, la tendencia se revirtió a principios de la década del
40. Los hinchas de Independiente le dedicaron un "La gente se mata,
por ver a De la Mata" a aquel Capote rosarino verdadero prodigio de
habilidad. Los de Boca, para no ser menos, entonaban, ya en La Bombonera,
un "Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que
empieza con B: ¡Boyé!", cada vez que el Atómico inflaba las redes adversarias
con esos taponazos que fueron la marca registrada de su paso por el
fútbol. Allá por 1946, la hinchada de San Lorenzo se desgañitaba cantando
"Dale Mamucho, dale Martino, que los rivales se quedan con el vino"
cada vez que el celebrado “insai" izquierdo bordaba jugadas maravillosas
en compañía de Armando Farro y René Pontoni. Y en 1947, la gente de
River ululaba un "Socorro, Socorro, ya viene la saeta con su propulsión
a chorro" siempre que Alfredo Di Stéfano dejaba rivales parados con
su velocidad supersónica, definía con la contundencia de una explosión
y se iba gritando con el brazo en alto por la pista de atletismo del
Monumental, toda una postal del gol de aquellos tiempos.
Era la década del 40, la década cimera del tango, la de Pichuco, el
troesma Pugliese, Alfredo De Angelis, Juan D Arienzo. La de las voces
impares del Tano Marino, Fiorentino. Carlos Dante, Julio Martel, sin
contar la imbatible del Zorzal. Sin embargo, el tango, expresión popular
por antonomasia de los argentinos, jamás pudo cederle su música a las
letras que surgían del tablón. Se necesitaban ritmos más pegadizos,
mas fáciles de ser cantados, más alegres, menos propensos a la melancolía.
Por eso, sólo por eso, esa lágrima colgada de la garganta de la gran
ciudad no pudo trepar a lo más alto de la tribuna para abrazarse con
su pueblo.
LOS QUERIDOS 50
Y un ramillete de cantos que nacen de la inagotable inspiración tribunera
“La gente ya no come, por ver a Walter Gómez" fue un himno de la hinchada
de River surgido en reconocimiento de la excepcional calidad del centro
delantero uruguayo. "La gente ya no fuma, por ver a Ángel Labruna" fue
una variante emanada del mismo riñón para condecorar al máximo goleador
riverplatense de todos los tiempos, a su jugador símbolo. "Ay, ay, ay;
qué bonito debe ser; hacer goles de voleo como Florio sabe hacer" era
el alarido que pegaba la hinchada de Lanús cuando su goleador cruzaba
las fronteras de lo plástico y casi se instalaba en lo irreal. Hasta
que llega 1954, el año en que Boca se consagra campeón luego de diez
años de amarga espera. El año en que la hinchada boquense desborda los
estadios, bate todos los registros anteriores de venta de entradas e
inunda de fervor la ciudad y el país. Está de moda una marcha: Sinceramente,
de Santos Lipesker. Y "el jugador número 12" absorbe su música, le cambia
la letra y le da vida a un éxito de todos los tiempos y que sigue sonando
con la misma fuerza de aquella primera vez, aunque hayan pasado ya 40
años "Sí, sí, señores, yo soy de Boca; sí, sí, señores, de corazón;
porque este año desde La Boca, desde La Boca, salió el nuevo campeón".
Por entonces sonaban otras marchas en el país. Pero muy pronto, la fuerza
de la fuerza las hizo callar en todos lados, menos en uno. La revolución
de 1955 había condenado a la marcha peronista a silencio forzoso. Sin
embargo, el pueblo parado en las tribunas desafió la prohibición, acalló
la letra pero no su espíritu, y valiéndose de la música atronó el espacio
con un “Y dale Boca, dale Bo, y dale Boca, dale Bo, y dale Boca, dale
Bo, y dale Boca, dale Bo...” que servía como exacto reemplazo del "Perón,
Perón, qué grande sos; mi general, cuánto valés..." que sólo se podía
entonar de la boca para adentro.
A fines de la década del 50, otro estribillo famoso ve la luz. La celebridad
le vendrá un poco más tarde. Pero sus raíces hay que encontrarlas en
1959. San Lorenzo gana el título de ese año. Y la hinchada sanlorencista
lo festeja diciendo "y ya lo vé, y ya lo vé; es el equipo de José" porque
José Barreiro era el técnico de esos campeones. Siete años más tarde,
los hinchas de Racing se apoderaron de la letra y la música y la popularizaron
como grito de guerra cada vez que atacaba en manada aquel Racing de
Juan José Pizutti campeón de todo, hasta de América y del mundo.
ENTRE LA TV Y LA NUEVA OLA
Llega 1960. Y con los 60, el auge de la televisión que se instala definitivamente
en los hogares argentinos y el fenómeno de la nueva ola, esa música
liviana, digestiva, casi intrascendente, pero pegadiza. Los dos acontecimientos
repercutirán notablemente en el folclore tribunero. La tele será un
vehículo de formidable difusión de aquellas melodías pasatistas, que
muy pronto estarán en boca de casi todos. Y aprovechando esa popularidad,
no habrá estribillo que no tenga su música para ser cantado.
Chico Novarro voceaba que "el camaleón, mamá el camaleón; cambia de
colores según la ocasión" y la popular la devolvía gritando "tu corazón,
nena, tu corazón; tiene los colores de Boca campeón". Si Palito desafinaba
su "caminado por las calles, voy cantando; voy cantando mi canción",
las hinchadas reprocesaban la letra y decían "despacito, despacito,
despacito; les rompimos el culito" cada vez que el triunfo de uno sobre
otro parecía inexorable.
Pero no fueron las canciones de moda, la única fuente de inspiración
de los poetas y musicalizadores del tablón. Los jingles publicitarios,
también puestos en boga por la televisión, sirvieron para darle vida
a un montón de cantitos que se mantienen lozanos y frescos, no obstante
todo el tiempo transcurrido. Por ejemplo, de un jingle del whisky Robert
Browns nacido a fines de la década y que decía "para cambiar, hay que
tomar; un Robert Browns, un Robert Browns", nació el “oi, oi, oi, oi,
qué papelón; están bailando para la televisión". De aquel jingle de
la tela Acrocel de Sudamtex que rezaba "vaya, vaya, con Acrocel; a todas
partes vaya con Acrocel; a toda hora, con Acrocel; fibra poliéster de
Sudamtex" surgió "vaya, vaya con el campeón; a todas partes vaya con
el campeón; si sos de Boca (o de River o de Racing), hacé el favor;
andá a la puta que te parió".
Existía por entonces mucha agresividad suelta en las calles. Inestabilidad
política, alternancia entre gobiernos civiles débiles y dictaduras militares
fuertes, canales de participación cerrados, desconcierto creciente,
el peronismo proscripto. El clima era cada vez menos respirable. Había
necesidad de abrir una válvula que descomprimiera tanta tensión. Y la
cancha, una garantía de anonimato e imbunidad, se convierte en el receptáculo
ideal para liberar tanta bronca acumulada. Los estribillos ya no sirven
sólo para alentar a los propios. También los hay para humillar o insultar
a los extraños, simplemente por eso, porque son los extraños. La violencia
que flota en el ambiente se traslada a las cancha y en las canchas,
a las tribunas. Por eso se escucha en boca de cualquiera “vea, vea,
vea; que manga de boludos; ahora las banderas se las meten en el culo".
Sin embargo, no todos los estribillos obligan a taparse los oídos en
defensa del diccionario de la Real Academia. Allá por 1968, la hinchada
de Estudiantes popularizó un cantito que hasta se escuchó en Manchester:
"Si ve una bruja montada en una escoba; ese es Verón, Verón, Verón que
está de moda". Y en 1969, la de Boca distinguió la jerarquía y la limpieza
de procedimientos de Julio Guillermo Meléndez Calderón con un: “Y ya
lo vé, y ya lo vé; es el peruano y su ballet".
UNA DÉCADA A PURO RITMO
La década del 70 fue prolífica en canciones que dieron paso a posteriores
estribillos y en estribillos que hasta hoy mantienen incuestionable
vigencia. La gran mayoría de los hits musicales de aquellos tiempos
sirvieron como soporte de las letras dictadas por el ingenio popular.
Por ejemplo, Vos sos un caradura (Palito Ortega, 1970) generó un cantito
racista y excluyente: “ya todos saben que en la Boca están de luto;
son todos negros, son todos putos"; El amor como el viento, un día se
va (Tony Ronald, 1971) derivó en un "me parece que Racing no sale campeón;
sale el rojo, sí señor"; Estoy hecho un demonio (Francis Smith, 1971)
fue la matriz para un "movete River, movete; movete dejá de joder; está
hinchada está loca, hoy no podernos perder"; La reina de la canción
(La Joven Guardia, 1971) motivó aquel "muchas veces fui preso y muchas
veces lloré por vos; yo a Boca lo quiero, lo llevo adentro del corazón";
Hay que alegrar al corazón (Juan y Juan, 1970) fue el leit-motiv de
“Borombombón, borombombón; es el equipo del Narigón"; Vuelvo a vivir,
vuelvo a cantar (Sabú, 1971) resultó la base de “olé, olé, olé, olé,
olé, olé; es Marangoni y su ballet"; Mi amigo el Puma (Sandro, 1974)
desencadenó aquel célebre "este es mi amigo River, dueño del corazón;
tiene a la gorda puta y a Alonso el comilón"; No juegues más (Leonardo
Favio, 1971) aportó para decir “no juegues más, River, no juegues más;
que los bosteros ya no pueden más".
Los ejemplos suministrados valdrían para afirmar que los cantitos tribuneros,
en todo caso, han servido para darle trascendencia a temas de cantantes
y autores que ya eran famosos y que siguieron siéndolo luego. Pero esa
conclusión es inexacta. Las hinchadas no sólo se nutrieron de los mozos.
También echaron mano a los que no lo eran o lo fueron por corto lapso.
¿Alguien se acuerda de José Luis Fernández Melo y del conjunto Cenizas?.
Uno fue el autor y el otro el intérprete de Salta pequeña langosta,
una intrascendencia de 1972 que desembocó en esta letrilla que todavía
hoy se canta: "Salta, salta, salta, pequeño canguro; que hoy a las gallinas
les rompémo el culo". ¿Alguien lleva puesta en los oídos la página intitulada
Que la dejen ir al baile sola, que en el mismo año intentaba vocalizar
un tal Rubén Mattos?. Ese tema dio lugar a otro estribillo que goza
de permanente actualidad: “Si lo tiran al Ciclón al bombo; vá a haber
quilombo, vá a haber quilombo". ¿Quién recuerda hoy a Marcelo Dupré,
un melindroso cantautor melódico que en 1975 pergeñó su No, no te vayas
mi amor sin imaginar que su obra acabaría cantándose en las graderías
como "No, no te vayas campeón... quiero verte otra vez".
Lo dicho pues: que una tribuna salte y ruja al compás de un estribillo
con letra propia y música tomada en préstamo no es para el autor del
tema original garantía de calidad sino de perdurabilidad en el tiempo.
Cuando una canción gana las gargantas del tablón y se queda allí eternamente,
saca patente de popularidad, no más que eso. Y si se mantiene para siempre
dentro de la reserva musical que cada hinchada tiene según las circunstancias,
deberá agradecérselo a lo pegadizo de su melodía y lo fácil que resulta
cantarla, antes que a sus merecimientos artísticos. Hay piezas imborrables
dentro de la música popular que nunca treparán a tales alturas. En cambio,
hay composiciones mediocres que están ahí porque bueno, porque pegan
y nada más.
EL JINGLE POLÍTICO
La propaganda política también aportó lo suyo en eso de pasarle música
a las hinchadas. Un jingle que atosigó las pantallas televisivas durante
el siniestro reinado de José López Rega decía con entonación de una
voz infantil: “Contagiate mi alegría, y reíte como yo; que hoy es tiempo
de esperanza, de buscar en la unidad la paz que nos dará el amor". La
gente lo transformó en una letra mucho menos pretenciosa: “Vamos, vamos,
Argentina; vamos, vamos, a ganar; que esta barra, quilombera, no te
deja, no te deja de alentar"; el mismo que todos cantamos en las históricas
jornadas del Mundial 78 y que fue el único que se creó exclusivamente
para un Seleccionado nacional.
Otro jingle que terminó en las tribunas fue uno que durante el Proceso
se puso en marcha para prevenirlos accidentes de tránsito durante el
verano. Ese simpático aviso institucional que arrancaba diciendo “ Bobby,
mi buen amigo..." fue reelaborado y terminó coreado como "Boca, mi buen
amigo esta campaña volveremo a estar contigo, te alentaremos de corazón
porque esta hinchada se merece ser campeón, no me importa el periodismo,
lo que digan los demás, yo te sigo a todas partes, cada vez te quiero
más".
La Guerra de las Malvinas desató sobre todos los argentinos, una parafernalia
propagandística con los resultados conocidos. De todas las marchas y
canciones que taladraron nuestros oídos durante esos inenarrables 74
días, la hinchada de San Lorenzo, por entonces remando en la B para
volver a la A, tomó dos y las convirtió en futboleras. La marcha de
las Malvinas se transformó en "Ponga huevos San Lorenzo, ponga huevo
y corazón; que esta hinchada, se merece, se merece ser campeón". Y la
canción Argentinos a vencer quedó, convertida en "Vamos, San Lorenzo,
vamos a ganar, con la hinchada y los jugadores volveremos a la A".
Adviértase este dato: a partir de los 80, las hinchadas empiezan a ser
protagonistas de sus propios estribillos. Los equipos son urgidos a
ganar y a ser campeones "porque la hinchada se lo merece" y porque la
hinchada se ha asumido como parte integrante del espectáculo y del negocio
del fútbol. Han ocupado su lugar. Y se lo hacen saber a todo el mundo.
DROGA Y VIOLENCIA
También en los 80, los estribillos de las hinchadas blanquearán dramáticamente
el tema del consumo de drogas por parte de sus integrantes. Ya no se
canta para alentar al equipo propio. Tampoco para hostigar al contrario.
Si para hostigar a los contrarios. Para anunciarles corridas, incendio,
muerte.
Con la música de Mi amigo Charlie Brown, un tema brasileño de Martinho
Da Vila, las tribunas se olvidan del partido y corean. "Oh, no tenés
aguante, oh, oh, oh; oh, no tenés aguante, che gallina, vigilante",
lo que del otro lado, seguramente será contestado con la música de La
niña y letra intimidatoria "yo te quiero millonario, yo te quiero de
verdad; quiero la Libertadores y a un bostero matar".
Aquel recordado jingle de los 70 del vino Rojo Trapal (Sale el sol,
el sol sale para todos) hoy sirve para anticipar hogueras "Sale el sol,
que vamo a quemar Rosario; que vamo´ a quemar Rosario, que vamo a quemar
Rosa...". El de Resero que, a mediados de 1989 gozó de una espectacular
presentación televisiva, tuvo una derivación racista que hubiera avergonzado
a sus autores y que nada bien habla de las creencias de cierto sector
de nuestra sociedad, no precisamente el más alto "Hay que matar a los
bosteros, son todos negros, son todos putos, todos villeros, hay que
tirarlos al Riachuelo". Y la canción de bienvenida al papa Juan Pablo
II en 1987 fue desvirtuada hasta convertirla en un "Lo sabía, lo sabía;
los de Racing son todos policías".
La primera hinchada que admitió públicamente ya voz en cuello que la
droga formaba parte de su cotidianeidad fue la de River, cuando en 1986,
en pleno apogeo del Bambino Veira, celebraba las victorias diciendo
con la música de Te quiero tanto, de Sergio Denis "Vamos River, vamos
nosotros te queremos, te alentamos vamo a salir campeón con el Bambino
y vamo a festejar con mucha droga y mucho vino".
Hoy día, con la música de Me siento bien, de Fontova, otra hinchada
dice "Yo soy de Boca, vago y atorrante, me gustan los Rollin y los estimulantes".
A pesar de todo, ¿se sienten bien?
LOS ÉXITOS DE LA TV
Como en otras épocas, ya no existen aquellos éxitos musicales que todos
tarareaban en todos lados. Entre las muchas cosas que han cambiado,
está la música que, a manos del avance de la onda tecno, ha resignado
melodía. Por eso, para las hinchadas actuales, otra vez la televisión
se ha convertido en la gran proveedora de material cantable.
Las cortinas de muchos programas de neto corte populista son entonadas
por miles y miles de voces. "Señores, la cancha se llenó, llegó la hinchada,
esa hinchada que grita y alienta sin parar vamos Racing, vamos a ganar"
(Clemente);"Vamos, vamos, los xeneizes vamos, xeneizes, vamo a ganar,
somos la mitad mas uno, somos el pueblo y es Carnaval, Boca, te llevo
en el alma y cada día te quiero más" (Si lo sabe cante); "Qué alegría,
que alegría, olé, olé, Olá, vamos River todavía que estás para ganar,
Como esta hinchada loca que lindo seguro que no hay , te sigue a todas
partes, te alienta hasta el final, vamo a ganar la Copa y a ser campeón
mundial, y vamo a dar la vuelta en el Monumental" (Johnny Tolengo);
"Vení, vení, cantá conmigo que un amigo vas a encontrar que de la mano
de Pastoriza toda la vuelta vamos a dar" (Venga a bailar); "Y dale,
y dale, y dale River dale con huevos, con goles, vamos a ser campeones
(La chispa de mi gente).
La poesía del hincha no es privativa de ningún equipo ni de ningún estilo
de juego. No se le canta sólo a los que atacan como tampoco a los que
defienden o a los que contraatacan. Ni siquiera a los grandes equipos.
Se le canta al fútbol como expresión de arte, como creador de alegrías,
tristezas, broncas, injusticias, pasiones, como una forma de ser, la
única, la de todos, “la nuestra".
Fuente: Revista La Maga, Homenaje al fútbol argentino, 1994
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