Perón y López Rega, el personaje maldito de la historia peronista

Por Alejandro Grimnson

(Capítulo 5 de «¿Qué es el peronismo? De Perón a los Kirchner, el movimiento que no deja de conmover la política argentina»)

Una imagen de terror. Por decreto 1350 del 3 de mayo de 1974, firmado por el presidente Perón, el cabo José López Rega, cabeza de la banda clandestina paraestatal Alianza Anticomunista Argentina, autora de más de 1.500 crímenes entre 1973 y 1976, fue ascendido a comisario general. Ascendió doce grados en un solo día.

Durante años, López Rega ha sido el hecho maldito del país peronista. Un personaje inenarrable, respecto del cual la única posición peronista podía ser el silencio. En el otro extremo, ha representado también la fiesta antiperonista, porque era el ejemplo que a sus ojos «demostraba» hasta dónde podía llegar el peronismo. En esa lógica se ha argumentado durante mucho tiempo. Pero como indica la antropología, para comprender el peronismo en sus complejidades también es necesario abordar la cuestión López Rega.

¿Acaso será posible abordar a un asesino en sus detalles y contingencias? Quizás hay quien no pueda leer más que denuncias bien documentadas sobre los crímenes de la Triple A. En este capítulo nos proponemos un recorrido muy diferente. Para llegar a 1973, la intención es reconstruir aspectos desconocidos de la vida de López Rega. Entender cómo construyó su poder, cómo ascendió y desde dónde.

Secretario privado de Juan Domingo Perón y posterior ministro de Bienestar Social entre 1973 y 1975, López Rega creó la fuerza paramilitar Triple A, que se dedicó a perseguir, amenazar y asesinar a personas y grupos de izquierda, antes del golpe militar de 1976. Ese hecho atroz produjo tanto un silencio sobre su figura como denuncias por sus crímenes. Ahora bien, la antropología –pero no sólo ella– busca comprender incluso aquello que es aborrecible. Comprender el mal, que puede o no ser banal, pero que adquiere en algunos casos intensidades inauditas.

José López Rega gobernó la Argentina entre el 1º de julio de 1974 y el 11 de julio de 1975. Nunca tuvo un cargo electivo, simplemente tomó las riendas de un gobierno peronista, el de la fórmula Perón-Perón. Las palabras de cinco letras eran idénticas antes y después del guión, pero la primera aludía al presidente de la Argentina entre 1946 y 1955, mientras la segunda hacía referencia a su tercera esposa, María Estela Martínez. Conocida como «Isabelita», nombre que recibió en la esotérica Escuela Científica Basilio, quiso devenir una copia de la segunda esposa de Perón: la Santa Evita. En 1951, después de una inmensa movilización de masas que le pedía a Eva con amor, con ruego, con exigencia, que aceptara ser candidata a vicepresidenta de la nación acompañando a su marido, las fuerzas más reaccionarias que apoyaban o condicionaban a Perón lograron que no se concretara esa fórmula. En cambio, en 1973, en la mayor de las desconfianzas de Perón hacia los diferentes líderes del justicialismo, ninguna fuerza se opuso con éxito al binomio Perón-Perón. El abismo no sólo separaba a Eva de Isabel, sino al enérgico Perón de 1952 de aquel «león herbívoro» cuya salud no le permitiría completar un tercer período presidencial.

La influencia de José López Rega había crecido a lo largo del tiempo. Fue ministro de Bienestar Social desde la primera de las cinco presidencias peronistas que hubo entre 1973 y 1976: Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel y Luder. Pero ese ministerio no era nada comparado con su poder. Cuando la breve presidencia de Cámpora llegó a su fin, Raúl Lastiri asumió casi por el doble de tiempo. Era el yerno de López Rega y precedió a Perón. También López Rega era el secretario privado de Perón desde hacía varios años, y había construido un vínculo espiritual indisoluble con Isabel. Así había llegado por primera vez a la casa de Puerta de Hierro y de esta forma se convertiría en una suerte de primer ministro una vez que tuvo el camino allanado después de la muerte de Perón. Hasta el 1º de julio de 1974, López Rega tuvo mucha influencia, pero el poder estuvo en manos de Perón. Después de su fallecimiento, López Rega tomó el mando ya que gobernaba su discípula, que le guardaba confianza ciega.

Comprender es preguntarse si en las motivaciones de esos y otros actos había algo más que la decisión de «aniquilar a la subversión». Y había algo más. Muchos de los funcionarios que él designó tenían un elemento en común: habían pasado alguna vez por una Casa Rosacruz en Paso de los Libres. Esa ciudad correntina es una pieza clave del rompecabezas, sin la cual una parte de las acciones y relaciones de López Rega no puede entenderse.
En Paso de los Libres realicé el trabajo de campo para mi tesis de doctorado entre 1999 y 2001. Ubicada en la frontera con Brasil, debe su nombre a que un general antirrosista cruzó por ese «paso» en 1843, desde Uruguayana, para derrocar al gobierno correntino. Desde entonces por esa frontera pasaron exiliados, mensajes y «contrabando» político. Allí encontré una trama compleja y sorprendente, uno de cuyos capítulos se extiende hasta la actualidad.

Para el sentido común, los sucesos históricos sólo acontecen en grandes centros políticos. ¿Puede un pueblo, una pequeña ciudad alejada, haber sido un núcleo relevante? Los principales temas de la historia y de la política de las naciones no se llevan bien, a primera vista, con los objetos predilectos de los antropólogos: aldeas, poblados. Menos aún si, como en el caso de una pequeña ciudad correntina como Paso de los Libres, no es un suburbio de un área metropolitana, sino la periferia de la periferia. Esa visión espacial de las jerarquías está muy extendida en la Argentina.

Un presidente de la Nación nacido allí, Arturo Frondizi; el Libertador General San Martín, nacido a sólo sesenta kilómetros; dos presidentes de Brasil, Vargas y Goulart, nacidos en una cercana ciudad de frontera; la primera reunión entre un presidente argentino y el emperador de Brasil; la batalla inicial de la Guerra de la Triple Alianza y otros sucesos alimentaban una teoría de mis amigos e interlocutores en Paso de los Libres: la periferia es el centro. Así dicha, la frase es responsabilidad mía, pero creo que interpreta de modo adecuado un significado sólido que anuda una cantidad de historias que me relataron a lo largo de los años. La lista es extensa. En 1932, Arturo Jauretche fue allí para participar de la revolución radical y después de la derrota escribió su poema gauchesco «El Paso de los Libres», que en su primera edición prologó Borges. Entre 1945 y 1985, existió allí el único puente que atravesaba mil kilómetros de frontera fluvial entre Argentina y Brasil.

De todas ellas, la que más me impactó fue la de José López Rega, quien vivió en esas tierras un capítulo decisivo del estudio de sus creencias, sus aprendizajes esotéricos y su formación espiritual. El Brujo, como se lo conocía popularmente, tenía una formación muy especial y sus conocimientos parecen haber logrado efectos reales. Sus convicciones lo llevaron a creer que podía gobernar la Argentina. Por más desmesuradas que nos parezcan sus creencias, así lo hizo durante un año, designando ministros, dirigiendo la fuerza parapolicial Alianza Anticomunista Argentina y estableciendo la política económica que terminó en el Rodrigazo y que generó una reacción popular que lo eyectó del gobierno. Aunque llevó a Buenos Aires a un pae de santo de su confianza para que le diera estabilidad a la presidencia de Isabel, sus habilidades se evaporaron y el poder se le escabulló de las manos.

Entre las personas que pasaron por la Casa Rosacruz que visitaba López Rega están Raúl Lastiri; Celestino Rodrigo, que fue ministro de Economía; José María Villone, que fue secretario de Prensa y Difusión; y Carlos Villone, que era la mano derecha de López Rega y asumió como ministro de Bienestar Social cuando su jefe tuvo que irse del país. También estuvieron Claudio Ferreira, que ocupó posiciones como cónsul y jefe de la agencia de noticias Télam en Brasil, y José Famá, oficial del círculo del Comisario Villar (uno de los jefes de la Triple A). En esa Casa Rosacruz participaban intendentes de Paso de los Libres y prefeitos de Uruguayana. Pasaron por allí Jorge Paladino, delegado de Perón en Argentina, así como algunos oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas y de la Policía. La razón que los llevaba hasta la Casa de Doña Victoria no era «política», sino «espiritual». Pero en esa espiritualidad compartida, entre ceremonias y rituales, se tejieron relaciones y emergieron formas que tuvieron gran relevancia para la política argentina.

Orígenes y llegada a Paso de los Libres

José López Rega nació el 17 de octubre de 1916. Esta peculiar coincidencia astral lo hacía repetir entre sus amigos que su nacimiento estaba vinculado al propio destino del justicialismo. Su tendencia irrefrenable a la grandilocuencia se vio alimentada cuando le dio significado al año de nacimiento de su única hija: 1945. Había crecido en un entorno humilde, tratando de rebuscárselas sin madre, con trabajos sencillos, y a cuidado de un padre con problemas de salud. Después de vivir varios años en el barrio porteño de Constitución, se instaló en Saavedra, por entonces un barrio humilde de la Capital. Allí se alojó en un pequeño departamento de un ambiente que era «casi una habitación de inquilinato» (Bonasso, 1999: 57). Pareció haber sentado cabeza a fines de los treinta cuando, dos años después de casarse, consiguió un cargo fijo en la Policía Federal. Trabajaba en su propio barrio y en esa época su función social era reconocida por los vecinos. De los primeros treinta y cinco años de su vida quedan anécdotas que muestran una persona afable, campechana, que quería destacarse ante otros en pequeñas cosas.

Hacia 1950, hubo un giro en su vida. No sabemos si fue provocado por el azar o por un suceso especial. López Rega no estaba conforme con la persona que era. En muy poco tiempo emprendió varios caminos. Por un lado, en 1951 logró que lo designaran a la guardia de la residencia presidencial. En ese año, tuvo la oportunidad de cantar en Radio Nacional. Era algo que solía hacer en reuniones de amigos, pero en esos años se dedicó a estudiar canto y obtuvo una beca del Estado para realizar actuaciones en los Estados Unidos. López soñaba con ser un cantante famoso, pero nunca pudo destacarse. (Recordemos la frustración de Hitler para acceder a la Academia de Bellas Artes en Viena.) Sin embargo, de sus actuaciones en Radio Nacional guardó una relación clave para su formación espiritual: su vínculo con el periodista José María Villone.

Justamente durante esos años de transformaciones personales fue circunstancial integrante del equipo de vigilancia presidencial, cuando Perón y Evita vivían en el Palacio Unzué, en Austria y Libertador. Después, López Rega exageró este hecho jactándose de haber sido el primer agente de la custodia de Perón. Guardaba una foto de esa época que le resultó útil años después.

Algunos visitantes lo recuerdan de entonces. Nadie ha olvidado un detalle: la pringosidad de López. El cabo es meloso. No tiene orgullo. Se presenta dispuesto a cualquier cosa, a lo humillante incluso […]. Jorge Taiana recuerda a un cabo de policía que en 1952 se le acerca para ofrendarle su sangre para Evita. Era el monje umbandista (Feinmann, 1986: 58).

Pero no era monje y en ese momento sabía poco y nada del umbanda. Ni siquiera existen los «monjes umbandistas». Esas etiquetas tan usuales vuelven exótico a López, lo presentan como un ser misterioso, inexplicable. Capturar algo de su personalidad y sus vínculos requiere del esfuerzo de no pensar en él desde la figura en que se convirtió con el correr de los años.

Eventualmente ascendió a cabo primero. Tras el derrocamiento de Perón, en 1955, fue trasladado a la Guardia de Infantería. Allí conoció a Alberto Villar, que en la tercera presidencia de Perón llegaría a ser el jefe de la Policía Federal. No hay más testimonio del «peronismo» de López Rega. A mediados de los cincuenta, cuando la frontera entre Argentina y Brasil era un hervidero político, primero de exiliados antiperonistas que planeaban el golpe de Estado y después de exiliados peronistas que huían de la represión, López Rega llegó a Paso de los Libres.

En 1957 escribió su primer libro. Pensaba que era una persona muy especial. Creía fervientemente en sí mismo como alguien que revelaba secretos, que sabía de un mundo oculto, tenía conocimientos para aliviar dolores o curar a personas utilizando hierbas medicinales. Cada vez recibía más consultas e intentaba ampliar su experticia y sus poderes. Era respetado en su barrio y en Paso de los Libres. Escribía folletos mecanografiados sobre astrología, países, continentes y religiones, en hojas tamaño oficio abrochadas con una cartulina celeste en la tapa, que llevaban siempre el dibujo de las Manos en Oración, inspirado en la obra de Alberto Durero.

López Rega pidió su retiro en 1962. Hacía algunos años que frecuentaba Paso de los Libres. De allí el nombre que escogiera para sus ediciones: «Rosa de Libres». ¿Por qué fue López Rega a Paso de los Libres? Llegó invitado por José María Villone –que era considerado «un hombre de un conocimiento muy elevado y reservado»– a la Casa de Doña Victoria, quien terminó siendo su maestra espiritual. Victoria García Vázquez, más conocida como Victoria Montero (por el apellido de su primer marido), había nacido en España en 1893. Llegó a Buenos Aires desde Pelotas, Brasil, en 1942 y se instaló en Paso de los Libres con su segundo marido, Caminero, después de enviudar. Allí fundó una sede rosacruz de la Fraternidad Antiqua. Esa rama se autodefine como «de carácter científico y espiritual», sin relación alguna con «religión, dogmatismo o política». Hay dos elementos muy relevantes en esa definición. Primero, una vocación por el conocimiento. Segundo, no se trata de una dimensión alternativa a las creencias o pertenencias religiosas. Personas de cualquier religión u orientación política podían ser aceptadas y eran bienvenidas allí (véanse Wright, 2018; Ceriani Cernadas, 2018).[41]

Doña Victoria, tal como la recuerdan los vecinos de Paso de los Libres, era una mujer con una fuerte personalidad, que transmitía una energía muy especial, que reconocía los más diversos conocimientos si contribuían a entender el mundo, que manifestaba un sentimiento de solidaridad para con las causas de los más humildes y que practicaba cotidianamente la caridad. Todas las actividades se concentraban en esa casa, incluyendo la meditación, reuniones y algunos rituales especiales. Por ejemplo, los días 27 de cada mes, día Universal de la Espiritualidad, oraban por la fuerza cósmica.

Cuando los libreños relatan esta historia, no hablan tanto de un centro rosacruz como de «la Casa de Doña Victoria». Una casa de ladrillos, cercana al centro (en la calle Rivadavia 1595). Además de los dormitorios de la familia, había otras cinco habitaciones donde podían alojarse quienes llegaran de visita. También tenía un jardín donde todavía en el año 2000 (cuando la visité) crecían plantas originarias de distintos países latinoamericanos que habían donado visitantes de zonas remotas. La unidad americana era uno de sus horizontes y una de las razones de encuentros especiales. Cada 25 de agosto, celebraban una ceremonia de Confraternidad, para la cual llegaba gente desde diferentes países latinoamericanos y de distintas religiones. Se reunían trecientas o cuatrocientas personas y un representante de cada país daba un discurso. La función de la Casa no era religiosa según sus miembros, sino filosófica. «Todos nosotros en la casa estábamos en búsqueda de conocimiento», me comentó uno de sus miembros. Para Doña Victoria el conocimiento no se alcanzaba de una vez y para siempre; era una búsqueda que requería apertura hacia los influjos más diversos.

Doña Victoria es recordada por quienes casi no tuvieron relación con ella como una gran alma caritativa. Quienes tuvieron mayor cercanía la evocan como un ser único, por su energía, su conocimiento, su claridad y su determinación. La casa era considerada por sus visitantes como un resguardo moral y de consejo. Los miembros sentían que Doña Victoria irradiaba algo, la admiraban e idolatraban. Ella miraba a una persona y sabía perfectamente lo que le pasaba. También tenía conocimientos curativos. Hubo quien le recriminó a su madre que tratara a Doña Victoria «como si fuera Jesús, un maestro»; a lo que la madre respondió: «Es que es una maestra».

Doña Victoria se había afincado en Paso de los Libres al inicio de los años cuarenta con una misión rosacruz que debía durar 27 años. Muchas veces invitaba a oficiales de las Fuerzas Armadas para que no sospecharan de algún desacuerdo, pero la mayoría de los participantes recuerda el rechazo de Doña Victoria a las dictaduras militares. Aunque, como hemos señalado, no manifestaba ideas políticas, sí subrayaba la importancia de los beneficios sociales generados por gobiernos como los de Perón o Vargas. Un miembro brasileño de la casa afirma haberle llevado de niño un almohadón muy bonito de regalo a Vargas de parte de Doña Victoria. Y un argentino asegura que algunas veces Doña Victoria le escribió a Perón. Otra mujer que se crió en la Casa dice que Victoria consideraba que Perón era un gran hombre, pero mal dirigido.

Victoria prefería vestirse de blanco u otros colores claros. Su sillón tenía una funda blanca impecable. En su cuello siempre llevaba un collar con una cruz y una rosa, símbolo rosacruz. Más allá de las extensas explicaciones que podrían citarse, un miembro de la Casa detalló: «Cristo resucitó, así que no había que llevarlo en la cruz, allí había quedado una rosa que era su sangre».

Entre los colaboradores y visitantes asiduos de la Casa a mediados de los años cincuenta, había algunos suboficiales del Ejército que residían en Paso de los Libres y algunos suboficiales de la Policía Federal, retirados o no, que viajaban desde Buenos Aires. López Rega integraba este último grupo. Después de 1955, José María Villone tuvo que exiliarse, recaló durante poco tiempo en Uruguayana hasta establecerse en Porto Alegre, a setecientos kilómetros, donde consiguió trabajo. Desde allí, mantenía una relación asidua con López Rega. Se encontraban en Paso de los Libres en ocasiones especiales y López Rega también visitó Porto Alegre en esos años. Carlos Villone, el hermano, viajaba con frecuencia a la frontera.

Al principio, López Rega daba la sensación de ser un muchacho sencillo y simple. Después fue mostrando sus conocimientos y sus contribuciones escritas. Entabló allí un vínculo de amistad con muchos de los participantes y una relación muy especial con Doña Victoria. Realizaba sus propias «investigaciones» sobre temas esotéricos y participaba de las actividades de la Casa. Incluso colaboró con la construcción de las habitaciones cuando realizaba sus visitas. Se hospedaba por una semana, para realizar un retiro espiritual y ciertas ceremonias.

En 1962 publicó en su propia editorial un libro de más de setecientas páginas: Astrología esotérica, subtitulado «Secretos develados». Dejó en letra de molde la importancia que para él tenía esta historia. Como escritor, López Rega colocaba frases y párrafos entre signos de admiración, y utilizaba letras mayúsculas para enfatizar una palabra. En la introducción de ese libro sostiene que en la Nueva Era de Acuario los secretos del espiritualismo deben ser develados para todos. Y que el lector debe agradecerle al SEÑOR por el relámpago de iluminación que ese libro posee:

¡Se abre ante vuestros ojos un mundo enteramente nuevo y extraordinario! ¡Es el mundo de los SECRETOS DEVELADOS A LA LUZ DE LA ASTROLOGÍA, tal como nadie nunca lo hiciera anteriormente! […] ¡No he jurado CALLAR ante nadie y por el contrario mi misión es servir a la HUMANIDAD a plena cara descubierta! […]

¡Es este, AMIGO LECTOR; tu propio AMIGO MUDO!… Trata de entenderlo con paciencia y ámalo mucho, recordando siempre que la PALABRA PERDIDA que se busca desde la antigüedad en los ámbitos secretos contenía el PODER DE LA MAGIA DIVINA y se ha tornado también MUDA para evitar su manoseo por ALMAS AMBICIOSAS, pero TÚ, estimado LECTOR, recuerda siempre que el MUDO se hace comprender de aquel que realmente lo ama! (López Rega, 1962: 9-14).

Si hay algo que deja a un lado desde el inicio es cualquier modestia y hasta se postula como «bálsamo para cualquier situación en que el mundo se encuentre». Así, anuncia que publicará una «serie de libros extraordinarios, que serán los mojones de la nueva literatura de acuario».[42]


Experiencias esotéricas

Conocí a David en mi primer viaje a Libres, en enero de 1999. Ya tenía el pelo blanco, su rostro siempre sin afeitar, y una renguera que indicaba marcas indelebles. Pero lo que impactaba era su mirada vivaz, chispeante, y el tono de su voz, fascinado con los detalles de cada historia. David vivía en un barrio denominado «el Buraco», que en los momentos florecientes había sido el epicentro del comercio con Brasil al borde de la frontera. Luego se convirtió en un conjunto de galpones abandonados, herrumbrados y de casas con calles de tierra. Uno de esos grandes galpones había pertenecido al padre de David cuando se usaba para guardar mercadería y ahora era el enorme vacío que hacía de antesala de su casa. Mucha yerba de ayer secándose al sol y algún resto de torta frita fue lo poco que vi sobre su mesa en las largas horas que conversamos. En una de mis visitas, David me dijo: «Yo no haría una investigación. Acá hace falta imaginación para hacer las cosas». En la frontera, plagada de clandestinidades económicas y políticas, la imaginación resulta una clave para la coherencia de los acontecimientos. «Yo haría una novela sobre Libres.» Le pregunté cómo sería esa novela:

Empezaría con la energía extraordinaria de la loma Valentina y contaría las historias que sucedieron a la luz y la sombra de la loma. Las misiones de Yapeyú y los Tres Cerros. Establecería un triángulo imaginario entre la loma, los Tres Cerros y Yapeyú y trazaría una línea que llevaría a las cavernas del Jarao. Se dice que en Jarao se encuentra depositado un tesoro que sería mayor al tesoro de los jesuitas que estaría entre Libres y Yapeyú.

En efecto, en la zona de Paso de los Libres, las historias de la cultura popular local sobre los tesoros enterrados por los derrotados, jesuitas (expulsados de la zona a mitad del siglo XVIII) o paraguayos (en la Guerra de la Triple Alianza), se combinan con la significación energética que se atribuye a una loma y unos cerros en un paisaje que por lo demás es completamente plano. Entre los miembros de la Casa de Doña Victoria se concebía que el territorio estaba formado por una serie de triángulos. Uno de ellos uniría los vértices de Paso de los Libres con Salta y Torres, en Brasil. Victoria se instaló en Libres, su hija en Salta y López Rega compraría mucho después varias hectáreas en Torres.

La novela de David sintetizaba, de modo único y peculiar, un vasto campo de la imaginación local. Triángulos, tesoros escondidos, misterios, derrotas políticas. Son retazos de creencias populares que habían permanecido allí durante décadas, que influyeron y que quizás también se vieron algo influidas por la Casa de Doña Victoria.

En los tres ángulos del triángulo hay tesoros y empiezan a aparecer las relaciones con esta gente que tuvo tanto poder y nació en esa zona. San Borja, que está afuera del triángulo, podría ser una bisectriz. Yo no leí nada respecto de los triángulos energéticos, debe ser la popularización de la energía de las pirámides.

Para ser pura imaginación, son datos muy relevantes y conectan con la importancia dada a la antigüedad egipcia en el pensamiento rosacruz. No sólo porque las fantasías pueden ser tan significativas como las leyendas, sino porque, como imaginar no cuesta nada, el hecho es que San Borja, la «Ciudad de los Presidentes», donde nacieron Vargas y «Jango» Goulart, queda casi en medio del triángulo de Torres, Salta y Paso de los Libres. Aunque David no hubiera escuchado hablar de ese triángulo, aunque yo demorara años en relacionar una cosa con la otra.

Todas estas afirmaciones categóricas, esas señales misteriosas, forman parte del lenguaje local. Y también de la personalidad de López Rega.

A inicios de los sesenta, López Rega y otros miembros de la casa hicieron una expedición a Torres y otra con 27 integrantes al Cerro do Jarau, ubicado a unos kilómetros de Paso de los Libres, en Brasil. En una tercera expedición, 27 personas partieron en 1960 desde la Casa de Doña Victoria hacia los Tres Cerros. Doña Victoria los congregó. El día acordado los hizo aguardar en la Casa hasta el momento exacto y dio la orden de salida. López Rega y Claudio Ferreira lideraron el viaje. Entre las 27 personas, estaban los hermanos Villone, algunos políticos locales y siete miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Debían estudiar el panorama y traer una piedra de cada cerro. Constataron, me contó uno de los asistentes, que había dos cerros masculinos y un cerro femenino, que era el que tenía energía. Allí oraron y rezaron y regresaron a la Casa al atardecer. Las piedras que recolectaron permanecían en su jardín aún en el año 2000.

Un día, uno de mis amigos de Libres, «el Tuna» Favila, hermano menor de David, me propuso ir hasta los Tres Cerros. Mi tema de investigación le despertaba tanta curiosidad como a mí. Llegamos en auto a la laguna de San Joaquín, donde se ve una primera elevación, muy arbolada. Después otro cerro y otro más. Allí encontramos unos gauchos que nos dijeron que en la cima del cerro Nazareno había una cruz que había mandado a poner el exdueño del campo, un oficial. Dijeron también que en ese terreno se había desarrollado una batalla de la guerra de la Triple Alianza y que los paraguayos habían enterrado su oro en el cerro. Nos mandaron a buscar al capataz de la estancia, que nos acompañó al cerro Nazareno. Mientras disfrutábamos de un paisaje espléndido, Mario, el capataz, nos mostró una vieja cruz de madera de años remotos, la cruz de hierro del dueño anterior, una supuesta capilla donde se refugiaban los cuervos, un pozo de piedras que podría ser una gran tumba o el escondite del oro. Pero no llegamos al sitio más misterioso: un túnel donde ni el Ejército, cuentan, logró ingresar.

La loma Valentina, una pequeña elevación de ochenta metros en las cercanías de Paso de los Libres, es otro lugar clave para la cultura local, que aparece resignificado en la Casa de Doña Victoria. El 17 de agosto de 1865, se produjo allí la batalla del Yatay, la primera gran batalla de la guerra de la Triple Alianza. Los lugareños aseguran que antes de sufrir la derrota en Yatay los paraguayos enterraron sus tesoros allí. La creencia de que los grupos vencidos dejan tesoros escondidos está muy extendida en el Paraguay y en la provincia de Corrientes, y significa para algunos que los grupos derrotados dejan una herencia, un legado para la posteridad. Esta idea pone en evidencia que las ilusiones de los tesoros son individuales y colectivas, a veces vinculadas a la esperanza del futuro (Grimson, 2013). La loma Valentina, que en la mitología popular aparece como un lugar del tesoro y de la derrota, reaparece en la Casa de Doña Victoria de otro modo. Para los rosacruces y para López Rega, era una zona energética particular. Como ya dijimos, era el vértice de un triángulo. Su historia prosperó porque la realidad siguió alimentando la imaginación. Carlos Saúl Menem estuvo en la loma Valentina, el 17 de agosto de 1989, en la primera salida de Buenos Aires después de asumir como presidente de la nación.

Pero regresemos a la batalla del Yatay. Hubo un gran pintor de la guerra del Paraguay, Cándido López, conocido también como «el manco de Curupaití». López llegó tarde a Yatay, cuando ya había terminado la batalla. En esa planicie correntina, le pareció mejor mostrar el encuentro de los dos ejércitos sobre la loma, a punto de chocar sobre ella. Y así pintó lo que no vio. En realidad, la batalla fue a los pies de la loma. Eran tantos miles de hombres los que participaron que no podrían haberse posicionado sobre la loma. Pero la imaginación pictórica de López tuvo un poder performativo en la imaginación popular, que localmente refiere a loma como epicentro del combate y de los tesoros paraguayos. Valentina ocupó así un lugar relevante en las creencias populares locales, retazos de los cuales López Rega tuvo siempre entre sus fuentes eclécticas.

La búsqueda del conocimiento

Hay una relación directa entre los triángulos y el número 27. Los miembros de la Casa me explicaron que 3 veces 3 es la perfección. 9 es el número de Dios y del poder de Dios. Es el único número que al ser multiplicado y sumando dígito por dígito da por resultado 9. El 9 es para ellos la regularidad total, donde tres triángulos vuelven todo circular.

Uno de los triángulos estaba formado por la loma Valentina, el Jarau y los Tres Cerros. Otro lo formaban Torre, Salta y Libres. En América, había un triángulo conformado por la unión de Lima, Buenos Aires y San Pablo. América, Asia y África también eran tres triángulos. La perfección. La Triple A: Alianza Argentina Anticomunista. Esta fue la relectura que haría López Rega, uniendo concepciones esotéricas, filosóficas y políticas.

El 9 es circular como el ouroboros, la serpiente que se muerde su propia cola, ya presente en las culturas egipcia y griega. Como figura de purificación, el ouroboros representa los ciclos de la vida y la muerte. Es el símbolo primordial de la creación del mundo, porque representa el acto de la autofecundación. El Libro de Lambspring dedica unos versos que afirman que «su veneno se convierte en la gran medicina»:

Él consume rápidamente su veneno
él devora su cola venenosa.
Todo esto se realiza en su propio cuerpo,
del cual fluye enseguida el bálsamo glorioso,
con todas sus virtudes milagrosas.

Los días 27 de cada mes, en la Casa se realizaba un ritual peculiar, una ceremonia. «Era el día de ellos», me contó la hija de una de las «apóstoles» de Doña Victoria. «Antes de la reunión cada uno iba a una habitación con Doña Victoria. Era un día de purificación.» 27 es 3 veces 9, 9 es 3 veces 3.

Victoria falleció a los 79 años, el 27 de abril de 1972. Mi incredulidad ante la fecha fue tal que constaté su partida de defunción. Allí también verifiqué que su nombre no sólo tenía resonancias metafóricas, sino que era literal. En su tumba en Paso de los Libres la placa está firmada por «sus hijos, hijos políticos, nietos, cuñada, sobrinos y sobrinos nietos». Es que todos los niños que estaban vinculados a ella o a su cuñada Teresita (ambas casadas con dos hermanos) se habían criado bajo su cuidado. Por eso, otra placa dice: «Gracias ‘Mamá’ Victoria. Por el testimonio de vida que nos diste en Cristo Jesús. Tus ‘Hijos’». «Mamá» e «hijos» entre comillas, a modo de generalización, más allá del vínculo biológico. La placa tiene una rosa, una cruz, un laurel y una flor de lis.

Uno de los miembros de la Casa definió la labor de aquel lugar como una tarea orientada la búsqueda de conocimiento. «Era un trabajo filosófico, no religioso, porque Doña Victoria aceptaba personas de distintas religiones.» Esa búsqueda de «conocimiento» conducía a López Rega y a los otros integrantes de la Casa a investigar diversos libros, religiones y también creencias populares. Tuvieron acceso y distintos grados de adhesión a relatos y mitos populares de toda esa región. Así como había símbolos rosacruces y masónicos, también recogían mitos que reafirmaban sus convicciones. López Rega visitó las áreas que según los habitantes de la zona eran consideradas «misteriosas» o «energéticas», como el Jarau, los Tres Cerros, Torres o la loma Valentina. Aprendieron sobre el Gauchito Gil y estrecharon lazos muy fuertes con un pae de santo que practicaba el candomblé y el umbanda en Uruguayana.

En sus estudios de las religiones afrobrasileñas, López Rega percibía que ampliaba sus conocimientos (y su dominio relativo) sobre el mundo. En ese sentido, se fortalecía internamente, tanto respecto de sus compañeros rosacruces y amigos más cercanos, como en su autoconfianza para los desafíos y disputas políticas que le tocaba afrontar. Cuando alardeaba sobre sus saberes parecía estar incómodo con su periférico lugar en el universo. En la medida en que se sintió más fuerte en los años posteriores, su grandilocuencia se acentuaría, pero sólo en conversaciones privadas. Daba la sensación de que cuanto mayor poder tuvo sobre Perón e Isabel, más pretendía que su saber y su filiación fueran menos públicos. Es decir, López buscaba aumentar sus conocimientos sobre las religiones para así sentirse más seguro de sus poderes. A simple vista era un hombre abierto a los más diversos influjos. Pero la excepción de esa amplitud será «el comunismo», una categoría que se revelaría demasiado abarcativa para él, ya que podía incluir a cualquiera que se opusiera a su influjo.

López Rega se adentró en territorio brasileño de la mano de su amigo Claudio Ferreira, que participó de la expedición a los Tres Cerros.[43] En un viaje que hice a Porto Alegre me encontré con el pae de santo que López conoció en Uruguayana. Allí tuve la oportunidad de entrevistarlo, pero admito que fue un encuentro complejo. Se trataba en esos años de un pae de santo muy reconocido. Él mismo y otra fuente indican que estuvo en la Argentina en 1975. Durante un momento de suma fragilidad política de la presidencia de Isabel Perón, él se instaló en Buenos Aires para ayudarla a sostenerse en el gobierno. Su relación con López Rega, por otro lado, había comenzado a principios de los sesenta. También me contó que desde entonces había establecido lazos perdurables con diferentes dirigentes políticos argentinos. Mencionó varios nombres para demostrar su propia importancia, pero después se arrepintió y me aseguró que si yo los revelaba me demandaría. Es muy probable que algunas de aquellas confidencias me hayan puesto nervioso por tratarse de vínculos con hombres conocidos de la derecha política. Quizás hice alguna pregunta ansiosa, quizás el disgusto se notó en un gesto de mi cara. La cuestión es que el encuentro finalizó porque él dijo que tuvo un «atrito espiritual» (un conflicto espiritual) conmigo. Y se negó completamente a seguir conversando.

En 1975, el empresario y excolaborador de Perón, Mario Rotundo, compró la tierra que abarca la loma Valentina y varias hectáreas más. Tuve una reunión con Rotundo en su estancia La Victoria, en la loma Valentina, en el año 2000. Su momento estelar había pasado hacía ya tiempo. Su fundación y la estancia atravesaban problemas serios. Fue gentil, conversador. Quería contar muchas cosas, al tiempo que quería dejar en claro que no hablaría de algunas otras. Las instalaciones de la finca, con numerosas habitaciones, daban cuenta de un proyecto ambicioso que no había funcionado. Uno, entre varios, incluyendo la construcción de un zoológico. En todos los casos, la loma era un polo de atracción que nunca terminó de tener éxito.

Por supuesto, las versiones en el pueblo son dispares. Una de ellas dice que Rotundo compró esas tierras con dinero del Ministerio de Bienestar Social, como testaferro de López Rega. Que el Ministerio de Bienestar Social de López Rega contaba con grandes cantidades de efectivo y que compraba propiedades es algo que distintas personas me comentaron repetidas veces. En varios diarios brasileños en 1975 se informa de una compra de treinta y ocho hectáreas que hizo López Rega en julio de 1974, muy cerca de Torres (uno de los tres vértices del triángulo). Durante la dictadura militar que empezó en 1976, López Rega ya estaba prófugo y era acusado de malversación de fondos. En aquel momento, los militares ocuparon las tierras en la loma Valentina durante un tiempo, y acusaron a Rotundo de ser un testaferro. Él asegura que compró las tierras con su propio dinero. Pero su historia no se reduce a ese punto.

Cuenta que llegó de paseo a Madrid en 1970, cuando tenía 20 años. Allí conoció a Perón y entabló un vínculo muy particular con él. Afirma que Perón lo consideraba un hijo, y que manifestó su voluntad de que fuera su único heredero. Rotundo relata que, como creía que debía abocarse sólo a cuidar la salud del General y a asistirlo, nunca participó de actividades del gobierno en los setenta y tuvo intensas discusiones con López Rega. Me confesó que cuando fue acusado y perseguido por el gobierno militar viajó a Italia y fue la única vez que le pidió un favor a Licio Gelli: justicia. Es decir, que le devolvieran la propiedad que le habían quitado. Y así recuperó la estancia La Victoria. «Victoria», palabra polisémica.

En los setenta, Rotundo vivía en un edificio sobre la Avenida del Libertador. La esposa de López Rega (estaban separados de hecho), su hija Norma y su marido Raúl Lastiri vivían en dos departamentos en el edificio de al lado. En 1978, el encargado del edificio le dijo que la exesposa de López pedía verlo. La encontró en una situación económica agobiante, no tenía para alimentarse y pronto le cortarían el servicio de luz. Extrañamente, había recibido un sobre con un nuevo libro de López Rega, editado en los Estados Unidos, que firmaba como el «Hermano Daniel». Rotundo decidió contactar a López Rega para pedirle que ayudara a su exesposa. Buscó su dirección en los Estados Unidos y le dejó varios mensajes, hasta que recibió una respuesta. Se encontraron en Ginebra en 1979, y fue la última vez que lo vio. Caminaron y hablaron durante horas. Cuando Rotundo le recordó las advertencias de Doña Victoria, que le había recomendado no acercarse a la política, López se negó a hablar de eso. Bebió bastante y sólo le dio para la Chiqui, su exesposa, tres traveller checks de mil dólares cada uno.

En aquellos años, Rotundo seguía frecuentando Paso de los Libres, como hasta ahora, y sus relatos de la represión dictatorial aluden a su solidaridad con las víctimas, muchas de las cuales eran amigos. También subraya su desprecio hacia los militares. En la estancia, a mediados de los ochenta, su fundación construyó el Monumento por la Paz y la Amistad de los Pueblos, ubicado en la cima de la loma. Es una obra del escultor libreño Miguel Villalba, que representa las Manos en Oración.

La misma imagen realizada por el artista alemán Alberto Durero estaba colgada en un cuadro en la Casa de Doña Victoria. Cuando inauguró el monumento, realizó un acto público un 24 de octubre. Casualmente, la fecha de nacimiento de Doña Victoria. El acto tuvo cierta repercusión social. Celestino Rodrigo se presentó en su oficina de Buenos Aires para felicitarlo y hablar sobre Doña Victoria. En la estancia estuvo alojada Isabel Perón, que realizó la donación de los bienes de Perón a la fundación de Rotundo. Se trata de un verdadero tesoro que, en diversas ocasiones, ha generado denuncias y juicios. El hecho es que Isabel alguna vez visitó aquel lugar y dejó una placa. También hay otra de Carlos Menem en el monumento. Al parecer, incluso Zulema y Zulemita, exesposa e hija de Menem, alguna vez también se hospedaron en la estancia.

La personalidad de López Rega y el encuentro con Isabel

Para cuando conoció a Isabel en 1965, López Rega había forjado en su vida mil rostros diferentes. Era la persona servil que estaba siempre dispuesta a todo sacrificio. Así como quien podía publicar un libro clandestino a inicios de los sesenta y ser el el colaborador más cercano del General diez años después. Era discípulo de Victoria o de Perón; en cualquier caso, un alumno dedicado. Pero también podía incumplir las órdenes de sus maestros: Victoria le recomendó que no escribiera y que no se metiera en política, pero hizo caso omiso. Sus desobediencias no eran simples caprichos, sino un reflejo de su avidez de fama y poder, y revelan que su servilismo era una mera máscara para ganarse la confianza de los demás. Su sumisión era aparente: sabía lo que quería, o lo iba descubriendo. Pero desde que vio la luz del poder a mediados de los sesenta, hasta su derrota una década más tarde, López Rega sólo retrocedió para avanzar con mayor impulso. Era un engreído que se creía sabio y se consideraba a sí mismo un médium capaz de cualquier cura, de cualquier logro.

En su ascenso, López Rega supo manejar los rasgos de su personalidad a través del tiempo y en relación con sus distintos interlocutores. Sin embargo, la ambición lo llevó a cometer errores. Cuando se confió, fue entrometido. Al menos una vez Perón lo echó de Puerta de Hierro. Pero López sabía autocontrolarse y tuvo su nueva oportunidad cuando Isabel rogó a Perón que lo perdonase. No la desaprovechó en absoluto. El lustro que va de 1970 a 1975 es el más conocido de su vida.

Se fue convirtiendo en un gran fabulador, que posiblemente creía sus propias fantasías. En 1973, cuando López Rega escribió a Cámpora aceptando ser ministro de Bienestar Social, le dijo que hacía treinta y tres años que acompañaba al General y a Evita. Para lograr ese número tan especial necesitaba remontarse a 1940, cuando Perón y Evita no se conocían entre sí. Contradecía a la vez la llamativa carta que Perón le había escrito a Cámpora dos años antes, tal vez mecanografiada por López Rega, en la que afirmaba conocerlo desde 1943. Eran fantasías incoherentes.

López Rega había estrechado lazos con Bernardo Alberte, exedecán de Perón. «Su militancia peronista parece arrancar aquel año cuando se vinculó con algunos miembros de la logia Anael», dice Tomás Eloy Martínez (1996: 138). Su cargo en la empresa Suministros Gráficos le permitió tomar la decisión de publicar un libro del juez Julio César Urien. El juez era el líder de la logia Anael, que significaba Asociaciones Nacionales En Liberación. Había desarrollado la teoría de que la unión de América, Asia y África permitiría la liberación del Tercer Mundo, el final de capitalismo y el comunismo. Era un intelectual nacionalista, que pregonaba la lucha contra el imperialismo a partir de la unión de los tres continentes.[44] 3 triángulos. 3 veces 3, 3 veces 9. La perfección: tres A. Nuevos insumos para las relecturas de López Rega.

Alberte y Urien tenían un vínculo con Perón y ayudaron a su esposa en el viaje de 1965-1966. María Estela Martínez había asistido a la Escuela Científica Basilio en 1954, cuando era joven. Aquel año, Perón se relacionó públicamente con uno de los líderes de la Escuela, en el contexto de la tensión con la Iglesia católica. Ya en 1965, cuando el mayor Bernardo Alberte invitó a López Rega a una reunión en la que estaba Isabel, se produjo una conexión muy fuerte entre ambos[45]. López habría sostenido que el objetivo de todos los presentes era «una misión eminentemente espiritual» y en un encuentro posterior habría prometido transmitirle a Isabel el espíritu de Evita (Larraquy, 2004: 134 y ss.). López Rega siguió a Isabel hasta Madrid y luego convivieron en Puerta de Hierro. Sus conocimientos ocultistas y espiritistas estaban en sintonía con los recuerdos de infancia y el ambiente familiar de Isabel. A partir de esa afinidad, avanzó año a año sobre la intimidad de Perón y su vida privada.

Puerta de Hierro

¿Por qué López Rega fue logrando cada vez más incidencia sobre Perón? ¿Es por la influencia de Isabel sobre Perón? ¿Es porque Perón compartía alguna de sus creencias cósmicas? Quizás haya algo más. Tomás Eloy Martínez entrevistó a Perón en Puerta de Hierro y publicó, además de La novela de Perón y de Santa Evita, un libro menos conocido titulado Las memorias del General. Allí, cuenta su visita a Perón y cita fragmentos de la desgrabación de su entrevista. Se reunía con Perón por las mañanas y lo encontraba totalmente lúcido. Para Tomás Eloy Martínez, Perón iba perdiendo claridad a lo largo del día. Él quería hacer una biografía. Perón, que desconfiaba, le había dictado sus párrafos a López Rega y este iba leyendo en voz alta mientras Martínez grababa: «Y entonces murió Mitre y yo fui a su velorio. Y ahí lo vi a López Rega». Tomás Eloy lo interrumpió: «General, tiene que haber un error porque Mitre murió en 1905 y López Rega nació en 1916. Y Perón lo miró a López Rega y le dijo: ‘López, usted estaba ahí, ¿o no?’, ‘Sí, mi General’, ‘Siga, López’».

En diciembre de 1971, Perón le escribió a Cámpora una carta para informarle que Isabel y López Rega viajarían a Buenos Aires, y para darle instrucciones. En esas líneas, decía de López Rega:

Se trata de un hombre de gran fidelidad y lealtad al Movimiento y a mi persona, que hace veintiocho años que está siempre cerca mío o de la Señora. No tiene ambiciones personales y por eso puede ser un observador imparcial (cit. en Bonasso, 1999: 191).

¿López Rega había convencido a Perón de que se conocían desde 1943, año del golpe en el que participó el GOU?

De todos modos, errores como estos, posiblemente originados en momentos donde el General perdía la concentración, no pueden explicar por qué López fue ministro y, menos aún, por qué adquirió la influencia política y el poder que logró sobre el entorno y sobre la salud de Perón.

Parece claro que ese poder estaba asociado a conocimientos y capacidades reales o ficticios que López Rega alegaba. Amigos suyos lo describen no sólo como un conocedor de ideas filosóficas, sino que también sabía de otras disciplinas como la anatomía. Para alguien que en 1962 afirmaba por escrito que su libro contenía «secretos develados», no era novedosa la propaganda que hacía de sí mismo.

Ahora bien, lo importante es que López Rega lograba aliviar los dolores de Perón, sobre todo las molestias crónicas vinculadas a la próstata. Esa capacidad tenía una implicancia evidente, por el nivel de intimidad que suponía y, acaso, por la necesidad de su cercanía y su presencia. Por otro lado, López Rega prometía tener la capacidad de transferir el espíritu de Evita a Isabel, lo cual se tradujo en una serie de rituales llevados a cabo en Puerta de Hierro cuando el cuerpo de Eva fue devuelto a Perón. El entusiasmo de Isabel y el hecho de no recibir un solo indicio de resquemor por parte de Perón acerca de esas prácticas resulta otro indicador relevante acerca del tipo de vínculo que se había establecido. Si Perón dependía de López Rega para calmar sus dolores, y si Isabel seguía con devoción las instrucciones del «hermano Daniel», el camino político del secretario privado parecía allanado.


José Pablo Feinmann escribió un diálogo ficticio pero posible:

«¿Le duele, General?» «Me duele, López.» «Cálmese General, yo habré de quitarle el dolor.» Y López hacía esto y aquello y el General se calmaba, el dolor se iba, y el General, como todo hombre, temía el dolor y agradecía a quien lo liberaba de él (1986: 56).

Esto implica admitir la verosimilitud de cierta eficacia de los poderes de curación esotéricos de López. E implica, entonces, que no sólo él confiaba en sus poderes, sino que –por la vía de calmar el dolor– el propio Perón comenzó también a confiar. Si este hombrecito podía aliviar su dolor y sabía cómo proceder, ¿no tendría razón cuando anunciaba que se avecinaba un día tenebroso o presentía que aquel grupo peronista preparaba una traición?


Que López se transformara en la «llave para ver a Perón» es consecuencia de un poder que el monje umbandista había ganado de Perón. López convenció a Perón de que era él –sólo él, López– quien podía saber qué era bueno y qué era malo para la salud. De aquí a seleccionar a los visitantes del general había un paso, o menos aún. ¿Cómo no iba a poseer López las llaves de la Quinta si ya poseía las llaves del cuerpo del anciano general? (Feinmann, 1986: 57).

La virtud de esta interpretación reside en reconocer la efectividad su poder a partir de conocimientos no tradicionales. El defecto es que le quita toda capacidad de acción a Perón, lo ancianiza en extremo y lo coloca sólo como víctima de López. En realidad, incluso en sus últimos años, Perón fue mucho más que eso.

Martínez describe a López Rega como un «feligrés de las ciencias ocultas» que buscaba la aprobación del General para su «difusa doctrina espiritualista, que entretejía el iluminismo Rosacruz y la alquimia de Paracelso con los rituales brasileños de umbanda» (Martínez, 1999: 137). En aquella época, López Rega sobrevivía en Madrid editando una revista de tirada limitada, «sostenida por los avisos compasivos de militantes peronistas». Después instaló una modesta oficina en la Gran Vía donde dirigía difusos comercios de importación y exportación. Durante las mañanas trabajaba en ese sitio y continuaba con sus planes editoriales. Además de cuatro libros terminados, tenía manuscritos de otros seis en elaboración. Solía decir que, además de servir al General, «lo único que le proporcionaba felicidad era el acto de escribir» (Martínez, 1999: 142). Por las tardes, se dirigía a la Quinta y trabajaba en los archivos y correspondencia del General.

En ese proceso, su influencia sobre Perón fue creciendo. Martínez propone dos hipótesis verosímiles:

a) Perón carecía de amanuenses de confianza y tuvo que ir delegando en el laborioso López Rega la clasificación, archivo y cuidado de los cada vez más numerosos documentos que debía manejar, [por lo cual] acabó por convertirse en un auxiliar imprescindible, una especie de memoria portátil para el líder abrumado de trabajos y fatigas; b) Perón necesitaba de un filtro que contuviese a las visitas y mantuviese alejados a sus aliados indeseables (Martínez, 1999: 139).

Esa compuerta fue López Rega, que aprovechó esas tareas en función de su propio proyecto. Para los visitantes, aplicaba uno de los principales poderes que él decía tener, idéntico al que todos adjudicaban a Doña Victoria: «Vemos el corazón de la gente como si lo tuviéramos a trasluz» (Martínez, 1999: 52).

¿Cuál era el proyecto de López Rega? No es posible establecerlo con precisión. Sería sencillo decir que pretendía gobernar la Argentina, pero hay un riesgo de pasar por alto que 1966 no era el año de mayor poder del General, que no había logrado regresar en 1964. Otras conjeturas apuntan más allá. Algunos dirían que su objetivo último era «fundar una religión para el Tercer Mundo, de la que él sería a la vez pontífice y profeta» (Bonasso, 1999: 141). Si volvemos hacia atrás y tomamos en serio las creencias de López, aparece otra hipótesis. Hacia fines de los cincuenta y principios de los sesenta, López Rega estaba evidentemente entusiasmado con el avance de sus conocimientos esotéricos. Viajaba con frecuencia a Paso de los Libres, donde estaban Doña Victoria y la loma Valentina, cruzaba a Uruguayana a profundizar sus estudios sobre umbanda y preparaba su obra de más de setecientas páginas sobre «astrología esotérica». Entre esa diversidad de grupos esotéricos y religiosos, más de uno podría haber esbozado la necesidad de reemplazar la religión católica institucionalizada por otra que reconociera e incorporara este conjunto de saberes.

Un proyecto de ese tipo, para el López Rega vinculado a la logia Anael, debía inscribirse necesariamente en el «Tercer Mundo» y comenzar por América Latina. Pero, por más engreído que fuera, no podía en ese momento suponer que él mismo sería el nuevo jefe. Desde la Argentina, había sólo una persona imaginable para ocupar ese lugar: Juan Perón, el expresidente que había roto relaciones con la Iglesia y, en 1954, había legitimado a la Escuela Científica Basilio. Esto permite proponer una suposición: ese proyecto y ese antecedente pueden ser el motivo que llevó a López Rega hasta Madrid.

En una carta que López Rega escribió en 1966 a sus amigos en Argentina, decía:

La batalla es definitiva y así se lo manifesté claramente al Jefe. Le dije, entre otras cosas de mucha importancia, que «mi viaje no fue para acompañar a Isabel [ni] para descansar en su mansión». Vengo en busca de una definición final y no me iré sin ella. Me pidió tiempo de vida para dejar el movimiento en manos institucionalizadas y retirarse como filósofo y patriarca de América (carta de López Rega a Villone y otros, publicada en revista Somos, abril de 1977).

La autenticidad de esa carta puede resultar dudosa. Pero es incluso más difícil dudar de que López Rega, con importantes estudios esotéricos, al dialogar con el líder de Anael, el juez Urien, en 1965, haya descubierto una conexión entre sus creencias y la política que no había pensado antes de ese modo. La relación con Isabel expresa justamente esa vinculación en su plenitud. Se ganó su confianza a tal punto que al llegar a Madrid un año después desplazó con facilidad a José Cresto, referente de la Escuela Científica Basilio, que vivía en la casa de Puerta de Hierro. López entendió muy rápidamente que Alberte y Urien ya habían hecho por él lo que necesitaba y que esas antiguas fidelidades eran más un estorbo que una ventaja. Es posible conjeturar, en función de la propia historia de Isabel, que López Rega pudiera prometerle a ella un lugar trascendental, no solo ser la primera dama y vicepresidenta argentina. También es posible pensar que cuando López comenzó a compartir la cotidianidad de Perón en Madrid y a conocer los pronósticos médicos, imaginó que él mismo terminaría ocupando el lugar de profeta y pontífice del nuevo espiritualismo. No sabemos hasta qué punto López Rega renunció a su proyecto religioso ante el retorno de Perón a la Argentina y al poder, o si, en realidad, vio esos acontecimientos como un paso para concretarlo. Si acaso el propio López Rega tenía un plan definido.

El hecho es que la vinculación entre comunidades secretas y política iba a adquirir un nuevo impulso cuando López Rega resultó la puerta de acceso a Perón para Licio Gelli, líder de la logia Propaganda Due. Las promesas de financiamiento para la Argentina llegaban con una intensidad espiritual y honores inéditos.

A inicios de los setenta, Perón había sido operado de la próstata y sufría otras enfermedades. López Rega solía decir: «Yo soy el pararrayos que detiene todos los males enviados contra esta casa. Cada vez soy menos López Rega y cada vez soy más la salud del General» (Martínez, 1999: 140). No es extravagante que «un devoto de Antulio y Krishna se imaginara a sí mismo como un vestal de la salud ajena, y que haya logrado convencer a terceros sobre el valor sagrado de su misión» (1999: 140). Esta afirmación tiene implicancias más amplias: supone que la posición de López se encuentra lejos de la impostación; cree con firmeza en su papel, y justamente allí radica su fuerza para persuadir a otros sobre la verdad de ese rol.

Pero ¿en qué creía López Rega? Consideraba que había recibido un poder divino y tenía gran confianza en la eficacia de su magia. A diferencia del universalismo de Doña Victoria, la retórica peronista (y la retórica política de la época) imponía la división entre amigos y enemigos. Así, aseguraba López:

Si uno recibe poder de Dios, hay que usarlo. No importa cómo se usa, porque si viene de Dios tiene que estar bien. Lo malo es que no lo use. Porque si no lo usa, lo pierde. El enemigo es el enemigo, y hay que tratarlo así, con rigor. Hay hombres que son elegidos por Dios y otros de los que Dios ni se entera que existen. ¿Usted con quién quiere estar? ¿Con la masa o con el que amasa? (Martínez, 1999: 144).

Entonces, por un lado tenemos el poder divino, los elegidos (de los que él forma parte) y, por el otro, dos alteridades: los enemigos y la masa. Contra los enemigos, el rigor. Sobre la masa, el poder.

Después del regreso de Perón, siempre se veía a López Rega parado a un costado cuando el General o Isabel hablaban en la televisión. Durante un discurso de Isabel, de pronto es posible notar que los labios de López se mueven y hacen los exactos, precisos movimientos que hacen los de Isabel. Claramente: está diciendo en voz baja el mismo discurso que Isabel dice en voz alta. López Rega susurra. Y este susurro tiene un destinatario: los argentinos que miran hablar a Perón o a Isabel. López quiere que sepan que él ya conoce ese discurso que ahora se está pronunciando (Feinmann, 1986: 65).

El detalle fundamental, tanto en discursos de Isabel como de Perón, es que sus labios se mueven antes de que la frase se pronuncie. No está repitiendo: o López dicta o conoce de memoria cada palabra. Y anticipa con sus labios como quien anticipa el futuro del país. «El susurro era la máxima expresión del poder manipulador de López», era «la exhibición pública de su poder privado» (Feinmann, 1986: 66).

Los poderes de «El Brujo» sobre Perón

Reírse del esoterismo lopezreguista no parece el camino más fructífero para entender su ascenso. Tampoco es una buena vía presuponer un Perón completamente escéptico y burlón. El interés antropológico radica en reconstruir el eclecticismo exuberante y exótico de las fuentes de las que se nutría López Rega. Él bebía de todas ellas: de la cultura popular, de las religiones afrobrasileñas, de las concepciones rosacruces, del ocultismo, el espiritismo o de la cosmología india. Trataba de buscar en esos otros campos todos los saberes posibles sobre lo que fuera para reconvertirlos a sus propios fines.

José López Rega tenía un poder concreto, un conocimiento eficiente que lograba producir un efecto positivo sobre la corporalidad de Perón. En realidad, si tenemos en cuenta los poderes reales que tenían muchas de las personas con las que se formó, la pregunta sería por qué él no habría de tenerlos también después de tantos años de estudio. A su manera, López Rega investigó, estudió y puede haber adquirido saberes que, aunque no fueran conocimientos estandarizados en el planeta académico occidental, sí eran efectivos de algún modo. Sería necio negarlo, ya que indiscutiblemente se hizo del poder.

El Brujo era la forma despectiva, insultante, como se lo llamó desde que se ganó el desprecio de una gran mayoría. Pero a todas luces López Rega tuvo un saber y un poder. Aunque todos los relatos sobre él aluden a sus torpezas, a su ignorancia, a sus delirios, no debemos permitir que el odio que genera el sistema criminal que montó nos impida comprender qué es lo que López Rega entendió, lo que supo. Lo que este brujo pudo hacer. No siempre el mal es banal. O, en todo caso, no toda banalidad es una eficiencia burocrática. Hay otras eficacias, menos terrenales.
Así como a veces señalar la banalidad es un modo de subrayar el desconcierto que el mal nos genera, en el caso de López Rega su «banalidad» fue una etiqueta del desprecio intelectual y del menosprecio político. Porque para alguien que en los setenta aún soñaba con políticas basadas en la razón, López Rega representaba la barbarie en su máxima expresión. Y aunque parezca una paradoja, esta lectura es recurrente en la Argentina: una barbarie anticomunista, antimontonera o antipopular. Sin embargo, ninguno de esos rótulos lo expulsó del poder, sino la rebelión obrera y popular que se produjo como reacción a un plan económico. Por eso, aquella etiqueta nada nos decía de López Rega; en todo caso, remarcaba dos rasgos perennes de cierta cultura progresista y de izquierda en el país.

Triple A

En diciembre de 1973, Perón se opuso públicamente a crear «escuadrones de la muerte». Sostuvo que había en el país instituciones y Poder Judicial, y agregó:

Muchas veces me han dicho que creemos un batallón de la muerte como el que tienen los brasileños, o que formemos una organización parapolicial para hacerle guerrilla a la guerrilla. Pienso que eso no es posible ni conveniente. Hay una ley y una justicia y quien delinca se enfrentará a esa justicia por la vía natural que toda democracia asegura a la ciudadanía.

Perón rechazaba de manera explícita las acciones parapoliciales, pero conocía muy bien las ideas para desarrollarlas («muchas veces me han dicho…»). Y esas ideas provenían de sus colaboradores más cercanos, en especial de López Rega, que lo seguirían siendo (y con nuevos premios) en los últimos meses de su vida. Feinmann escribe que «Perón controlaba los delirios criminales de López. Pero los conocía» (1986: 74). Y en ese contexto mantuvo su poder.

Cuando Perón murió, López Rega continuó su ascenso, hasta llegar a maltratar a la propia Isabel en presencia de testigos. Un mes después, el 31 de julio, la Triple A comenzó a gestar su fama con el asesinato de Rodolfo Ortega Peña. En agosto, removió de sus cargos a los ministros Taiana, Llambí, Robledo y Abras, que fueron sustituidos por lopezreguistas como Oscar Ivanisevich, José María Villone y Adolfo Mario Savino. Entretanto, la Triple A multiplicó muertos y exilados. En octubre renunció el ministro de Economía José Gelbard.

Once meses después de la muerte de Perón, el 4 de junio de 1975, el viejo amigo que acompañaba a «Lopecito» a la Casa de Doña Victoria, Celestino Rodrigo, asumió como ministro de Economía y tomó una serie de medidas que pasaron a la historia: devaluó el peso en un 150%, aumentó la nafta en 172,7% y aplicó otros incrementos de precios similares. El paquete económico, que se conoció popularmente como «Rodrigazo», provocó huelgas y protestas callejeras. Fue la primera vez que hubo una masiva movilización obrera contra un gobierno peronista. A mediados de junio, López Rega defendió a Rodrigo: «Los que no estén de acuerdo, allí tienen acciones, barcos y hasta les podemos regalar dólares que no sean de turismo para que se vayan lo más pronto posible». Previsor, López Rega viajó a Santa Catarina, Brasil, donde concretó una serie de operaciones inmobiliarias. Cuando regresó, el 20 de junio, la presidenta Isabel Perón lo recibió en Aeroparque «con las fanfarrias que sólo se ofrendan a los jefes de Estado» (Martínez, 1999: 159). Los dirigentes sindicales, superados por los acontecimientos, decretaron una huelga general el 27 de junio y rompieron con López Rega, que se quedó sin base social de sustentación. Por su parte, los sectores con mayor poder económico también tomaron distancia. El 6 de julio, el diario La Opinión dio a conocer una investigación militar que ligaba a López Rega con la Triple A. Apenas cinco días más tarde, López Rega se vio obligado a renunciar y el 19 de julio abandonó el país en una supuesta misión diplomática.

Después se convirtió en prófugo de la justicia, estuvo en Suiza y en los Estados Unidos. En 1986 fue atrapado en ese país y extraditado a la Argentina, donde murió en la cárcel por complicaciones de su diabetes a los 72 años, un 9 de junio de 1989.

El debate sobre Perón

López Rega estuvo involucrado en la organización de la Triple A al menos desde el gobierno de Raúl Lastiri. El Ministerio de Bienestar Social era el centro operativo. Un arsenal, comprado en gran parte con dinero público, se guardaba en el segundo subsuelo. La ultraderecha peronista, con vocación de enfrentar de modo armado a la izquierda peronista y no peronista, era un fenómeno anterior a López Rega y bastante heterogéneo, pero el ministro tuvo la capacidad política y financiera de unificarlo y dirigirlo. Resulta difícil establecer con precisión cuántos atentados contra la izquierda de 1973 y 1974 fueron realizados por algún sector de estos grupos armados de derecha y cuántos en particular por la Triple A. El 21 de noviembre de 1973, la Triple A se presentó públicamente con un atentado contra el senador radical Hipólito Solari Irigoyen. Pocas semanas después, difundió una lista de personalidades que serían ejecutadas donde se las encontrara. En mayo de 1974, uno de los jefes de la Triple A asesinó al padre Mugica. Después de la muerte de Perón, la actividad de la Triple A se incrementó hasta la caída de López Rega.

Luego de su regreso, había un Perón que reafirmaba un discurso de unidad nacional con la aspiración de que todos los sectores del peronismo, incluida la izquierda, se ordenaran bajo su conducción, y había otro Perón que perdía los estribos cuando se tornaba evidente que esa concordia era una ilusión inviable. También había un Perón en aquel momento al que se le escapaba el control de los acontecimientos. Pero todo indica que, en cierto punto, Perón se convenció de que permitiendo alguna violencia paraestatal y amenazando con una violencia mayor reduciría drásticamente a las organizaciones guerrilleras.

Según el entonces director de El Descamisado, después del asesinato de Rucci Perón era un político gigante que se disponía a gobernar con una cantidad de votos aún hoy inédita en la historia nacional. Montoneros en su conjunto era poco más que un eficaz instrumento de combate contra la dictadura que, en ese momento, Perón consideraba innecesario. La capacidad para movilizar gente no era suficiente. Además, [Perón] debió de haberse enterado enseguida de que [Montoneros] estaba partiéndose en dos justamente por la muerte de Rucci. Montoneros estaba fuera de cualquier plato y para siempre. No sólo: para gobernar según su plan, Perón debía eliminar a Montoneros y sus agrupaciones vinculadas (Grassi, 2015: 220).

El 2 de octubre de 1973, como señalamos en el capítulo 4, una semana después del asesinato de Rucci, el diario La Opinión dio a conocer un documento reservado del Consejo Superior Peronista, que se leyó en una reunión de todos los gobernadores con el presidente Raúl Lastiri y en presencia del presidente electo, Perón. El documento denunciaba que el asesinato de nuestro compañero José Ignacio Rucci y la forma alevosa de su realización marcan el punto más alto de una escalada de agresiones al Movimiento Nacional Peronista que han venido cumpliendo los grupos marxista terroristas y subversivos en forma sistemática y que importa una verdadera guerra desencadenada contra nuestra organización y contra nuestros dirigentes.

En su tercer punto afirmaba:

Ese estado de guerra que se nos impone no puede ser eludido y nos obliga no sólo a asumir nuestra defensa, sino también a atacar al enemigo en todos los frentes y con la mayor decisión.

El documento, de un antimarxismo militante, era un paso enorme en una escalada. La lucha contra las heterodoxias en el peronismo iba in crescendo.

Perón, ¿creador de la Triple A?

Dos versiones prevalecen cuando se analiza la relación de Perón con la Triple A. Por una parte, la idea de que la Triple A inició sus operaciones después de la muerte de Perón. En otras palabras, Perón no estaba al tanto de nada y se trató de una acción que fue responsabilidad exclusiva de López Rega. La Triple A fue magia o brujería.

La otra hipótesis es que la Triple A fue un plan de Perón ejecutado por López Rega. Esta versión se apoya en algunos elementos históricos. En primer lugar, aquel documento reservado en el que se alude a guerra y enemigos. En segundo lugar, la frase que Gloria Bidegain, hija del gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1973, escuchó en Madrid de boca de Perón: «En la Argentina hay que hacer un Somatén». El Somatén era una organización armada en España que actuaba por su propia cuenta, un cuerpo paramilitar que el general Miguel Primo de Rivera reflotó durante su golpe de Estado de 1923. Si se desea lanzar una condena veloz a Perón, a estos elementos se pueden sumar los atentados y los muertos políticos durante su presidencia. Gloria Bidegain ha rechazado la afirmación de que esa frase de Perón tenga el significado preparatorio de la Triple A que le otorga Miguel Bonasso.[46]
La polémica planteada en estos términos es estrictamente política, en el sentido de que en un caso Perón se salva de toda culpa y, en el otro, es el responsable absoluto de la Triple A.

Sin embargo, si se busca comprender el pensamiento y los planes de Perón en 1973, es necesario detenerse en algunas cuestiones. La primera es que Perón emergió en la política como un líder anticomunista además de antinorteamericano. Ese rasgo estuvo presente en sus discursos desde bastante antes de ser presidente. Después de haber sido derrocado, Perón residió en la España de Franco. Eventualmente los dos hombres se fueron distanciando ya que el dictador español mostró cierta aprensión respecto de algunas declaraciones de Perón que avalaban acciones de la izquierda peronista concebidas como «formaciones especiales». Sólo que, como analizamos en el capítulo 4, en el pensamiento de Perón esas formaciones eran necesarias para impulsar su retorno, pero de ninguna manera después de su regreso. Menos aún para lograr una revolución socialista. La idea de Perón como líder revolucionario fue una elaboración de un sector de la izquierda peronista, invención que le resultaba funcional al Perón exilado y que por eso alentaba de manera contradictoria.

Bufano escribe que si es necesario reconocer que Perón se cansó de proponer a los jóvenes que se sumaran al justicialismo como ala progresista, abandonando naturalmente el uso de la violencia, también es cierto que sucumbió a la tentación de estimular una maquinaria de represión que inició sus actividades antes de que asumiera como presidente, continuó durante su gestión y mucho después de su muerte (Bufano, 2005: 24).

Esta frase capta una transformación en la postura del propio Perón. En función de los conflictos entre sus partidarios, el 8 de septiembre de 1973 convocó a una reunión a las agrupaciones juveniles en su residencia de Gaspar Campos. Estuvieron presentes Firmenich, Quieto y otros dirigentes montoneros; Envar el Kadri y, además, varios líderes del peronismo ortodoxo. «La reunión se realizó en un clima cordial en el que Perón puso en juego toda su capacidad para armonizar la indisimulable animosidad entre los distintos agrupamientos» (Bufano, 2005: 22). Allí dijo que, aunque algunos quisieran cambiar el sistema, «el sistema no se cambia». Se trataba de modificar la legislación, no de romper el sistema. «Ustedes quieren hacer igual que Allende en Chile y miren cómo le va a Allende… Hay que andar con calma». Y por último aconsejó «no jugarse en una aventura generacional y que puede conducir a un desastre. Un desastre en el que ustedes mismos se van a matar unos con otros […]. Eso es lo que hay que evitar».

Perón era un dirigente político que confiaba (excesivamente en 1973) en su capacidad de persuasión y conducción. Cuando interpretó que ya no lograba manejar a su heterogéneo movimiento, buscó cerrar filas, clausurar diferentes interpretaciones del peronismo, y después de la muerte de Rucci, polarizar contra la izquierda y sembrar el temor en aquel sector con el documento reservado y con una represión administrada. Para Perón no era una opción política apelar a las Fuerzas Armadas, con las que se había enfrentado durante dieciocho años. Se puso en marcha un grupo parapolicial que debía estar bajo su mando y al cual él creía que podía poner límites, como parece indicar la diferencia cuantitativa y cualitativa de ese accionar antes y después de su muerte.

En vida y durante su presidencia, Perón tomó claramente partido por su plan del Pacto Social y las organizaciones que lo respaldaban. Y rechazó a quienes, según su interpretación, habían arruinado el acto de Ezeiza, quienes habían asesinado a Rucci, a quienes consideraba que habían avalado el ataque al regimiento de Azul por parte del ERP, quienes se resistían a aprobar leyes represivas, quienes criticaban a los dirigentes sindicales, quienes comenzaban a cuestionar su liderazgo. Fue durante su presidencia que la Triple A se hizo pública.

No se puede exculpar a Perón del poder que obtuvo López Rega, de la vicepresidencia de Isabel, de lo que sucedió en su último gobierno, de sus ideas sobre la infiltración marxista en el peronismo. Tampoco se lo debe responsabilizar por aquello que no hizo, ya que sería caer en otra simplificación, tan parcial e incorrecta como la inversa. Esas dos versiones, de un Perón diabólico y de un Perón herbívoro, recorren buena parte de las batallas históricas argentinas, a veces perdiendo de vista los contextos. Los procesos represivos e incluso los procesos bélicos tienen alcances y límites que no siempre expresan la voluntad libre de los protagonistas. Por el contrario, en general revelan fenómenos sociales y culturales más profundos. Corrientes subterráneas y no siempre visibles de la sociedad. También suelen poner de relieve la presión y la capacidad de actores internacionales.

Una historia social de la represión en la Argentina debería incluir la pregunta acerca de cómo las fuerzas represivas, primero parapoliciales y después del propio Estado, lograron ampliar los alcances de su accionar. Cómo las fuerzas sociales alternativas que ponían ciertos límites a la violencia poco a poco vieron menguar su contundencia y eficacia. Cómo los protagonistas armados paulatinamente perdieron el autocontrol que desembocó de Ezeiza en la Triple A y de la Triple A en la dictadura de 1976.

Desde la muerte de Rucci hasta la de Perón, se contabilizaron 56 muertos y otras 15 víctimas (prisioneros, secuestrados, desparecidos denunciados). Durante el año posterior a la muerte de Perón (en julio de ese año salió López Rega del gobierno), hubo 438 muertos y otras 142 víctimas. En los nueve meses siguientes (hasta el golpe), 541 muertos y otras 595 víctimas. Esto muestra, por un lado, que la idea de que Perón conocía y a la vez establecía un límite al accionar de la Triple A tiene bastante asidero. Basta comparar los dos semestres de 1974 para notar que la cantidad de muertos se quintuplicó después de su fallecimiento.

En ese sentido, una de las interpretaciones más ajustadas a los hechos parece ser la de Inés Izaguirre:

Nuestros datos permiten suponer que Perón no estaba dispuesto a hacer una gran escalada para aplastar a la izquierda de su movimiento y apostó a la política para reorganizar el movimiento y al país. En mi opinión consideraba suficiente producir una cuota de anticuerpos para hacerlos desistir de sus propósitos hegemónicos, y no dejarse presionar. De acuerdo con su pensamiento político, bastaba con producir algunas bajas ejemplificadoras (Izaguirre y otros, 2009: 95).

También debe tenerse en cuenta que la exasperación de Perón estaba alcanzando límites muy peligrosos. En una conferencia de prensa, el 8 de febrero, Ana Guzzetti, del diario El Mundo, afirmó que «en el término de dos semanas hubo veinticinco unidades básicas voladas, que no pertenecen precisamente a la ultraizquierda, doce militantes muertos y ayer se descubrió el asesinato de un fotógrafo». Y le preguntó a Perón qué medidas iba a tomar para investigar estos atentados fascistas de grupos parapoliciales ultraderechistas. Ofuscado, Perón se dirigió a uno de los edecanes: «¡Tomen los datos necesarios para que el Ministerio de Justicia inicie la causa contra esta señorita!». Perón advirtió que «eso de ‘parapoliciales’» lo tendría que probar y agregó que ante el enfrentamiento de la ultraizquierda y la ultraderecha el gobierno garantizaría la actuación policial para entregar a la justicia a quienes ocasionaran disturbios. Guzzetti fue detenida dos semanas después junto con otros periodistas en el allanamiento y clausura del diario El Mundo. Luego fue liberada por presión de familiares influyentes. El Poder Judicial la citó a declarar como testigo, no se le inició una querella.

Cuando Perón percibió que sus planes de armonía y pacto resultaban inviables, cuando vio desafiado el lugar de árbitro y de padre de todas las vertientes, comenzó a exasperarse. Todo indica, como dice Izaguirre, que Perón creía que con la amenaza de una mayor represión y con el amedrentamiento resultaría suficiente para «encaminar» la situación. Pero como en otras cosas, en aquello también estaba equivocado. Aunque su principal arma era la política, es legítimo preguntarse si habría habilitado lo que fue la Triple A después de su muerte. Pero ese interrogante puede responderse a la inversa. Como su estrategia política se revelaba inviable, como su autoridad no lograba pacificar el país, la muerte de Perón puede comprenderse como un hecho social y sociológico: el final de un proyecto. Se evaporaba en esos días cualquier remanente de ilusión por una posible concordia.

Contradicciones

Tanto en el plano de su recorrido personal en Paso de los Libres como en cuanto a la historia del peronismo, López Rega resulta una figura difícil de abordar. Los peronistas no dudarán en reivindicar la extensa historia de su movimiento por las inaceptables acciones de López Rega.

Tampoco lo harían los seguidores de la Casa en Paso de los Libres. ¿Qué pensaría Doña Victoria de ese proyecto, con su gran fiesta para el día de las Américas? ¿Será que alguien que se supone se encontraba tan alejada de instituciones centralizadas no veía con desconfianza esas ideas del cabo retirado?

En Paso de los Libres predominan dos versiones aparentemente contrapuestas sobre la opinión de Doña Victoria acerca de los rumbos políticos de López Rega. Una, en la que coinciden varios miembros de la Casa es que, en algún momento, en un viaje posterior a su estadía en Madrid, Doña Victoria le advirtió: «Aléjese de la política, usted no es para eso, las cosas van a salir mal». La otra versión me la dio un miembro de la Casa, que afirmó que Doña Victoria había anticipado que López Rega tendría las riendas del gobierno. Me entregó una carta escrita a máquina supuestamente por Dora, hija de Victoria, el 8 de octubre de 1974, dirigida a Claudio Ferreira, en la que dice:

Complacidos recibimos sus envíos en estos días, agradeciendo a Dios y a la Madre Guía Espiritual, la posibilidad de que alcance a todos la aspiración que un día ella marcara cuando en chinelas y con las manos vueltas atrás caminaban como duendes frente a ella y dijera, aunque no les parezca un día van a tener las riendas del Gobierno, y en forma asombrada dijeron ¡Nosotros…! ¡Sí, ustedes…!

La carta está fechada en el apogeo del poder de López Rega. Las otras versiones buscan obviamente separar a Doña Victoria de la actuación del autor de Astrología esotérica. Sin embargo, también encontré a un militante del PT brasileño que reside en la frontera, que fue miembro de la Casa y que hasta el momento en que lo conocí defendía a López Rega. Me dijo que él era peronista (como otros brasileños en la zona de frontera) y que el justicialismo era «una mezcla de filosofía rosacruz con política, es casi una religión». En él sobrevive aún algo que sin duda López Rega pensó en algún momento. Según su visión, «la Triple A fue creada para combatir al comunismo en el plano filosófico, pero López Rega perdió el control y entraron los gángsters». Estos relatos no deben ser analizados preguntándose si son ciertos, ya que la documentación no demora en desmentirlos. En cambio, hay que tomarlos en cuenta como creencias reales de personas reales. En la mente de López Rega, había una línea de continuidad entre la reivindicación americana de la Casa de Doña Victoria, el tercermundismo de Julio César Urien y su interpretación espiritual del justicialismo.

Otra versión surge del relato de Urien al periodista Marcelo Larraquy. Según él, cuando visitó a Doña Victoria en Paso de los Libres, López ya estaba en Madrid, y ella se despidió con un consejo: «Cuídense de López. Los va a traicionar» (Larraquy, 2004: 199).

Para los diferentes peronismos, la historia de López Rega va de considerarlo un tabú, un tema inefable, un loco asesino, hasta «el rostro oscuro de Perón». Para quienes rompieron con el peronismo, López Rega sería la revelación de que Perón traicionó al movimiento. Quien asegura que Perón no los traicionó es Mario Firmenich: «Hubo cosas ocultas, pero Perón nos advirtió que había cosas ocultas». Al finalizar la última conversación que tuvieron en Madrid, Perón llamó a López Rega y le pidió que les contara a los visitantes lo que tenía que contarles.

Y López Rega contó un cuento absurdo, esotérico, ridículo. Dijo que debajo de la ciudad de Buenos Aires había toda una ciudad oculta de túneles y que ahí vivían los seres más poderosos de la Argentina, que nadie los veía y que esos seres eran impotentes sexualmente, y que por esta razón en definitiva buscaban a Perón, que era el gran hombre de la Argentina. Perón se descostillaba de risa, pero cuando nosotros lo mirábamos para reírnos, nos decía: «No se rían. Si es muy serio lo que está diciendo. Escúchenlo». Y nos contó que había poderes ocultos, que no necesariamente eran túneles debajo del pavimento, que no necesariamente tenían un problema de impotencia sexual, sino la incapacidad de control del poder, o la falta de poder o de potencia para controlar la situación y que por esto lo iban a buscar a Perón para controlar la situación, y Perón esto nos lo advirtió en definitiva. Claro, de un modo esotérico, que no resultaba comprensible en el momento. […] López Rega no encontró un mejor lenguaje en su cultura esotérica que el montón de pavadas que dijo, pero que no eran pavadas. Nos estaba advirtiendo de una situación objetiva de negociación con los poderes (cit. en Pigna, 2016: 210).

Quien quiera reducir el peronismo a cualquiera de sus personajes estará perdido. Es muy cierto que el peronismo de la renovación de los ochenta, en la transición democrática, se construyó tratando de dejar atrás cualquier rasgo antidemocrático y de violencia. Buscó establecer un límite, construir su propio «nunca más». La paradoja fue que de ese movimiento emergió la figura de Carlos Menem, un hecho de cuyas condiciones culturales nos ocuparemos en el próximo capítulo.

[41] Los estudios de Ceriani Cernadas (2018) sobre la ideología rosacruz en Buenos Aires en la actualidad presentan elementos comunes con rasgos de la Casa de Doña Victoria, en particular sus fuentes eclécticas como expresión de un carácter antidogmático o sus referencias a la antigüedad egipcia. En cambio, hay diferencias notables que pueden estar relacionadas con sus contextos muy distintos así como con el hecho de que se trata de fraternidades rosacruces diversas, ya que Ceriani Cernadas estudia la Antigua y Mística Orden Rosacruz (AMORC), que tiene un grado de expansión y de institucionalidad mucho mayor.
[42] Un análisis exhaustivo de los textos de José López Rega excede los objetivos de este capítulo, pero se trata de un material valioso que puede revelar otras dimensiones de su pensamiento.
[43] Claudio Ferreira y sus socios inventaron un tónico que supuestamente alargaba la vida. Lo fabricaban en Brasil y lo vendían en la Farmacia Aurora de Uruguayana. En algún momento se utilizó una fotografía de Perón para publicitarlo, acompañado de una leyenda que decía «yo tomo». Pero cuando Perón se enteró ordenó clausurar la campaña. Claudio Ferreira ayudó a López Rega a conocer religiones afrobrasileñas en Uruguayana. Esto fue publicado en diarios y revistas, cuando López Rega era ministro.
[44] En 1972, en una entrevista en la revista Panorama, Julio César Urien rechazó las acusaciones de trotskista y marxista que se le habían hecho. Se definía como argentino, como filósofo, como arquitecto de ideas. Creía que se estaba develando una cuarta concepción filosófica y económica y que su inicio «inexorable» sería en la Argentina. «Cuando escribí La revolución de veras me dijeron que era un utopista, un espiritista, un astrólogo. Soy un idealista. Todo comenzó con Vargas en Brasil» (7/12/1972).
[45] Alberte –que luego fue designado delegado de Perón– y algunos miembros de la logia paulatinamente adhirieron a posiciones relacionadas con el peronismo de izquierda. La relación con López Rega terminó al poco tiempo de su llegada a Madrid.
[46] Página/12, 6/10/2009.

(De: Alejandro Grimson – ¿Qué es el peronismo?, Siglo XXI, 2019)

Diciembre 2020.