Supresión recíproca
ZONA LITERARIA | EL TEXTO DE LA SEMANA
Por Dorthe Nors*
Silba a su perro para que acuda, le pone el collar y se lo lleva de la linde del bosque no sea que vayan a quedarse allí echando raíces. El día toca a su fin, hay un enorme campo en barbecho entre él y Morten, así que bien puede quedarse ahí. Morten da vueltas por el patio de la casa con la perra rojiza pegada a sus talones. Es delgada, de pelo duro, y él siempre ha tenido perros teckel. Animalitos agresivos que se comen las correas y las alfombrillas de los coches, y a Henrik no le gustan los perros canijos, pero, cuando van a cazar zorros, Morten lleva a su teckel y, si van de caza al fiordo, Henrik se trae a su munsterlander pequeño y los señuelos para patos. Han estado muchas veces en la caravana que hay en el pantano, en el coto El Jardinero, bebiendo café clarucho en vasos de plástico, con el olor a perro mojado, mientras comentaban que ambos formaban una combinación muy práctica, porque Henrik tenía un perro grande para unas ocasiones y Morten perros teckel para las otras. Pero ahora él, Morten, se pasea solo por el patio de la granja. Únicamente hay una luz derramándose por la ventana de la cocina. Debe de haberse olvidado apagarla. Y la perra solo le llega hasta sus botas de caña. Parece que se hubiese puesto a arreglar algo en la puerta de la fachada. Hay muchos arreglos por hacer ahora. Mucho que asimilar. Por ejemplo, Henrik siempre había creído que la mujer de Morten tenía la culpa, pues daba la impresión de que una de las cosas que más le gustaban de él era que no fuese lo suficientemente bueno. No debía de ser fácil para Morten estar casado con una mujer que todo lo ve en perspectiva. Ella hablaba a lo grande y también le habría resultado embarazoso a Morten que los niños de la escuela donde era profesora de danés la llamasen La Alondra, algo que se ve ya en la misma casa. Las ventanas con cuarterones pintadas del rojo típico de Suecia. Cestas de mimbre justo al entrar y, ya en el interior de la vivienda, mesas alargadas en el salón, cojines hechos a mano y, colgando de las paredes, obras de lo que ellos denominaban arte fabulado.
Cuando uno visitaba a Morten y su esposa siempre resultaba inevitable desentonar un poco. Tina, en concreto, terminaba pareciendo una de esas mujeres que no tienen reparo en meter la mano en un pato para sacarle la molleja. Eso era porque se había criado en el campo. Conocía cómo eran por dentro la mayoría de las cosas. Tampoco le importaba que algo empezara a oler siempre que pudiera usarse. De buena gana tomaba y aportaba, sin embargo, la esposa de Morten era de las que procuraba arañar del entorno. Todo tenía que contar con su correspondiente título, denominación y certificado. Incluso los perros de Morten debían tener pedigrí y nombres largos, pero eso a él le gustaba mucho de Tina. También pensaba que estaba fantástica con su cartera de la escuela, su pelo rubio y sus guardapolvos color lila. A él le encantaba repetir completos los sofisticados nombres de sus perros, a los que llamaba Muggi, Molly y Sif para no provocar hilaridad. Uno de ellos se llamaba en realidad Ariadne Pil-Neksø. La última parte por una residencia canina situada en Jutlandia del Norte, y a Morten le gustaba comentar cuánto les había costado Ariadne Pil-Neksø, pero lo cierto era que Ariadne Pil-Neksø nunca había sido capaz de hacer salir a un zorro de su agujero y que un día en que estaba excavando en una topera que había en el terreno que hay detrás de la casa terminó recibiendo un disparo de Henrik.
Como debe ser, se dice a sí mismo antes de bajar la mano para tocar a su perrazo. En el crepúsculo, su lengua húmeda le lame la palma de la mano. Advierte que su compañero de caza está dando vueltas por el patio de la casa, arriba y abajo con algo que parece una taladradora. Morten tiene también consigo a su perro. Un pequeño animal lleno de vitalidad, todo instinto, pero frágil y casi siempre a un tris de no dar la talla. Ese vínculo tan especial entre un cazador y su perro no puede expresarse con palabras, como el vínculo que sienten dos tipos al cruzar sus chorros al mear, pero también por eso mismo un cazador debería ser capaz de dispararle a su propio perro. Así son las cosas: dispara a tu mejor amigo, pero reconoce tus límites también. De ese modo lo había expresado Morten cuando hacía casi diez años, sentado en la cocina, dijo que su perro de por aquel entonces tenía cáncer.
—Uno debe conocerse a sí mismo lo bastante como para saber aquello para lo que no sirve —dijo Morten—. Si tú le disparas, yo me encargaré de este cuando le llegue el turno.
Morten señalaba al primer perro de caza de Henrik. Se trataba de un precioso perrazo que, echado delante del radiador, lo miraba.
Acordaron guardar el secreto y, como se habían prometido, él disparó al perro enfermo de cáncer de Morten y, luego, tres años después, Morten disparó al primero de los suyos. Así quedaron en tablas. El siguiente de los de Henrik se murió él solo, pero no ocurrió lo mismo con los perros de Morten. Con sus perros fue diferente, no hay nada de malo en ello. Tanto desde el punto de vista del perro como del cazador, lo mejor es un tiro limpio. Sufrirá más el perro si lo embutes en un coche y lo llevas al veterinario. Un tiro limpio cuando el perro está haciendo algo que le gusta es una buena muerte para un perro. Ojalá alguien le hiciera el favor de dispararle a él un día en el que superase los límites de lo que Tina podía admitir. Sí, sería totalmente correcto, pero, aun así, él sigue en la linde del bosque con una sensación desagradable mientras Morten da vueltas por el patio de la casa de tal forma que deja claro que su mujer e hijos se han marchado. Tampoco es que haya sido ninguna sorpresa. Durante años todos sospecharon que su esposa era una de esas mujeres que terminan largándose. Durante años todos pensaron que Morten se empequeñecía al lado de ella. A pesar de lo fanfarrón que había terminado siendo Morten, ellos siempre se habían hecho muy buena compañía en la caravana de El Jardinero. Siempre habían sido buenos amigos, pero echaba en falta un poco de equilibrio. Él nunca le había fallado. Disparó al primer perro de Morten cuando el animal estaba saliendo de una madriguera de zorro. Al siguiente, le metió un tiro allá arriba, donde crecen los abetos navideños. El tercero padecía mucho después de sufrir, según afirmaba Morten, un atropello, aunque quizá sus dolores se debieran a cualquier otra cosa. Estaba tan mal que Henrik se vio obligado a colocarlo tumbado para disparar y, en el terreno que hay detrás de la casa, se encargó de aquel perro de nombre ridículo. Al quinto le disparó en el jardín trasero un día que la mujer se ausentó y, ahora, le tocaba al último teckel, que recorría el patio pegado a los talones de Morten. Un hombre y su perro en la hora crepuscular, pero había algo más. Necesariamente debía tomarlo en consideración en ese momento. Examinarlo con atención, porque las cosas eran como eran: había algo en el interior de Morten que evitaba la luz. Tina afirmaba que se trataba de algún tipo concreto de complejo. Él no sabía de qué se trataba. Tampoco podía decir nada más sobre ello aparte de que olía a despojos de carne y que el olor se extendía.
(De: Golpe de karate, Anagrama, 2022)
*Dorthe Nors (Herning, 1970) es licenciada en Literatura e Historia del Arte por la Universidad de Aarhus, y una de las voces más originales y aplaudidas de la literatura danesa actual. Es autora de cuatro novelas y de un volumen de relatos, Golpe de kárate, con el que dio el salto internacional. Ha publicado textos en revistas como Harper’s y Boston Review, y en 2013 un cuento suyo fue el primero de un escritor danés en el New Yorker. En 2014 recibió el Premio Per Olov Enquist. En Anagrama ha aparecido la novela Espejo, hombro, intermitente: «Llena de miniaturas vitales contadas con ironía y profundidad. Dorthe Nors cuenta la soledad urbana. Lo cómico de la soledad» (Rosa Belmonte, ABC); «Nors es una miniaturista deliciosa que se apoya en la ficción experimental para retratarnos la vida interior y el aislamiento de los seres anónimos de mediana edad» (Ángeles López, La Razón).