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Luna con gatillo. Antología de la poesía comprometida

El fulgor de las palabras

Por Phillippe Ollé-Laprune

Nació en la caribeña isla Martinica el  26 de junio de 1913, y en el idioma francés de los conquistadores dejó una obra que se convirtió en un emblema de la conciencia del hombre negro.

El alcance de un texto literario trasciende su propia época, y a veces, en el mejor de los casos, al autor mismo; el juicio más acertado de su valor proviene justamente de la sanción que le infligen los años. Los textos polémicos, aquellos cuya violencia determina los debates de una época, están aún más expuestos y son más vulnerables a esa prueba. En ese sentido la obra de Aimé Césaire es un modelo. Este escritor francés del Caribe denunció la condición inaceptable del hombre negro explotado y humillado durante siglos. Pero también, a través de esos ataques virulentos, desarrolló un discurso que, conservando una enorme actualidad, es un llamado a la dignidad y a la justicia. Como si el tiempo tuviera el poder de recuperar la fuerza del grito para darles mayor resonancia a las palabras del poeta.

Al momento de su publicación, los textos de Aimé Césaire suscitaron tanto entusiasmo como rechazo. A menudo marginado, el escritor no participó en polémicas inútiles ni en discusiones mundanas. Confiado en lo justo de su causa y en el alcance de su palabra, no eludió los debates más intensos del momento. Hoy debemos reconocer que sus textos no han perdido vigencia y que muchas problemáticas del siglo que inicia ya están presentes en esta obra, transportada, como lo confesó él mismo, "a fuerza de mirar el mañana".

La célebre anécdota que marcó el ingreso de Aimé Césaire como personaje público fue la siguiente: André Breton llegó a Martinica en abril de 1941, huyendo de la Francia ocupada por los alemanes (vía Marsella, como muchos otros) con destino a Nueva York, donde permaneció refugiado hasta el final de la guerra. Su barco, El capitán Paul Lemerle, acogió a otros prestigiosos refugiados: Victor Serge, Wilfredo Lam, Claude Lévi-Strauss. Un día, con el fin de encontrar un moño para su hija Aube, Breton entró en una tienda y vio, junto a la caja, una revista literaria: Tropiques.

Así fue como descubrió las reflexiones de los intelectuales antillanos y, sobre todo, los textos poéticos del director de la publicación: Aimé Césaire. No dudó en calificar su obra literaria como "el mayor monumento lírico de la época". Para ambos hombres el encuentro resultó trascendental, pero además fue el primer reconocimiento para una obra hasta entonces confidencial. Breton escribió su famoso texto "Un gran poeta negro", que luego retomó en su libro Martinique charmeuse de serpents.

En él hace un elogio al poeta y a su poema largo Cahier d un retour au pays natal. Ese texto fundamental es la manifestación poética de las angustias y de las reflexiones del joven intelectual martiniqués, quien muestra con orgullo al lector su revuelta y al mundo, una nueva forma de ser: la negritud.

Aimé Césaire nació en Basse-Pointe, Martinica, el 26 de junio de 1913. Fue el segundo de una familia de siete hijos. Su padre, un humilde funcionario, los educó en un ambiente en el que las lecturas de Voltaire, Hugo o Bossuet se alternaban con los relatos y las leyendas de África contadas por la abuela, Mamá Nini.

Muerte de un poeta

La voz de la negritud

Una afección cardiaca severa causó la muerte el 17 de abril de 2008 del poeta martiniqués Aimé Césaire. El denominado Padre de la negritud tenía 94 años de edad, y recibió homenaje póstumo en Fort-de-France, Martinica, ciudad de la que fue alcalde durante un largo período comprendido desde el año 1945 hasta el 2001. Allí sus restos fueron paseados por diferentes sectores de la ciudad para ser homenajeado por la población, antes de ser sepultado en su isla natal y que Francia le diera su último adiós en un entierro nacional presidido por el presidente Nicolás Sarkozy.

Aimé Césaire nació el 25 de junio de 1913 en Basse Point, Martinica, una isla que entonces era colonia francesa y había padecido dos siglos de esclavitud. El primer profesor negro que hubo en Martinica fue su abuelo. Fue un estudiante aventajado en El liceo Schoelcher de Fort-de-France donde adelantó los estudios secundarios. En 1931 continua en Paris su educación superior. En 1932 fundó en esa misma ciudad El estudiante negro, una revista en la que colaboran otros estudiantes de origen africano. En sus páginas estrena el concepto de negritud como una manera de darle visibilidad a la herencia africana que estaba oprimida por el sistema colonial francés. Allí mismo en Paris conoció y estrechó un vínculo amistoso perdurable con Léopold Sédar Senghor quien sería futuro presidente de Senegal. Fue Senghor el que afirmaba que Aimé Césaire había inventado la palabra Negritud.

En 1938 Aimé Césaire recibe el diploma de la Escuela Normal Superior y escribe Cuadernos del retorno al país natal su libro más difundido en que anota lo siguiente: “Podría ser un hombre judío, un hombre cafre, un hombre hindú de Calculta, un hombre de Harlem sin derecho a voto, el hombre hambre, el hombre insulto, el hombre tortura al que en cualquier momento se puede apalear, matarlo -literalmente- sin tener que rendir cuentas a nadie..”. Y en otra parte del mismo libro añade: “Mi negritud no es un regreso ni un monumento…..es un grito de rebelión contra cualquier forma de racismo y opresión, un salto doloroso y apasionado hacia la universalidad, un arma milagrosa”.

La trascendencia de Aimé Césaire en los asuntos políticos es indiscutible y en ese campo su actividad fue incesante. Fue reelegido Diputado por la Martinica desde 1945 hasta el año de 1993, fundó el Partido Progresista Martiniqués, militó activamente por la independencia de las colonias francesas de África como Guadalupe, Martinica y Haití. Antirracista y anticolonialista declarado, fundó en 1941 la revista Tropiques al lado de su esposa Suzanne Roussi y René Ménil. Esta publicación fue perseguida y censurada.

Su Discurso sobre el colonialismo (1950), publicado en una época en que las colonias buscaban emanciparse, crispó los nervios del gobierno francés. En este ensayo, con un mensaje que tuvo relevancia internacional, hace una reflexión política sobre el destino de esos “Millones de hombres a los que se les ha inculcado sabiamente el miedo, el complejo de inferioridad, el temblor, el postramiento, la desesperanza”, esos hombres de piel negra, victimas de la opresión colonialista y el racismo como resultantes consustanciales del capitalismo y de la modernidad occidental. En la Carta a Maurice Thorez, fechada el 24 de octubre de 1954, destacamos el siguiente texto: “En todo caso, es constante que nuestra lucha, la lucha de los pueblos coloniales contra el colonialismo, las luchas de los pueblos de color contra el racismo, es mucha más compleja -Qué digo, de una naturaleza completamente distinta- que la lucha del obrero francés contra el capitalismo francés y no podría de ninguna manera ser considerada como una parte, como un fragmento de esa lucha”. En esta carta deja en claro sus reparos al Partido Comunista Francés y presenta su renuncia como militante del mismo. También contribuye de manera radical a acrecentar y a hacer más eficaces los movimientos anticolonialistas.

En 1956, en compañía de Alioune Diop, Aimé Césaire organiza en Paris el Primer Congreso de Escritores y Artistas negros. Este evento se llevó a cabo en La Sorbona y fue la vitrina para exponer ante el mundo la cultura de color. De allí surgió la revista Presencia Africana, y se fundó la Sociedad Africana de Cultura cuya misión era la de “unir con vínculos de solidaridad y amistad a las personas de cultura del mundo negro, y contribuir a la creación de las condiciones necesarias para el florecimiento de sus propias culturas”.

La presencia de Aimé Césaire en las luchas sociales no pude separase de su oficio de creador y poeta. El mismo se definió así: “Fundamentalmente poeta, pero poeta comprometido”. Para él la literatura debía ir a la par de los cambios sociales. Su obra poética es reivindicativa y apasionada, y se inscribe en el surrealismo que lideró en Francia André Breton, quien en el año de 1943 escribió en un artículo: “La palabra de Aimé Césarie es bella como el oxígeno naciente…Su poesía se encuentra comprometida con la dignidad humana, con la plenitud del hombre y la mujer negros en el mundo coetáneo y futuro, a partir de un enfoque histórico a veces sutil y otras pleno de ideas”.

Cuaderno de un retorno al país natal fue el libro de poemas con el que Aimé Césaire se dio a conocer en el año de 1943. Otros títulos de sus libros de poemas son Sol cuello cortado, Cuerpos perdidos, Herrajes, y Yo laminar .Escribió obras de teatro como La tragedia del rey Cristobal, basada en Henri Cristophe, un drama de guerra civil de inspiración Shakespierana, y Una temporada en el Congo, sobre Patrice Lumumba.

En efecto, Martinica fue uno de los diversos destinos de los esclavos negros llevados a las colonias de los países occidentales para paliar la falta de mano de obra local con la importación de los esclavos de África. Junto con las personas llegaron los cantos, la cocina, la ropa y el imaginario, las culturas que sobreviven y se adaptan hasta hoy. Hasta la abolición de la esclavitud en 1848, gracias sobre todo a los esfuerzos de Schoelcher, las revueltas fueron numerosas y reprimidas con violencia. De ahí proviene la figura del negro, del mulato que ha escapado y vive como hombre libre: imagen de la libertad conquistada, tan querida por Aimé Césaire.

Cuando Aimé Césaire nació, Martinica era miserable y sus pobladores estaban sumidos en la ignorancia, ya que su acceso a la cultura y a la enseñanza estaba limitado. Pronto Aimé se destacó como buen alumno. Taciturno y curioso, era un lector excelente. Todas estas cualidades hicieron de él un candidato ideal para obtener una beca y seguir sus estudios: resultó electo para ir a Francia. El 24 de septiembre de 1931, a los 18 años apenas, Aimé Césaire se embarcó en El Perú con destino a un mundo que apenas adivinaba: el París de los años treinta.

Césaire entró al liceo Louis le Grand para preparar el difícil examen de admisión a la Escuela Normal Superior. Según la costumbre, un alumno mayor se encargaba de apadrinarlo y el senegalés Léopold Sédar Senghor, uno de los pocos estudiantes negros, aceptó el papel. Césaire, una vez más, resultó un estudiante ejemplar y logró pasar el examen. Durante esos años adquirió una cultura sólida, y su estancia en París también fue significativa por sus descubrimientos intelectuales y literarios.

El París de los años treinta era esplendoroso, cosmopolita, lleno de furor y de vida, de angustia frente a una guerra inminente y de inevitables luchas ideológicas. Para Césaire, significó el tiempo de aprendizaje de la cultura negra, del África narrada por Senghor, de los poetas negros americanos (Langston Hughes y Claude Mac Kay, a quienes dedicó un estudio) y de los movimientos estéticos influenciados por nuevas formas. Esa cultura ya no se encuentra a sí misma en el desprecio padecido: ha llegado el momento de reconocer una cultura negra que rebasa las fronteras. Los primeros que con respeto y pasión la vislumbraron fueron poetas como Cendrars y Apollinaire, y pintores como Picasso y Braque.

Más tarde llegó el jazz con los soldados norteamericanos en 1917 y Francia festejó los años veinte bajo el sonido nuevo de las trompetas.

Un patrimonio común

Tres jóvenes intelectuales y poetas negros de diferentes horizontes formulan sus sentimientos y sus reflexiones acerca de ese patrimonio común, pero sobre todo van a dar forma a su revuelta contra el estado de las cosas: Césaire, Senghor y el guyanés Léon-Gontran Damas. Los tres reconocen como causa común la negritud y crean una revista, L étudiant noir, en la que esa expresión aparece por primera vez, bajo la pluma de Césaire, en 1934. Obviamente se trata de celebrar y de valorar unas raíces culturales comunes y de propiciar el reconocimiento de su vitalidad. No intentan elaborar una doctrina o un manifiesto, sino que pretenden abarcar lo que significa "ser del Caribe, de África del Sur, de Estados Unidos, de cualquier lugar en donde un hombre sufre".

Para Césaire esto motiva la redacción de su largo texto poético Cuaderno de un regreso al país natal. El autor, armado de un espléndido lenguaje lírico, denuncia la escandalosa situación de las poblaciones sometidas al sistema colonialista y canta la dignidad de un mundo africano oculto en la memoria colectiva. El poeta cuenta entonces con 26 años apenas y seguramente no se da cuenta de que acaba de escribir un texto que dejará una profunda huella.

Césaire se casó en París y regresó a Martinica en 1939. A pesar de la guerra, publicó junto con su esposa Suzanne y algunos amigos, como René Ménil y Georges Gratiant, la revista Tropiques. Gracias a la vasta cultura adquirida durante sus años en París, propone a los lectores de la Martinica descubrir textos y autores todavía desconocidos en la isla.

Después de su encuentro con Breton, Tropiques adquiere un tono más surrealista. Se publicaron 14 números y la revista dejó de circular en 1945. El combate de Césaire pronto tomó otra forma. Además, durante estos años de guerra, dio clases de literatura a una generación de jóvenes martiniqueños como Édouard Glissant y Frantz Fanon. Se encuentran huellas de ello en sus obras, testimonios de posturas no siempre acordes con el pensamiento o los actos de su ex profesor.

En 1945, la palabra de Césaire adquiere una nueva dimensión al ingresar en la actividad política, representando al Partido Comunista: es electo alcalde de Fort de France y diputado de Martinica. Una y otra vez es reelegido, hasta que decide separarse voluntariamente de sus cargos. Mientras en sus textos poéticos grita la revuelta del mundo negro en una lengua que toma a veces las formas del francés más clásico y más lírico, en política se afilia a un partido para tener una tribuna desde la cual cuestionar la relación entre la metrópoli y sus colonias, en particular Martinica.

Luego del Cuaderno de un regreso al país natal, de los elogios de Breton y de una publicación del texto bajo la forma de un libro, Césaire se convirtió en un escritor reconocido cuya obra acompaña el crecimiento de la joven literatura negra. Jean-Paul Sartre fue el segundo padrino de su obra gracias a "Orfeo negro", prefacio a la Antología de la nueva poesía negra y malgache de lengua francesa (1948) organizada por Senghor.

En esa época, Sartre era el escritor más escuchado y más influyente de Francia y puso su enorme talento al servicio de otras plumas, al celebrar a autores como Genet, Fanon y Césaire. En 1945, durante un viaje a Estados Unidos, Sartre tomó conciencia del problema de los negros; más tarde, en su ensayo introductorio, coloca a Césaire en el centro de la poesía negra de lengua francesa.

En ese momento de su vida, el escritor de Martinica goza de una gran productividad poética; publicó los libros Las armas milagrosas en 1946 y Sol cortado en 1948. Siguieron Ferrements en 1960, Catastro en 1961 y Yo, Laminaria en 1982, obra por la cual recibió el Gran Premio Nacional de Poesía. Gracias a la publicación de su trabajo poético completo en 1994, se descubrió un importante libro inédito: Como un saludo malentendido.

Lo declaró varias veces: su poesía, ante todo, está cerca de Rimbaud y de Lautréamont, de Mallarmé y de los negros americanos. Son referencias finalmente previsibles para un autor que mezcla modernidad y revuelta, trabajo de la forma y de los sonidos. Césaire pensaba, al igual que Tzara, que la poesía se hace en la boca.

Si numerosas veces ha sido marginado como poeta, se debe ante todo a que la originalidad de su tono y el lirismo exuberante de su pluma no permiten encasillarlo en ninguna corriente de la poesía francesa de su época. Sorprenden la popularidad y el respeto que inspira en otros países. Si bien su reconocimiento es reciente en Francia, las tesis sobre su obra literaria abundan en África y en Estados Unidos. La característica más notable de su obra poética es el predominio de la imagen sobre la idea. Césaire utiliza palabras clave, que se convierten a la vez en sus símbolos y obsesiones: serpiente, sol, negro, sexo, árbol, fuego, volcán, ojo...

La obra evoluciona y el joven poeta del Cuaderno... poco a poco les abre paso a un autor más despojado, a una palabra menos cargada y a una sencillez aparente, aun si esa sensación debe tomar en cuenta el gran trabajo y el refinamiento en la construcción de la obra. Seguramente lo que Breton vio de surrealista en sus poemas consiste más en un viaje hacia el corazón del ser, hacia lo más profundo del espíritu (no olvidemos que la lectura de Freud ha sido una prueba capital para el joven autor), que la manifestación de una voluntad de pertenecer al movimiento, aun desde la distancia.

Luego Césaire admitió haber practicado el surrealismo como el señor Jourdain de Molière la prosa, al igual que muchos autores latinoamericanos. Escribe: "La poesía tal y como la concebía, tal y como todavía la concibo, es una inmersión en la verdad del ser".

Asimismo, el deseo de producir "palabras sorprendentes" condujo a Césaire al teatro, como un dramaturgo inspirado que exploró y utilizó este género por una exigencia de claridad, porque "el teatro es hablar claro". En cuatro obras, Césaire expuso sus ideas y sus interrogaciones: acerca de las Antillas en Y los perros se callaban; sobre los conflictos que conlleva la descolonización en Una temporada en Congo; la instalación del poder negro en La tragedia del rey Christophe y finalmente abordó el problema de los negros en Estados Unidos en Una Tempestad, obra inspirada en Shakespeare.

Si Césaire ofrece su discurso poético al público gracias al teatro, es también porque ahí más que en otro lugar, la literatura y la política se encuentran, en particular cuando el autor atraviesa una época trágica. A menudo, la recepción de las obras no es fácil pero cuenta con el apoyo de muchos intelectuales y artistas de primera clase. La difusión internacional de las obras ha sido sorprendente; se han presentado en muchos países y la crítica se ha dedicado a mostrar las influencias de Nietzsche y de Brecht.

El pensamiento y los escritos de Césaire siguen siendo guías para la reflexión del hombre occidental como para el habitante de un "país del Sur". Las naciones llamadas desarrolladas, colonizadoras ayer o dominantes hoy, seguras de su verdad, a veces hasta la arrogancia, establecen esquemas que las coronan siempre vencedoras. Los pueblos dominados, por amos extranjeros y locales, vacilan entre la tentación de imitar a las naciones dominantes y el deseo de no renunciar a su identidad.

Como dijo Senghor: "Lo importante no es ser asimilado sino asimilar." El grito de Césaire se eleva contra ese estado de las cosas y contra la peor de las reacciones: la indiferencia. [Tomado de La Nación]

Murió en Fort-de-France, Martinica, el 17 de abril de 2008.
 


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Aimé Césaire, Pensamiento y Obra (1er día) Delia Blanco, doctora en letras y antropología de la Universidad de Paris IV Sorbonne, crítica de arte y literatura, continuó con el coloquio al disertar sobre "Aimé Césaire, fundador del concepto de la Négritude. Análisis y presentación de la simbiosis Damas, Sédar Senghor y Césaire"


Aimé Césaire, Pensamiento y Obra (2do día) Ernest Pepin, poeta, novelista, profesor de letras y director del departamento cultural del Consejo General de Guadalupe, abrió la segunda jornada con el tema "Aimé Césaire, una obra literaria francófona de dimensión universal. Estudio crítico comparado de la obra literaria de Césaire, preámbulo a la literatura caribeña francófona contemporánea"



 

Aimé Césaire y sus hijos

Por Alicia Dujovne Ortiz

PARIS.- "Partir./ Así como hay hombres-hiena y hombres-pantera, yo seré un hombre judío/ un hombre-cafre/ un hombre-hindú-de-Calcuta/ un hombre-de-Harlem-que-no-vota,/ el hombre-hambre, el hombre-insulto, el hombre-tortura/ aquel a quien cualquiera puede agarrar, golpear, matar -así es, matar- sin tener cuentas que rendir, excusas que presentar/ un hombre-judío/ un hombre-pogromo/ un perrito/ un mendigo." Estamos en 1939, y el estudiante martiniqueño, nacido en 1913 y becado en la Sorbona, donde ha conocido al senegalés Léopold Senghor, publica estos versos en sus Cuadernos del regreso al país natal , reeditado con un prefacio de André Breton.

Lo anterior podría ser un comienzo razonable para una necrológica, pero es también una apretada síntesis de lo que ha significado Aimé Césaire, muerto el 18 de abril, a los 94 años de edad, en Fort de France, donde fue alcalde durante medio siglo. Miles de compatriotas acompañaron sus restos hasta el estadio de la ciudad. La multitud era tan densa que el cortejo avanzaba con lentitud. Cantaban su nombre y enarbolaban su retrato. Por las calles, elegidas en su honor -las avenidas Jean Jaurès, Nelson Mandela y Emile Zola- se veían pintadas que decían "gracias, papá Aimé", o papelitos pegados a los troncos de los árboles donde podía leerse: "por haber contribuido a la emancipación del pueblo negro". Quienes eligieron este último soporte no podían ignorar que para Aimé Césaire la imagen más conmovedora siempre fue la del árbol.

Antes de arribar al estadio donde lo esperaba Nicolas Sarkozy, deseoso de hacerse perdonar una de sus múltiples metidas de pata (la valorización de los "aspectos benéficos de la colonización francesa", frase que al viejo alcalde le había provocado un sofocón de rabia), el cortejo atravesó los barrios populares fundados por Aimé. Mientras tanto, Ségolène Royal proponía llevar los restos del poeta al Panteón de París, donde reposan los grandes hombres de la República. "Ese no es el deseo ni de su familia ni del conjunto de los martiniqueños", fue la respuesta. Con o sin panteón, un homenaje nacional de esta envergadura sólo se parangona con el que recibieron Victor Hugo en el siglo XIX, Paul Valéry en 1945, y Colette en 1954.

¿Qué había hecho este hombre para ser tan querido? El encuentro con Senghor en los pasillos de la universidad parisiense había sido decisivo para los dos. Cuando se le recordaba que él había sido el creador de la palabra "negritud", Césaire contestaba: "fue una creación colectiva, se nos ocurrió al mismo tiempo a Léopold y a mí". Lo cierto es que en la revista L étudiant noir , fundada junto con Senghor, luego en la revista Tropiques , fundada por Césaire y, por último, en Présence africaine , dirigida por Alioune Diop, el término negritud inició un período histórico que transformó la imagen de sí mismos para esos hombres y mujeres púdicamente llamados "de color".

Un pasaje obligado, en esos años, por el partido comunista, le demostró que la lucha contra la opresión no sólo admite los matices sino que los exige. Es que la colonización singularizó esa lucha y la diferenció: frente a un mundo eurocentrista, un obrero blanco europeo no siente el mismo malestar que un africano o un antillano. Estas complejidades enriquecen una noción que, de haber sido expresada en términos abstractos, se habría limitado a repetir esquemas o a invertir el discurso, diciendo en negro lo que se había dicho en blanco durante tanto tiempo. Para expresarlo con las palabras del haitiano René Despestre, en Césaire "la teoría gris aparece vivificada, trascendida, irrigada por el humor y el sentido de lo sagrado". Lo que fecunda la negritud es la experiencia de lo maravilloso. "Al invitarnos a reflexionar sobre la poesía y el conocimiento, a partir de Lautréamont, Rimbaud, Apollinaire, Césaire nos ayudó a viajar hacia nosotros mismos - recuerda Despestre-, y a recuperar el yo que la colonización había enterrado bajo mentiras y prejuicios".

Pero esa negritud no era un mero regreso a las propias raíces. En el momento mismo en que el estudiante negro redescubre con alborozo sus orígenes africanos, la negritud se le aparece como un territorio abierto. Al descubrirse negro, Césaire se descubre judío, hindú, ciudadano sin derechos de Harlem o de todo sitio del planeta donde haya hambre y pogromos. Lo que hoy se llama el "repliegue comunitario" tiene que ver con una identidad herida y rencorosa que no hallaba cabida en la noción de negritud.

Y es aquí donde el "amado papá" merece que nos saquemos el sombrero al paso de su cortejo. En su mínima isla, pero también a lo largo y a lo ancho del continente africano, que siempre lo recibió como a un hijo, Césaire gozaba de una influencia similar a la de Léopold Senghor. El que ninguno de los dos haya caído en ningún mesianismo salvó a las Antillas y al Africa del totalitarismo pannegrista de otro papá bastante menos simpático: el haitiano Papa Doc Duvallier. Césaire no fundó una escuela de venganza, no alzó un templo vudú ni se rodeó de tontons-macoutes; no favoreció la emergencia de un integrismo negro. Lo que hizo, simplemente, fue escribir poesía. Y su gente lo entendió. El día del entierro, la librería de Fort de France no daba abasto. "Los versos de Aimé me los sé de memoria -advertía un comprador-, esto es para un sobrino que no vive acá."

Justo el día antes de su muerte, yo había estado leyendo Un dimanche au cachot ("Un domingo en el calabozo"), de Patrick Chamoiseau, que describe el horror de la caverna en la que, a la menor rebeldía, los esclavos antillanos de las plantaciones de azúcar eran encerrados, sin agua, ni comida, ni luz, hasta que un nuevo "olvidado" fuera a morir sobre los huesos de sus predecesores. No es un libro de odio, como tampoco lo son los de Césaire, sino de terrible dolor. Un libro indispensable para entender hasta sus últimas consecuencias la necesidad de reivindicar la negritud, como saliendo definitivamente de una cueva llena de esqueletos para respirar el aire de afuera.

Pero Chamoiseau ya no pertenece a la generación que se redescubrió negra. Tanto para él como para otro de los grandes escritores antillanos, propuesto para el Premio Nobel, Edouard Glissant, la idea de negritud ha derivado hacia otro término de similar importancia: la créolisation . Un término sin traducción posible entre nosotros: ni créole es exactamente "criollo", ni créolisation es "acriollamiento". No sólo porque la palabra antillana se refiere a la mezcla de negro con blanco, cosa que en la Argentina más bien llamaríamos "amulatamiento", sino porque los "valores" vehiculizados por lo criollo no tienen nada que ver con la exaltación del mestizaje, considerado por estos inmensos escritores, sin duda los más ricos e intensos de la literatura francesa actual, como una nueva y universal forma de lo humano. "Creolizarse" (inventemos la palabra en castellano) no es volcarse hacia lo nacional, sino admitir que todos somos mestizos en el mundo de hoy.

Vale la pena conocer las teorías de Glissant, cuyo apellido proviene del de un colono esclavista, Senglis, que alguna vez fue el propietario de sus abuelos, pero puesto al revés. Hablo de sus ideas, porque Glissant, como antes Césaire, es poeta y narrador pero también filósofo. Para Glissant, sólo un pensamiento que admita el temblor, la incertidumbre, la duda, la ambigüedad, vale decir, un pensamiento mestizo, puede captar con suficiente sutileza las transformaciones del mundo caótico en que vivimos. "La creolización mundial es irreversible", sostiene; buena noticia para quienes pensamos, como él, que "las identidades fijas son perjudiciales para la sensibilidad del hombre contemporáneo". Sin embargo, por momentos se diría que Glissant, hijo espiritual de Césaire, cede a la tentación de la muerte del padre (simbólica, es claro) al identificar la negritud, en forma algo injusta, con el afrocentrismo de los negros norteamericanos en los años sesenta.

¿La negritud se ha visto sobrepasada por la creolización? Es evidente que, en un principio, existió por oposición al mundo de los blancos. Si éstos no hubieran sido negreros ni colonizadores, nadie habría tenido necesidad de manifestar su orgullo de ser negro, así como nadie, normalmente, debería avergonzarse de su nívea tez. Pero las cosas suelen no ser normales, y mientras en nuestro país, sin ir más lejos, se siga hablando de cabecita y de negrada, o en la Santa Cruz boliviana se siga rechazando al colla (me acuerdo bien de las chicas cruceñas que, en los años cincuenta, no se depilaban las piernas para mostrar su superioridad racial, porque la india es lampiña), mientras no se comprenda que nuestra fortuna es haber sido tierra de sangres mezcladas desde la llegada del primer barco español; nos quedarán motivos para ponernos colorados por nuestra "blanquitud".

Lo novedoso de la candidatura de Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos, inimaginable en tiempos de Césaire y de Senghor, reside precisamente en su carácter créole. Obama no es ni negro ni blanco, es las dos cosas. Su inteligencia está en mostrarse como un representante de un país multiétnico, capaz de comprender los fragmentos que lo componen y de sintetizarlos; mientras que la falta de inteligencia, o la insidia solapada, consiste en continuar considerándolo "el candidato negro", como si un padre africano borrara de un plumazo a una madre blanca.

El Ku Klux Klan y los SS han compartido ese criterio, de acuerdo con el cual basta con un octavo de negro o de judío para ser merecedor del fuego o del gas. No, Obama no reivindica la negritud. Reivindica, sin ponerle ese nombre, la creolización. Pero no es posible extender la primera a la segunda -para ampliarla, no para negarla-, sin comenzar por inclinarse con toda reverencia ante esos versos universales en los que el negro Aimé Césaire se volvía judío, hindú, pobre y oprimido de cualquier lugar. [Tomado de Cuba Literaria, 23/06/08]