Ucrania y la urgencia de sindéresis

Por José Steinsleger

Uno. La guerra catastrófica que Estados Unidos libra contra Rusia en Ucrania ha distorsionado gravemente la sindéresis de la política occidental. O sea, la «capacidad natural de juzgar rectamente», según el diccionario de la RAE.

Dos. Entre 1939 y 1989, los conflictos de posguerra incluían la posibilidad de «sindéresis». Claramente, se tomaba partido por liberales, nazis, comunistas, socialdemócratas, o los pueblos que luchaban contra el colonialismo. Y al final del día, la política, junto con la diplomacia, fijaban las «reglas» entre vencedores y vencidos.

Tres. Con el fin de la llamada guerra fría (1989) dichas reglas desaparecieron, junto con la generación de estadistas que, mal o bien, las posibilitaban. Por ejemplo, el supuesto compromiso de la OTAN para no avanzar «una pulgada más» en los países vecinos de Rusia (Ucrania, entre otros).

Cuatro. Todo eso quedó en agua de borrajas. Un año después, durante el clímax de la llamada «globalización», la OTAN desencadenó la guerra de Yugoslavia, partiendo el país en seis Estados independientes, más una entidad gobernada por mercenarios (Kosovo).

Cinco. En adelante, el capitalismo made in Washington, retomaría el sueño de apoderarse de los ingentes recursos naturales de Rusia, el país más grande del planeta. Propósito en el que Europa, una vez más, devino en convidada de piedra.

Seis. Básicamente, las «nuevas reglas» consistieron en la negación de la política y la diplomacia para resolver los conflictos, dejando el espacio en manos del «mercado», las finanzas, y la única actividad económica realmente exitosa a Estados Unidos: su complejo militar-industrial. «La guerra es la salud del Estado», había profetizado el liberal estadunidense Randolph Bourne (1886-1918).

Siete. Ahora bien, la guerra de Ucrania no empezó con la «operación militar especial» de Vladimir Putin en febrero de 2022. Empezó en 2014 con el apoyo de Estados Unidos al país, con equipo y entrenamiento de miles de soldados y veteranos combatientes de ideología neonazi. Y durante ocho largos años, las «democracias occidentales» (sic) miraron al costado frente a limpieza étnica del ejército ucranio en la región rusohablante del Donbás (15 mil víctimas, entre ellas más de 200 niños, niñas y adolescentes).

Ocho. A «nuevas reglas» (y nuevas armas), nuevos lenguajes que permiten manipular, falsear, distorsionar y «simplificar los contenidos de los conceptos, bastardearlos y progresivamente sustituirlos por sus opuestos, sin que esto penetre en la conciencia colectiva», según la socióloga argentina Mónica Peralta Ramos.

Nueve. V. gr. La rendición de los soldados ucranios tras el asedio ruso a la fábrica Azovstal, de Mariupol. Peralta Ramos observó que «ni el gobierno de Ucrania, ni los principales medios de comunicación de Occidente dieron cuenta de esta rendición. Tampoco de la ideología neonazi de sus comandantes y muchos de sus combatientes», considerados “defensores de Ucrania y de la democracia que fueron evacuados […] luego de cumplir las misiones militares que les fueron asignadas […]”. Y los medios occidentales hablaron de «operación de rescate y evacuación de los defensores de Mariupol con el objetivo de devolverlos a sus hogares» (según el títere de la CIA, Volodymir Zelensky).

Diez. En una larga entrevista, Noam Chomsky destaca que en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, se usaba la técnica de silenciar el pensamiento independiente con acusaciones de defender los crímenes de Stalin. Pero a principios de 1980, la embajadora de Estados Unidos en la ONU, Jeanne Kirkpatrick, ideó otra técnica: la «equivalencia moral». Quien revelase y criticase las atrocidades de Ronald Reagan en América Central, se decía que no era distinto de Stalin o de Hitler. “El ‘ustedes también’ es una nueva variante, apenas diferente de sus predecesoras”, explica Chomsky.

Once. Por su lado, Jurgen Habermas interpreta la operación militar de Rusia como una «reacción frustrada a la negativa de Occidente a negociar la agencia geopolítica de Putin». Pero al filósofo alemán le molesta el enfoque sobre Putin como persona («un ambicioso nostálgico de la gradual restauración del gran imperio ruso»).

Doce. Habermas y Chomsky, pensadores de izquierda, creen que Putin es un «criminal de guerra». Sin embargo, ambos coinciden en lo dicho por el primero: «Nos guste o no, será con él con quien tendremos que negociar el fin de la guerra, o al menos un armisticio».

La Jornada