Rodolfo Walsh: entre la lección y la advertencia

ZONA LITERARIA | EL TEXTO DE LA SEMANA

Por Adrián Ferrero*

Para comprender la trayectoria de la poética de Rodolfo Walsh (1927-1977) hace falta no sólo discernir su sistema de lecturas sino, quizás traducida por ellas, la evolución impetuosa de una ideología que desde las iniciales notas literarias «de comienzos» sobre autores (como Ambroce Bierce, por citar un caso) se radicaliza hasta alcanzar sus momentos culminantes antes de morir cursando un texto cumbre y revulsivo para la literatura argentina de todos los tiempos que adopta la forma de documento: «Carta de un escritor a la Junta Militar argentina».

Todo se inicia con un colegio secundario bilingüe en el que adquirió una destreza que sería capital para una de las prácticas fundamentales y fundacionales para su proyecto creador: el conocimiento del inglés del que se serviría no sólo para la traducción literaria. A partir de ese momento Rodolfo Walsh atraviesa por el periodismo cultural primero, más tarde por el político y luego el trabajo editorial. Hasta, como es sabido, su participación en la agencia de noticias clandestina. Realizaría mucho antes también una antología del cuento policial, como veremos un género a cuyo influjo jamás podría terminar de sustraerse por completo pero desde ángulos y abordajes muy dispares. También será el que junto desde un personalísimo enfoque dará una vuelta de tuerca completa a su propia historia.

En todos esos espacios destacará además de innovar. Con una intervención potente en el campo intelectual argentino como fue la «Antología del cuento del cuento extraño» (1956), que compiló, tradujo y cuyas noticias biográficas de los autoras le pertenecen, donde los previsibles nombres del citado Ambroce Bierce y Edgar Allan Poe conviven con los inesperados liberales y patricios Borges, Silvina Ocampo, José Bianco, Bioy Casares y, con ciertos matices, Leopoldo Lugones, podemos asistir al pluralismo y la apertura literarios de Rodolfo Walsh. Capaz de apreciar y reconocer el talento creativo aunque no comulgara con los principios ideológicos ni de clase de otros autores. De este modo, daba al campo intelectual una lección de pluralismo y de ausencia de toda clase de prejuicios, fundamentalismo o intolerancia. Y dejaba en claro que ante todo se proponía la excelencia literaria, no defender principios facciosos. Este rasgo en Rodolfo Walsh me resulta ejemplar y me parece que no ha sido lo suficientemente enfatizado. Su amplitud, su capacidad de pensar el mundo y la literatura (la poética) desde una multiplicidad de perspectivas, lo que se pondrá de manifiesto también en otras de sus innovaciones. ¿Cuál es ante todo la propuesta de Walsh?: deslindar qué es la buena literatura de qué no lo es. Esta capacidad de apreciación del don en un arte que era nada menos que su vocación allanando toda clase de distancias. Dato que habla muy bien de un alguien consagrado profesionalmente a la literatura para el que, precisamente, la política es y sería crucial, al punto de definir su destino. Y también de una apertura al universo de las poéticas que denota capacidad para afrontar un proyecto literario como es una antología desde la mirada de quien atiende por sobre todo a la literatura, que es el tema del cual va hablar o del cual trata esa antología.

Y dentro de sus prácticas culturales, desde la traducción de policiales negros y los cuentos de la citada antología ya había estado sumido de lleno en su propio trabajo literario en carácter de escritor. Dicho trabajo también incluyó una producción en dramaturgia, traducida en dos obras que datan ambas de 1965, profundamente coherentes con su proyecto creador porque lo ilustran acabadamente. Se trata de dos piezas alentadas por el espíritu de experimentación de esa década tituladas «La granada» y «La batalla». En las que un grupo de militares abusan de sus atribuciones mediante atropellos a sus subordinados de modo cobarde e inmoral o bien incurren en desbordes de megalomanía que concluyen públicamente de modo trágico. De modo que Walsh procede también aquí a politizar otros lenguajes: concretamente la semiótica teatral. Politiza la semiótica teatral con todo lo que ello supone. Una puesta es ante todo acción. De modo activo Walsh interviene en el orden de lo real como lo haría más tarde en sus obras de no ficción. Se sale de la literatura para impactar en el mundo y, en estos dos casos puntuales, hacerlo bajo la forma de poner en evidencia lo ilegítimo y lo moralmente inadmisible de la prepotencia del poder. En cualquier caso, esta insularidad de las piezas de Walsh, junto con su tenor por sobre todo de carácter discursivo, permiten pensar que son la obra de un narrador puesto a escribir teatro. No las de un dramaturgo profesional consagrado exclusivamente a ese arte.

Desde sus primeros y magistrales cuentos policiales en ambientes burgueses (digamos), junto con otros cuentos que abordan de manera novedosa otros temas, pasando por esa bisagra que tal vez haya sido el cuento «Esa mujer» atravesado por el delito militar estatal en ese caso, la violencia política pero no la abierta militancia aún, Walsh llega a sus libros de no ficción en los que lo pone todo en cuestión. Y cuestionar en primer término qué es la ficción es cuestionar qué es la literatura misma. Es en primer lugar, como mínimo, una pregunta irreverente, temeraria e intrépida. La de un precursor. Pero, sobre todo, tremendamente insólita formulada por un argentino que aparentemente habita los arrabales del así considerado Tercer Mundo, desde el cual pocas novedades se supone pueden esperarse de un creador. Si a eso le sumamos que por detrás de ello está el componente del compromiso que se ha desplazado a hacerle justicia a acontecimientos de atropello político y social, tenemos un fenómeno completamente inusitado. Walsh ha dado un paso primordial en la literatura argentina. Y en la del mundo. Ya no se conforma con innovaciones en el orden de lo literario, esto es, en el marco de una estética. Sino que a una poética la pasa por el tamiz del orden de lo real, cruza categorías, atraviesa fronteras, echa por resultados híbridos complejos en el marco de los cuales mediante técnicas narrativas de ficción narra acontecimientos de orden referencial.

Todo cierra, todo encaja, me parece, con la evolución de la noción de delito desde sus primeras traducciones del policial negro (donde de seguro reflexiona en torno de la noción de delito desde la dimensión económica en relación con el capitalismo sucio y sus vamps), luego el delito en el ámbito de la vida privada de los policiales de enigma pero donde sin embargo existe transgresión a una ley (como en todo policial) y el inolvidable (y que no debemos olvidar) periodismo ya abiertamente político que denota siempre pasión palpitante por la actualidad más virulenta y seguimiento de los compases políticos del país y del mundo. Una cierta narrativa del presente que vuelve relato lo que está aconteciendo en tanto que mandato moral. También el pulso de la escritura que da cuenta de ese mismo orden de lo real y se convierte en una cierta clase de discursividad del acontecimiento de existencia constatable. A mi juicio resulta imposible pensar las obras de no ficción de Walsh si se omiten todos los elementos de la evolución que acabo de enumerar, por supuesto procesados según sus propios términos que no necesariamente se pueden haber dado en el orden ni en las mismas dosis que yo lo alcanzo a vislumbrar. A todo esto sumo obviamente su militancia política en términos efectivos y el ya citado periodismo clandestino. Lo que sitúa a esa práctica en una dimensión contextual de una radicalidad extrema porque se contrapone de manera terminante a lo que podríamos llamar la prensa oficial o, por qué no, la prensa liberal. Es cierto: el periodismo es una práctica. Pero según su referente y según el modo de referir sus sentidos cambian. De modo que Walsh cursará desde aquel inicial periodismo hasta este otro clandestino una senda que lo conducirá a un camino ya sin retorno.

Así alcanzo a dibujar el contorno en unas pocas palabras de lo que considero fue un creador que desarticuló y a partir de nuevas premisas reorganizó el campo intelectual de la literatura argentina alumbrando un sendero que no podría ser repetido porque representaba un paradigma cuya trayectoria no podría ser repetida en términos de su historicidad. Abrió senderos insospechados para que la invención que vendría después y aspiraba a abordar la política y el compromiso lo hiciera con sentido de experimentación, de apertura además (como dije), de consciencia de sus procedimientos, no sólo de contenidos. Para de ese modo tomar distancia prudente de las remezones del periodismo más simplista en su vertiente peligrosamente crédula. Con todas estas precauciones, la gran advertencia de Walsh dejaba la gran lección para todas las prácticas de la escritura. Walsh llegaba (y partía) para legarnos un patrimonio ante todo coherente, preciso e imprescindible para nuestra cultura literaria en conjunción con nuestra cultura política haciendo de ambas una sola. Un corpus de varios géneros que cerraban por completo entre todas sus partes. Una mirada creativa sobre cada iniciativa que tomaba, partiendo desde la literatura hacia la experimentación con ella que reenviaba a nuevas textualidades y, por lo tanto, a una nueva concepción de la escritura. En la Historia de la literatura, Rodolfo Walsh se sale de la poética. E ingresa en un campo en el que cruza toda clase de discursos sociales. Dentro del cual los procedimientos y técnicas literarios serán de los que se sirva para narrar lo que considera de más ilegítimo y, por lo mismo, requiere de modo urgente ser denunciado. Sin pedagogías pero también con astucia. Sin un didactismo que enseña sino una poética desafiante, Rodolfo Walsh alecciona, como dije, con su figura paradigmática que no aspira a ser ni un mártir ni un héroe. Sino un escritor que según sus propios términos adopta el compromiso con su tiempo historia. Y, en palabras que prefiero más actuales, diría yo que pone en funcionamiento un dispositivo textual caracterizado por una poética crítica. Una poética crítica que reenvía, directamente, hacia los contextos en los que está interesado por evidenciar como infames.

 

* Adrián Ferrero nació en La Plata en 1970. Es escritor, crítico literario, periodista cultural y Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Publicó libros de narrativa, poesía, entrevistas e investigación.

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