«Yo hice autocrítica contemporáneamente a los hechos, para tratar de salvar lo que se pudiera salvar»
Capítulo 5 de Vida de perro: Balance político de un país intenso, del 55 a Macri.
Por Diego Sztulwark
«Yo hice autocrítica contemporáneamente a los hechos, para tratar de salvar lo que se pudiera salvar y para impedir el desastre que se venía. No frívolamente, después, para demostrar que todo aquello era una mierda»
Cuestionamientos a la reapertura de los juicios: Cecilia Pando, Lopérfido-Loignorante, Ceferino Reato. Bienvenida la discusión, aunque haya cosas que son irrefutables. Memorias de la desvinculación de Montoneros. Una autocrítica que sucedió en tiempo real. ANCLA y Cadena Informativa. Cómo se trabaja con fuentes militares. El caso Scilingo. Comienzos en el CELS.
Verbitsky se siente un privilegiado por disponer de medios para seguir batallando. Así ha concebido durante tres décadas sus columnas en Página/12 y su labor en la presidencia del CELS, como una prolongación de viejos combates, aunque los antagonismos y los métodos no sean exactamente los mismos. El campo de las hostilidades es evidente en Verbitsky. De La Habana a la Fundación Ford , [25] el primero de los libros que le han dedicado. Se trata de un compendio de fábulas a cargo de Carlos Manuel Acuña –un cuadro fogueado en la represión militar–, cuya hipótesis es que, luego de la «guerra» llevada a cabo contra las organizaciones revolucionarias de los años setenta, el Departamento de Estado de los Estados Unidos habría impulsado en la región una política de cooptación de cuadros sobrevivientes de la guerrilla con el objetivo de utilizarlos para boicotear la soberanía nacional de los países sudamericanos atacando sus pilares fundamentales: las Fuerzas Armadas y la Iglesia. A tal fin, se habrían creado agencias de financiamiento específicas como la Fundación Ford. El carácter delirante de estos argumentos –
Verbitsky sería, además, uno de los jefes de una conspiración mundial judía respaldada por George Soros– volverá a repetirse, con las variaciones del caso, cada vez que se trate de desacreditar sus investigaciones sobre la base de descalificaciones y prejuicios.
Acerca del financiamiento de la Fundación Ford al CELS, Verbitsky precisa algunos datos: la Fundación Ford fue creada mucho tiempo antes del golpe de 1976 y había dejado de tener relación con la automotriz Ford Motors antes de apoyar financieramente al CELS desde sus inicios, o sea, mucho antes de la incorporación del propio Verbitsky. Y aclara: «Cuando yo me hice cargo del CELS, más del 90% de su financiamiento provenía de la Fundación Ford. Ahora no pasa del 20%, y siempre en disminución».
Carlos Manuel Acuña fue, según su necrológica publicada en La Nación –diario en el que escribió durante años– un «nacionalista, católico y antiperonista», colaborador de la Sociedad Rural, del gobierno de Onganía y del gobierno instaurado en 1976, autor de los libros Por amor al odio y Los traidores , en los que denuncia a dirigentes y organizaciones político-militares a las que llama «terroristas». Al momento de su muerte, coordinaba el sitio web Informador Público.
En 1996, durante la investigación por el asesinato del general chileno Carlos Prats, en una calle de Palermo, la jueza María Servini de Cubría detuvo al responsable de la DINA[26] en Buenos Aires, Enrique Lautaro Arancibia Clavel, y a su contacto de entonces en la SIDE argentina, Juan Martín Ciga Correa. Declaraciones y documentos secuestrados en la causa vincularon a Acuña con la Operación Colombo, que consistió en simular la muerte de 119 personas en enfrentamientos entre facciones guerrilleras chilenas en la Argentina, cuando en realidad habían sido secuestradas, torturadas y asesinadas en Chile. Estrecho colaborador de Seineldín, Acuña estuvo a cargo de la propaganda negra de esta operación: enviaba artículos periodísticos, que la prensa chilena reproducía con grandes titulares, donde anunciaba que guerrilleros del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) se entrenaban en la Argentina con el objetivo de regresar a Chile. Luego informaba de sus muertes como resultado de ajustes de cuentas entre los propios compañeros. Verbitsky publicó esta historia en Página/12 , en 1996. La muerte de Acuña interrumpió la investigación sobre el episodio, que había iniciado el fiscal Miguel Osorio.
DS: ¿Cómo se habla con las víctimas, con los familiares de los represores o con quienes bastardean la gravedad de lo sucedido durante el terrorismo de Estado?
HV: La diferencia que creo necesario hacer es entre las víctimas y aquellos que bastardean lo sucedido. Tomemos el ejemplo de Claudia, hija de Rucci. Montoneros mató a su padre cuando ella tenía 9 años: es una víctima. Si bien detesto sus posiciones políticas, en todo caso podemos discutir quién era José Ignacio Rucci, pero a las víctimas les tengo mucho respeto.
Además, creo que si estás seguro de lo que pensás, de lo que creés, no hay ningún motivo para no discutir. Yo he discutido con Cecilia Pando, por ejemplo. Ella vino a mi oficina. Yo no estaba, pero dejó una nota donde manifestaba su cuestionamiento a los juicios y planteaba una serie de argumentos al respecto. No dejó un teléfono o una dirección donde yo pudiera contestarle, y entonces lo hice a través del diario. Creo que está equivocada pero respeto su militancia. Le refuté uno por uno todos sus argumentos y la nota se tituló «Bienvenido sea el debate». [27] Volvió a la oficina y entregó una nota donde pedía disculpas por no haber dejado una dirección, agradecía la respuesta y anunciaba que me iba a contestar. Pero nunca más contestó. Porque no tienen qué contestar.
Hay cosas que son irrefutables. Cuando dicen que los represores se están muriendo de viejos, es cierto, pero las madres de las víctimas también. Eso es la biología. La gente, pasados los 80 años, es previsible que en algún momento muera. Sobre los casos que trabajamos en el CELS, la mitad de los padres han muerto. O los que argumentan que no se les concede el «2 × 1» .[28] El 2 × 1 no les corresponde, no porque son militares, sino porque empezaron a ser juzgados después de que se derogara, de modo que nunca tuvo vigencia para ellos. O que no les conceden la prisión domiciliaria.
No es cierto, la mitad de los detenidos tiene prisión domiciliaria. Todo se puede discutir, pero con respeto por las víctimas y por el debate, que debe ser serio, bien fundado, con independencia de los objetivos. Se puede tener objetivos que yo no comparto, pero si los datos son sólidos hay que tomarlos en consideración. Si los datos no son sólidos y la intención es aviesa, no.
Es el caso de Darío Lopérfido, que además es Loignorante. Lopérfido toma la información de Ceferino Reato y la tergiversa. Reato parte de un supuesto, muy propio de la escuela neoclásica de economía, del mercado perfecto, y dice que todos los que fueron víctimas y tenían derecho a cobrar su indemnización se presentaron a cobrarla. Esa es su hipótesis, que yo creo falsa. En consecuencia, si se presentaron nueve mil y tantos a cobrar la indemnización, las víctimas no son más que nueve mil y tantos. Incluso empieza a descontar, «a este lo mató Montoneros, este cayó atacando un cuartel». Yo creo que eso es legítimo, no les tengo temor a los datos. Eso también se discutió entre los organismos, cuando se grabaron los nombres en el monumento. Pero Lopérfido da vuelta eso. No es un investigador, es parte de un gobierno reaccionario, de una derecha dura, y entonces sostiene –tomando como fuente a Reato– que se inventó el número treinta mil para cobrar las indemnizaciones.
Reato no dice eso sino lo contrario, que no llegan a diez mil porque ese es el número de indemnizaciones que se pagaron. Ese es el tipo de cosas que se pueden discutir, pero con seriedad, con datos. Nada más que en el edificio donde yo vivía, conocí cinco casos de desapariciones que nunca fueron denunciadas. Fue el método de represión clandestino del terrorismo de Estado el que impidió que se conociera el número exacto.
DS: No dejan de salir libros de investigación sobre el golpe de 1976 y la dictadura. ¿Hay información nueva, creación de hipótesis fértiles de trabajo en este sentido?
HV: De estos nuevos libros, el que leí es el de Paula Canelo, que discute con lo que llama las «motivaciones económicas del golpe» y destaca las motivaciones políticas. Creo que las motivaciones políticas existen y la investigación de Paula Canelo es valiosa. Su trabajo se basa en los datos revelados por las actas de la Junta. Lo que pasa es que, desde mi punto de vista, esto no excluye la cuestión socioeconómica. La lucha contra la guerrilla fue el elemento aglutinador de las Fuerzas Armadas que impidió que estallaran antes todas sus diferencias internas, que de hecho se produjeron después (cuando se acabó el tema de la guerrilla). E incluso volvieron a cohesionarse cuando explotaron las denuncias. Pero no tiene ningún sentido negar el componente socioeconómico, eso que Walsh definió insuperablemente como «la miseria planificada de millones».
La política secreta de la última dictadura argentina (1976-1983) , [29] de Paula Canelo, busca superar las «limitaciones» que atribuye a «las miradas que destacaron la naturaleza esencialmente represiva o terrorista de la dictadura». Su crítica se dirige a lo que llama la «interpretación economicista», que «coloca la clave económica como llave interpretativa última o excluyente de la experiencia dictatorial» y reduce la racionalidad de todas sus acciones políticas y represivas a un objetivo único: el plan económico. Para obtener una imagen menos monolítica de la dictadura, la autora cree necesario restituir autonomía a lo político. Señala la simultaneidad del «consenso antisubversivo» que cohesionaba a los cuadros de las Fuerzas Armadas con las contradicciones internas en torno a la política económica. También describe una serie de «estrategias de generación de consenso y de legitimación» de la dictadura ante la «sociedad civil», por medio de iniciativas articuladas con dirigentes de casi todos los partidos políticos de la época. Estos señalamientos, sin embargo, son perfectamente complementarios de los análisis que enfatizan la articulación operada por la dictadura entre cambio de paradigma económico y de dominación política.
DS: ¿Qué tipo de relación establecés entre la última dictadura y la instauración de políticas neoliberales?
HV: Ese modelo neoliberal se impuso en otros países del mundo y de la región sin una dictadura. Hay un contexto de época que es insoslayable. El golpe en la Argentina se produce en 1976. Comenzaba un amplio despliegue del neoliberalismo en el mundo que va a culminar con la llegada de Thatcher en Gran Bretaña en 1979 y Reagan en los Estados Unidos en 1981. Esto coincide con el agotamiento de los treinta años de gloria de la posguerra, los de mayor crecimiento y mayor redistribución del ingreso en la historia. Esta declinación comienza a darse entre 1973 y 1974, con la crisis del petróleo. El instrumento para la transición de un modelo de acumulación a otro fue, precisamente, el reciclaje de los petrodólares depositados en los grandes bancos globales, para utilizarlos vía préstamos a los países del tercer mundo, con el consiguiente incremento de la tasa de ganancia, y esto se produce al mismo tiempo que el cambio de paradigma tecnológico. Es indudable que la dictadura se instala en la Argentina dentro de este contexto.
Ahora, ¿por qué en los Estados Unidos y en Gran Bretaña ese pasaje se hace mediante el voto libre de los ciudadanos, como hoy se puede hacer aquí por medio del voto a Cambiemos, y en la Argentina de aquellos años, o en Chile, debió hacerse por medio de una dictadura militar? Aquí había un estado de alerta muy fuerte frente a las políticas de despojo a los sectores populares y una pugnacidad en defensa de lo que se había conquistado en los treinta años anteriores, que coinciden con el primer y el último gobierno de Perón. En 1945 termina la Segunda Guerra y arranca el primer peronismo, y en 1976 termina el peronismo por el golpe militar. La pugnacidad que había con respecto a esos logros es lo que hizo necesario el golpe. En 1955 también habían intentado lo mismo, pero tuvieron que retroceder porque la resistencia social fue muy fuerte, principalmente de los trabajadores, pero no sólo de ellos. Y después está esa frase extraordinaria que cita Rodolfo del presidente de la Rural, Celedonio Pereda: «Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos». Ricardo Buryaile, el primer ministro de Agroindustria de Macrì, dijo una cosa notablemente parecida, que «con el anterior gobierno nos habíamos acostumbrado a comer barato». Hoy estos cambios pueden hacerlos por vía electoral, hace cuarenta años, no.
DS: ¿Cómo fue el período de tu desvinculación de Montoneros, luego del golpe? ¿Cómo fue para vos seguir investigando en dictadura y fuera de la organización?
HV: Caían compañeros todos los días. El tema de la supervivencia era cada día más difícil.
Permanentemente había que recibir compañeros que se habían quedado viudos o viudas, o a los que les habían reventado la casa y no tenían dónde dormir. En ese contexto la organización empezó a desarrollar grandes discusiones político-ideológicas, reflexiones a partir de Clausewitz sobre la guerra, y a nosotros eso nos parecía delirante. La conducción ya estaba fuera del país, si bien sabíamos que de tanto en tanto entraba alguien para hacer algún contacto. A Rodolfo lo secuestraron en marzo de 1977. Hasta septiembre, fecha de mi expulsión, yo seguía haciendo los mismos cuestionamientos que antes hacía con él, pero solo. Eran planteos políticos, militares, ideológicos, pero también organizativos o éticos.
Una historia con un amigo que estuvo cerca de la conducción de las FAR ilustra el momento. Me refiero al Negro Maestre, que había estado preso y luego salió del país rumbo a Lima, donde yo lo conocí. Después volvió a la Argentina y se reencuadró, aunque él también tenía una visión muy crítica. Por eso lo despromovieron varios grados y decidieron enviarlo a no sé dónde. Se encubría como una cuestión organizativa lo que era un castigo por las diferencias políticas y por eso él no lo aceptó. Le pidieron que devolviera el arma que tenía y el dinero, y él, que estaba en condiciones de clandestinidad y era un tipo muy conocido −la dictadura había matado a su hermano y a su cuñada, que fueron de los primeros desaparecidos−, se negó porque era una cuestión de seguridad. Un día me encuentro en la calle con su compañera, que había trabajado en Noticias con nosotros, y me dice que el Negro quería hablar conmigo. Arreglamos para encontrarnos unas semanas más tarde. Yo le informé eso a mi responsable y él, luego de consultar a la vez con su responsable, me informa que el Negro había desertado, que lo iban a juzgar y hasta podían llegar a fusilarlo. Tenía orden de captura y yo tenía que hacer una cita con él y entregarla. A lo que respondí: «No voy a entregar ninguna cita, esto no es una cita organizativa, esto no es una conspiración política. Somos amigos, quiere verme y yo lo voy a ver, y lo informo porque justamente no hay nada oculto, por eso lo informo, pero no voy a entregar la cita para que lo detengan. Y menos que menos si lo pueden fusilar». A lo que mi responsable me advirtió: «Si no entregás la cita te pueden juzgar y fusilar a vos». Respondí: «Si les parece, háganlo». Por supuesto no hicieron nada, lo cual también sirve para desmitificar algunas de las cosas que se repiten sobre aquellos años. Era posible decir no, corriendo un riesgo, claro, pero era posible. Hubo algunos casos de fusilamientos de compañeros a quienes se acusó de traición, pero se cuentan con los dedos de la mano. No era la norma sino la excepción.
En uno de esos viajes a la Argentina de miembros de la conducción, como yo seguía con los cuestionamientos, me organizaron una reunión con Hernán Mendizábal, «el Lauchón». Me dieron una cita en San Martín, a poco de cruzar la General Paz. Me hicieron subir en la parte de atrás de una camioneta y me taparon con una lona. Era un día muy frío de agosto de 1977. Yo iba con un sobretodo −en esa época se usaban−, con un fierro en la mano y una pastilla de cianuro en la boca, porque no sabías dónde ibas a terminar: sacaban la lona y podías estar en donde creías que ibas a estar o podías terminar en Campo de Mayo. Me esperaban en una casa con garaje donde estaba Mendizábal.
Tuvimos allí una larguísima discusión en la que yo argumenté todas las críticas que veníamos planteando. Él escuchó, discutió, buena onda en lo personal, era un tipo agradable. Era la primera vez que nos encontrábamos, no nos habíamos conocido previamente. Su asistente había militado conmigo, nos conocíamos mucho.
Respecto de Mendizábal, yo estaba tres escalones más abajo. El responsable que me dijo que tenía que entregar la cita reportaba a uno que a su vez reportaba a Mendizábal. El que reportaba directamente a Mendizábal era René «el Turco» Haidar, que entraba y salía del país trayendo las resoluciones de la Conducción Nacional. Mi responsable también estaba en capilla, porque a él lo habían mandado para domarme a mí y resultó al revés. Él entendió mis argumentos y los asumió como propios. Era un compañero que había tenido una tragedia monstruosa, habían matado de un tiro a su compañera embarazada, prácticamente a término. A él no podían venirle con fantasías militaristas, porque sabía que era una catástrofe lo que estaba pasando. Entonces Haidar asumió un rol determinante, porque ya no tenían mucha confianza en mi responsable, de hecho un tiempo después él se fue del país y ya no volvió. Haidar se había reunido conmigo y me había comunicado que me despromovían del partido y que me ofrecían un encuadre en el movimiento.
Cuando me reuní con Mendizábal le dije: «Mirá, una de las críticas básicas que nosotros hacemos es que acá hay una inflación de estructuras sin contenido, un diseño abstracto con casilleros que hay que llenar. Pero somos siempre los mismos, en realidad somos cada vez menos, que corremos como locos para hacer un día de partido, un día de movimiento, un día de ejército, un día de frente de liberación, un día de frente de masas, un día de frente nacional. Es absurdo, no creemos en esa forma organizativa. Nos parece falso, impostado, copiado de los vietnamitas». Entonces le dije: «¿Cómo voy a aceptar un encuadre en una estructura en cuya existencia no creo y en la que vos me decís que me encuadre?».
Tiempo después, Haidar me comunica la decisión de que me separaban del partido por mi falta de confianza en la conducción. Y yo le digo si me lo pueden poner por escrito, y me dice que sí… ¡y me lo dio por escrito! Cosa que me parece extraordinaria: dejaron constancia. Ceferino Reato reclama que no hicimos autocrítica… Yo hice autocrítica contemporáneamente a los hechos, la hice mientras estaban sucediendo las cosas, y la hice con el objetivo de tratar de salvar lo que se pudiera salvar y de impedir el desastre que se venía. No frívolamente, como quiere Reato, para demostrar que todo aquello era una mierda. No es así. Hubo grandes errores, pero no todo era una mierda.
Jorge Pinedo[30] fue pareja de Patricia Walsh y compañero de militancia de su padre. Le pregunto cómo fueron las discusiones del grupo cuando se produjo el golpe. «Hubo conversaciones importantes con Rodolfo que se hacían por dos vías: una, cuando nos encontrábamos con él, cosa que ya era bastante peligrosa; la otra, cuando nos encontrábamos con Lilia que era la correa de transmisión de Rodolfo. En ese momento Rodolfo estaba muy insistente en abandonar el militarismo, por eso compra San Vicente con el documento de Freire. Freire era el documento falso que le había hecho un amigo policía para la investigación de Operación Masacre . La idea era que nosotros hiciéramos una casita en la otra punta del terreno y que cultiváramos la tierra, cosa que me pareció desopilante pero había que hacerlo para sobrevivir. Una retirada absoluta. Y ver qué carajo se podía hacer y dónde uno se podía insertar. Tratar de salvar la mayor cantidad de vidas posibles. Tuvimos la oportunidad de irnos del país y por distintas razones que aún no alcanzo a comprender nos quedamos. Para mí no era tan fácil, yo estaba en pareja con Patricia Walsh y ella pasaba de querer irse a no querer irse. Y finalmente nos quedamos. Cuando cae Rodolfo, nos seguimos encontrando con el Perro y nos hablaba de la situación política de la organización». Me interesa saber cómo era la vida en la organización en el lapso que va desde la desaparición de Walsh hasta la expulsión. «Básicamente teníamos guita y con eso realizábamos tareas de manera autónoma. Las últimas publicaciones de ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), los Cuadernos de Soberanía y la publicación de los Cuadernos San Martín , eran unos documentos históricos que hacían el Perro y Rodolfo, y después sólo el Perro. Imprimíamos todas las copias que podíamos. Las distribuíamos nosotros o se las dábamos a alguien. Muchas veces las enviábamos por correo, lo cual era un quilombo. Se las mandábamos a periodistas de aquí y del exterior. Me acuerdo que les mandábamos a Cortázar y a García Márquez.
Luego ya todo fue horroroso. Vivíamos con Patricia en un dos ambientes, donde estuvimos varios meses y la tuvimos guardada a Lilia. Ahí nos encontramos varias veces con el Perro, hasta que en un momento Horacio nos dice: ‘Nos echaron a todos’. No sabíamos de qué otra forma vivir».
DS: ¿Y cómo trabajaron ese último tiempo con Walsh?
HV: Estábamos todo el tiempo con esas contradicciones, planteando estas cosas. El grueso del trabajo, aparte del encuadre y la militancia territorial, era con los instrumentos de difusión que había creado Rodolfo, porque el trabajo de información para la organización estaba paralizado. Cuando la conducción se fue del país todo eso se desmembró. Los ámbitos dejaron de funcionar o funcionaban con enorme dificultad. Entonces trabajábamos mucho en ANCLA y en Cadena Informativa. Cuando Rodolfo inventó ANCLA, se trataba de un equipo de trabajo enteramente clandestino. Nadie sabía quiénes la hacíamos.
En 1985, Horacio Verbitsky publicó el libro Rodolfo Walsh y la prensa clandestina (1976-1978).
Allí explicaba que «desde la clausura del diario Noticias, en agosto de 1974, donde creó una sección sin precedentes de información sobre los barrios, Walsh no desarrollaba tareas periodísticas. Vinculado primero con las Fuerzas Armadas Peronistas, FAP, ingresó luego a Montoneros, donde no se ocupaba de la prensa. Sin embargo, la reflexión política iniciada a fines de 1975 lo llevó a la formulación de propuestas que la incluían». Walsh se preguntaba «qué podía hacer un periodista para desarrollar en su campo específico esa porción de la resistencia popular». Primero, no ceder al terror. Segundo, expandir a otros esa liberación. Finalmente, organizar a quienes estuviesen dispuestos «con medios simples pero efectivos». Recuperando las experiencias de la fundación de Prensa Latina (Cuba, 1959, de la que Walsh participó) y de WAFA (Líbano, 1973, que conoció durante un viaje como enviado de Noticias ), proponía a los incrédulos: «Con una máquina de escribir y un mimeógrafo es suficiente». ANCLA no hacía propaganda política, sino «difusión popular» para un período de resistencia. Esperaba efectos subversivos del hecho de colocar «la verdad en manos del pueblo». Sus cables se enviaban por correo a redacciones nacionales y a corresponsales internacionales. A diferencia de ANCLA, que aparecía todas las semanas y era escrita por colaboradores, Cadena Informativa se publicaba dos veces por mes, era íntegramente escrita por Walsh, constaba de textos breves, fáciles de reproducir, y se enviaba a personas de diferentes ocupaciones.
Rodolfo Walsh y la prensa clandestina (1976-1978) reúne varios cables de ANCLA y partes de Cadena Informativa . Aunque a Walsh lo asesinan en 1977, los textos publicados llegan hasta 1978, gracias a la actividad de sus colaboradores. Entre estas colaboraciones se encuentran dos trabajos de Verbitsky. El primero, «Historia de la guerra sucia en la Argentina», distribuido a fines de 1976, es una descripción detallada de los procedimientos que se llevaban a cabo en la ESMA. El segundo, publicado a mediados de 1978, es un estudio sobre José de San Martín, también distribuido clandestinamente. El texto −»un espejo ofrecido a las Fuerzas Armadas, responde a las mismas concepciones de resistencia popular y análisis de los problemas del país»− se difundió con la firma del Centro de Estudios Arturo Jauretche.
DS: ¿Cómo surgieron ANCLA y Cadena Informativa?
HV: Fue una idea de Rodolfo. Cuando ve la redacción que Montoneros había montado para la revista Información, un local a la calle, con un cartel en la puerta, con periodistas legales, le parece contradictorio con la política organizativa de apurar el golpe. De hecho, el único número de Información apareció el mismo 24 de marzo. Esa es la muestra de la inadecuación. Rodolfo se niega a esto y comienza a buscar instrumentos más modestos, clandestinos. Inventa ANCLA y Cadena Informativa, desde donde se canalizaría todo el trabajo de información.
Lo hace con varios objetivos. Primero, para encontrar una actividad viable, productiva, en la que ocupar a la gente. Segundo, para liberarse de las imposiciones rígidas de la conducción: es más difícil ejercer un control estricto a este tipo de instrumento. Una vez, tomó un ejemplar de Evita Montonera, con toda la retórica del combate glorioso, y lo tiró furioso contra la pared. Veíamos que todos los días había que recoger a un compañero que no tenía dónde dormir; y el problema no era darle lugar donde dormir, el problema era lo que significaba la caída del esposo, de la esposa. La imposibilidad de hacer un duelo, de velarlo, de enterrarlo, cuando además hay bebés de por medio.
Yo alojé en mi casa durante su primer año de vida al hijo de Pancho Lebrón, que nació en Buenos Aires una semana después de que mataran a su papá en Tucumán. Fue muy emocionante el reencuentro con Panchito al cumplirse cuarenta años de la caída del padre. Tercero, para romper el cerco informativo y difundir información que, entendíamos, el pueblo necesitaba. Y cuarto −y eso a Rodolfo lo divertía mucho− para engañar a los milicos y hacerlos recelar entre ellos. Por eso eligió el nombre ANCLA. Hicimos un sello con la sigla, que poníamos en todos los despachos de la agencia. Los militares creían que eran los marinos. Los marinos sabían que no eran ellos pero creían que eran los militares para atribuírselo a ellos.
DS: ¿Y cómo era la manera de trabajar, de juntar la información, de difundirla?
HV: En principio, sólo trabajé en la producción gráfica. Imprimía y difundía, no escribía. Otro equipo era el que escribía: Lila Pastoriza, Carlos Aznárez y Lucila Pagliai –ahora se puede decir, porque ya ellos lo dijeron– trabajaban con Rodolfo, quien me pasaba a mí el material, y yo lo tipeaba en un esténcil y lo imprimía. Primero teníamos un hectógrafo, que es un método más rudimentario que el mimeógrafo. Es con alcohol. La tinta está en el papel. Lo imprimía en papel manifold, el más liviano. Armaba los juegos, los ensobraba y los llevaba al correo.
Verbitsky se ha interesado desde siempre por los aspectos técnicos de la producción vinculada al periodismo y a la investigación. «A mí me gustó siempre ir a los talleres, a la redacción de los diarios donde laburaba mi viejo. El gusto por ese mundo me quedó de la infancia. Y eso siempre fue un gran punto de complementación con Rodolfo, que de todo eso no tenía idea y descargaba en mí ese aspecto de la cuestión».
«El Semanario CGT lo armé yo desde el principio hasta el final. He visto en el lapso de mi vida la evolución, casi desde Gutenberg hasta el presente, porque los tipos de madera de Gutenberg eran muy parecidos a lo que se hacía con la linotipo cuando yo empecé a trabajar hace casi sesenta años. La única diferencia era que los tipos eran de plomo y no de madera, y se hacían por línea completa y no letra por letra, pero el concepto era el mismo. No se había modificado todavía.»
Luego, en 1985, estuvo entre los primeros periodistas en usar computadora. «Con la computadora hago todo, escribo, archivo, escucho música. Y, claro, me he dedicado a incorporar ciertos programas, nada de otro mundo, sobre todo bases de datos apropiadas para conservar información, para poder recuperarla. Pero creo que en los últimos años estoy un poco atrasado.
Hay cosas que podría haber incorporado y no incorporé. El CELS ha ido adquiriendo centralidad en mi vida.»
DS: ¿A quién entregaban los partes de ANCLA?
HV: A medios de comunicación, especialmente. Después empecé a pasarle a Rodolfo algunas notas y cuando a él lo asesinaron lo retomé y lo seguí yo. Lo reanudé en septiembre de 1977, con un cable que se puede releer hoy con provecho.
DS: ¿Hasta cuándo?
HV: Hasta fines de 1978, y después ya no como ANCLA. Para ANCLA yo hice algunos trabajos especiales, que no llevaban su sello, pero que se distribuían de la misma manera, como la primera historia que se publicó sobre la ESMA. Eso está publicado dentro del libro sobre la prensa clandestina.
DS: ¿Y ahí cómo era? ¿Siempre buscando fuentes que ya estaban estructuradas previamente?
HV: Había un ámbito de colimbas que manejaba la secretaría militar de la organización y nos pasaban la información que llegaba por esa vía. Alguna vez los vi, pero ese espacio estaba muy compartimentado. Lo que sí era cierto era que esos pibes tenían información y nos la pasaban a nosotros, y nosotros la contextualizábamos, la procesábamos, tratábamos de ver qué significaba. Una de las fuentes de ese informe era un pibe que estaba haciendo el servicio militar en la ESMA.
Después de la colocación de una bomba en la ESMA, lo detectaron y lo mataron a él y a toda la familia, salvo a un hermano. Es el caso Tarnopolsky. Yo no sabía quién era, me enteré después de quién se trataba. Otra fuente fue el guardiamarina Mario Galli, también asesinado en la ESMA.
DS: Las hipótesis de asociación y contextualización son las que Rodolfo expone en la Carta a la Junta, ¿no?
HV: La carta es una reelaboración sobre todo eso que habíamos hecho durante el año previo. Fue un acopio de información que después Rodolfo replanteó magistralmente en esa carta extraordinaria.
DS: ¿Qué diferencia ves entre ese tipo de investigación que hacían y el tipo de investigación más profesional, propia del periodismo actual?
HV: En ese caso uno trabajaba sobre una hipótesis determinada, buscaba en función de eso. La práctica profesional periodística es más aleatoria, menos direccionada. Nosotros claramente estábamos trabajando en una organización militante y cada instrumento tenía sus características propias. Una cosa era el diario, otra eran estas publicaciones clandestinas. Cadena Informativa la escribía sólo Rodolfo. Después, cuando a él lo matan, la seguí yo y escribí varios cables, pero hasta ese momento, eso lo hacía sólo él. Los cables eran muy breves, con esa consigna fantástica que puso Rodolfo, tomada de la cultura popular: «Cadena Informativa es uno de los instrumentos que está creando el pueblo argentino para romper el bloqueo de la información. Cadena Informativa puede ser usted mismo, un instrumento para que usted se libere del terror y libere a otros del terror.
Reproduzca esta información por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad». La expresión «nueve de cada diez» proviene del eslogan del jabón Lux que «usan nueve de cada diez estrellas». La invitación a sacar copias y distribuirlas está inspirada en el título de las cadenas de la felicidad.
DS: ¿Y cómo era la distribución para ustedes? ¿Qué riesgos asumían?
HV: La distribución era complicada; ibas al correo pero ibas armado. Una vez, en un correo por Caballito o por Flores, tiré todos los sobres por la ranura, pero la puerta que se abría para sacar las cartas estaba mal cerrada, se abrió y quedaron todos los sobres tirados en el piso. Si te encontraban con ese material…
DS: ¿Ustedes tenían fuentes propias además de las de la organización?
HV: Por supuesto, teníamos nuestras fuentes: colegas periodistas, abogados que estaban en Tribunales, algún milico.
Horacio Verbitsky redactó, a su vez, los «Cuadernos de la Soberanía», en el marco orgánico de Montoneros. Eran un instrumento de acción psicológica destinado a cuadros de las Fuerzas Armadas argentinas. Comenzó a redactarlos un tiempo después del golpe y a despacharlos por correo con conocimiento de cada uno de los cuadros militares a quienes se les enviaba un ejemplar. Su propósito principal era incidir sobre el estado de ánimo de oficiales, sugerirles que en lugar de usar las armas contra el pueblo argentino atendiesen cuestiones esenciales de soberanía territorial como las Islas Malvinas, Itaipú o la Cuenca del Plata. Uno de los cuadernos hacía una reivindicación del almirante Segundo Storni, protagonista del golpe del 4 de junio de 1943. Aunque Storni era proclive a acordar con los Estados Unidos, la Marina lo reivindicaba como defensor de los derechos argentinos sobre el mar y la población de la Patagonia. El objetivo del cuaderno era proponer a Storni como modelo de inspiración contra Massera. Cuando la Conducción Nacional de Montoneros vio el material, Perdía, respaldado por el historiador Rodolfo Puiggrós, se enfureció. Puiggrós no sabía que no se trataba de una valoración histórica del personaje sino de un mensaje insidioso para sembrar la división en los cuadros navales, a partir de la contradicción de Massera con los propios valores institucionales que exaltaba la historia oficial de la Armada. Los cuadernos salían sin supervisión previa de la conducción. Los estilos de trabajo se volvían cada vez más incompatibles. Ya fuera de Montoneros, Verbitsky siguió dándole vueltas a este tipo de intervención. El cuaderno sobre San Martín, como figura contrapuesta al ideal de la dictadura militar, publicado en 1978, surge como derivación de aquella experiencia.
DS: ¿Cómo manejaban el vínculo con las fuentes, por ejemplo, con un milico de cuyas intenciones cabía sospechar?
HV: Yo he tenido relación con milicos insospechables, como Juan Cesio, por ejemplo, al que le cagaron la carrera justamente por cuestionar. Como dice la resolución, por privilegiar su condición de ciudadano. Con Cesio no había ningún temor, ninguna duda. Cesio se fue de agregado militar a París siendo teniente coronel, y le dejó la administración de su departamento a un amigo común.
Estaba en París durante el Mayo Francés y eso le abrió la cabeza de un modo extraordinario. Y después fue secretario general del Ejército. Yo era muy amigo de Cesio, por medio de él conocí a Jorge Carcagno y a César Perlinger. Cesio sabía de mi militancia, no con detalle, pero sabía.
Güiraldes, en cambio, podía tener alguna sospecha, pero nunca lo supo. Luego, Cesio se incorporó como socio al CELS.
DS: Fueron célebres tus notas sobre los carapintadas durante la segunda mitad de la década de 1980 en Página/12, las crónicas militares. Están tus dos libros de 1987 sobre cuestiones militares, Civiles y militares. Memoria secreta de la transición y Medio siglo de proclamas militares. Creo que tus lectores se preguntaban de dónde sacabas esa información tan precisa.
Es inevitable fantasear sobre la procedencia de las fuentes. ¿Cómo procesás información que viene directamente de las Fuerzas Armadas?
HV: No desecho absolutamente nada de modo automático. Analizo cada caso. El ejemplo más notable es el de Scilingo. Lo que sí hago es chequear minuciosamente quién es, dónde estuvo, para abrir puerta a la credibilidad de lo que él tenga para decir. Cuando Scilingo me trae fotos con Alfonsín, con el almirante Arosa, que era el jefe de la Casa Militar, yo no tengo dudas de que es ese tipo, que es ese grado. Cuando él se me acerca en la estación Pueyrredón del subterráneo y me dice: «Yo estuve en la ESMA», pensé que era una víctima, hasta que me aclaró que era compañero de Rolón y Pernías. Mi primer temor fue que se tratara de un tipo de inteligencia plantado, para sacarme cosas o para plantarme cosas. Pero en la primera conversación en la esquina, al salir del subte, le pido un teléfono y me lo da. Llamo y me atiende una niña: «Papá, te llaman», dice. Un agente de inteligencia no te da el teléfono de su casa, ni te atiende una hija, no, no es así. Y como mise en scène hubiera sido demasiado sofisticada.
DS: ¿Él te estaba buscando a vos o fue casualidad?
HV: Él estaba buscando a alguien con quien hablar. Había hablado con Moreno Ocampo, quien le dijo que el juicio ya había terminado. En el subte me reconoció porque ese fue un momento de mucha exposición mía. Yo había tenido el juicio con Menem y el veredicto se transmitió en vivo en los noticieros de la tarde. [31] Además me acompañó muchísima gente, era la lucha por la libertad de expresión durante el menemismo. Scilingo ya había intentado hablar con otros periodistas. Sobre esto hay versiones contradictorias. Los periodistas dicen que él pidió guita –él dice que no–, que por eso no le dieron bola. A mí nunca me pidió plata. Sólo una vez, la mujer, cuando Menem lo hizo detener por una presunta estafa y la familia no tenía para comer, pero eso fue a cambio de nada, la entrevista y el libro ya se habían publicado.
«Quiero hablar con usted, soy compañero de Rolón», en referencia al capitán de fragata Juan Carlos Rolón que dirigió la sección de Inteligencia de la ESMA. Así comienza El vuelo , el libro que registra la conversación que mantuvo Verbitsky con el capitán de corbeta (r) Adolfo Scilingo.
«Hicimos cosas peores que los nazis.» Entre los documentos que aportó, figura una carta entregada a Videla en la que exige que se revelen los métodos de lucha utilizados durante el terrorismo de Estado y toda la información correspondiente, incluido un listado de asesinados.
Allí se lee: «En 1977, siendo Teniente de Navío, estando destinado en la Escuela Mecánica, con dependencia operativa del Primer Cuerpo de Ejército, siendo usted Comandante en Jefe y en cumplimiento de órdenes impartidas por el Poder Ejecutivo, cuya titularidad usted ejercía, participé de dos traslados aéreos, el primero con trece subversivos a bordo de un Skyvan de la Prefectura y el otro con diecisiete terroristas en un Electra de la Aviación Naval. Se les dijo que serían evacuados a un penal del Sur y por ello debían ser vacunados. Recibieron una primera dosis de anestesia, la que sería reforzada por otra mayor en el vuelo. Finalmente, en ambos casos fueron arrojados desnudos a aguas del Atlántico Sur desde los aviones en vuelo». La carta nunca obtuvo respuesta. Scilingo repudia las políticas de impunidad de los gobiernos constitucionales hacia los cuadros militares. Las órdenes eran secretas pero «legales» (en la medida en que eran recibidas por sus superiores), dice, y se pregunta por qué, pasado el tiempo, se las sigue ocultando. En su momento, el secreto fue parte de una estrategia de guerra, lo justifica, pero en el presente es diferente: se trata de un intento de las jerarquías por eludir responsabilidades que deberían asumir plenamente. Scilingo cree que hubo apoyo de parte importante de la población, que no actuó bajo terror sino que «reclamó a las FF. AA.» y «avaló lo que hicieron».
Según Scilingo, en cada vuelo se asesinaban entre quince y veinte personas. La frecuencia era semanal («todos los miércoles»), al menos durante dos años, lo que da una cantidad de entre mil quinientos y dos mil asesinatos. Luego del primer vuelo, Scilingo se sintió perturbado y consultó al capellán de la Escuela, quien lo alivió hablándole de «una muerte cristiana», sin sufrimiento.
Le explicó que «había que eliminarlos, que la guerra era la guerra, que incluso en la Biblia está prevista la eliminación del yuyo de trigal».
DS: ¿Tuviste alguna vez otra situación complicada de ese estilo?
HV: Siempre he trabajado mucho sobre las divisiones internas de ellos. He tenido mucha relación con el grupo de los «33 Orientales», un grupo de 33 oficiales del Ejército, pasados a retiro por Galtieri en 1980 o 1981, con argumentos parecidos a los que la Conducción Nacional de Montoneros tuvo conmigo: el problema de la falta de confianza. No podían reprocharles nada concreto, pero olían que no eran incondicionales, que no aceptaban cualquier cosa.
Se los llamó así para simplificar, pero era un grupo muy heterogéneo, que incluía desde algunos que habían estado en el grupo de Licastro y Fernández Valoni –quienes durante la dictadura de Lanusse habían cuestionado el empleo represivo antipopular del Ejército– hasta otros que habían pasado por Montoneros y varios nacionalistas católicos, sin excluir a algunos liberales de verdad.
Algunos tuvieron vínculos con los carapintadas.
A través de ellos conocí a otra gente de su confianza. He tenido relación incluso con el general Alejandro Díaz Bessone, hijo del exministro de Videla, Ramón Genaro Díaz Bessone, condenado a prisión perpetua por los crímenes de lesa humanidad cometidos cuando comandaba el Cuerpo de Ejército de Rosario. Alejandro repudiaba los actos de su padre, y trabajó por la democratización del Ejército, hasta su retiro en 2010. En algún momento pensé en escribir un libro con testimonios de hijos y nietos. Alejandro estaba dispuesto a testimoniar e incluso me ayudó a buscar otros posibles candidatos, entre ellos la hija de un general condenado, que tampoco aprueba lo que hicieron, y que está casada con el presidente de uno de los principales bancos que actúan en el país.
Sobre todo había mucho análisis de estructuras, que tenía que encajar dentro de una lectura previa de un cuadro de situación. He tratado siempre de no manejarme con datos sueltos, con chimentos.
En una época, Verbitsky decía que lo ocurrido en los años setenta, aquí, había sido una guerra.
Laura Conte suele recordarlo: «¿Cómo no ibas a pensar eso, con todo lo que les tocó vivir en esos años?». A pesar de haber sido tan crítico de las posiciones militaristas, la vivencia subjetiva se le imprimió con fuerza. «Todos los días secuestraban o asesinaban a algún compañero, a alguna compañera, a un familiar.» Pero hoy no piensa de ese modo. Creer que la intensificación de la lucha de clases y del conflicto político haya dado lugar a una guerra y haber actuado en consecuencia le parece uno de los más graves errores cometidos en esos tiempos. Cuando le pido que me cuente cómo fue mutando esa lectura, si fue fruto de un proceso subjetivo, responde tajante: «No experimenté un gran proceso subjetivo, sino una inmersión en la realidad que estamos viviendo, una reflexión sobre las transformaciones que fueron ocurriendo. No cambié yo, cambió la realidad».
Si algo ha mantenido siempre Verbitsky, a diferencia de muchos otros compañeros de su generación, ha sido la constante actuación política en el presente. Su experiencia de politización en el peronismo le ha dado una formación menos ideológica. No lo reconoce con orgullo sino como un déficit en su formación. Cuando le menciono el uso activo de los textos de Gramsci en su trabajo sobre la Iglesia y su relación con las clases dominantes, responde: «Yo soy otro, han pasado treinta años. No es que ahora tenga mejor formación teórica, tengo sí más reflexión, he incorporado más elementos, tengo una visión más madura».
DS: Después de haber vivido con tanta intensidad los años setenta, ¿cómo vivís tu militancia en el CELS?
HV: Una experiencia límite, como la de los años setenta, te marca. La conciencia del carácter colectivo de la experiencia; el hecho de haber sido un período histórico de transformaciones muy profundas y muy violentas; alto grado de riesgo. No idealizo esa época. Soy muy consciente de los errores y de los horrores que cometimos, pero tengo un compromiso afectivo indudable. Mis amigos, mis compañeros. Ahora el CELS es fundamental para mí.
DS: ¿Por qué?
HV: Es una institución extraordinaria en toda su historia. Me siento muy privilegiado de poder continuar esa historia que empezaron Emilio Mignone y Augusto Conte en condiciones tan adversas.
Yo no tenía relación directa con ellos en ese momento, pero a través del servicio de presos de Montoneros, donde estaba mi compañera Adriana Lesgart, había un contacto y un intercambio de información con ellos. Además, desde que yo me hice cargo, el CELS ha contribuido al logro de cosas muy fuertes: la instalación de la discusión sobre el servicio penitenciario y las cárceles; la nulidad de las leyes de punto final y obediencia debida; las reformas del Código Penal en defensa de la libertad de expresión; la primera condena de un burócrata sindical por el asesinato de un militante de base; el cuestionamiento, creo que en forma muy eficaz, aunque no hayamos logrado transformar la situación, de la violencia institucional; nuestra participación en la red Habitar en todas las cuestiones de hábitat; el planteo de la medida simbólica más fuerte que tomó el gobierno de Kirchner en doce años, que ha sido bajar los cuadros de los represores; la creación de alianzas con una serie de organizaciones que trabajan en distintas problemáticas y que lo único que tienen en común es el CELS. No pretendemos hegemonizar nosotros donde hay otros que ya lo están haciendo, pero aportamos cierta pericia nuestra para hacer avanzar esas causas. La intervención del CELS en la audiencia de la Corte Suprema por la Ley Audiovisual, que venía mal hasta ese momento, fue decisiva para el fallo que salió.
DS: Toda esta elaboración sobre la posibilidad de transformación efectiva ¿tiene puntos de contacto con tu imposibilidad, luego de Ezeiza, de hacer política en el peronismo? ¿Llegaste a compartir una caracterización común sobre Perón con Walsh?
HV: Rodolfo era más desconfiado de Perón que yo. Tenía quince años más que yo, había vivido más.
Cuando Perón llegó a la presidencia, en 1946, Rodolfo tenía 19 años, yo tenía 4. Ahí está la diferencia.
Cuando ves que algunos de los tipos que escriben las cosas más repugnantes en La Nación vienen del peronismo, e incluso los que estuvieron en la JP Montoneros… me alegro de no haberme convertido en un gorila asqueroso, y podría perfectamente porque además es un curso fantástico: te pagan muy buena guita, mucho prestigio. O los que vienen del PC…
Pero no puedo ser peronista, no me sale. Soy un bicho raro en ese sentido, porque no puedo ser peronista pero entiendo perfectamente su centralidad, su rol histórico. Menos podría ser radical. En ese sentido, porque entiendo el rol histórico. Actualmente, el peronismo puede ir en el camino del radicalismo también.
Entonces, ¿dónde me deja eso? Me deja en el CELS, donde actuamos sobre la realidad, incidimos sobre la realidad, pero sin tener un alineamiento partidario. Además, tengo mis columnas, soy un privilegiado en todo sentido. Puedo escribir lo que pienso todas las semanas, y tengo un instrumento maravilloso como es el CELS. La verdad es que soy un tipo muy afortunado.
[25] Carlos Manuel Acuña, Verbitsky. De La Habana a la Fundación Ford, Buenos Aires, Ediciones del Pórtico, 2003.
[26] La Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) fue la policía secreta de la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile entre 1973 y 1977.
[27] Página/12, 26 de abril de 2015.
[28] Régimen del Derecho procesal penal argentino por el cual las personas detenidas preventivamente durante más de dos años tienen derecho a que se les compense la demora del Estado en llevarlas a juicio mediante el doble cómputo del tiempo en exceso que permanecieron detenidos sin condena. El régimen fue establecido en 1994 por la Ley 24 390 y derogado en 2001 por la Ley 25.430.
[29] Paula Canelo, La política secreta de la última dictadura argentina (1976-1983), Buenos Aires, Edhasa, 2016.
[30] Entrevista con Diego Sztulwark.
[31] En 1994, Carlos Saúl Menem, entonces presidente de la Argentina, presentó una querella por calumnias e injurias contra los periodistas Horacio Verbitsky, Fernando Sokolowicz y Ernesto Tiffenberg, por la publicación de un artículo titulado «Menem 1999» en el diario Página/12. Allí se desmentía que Menem hubiera sido torturado durante la última dictadura militar, tal como él había asegurado para justificar los pliegos de ascenso de los marinos Antonio Pernías −arrestado por torturar a las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet y a otros nueve detenidos− y Juan Carlos Rolón, acusados de actuar en el campo de concentración de la ESMA. En juicio oral, la jueza María Laura Garrigós de Rébori absolvió a los acusados, destacando el derecho de los periodistas a informar y de la sociedad a ser informada, y más tarde la Cámara de Casación rechazó el pedido de apelación. Sobre este episodio, véanse páginas 228-229, en este volumen. [N. de E.]