Nació el 10 de enero de 1930. Poeta, escritor, periodista, guionista cinematográfico y militante político. Fue director general de Cultura de la Provincia de Santa Fe, director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y autor de los guiones de los filmes "Pajarito Gómez" y "Noche terrible". Asimismo, adaptó para televisión "Madame Bovary", "Los Maias" y "Rojo y Negro".
Colaborador de Primera Plana, Panorama, Crisis, La Opinión y Noticias, fue autor de los poemarios "Historia Antigua", "Breves", "Lugares", "Del otro lado", "Larga distancia", los volúmenes de cuentos "Todo eso" y "Al tacto", la pieza teatral "Veraneando", la novela "Los pasos previos" y el ensayo "La patria fusilada", volumen de entrevistas a los sobrevivientes de la masacre de Trelew publicado por la editorial Crisis en 1973. Incorporado a la organización Montoneros, fue asesinado el 17 de junio de 1976 al ser detenido por la policía de la provincia de Mendoza.


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La palabra justa

Por Luis Bruschtein

“Del otro lado de la reja está la realidad, de/ este lado de la reja también está/ la realidad; la única irreal es la reja...” Así dice uno de los últimos poemas de Francisco Urondo, o Paco para sus amigos, cuyos asesinos fueron condenados ayer en Mendoza. En Wikipedia hay una biografía sucinta, una foto de Paco de medio perfil en la que, por algún misterio sus ojos han perdido la picardía de esas salidas picantes que siempre tenía. Dice: “Santa Fe, 10 de enero de 1930-Mendoza, 17 de junio de 1976, escritor, periodista, guerrillero y militante político nacido en Argentina”. Un texto, que también por algún misterio ha perdido esa inquietud vital, la geometría de sus movimientos y hasta la calidez que siempre tenía cuando se relacionaba con otras personas o cuando hacía su vida y decidía cosas y las comentaba generosamente con gran capacidad para hacerse querer.

Habla de sus parejas, Graciela “Chela” Murúa, con la que tuvo dos hijos, Claudia y Javier; de Zulema Katz; de Lilí Mazaferro, y, ya en la dictadura, de Alicia Raboy, con quien tuvo a su hija Angela. No dice que con Lilí Mazaferro eran compañeros de militancia en las FAR, una organización guerrillera que luego se fusionó con Montoneros, y que Alicia Raboy estaba junto a él en Mendoza cuando interceptaron el auto donde se trasladaban y le pegaron dos tiros en la cabeza. Da cuenta de sus numerosos libros, de su trabajo como guionista de cine y televisión. Pero, quizá porque no es tan importante, no hay un relato por ejemplo de cuando recitaba sus poesías y Juan Gelman las suyas, los dos poetas codo a codo, en aquella época no tan conocidos, en algún bar de Buenos Aires, presumiblemente de la calle Corrientes. Algún bar lleno de humo de cigarrillos y de jóvenes que escuchaban a los poetas deletrear palabras entre sus amores y las revoluciones, historias de personas comunes y no tanto, en esos bares de bohemia y poesía.

Primero fue titiritero con Fernando Birri y su primera mujer en el grupo El Retablo de Bartolo. Pero más que nada era poeta y se dedicó a la poesía: en los ’50 estuvo en el Movimiento Poesía Buenos Aires y en los ’60 en Zona de Poesía Americana. Aparte de cinco obras de teatro, una novela, dos libros de cuentos, escribe poesía prolíficamente (dejó ocho libros) y lo dice: “Empuñé un arma porque busco la palabra justa”, o como lo dice en otro poema: “Mi confianza se apoya en el profundo desprecio/ por este mundo desgraciado/ Le daré la vida/ para que nada siga como está”.

En esa confluencia de la palabra con la vida, Paco Urondo se incorporó a las FAR, siguiendo de alguna manera los pasos de su hija Claudia. En el final tumultuoso de la dictadura de Lanusse cayó preso y le tocó compartir la misma celda, la noche previa a la liberación del 24 de marzo de 1973, con los tres sobrevivientes de los fusilamientos de Trelew: Alberto Camps, Ricardo Haydar y María Antonia Berger. El militante, el periodista y el poeta que era se unieron esa noche y de allí salió el libro La patria fusilada.

Paco participó en los proyectos de prensa de Montoneros, pero en 1976 fue enviado a Mendoza. Su amigo Rodolfo Walsh comentó luego su muerte: “El traslado de Paco a Mendoza fue un error. Cuyo era una sangría permanente desde 1975, nunca se la pudo mantener en pie. El Paco duró pocas semanas... Fue temiendo lo que sucedió. Hubo un encuentro con un vehículo enemigo, una persecución de los dos coches a la par...” Tras esa larga persecución y tiroteo, una de sus acompañantes pudo escapar, su esposa Alicia fue secuestrada y desaparecida y a él le dieron dos tiros en la cabeza.

07/10/11 Página|12



 


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Francisco Urondo. La palabra fusilada

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Por Rafel Grillo

Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja.
Francisco Urondo, "La verdad es la única realidad"


LO MATARON A ORTIZ

El 19 de junio de 1976, Los Andes de Mendoza divulga en su edición sabatina el comunicado militar que describe una exitosa operación antiterrorista. La identidad oculta bajo el titular "Delincuente subversivo fue abatido en Mendoza", ya se ha propagado en Buenos Aires por un clandestino que anuncia: "Lo mataron a Ortiz".

Rodolfo Walsh conoce bien quién está detrás de ese nombre de guerra que alude al poeta entrerriano Juan L. Ortiz, y redacta una semblanza del amigo. "Él era la alegría", apunta, y se encierra a llorar las veinticuatro horas siguientes a la escritura de un documento que será admonitorio de su propio destino.

Francisco "Paco" Urondo nació en Santa Fe en 1930. Poeta, periodista, académico y militante de la organización Montoneros, donde pertenecía al equipo de prensa.

Dió su vida luchando por el ideal de una sociedad más justa.

"No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo." -dice Juan Gelman-, "corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente.

Paco fue entendido en eso y sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.

Fue -es- uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura.

El 17 de junio de 1976, con motivo de una encerrona de fuerzas conjuntas de la policía y el ejército, muere en Mendoza. Tenía 46 años.

El mensaje trasmitido por boca de Vicky, la hija de Rodolfo, cae como un puñetazo en la sien de Miguel Bonasso, que anota en su Diario: "Los tipos más próximos, más queridos, más entrañables, con los que habías construido una vida (...) se morían, los mataban".

Juan Gelman se recrimina durante su exilio en Roma por estar a salvo de un destino similar al del caído. Como alivio contra el pertinaz sentimiento de culpa, declaró más tarde: "Cuando uno quiere que el otro no se muera, desea intercambiar la suerte, pero eso es imposible". Mientras que una carta enviada a David Viñas desde Francia, deja traslucir los tonos del duelo en Julio Cortázar: "Mi tristeza y mi rabia son y serán una razón para seguir haciendo lo posible en esta lucha".

Para la familia de "Ortiz" es un imperativo corroborar la noticia. Claudia, la hija mayor del presunto asesinado, pide a la tía que salga hacia la comandancia del ejército en Mendoza. Beatriz se persona el 20 de junio y la reciben con evasivas, hasta que un guardia se apiada y confidencialmente le aconseja que corra a la morgue del Hospital Civil, antes que arrojen al allegado en la fosa común. Ella encuentra al "gordo que cayó en el enfrentamiento" -así le comenta despectivo un policía-; y en el cadáver desfigurado y asentado en el registro como no identificado, sin orden de defunción que aclare la causa de muerte, reconoce a su hermano Paco. Vigilada siempre por funcionarios militares, Beatriz consigue que le permitan trasladar por avión el cuerpo de Francisco Urondo y luego depositarlo, sin honras fúnebres, en la bóveda de la familia en el cementerio de Merlo.

Faltaba rescatar a su mujer y a la pequeña Ángela, de once meses, quienes debieron acompañarle cuando el incidente. Pero la pista de Alicia Raboy se pierde tras las puertas del macabro Departamento 2 de Inteligencia, uno de los tantos centros adonde los detenidos en operaciones represivas eran conducidos y se esfumaban ahí, como si fueran átomos de nada. Teresa Listingart, madre de Alicia, localiza en la Casa Cuna de Godoy Cruz a la niña secuestrada por la milicia; y aunque intentan complicarla con trámites burocráticos, logra obtener la custodia y sacarla con los papeles del Juzgado Federal de la Provincia.

Poco tiempo después, el 3 de diciembre, Claudia Urondo, montonera como el padre, y su esposo Mario Lorenzo, "desaparecen" en el trayecto hacia la guardería en donde recogerían a sus hijos Sebastián (de tres años) y Nicolás (de dos).

Adoptada por una prima hermana de Alicia incapaz de procrear, Ángela crecerá sin contacto con los Urondo, desconociendo quiénes eran sus progenitores reales y la existencia de hermanos. Malos sueños, sobre un día y un lugar que no puede ubicar en la memoria, la asolarán durante años, hasta que llegue la hora en que conozca "la pura verdad."


Entrevista a Angela Urondo, 9 de octubre 2011. Clic para leer

HISTORIA ANTIGUA

Ahora la incertidumbre, la aventura
donde la indolencia hostil del tiempo
alienta
"Proemio"

"Los gatos/ por la noche aúllan como tambores/ derrotados, viejos, fúnebres, inmensamente buenos;/ la muerte los asiste, la eternidad vela por ellos,/ la memoria nunca abandona; los errores me salvan", declama Urondo el Poeta, en versos que saldrán en Del otro lado, libro de 1967. Ya ha visto que "el mundo se deforma y crece" y puede catar del vino de la existencia su mezcla de lucidez y amargura y el bouquet de una incierta esperanza.

Escanciado en los recuerdos va quedando el jovencito de Santa Fe, el de los títeres y El Retablo de Maese Pedro con el amigo Fernando Birri; el que dio el salto a la capital en 1953 y se fundió al grupo de la revista Poesía Buenos Aires: César Fernández Moreno, Edgar Bayley, Rodolfo Alfonso, con los que compartía noches de farra y tangos, de mujeres y alcohol.

Lejano parece el tiempo que describió en Historia antigua, su primer volumen de poesía, "cuando no sabemos de qué lado estar". Aunque Paco vaya a seguir siendo el enamorado de la vida, el risueño atrevido que dice de una corista: "Sus nalgas eran la literatura".

Los 60 son años intensos, apresurados, de un implacable buscar y buscarse. Además de la poesía que comparte con Noé Jitrik, Javier Heraud, Enrique Lihn y Gelman en la revista Zona, la que recoge en los cuadernos Nombres y Adolecer; está el Urondo libretista de televisión, que adapta a Stendhal y Flaubert; y el escritor de canciones, artista de café concert y del disco Milongas. Brota el guionista que filma tres películas con el director Rodolfo Kuhn: Pajarito Gómez, Noche terrible y Turismo de carretera, y anuncia los albores de un nuevo cine latinoamericano.

Se prueba Paco en la narrativa con dos cuadernos de relatos: Todo eso y Al tacto; y hasta despabila el ambiente literario con el ensayo Veinte años de poesía argentina 1940-1960. Nace el dramaturgo de obras críticas y escandalosas: Veraneando, La sagrada familia o muchas felicidades, Homenaje a Dumas y Archivo General del Indias.

Hacia 1971 piensa Urondo: "La realidad que vivimos me parece tan dinámica que la prefiero a toda ficción". Y arranca con la escritura de una novela que recibirá, a la postre, Mención Especial del Premio La Opinión-Sudamericana, otorgada por el cuarteto magistral que conformaron Juan Carlos Onetti, Walsh, Cortázar y Augusto Roa Bastos, mientras él padecía cárcel en 1973. Los pasos previos será su versión de la tragicomedia humana de la época en Argentina. Es muy probable que entonces se sintiera apegado a una vivencia del Paquito adolescente, y por tal aconseje: "Siempre conviene enfermarse de un pie para leer a Balzac".

BUSCO LA PALABRA JUSTA

Osvaldo Bayer es uno de los secretarios de redacción del diario Clarín en 1967; y el recién ingresado en la sección Información General le impresiona de tal modo: "Paco era el prototipo del hombre fino, se vestía de forma muy atildada. Tenía una sonrisa que parecía como si fuera un gesto de su cara. Muy culto y de conversación tranquila. Era una especie de izquierdista moderado ilustrado. Como periodista era muy bueno, bien calificado". Se juntan en el bodegón enfrente del periódico y Urondo se muestra interesado sobremanera en la experiencia de Bayer en Cuba, cuando entrevistó al Che Guevara.

Él está por partir hacia La Habana, como invitado al Encuentro Rubén Darío. Donde comparte con Roque Dalton, Mario Benedetti, Ángel Rama, Roberto Fernández Retamar, Nicolás Guillén; y en la Casa de las Américas, con Haydée Santamaría de timonel, se le propone grabar un disco con sus poemas. Ya de vuelta en Buenos Aires, el 8 de octubre lo aplasta con el reverso de un evangelio, que lo fuerza a proclamar: "Ya no se le pueden pedir órdenes a mi Comandante, ya no anda para seguir contestando, ya ha dado su respuesta. Habrá que recordarla, o adivinarla o inventar los pasos de nuestro destino".

Retorna a Cuba en 1968 para un Congreso Cultural. Ese año es decisivo para la conversión de Urondo, porque en Argentina participará en los círculos de estudios marxistas de León Rozitchner; y se vinculará al Movimiento de Liberación Nacional (MALENA), primero, y después al núcleo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). También fue el momento de integrarse a Gelman, Marcelo Pichón Rivière, Daniel Muchnik y otros, en el notable plantel de la revista Panorama. Ahí pondrá su firma bajo "Julio Cortázar: El escritor y sus armas", la más conocida de sus entrevistas.


Argentina tiene Historia. Entrevista a Javier Urondo, hijo de Paco Urondo. Radio Nacional, 4 de julio de 2011.

Sus andanzas en la isla caribeña prosiguen en 1969, como jurado de teatro en el Premio Casa y participante del panel "La literatura argentina del siglo XX". Si bien le disgusta el desenlace del caso Heberto Padilla, con el mea culpa del poeta en la UNEAC; Urondo se abstiene de asumir públicamente una postura crítica hacia la revolución cubana.

Cuando Jacobo Timmerman funda La Opinión en 1971, el hombre que alega perseguir "la palabra justa" se mueve hacia el diario que pretende brindar "información jerarquizada y contextualizada, con alto nivel de interpretación a cargo de primeras espadas". Fue la penúltima aventura de Urondo periodista, pues la postrera será la fundación de Noticias, órgano de los Montoneros, a fines de 1973. Para esa fecha, Osvaldo Bayer descubrirá al ex colega trasmutado en un "radical de izquierda".

Poco antes, Urondo estuvo absorbido en otra empresa épica. Las reformas educativas que impulsa el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), triunfador en las elecciones del 11 de marzo de 1973, lo hacen idóneo para encabezar el Departamento de Letras de la Universidad de Buenos Aires. El excarcelado de Devoto, eufórico con un segundo aire de libertad, acomete impetuoso la transformación de los estudios desde un énfasis en la literatura francesa hacia la argentina y latinoamericana.

Encima, le sobreviene una gran idea: estructurar una carrera autónoma de Medios Masivos de Comunicación, con el propósito de gestar un arma crítica y un profesional concientizado para la batalla en el frente cultural. Pero el claustro de profesores desplazados y los sectores estudiantiles más reaccionarios boicotean su revolución universitaria; apenas cuatro meses pudo durar el frenesí. Urondo opta por la renuncia y lanza una advertencia: "La realidad se está poniendo rara".

EL ÁRBOL DE LA VIDA

Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.
"La pura verdad"

Es domingo y Día del Padre, 17 de junio de 2001. Estoy viendo a Ángela parada en la esquina de Tucumán y Remedios. Se que es ese el teatro de las pesadillas infantiles de la muchacha próxima a celebrar su 26 cumpleaños; y en un gesto de empatía me cuelo entre los viejos camaradas de Urondo u Ortiz, militantes de derechos humanos y vecinos del lugar, presentes para animarla en el cumplimiento de un anhelo desgarrador.

No por vana curiosidad, para apoyarla más bien, me sumerjo en la conciencia de la joven asolada por la orfandad, y escucho el timbre del mismísimo Paco, que la hija ha aprendido a distinguir escuchando grabaciones pasadas por la radio. Recita el poeta un fragmento de "El árbol de la vida", legado como mensaje a sus retoños: "Ay, hijos/ míos, cómo pensaba no quejarme, cómo/ odiaba todo lamento; pero queja/ y batalla suenan en la misma campana".

Con la singular cadencia del amor truncado que marcan los versos, Ángela está plantando un árbol en el sitio donde el padre y la madre se alejaron de ella para siempre. Por dentro, repasa su vida: La niñez en Villa del Parque con la familia adoptiva. Hacerse la boluda para sacar partido a la tragedia que le contaron de unos padres biológicos fallecidos en accidente automovilístico. A los doce años, la revelación: la madre sustituta que lanza una puteada cuando pasan enfrente de la Escuela Superior de la Armada, y con una sola frase derrumba toda la inocencia de la chica: "Porque los milicos mataron a tu mamá y tu papá". Ángela queda sorprendida, muy quieta, de súbito rompe a llorar.

Biografía

Personalmente él mismo hizo su relato de su niñez y adolescencia en una entrevista periodística que le hicieron (diario "La Razón" de Buenos Aires, 28 de octubre de 1962). Dice al respecto: "Puedo contar que tuve un perro y que me encantaba jugar con espadas. Nada más. Iba ’armado’ con alfileres a las fiestas de chicos para pinchar globos. Leía a Alejandro Dumas y la Historia de Cantú. A los quince años me tuvieron que operar de una pierna y al tener que permanecer en cama me entretuve con la Comedia Humana. Los resultados están a la vista: soy un paranoico. Pero sí con su moraleja: siempre conviene enfermarse de un pie para leer a Balzac. Un héroe de aquel momento para mí era Humphrey Bogart… Y agrega: la mujer ideal era Bette Davis o Judy Garland… -aclara Urondo, con ese aire de muchacho del 900 que lo caracteriza-. Además estaba impresionado con la muerte de Gardel o con la del general Risso Patrón a quien mataron a la entrada de un comicio y por la espalda. Aunque me ocurría de no tener muchos amigos, los duelos criollos, que alguna vez improvisé, eran con cortaplumas. Yo tenía 12 años y en mi casa se escuchaba ópera. La detestaba porque me convertía en algo pasivo y no la quería ver. A Stravinsky lo llegué a odiar… me encantaba la natación. La mayor fiesta eran las tormentas de verano. Nos íbamos al río, subiéndonos un grupo a una "piragua". Siempre repetíamos lo mismo: al darse vuelta teníamos la necesidad de traerla a la rastra."

Luego al ser interrogado si había realizado alguna actividad teatral, contestó: "a los 19 años hacía títeres y marionetas. Fue el comienzo de mi labor literaria. En el Colegio Nacional tenía como celador a Miguel Brascó –dibujante y abogado-: era un poco mayor que yo y su cultura tenía bases más sólidas. Por ejemplo me enseñaba que la palabra ‘azul’ no había que usarla…ya lo había hecho Darío… después comencé a vivir el clima universitario. Mi padre lo era. Esto influyó mucho en mi formación. Recuerdo junto a él, con mi hermana íbamos a un laboratorio donde el doctor Damianovich mostraba un tubo de goma y después de no se sabe qué pases mágicos, lo convertía en vidrio. Eso me maravillaba. Quizá por lo mismo inicié estudios de química y matemáticas. Pero cuanta carrera universitaria comenzaba la dejaba inmediatamente.

En el 45, siendo mi padre vicedecano y decano Babini en la facultad de Química, hubo un lío tremendo y pusieron presos a todas las altas autoridades. Mi padre mandó a cerrar la facultad y poner la bandera a media asta. Mientras acompañábamos a los presos hasta el celular nos molieron a palos. Mi padre estaba en una casa que quedaba en la acera de enfrente al edificio universitario. El lugar estaba ocupado por la policía. Recuerdo que lo ví cruzar la calle con una gran emoción, pero no le hicieron nada. En el clima de la adolescencia aquel hecho fue muy significativo: tuve una real sensación de riesgo, sensación que en este país no he logrado perder…"

[Del libro
Hermano, Paco Urondo]

La estoy mirando de espaldas, sacudirse en un estremecimiento, de seguro que hoy han regresado esas lágrimas. Mientras, siguen fluyendo los recuerdos de Ángela como río que busca desembocadura: Le entregan los padres de adopción una foto de ella en los brazos de Alicia y el testamento de Paco, en el que se ve reconocida como hija legítima y heredera de los derechos de autor de sus libros. Inicia la búsqueda de los Urondo; por fin, el encuentro en 1987: -Así que vos sos mi hermano. ¿Y por qué se te ocurre venir acá después de veinte años? La respuesta entrecortada de Javier, el hijo sobreviviente de Francisco y Graciela, la primera esposa de su padre: -Ya vamos a tener tiempo para charlar... Y la invitación al cumpleaños de Josefina, su sobrina de estreno, en donde Ángela también podrá abrazar a Nicolás, uno de los hijos de Claudia. A partir de entonces las frecuentes reuniones en familia, tres o cuatro veces por semana.

La joven concluye su tarea de homenaje, estira las rodillas, se sacude la tierra de las manos, y corta de sopetón los sollozos: sólo permitirá que la marea de dolor siga bañando sus playas íntimas. Íntegra por fuera, trae a su memoria la carta hallada entre los papeles del abuelo Francisco Enrique: "A menudo hablamos, decimos muchas cosas, pero no hacemos nada y envejecemos en años o en espíritu que es peor". La está volviendo a leer para sí, y como si se apropiara del impulso con que su papá Paco, llegada la ocasión, se separó del suyo para tomar un derrotero individual, las palabras brotan con su voz propia, la de Ángela Urondo: "Por lo tanto, amigo mío, quiero decirte qué yo quiero: pensar, decir y sobre todo hacer. Hacer qué, me dirás. Es difícil y es fácil explicarlo. Se sintetiza en una palabra: vivir".

ESCRIBIR ES ESCUCHAR

"¡Abran, carajo, o se la echamos abajo!", rima y ruge la multitud que empuja el portalón de Devoto. Es la noche en que el gobierno militar de Alejandro Lanusse debe entregar el poder al Frejuli y el pueblo espera la confirmación inmediata de una Ley de Amnistía para los presos políticos. El júbilo ha filtrado por las paredes hacia el corazón del precinto y los reclusos arman su motín, tomando las plantas del edificio y permitiendo que las celdas se intercomuniquen; al tiempo que la guardia impotente, roñosa, los agrede bombeando agua encima de ellos.

La situación es propicia para el encuentro de Francisco con los únicos sobrevivientes de la masacre de Trelew. Desde la noche anterior, la del 24 de mayo, el poeta y periodista pone oído a las palabras de Alberto Miguel Camps, Maria Antonia Berger y Ricardo Rene Haidar. En medio de un clima por igual tenso y festivo, los cuatro conservan la serenidad, a cada tanto achican el agua que inunda el cubículo, y absortos se envuelven en un diálogo que no concluirá hasta entrada la mañana del día siguiente.

"En la cárcel, sin esperarla, volvió la literatura (...) Allí fue más cierto que nunca que escribir es escuchar", dirá Walsh de este episodio. Cuando Rodolfo, Bonasso, Galeano y otros amigos se le encimen a la salida del penal, llevará Francisco bajo la axila, las cintas grabadas que van a convertirse en las 142 páginas de La patria fusilada. El libro que saldrá en agosto de 1973, un año exacto después de los sucesos que en él son narrados por los tres protagonistas que, increíblemente, hurtaron sus alientos a la muerte. La historia de 19 integrantes de las FAR, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y los Montoneros, ametrallados en represalia por la acción guerrillera conjunta que propició una fuga masiva de combatientes. El libro que ha sido comparado con Operación Masacre aunque, a diferencia de Walsh, prescinda Urondo del tratamiento ficcional y opte por la desnudez dramática del relato del testigo, de "la conciencia ocular sin la cual la historia sólo sería guerra y mudez".

"Poética en griego quiere decir acción, y en este sentido no creo que haya demasiadas diferencias entre la poesía y la política", había dicho Paco; y su detención tuvo lugar el 14 de febrero, en un chalet alquilado por él para que se efectuaran ahí las reuniones en que las FAR y los Montoneros planearían la opción de unificarse.

La patria fusilada será, pues, el digno corolario del escritor militante a tres meses pasados en prisión, que levantaron en Argentina no pocos vientos de polémica. Hubo quienes lo acusaron de asumir el papel de héroe para aumentar la tirada de sus libros, y otros que subestimaron su compromiso político hablando de "imaginación desenfrenada" o "exhibicionismo narcisista". El escritor santafesino Juan José Saer lo defendió: "El poeta ha de aportar, contra viento y marea, oponiendo a la mesura oportunista de la política, la exigencia de lo imposible".

Más ningún argumento a su favor será mejor que la actitud asumida por el propio Urondo en la cárcel. Cuando la Asociación de Periodistas de Buenos Aires, o el Comité de Solidaridad conformado en París por las firmas ilustres de Sartre, Simone de Beauvoir, García Márquez, Marguerite Duras, Passolini, Semprún, reclamaron al gobierno la libertad del escritor, él fue riguroso consigo y no aceptó prebendas que lo distinguieran del resto de los presos.

Entre quienes acudieron a verle en Devoto estuvo el autor de Rayuela, llevándole un obsequio recibido de manos de Salvador Allende. Paco tomó el habano y se lo pasó a Ponce, el compadre de celda y viejo militante ferroviario.
 

LA PURA VERDAD

Cuando estuvimos desesperados, alguien
contó la historia.
"Del otro lado"


El libro de los juicios. Experiencias, debates y testimonios sobre el terrorismo de Estado en Mendoza. Varios autores.(Ver página 93/Homicidio de Francisco Urondo, desaparición forzada de Alicia Cora Raboy). Prólogo de Horacio Verbitsky. llustraciones de Angela Urondo. Universidad Nacional de Cuyo, 2016. Clic para descargar

El traslado de Francisco a Mendoza por la conducción de Montoneros es recibido por sus amigos y familiares como un anuncio fatal. Tras el golpe de Videla del 24 de marzo de 1976, la persecución desatada contra los peronistas descabezó al movimiento en esa región, encarceló a muchos de sus miembros y desperdigó a los sobrevivientes. A Urondo le asignan la misión de reorganizar a los militantes y asumir la dirección .

Walsh toma esto como una decisión injusta, cree que Paco no debe aceptar; pero Urondo insiste en mostrarse optimista y se entregan en un abrazo fraterno, interminable: el último, ambos lo intuían. Francisco Enrique, su padre, y la hermana Beatriz le ofrecen dinero para que salga del país. Él responde sin dudar: "No soy de los que se van".

Vicente Zito Lema lo encuentra por la calle, conversan sobre filósofos griegos; él no sabe nada de la partida inminente, pero se huele algo raro, porque a Paco le falta su risa. Es el mes de mayo de 1976. Preocupados por su futuro, Campa, Verbitski, Jauretche, Mangieri, compadres de la clandestinidad, alzan con Urondo la copa de vino de la despedida. Graciela Murúa recuerda que él, nacido el 10 de enero de 1930, a cada rato decía: "Me voy a morir a los 46 o 47 años".

Un Renault 6, azul celeste, marcha en la tarde del 17 de junio hacia una reunión de montoneros en el departamento Guaymallén. A bordo del coche van: Paco al volante, Alicia al lado con la bebé acurrucada, y una militante que se hace llamar La Turca en el asiento posterior. Viajan cautelosos, la situación es de emergencia, un par de compañeros cayó en manos del enemigo y temen que "se hayan quebrado".

Dentro de un Peugeot, color sangre, apostado en la calle Guillermo Molina, La Turca divisa a uno de ellos, que se tapa la cara al verlos pasar. "¡Rajemos. La cita está cantada!", le grita a Paco. Ellos aceleran, mientras el auto rojo se lanza a perseguirlos. Urondo empuña un revólver y le da a La Turca una pistola. Para cubrir la fuga, los dos armados apuntan hacia atrás. La respuesta de fuego de la policía hace al chofer bambolear el auto, en un intento de evitar los impactos. Alicia pone a Ángela en el piso para resguardarla. Llegados a la intersección de Remedios, Paco cruza con el semáforo en rojo y embiste a un rastrojero, que queda obstruyendo la calle.

La fugaz esperanza de escape se diluye cuando el móvil policial evita el obstáculo y se coloca enseguida a diez metros escasos de los fugitivos. Las ráfagas de ametralladora destrozan el trasero del Renault y disminuyen su velocidad. En el interior se han quedado sin municiones; de contra a Urondo una bala le desgarró el costado izquierdo y una 9 mm atraviesa las dos piernas de La Turca. Paco frena el auto justo delante de un taller de electricidad y le exige a las mujeres: "¡Rajen ustedes!". Alicia se percata de que su esposo ya mordió la pastilla de cianuro que guardaba para no ser atrapado con vida, y lo recrimina: "Pero, papi, ¿por qué lo hiciste?"

Dos hombres que laboran en el taller serán testigos del final de la contienda. La Turca se desangra, cojea y desesperada exclama: "¿Por dónde me escapo?". Carlos la guía por un callejoncito y la ve escurrirse luego de brincar una tapia bajita. Alicia llega ante Miguel Canela, le entrega la niña y corre hacia el interior del local. Más por ahí no encuentra salida, la policía la atrapa y se la lleva aporreándola. También cargan con la nena, que se la arrebatan a Miguel de los brazos.

El jefe del Cuerpo de Patrulleros se ocupa de Urondo, que está tendido dentro del vehículo, moribundo. Carlos ve cuando lo sacan por los pelos y le dan el tiro de gracia en la frente. "Ya está", dice uno de los militares. "No, qué va a estar...", responde otro y patea la cara del caído. Llega otro más, y completa la alevosía incrustando la culata del fusil en la cabeza del muerto.

FUENTES CONSULTADAS
Bonasso, Miguel: Diario de un clandestino, Planeta, Buenos Aires, 2000.
Montanaro, Pablo: Francisco Urondo. La palabra en acción. Biografía de un poeta militante, Ediciones Homo Sapiens, Santa Fe, Argentina, 2003.
Urondo, Francisco: Poesía, Casa de las Américas, La Habana, 2006.
Urondo, Francisco: Trelew, Casa de las Américas, La Habana, 1976. (Edición cubana de La patria fusilada, Editorial Crisis, Buenos Aires, 1973).
Walsh, Rodolfo: Ese hombre y otros papeles personales, Seix Barral, Buenos Aires, 1996.

Fuente: www.caimanbarbudo.cu

Niegan que Urondo haya tomado cianuro

(Mendoza, Diario Los Andes, 29/06/11). El juicio por la muerte del poeta, periodista y militante montonero Francisco "Paco" Urondo, continúa en los Tribunales Federales. Ayer declaró el médico forense que hizo la autopsia al cuerpo del escritor, Roberto Bringuer, y sostuvo que la causa de la muerte fue un fuerte golpe en la cabeza. Aseguró que el instrumento utilizado, de acuerdo a las lesiones que verificó, puede haber sido o un martillo o un cachazo de pistola.

Del mismo modo echó por tierra la hipótesis de que la causa de la muerte fuera una cápsula de cianuro, por lo que también derribó la hipótesis del suicidio para evitar torturas y delación de compañeros de militancia.

"Las vísceras de muerto por cianuro despide un olor muy similar al de las almendras amargas de uso industrial. Esto no fue detectado", explicó. El cadáver de Urondo ingresó al Cuerpo Médico Forense a las 22.15 del 17 de junio de 1976, a casi cuatro horas de ocurrido el deceso en la esquina de Tucumán y Remedios de Escalada de Dorrego.

El forense, que se jubiló hace poco más de tres años como jefe del cuerpo, explicó que Urondo tenía una herida en forma de estrella ubicada en la parte superior del occipital. Ese golpe provocó una contusión craneoencefálica que le provocó la muerte. Urondo tenía morado uno de sus párpados.

Bringuer explicó que los traumatismos como el que provocó la muerte al poeta, suelen provocar esas marcas en uno o ambos ojos.


La voz de Paco Urondo - La vida por delante. Grabación de 1967

Diario Los Andes, 29/06/11


Urondo y la pastilla

Por Horacio Verbitsky

A 35 años de la muerte de Francisco Urondo, el juicio que se realiza en Mendoza demostró que su muerte se debió al culatazo en la nuca del policía Celustiano Lucero, que le hizo estallar el cráneo. La autopsia de sus restos desmiente la versión creída hasta ahora de que el poeta y guerrillero se tomó una pastilla de cianuro para suicidarse. El 17 de junio de 1976, Urondo fue emboscado por la policía mendocina, subordinada al Ejército, en una cita cantada. Conducía un pequeño automóvil Renault 6 en el que lo acompañaban su mujer, Alicia Raboy, su hija Angelita, y su compañera de militancia René Ahualli, La Turca. Angelita tenía once meses y Alicia nunca fue liberada con vida, por lo que el único testimonio sobre lo ocurrido dentro del auto fue el de La Turca. Al declarar ante los jueces mendocinos, Ahualli contó que luego de una persecución en la que ella y Urondo agotaron las municiones de la pistola y el revólver que llevaban como únicas armas, Urondo detuvo el vehículo que conducía, les dijo a sus acompañantes que acababa de tomar la pastilla y las instó a huir. “Por qué hiciste eso, papi”, dijo Alicia, quien tomó a la beba en brazos y escapó, junto con La Turca, quien estaba herida en una pierna. Los policías se dividieron en tres grupos, detrás de cada una de ellas y en torno de Urondo, a quien golpearon en la nuca con la culata de un fusil. Ahualli ingresó en una vivienda, escapó por los fondos y subió a un trolebús que pasó por la esquina en la que seguía detenido el auto de Urondo y pudo alejarse sin que la detectaran. Alicia intentó hacer lo mismo luego de entregar la bebita a un vecino, pero no encontró una salida y fue detenida por los policías que la perseguían. La bebita fue derivada por la justicia federal como NN a la Casa Cuna intervenida por un coronel. De allí la recuperó su abuela materna, Teresa Raboy, antes de que la entregaran a una familia militar. Beatriz Urondo consiguió que los militares le entregaran el cadáver de su hermano. En las audiencias de esta semana, el médico forense Roberto Edmundo Bringuer, declaró ante el tribunal que, de acuerdo con la autopsia que hizo el 17 de junio de 1976, Paco murió por un traumatismo encéfalo-craneano, con hundimiento de cráneo, que no había ninguna herida de arma de fuego ni esquirlas de proyectil ni presencia de ningún veneno. Bringuer, quien se jubiló como profesor titular de medicina legal en la Universidad de Cuyo y como director del Cuerpo Médico Forense, explicó que el hundimiento del cráneo, de 3 centímetros de longitud pudo haber sido con la culata de un arma de fuego. En las personas muertas por ingesta de cianuro el cadáver se ve muy rosado, como si hubiera tomado sol, y el jugo gástrico presenta un fuerte olor a almendras. Nada de eso ocurrió en este caso, dijo. Tampoco se observó la rigidez característica en muertes por estricnina. Un médico policial le pidió que dijera que había heridas de bala, pero el forense se negó: “¿Qué querés, que yo mienta? Si no hay proyectiles”. La conclusión es que Paco eligió ofrecerse como blanco para sus perseguidores y mintió que había tomado la pastilla porque de otro modo La Turca y Alicia no hubieran tratado de escapar con la nena. Los juicios se constituyen de este modo en un valioso medio de reconstrucción histórica, que derriba mitos y precisa los hechos.

03/07/11 Página|12
 


 

Recuerdo de Francisco Urondo

Por Angel Rama (1977)

[Prólogo a "Los pasos previos"]

Sabido es cuánto tardan las naciones en reconocer los méritos de quienes combatieron en el bando de los derrotados. Sabido es que la historia la escriben los vencedores, mientras conservan ese rango. Sabido es, sin embargo, que existe la eventualidad de una verdad que desdeña esos exclusivismos y tiende a la virtud y al valor e incluso a la autenticidad y la pasión que se ha puesto al tablero de la vida. Fue necesario un siglo para que el pueblo venezolano volviera a apropiarse de Boves; ha pasado un siglo sin que los argentinos lleguen a un acuerdo para repatriar los restos de Rosas.


La voz de Paco Urondo - Otra cosa. Grabación de 1967

Todo eso es sabido. Y es aceptado sin rebeldía. Es la vida, decimos, levantando los hombros. Más difícil me es aceptar el silencio que desde hace meses viene rodeando la muerte en la Argentina de Francisco Urondo. Silencio cargado de la incomodidad de unos, de la culpabilidad de otros y que alguien debe romper. Porque Francisco Urondo no fue asesinado por las bandas fascistas, ni desapareció de su casa, ni fue ilegalmente torturado; no, en su caso no concurre ninguna de las coartadas del espíritu liberal. Su muerte nos pone desnudamente frente a la realidad de la guerra civil, cuya existencia hay que aceptar, gusten o no los bandos enfrentados: es el reconocimiento de una contienda fraticida con la carga suma de odio y de dolor de esos enfrentamientos.

Como dicen los partes militares, Francisco Urondo murió en el campo de batalla. Murió en acción, como integrante del ejército montonero y con él, en la misma línea de fuego, su mujer. Eso dijo el comunicado de los derrotados; los vencedores no han dicho palabra. Sé que él no es distinto de tantos otros, especialmente jóvenes, que han muerto en idénticas circunstancias últimamente; así esa abrumadora sucesión de los hijos de los intelectuales y artistas más importantes del país, inmolados unos tras otros en un modo sobrecogedor. Si hablo de él no es por prejuicio mandarinista. Por ser un escritor, él fue capaz de desarrollar un pensamiento, mostrar en vilo una sensibilidad, permitirnos comprender algo de su destino. No me gusta la aclaratoria de que no compartía su línea política y en especial sus métodos, porque eso es también una coartada. Quien lo sepa bien, y quien no lo sepa, bien también.

 
Homenaje

Una ficha diría: Tenía 46 años, había nacido en Santa Fe. Era poeta, narrador, había incursionado en el ensayo y el teatro, pero con fervor había sido siempre periodista. Ya con Breves, su tercer libro de 1959, está el poeta formado, pero sólo en la década del sesenta, con Nombres, Del otro lado, Adolescer, percibimos el acento propio dentro de esa antipoesía áspera, tanguera, sentimental, que también cultivaron Gelman y Fernández Moreno entre otros. Esa sí que fue una década espléndida: dos libros de narrativa, un exitoso estreno teatral (Sainete con variaciones), un ensayo beligerante (Veinte años de poesía argentina), pero más que la escritura, el furor de vivir, el descubrimiento de la revolución cubana, la incorporación tumultuosa al peronismo de izquierda, el gran "amok" que lo llevó a la cárcel de donde el pueblo alzado lo sacó para llevarlo dirigir los estudios literarios de la Universidad. Por entonces, el jurado del concurso La Opinión-Sudamericana recomendó la publicación de su novela Los pasos previos, que definió así Rodolfo Walsh: "Una crónica tierna, capaz que dramática, de las perplejidades de nuestra intelligentzia ante el surgimiento de las primeras luchas populares". Parece que estuviéramos contando el modelo intelectual de los sesenta en toda América.

La novela se publicó en 1974 pero recién ahora la leí. Quizás por el estéril esfuerzo de dialogar con alguien que conocí, que ví arder, y con quien no hablaré ya. La concluí y sin detenerme comencé a leerla otra vez. No pienso que sea una gran obra, pero es un documento sobre nuestras vidas que desde esta orilla resulta alucinante. Es simplemente la historia -fiel, sumisa, leal, cotidiana- de la incorporación del equipo intelectual latinoamericano a la lucha revolucionaria en la década anterior. Su tema central es un incesante debate, a través de cafés, teatros, conferencias, camas, garitos clandestinos, de las razones y sinrazones del alzamiento armado. Demasiada gente y de la mejor que teníamos se perdió en esa lucha como para que pueda pasar indiferente por esta historia: está excluido el torpe desdén, pero también la exaltación romántica del héroe (salvo para los muy adolescentes, sea cual fuere su edad física) y por momentos, cuando uno se abandona emocionalmente a esta evocación, puede sentirse que el solo hecho de seguir viviendo es indecente.

Leída desde la perspectiva de la derrota de esta batalla (no de esta guerra) se altera todo su sistema de significación: se lee como el diagrama de una gran equivocación, como el comportamiento extraviado de una razón que no atinó a medir la realidad, como el pecado hijo del irrealismo cuando no del idealismo. Pero todo eso, los pro y los contra, las prevenciones del realismo y las exaltaciones de un idealismo que desciende directamente de la educación tradicional, está previsto en las páginas malrauxianas de la novela. Los diálogos del protagonista Mateo con el viejo militante Rinaldi se adelantan a nuestros argumentos. Ese joven, que es un intelectual promedio, que quiere la justicia de inmediato, que poco sabe del pueblo y menos de las teorías marxistas, que es arrastrado por su idealismo sin poder conmover a la burguesía de la cual procede, ese hombre que duda y quiere y tiene miedo, de pronto se trasmuta en el alzado en armas sin saber cómo ni dónde, en medio de paisajes de pesadilla, y es sin duda el justo y es también el cordero del sacrificio que avanza hacia la fatalidad. Si no se le puede acompañar, tampoco se le puede combatir. En estos "pasos previos" muchos podrán avizorar los "pasos últimos", sin necesidad de apelar a la "crítica de las armas" que Debray opuso a su anterior "revolución en la revolución".

Pero la emoción de esa figura que avanza o es arrastrada al sacrificio quizá no sea un rezago romántico sino un anticipo de una nueva solidaridad humana, lo que, como el paradigma fáustico de Goethe, hasta en el error contribuye al futuro.

"El Nacional", Caracas, 04/01/77

Fuente: Los pasos previos, Francisco Urondo (1974), reeditado 1999 por Adriana Hidalgo Editora.

Juan Gelman sobre Paco Urondo

Ilustración: El Tomi (Télam)

Para Paco nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de escritor. En sus poemas se puede ver la profunda unidad de vida y obra que un autor y sus textos pueden alcanzar. No hubo abismo entre experiencia y poesía para  Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez.
 
En 1975 junto
con Rodolfo Walsh se pone a trabajar en la confección de una respuesta al golpe militar que se veía venir. Dicho plan no apuntaba a un improbable freno al golpe sino a una respuesta orgánica que dificultara el despliegue inicial de los militares en las primeras 48 horas. El documento fue llevado a la dirigencia de la organización, la cual nunca llegó a ejecutar la propuesta de los compañeros sino que implementó otro plan de operaciones, para el cual no fueron llamados a discutir ni Walsh ni Urondo. Por consiguiente la prensa montonera siguió funcionando como si hubiera un futuro electoral: pensando en una revista ¡e incluso en un diario!  Esto, naturalmente, traía como consecuencia la necesidad de mantener más o menos congregado un aparato importante, con grandes locales, imprentas, etc. Un blanco terriblemente fácil para el enemigo.

En mayo de 1976, la organización, decide trasladar a Paco a Mendoza. Un error según opiniones actuales y contemporáneas, ya que dicha provincia desde 1975 era una sangría permanente. El 17 de junio, en un contexto de derrota, cae Francisco Urondo como consecuencia de una cita envenenada.


Relato de Angela Urondo sobre la muerte de su padre

El compañero y amigo Rodolfo Walsh, así relata el momento: "Hubo un encuentro con un vehículo enemigo, una persecución, un tiroteo de los dos coches a la par. Iban Paco, Lucía con la nena y una compañera. Finalmente el Paco frenó, buscó algo en su ropa y dijo: "Disparen ustedes". Luego agregó "Me tomé la pastilla y ya me siento mal". La compañera recuerda que Lucía dijo: "¡Pero papi, por qué hiciste eso!" La compañera escapó entre las balas, días después llegó herida a Buenos Aires. 

También luchó contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito.

Palabras

Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en la memoria pública. El plazo está más que cumplido para ese gran poeta que fue –que es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura militar un día de junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro inédito, Cuentos de batalla, que se perdió en la noche genocida. Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco escribió hasta el final, en medio de tareas, urgencias y peligros de la vida clandestina. Para estos pilares de la literatura nacional nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la escritura. Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan las polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la Revolución en su escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden alcanzar.
No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso v sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.
Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel– le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio que más amaba. El había escuchado el reclamo de Rimbaud: "¡Cambiad la vida!". Estaba convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está, escribió. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito.

Juan Gelman

Francisco Urondo, la poesía puede más que la muerte

Por Vicente Zito Lema

I. Los escritores que la dictadura se llevó

¿Dónde está aquel libro que decía todo el agua del océano será poca para lavar una sola mancha de sangre intelectual? ¿De qué biblioteca allanada en perversa oscuridad por el odio o el miedo, de qué casa de infancias y recuerdos que ya no serán sepias ni olerán a jazmín, de qué despedida breve, de qué naufragio sin costas, de qué huida a los tumbos, de qué cuerpo que se destierra pero no se va, de qué valija por el suelo en un puerto de ultramar y sin respuestas, de qué abrigo mal abierto en una cárcel del sur o en una comisaría para extranjeros en el norte, de qué mano temblorosa que se despide, de qué ojos cerrados porque el dolor es mucho, de qué ultraje, de qué aullido, de qué sueño celeste o pesadilla negra y tumefacta, de qué vida que se hizo muerte fue quitado sin piedad ni regocijo aquel libro que decía toda el agua del océano será poca para lavar una sola mancha de sangre intelectual? ¿O nunca existió ese libro y esas palabras para aferrarse en plena tormenta y desvarío? ¿O no fue de tantos y por años esa mancha que no lavarán las aguas ni secará el viento del este ni el sol rojizo del desierto? ¿O ya no se ve esa mancha áspera, quejida, esa mancha en las calles, en los muros, en la conciencia?

¿Cómo escribirás, Francisco Urondo, en la noche sin resquicios? ¿Necesitás una luz de amor?
¿Cómo escribirás en la noche sin finuras? ¿Necesitás una luz de belleza?
¿Cómo escribirás en la noche sin término? ¿Necesitás una luz de esperanza?
¿Cómo escribirás en la noche callada? ¿Necesitás una luz de alegría?
¿Cómo escribirás en la noche vacía? ¿Necesitás una luz humana?
¿Cómo escribirán Paco y todos ustedes, mis queridos amigos, caídos en la noche sin olvidos ni socorro, mis compañeros en la ardua tarea de cazar palabras, ahora que la antigua piel de Dios está cubierta de sangre?


II. Alguien nos espera al final del camino


Notas de Walsh y apreciaciones críticas de un sector sobre la conducción de Montoneros (1979). Incluye una nota sobre Paco Urondo.

Me golpeó fuerte, en la nuca, lo de Paco. Estaba en la redacción de Crisis, un compañero lo dijo, me quedé mirándolo. Anocheció pronto, no se vieron los pájaros del presagio ni la caída de una estrella fugaz. Sólo el frío metiéndose en los huesos; era junio en Buenos Aires y la turba de asesinos, ya de uniforme, se alzaba contra la vida.

Caminé mucho, hubo paradas cortas para el ritual alcohol; no encontré a los que buscaba, nadie para ahuyentar la noticia o compartir el duelo. Recalé en el Bajo, aunque por entonces no era seguro, y me puse a borronear unas palabras. Dos años después, yo sobrevivía en un pueblito de Catalunya, lo borroneado se convirtió en un poema que probablemente no cambiará ninguna historia. Pero Paco sí, había cambiado la historia de muchos. Paco ahora, que se nos quedaba silencioso, había alcanzado la hondura de humanizar las palabras. Ya no se podía volver atrás y todo lo nuevo que se creara, hoy o mañana, se quisiera o no, lo tendría de referencia.

Eso lo tuve claro aquella noche de invierno en Buenos Aires, en un café desierto del Bajo.

En esos tiempos no nos veíamos mucho con Paco. Tampoco me arrogaré haber sido su gran amigo, como lo fueron Juan o Roqué, a quien tanto respetaba. Pero el cariño se notaba cuando nos encontrábamos, y estaba el haber compartido historias, por ejemplo la Universidad, cuando fue director y yo profesor en Filosofía y Letras, el trabajo periodístico, asuntos de la poesía y hasta las visitas que le hice en la cárcel, mientras estuvo preso en el 72.

Compartíamos, además, el gusto por la ginebra y las charlas de madrugada y una misma fascinación por el teatro y las actrices. Y la política, claro. En los años 60 una generación comenzó, sin saberlo bien, aunque sin timideces, a soñar un gran sueño. Estábamos marcados a fuego por la Revolución Cubana, mejores o peores discípulos del Che y de su ética, de Camilo Torres y su pasión concreta; además, enamorados fieles de Evita, teníamos a los sacerdotes tercermundistas por amigos, Marx y Ho Chi Minh en la cabeza, la resistencia peronista en el corazón y el tango nos había dado el culto de la amistad y la melancolía.

¿Quién de nosotros, lectores de Lautréamont y Artaud, Maiakovski y González Tuñón, Cortázar y Marechal y el más cercano Walsh, y que visitábamos a Juan L. Ortiz en su casita frente al Paraná con espíritu asombrado, no había soñado convertirse en un poeta de la revolución?

Despreciábamos, dentro de la jungla literaria, tanto a los que se amparaban en el arte por el arte, en los juegos de palabras, en la pura reflexión o en la sensibilidad pasiva, como a los que pretendían escribir para el pueblo desde una distancia impoluta, sin riesgos vitales, bajo la protección de las momias de un partido y casi siempre apelando a la más grosera desvirtuación del realismo socialista.

Lo nuestro quería ser distinto. Buscábamos combinar la mejor poesía –sin privarnos de ninguna posibilidad creativa, sin atarnos a comisarios culturales ni a la sacrosanta estética– con una experiencia concreta, cotidiana, que nos mojara el cuerpo y nos hirviera el alma como si fuéramos los fogoneros del tren a las estrellas. La cosa era: entregarse sin retaceos, sin clemencias ni usuras al cambio de la vida y la sociedad.

Había que ganarse el derecho a ser poeta, y a guardar un espacio para la poesía, en el mismo foco de la revolución. Posible o no, contradictorio o coherente, era un profundo desafío que nos movilizaba. Y de pronto la realidad era Paco, perseguido por las calles de Mendoza, queriendo la libertad a tiros, tomándose una pastilla de cianuro, rematado, aún vivo, indefenso y con los ojos abiertos, por unos malandras que le metieron dos balazos en la cabeza, después que él, Paco, cubriera la retirada de una compañera y de su mujer que se llevó a la pequeña Ángela, la hija nueva del viejo Paco, quien se quedó adentro del coche con un revólver sin balas en las manos y que también había escrito varios de los mejores poemas de nuestra época.

La muerte de Paco. El primer poeta que caía en combate frente al enemigo de siempre. Y la revolución lejos, más lejos que nunca todavía. Era el invierno del 76, crecían la derrota, la muerte, los desaparecidos, la cárcel, el destierro. Paco se había convertido en un descarnado anuncio.

Recuerdo que me fui de aquel café del Bajo con la ginebra y la tristeza a paso lento hasta mi casa. Y me entregué como un ángel o una bestia –ya no sé y quizás tampoco importa la diferencia– a la mujer hermosa y distante que me esperaba. Siempre sucedía así. Se perdía un compañero y uno se aferraba al amor, si lo tenía, o a la aventura breve que se creía eterna –y acaso lo fuera– para poder sentir que estábamos vivos, que seguíamos siendo jóvenes y fuertes y bellos, capaces de mirar al mundo con los ojos del sueño. Lo cierto era que la flecha del destino se había lanzado y los dioses pasaban a mostrarnos su rostro amargo.

Han pasado los años. ¿Qué de nosotros y del gran sueño? La poesía de Paco que avivaba aquel sueño no ha perdido su frescura. Mantiene esa honda música que anuncia la mañana. De la revolución se dirá, y acaso con razón, con la razón que se sustenta en el horror padecido, que nuestra generación, por pecar de romántica y aventurera, por terribles errores de concepción y de método, la hizo retroceder en el tiempo y en la conciencia social. La historia sanciona sin pudor ni piedad a los que pierden, y el proyecto de nuestra generación fue destruido. Acepto las críticas de los otros y mis propias pesadillas. Pero tampoco renuncio al orgullo de decir que en la época en que fue posible soñar a lo grande, fuimos tremendos soñadores, y quienes no soñaron entonces –y ahora hablan y miran desde la soberbia del culo sentado que nunca se equivoca porque no mueve el culo– es porque vinieron a esta tierra para arrastrarse y no soñar. O quizás, simplemente, porque más allá del discurso, sus intereses y real ideología se confunden con los que han sido y serán nuestros enemigos de clase. Esos que han hecho del país una tierra baldía y de la vida una dura tristeza que se renueva. Sí, pienso en lo que escribió, en lo que hizo y hasta la forma en que Paco eligió la muerte, y siento por él, y por tantos otros de nuestra generación, emoción y orgullo.

Así de simple.

Desde que volví al país me encontré varias veces con Javier, el hijo de Paco. Noches pasadas me contó cosas que yo no sabía o quizás había olvidado. La compañera que estaba en el coche con Paco logró salvarse. La mujer de Paco fue detenida y está desaparecida. Ángela, la nenita, ha sido recuperada y ahora vive en La Pampa con los abuelos maternos. La hija mayor de Paco, y también su marido, fueron secuestrados a los pocos meses y tampoco se tiene de ellos la menor noticia. En cuanto a Paco, está enterrado como NN en la bóveda familiar, en Merlo, y las autoridades no han dejado siquiera poner una placa con su nombre. Antes de morir, meses antes, hizo un testamento. Reconoció a su hija pequeña, a quien no pudo darle su nombre por ser un perseguido, y dejó, como única herencia, los libros que había escrito.

En estos nuevos y confusos días parece que un derrotado que viene del exilio, y que además no cree mucho en una democracia con presos políticos, con asesinos y torturadores sueltos por las calles, tiene muy poco para decir sin que lo muerdan los perros. Aún así me animo a sostener que Paco Urondo fue un real poeta de la revolución.

Estoy seguro de que habrá un tiempo en que su poesía y el gran sueño, por lo que vivió y murió, andarán armoniosamente de la mano.
Alguien nos espera al final del camino.

Post Scriptum: Escribí este texto, recién vuelto del exilio a la Argentina. ¿Qué hay de nuevo sobre Paco?

Poco a poco se han ido publicando sus poemas, aparecieron libros de investigación sobre su vida y un documental que se anima con su historia.
También hemos organizado un concurso de poesía –que a él le hubiera gustado–, que lleva su nombre, para los presos de las cárceles de la provincia de Buenos Aires.

Algunas aulas escolares lo recuerdan, igual que la placa que un muy pequeño grupo de amigos pusimos sobre su tumba una tarde de invierno en que, por supuesto, llovía.

 
Condena a los asesinos de "Paco" Urondo


III. El poeta y la poesía

Todo gran poeta nos instala en el secreto corazón de la poesía. Así sucede con Francisco Urondo. Sus poemas trascienden las meras formalidades del canon literario, la prisión discursiva del espíritu humano homologada como letra pura (esa extensión posmoderna de una ley más antigua, confusa y al final ni idealista ni pragmática, sino perversa, resumida en una de sus especies como el arte por el arte).

La poesía de Francisco Urondo llega a ser la voz del eterno desgarro de la criatura humana que se obstina en rescatar la belleza en los escondrijos más profundos de la verdad.

Dicho en otras palabras: aun en los tiempos de la muerte, o como en su momento dijera Rimbaud, «el tiempo de los asesinos» (hablo de una reproducción material de la existencia basada en la antropofagia y su filosofía del crimen de la pobreza), hay un bien, hay un amor y hay una necesidad de justicia que se corporizan desde la mirada del otro, del mí que yace en ti y que desemboca en sentir como propio el dolor ajeno (ese otro sufriente que, como escribió Rodolfo Walsh, al hablar de él habla también de nosotros, se socorre en nosotros...) y que necesita del deseo para convertir la mortificación en devenir dichoso.

Hay un deseo que anuncia la mañana del mañana y corporiza la poesía. Esa poesía que brilla –al igual que las utopías, los delirios y los secretos del alma– en los poemas de Paco Urondo, a través de su registro del «espacio de amistad» y del «espacio de amor». Esa poesía que acompañó su hermosa vida, marcada por las prédicas éticas y políticas de Ernesto Guevara (no se olvide lo que Urondo escribió sobre el Che y su militancia original en las Fuerzas Armadas Revolucionarias); esa poesía que finalmente dio sentido a su hermosa muerte.

Entiéndase: no digo que la muerte sea hermosa (la muerte no es más que una topía de muerte y es impensable desde la vida), digo que Francisco Urondo murió hermoso, resguardando hasta el final a las mujeres que amaba, a los compañeros con quienes luchaba y a los sueños que soñó y que siempre supo eran más que una ilusión, eran plena materialidad social que no deja de construirse, aunque sean agónicos los retrocesos y se tiña el horizonte de sangre.

Otra vez la poesía, a la que también acudimos en la hora del consuelo (¿o acaso no hay pena cuando traspasamos el umbral de los recuerdos...?).
Vemos a Francisco Urondo, instalado en un espacio paradojal: hay una materialidad extrema de lo público, urdida por una conciencia crítica que arde y lo quema, y a la par una subjetividad acrecida desde los vínculos amorosos, como un río del deshielo que recorre las mejores pasiones de la vida. Hay un viaje. Nace una aventura, que no se desmadra, contenida desde una ética de la responsabilidad.

De allí que los poemas y demás escrituras de Francisco Urondo –sus novelas, su teatro, sus guiones– tengan una generosa y a la par armónica capacidad de símbolo, y como muy pocos artistas en la América Latina llega a representar la épica de toda una época y la praxis liberadora de una apasionada generación que nunca dejó de buscar los cielos en la tierra, por más dura que fuera la porfía.

Buenos Aires, septiembre de 2006

"Si ustedes lo permiten,/ prefiero seguir viviendo": Urondo, de la guerra y del amor

Si ustedes lo permiten,/ prefiero seguir viviendo": Urondo, de la guerra y del amor, un nuevo libro de Nilda Susana Redondo.

Esos versos son el inicio del poema "La pura verdad" de Del otro lado, publicado en 1967. El poeta aquí se expone en su vitalidad y su erotismo, reafirma su convicción de que verá la revolución y la seguridad de estar alcanzando a percibir la potencia de la palabra. Quiere "sostener / esta victoria, este puño; saludar", despedirse.

Francisco Urondo nació en Santa Fe en 1930 y murió en 1976, en una encerrona que le hace la policía en Mendoza: en esa circunstancia ingiere la pastilla de cianuro que los combatientes de Montoneros llevaban consigo. El odiaba la posibilidad de que lo prendieran, lo torturan horrendamente y lo colocaran en la situación de delatar. Iba con Alicia Raboy, la hijita de ambos, Ángela, y otra militante montonera.

Rodolfo Walsh y Juan Gelman, sospecharon siempre que había sido enviado por la cúpula de la organización a Mendoza, a una muerte segura. La excusa habría sido una conducta "liberal" en el terreno del amor; la posible verdad, sus disidencias políticas con la manera de llevar adelante la prensa; y además su carácter de intelectual y las sospechas que eso sólo despertaba. Respecto de esto encontramos testimonios elusivos del propio Urondo, en una nota publicada en Crisis en 1974 y en su poema de la misma época, "Por soledades".

Urondo realiza un recorrido político que va desde su apoyo al gobierno de Arturo Frondizi, por lo que ocupa el cargo de Director de Cultura de Santa Fe hasta la inscripción en la lucha armada en 1970, en las FAR, de la izquierda peronista. Aquí ingresa llevado por su hija Claudia, quién le presenta a Carlos Olmedo. Concluye en Montoneros porque su organización, en 1973, se fusiona con aquellos. Durante los ‘60 es activo partícipe del proceso de radicalización revolucionaria de los intelectuales de clase media. Se forma en el marxismo con León Rozitchner, forma parte de las redes culturales organizadas en torno a Cuba, integra el Movimiento de Liberación Nacional; allí se debate intensamente qué hacer con el peronismo y con la lucha armada. Urondo finalmente optará por un guevarismo peronista ubicado en el nacionalismo revolucionario: tal la autodefinición de las FAR.

Este poeta había participado en los ‘50 del Movimiento Poesía Buenos Aires y en los ‘60 en Zona de Poesía Americana. Tiene una prolífica producción poética, la que continúa hasta su muerte con sus Cuentos de Batalla. Escribe cinco obras de teatro, una novela, dos libros de cuentos, ensayos referidos a la situación de la poesía; es autor de La Patria Fusilada: realiza este reportaje a los tres sobrevivientes de la masacre de Trelew de 1972, en la cárcel de Devoto, la noche anterior de ser todos liberados por el gobierno de Cámpora, en 1973.


Emisión del programa radial Atrapados en libertad por AM 530, La Voz de las Madres. Segundo programa 2009.
Más de la entrevista con Celedonio Carrizo. Recordamos las palabras de Beatriz Urondo (hermana de Paco) y Germán Amato (sobrino de Paco Urondo) sobre "La Patria fusilada". Entrevista a Rosana López Rodríguez (Razón y Revolución) sobre el Informe Trelew del Frente de Artistas, la COFAPEG y el Grupo de Poesía Barrilete de 1974. Compartimos la obra de Raymundo Gleyzer.

De Urondo hay poco dicho, pero sí fragmentaciones. En el presente libro se sostiene que no hay una línea divisoria entre el bohemio y el militante; entre el poeta y el combatiente; sino que el deseo erótico de Urondo y aún de su generación, se expresa también en su opción revolucionaria. Esta lectura se realiza a partir de los propios textos del poeta. Con lo que Paco confrontará es con la concepción de la familia como sustento del orden social. Pero en este sentido se emparenta con el cristianismo liberacionista o de base, porque el Cristo en que se referencian es el que dice que para seguirlo a él hay que dejar a la familia y enfrentarse el hijo con el padre.

De Urondo, como de su generación, se ha dicho que buscó la muerte. Aquí se trata de comprender la complejidad del concepto de la muerte que actúa en la época, de la cual el poeta es médium. Veremos muertes heroicas, las que tienen sentido por la vida de los otros, por la realización posterior de la revolución como la del poeta Javier Heraud en el Perú; malas muertes, muertes aturdidas, como la del propio Urondo, o la de Roque Dalton, matado por integrantes de su propia organización en El Salvador; muertes alienadas como la del personaje de la película de Urondo y Kuhn, Pajarito Gómez. Las muertes por los otros aunque los otros no mueran por él, como la del Che Guevara. Los que corren la suerte del agredido.

De la violencia, actualmente, se habla en abstracto, en general condenándola en nombre de la supuesta vida democrática y en los últimos tiempos, del principio "no matarás", de la Biblia, en la que hay tantas muertes y horrores que uno no puede terminar de representárselos. En el libro se analiza la perspectiva que tenía el movimiento revolucionario respecto de las diversas formas de violencia a las que podía recurrir el pueblo para resistir la violencia del Estado y del Capital. Se analiza esto sobre todo a partir de la novela de Urondo, Los Pasos Previos. Allí hay un riquísimo debate. Fundamentalmente se parte de la tesis de que el origen de la derrota popular estaría no tanto en la opción por la lucha armada sino, en el caso de Montoneros, en la alienación de la potencia del pueblo en manos del general Juan Domingo Perón, que en realidad defendía los intereses de la burguesía, y en nombre de ella actuó, enviando a la muerte a sus hijos, dilectos mientras pudo utilizarlos para que facilitaran su regreso a la Argentina.

Se trabaja desde una perspectiva de investigación que rompe con las esferas aisladas de las ciencias sociales: se concibe a la política, la estética, la ética, la literatura, la historia, como paridas en una misma matriz de realidad, por lo que escindir las fuentes periodísticas de las literarias, o las palabras y las cosas, los individuos de los fenómenos sociales, lo micro de lo macro no es el deseo de este trabajo sino al contrario. Se busca la interacción dialógica de los diversos discursos que preñan los textos de Urondo.

Urondo es el poeta de la revolución, pero es el poeta de las voces de los otros, quien tal vez más se sumerge en sus recorridos; a veces puede reconstruir un nuevo discurso desde los otros, como en su poema Adolecer, donde hay una ejercicio de restauración de la memoria como convocatoria mesiánica a los tiempos de la ira. Otras, aparece alienado en la voz de autoridad de su organización, como en el poema "Noticias". Pero fundamentalmente, lo que supo hacer es ser de los del pueblo, asumir su voz sin por ello dejar de conocer que "futuro y memoria se vengarán algún día" de su afán de ser él mismo.

Se recorre aquí cuáles son los rastros ideológicos de su perspectiva, cómo se articulan peronismo, guevarismo, marxismo, cristianismo. Cómo a la vez están presentes las corrientes marxistas humanistas, con los Manuscritos Económico-Filosóficos de Marx y las corrientes antihumanistas de Althusser.

Y se destaca el debate respecto al rol de los intelectuales en la revolución. La incorporación de Urondo a las FAR también está vinculada con el rol protagónico que esta organización asigna a los intelectuales. Pero no a los intelectuales individualistas, "grandes pajarotes"- esos a los que no quería parecerse Urondo-, producto de la jaula invisible con que los encierra el sistema de poder, sino a los intelectuales descentrados, capaces de mantener su voz crítica dentro de las nuevas organizaciones que se construyen, a la vez que generan nuevas formas de pensamiento, nuevas percepciones, nuevas realidades.

Nilda Susana Redondo

*Nilda Susana Redondo es oriunda de Santa Rosa, La Pampa. Estudió letras. La dictadura le impidió ejercer la docencia "por difundir ideas antiargentinas y hacer conocer autores de ultraizquierda".

Ha desarrollado amplia militancia por los DDHH, y en los terrenos político y gremial. Es directora de un colegio secundario; en la UNLPam, trabaja en las cátedras de Literatura Argentina II y en la extracurricular Ernesto Che Guevara. Participa en proyectos de investigación en la misma universidad.

Publicó Poemas de amor y rebeldía (1994); El compromiso político y la literatura: Rodolfo Walsh (2001) y Haroldo Conti y el PRT. Arte y subversión (2004). Estos dos últimos trabajos de investigación conforman un cuerpo con el presente libro porque se plantean continuar los debates político-ideológicos, éticos, estéticos y culturales de los ‘70. Ha protagonizado numerosas conferencias y paneles con este fin.

Recordando a Paco Urondo

Por Luis O. Saavedra*
Hipotesis

Próximamente se cumplirán 29 años del asesinato de Francisco Reynaldo "Paco" Urondo en Guaymallen, Mendoza.

No ha sido muy difundido, lamentablemente, que Paco nació en Santa Fe el 10 de Enero de 1930. Fue poeta, periodista, académico y militante, dio su vida luchando por el ideal de una sociedad más justa. Fue un poeta excelente, exquisito, de aquellos que dejan siempre una impronta en lo que escriben.

En euskera, lengua vasca y raíz de su apellido, la palabra ur - ondo significa agua buena. Paradoja de la ciudad de Santa Fe, ciudad rodeada de agua, que se olvidó de recordar a su hijo, a Paco Urondo, a Paco del agua buena.

Paco fue padre de tres hijos, Claudia y Javier, santafesinos e hijos de su unión con Graciela "Chela" Murua, y nacidos el 14 de Abril de 1953, y el 27 de Noviebre de 1957, respectivamente.

Angela, su tercer hija es fruto de su unión con su compañera asesinada junto a él en Guaymallen, Mendoza, el 17 de Junio de 1976, Alicia Raboy. Angela nació el 30 de Junio de1975, y Paco no pudo darle su apellido por ser, ya a esa altura, un perseguido político clandestino, pero la reconocería como su legítima hija en su testamento.

Claudia seria desaparecida con su compañero y padre de su hijo, Mario Koncurat, a fines de 1976, poco tiempo después de que Urondo fuese asesinado. Javier y Angela mantienen viva la memoria de su padre con honestidad y dignidad.

Paco fue convocado para ocupar la Dirección de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral, con solo 27 años, en 1957. Producto de esa gestión, de gran reconocimiento, sería designado como el primer Director Provincial de Cultura, siendo gobernador de Santa Fe, el doctor Carlos Sylvestre Begnis, el 16 de Junio de 1958.

Un año después, cansado de las actitudes intolerantes hacia su gestión, y cuando el gobierno nacional de Arturo Frondizi deja de lado las promesas electorales y se convierte en rehén de las Fuerzas Armadas. renuncia a su cargo.


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En la época de Urondo, la ciudad de Santa Fe tenía un brillo cultural enorme: en ese entonces, los hermanos Maraño y Washington Castro en la Escuela Superior de Música ofrecían conciertos populares gratis, junto a Carlos Guastavino, y Ariel Ramírez.

El "Cocho" José María Paolantonio con gran sacrificio ponía en escena "La Cantante Calva" de Ionesco. Fernando Birri hacía sus primeras experiencias fílmicas en la Escuela de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral (U.N.L.), y sentaba las bases del movimiento de cine documental junto a Nicolás Sarquis, Gerardo Vallejo, Jorge Goldemberg y Adelqui Camusso, luego de la brillante experiencia cultural de "El Retablo de Maese Pedro", propuesta cultural multidiscliplinaria encabezada por Fernando Birri, donde Paco Urondo, a principios de los cincuenta había sido titiritero junto a su primera esposa, entonces novia "Chela" Murua. En literatura estaban Juan José Saer, Hugo Gola, Hugo Mandón. En plástica, el Grupo Litoral marcaba tendencia.

En esa época surge la inolvidable TIRE DIE, cortometraje testimonial, que mostraba el cruce del tren proveniente de Buenos Aires por un puente angosto sobre el Río Salado y la miseria de los chicos del barrio El Triángulo que, seguían ó trepaban el tren y por diez centavos –que tiraban los pasajeros– se arrojaban al agua con una zambullida a veces impecable, y otras no tanto para recuperar las monedas lanzadas.

Mucho tiempo después, en Junio de 1973, luego de haber sido un preso político, y con Héctor Campora al Frente de la Presidencia, y Rodolfo Puiggros al frente de la Universidad de Buenos Aires, Paco Urondo es designado Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Renunciaría el 1 de Octubre de 1973, en solidaridad con la renuncia del rector Puigross, cuestionado fuertemente por la derecha universitaria. La primavera camporista empezaba a marchitarse. Un mes después asumiría la jefatura del recién creado Diario NOTICIAS.

Quien esto escribe tuvo la satisfacción de salir de la cárcel de Devoto, aquel glorioso 25 de Mayo de 1973, junto a Paco Urondo, quien prometía beberse íntegra una botella de Pont Leveque, como alguna vez lo habíaos hecho junto a Jorge Conti y otros intelectuales santafesinos.

Meses después, en noviembre de 1973 el Paco periodista pasa a ser el responsable político del diario "Noticias" que salía todas las mañanas desde el 20 de Noviembre de ese año y tiraba 130.000 ejemplares. Esa experiencia militante que compartían Miguel Bonasso, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Horacio Verbitsky, y el uruguayo Zelmar Michelini. A fines de Agosto de 1974, Isabel Perón clausuraría esa publicación. Poco antes, había sido también clausurado "El Mundo" otra expresión de prensa militante, aunque encarada desde otro ángulo político.

Como dato curioso, acotemos que la corresponsalía Rosario de El Mundo era compartida por Carlos Gabetta, hoy Director de la Edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique y nuestro compañero Miguel Ferrari. El corresponsal de Noticias era el hoy Subsecretario de Derechos Humanos de la Provincia, Víctor Aliprandi. Ambas corresponsalías compartían fraternalmente el fotógrafo.

Para finalizar, leeremos un fragmento de MUCHAS GRACIAS, uno los últimos poemas de Paco Urondo, no sin antes agradecer a los compañeros de la Asociación Civil "El Periscopio" de Santa Fe, que nos han hecho llegar los materiales para componer este texto.

La suerte ha dejado aquí de andar
fallando: se encendió la luz y pudo verse el caos, las
flagrancias: esa mano
allí, esta codicia; el miedo y otras mezquindades se pusieron
en evidencia y el amor
no aparecía por ninguna parte. Recompuestos
de la sorpresa, rendidos ante los hechos, nadie
pudo negar que en este país, en este
continente, nos estamos todos muriendo de vergüenza.
Aquí estoy perdiendo amigos, buscando
viejos compañeros de armas, ganándome tardíamente
la vida, queriendo respirar
trozos de esperanzas, bocanadas de aliento; salir
volando para no hacer agua, para
ver toda la tierra y caer en sus brazos.

*Nota: "Momentos de memoria", columna de opinión emitida el sábado 4 de junio de 2005, en el programa "Hipótesis", LT8 Radio Rosario, Argentina.

Fuente: La Fogata

El instante final de Paco Urondo

Por Lesa Humanidad
lesahumanidad@miradasalsur.com

La docente universitaria Renée La Turca Ahualli fue la última militante montonera que vivió los momentos finales de vida del escritor, poeta y militante Francisco Paco Urondo, asesinado por policías en una emboscada en la tarde del 17 de junio de 1976 en el distrito mendocino de Dorrego, durante la última dictadura. “‘Está cantada la cita. Estamos rodeados, hay gente disfrazada con pelucas, vamos, rajá’, le dije. Paco aceleró el Renault 6 en el que nos movilizábamos y escapamos mientras comenzaron a perseguirnos”, relató el viernes Ahualli ante el Tribunal Oral Federal mendocino, donde se lleva a cabo el juicio por el crimen de Urondo.
Mientras Ahualli efectuaba sus relatos, en el costado sur de la sala de audiencias se encontraban sentados sólo dos de los seis imputados que están siendo juzgados desde el 17 de noviembre de 2010. Uno de ellos, el ex subcomisario Celustiano Lucero, “es uno de los represores confesos que golpeó con el arma la cabeza de Paco Urondo y que le ocasionó la muerte”, reseñó el abogado querellante, Pablo Salinas. Por otro lado, Salinas denunció ante el tribunal haber recibido amenazas por mail en un escrito titulado “Soldado de piedra”.

Paco Urondo murió a raíz de una hemorragia cerebral tras sufrir hundimiento de cráneo por los golpes recibidos por policías. Fue en una emboscada en la zona del Dorrego, del departamento Guaymallén, recordó Ahualli, basada en datos médicos conocidos sobre las causas del deceso de Urondo. “No había herida de arma de fuego en el cuerpo de Paco . En la autopsia no surge que hubiera ingerido cianuro y, de acuerdo a las heridas en la cabeza, el deceso debió producirse en minutos debido a una hemorragia cerebral por hundimiento de cráneo por golpes recibidos”, dijo.

La mujer, procedente de Tucumán, llegó a Mendoza en 1973 a los 32 años de edad. Pertenecía a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y se incorporó en Mendoza a Montoneros. El poeta arribó a Mendoza en mayo de 1976 con el cargo de jefe Regional de Montoneros.

En el extenso relato, Ahualli recordó aquella tarde del 17 de junio de 1976 cuando fracasó “la cita dispuesta a las 18 en la calle Guillermo Molina de Dorrego”. “Hubo tiroteo con las fuerzas policiales que nos atacaban, hasta que Paco comprueba que estábamos emboscados, nos dijo salgan y disparen. Lo hizo su esposa, Alicia Raboy, con su pequeña hija Gabriela, y Renée. Alicia intentó refugiarse en un corralón y fue capturada por las fuerzas criminales, desapareció y su hija de meses fue entregada con el tiempo a familiares”, reseñó. Mientras tanto, Ahualli logro escapar, con una herida de bala en ambas piernas y logró salir del escenario. Al subir a un trolebús, y cuando pasaba por donde estaba el auto que ocupaba Paco , “sólo pude ver mucha gente alrededor y la puerta abierta del auto del lado que ocupaba Paco , ya todo oscurecía mientras me alejaba hacia el centro de la ciudad”, relató.

El presidente del Tribunal, Antonio González Macías, dispuso realizar con Ahualli, querellantes y defensores “una inspección ocular” en la zona del distrito Dorrego de Guaymallén donde se desarrollaron los sucesos en junio de 1976.

04/05/14 Miradas al Sur

Horacio Verbitsky y su evocación de Francisco Urondo, en la semana en la que Santa Fe lo recuerda a 29 años de su muerte

Paco, ese amigo del alma

A 29 años de su muerte, Santa Fe reivindica a Paco Urondo.
Periodista, militante social y santafesino, Francisco Paco Urondo no encontró diferencias entre la poesía y la política porque ambas compartían el mismo espacio: "Los compromisos con las palabras llevan o son las mismas cosas que los compromisos con las gentes, depende de la sinceridad con que se encarecen tanto una actividad como la otra", dijo alguna vez. Y tanto creía en ello, que no dudó en entregar su vida a la militancia en Montoneros en los años ‘70. Y por eso, el 17 de junio de 1976, acechado por fuerzas militares, se tomó la pastilla de cianuro que llevaba entre sus ropas.

Horacio Verbitsky compartió con Urondo algo más que una redacción. Fueron amigos durante varios años y el recuerdo de Paco se mantiene vivo en su memoria, tal como lo evocara, con cariño y emoción el pasado lunes cuando se inaugurara en Santa Fe una semana de homenaje/reivindicación a un poeta que fue, desde su muerte, condenado a la cruel oscuridad del olvido.

"El recuerdo de Paco para mí esta asociado, por un lado por una serie de historias personales que hemos vivido juntos; y por otro, con una época de nuestro país", rememora Verbitsky, y continúa: "La primera vez que yo lo vi debe haber sido en 1960 o 1961, cuando asistí a una lectura de poemas suya. En esa época, Paco y Juan Gelman leían poemas en lugares pequeños en una época en la que todo el mundo fumaba en lugares cerrados e intoxicaba a todos los demás. Estaban los dos sentados en una mesa y leían primero un poema uno y luego un poema el otro, y nosotros escuchábamos. Eran maravillosos porque hablaban de los temas de la vida cotidiana con un tono coloquial, que no era lo que uno estaba acostumbrado a lo que era la poesía y era muy fuerte porque constituía un cambio, implicaba sentir que eso era poesía y al mismo tiempo estaba hablando de vivencias de la vida cotidiana. Pero además, planteaban los temas de la lucha política, del poder, de la revolución. Tanto Paco como Juan le escribían a la revolución, la interpelaban con su poesía, aunque tenían historias políticas distintas".

Verbitsky también recuerda entre risas que "la década del ‘60 era una época de la libertad de costumbres; y Paco vivía en una vieja casona que seguramente le recordaba las casas de Santa Fe porque era una construcción de un estilo italiano, aunque en realidad prefería llamarse francés porque quedaba mejor. La casa era muy grande, estaba siempre llena de gente, de amigos, había reuniones continuamente y se conversaba de todo, se escuchaba música, se discutía en voz alta de temas relacionados con la literatura y con el arte y con la política; pero también esa casa servía para hacer y deshacer parejas, porque era refugio de recién separados, un lugar de protección de parejas políticamente incorrectas pero que igual se formaban; y había unos chiquilines que andaban escuchando y mirando todo y abriendo mucho los ojos, que jugaban mientras nosotros hacíamos la sobremesa con ‘la máquina de decir pavadas’, que era como Paco llamaba a la botella de vino. Ellos escuchaban y absorbían las frustraciones de los padres por una época en la que se cerraban los caminos y se abrían otros, pero había proyectos, esperanzas y mucha voluntad de que las cosas cambiaran".

Pero la marca imborrable que Verbitsky lleva de Francisco Urondo es ese apodo que lo acompaña desde la primera vez que trabajaron juntos en una redacción. "Jacobo Timerman había organizado un diario en Mendoza para un empresario inmobiliario muy importante y yo monté la corresponsalía en Buenos Aires. Ahí trabajaba Paco. Esa fue la primera vez que trabajamos juntos en una redacción, y él me bautizo con el apodo de Perro. Cuando me preguntan por qué, yo respondo que por el buen carácter, pero no se si fue por eso. La verdad es que Paco era muy bautizador. Se divertía mucho y divertía mucho a los demás, porque cuando uno piensa en su vida, en cómo lo mataron, da una imagen muy solemne, como de libro escolar, pero él no era así. Al contrario, era un tipo muy serio en todas las cosas que hacía, pero muy gozador de todo. Siempre cerraba los ojitos chiquitos, miraba todo irónicamente, observaba, catalogaba, y a través de esos ojitos entrecerrados veía todo lo que pasaba alrededor".

Luego de ello, volvieron a encontrarse en la redacción del diario La Opinión, "que era como un Arca de Noé, había dos animales de cada especie política de la época. Todos sabíamos que el otro andaba en algo pero nadie sabía en qué, porque el secreto se mantenía mucho. Pero había gente que participaba de distintas organizaciones que se lanzaron a hacer esa revolución que Paco y Juan habían escrito en sus poemas; y esos fueron varios años en los que yo no supe qué estaba haciendo Paco aunque lo imaginaba", recuerda. Hasta que en los primeros días de 1973, cae detenido junto con un grupo de gente entre la que estaba su mujer de ese momento, Lili Mazzaferro, y su hija Claudia. Urondo estuvo preso varios meses en la cárcel de Devoto. "Él decía que era un preso señorito porque estaba en condición de detenido, pero mantenía su ironía, su prestancia, su postura. Y ahí estuvo toda una noche encerrado en una habitación con los tres sobrevivientes de la Masacre de Trelew grabando las entrevistas que después fueron su libro La patria fusilada", narra Verbitsky.

Fuente: www.analisisdigital.com.ar

Verbitsky y sus testimonios en el documental sobre Paco Urondo

Por quién mueve la cola el Perro

"Empuñé un arma porque buscaba la palabra justa" Francisco Urondo

Por Marcos Disniper

¿A quién responde El Perro Verbitsky? Lamentables declaraciones en el fantástico documental sobre Francisco "Paco" Urondo del "renombrado periodista".
El documental recientemente estrenado y que lamentablemente sólo puede verse en una pequeña sala del cine Cosmos, Paco Urondo, la palabra justa, es un documento carnalmente emotivo sobre el poeta y militante montonero que perdiera su vida en 1977 tragándose una pastilla de cianuro ante el miedo de ser capturado y exponerse a la delación bajo tortura.
El trabajo es excelente, de muy buen nivel y entre líneas pueden vislumbrarse un par de perlitas que lo hace opaco. Una al documental en sí, otra a uno de los principales entrevistados que recorre los metros de cinta fílmica.
Esto no es defensa de nada ni nadie, ya que la cada uno pone, o no, la cara, y la verdad no ofende, porque es verdad. Pero lo que mancha a este trabajo fílmico, del cual es casi imposible dejar la sala sin sentir un nudo en la garganta y alguna gotera abierta en el lagrimal, es que incurre en la nueva moda de la militancia testimonial es en "péguele al boludo", esto es, toda la culpa de todos los errores que los revolucionarios padecieron en los ’70 son culpa de Mario Firmenich, Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja y el resto, de palo, la miraba desde la ventana. Claro, estos están vivos y poco cuenta esposas, familiares y amigos que perdieran estos tres.
El programa de con la reseña de la película que entregan en la puerta de la Sala 2 del Cosmos, hay errores y una intencionalidad que no muestra el documental. Error: que Urondo murió en Buenos Aires. Intencionalidad: "supuestamente traicionado por integrantes del grupo montonero".
En tal sentido, el ex montonero Juan Gasparini escribió su Montoneros, final de cuentas, y la sensación que deja para cualquiera que quiera saber de primera mano qué paso en aquellos años donde una idea valía la vida, es que Gasparini estuvo en la ESMA de casualidad y su relato casi permanente en tercera persona lo pone en otra vereda de la organización en que militara. De hecho acusa desde la vereda de enfrente.
Pues aquí, en el documental, la exclusiva culpa de la muerte de Paco Urondo la tiene no sólo la Conducción Nacional de Montoneros, sino directamente Firmenich.
Paco Urondo había sido penado por haber cometido una infidelidad. Y lo que llamativamente obvia el documental es que su pareja, Lili Mazzaferro, fue quien lo acusara ante la Conducción montonera y pidiera la pena más alta del código de conducta que regía en todas las organizaciones guerrilleras, entre otras, la infidelidad a la pareja/compañera, se lo penaba.
Esta es el único punto flojo del excelente documental, en cuanto a su producción.
Ahora bien, hay un elemento que recorre el trabajo desde su principio al fin que es lisa y llanamente lamentable, y no está demás ponerlo a debate.
El "Perro" Horacio Verbitsky tiene una participación, cuanto menos, patética. En primera instancia incurre en una falta de respeto, porque obviamente, Verbitsky culpa a la conducción montonera de la culpa de la muerte de Paco Urondo y demás males.
Efectivamente, Urondo fue visto saliendo de un hotel junto a su última pareja mientras compartía su vida con Mazzaferro, fue elevado a "juicio revolucionario", despromovido de su rango y se le dio un nuevo destino.
Entienda el lector, y haga el esfuerzo por leer esto en el marco de los ’70 y de una organización enfrentada con la Triple A y la Dictadura que dispuso casi toda su estructura para la represión sobre Montoneros.
Paco Urondo había aceptado la falta, tal como señala Miguel Bonasso en el documental "al artículo 16", pero pidió que no lo trasladaran a Santa Fe o a Mendoza porque allí sería fácilmente reconocible. Murió en Mendoza tragándose la pastilla de cianuro mientras lo perseguía vaya a saber quién, cuantos represores sin uniforme.
Criticar el traslado a un lugar donde sabía que sería una ratonera, bien vale el debate de semejante error, que con todas las letras fue una barbaridad.
Pero caer en la posición de Verbitsky supera lo patético si se es bien pensado y mal informado. Tal vez en realidad lo de Verbitsky sea una aproximación a su realidad canina.
El Perro, quien escribiera y comiera de su salario en el diario Noticias, de Montoneros, y participara de la célula de prensa e inteligencia ANCLA, de Montoneros bajo el mando de Rodolfo Walsh, oficial montonero, testimonia sobre la vida de Paco Urondo como si fuera un colega español de la sección Cultura del diario El País. Parece que el Perro no estaba.
El Perro va mucho más allá que Gasparini, porque para este tal vez queda la posibilidad que utilice el relato desde la ventana como un recurso literario. El Perro, a diferencia de Bonasso que demuestra al menos consecuencia y se hace cargo de su pasado militante, con aciertos y errores, habla desde afuera, acusa a una "conducción delirante" de la cual la mayoría no puede hablar porque fueron desaparecidos y apenas sobrevivieron tres de ellos. De movida, Perro, si el muerto no tiene posibilidad de réplica no se debería ser tan liviano a la hora de acusar. Para el Perro, estos errores era producto de "una mezcla de Clausewitz y Mao Tse Tung mal digerida". Para todos los amantes de los revolucionarios que leen esta nota, la pena "por desviaciones burguesas" al que comete "infidelidades carnales" no fueron inventadas ni por Firmenich, ni por Santucho, sino que estos las tomaron del Hombre Nuevo de Ernesto Guevara.
Además hay que tomar en esto una cuestión que se desprende lógica. No sólo Paco Urondo admitió su culpa aunque en desacuerdo, sino que sabía que dicho código de conducta existía. En términos más simples: si hacerse socio de un club de fútbol implica que los hombres vayan con polleras a la tribuna popular, hay dos opciones, hacerse socio o no. Urondo optó por ingresar a Montoneros, algo que para Vertbisky era raro "para un hombre tan inteligente". Bueno, la diferencia podría radicar en que Urondo estaba decidido por una revolución que no fue. Al Perro nadie lo vio cantar "vamos a hacer la patria socialista".
Pero cosa rara ver a un Perro hablar. Todavía queda en el tintero saber por qué, si es que fue cierto como circulaba entonces, Rodolfo Walsh lo agarró a golpes. Como también saber cómo, de cada atentado justo salía minutos antes a comprar puchos o vaya a saber qué, porque si algo demostró éste es su espectacular habilidad para no estar en los peores momentos. ¿Qué hay con la protección que le habría dado los servicios de inteligencia de la Fuerza Aérea? Aquí ya sería haberse pasado al bando del enemigo con bagajes y todo. A no ser que siempre estuviese de ese lado, quién sabe.
Nos vamos a caer aquí en la tradicional acusación de los servicios locales sobre el financiamiento del Perro por parte de la Fundación Ford, ligada a la CIA. El Perro, lo que sí es cierto, recibe en el CELS financiamiento de la National Endownment Democracy (NED), que según el New York Times y el Washington Post -no el Granma- es una fundación que funciona como ducto de la CIA para financiar partidos políticos como ocurre en Venezuela, como ocurrió en los países de la Europa Oriental para desestabilizar a los regímenes comunistas, la misma que hoy financia a periodistas en Irak para "crear la libertad de expresión" tras décadas de sometimiento de Saddam Hussein. Ni hablar de la sede "progre" de Clarín, que naciera con aportes que Manzano le diera a "Berny" Zanata/12, acusado hoy por Luis Majul de haber recibido dinero de Fernándo de Santibáñez cuando el delarruista estaba al frente de la...SIDE.
Hoy el Perro comenzó a tener una postura crítica del gobierno de Néstor Kirchner, a cambio de su posición inicial, que llegó ser considerado como "mentor de Kirchner" y demás.
Que se oponga a un gobierno no tiene absolutamente nada de malo, lo que siempre quedará en la nebulosa es si esto corresponde a un convencimiento por un análisis profesional, o porque quedó herido de que Miguel Bonasso sea el predilecto de la pareja K y quedara nuevamente en las sombras, perdiendo los favores presidenciales.
El Perro es despreciado en algunas culturas no porque sea más sucio que los gatos o vaguedades por el estilo, sino que se lo repudia porque el Perro sólo es fiel a quien le da de comer. No importa quién.

Fuente: www.rodolfowalsh.org, diciembre de 2005

Paco está entre nosotros

Presentacion de una biografia sobre Paco Urondo
Asociación Madres de Plaza de Mayo, junio de 2003

En la Biblioteca Julio Huasi, de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, fue presentado un importante libro que narra la vida y la lucha del gran Francisco "Paco" Urondo, hombre de palabra y acción, tal vez uno de los mejores poetas de la llamada Generación del 60. En el acto hablaron José Luis Mangieri, Carlos Aznárez, el autor Pablo Montanaro, y la voz del mismísimo Paco, leyendo sus poemas más extraordinarios.

Ocurrió el miércoles 18 de junio de 2003, a la hora del atardecer. Fue en la Biblioteca de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que lleva el nombre de otro poeta, militante y periodista fundamental, Julio Huasi. Al día siguiente de cumplirse 27 años de su caída en combate, y en ocasión de la aparición de una minuciosa biografía escrita por el joven escritor Pablo Montanaro, se reivindicó la vida y la lucha, los sueños y los poemas de Francisco "Paco" Urondo.

Al acto de presentación de "La palabra en acción. Biografía de un poeta y militante" (Ed. Homo Sapiens. Rosario), asistieron José Luis Mangieri, poeta y editor de la legendaria revista "La rosa blindada", y Carlos Aznárez, escritor y periodista, compañero de Paco Urondo en la organización Montoneros. Además, intervinieron el autor del libro y, centralmente, el mismísimo Paco, a través de una emocionante cinta que contenía la voz del poeta en la lectura de sus versos más reveladores.

El primero en hablar fue José Luis Mangieri. El director de la célebre colección de poesía "Libros de tierra firme", expresó que "lo más importante es que Paco Urondo murió en combate. Paco Urondo no fue asesinado; es cierto, tomó la pastilla, pero murió en combate, que es muy distinto a decir que fue asesinado. Dadas las características de Paco, es la muerte que le correspondía". Además, destacó que "a Paco habría que sacarlo a la calle, ponerle su nombre a alguna plaza. Paco fue un combatiente que llegó como los famosos poetas surrealistas de París que lucharon con el cuerpo bajo la ocupación nazi y no solamente con sus versos". Tal como luego lo hizo Carlos Aznárez, Mangieri celebró que el libro haya sido realizado por un joven: "Me llama la atención la inquietud de Montanaro sobre Paco y especialmente que se acerque a un combatiente en un momento de una decadencia tan grande en todos los niveles, donde el Proceso está instalado, lo tenemos instalado".

A su turno, el director del periódico "Resumen Latinoamericano" reconoció que "el libro de Pablo Montanaro me gustó mucho, no sólo porque lo escribe un joven sino porque vengo notando que nuestra historia de lucha de los 60 y 70 la están escribiendo, en gran parte, una cantidad de farabutes que ni estuvieron, tampoco era necesario que estuvieran, pero por lo menos tuvieran respeto para contarla. Montanaro la ha contado bien, ha recogido los testimonios y nos ha edificado un Paco Urondo muy parecido a lo que realmente fue".

La alocución de Aznárez fue por demás emotiva porque incluyó no pocas anécdotas acerca de la acción política de Urondo. "A Paco tuve la suerte de conocerlo en la militancia, cuando estaba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y, sobre todo, cuando andaba huyendo por los caminos hasta que fue detenido con Lili Mazzafero y con el 'Jote' Koncurat. De pronto gran cantidad de gente que lo conocía se sorprendió porque no podían entender que fuera guerrillero y además fuera todo eso que contaban los diarios con exageración pero dando algunos datos que tenían bastante que ver con la realidad militante", recordó.

"Paco Urondo era lo menos parecido a un guerrillero"

Osvaldo Bayer, fragmento de un reportaje de Ana Bianco

"En el documental, usted afirma que ERP y Montoneros habían tomado su libro sobre Severino Di Giovanni como una especie de obra de cabecera. ¿Cómo evalúa hoy esa época?
"Fue un período que viví intensamente. Mucho de mis mejores amigos estaban metidos en la guerrilla. Paco Urondo trabajó al lado mío durante dos años, en la redacción de Clarín. En mis encuentros con Rodolfo Walsh yo le decía que ellos eran los mejores, pero que los iban a matar. Que la represión era diez veces mayor en fuerzas, y que era necesario cuidar a la juventud argentina. Otros, que no eran mis amigos, me llamaban "el burguesito", acusándome de ser responsable de una interpretación libertaria de la vida que no podía llegar jamás a la revolución. Desgraciadamente, los hechos me dieron la razón y no porque yo viera tan claramente esa época. Con Rodolfo nos habíamos conocido en Cuba. Por eso quiero escribir una segunda novela, que se va referir a finales de los '60 y principios de los '70. No puedo contar mis polémicas con Paco ni con Rodolfo, porque ellos no están. Tampoco puedo reproducirlas y adjudicarles expresiones, con lo que lo voy a hacer a través de personajes que el lector pueda reconocer. Teníamos hermosas discusiones, eran realmente de lo mejor. Paco Urondo era lo menos parecido a un guerrillero. Yo no sabía que había tomado esa línea. En un encuentro en Berlín con Manuel Puig, el novelista, recibimos la noticia de su muerte, en Mendoza. Puig me contó, con algo de indignación: "Tengo que contarte, Osvaldo, que las crónicas dicen que Paco era Montonero". Yo, para tranquilizarlo, porque sabía que le podía dar un ataque de nervios, le dije que no que estaban mal, que Paco era del ERP. Puig me dio un gran abrazo y me dijo: "Que alegría que me das". Es que Puig era muy antiperonista.

Enseguida remarcó que Paco "era jodón, era muy alegre. Todo lo que hacía lo hacía con una pasión desenfrenada. Cuando cae preso, poco antes de la amnistía a todos los presos políticos, obviamente nadie sabía que iba a salir tan rápido, él dedica con pasión a trabajar en una acción militante que fue supereficaz y que fue recoger los testimonios de los sobrevivientes de la Masacre de Trelew, en ese libro maravilloso, 'La patria fusilada', que leímos todos".

Justo cuando Carlos Aznárez estaba relatando el contexto que rodeó a aquel importantísimo libro sobre los fusilamientos en Trelew, ingresó al salón de la Biblioteca Hebe de Bonafini, la presidenta de las Madres, quien hasta ese momento había permanecido escaleras abajo, en el Auditorio de la Universidad Popular, en la proyección inaugural de un valioso film producido por egresados de la carrera de Periodismo.

Envuelta en su pañuelo blanco, Hebe pudo escuchar que "cuando Paco salió de Devoto nos llamaba la atención que lo hiciera con el pelo largo, con cara de preso de varios meses, de estar dando vueltas al patio y, sobre todo, cuidando ese bolso marinero. Le preguntábamos qué tenía en ese bolso. El contestaba 'esto es la bomba'. Tal cual. 'La patria fusilada' prestó un servicio tremendo para desenmascarar lo que había sido esa miserable dictadura lanussista que llevó a practicar ese fusilamiento en masa que aún está impune, porque todavía no apareció el Capitán Sosa, a quien todos los compañeros lo seguiremos buscando en nuestros sueños".

Carlos Aznárez también subrayó la etapa periodística de Urondo y evocó que "después estuvimos en el diario 'Noticias', que fue una experiencia de periodismo maravilloso. Era un diario bien hecho, bien escrito, con buen material y con una cantidad de gente enorme. Ahí estuvo Paco representando el cargo de coordinador, de director y mandamás. Lo hacía no sólo porque estaba trabajando con sus amigos, sus compañeros de toda la vida, sino también tenía un enorme respeto por aquellos que recién se iniciaban. Paco se tomaba el trabajo, a pesar de todas las responsabilidades que tenía, de guiarlos, conducirlos, no tirarles las notas al cesto de papeles, sino que se tomaba el tiempo que fuera necesario para corregirlos. Paco decía: 'Hay que hacer un periodismo que cuente lo que la gente hace, dice y tiene ganas de que se cuente'".

Además, su compañero en Montoneros recalcó que "obviamente, Paco pertenecía a una organización que era muy vertical, él respetaba esa verticalidad y se encuadraba cuando lo corregían o cuando le marcaban un error. Aunque no lo reconocía como un error, lo aceptaba porque venía de sus compañeros a los que les reconocía más mérito para marcárselo". De la misma manera destacó la capacidad militar de Urondo: "Era muy rígido cuando se disponía a plantear algo como una operación militar. Un tipo muy valiente. Lo interesante, y esto es lo bueno que cuenta el libro, muchos de nuestros compañeros lo tenían como un intelectual, en el concepto malo del intelectual. Subyacía la idea de que Paco no podría actuar en un enfrentamiento fuerte. Yo no participé de ninguna acción militar con Paco, pero tengo compañeros que sí lo han hecho y realmente agradecían tener un jefe militar como Paco, porque cuidaba hasta el último momento a su gente, porque lo más importante no era la acción a realizar sino el equipo de gente que estaba en la operación. En eso Rodolfo Walsh y Paco construyeron una relación con la organización, sobre todo con la base de la organización, que siempre le agradecían o pedían ir con ellos en los tantos ámbitos en que han estado de militancia".

Más adelante, Aznárez reconstruyó los días finales de Urondo y reveló que "cuando termina su paso por 'Noticias' y empieza la nueva experiencia de Informaciones, llega ese momento álgido para el cual hay una polémica de si lo mandaron o no lo mandaron al muere por ir a Mendoza. A nosotros nadie nos mandaba a hacer cosas que no tuviéramos ganas de hacer. Todo lo que hacíamos en la militancia política lo hacíamos porque queríamos estar en esa organización, porque nos comprometíamos con eso. A veces había excesos, errores, pero hay una parte de nuestra historia que se ha contado en el después, sobre todo cuando se empezaron a escribir libros que contaban la experiencia del 70 donde se quiere dejar esa imagen de que todos nuestros jefes nos mandaban al muere. Y no es así. Nadie iba al muere porque lo mandaban, uno estaba en una organización comprometida hasta las últimas consecuencias. Se cometían errores graves y también se pagaban esas culpas con los compañeros de base y otras veces con la muerte de algunos de los compañeros de la dirección; porque no todos los compañeros de la dirección de Montoneros o del ERP son los que sobrevivieron. Hay un montón de compañeros que fueron direcciones de esas organizaciones y estuvieron en la primera línea de combate hasta último momento. Y Paco era uno de ellos. Evidentemente Mendoza no era el lugar ideal para mandarlo, pero ya no había lugares ideales, todo el país estaba agujereado por la delación, por los servicios..."

Antes de terminar, también recordó a quien fuera la última compañera de Urondo, "Alicia Cora Raboy, una compañera que siempre reivindico porque la conocí y trabajé en distintos ámbitos de la organización. Alicia ha quedado siempre como la compañera de Paco, incluso algunos compañeros la miraban como 'La mujer de...'. Alicia se tomó la militancia en serio y le cambió la vida. Era muy disciplinada, honesta. A Paco, Alicia lo calmaba, porque Paco muchas veces volaba y Alicia lo bajaba a tierra. Y sobre todo le dio a su hija, Angela. Cuando nació Angela a Paco lo vimos cambiado, como que necesitaba ser padre otra vez y lo festejó con un entusiasmo que le hizo olvidar todos los agujeros negros que le estaba planteando en ese momento la militancia".

Para finalizar, Carlos Aznárez reflexionó que "hay que rescatar de Paco y de todos estos compañeros como Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Miguel Angel Bustos, que siendo brillantes intelectuales nunca se dejaron ganar por esta aureola de intelectualidad y cuando hubo que pasar a la acción directa, porque no había otra vía o forma de combatir a los enemigos, tomaron el camino de las armas. Y si hubiéramos ganado la revolución, hubieran sido maravillosos constructores. Hay que decirlo, estuvimos ahí del triunfo y porque estuvimos ahí nos pegaron con la ferocidad con que nos pegaron, porque estuvimos arañando el cielo. En ese sentido Paco nos dejó un legado de vivir con coherencia y con alegría las cosas que se hacen".

Para que el mundo entrara en la historia de la alegría

Junio en la vida y muerte de Francisco Paco urondo

INVITACIÓN DE LA ASOCIACION MADRES DE PLAZA DE MAYO

Francisco Paco Urondo fue poeta y periodista. Militante revolucionario peronista de la organización Montoneros, que cayo en combate contra la dictadura militar uno de estos días de junio pero del 1976, cumplidos sus 46 años de edad.

Para Paco nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de escritor. En sus poemas se puede ver la profunda unidad de vida y obra que un autor y sus textos pueden alcanzar. No hubo abismo entre experiencia y poesía para Urondo. -Empuñé un arma porque busco la palabra justa, dijo alguna vez.

En Montoneros, Francisco Urondo, pertenecía al equipo de prensa.

En 1975 junto a Rodolfo Walsh se ponen a trabajar en la confección de una respuesta al golpe militar que ya se veía venir. Dicho plan no apuntaba a un improbable freno al golpe, sino a una respuesta orgánica que dificultara el despliegue inicial de los militares, las primeras 48hs. El documento fue llevado a la dirigencia de la organización, la cual nunca llegó a ejecutar la propuesta de los compañeros, sino que implementó otro plan de operaciones, para el cual no fueron llamados a discutir ni Walsh ni Urondo. Por consiguiente la prensa montonera siguió funcionando como si hubiera un futuro electoral: pensando en una revista e incluso en un diario! Esto, naturalmente, traía como consecuencia la necesidad de mantener más o menos congregado un aparato importante, con grandes locales, imprentas, etc. Un blanco terriblemente fácil para el enemigo.

En mayo de 1976, la organización, decide trasladar a Paco a Mendoza. Un error según opiniones actuales y contemporáneas, ya que dicha provincia desde 1975 era una sangría permanente. El 17 de junio, en un contexto de derrota, cae Francisco Urondo como consecuencia de una cita envenenada.

El compañero y amigo Rodolfo Walsh, así relata el momento:...:

- Hubo un encuentro con un vehículo enemigo, una persecución, un tiroteo de los dos coches a la par. Iban Paco, Lucía con la nena y una compañera. Finalmente el Paco frenó, buscó algo en su ropa y dijo: -Disparen ustedes. Luego agregó - Me tomé la pastilla y ya me siento maL. La compañera recuerda que Lucía dijo: - Pero papi, por qué hiciste eso. La compañera escapó entre las balas, días después llegó herida a Buenos Aires.

Paco, poeta, periodista y militante peronista escribió:

.....Y la historia de la alegría no será
privativa, sino de toda la pendencia
de la tierra y su aire, su espalda y su perfil, su tos y su
risa. Ya no soy
de aquí; apenas me siento una memoria
de paso. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio
por este mundo desgraciado. Le daré
la vida para que nada siga como esta.

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Dijo Juan Gelman de Paco Urondo:

-También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito.

En estos dias de Junio, mas precisamente el miercoles 18 de junio a las 19.30 hs. en la Biblioteca Julio Huasi de la calle Hipólito Irigoyen 1584 de la Ciudad de Buenos Aires la Asociación de Madres de Plaza de Mayo presentaba un libro titulado Francisco Urondo, la palabra en acción - Biografía de un poeta y militante escrito por Pablo Montanaro.

Fuente: NAC&POP

Paco es la mitad de mi vida, le tengo un profundo respeto

Beatriz Urondo, hermana del poeta y militante asesinado por la dictadura, recuerda su calvario para recuperar el cuerpo.

Por Ana Bianco

Francisco "Paco" Urondo (1930-1976) tuvo una vida intensa. Era un reconocido poeta de la generación de los años ’60 y ’70, novelista (Los pasos previos), cuentista, dramaturgo, ensayista (Veinte años de poesía argentina), guionista de cine y televisión y periodista, responsable junto a Juan Gelman del suplemento cultural del diario La Opinión (1971), secretario de redacción del diario Noticias (1973) y autor de La patria fusilada (reportaje a tres sobrevivientes de la masacre del 22 de agosto de 1972 en Trelew), que realizó mientras estaba preso en la cárcel de Villa Devoto, en 1973. Urondo, un intelectual comprometido, se integró a la organización guerrillera FAR a comienzos de los años ’70 y aceptó, en contra de su voluntad, un destino en Mendoza. Murió combatiendo el 17 de junio de 1976 en Guaymallén, en una redada en la cual Alicia Rabboy, su esposa, fue secuestrada y continúa aún desaparecida, y Angela, su hija, sobrevivió. El documental Paco Urondo, la palabra justa, dirigido por Daniel Desaloms, revaloriza la figura de Urondo y entre los entrevistados destaca a Beatriz (80 años) hermana de Paco, una testigo importante. En una charla telefónica desde Merlo, San Luis, Beatriz Urondo compartió con Página/12 la odisea que soportó para recuperar el cuerpo de su hermano y rescatar a su sobrina, Angela. El director Desaloms se refiere al testimonio de Javier, hijo de Paco, frente al estreno de hoy en el Cosmos [10/11/05].

Beatriz llegó a Mendoza con Teresa, la madre de Alicia Rabboy, y empezó su peregrinar: "Visitaba el Comando del Ejército dos veces por día, iba vestida con un tapado de piel y con alhajas, como si fuera una oligarca, y recibía reiteradamente la misma respuesta: ‘Desconocemos el hecho’. En una de esas visitas había observado a un hombre de civil que me miraba con lástima. Y fue él quien me dijo que el cuerpo de Paco estaba en el Hospital Cevit, y también agregó que no sabía nada de la señora, pero que me iban a entregar a la nena. Llegamos al hospital con Teresita y nos impedían entrar porque había finalizado el horario de visita. A un milico le dije que pensaba entrar igual, que si quería me diera un tiro por la espalda. Adentro escuché que unos hombres con botas de lluvia y palas hablaban de un periodista, bien empilchado y con un reloj tan lindo, que no lo iban a poder enterrar en la fosa común, porque la hermana lo reclamaba. Me dirigí al forense, que no sabía nada del hecho, le mostré una foto y le insistí que me mostrase los registros, hasta que finalmente trajo un cuaderno Tamborcito sucio y de mala muerte donde constaba: 17 de junio, alrededor de las 18 horas, NN sexo masculino. Un policía me acompañó a reconocerlo, yo fingía estar enojada por ser mi hermano la oveja negra de la familia. Paco estaba ahí desnudo en la morgue, y pensé: ‘Qué frío debe haber tenido’. Le habían robado la vida..."

Beatriz necesitaba la constancia de defunción: "Le pedí al forense la partida de fallecimiento y figuraba como NN. En Tribunales me enteré de que para ponerle el nombre correspondía iniciar un juicio y eso demoraba mucho tiempo. Yo quería terminar con todo lo antes posible y todavía me faltaba recuperar a mi sobrina Angela, de once meses. En el juzgado argumentaban que faltaba una firma de Minoridad y Familia y me dio un ataque de nervios. Ellos se comunicaron por teléfono con las autoridades de Casa Cuna de Godoy Cruz. Acudí allí y empecé a los gritos a desahogarme, hasta que me dieron a Angela bajo mi responsabilidad. La directora se había encariñado con Angela y la llevaba a dormir a su casa. La tenencia provisoria la tuvo Teresita, su abuela, y aunque resulta increíble, ella la dio en adopción a una prima de Alicia que no tenía hijos. Era un hecho consumado. Volví a ver a Angela a los 18 años, cuando la contactó Javier, el hijo de Paco".

Beatriz, Teresa y Angela tomaron finalmente un avión en el aeropuerto con los restos de Paco: "En el Plumerillo, el féretro fue puesto en una cureña hasta subirlo al avión y una doble fila de soldados lo custodiaba. La situación era paradójica. El avión estaba iluminado y lo revisaban centímetro por centímetro. En el hall revisaban los bolsos de mano de los pasajeros y eso generó una reacción en la gente. Llegamos y fue enterrado en el cementerio de Merlo, Buenos Aires, como NN, a fines de junio de 1976, hasta que en 1983 le devolvieron su identidad".

–Usted menciona en la película una carta que nunca le entregó a su hermano.
–Sí, una carta que le escribí cuando estaba preso y le decía simplemente que lo quería. Pensaba dársela en alguna visita o cuando saliese de la cárcel, pero no se la di. Estoy escribiendo Mi hermano y yo, un libro de anécdotas, que abarca desde el nacimiento de Paco en Santa Fe hasta su muerte. A mi hermano lo amaba y cuando nació jugaba con él como si fuese un juguete. Yo escribía, pero Paco nunca se enteró. Paco es la mitad de mi vida. Le tengo un profundo respeto como poeta. Era jodón, simpático, prepotente, machista, y conmigo era muy protector. Soy docente y no pude aspirar a una dirección por mi apellido. Me presenté a concurso varias veces, hasta que finalmente me percaté de que estaba en una lista negra. Presenté la renuncia y me jubilé. La familia no estaba enterada de la actividad política de Paco hasta que cayó preso en 1973. No sabíamos por qué habían mermado sus visitas. Luego desaparecieron Claudia, la hija de Paco, y "Jote" Koncuart, su marido, en diciembre de 1976. La película la vi dos veces y está realizada con mucho respeto. El poema con la voz de Paco, dedicado a los hijos y grabado en Cuba a modo de despedida, es premonitorio y me hace llorar...

El testimonio de Javier

En el documental, uno de los principales testimonios es de Javier, hijo de Paco, que hace un relato personal y político muy reflexivo. El director Daniel Desaloms dice de Javier: "El se quita jerarquía intelectual y dice que es simplemente un cocinero. Pero es brillante en su análisis sobre la realidad política de esos años. En febrero del ’73 fueron detenidos en Ingeniero Maschwitz Iván Roqué, Lili Mazzaferro, Alicia Rabboy y Paco. La policía allanó el domicilio de Chela Murúa, ex esposa de Paco, que vivía en Colegiales, y la llevaron detenida, a pesar de que no participaba en política y estaba separada de Paco desde 1959. Cuando llegó a su casa, Javier se encontró con efectivos policiales y, desesperado, tomó un tren para llegar a Maschwitz: encontró la quinta con la luz prendida y la policía adentro, y se escapó por un alambrado. Javier era un chico de apenas 12 años y se ocupó de hacer los llamados a los amigos y a los abogados para informar de la detención. Tuvo una historia muy intensa".

Fuente: Página/12, jueves, 10 de Noviembre de 2005

Poeta de tiempo completo

Por Juan Sasturain

Hay que tener humor, corazón y huevos –y saber que se los tiene– para publicar en vida los Poemas póstumos y cerrar el libro que reunía Todos los poemas (De la Flor, 1972) con estos versos, los finales de "Solicitada": "Yo no soy / de aquí; apenas me siento una memoria / de paso. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está". Y hacerlo. Porque ese hombre que murió desguarnecido pero con las armas en la mano apenas cuatro años después, sabía y respetaba el valor de las palabras. Era un hombre entero, y un escritor en serio.

Ahora, cuando se lo leía poco, llega la bienvenida película. La reedición que hizo Adriana Hidalgo hace unos años, de Los pasos previos, su única novela –"una crónica jodona, capaz que dramática, de las perplejidades de nuestra inteligencia ante el surgimiento de las primeras luchas populares", la definió Walsh– nos devolvió un texto que como La canción de nosotros, de Galeano, e incluso el Mascaró, de Conti, son más representativos y sintomáticos de la época que de los autores. Porque Urondo, que fue periodista y de los buenos –y ahí está La patria fusilada (1973) para testimoniar el oficio–, frecuentó el ensayo literario como cronista y lector atento de su generación, pero fue sobre todo poeta y, en este caso sí, de los mejores.

Es cierto que últimamente –tres décadas...– se lo ha leído salteado y con anteojeras ideológicas reversibles: la predisposición celebratoria ante el poeta militante victimizado o el prejuicio frente a una palabra que se supone meramente instrumental. Claro que tampoco estaban los poemas a mano para verificar. Después de aquella edición de De la Flor, poco y nada anduvo por las librerías. Hasta que hace unos años, a fines de los noventa, Juan Gelman armó para la editorial Seix Barral una hermosa antología de su amigo. Es la que anda por ahí, se llama Poemas de batalla y al seleccionador no le gustó el título elegido finalmente por alguien que no era él (ni Paco, claro). Y con razón: da una idea algo estrecha del contenido del libro y sobre todo de la actitud del autor a la hora de versear. Acaso se debió precisar un detalle: durante veinticinco años de leer, escribir y publicar poesía, la primera batalla de Urondo –no la única, por supuesto– fue por la expresión justa y contra la estimulante opacidad de las palabras. "La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado / por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta", escribió en La pura verdad, a mediados de los sesenta, para concluir: "Sin jactancias puedo decir / que la vida es lo mejor que conozco". Algo que la misma vida podría haber dicho de él.

Fuente: Página/12, jueves, 10 de Noviembre de 2005

La vida y la muerte en la revolución (1)

Por Nilda Susana Redondo

"Decime una cosa, Simón: ¿a vos te gusta la gente?" No, así como estaban, no. A él le pasaba lo mismo; a Mateo también. A Marcos, seguramente, quién sabe, al mismo Che: sin embargo se arriesgaron por esa gente, por esos hombres insatisfechos; murieron por ellos"
Francisco Urondo. Los pasos previos. 1971

¿Qué estaba pensando Urondo (2) a inicios del ’70 respecto de la función del arte, la poesía, la cultura, la revolución, la vida y la muerte? Para buscar respuestas vamos a mirar algunos textos significativos: la novela Los pasos previos, escrita en el ’71 y publicada en el ‘73; Trelew. La Patria Fusilada, reportaje publicado por Crisis en el mismo año y que Urondo ha realizado a los tres sobrevivientes de la masacre perpetrada el 22 de agosto de 1972, un día antes de la liberación de todos los presos políticos (3) que se concreta en el inicio del gobierno de Cámpora; y un artículo referido a la vanguardia y los intelectuales en la revolución, que publica en septiembre del ‘74 junto a algunas poesías que pertenecen al libro Cuentos de Batalla (4).

La Patria Fusilada expresa la línea peronista del revolucionario Urondo y pone en evidencia una tensión entre populismo y vanguardia. Se plantea que la acción represiva, que se viene produciendo desde el 16 de junio de 1955, busca "separarnos a nosotros de Perón y del pueblo": es decir a la formación de vanguardia guerrillera del líder y la masa e impedir el proceso electoral. Creen que si Perón es desplazado, el peronismo se puede integrar al sistema. La guerrilla está definida como "una expresión política del pueblo en condiciones de represión y de opresión extremas". Ha sido aceptada por el pueblo a pesar de estar integrada por militantes cuya extracción de clase no es popular u obrera porque "el pueblo mismo tenía experiencia de violencia y de lucha que venía haciendo por sí solo" y porque lo que importa es la inclusión de clase. Así es como la masacre de Trelew genera una reacción popular tan importante que coloca a la dictadura en retirada.

Hay una fascinación por Perón y su táctica: Se alaba el "juego pendular" del líder y se lo considera superior a Lanusse, luego de colocarlos en una escena como de duelo personal:

"M. A. B.: Lo que pasa es que el juego pendular de Lanusse es una cosita ...
F. U.: Este no es un problema de simetría sino un problema de dialéctica.
R. R. H.: Me inclino a pensar que el que llevaba la manija era el general Perón.
M. A. B.: ¡No tenemos líder, eh! "

En Crisis, en 1974, sostiene que la vanguardia debe existir para modificar el estado de cosas y tiene que construirse no solamente en el terreno político sino también en el cultural porque actúan en permanente interrelación. Hay que colocarse en el momento histórico, conocer el estado de situación para no actuar a espaldas de la realidad que, desde su punto de vista, sería la forma de hacer política del ultraizquierdismo, y que lleva al vanguardismo, es decir al desprendimiento del conjunto de la sociedad aunque advierte también que no hay que caer en el populismo. En ese facilismo de decirle al pueblo todo el tiempo que sí.

Le da principalidad al rol del intelectual en el movimiento revolucionario de vanguardia pero dice que los intelectuales tienen "un enemigo difícil de aislar y de aniquilar. Ese enemigo son ellos mismos. O dicho de otra manera, a estos trabajadores de las ideologías, lo que más les obstaculiza la tarea es la propia ideología."

Otro tema que aparece en este artículo es su concepto de la muerte. Urondo, lejos del "culto a la muerte", sostiene:
"El Che decía que la revolución es un acto de amor. Y es cierto, porque los actos de amor requieren entrega y lucidez".
"Osar morir da vida", me recordaba Lezama Lima que alguna vez dijo José Martí. Cuando se considera a la vida una propiedad privada, sólo el heroísmo, con su carga de posteridad o, en el mejor de los casos, de búsqueda de inmortalidad, permite la osadía de ponerla en riesgo. Pero el sentido de la osadía que propone Martí no es individualista, sino que responde a una concepción ideológicamente más generosa. Porque la vida no es una propiedad privada, sino el producto del esfuerzo de muchos. Así, la muerte es algo que uno no solamente no define, que no sólo no define el enemigo ni el azar, que tampoco puede ponerse en juego por una determinación privada, ya que no se tiene derecho sobre ella: es el pueblo, una vez más, quien determina la suerte de la vida y de la muerte de sus hijos."

Esta misma reflexión van a realizar sus personajes de Los pasos previos. Es una concepción comunista: la vida y la muerte son hechos colectivos. Además este concepto está en toda la lógica de la época en el sentido de que en la prolongada tarea en pro del triunfo de la revolución y por la liberación de la humanidad, las clases dominantes, a medida que aumenten los niveles de lucha, van a aumentar los niveles de tortura, represión y barbarie, y por lo tanto también crece el riesgo de morir.

Se entrecruzan en la novela textos de ficción con entrevistas que le hacen en Cristianismo y Liberación a Raimundo Ongaro de la CGT(A) (5), y textos de Rodolfo Walsh, o escritos en conjunto por Ongaro y Walsh. Estos discursos ponen en escena la cantidad de discusiones que se daban en la Argentina en el ’66,’67,’68 en relación a si era posible o no la lucha armada, de qué manera tenía que llevarse adelante; si el foquismo y la guerra revolucionaria de Guevara, tal como se había expresado hasta su muerte en Bolivia, debía tener modificaciones o no; cómo debe evaluarse la experiencia de guerrilla urbana que están desarrollando los Tupamaros en el Uruguay; cuál era el papel de los intelectuales en la revolución y cuál, el rol de Cuba. Se contrastan las visiones de la nueva y la vieja izquierda, con clara inclinación hacia la nueva y presentando a la vieja como encerrada en dogmas que no le permiten el encuentro con la realidad como por ejemplo, no puede comprender el cordobazo. (continúa en pág. 14)

En el relato ficcionalizado aparecen artistas, intelectuales, actrices, actores, pianistas, escritores que llevan una vida bohemia, de halago para el propio cuerpo; y en determinado momento algunos de ellos se van a integrar a la lucha armada. Además se van presentando escenas eróticas y de enamoramientos a medida que se desarrolla la propia militancia. Urondo se atreve de esta manera a romper con el modelo del militante puritano que debe renunciar al goce de la vida para desarrollar su militancia. Y lo hizo no sólo con las temáticas que circulan por sus escritos sino además en su vida práctica.

Paco era un tipo lleno de vida que sin embargo eligió morir para no delatar a sus compañeros. Entendía su muerte como un mandato colectivo y le horrorizaba lo que podía significar la tortura en cuanto a romper las barreras de las personas y obligarlas a delatar a otras; probablemente desde esta perspectiva del horror a la delación es que tenga que interpretarse la cuestión de la pastilla de cianuro en Urondo (6). No desde el punto de vista del culto a la muerte y no tampoco de lo que quería la organización Montoneros, respecto de lo que ellos consideraban debían ser héroes inquebrantables; justamente Urondo lo que estaba pensando es que él no era inquebrantable, y que lo que no quería hacer era delatar porque le parecía el acto más indigno.


Notas:
(1) El trabajo forma parte de una investigación poético-ideológica que la autora inició recientemente.
(2) Francisco Urondo nació en Santa Fe en 1930. En la década del ’50 fue frondizista; al inicio de la gestión de Arturo Frondizi, en 1958, fue Director de Cultura en la provincia de Santa Fe. Como toda la intelectualidad progresista que había apoyado a Frondizi, se alejó rápidamente dado el rumbo reaccionario que tomaba el gobierno. Luego participó en el Movimiento de Liberación Nacional, hasta su opción por la lucha armada, a fines del ’60. Su producción artística es enorme. Participó en revistas poéticas: Poesía Buenos Aires en la década del ’50 y Zona de poesía Americana, luego. Escribió obras de teatro, ensayos referidos a la literatura argentina contemporánea; fue guionista de películas, adaptó novelas a la televisión. Trabajó en diarios como Clarín y La Opinión y revistas como Panorama.
(3) Urondo había sido apresado en febrero del ’73, junto a Lili Mazaferro, su hija Claudia; el compañero de su hija, Mario Lorenzo Koncurat, y Julio Roqué cuando las fuerzas represivas descubren la quinta que Urondo había alquilado por resolución de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) a las que pertenecía desde 1970, con el objetivo de realizar reuniones con Montoneros con los que estaban en tratativas para la fusión que pronto se plasmaría.
(4) Llevaba con él estos poemas cuando lo abatieron. Escribió siempre, nunca dejó de escribir. Es decir, con su práctica rompió el prejuicio respecto de que hay una disociación elemental entre la militancia política revolucionaria, la toma de las armas, el ser un combatiente y el ser poeta y dedicarse al arte y la cultura.
(5) CGT de los Argentinos, del sindicalismo combativo, formada en 1968. Perseguida por la dictadura de Onganía, sobrevivió hasta principios del ’69. El secretario general fue Raimundo Ongaro; responsable de la prensa, Rodolfo Walsh.
(6) Incorporado ya a Montoneros y teniendo a cargo prensa de Noticias por 1975, Urondo se enamora de una joven: Alicia Cora Raboy, del mismo diario. La cúpula de la organización aprovecha la oportunidad para degradarlo con el argumento de que ha violado el código interno de ética, moral y buenas costumbres; por infidelidad, pues él aún vivía con Lili Mazaferro. Resuelve enviarlo a Mendoza, donde (como relatan Walsh y Verbitsky) había un alto nivel de represión y gran desarticulación en el grupo: ese traslado significaba ser colocado en riesgo de muerte. Urondo acepta ir allí por mayo del '76 y rápidamente muere en una encerrona policial. Iban en un Renault 6 con su esposa Alicia Cora Raboy, con la bebita de ambos, Angela y con una compañera montonera. Urondo tenía armas en el baúl pero no puede detenerse para buscarlas. Cuando comienzan a tirotearlos se defienden con armas cortas pero finalmente Urondo les dice a las mujeres que intenten escapar. El tiene un tiro en la espalda; cuando el auto se detiene por el impacto de las balas, ingiere una pastilla de cianuro (recomendación de Montoneros), igual lo rematan con otro tiro. La Turca escapa y Alicia intenta entregar la bebita a un hombre que estaba ahí, dueño de un taller. Ella es secuestrada, no aparece en el parte de la policía. Finalmente a Angela se la lleva la policía y la colocan en una casa cuna. El comisario coronel Sánchez Camargo envía a su responsable la siguiente nota: "remite a un menor lactante hija presunta de N.N. y de N.N. quien en la fecha fuera abandonada en un automóvil mientras se realizaba un procedimiento en este servicio con conocimiento de las autoridades de la 8° Brigada de la Infantería de Montaña. Tanto ella, la progenitora, como su padre, al ser evocados por la policía abandonaron a la niña dejándola en total desamparo material y moral. . ." (2003, 158/9) En Los Andes la noticia se tituló: "Abatieron en Mendoza a un delincuente subversivo".

Bibliografía:
Urondo, Francisco.
*Los pasos previos, Bs.As. Adriana Hidalgo editora S.A., 1999.
*Poemas de batalla. Antología poética 1950-1976. Selección y prólogo de Juan Gelman. Bs.As., Seix Barral, 1998.
*"La patria fusilada. Testimonios de María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y René Haidar, sobrevivientes de Trelew", Bs.As., Crisis N°4, agosto 1973.
*"Textos y Poemas", Bs.As., Crisis N°17, setiembre 1974.

Referidos a Urondo
*Freidemberg, Daniel, "Dossier Urondo" en Diario de Poesía N° 49, Bs.As., otoño 1999.
*Montanaro, Pablo, Francisco Urondo. La palabra en acción. Biografía de un poeta y militante. Bs.As., Homo Sapiens ediciones, 2003.

Nota publicada en la edición Nº 57 (enero de 2004)

Fuente: www.primerodeoctubre.com.ar

Fragmento de Al tacto

Por Francisco Urondo

Este santafecino de 37 años lleva casi veinte asediando todos los géneros de la creación literaria. Autor de guiones de cine (Pajarito Gómez, Noche terrible), de obras de teatro (Sainete con variaciones, puesta en escena por Luis Macchi en 1966; Veraneando, no representada), de relatos (Todo eso, Jorge Alvarez, 1966), es, dentro de la poesía, sin embargo, donde alcanzó cimas más sólidas. Desde sus libros iniciales (Breves, y Lugares) hasta 'Del otro lado', no editado aún en la Argentina, pasando por Nombres (1964), uno de los mayores libros de poemas de su generación, Urondo ha elaborado una voz reconocible y fiel a sí misma, que tiene pocos paralelos en la Argentina. Estos textos pertenecen a su segundo libro de relatos, que publicará Sudamericana la próxima semana [*]

Malestar

No veo la hora de estar en un aeropuerto lustroso, como una cama, y de allí saltar a un avión y volver a Buenos Aires lo más rápido posible. Volver a casa, "vivir con mamá otra vez"; Dios mío: qué mal puede llegar a sentirse uno, qué momento para tener un cólico, qué inoportunidad: Río debió esperar, sin duda, mucho más de mí; al menos que tuviera más receptividad y no a la inversa.

Sobrevivo hace horas. Primero en casa de Guilherme, con ese ex diplomático empeñado en hablar conmigo a pesar de su hemiplejia; después esa actriz con la que hubo tácito y súbito entendimiento y con la que, sin embargo, hasta ahora no pasó nada porque mi mujer olió todo y esto complica las cosas.

Creo que empezó con el suco de laranja; o quién sabe si no fue después, con el abacaxi de la playa, o con el mar, que estaba más frío que la madonna. Lo que pasa es que uno viene por muy pocos días y quiere aprovechar, porque después no queda otro recurso que el río de la Plata, sucio y plagado de toscas; uno se rompe allí los pies, el alma. Uno puede llegar a morir, especialmente si lo agarra una buena sudestada en pleno remojón; una de esas que hacen crecer el río a razón de centímetros por minuto, y no da tiempo a salir y termina azotando a la gente contra las murallas de la costanera. Es casi seguro que he tomado frío en las frías aguas del mar.

Mi psiquiatra suele decirme: "Claro, quiere todo el mar para usted solo. La fantasía debe ser tomárselo, siguiendo con una vieja costumbre suya". Sí, ya sé, tienen ustedes razón, la avidez me pierde, pero prometo no volver a tomar nunca más una procelosa copita de mar turbulento y frappé. En realidad me debe haber liquidado el cambio de régimen alimenticio: los sucos, el frango. ¿Dónde habrá ido -me pregunto- a parar nuestra fluida carne de vaca, la mejor del mundo, o mais grande?

Y esos negros -para colmo- en pleno coloquio sentimental con el mismo mandinga, fumando marihuana, o maconha, como le dicen aquí. Esos negros dándose cuerda para estar a la altura de las circunstancias, es decir, de esa liturgia endemoniada, metiéndose en el mar, y bailar, y orar, y cantar, y sudar en el yemanyá, iluminando el mar con sus pobres velas de sebo, con ese frío espantoso que trae la noche. Alfonsina Storni debió internarse así en el mar, y no con la intención de adorar a la virgen negra de los esclavos, sino a su alma pura: "tú me quieres blanca".

Solo Dios y yo conocemos la cara que puso el camarero del hotel cuando lo llamé, a las cuatro de la mañana, y le dije: "Faz favor, pódeme procurar um pouco de maconha, ¿me entendió?" "Si senhor, eu entendí, más nao tenho; vocé pode encontrar no 'Cagaceiro' la, um barzinho que fica perto d'aqui" Pero en el barzihno nada; ni siquiera ese pibe que merecía ser argentino por la pintita, pero que cantaba en portugués y no hablaba una sola palabra de castellano. Tampoco tenía idea de dónde se podía conseguir, y se reía: ja, ja, qué gracioso. Un poco de maconha, cretino, para digerir el frango y el frío, y el suco y la inmensa virginidad del mar.

Habrá sido la falta de maconha. O el whisky aguado de Guilherme con tanta gente en su casa. Río es La Corte, y Guilherme el duque de Urbino. Además, Río de Janeiro es "la ciudad de los grandes contrastes". Santo Dios, será posible que todo el mundo siempre diga lo mismo y, además, se crea original, agudo y sobre todo en paz con su conciencia. Pero arriba de los grandes edificios siguen los morros miserables. Sí, "los contrastes": la miseria codeándose con la opulencia, como yo me puedo codear con su hermana. Y no es una guarangada lo que digo: bien puedo ser amigo de su hermana; el marido. Viajar con ella a Río de Janeiro -"capital de México"- y descubrir la miseria engarzada en el dinero, codeándose con él, como yo puedo codearme con mi mujer, es decir, con su hermana. A lo mejor empecé a sentirme mal de tanto parar la oreja: se hablaba por lo menos en cuatro idiomas en casa de Guilherme; no daba abasto porque no domino particularmente ninguno, solamente una palabrita aquí y otra más allá. Además, hablan tan rápido estos malditos cariocas; meten miedo. Un aeropuerto; sólo un aeropuerto, pido, y partir.

Un aeropuerto para morir bailando. Aunque sea este aeropuerto; aquí detuvieron a Perón, aunque "el hombre" no tiene nada que ver con mi actual estado de salud. Sin embargo, hay cosas que matan; por ejemplo: ambiciones, países. A Sebastián, sin ir más lejos, no lo mató otra cosa que no fuera Lima, "la horrible". Podía irme de aquí a Manaos, en vuelo directo o haciendo escala en Brasilia, y de allí a Iquitos, y de allí, pasando por la desaparecida Santiago de Chuco, a Trujillo y bajar hasta Lima, y en el jirón de la Unión abrazarme con mi querido Sebastián y decirle: "bailemos unas marineras hermano, que estoy a punto de ponerme a llorar como un Inca". No sé cómo decirlo: me siento mal. Estoy seguro de que prácticamente nadie se ha muerto de un cólico, pero, de todas formas, me siento mal. Debo haber tomado frío, pero no en el mar, sino en el morro, "lembrando sempre na favela". Se había levantado viento y yo estaba muy sudado de tanto bailar en la scola do samba. Qué me habrá dado por bailar; hasta Carmen me miró asombrada. Carmen que no se asusta ni de ella misma. Hoy no la he visto a mi amiga; debe estar retozando con su amigo. A lo mejor la han metido presa, porque Carmencita es de las que no tienen pelos en la máquina de escribir.

Volvía de Lima en un avión lleno de monjas, y una de ellas se desmayaba y se le caía la máscara de oxígeno, y yo dudé entre dejarla morir o acomodarle ese aparato en la trompa: esa monja denunciaría a mi amiga Carmencita, porque las monjas tienen un olor espantoso, el olor de la muerte que se avecina. Habiéndome sentido an bien en Antofagasta con el vino Undurraga y los locos -por citar a un marisco- y con Andrés, el poeta, ¿cómo puede ser que ahora me sienta tan mal?. Estoy en tierra firme, no caigo en los pozos de aire, no me azotan los vientos de la cordillera ¿me verá don José de San Martín desde allá abajo? Lo saludo desde una altura que nunca ha podido virtualmente sobrevolar. Quisiera estar en cualquier parte, menos aquí, en este restaurante, sobre la avenida Atlántida, sobre el océano que lleva su nombre.

Mi mujer está sentada enfrente, del otro lado de la mesa o del mostrador, si así lo prefieren. Se la ve notoriamente preocupada por la vecindad de la actriz y por el mal semblante que debo tener. La odio; siempre preferí denostarla a interesarme, a tratar de averiguar cómo era. Estoy harto de engañarla en sus propias narices, delante de su mismo trasero y ahora, con todo esto del cólico, creo que empiezo a necesitarla un poco: piedad y un aeropuerto. La actriz me mira: es rica, cachonda, pero las actrices son para mirar de lejos, desde un escenario y sólo representando: "¿Me gustaría saber qué mira?; camine, camine al gineceo, que los cólicos me ponen más misógino que un gallego". Dios mío, qué mal estoy, y además esta mujer incomprensible que-me-ha-manda-do-el-Señor, y que me patea porque piensa que miro codiciosamente a la actriz. ¿Qué pretende, que además de sentirme como me siento, no mire; que agache la cabeza; que rece, que pida perdón?; Un aeropuerto.

Guilherme, en este preciso momento, recuerda que Vinicius -inventor, como es muy sabido, de la bossa nova- no tiene casi voz y que canta, por esta razón, muy suavecito; sostiene que es éste el motivo por el cual todos cantan en un tono muy bajito, como si susurraran. Es una maldad simpática; tiene bossa. Y Guilherme ama a Vinicius; los brasileños se aman entre sí y yo me siento incomprendido, con todo mi odio encima. La vida entera he tenido este cólico, este odio. Empezó hace más de veinte años, antes del general Ramírez, cuando comenzaba la guerra y Holanda era invadida por los botes neumáticos: antes, cuando el Ejército del Ebro, si mal no me acuerdo. Todo empezó entonces y viene a terminar ahora, en Copacabana. Empezó en el Largo de Boticario, en la casa de ese pintor que quería levantarse a mi mujer: ma sí, que se la levanten de una buena vez y que me dejen tranquilo con toda esa agua que le echan al whisky estos cariocas.

Malditos sean cuando dicen "lotacao" y pronuncian las tres últimas sílabas cerno si estuvieran bailando estos cretinos, como si fueran las ancas de sus putas mujeres que miraba cuando dejé a la mía en la avenida Copacabana y me interné por Rio Branco, y pasó ese bonde que iba a Madureira. Lloró mi corazón souzinho, llora por la nostalgia, por las vírgenes y las magdalenas. Y mi mujer comprándose una bikini francesa de color colorado, mientras yo seguía a todas las mujeres de Rio, pero y ahora, "José a festa acabou, a luz apagou, o povo sumiu, a noite esfriou, e agora José?, ¿e agora, vocé? Está sem mulher, está sem discurso, está sem carinho, ja nao pode beber, ja nao pode fumar, cuspir ja nao pode, a noite esfriou, o dia nâo veio, o bonde nâo veio, o riso nâo veio, nâo veio utopia, e tudu acabou, e tudu fugiu, e tudu mufou. José, ¿e agora? Se vocé gritasse, se vocé gemesse, se vocé tocasse a valsa vienense, se vocé dormisse, se vocé cantasse, se vocé morrese... Mas vocé nâo morre, vocé é duro, José!"

Había feijoada por allí, que la gente comía de pie en un mostrador. O ese pescado a la bahiana pasando la Barra de Tijuca, más allá del morro de Rozinha; las negras vestidas de broderí blanco, sobre la arena blanca, sobre la virgen negra de yemanyá, rezaban bajo el pleno sol del mediodía. Había un café cerca del puerto; prostitutas muy pretas y batindinhos de cashasa, mientras mi mujer compraba su bikini y yo subía a la favela por esas callecitas, y Getulio no estaba más, y Jango tampoco. Sólo quedaban "los mineros de Lota saliendo de su cueva". Me acordé de Lawrence Ferlinghetti merodeando por Chile y diciendo eso de los mineros que, como simios, merodean Botafogo, y de Lacerda, echando a los tinhosos de ese morro al que confieren tan mala vista. Un aeropuerto, por el amor de Dios, que de un momento a otro me encuentro con mi mujer y me dice "hola, ¿a qué no adivinas lo que me compré?"

La pobrecita queriendo decir algo: "no podemos decirnos nada, amor mío; dame la mano, es demasiado para los tiempo que corren; la mano, la patita".

Me sigue pateando por debajo de la mesa. Como para levantarme a una actriz estoy yo; la procesión va por dentro querida: los feligreses me pisotean las tripas, es decir, el alma de los desdichados. Sangre mía de hermanos que nunca fuera derramada a su debido tiempo; un baño de sangre. Un aeropuerto para lavar los pisotones de la procesión que transcurre en mi templo interior, en mi alma, es decir, en mis tripas, en este enmerdado espíritu. No quiero un avión para irme a cualquier otro lado, quiero un aeropuerto para salir volando, y tomar aire, y respirar.

Ya no se puede respirar, a pesar de todo el océano; no sé cómo tomar aire. Hay que apurarse, porque estoy a punto de irme a la marchanta, por no decir otra cosa: una grosería, de esas que en nada benefician al mundo.

ADIÓS

-Sí, mamá... -Yo le decía mamá, aunque en realidad no lo era. La llamaba así para que no hubiese dudas. En realidad quería decirle: "te quiero mucho"; por eso le decía mamá.

-...están muy bien, te mandan besos; en el próximo viaje te los voy a traer. -Me refería a mis hijos; ahora vivían en Santa Fe con su madre, y yo no vivía más con ellos. Mamá sospechaba algo de toda esta situación matrimonial, pero nunca comentamos nada; no me pareció oportuno.

Por otra parte, era difícil, porque mamá nunca hacía preguntas. Prefería que uno le contara espontáneamente; si tenía ganas, o si podía. Así me encontré muchas veces hablando de alguna cosa que ni sospechaba iba a terminar conversando con ella; porque ella conversaba, no daba consejos. Después venía un alivio: los problemas se achicaban, la vida era linda. Estar a su lado, hablar; sin embargo, esta vez no había querido decirle nada, traerle más problemas, con todo lo que estaba viviendo.

Ahora niega algo con un movimiento de su cabeza:

-¿No, qué?
-No los voy a ver...

La miro, finjo, digo que no la estoy engañando, que en el próximo viaje voy a venir con los chicos; pongo, incluso, ojos de desconcierto cuando no tengo más remedio que reconocer que se está refiriendo a otra cosa, no al posible incumplimiento de mi promesa.
-.. .a vos tampoco.

Sin dejarla terminar, despliego un elenco convulso de explicaciones inútiles. Por ejemplo, que la otra vez, cuando la operaron, después de darle sangre, también había comentado que no valía la pena o algo por el estilo. Que hacía más de dos años de todo esto: "mira si no valía la. pena".
-Ya ves: no valía la pena.
-¿Cómo que no?

No insistió aunque era evidente que estaba convencida de sus razones; se limitó a negar con un pesado movimiento de su cabeza. Estaba tapada hasta las orejas, apoyada precisamente sobre el costado donde estuvo el pecho que había desaparecido en aquella operación. Tenía en la piel ese color que trae la enfermedad, el olor a remedios que trae la enfermedad.

Mamá, cuando estaba sana, siempre hacía scones, y nunca vi que ofendiera a nadie. Tampoco era cargosa con sus caricias, no molestaba, daba lo que estaba haciendo falta y en el momento preciso. Cuando hacía scones, la tarde era una fiesta: la masa cruda todavía, la copa con que la cortaba antes de ponerla al horno.

¿Cómo era posible que desaparecieran con ella esos scones?
-Vale la pena: dentro de un par de semanas te vas a sentir mejor y te vas a poder levantar.

Ya ni siquiera negó con aquel movimiento de su cabeza. Me miró fijo, y nada más. Después sonrió un poquito y, penosamente, extendió el brazo dolorido, sin duda, y tomó mi mano, como hacía antes para que me durmiera, como haría siempre a partir de ese momento, sin soltarme nunca, sin decir nada, como sonriendo. Una lágrima resbaló por la filosa ladera de su nariz, y yo sentí que se clausuraba mi garganta.

-¿No tenés que irte ya?
-Todavía es temprano.
-¿A qué hora sale tu tren?
-Falta mucho.
-No se te vaya a hacer muy tarde...
-...Tengo tiempo todavía.
-Si querés, anda; no te demores conmigo.
-Con un taxi estoy enseguida.

Retiro estaba muy cerca, y no perdí el tren. Dos días después, tomaba certeza con algunos amigos, en Santa Fe. Conversábamos, y ya ni me acuerdo de cuál era el tema en ese momento; tal vez nada importante, pero en eso andábamos, dejando pasar el tiempo, cuando vino alguien a decirme que habían hablado por teléfono desde Buenos Aires, para avisar que la tía se había muerto. Era más que la tía, era ni madre, como ya dije.

[*] Revista Primera Plana, diciembre 1967

Fuente: www.magicasruinas.com.ar

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