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Nicolás Recoaro - Naranjo en flor, la literatura paraguaya, Radar, 23/11/08  Rafael Barret - Obras
 

Rafael Barret. Biografía

Nacido en Torrelavega el 7 de enero de 1876, Rafael Barrett [o Barret] se hace presente en el Madrid de 1902 con el centelleo deslumbrante del escándalo: de origen aristocrático, retador y duelista, descalificado por un tribunal de honor, agresor del duque de Arión en plena sesión de gala del Circo de Parish, suicidado en San Sebastián según la prensa de la capital... Todo ello a la edad de 26 años y en el breve lapso de apenas seis meses.

Durante esa agitada etapa de su vida madrileña sabemos de su amistad con Valle-Inclán, con Ramiro de Maeztu, con Manuel Bueno, con Ricardo Fuente.

Luego desapareció hacia otras galaxias dejando tras de sí un rastro inquietante. Viajó a América donde le persigue su averiada estrella de héroe. En Buenos Aires reincide en su práctica de la justicia pública y directa mediante el bastón. Y de nuevo fracasa: en una aventura tragicómica, de tintes quijotescos, apalea a un probo director de hotel al confundirlo con Juan de Urquía (firmante Capitán Verdades) que había eludido batirse con él en duelo escudándose en la vieja descalificación madrileña.

De Argentina viaja a Paraguay, donde por fin encuentra su lugar en el mundo. Allí nace en Barrett un hombre nuevo, producto del injerto con la vitalidad americana. Se implica decididamente en la denuncia de la injusticia social, se aproxima al anarquismo. Es apresado y desterrado primero al Matto Grosso brasileño y finalmente a Montevideo. En Uruguay conecta enseguida con las vanguardias intelectuales uruguayas. Pero la tuberculosis le aprisiona y regresa al Paraguay en cuanto los caudillos de turno se lo permiten. Viaja a Europa en un intento desesperado de curación. Muere en Arcachon con 34 años, el día 17 de diciembre de 1910.

La estela luminosa de Rafael Barrett reaparece brevemente en el firmamento madrileño de 1919 cuando la Editorial América de Rufino Blanco Fombona edita algunas de sus obras. La publicación de esos libros hace desempolvar viejos recuerdos de quienes lo conocieron en su juventud madrileña. Gracias a ello disponemos de importantes testimonios como los de Maeztu y Baroja. De no ser por esa rememoración, el rastro de la vida madrileña de Barrett habría quedado reducido a unas cuantas noticias sensacionales perdidas en la efímera tinta de los periódicos.

Incluso su origen natal ha andado perdido durante mucho tiempo en una nebulosa de errores y de dudas. Armando Donoso, uno de sus primeros comentaristas, le dio por nacido "en Algeciras" (Donoso 33), Carlos Zubizarreta dice que era "de origen catalán" (Zubizarreta 249), Carmelo M. Bonet le cataloga como "escritor argelino" (Bonet 3), Sainz de Robles afirma que había nacido en la "Argentina" (Sainz de Robles 127), Eduardo Galeano dice que nació en "Asturias" (Galeano 16).

Presencia subterránea

La obra de Rafael Barrett es en general poco conocida. Corta y asistemática como su propia vida, se publicó casi íntegramente en periódicos de Paraguay, Uruguay y Argentina. Y sin embargo, su pensamiento ha ejercido en Latinoamérica, y especialmente en el ámbito del Río de la Plata, una notable influencia. Si bien es cierto que se trata de una influencia un tanto subterránea, fue lo suficientemente fuerte como para que Ramiro de Maeztu le considerara "una figura en la historia de América" (Maeztu 10).

Los escritos de Barrett son de una calidad intrínseca notable. En opinión de José María Fernández Vázquez, si hubiera tenido más tiempo para desarrollar su obra, "estilo literario y vigor ideológico hubieran creado uno de los corpus textuales más interesantes del continente americano" (Fernández Vázquez 100).

Tres de los más grandes escritores del Cono Sur americano han expresado, con encendidos elogios, su profunda admiración por la obra de Barrett y la influencia de él recibida.

En Paraguay, Augusto Roa Bastos ha dicho: "Barrett nos enseñó a escribir a los escritores paraguayos de hoy; nos introdujo vertiginosamente en la luz rasante y el mismo tiempo nebulosa, casi fantasmagórica, de la "realidad que delira" de sus mitos y contramitos históricos, sociales y culturales." (Roa XXX).

En Argentina, Jorge Luis Borges decía en una carta de 1917 a su amigo Roberto Godel: "Ya que tratamos temas literarios te pregunto si no conoces un gran escritor argentino, Rafael Barrett, espíritu libre y audaz. Con lágrimas en los ojos y de rodillas te ruego que cuando tengas un nacional o dos que gastar, vayas derecho a lo de Mendesky -o a cualquier librería- y le pidas al dependiente que te salga al encuentro un ejemplar de "Mirando la vida" de este autor.

Creo que ha sido publicado en Montevideo este libro. Es un libro genial cuya lectura me ha consolado de las ñoñerías de Giusti, Soiza O Reilly y de mi primo Alvarito Melián Lafinur." (Vaccaro 2).


Prólogo de Augusto Roa Bastos. Selección y notas: Miguel A. Fernández. Cronología: Alberto Sato. Clic para descargar

En Uruguay, José Enrique Rodó, que coincidió con Barrett en Montevideo y quedó deslumbrado por sus artículos en la prensa, escribía: "...hace tiempo que, apenas tropiezo con persona a quien se pueda pedir ese género de albricias, le pregunto, venga o no venga a cuento -Lee usted La Razón? Se ha fijado en unos artículos firmados por R. B.?" (Rodó, "Las moralidades de Barrett", p. 343).

Juventud del 98

A partir de los escasos datos de su juventud madrileña y, sobre todo, desde el análisis de sus primeros escritos, Rafael Barrett se define plenamente como un "joven del 98", entendiendo ese término en un sentido tan amplio, cambiante, difuso y movedizo como corresponde a la complejidad de aquellos momentos de crisis.

Por "juventud del 98" no nos referimos a la etapa juvenil de la más tarde llamada "Generación del 98" (término sin duda estrecho, aunque ya también imprescindible), sino al amplio y variado espectro de los jóvenes con inquietudes artísticas e intelectuales que coinciden en el turbulento magma del final de siglo. Si algún rasgo común caracterizó a aquellos jóvenes, fue la presencia de parecidas inquietudes como consecuencia de las transformaciones radicales que se produjeron en aquellos años de confusión. Conformaron así un agitado panorama humano, carente de estabilidad y de límites precisos, que se definió por debatirse a la búsqueda de orientación en el vórtice de la llamada "crisis de fin de siglo".

El núcleo principal del fermento que agita las conciencias de aquellos "jóvenes del 89" y la clave hacia la que se aglutinan aquellas inquietudes, radica seguramente en la confluencia de dos voluntades de renovación radical: en lo estético y filosófico el modernismo, en lo social y político el regeneracionismo.

El modernismo, en tanto superación filosófica del positivismo y como voluntad de expandir el concepto de realidad más allá del estrecho límite del "hecho positivo" y de abrir la idea de naturaleza humana hacia lo fantástico, lo misterioso, lo enigmático, lo arracional..., por medio, principalmente, de la expresión artística.

El regeneracionismo, desde su análisis de los males de la España del "desastre" y su diagnóstico de una degeneración nacional profunda, más allá de la pura derrota militar y mucho más grave que ella. Como consecuencia, la necesaria búsqueda de soluciones terapéuticas de muy diversa orientación (pues ideas regeneracionistas están presentes prácticamente en todo el espectro ideológico de la España del momento) siempre con el objetivo de remediar esos males.

La amistad de Barrett con Valle Inclán, con Maeztu, con Manuel Bueno, con Ricardo Fuente, su contacto con Baroja, el nombre dado a la revista que dirige en Asunción ("Germinal") son datos muy significativos que lo sitúan ya a primera vista en conexión con los núcleos más inquietos de la juventud madrileña del final de siglo.

Pero es en el contenido de sus escritos de los primeros años donde se constata de forma clara esa identificación con las referencias intelectuales de su ambiente generacional:

Su análisis del "tema de España" bajo el diagnóstico de la situación del país como el de una nación "enferma"; su visión del problema desde el criterio de la existencia de "dos España" enfrentadas; su postura en la llamada "polémica de las razas" que contrapone en el análisis la decadencia "latina" frente al creciente predominio "sajón"; su exaltación de la figura moral del Quijote; su tratamiento de los temas urticantes en el fin de siglo español (caso Montjuich, caso Nakens, caso Ferrer y Guardia, etc.), son sólo algunas de las principales referencias en que se pone de manifiesto la indudable coincidencia de Barrett con la actitud intelectual de esa juventud del 98. Para muestra, bastará con rescatar algunas de sus opiniones:

"¿No le subleva el espectáculo de un país moribundo, dañado hasta la médula, y empeñado en dejarse roer las pobres entrañas por una caterva de cuervos graznadores, abogaciles y bachilleres, y por cuatrocientos noventa buitres de cartón pintado?" (O.C., IV, p. 243)
"¡Oh, psicología de mostrador! Respeta la noble dolencia de una casta de hombres cuyas pasiones y angustias no conocerás jamás, y que si fue incapaz de fundar un descomunal establecimiento ganadero, supo en cambio engendrar una patria inmaterial y deslumbradora, invulnerable al tiempo y a las armas." (O.C., IV, p. 129) "...la España que en pleno siglo XIX encendió la última hoguera católica (...) La España, sin embargo, en que ha nacido Francisco Ferrer." (O.C., I, p. 233) "...quién creería que se dejara de aprovechar la ocasión de 1898 para despedir a los Borbones? Nada sucedió; en paz y en gracia de Dios se consumó la ignominia." (O.C., I, p. 159).

Resulta evidente, en estos breves ejemplos, la coincidencia de Barrett con el tono característico de la oleada "regeneracionista" que inundó el pensamiento español a raíz del "desastre" del 98 y que tuvo sus principales exponentes en Costa, Picavea, Isern, etc., y su punto álgido en la prensa con el famoso artículo "Sin pulso" publicado en "El tiempo", órgano de la oposición conservadora, el 16 de agosto de 1898. Las constantes metáforas médicas, la percepción de España como un país gravemente enfermo, la convicción de que la derrota militar era sólo un síntoma de males mayores y más profundos, la extrañeza ante la falta de reacción de un pueblo que ha sido víctima inútil de una derrota lamentable, el diagnóstico de un progresivo hundimiento del país y la necesidad de su "salvación" (resbaladizo término en política), son algunas de las ideas centrales que enmarcan y definen el pensamiento regeneracionista.

José María Fernández Vázquez resalta, además, que en el libro "El dolor paraguayo" de Barrett "vemos reflejado el profundo amor que sentía hacia el pueblo paraguayo; ese amor, esa preocupación por la gente del pueblo, es una constante plenamente noventayochista" (Fernández Vázquez 93). Preocupación dolorida por la gente del pueblo, interés por su pensamiento, su sensibilidad y sus valores, y sentimiento del paisaje como elemento integrante de esa visión del pueblo son, pues, otros tantos rasgos de esa pertenencia intelectual.

Fuente: www.ar.geocities.com/barricadalibertariaweb
 


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La vida breve

Por Guillermo Saccomanno

La vida breve de Rafael Barrett contiene todos los elementos que constituyen un excéntrico. Uno de esos escritores más preocupados en ser personajes que en crearlos. A pesar de su existencia vertiginosa, plagada de peripecias, no fue éste el caso Barrett. Su padre era un administrador de los negocios ingleses en Europa. Su madre, una española pariente de los duques de Alba. Rafael nació en 1876. Estudió en varias ciudades. Se recibió de ingeniero en París. Comulgó con la Generación del ‘98, la de Baroja, Valle Inclán, Machado y Unamuno. Amante serial, tirando a putañero. Provocador, duelista maniático. Romántico, un individualista exagerado. Y, como no podía ser de otra forma, imbuido por el anarquismo.

En 1904 vino a Paraguay como periodista para cubrir las revueltas liberales. Desde entonces no frenó con sus denuncias. Sufrió la cárcel y la tortura. Vivió en Buenos Aires, donde fundó el periódico Germinal, y también ancló un tiempo en Montevideo. Enfermo de tuberculosis, viajó a París buscando una cura. Murió allí.

No son pocos los admiradores de Barrett. Borges supo escribirle a un amigo que abandonara la lectura de las ñoñerías de su primo Alvarito Melián Lafinur y se concentrara en Barrett. Viñas, además de celebrar sus cuentos y relatos, consideró que sus crónicas políticas aún conservan vigencia. Para Roa Bastos, Barrett produjo una de las obras más lúcidas e incitadoras de su país. Galeano sostuvo que Barrett fue el escritor más paraguayo de los paraguayos. Terminante, Castillo escribió: “Barrett estuvo entre nosotros seis años. En el relámpago de ese tiempo se hizo revolucionario. Escribió una docena de libros imborrables y fundó una literatura y una ética. Murió en 1910, a los treinta y cuatro años, edad en que otros escritores empiezan a pensar qué harán de sus palabras o de su vida”. El año pasado la editorial Mil Botellas reparó el olvido de Barrett publicando sus Cuentos breves. Justicia poética. Y no sólo.

Página|12. 26/01/10


Las putas gallinas tuvieron la culpa

Por Santos Domínguez

[Gregorio Morán, Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, Anagrama. Barcelona, 2007]

Así comienza Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, la semblanza biográfica que publica Gregorio Morán en la espléndida Biblioteca de la Memoria de Anagrama.

Una reivindicación apasionada y polémica de aquel escritor malogrado, un radical subversivo que antes de serlo fue un señorito adinerado calavera y pendenciero en el Madrid bohemio de fines del XIX y comienzos del XX.

Las pobres gallinas, con su mala fama de promiscuidades y lascivias, son las de un artículo que Barret publicó en Paraguay y que arranca con estos dos párrafos:

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Como al personaje de ese texto, a Gregorio Morán también le cambiaron la vida esas perturbadoras gallinas que en 300 palabras trazaban una parábola en la que el hombre degenera en propietario.

A partir de ese artículo, el biógrafo se interesa por el escritor desconocido:

¿Quién es Barrett? ¿Nadie sabía quién había sido Rafael Barrett? Una referencia malévola de Baroja, unas páginas excéntricas de Maeztu, un retrato póstumo de Manuel Bueno, un apunte cariñoso de Cansinos y una leyenda de intenciones atribuida a Valle-Inclán. Con eso no basta para existir. Se podría decir que está su obra. Pero su obra es tan efímera como la flor de un día porque se fijó en algo tan ligero como el papel de periódico y ahí quedó, pasados los primeros años de emoción ante su prematura desaparición.

Fue uno de aquellos seres excéntricos que se movieron con naturalidad entre lo ridículo y lo admirable, entre la brillantez y la mangancia siempre cuesta abajo, a menudo al filo del abismo. Un Baroja despectivo lo mencionó en sus memorias, aunque lo conoció menos que un Cansinos que lo recuerda con respeto. Pudo haber sido uno de los figurantes de Las máscaras del héroe, una de aquellas criaturas marginales y desahuciadas que el mismo Prada reunió en Desgarrados y excéntricos.

Un personaje impulsivo y estrafalario que tuvo su primera muerte -muerte civil- una tarde en el circo. Fue el 24 de abril de 1902 y revistió la forma de un escándalo que, junto con una exploración anal que certificaba su virginidad, sirvió para defender su hombría puesta en entredicho.

La muerte civil se disfrazó en la prensa de presunto suicidio. Y el presunto suicida, expulsado de la alta sociedad, en vez de irse al otro mundo, se fue a América para recomponer su fortuna. No salió de la ruina, pero primero en Argentina y luego en Paraguay y Uruguay, desarrolló su actividad literaria como articulista.

Buenos Aires fue una ciudad determinante en su vida y en su obra, como luego lo sería Asunción (un jardín desolado y más tarde un rincón maldito). Allí, un Barrett arrogante y todavía seguro de sí mismo radicaliza su pensamiento libertario, ejerce como agrimensor o funda la revista Germinal antes de sufrir la transformación que supuso en su vida la travesía del río Paraguay camino del destierro.

Volvió desde Montevideo, clandestino, enfermo y abandonado, para morir en Europa, en Arcachon, a mediados de diciembre de 1910.

La fotografía de la portada, la última que se le hizo -en Montevideo, un 6 de septiembre de 1910-, resume su existencia “en pendiente hacia el abismo”, su conciencia del fracaso y le muestra ya casi como un póstumo de sí mismo.


Un autor de breve y brillante producción literaria, que se concretó en artículos y aforismos y en un libro que se publicó muy poco antes de su muerte. Lo elogió un Borges adolescente que lo tomó por argentino y genial, y Roa Bastos, con más temple, escribió sobre su importancia estas líneas:

Barrett nos enseñó a escribir a los escritores paraguayos de hoy; nos introdujo vertiginosamente en la luz rasante y al mismo tiempo nebulosa, casi fantasmagórica, de la "realidad que delira" de sus mitos y contramitos históricos, sociales y culturales.

Vuelven a encenderse con este libro las luces tristes de bohemia para iluminar la vida y la obra de un maldito olvidado y recuperado ahora en la prosa de Gregorio Morán.

Fuente: encuentrosconlasletras.blogspot.com


Rafael Barrett

Augusto Roa Bastos, el célebre escritor paraguayo, dijo: "Barrett nos enseñó a escribir a todos los escritores paraguayos". Jorge Luis Borges le escribía a un amigo desde el exterior, preguntándole si conocía a un tal Barrett, "un espíritu libre y audaz". Abelardo Castillo dice que Roa Bastos le dijo una tarde que Barrett había fundado la literatura paraguaya.

El escritor y periodista Gregorio Morán (imágen) reivindica en un libro al 'ninguneado' escritor español Rafael Barrett

OVIEDO/BARCELONA, 19 (EUROPA PRESS)

El escritor y periodista ovetense Gregorio Morán "presenta" y reivindica en 'Asombro y búsqueda de Rafael Barrett' (Anagrama) la obra del "ninguneado" literato español Rafael Barrett, y narra la "biografía de telenovela" de este autor de los siglos XIX y XX.

Barrett (1876-1910), hijo de padre inglés y madre española descendiente de los duques de Alba, se trasladó con 20 años a Madrid para estudiar Ingeniería. En la capital de España frecuentó la bohemia de finales del siglo XIX y se vio inmerso en numerosos duelos.

Un altercado con el influyente duque de Arión le obligó a exiliarse a Paraguay, donde se casó y desarrolló la mayor parte de su escasa producción literaria.

En rueda de prensa en Barcelona, Morán consideró que su vida es "una gran historia humana", y lamentó que fuera "ninguneado" por los escritores de principios del siglo XX. Para Morán, su literatura era "excelente".

Explicó que el nombre del autor le llegó a través de un amigo que le leyó un texto del escritor sobre gallinas, del que quedó prendado. A partir de ese momento, "comenzó el asombro y se inició la búsqueda", aseguró el autor, y llegó a contactar en Paraguay con sus nietos.

Un personaje clave en el conocimiento de la vida de Barrett es Vladimiro Muñoz, un asturiano exiliado en Latinoamérica al que "se le debe todo lo que se sabe" del personaje pese a que "escribía mal". Muñoz se interesó por el autor, escribió de él y llegó a contactar con la viuda y el hijo.

Gregorio Morán rememoró su encuentro con Vladimiro Muñoz en Asunción, meses antes de su muerte, y lo calificó como "todo un personaje".

El único libro que publicó en vida Barret fue 'Moralidades actuales', que tuvo éxito en América Latina pero pasó inadvertido en España. Morán explicó que el ejemplar que hay en la Biblioteca Nacional estaba "intonso" hasta que él se interesó por él, y los funcionarios tuvieron que abrirlo para poder consultarlo.

ANARQUISMO ARGENTINO

La obra de Barrett fue recogida por los anarquistas argentinos, que se encargaron de publicar su obra y que, debido a ello, también han dejado la impronta de anarquista en la figura del escritor.

Para Morán, adscribir a Barrett al anarquismo "es una exageración", y aclaró que tuvo una formación "más socialista". Sin embargo, Gregorio Morán reconoció la importancia de los anarquistas argentinos, porque "si no fuera por ellos, hubiera sido difícil que llegara su obra".

El escritor también rebatió los intentos de situar a Barrett en la Generación del 98 --"un grupo invención de Azorín y Pedro Laín Entralgo"-- como una "insensatez", ya que no muestra "preocupación por las colonias, el paisaje castellano, o el sí o no de España". Para Morán, Barrett se circunscribiría más en el "modernismo latinoamericano".

Al igual que calificó de "invención" la Generación del 98, Morán lo hizo con la del 27, porque "no se pudo llamar la Generación de la República". Consideró irónico que la generación "más comprometida" de poetas españoles de la historia de la literatura reciba el nombre de un aniversario de Luis de Góngora.

Gregorio Morán (Oviedo, 1947) es autor de las semanales 'Sabatinas intempestivas' en el diario 'La Vanguardia'. Ha publicado diversos libros, como 'Adolfo Suárez: historia de una ambición', 'El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura franquista' y 'Los españoles que dejaron de serlo'.

Fuente: www.lukor.com


Rafael Barrett: sobre filósofos y sátrapas

Este es un viaje por tres generaciones; comienza con un exilio y en el exilio se perfecciona el relato. Es también una pequeña historia entre las historias de América. Contiene un grado de desmesura, porque todo lo nuestro se mide por la falta de medida posible. Y habla de amistades y aguas de la vida –en este caso ron de Venezuela–.

El protagonista –el filósofo– largo ha que partió a realizar el viaje inevitable y sobre él hablaran –como si lo recordaran– no ya sus nietos, sino los hijos de sus nietos. El otro, el sátrapa, se pudre en el más saludable de los olvidos y en el mayor de los silencios.

Tenían los hermanos Barret un pequeño taller de artes gráficas en la Caracas vieja, donde las calles no tienen nombre y el viandante se ubica desde las esquinas, que sí lo tienen. Esta crónica es la relación de algunas charlas del exilio. Extrañamiento que permitió, como paradoja, dejar a un lado la soledad del extranjero y de paso aprender que América no es un pozo donde todo se hunde sin dejar huella.

Por Cristian Joel Sánchez*

Es sorprendente, pero explicable. Pocos, más bien sólo los iniciados en la filosofía latinoamericanista y algunos cuantos estudiosos de la realidad trágica de nuestros países al sur del imperio, saben o han oído hablar de Rafael Barrett. En cambio del sátrapa, Alfredo Stroesnner, el odioso dictador de Paraguay recientemente fallecido y que expolió la tierra de Barrett por casi cuarenta años, cual más, cual menos, supo alguna vez de su tenebroso nombre. Por mi parte debo confesar algo: mis conocimientos acerca de Rafael Barrett, este anarquista español de ascendencia inglesa que se radicó en Paraguay, se limitaban al período de mi juventud en que la fiebre ideológica del siglo pensante, el siglo XX, nos llevó a desmenuzar toda fuente en la que se afincó alguna de las muchas raíces del movimiento revolucionario de aquellos años.

El estudio del anarquismo, seguido hasta sus vertientes proudhonianas y bakunistas que nos permitían desentrañar la derivación hacia el socialismo marxista del movimiento obrero mundial, me hizo hurgar en experiencias más allá de las fronteras chilenas que me llevaron a dar, insisto que someramente, con este particular anarquista por adopción que fue Rafael Barrett. Su enorme importancia, sobre todo ahora que cobra más vigencia ante el dramático derrumbe del socialismo científico, era, ya en ese entonces, fácilmente perceptible con sólo asomarse al prolífero pozo de sus escritos.

No retorné a su obra hasta que hace años atrás, en una noche caraqueña, conocí a los hermanos Barrett, Rafael y Fernando, que llegaron hasta nuestra mesa en una tasca de Chacaíto, donde en compañía de mi padre y de José Vicente Rangel, hoy vicepresidente del Gobierno Bolivariano que dirige Hugo Chávez, íbamos descabezando sátrapas a medida que avanzaba la noche y disminuía el ron.

Una dinastía del pensamiento y de la sangre

Conocer a los Barrett, nietos del viejo Rafael, ha sido una de las pocas joyas auténticas que me ha regalado la vida entre tanto oropel de amistades efímeras.

Casi todos los Barrett, bellas mujeres como Carmen e Ilicha, más Pachi, un capitán del ejército paraguayo que debió huir al ser descubierto complotando contra el sátrapa, además de Rafael y Fernando, estaban exiliados, como nosotros, bajo el alero cálido de Venezuela, en ese momento la única democracia estable de la América del Sur teñida de pardo y de sangre desde el verde Amazonas hasta el mismo Cabo de Hornos.

Todos ellos estaban signados por la sombra colosal del ilustre abuelo a quien no conocieron pues murió precozmente a los 35 años. Dejó tras de sí una intensa actividad intelectual y práctica quedando como testigos su obra filosófica y las vicisitudes azarosas que jalonan su biografía. Rafael Barrett nació en España, la que abandonó tempranamente como consecuencia de un affaire rocambolesco en el cual desafió a duelo a un burgués emergente –era la España de 1900, inicios del siglo XX– quien, para evitar el lance, acusó a Barrett de homosexual, "gay" para usar un término más en boga, y por lo tanto indigno de dirimir el asunto en el campo del honor.

Rafael Barrett limpió su honra poco más tarde apaleando con un garrote públicamente al duque de Arión, que, en su calidad de presidente del Tribunal de Honor que debía arbitrar el duelo, acogió las calumnias del verdadero maricón, el abogado José María Azopardo que eludió de esta manera el reto. Sin embargo la sociedad madrileña, donde ya se confabula la claudicación burguesa ante los nobles que manejaban el estatus social, marginó a Barrett obligándolo a abandonar su país para emigrar a América.

Gran favor, naturalmente involuntario, nos hace el orgullo semifeudal de Madrid al expulsar a Barrett hacia este patio trasero del mundo que es América Latina. En 1903 se embarca rumbo a su primer derrotero que es Buenos Aires donde comienza a definir su vocación de periodista (derivará a la filosofía más tarde). Tras una breve, pero fecunda estadía en la capital argentina, donde se destaca por la agudeza de sus artículos, el diario El Tiempo lo envía a Asunción para reportear la sublevación de los liberales paraguayos, que lo cautivan con sus ideas de avanzada, quedándose definitivamente en ese país.

Los pocos años que le quedan de vida los dedicará prolíferamente a estructurar sus ideas revolucionarias, tanto desde el punto de vista ideológico como práctico, que lo acercan al anarquismo al que adhiere dos años antes de su muerte, acaecida en Arcachón, Francia, en 1910.

La vida concreta de Rafael Barrett, aun sin considerar su valioso aporte filosófico, fue una sola y gran aventura. Vivió entre duelos frustrados apaleando rivales también en Buenos Aires, desterrado o confinado en prisiones del Matto Grosso cuando no lograba esquivar el cuerpo a las persecuciones oligarcas que lo obligaban a vivir clandestino entre Uruguay, Argentina y Paraguay. Toda esta intensa vida transcurre en menos de siete años, hasta que lo atrapa la tuberculosis que lo derrota finalmente en diciembre de 1910. De su matrimonio con Francisca López Maíz, una mestiza guaraní, nace su único hijo que será la línea directa a los hermanos Barrett encontrados en Caracas en uno de los periplos de mi propio exilio.

Un anárquico de la filosofía

Más que un filósofo del anarquismo Rafael Barrett fue eso: un anárquico de la filosofía. Es por lo tanto difícil para un profano intentar clasificar su obra en una escuela filosófica precisa. Su propia vida fue un devenir dialéctico en el que la síntesis inamovible, contradictoriamente metafísica de su pensamiento, fue la de revolucionario que no claudicó jamás. Genial escritor de artículos que poblaron importantes diarios de la cuenca del Plata a principios del siglo XX, que "enseñara a escribir a los escritores paraguayos de hoy" según Augusto Roa Bastos, Rafael Barrett va elaborando en ellos un concepto de la Naturaleza como estructura biológica y de los hombres como entes sociales que marcan dos de los aspectos más importantes de su pensamiento.

Es, en primer lugar, un ecologista adelantado que lo acerca mucho a las posiciones evolucionistas de Spencer al adherir a una idea de la permanente evolución del hombre hacia una perfección influenciado por el ambiente. El cuidado de este medio adquiere, entonces, doble importancia porque su alteración ejercerá un papel perjudicial en el proceso evolutivo de la especie humana. La destrucción de la naturaleza, ese factor que Darwin ubica como fundamental en la evolución física y mental del hombre como ente biológico, es provocada por un progreso técnico que tiene como único objetivo la ganancia usurera del dinero, lo que sirve a Barrett como enlace con el otro pilar de su filosofía: los conflictos sociales de los individuos.

En este aspecto el pensamiento de Barrett tiene, sin duda, una alta influencia de Owen y, más aun, de Fourier en cuanto a la idea del utopismo de alcanzar la sociedad ideal, libre de la coerción del estado, que era la base ideológica por excelencia del anarquismo y del cual, con un pretendido rigor científico, el marxismo leninismo cuestiona como objetivo inmediato no sin un dejo de soberbia.

A propósito del utopismo, y a modo de paréntesis, cabe aquí una consideración interesante a la luz de los resultados que obtuvo la aplicación del modelo socialista en un grupo de naciones que abarcaron en un momento casi la mitad del planeta: ¿no será también nuestro proyecto marxista de "socialismo real" sólo una variante de la utópica sociedad ideal concebida por Moro? El desplome de los países comunistas, que no sucumben por el ataque militar y económico del capitalismo, como le ocurriera a la Alemania nazi, sino carcomidos por dentro por el cáncer metastático de la condición humana, ¿no es acaso el mismo destino, proyectado obviamente a gran escala, de la comunidad de New Armony creada por Owen en 1825 como un intento práctico del utopismo y que fuera criticado como una sociedad que sólo el socialismo marxista podía crear?

La búsqueda del bien: una constante evolución

Pero volvamos a Rafael Barrett y su pensamiento filosófico. Es, como dijimos, un ecologista adelantado influenciado, así como Herbert Spencer lo fue por Lamarck, por la teoría evolucionista de Darwin cuyos trabajos vienen de popularizarse un par de décadas antes. Como buen pensador social, no comparte, sin embargo, la explicación malthusiana para la crisis mundial, y que sirviera a Darwin para su Teoría de la Selección Natural aplicada a la biología.

Para Barret es el progreso tecnológico el que destruye y malea el medio ambiente, que a su vez va condicionando la evolución humana. "Hemos roto el dique que nos aprisionaba y nos protegía. Acaso en vez de liberarnos, hemos liberado el negro oleaje de las cosas, y por la estrecha puerta de nuestras máquinas el caos entrará y nos estrangulará". La verdad contenida en esta frase del pensador paraguayo, presente en muchos de sus trabajos, está hoy fuera de todo cuestionamiento. Pocos años después Charles Chaplin plasma la idea en una ácida crítica al taylorismo en su genial película Tiempos Modernos.

Sin embargo, es su concepto del ser humano, la búsqueda de Barrett de una explicación del por qué el hombre destruye a la naturaleza, y por lo tanto la posibilidad de enmendar su propia evolución, lo que conmueve en su pensamiento y lo que lo hace cobrar plena vigencia en nuestros días. La destrucción del medio por el modernismo tecnológico y el sojuzgamiento de los hombres por una sociedad corrupta y explotadora, provienen del alma del ser humano que es para Barrett intrínsecamente perversa, cruel, egoísta, estructurada biológicamente así.

Su nihilismo lo lleva a concebir la idea de la sociedad ideal, la idea del "bien", como algo que pertenece sólo al futuro, que es, por lo demás, una categoría inalcanzable. El mal que domina el presente del hombre, y también su pasado, sólo sirve para delinear ese bien del futuro, para hacerlo conciencia, pero al cual no se puede llegar porque si ello ocurriera, se convertiría en presente siendo entonces maleado y pervertido por el hombre.

Extraña conclusión, pero no por eso menos apasionante. Lo sorprendente es, empero, la visión positivista –que no es, obviamente, la de Compte– que Barrett extrae de su propia visión negra de la sociedad del presente: esa sociedad ideal, la del bien, la del futuro, es ciertamente inalcanzable, pero al concebirla el hombre se mueve a luchar por ella, se estimula en el propio mal que encierra el presente para intentar alcanzar el bien que encierra el futuro. En palabras de Barrett, lo lleva a "construir el edificio levantado por el mal para que el bien lo habite".

El pensamiento de Rafael Barrett, al calor del devenir histórico de los últimos años con el derrumbe del socialismo real, adquiere, insisto, una inquietante vigencia que es bueno, para legos y profanos, considerar.

En otro artículo de mi autoría, publicado también en esta revista, aventuraba yo una teoría respecto al concepto futurista que contiene la idea marxista de la sociedad, una sociedad ideal para un hombre ideal que la práctica sigue demostrando como inexistente. Mi crítica apuntaba –y no es mi intención reproducir el artículo ya que se puede leer aquí– a que en vez de adaptar la ideología al hombre actual para que en ella entrara con todas sus virtudes, pero también con todos sus defectos, se le constriñó a una entelequia plagada de moralismos, dogmas y absurdos donde el principal ejemplo de esa tergiversación del marxismo fue la corrupción de los propios dirigentes que sepultaron de esta forma una gran esperanza de la Humanidad. ¿Es que acaso esté presente el mal del que nos habla Rafael Barrett, y la persecución de la sociedad comunista es aquel futuro inalcanzable por el cual continuamos luchando?

"El que no puedas llegar es lo que te hace grande"

Este pensamiento de Goethe retrata quizás la parte optimista de la filosofía de Barrett. Es cierto que él desconfía del alma humana. Declara la perversidad del hombre, demostrada desde niño, como inexpugnable a la influencia evolucionista del medio. Al nacer con ella, el individuo extrapola esta maldad creando sociedades perversas, maleadas desde sus cimientos. Pero paradojalmente es un optimista del futuro al que vislumbra como el único portador del bien, aunque insista en señalar la imposibilidad de alcanzar ese futuro ideal.

Reivindica, sin embargo, la lucha por construir ese futuro, como un bastión inherente también al alma humana, sobre todo en la lucha social. Ese podría ser el resumen muy somero del pensamiento de este filósofo nuestro. ¿Está usted de acuerdo, querido lector? Quizás no, pero es un gran asunto para discutirlo, y sobre todo para redescubrir al insigne paraguayo.

La muerte de una sabandija como lo fue Stroesnner, el dictador paraguayo, no merece ni siquiera el obituario del más indigno de los pasquines. En cambio nos ha servido para reflexionar sobre la obra de Rafael Barrett, un paraguayo por adopción, sucintamente delineadoa en este artículo. También en otros tiempos nos sirvió a nosotros con sus nietos Fernando y Rafael Barrett –todos ellos comunistas con el favor de mi Dios– como dijera Violeta, como un tema que nos acompañó en largas y apasionadas discusiones bajo la noche cálida de Caracas la Bella y junto al suave ronroneo del Cacique y el Pampero.

Llegamos a muchas conclusiones o quizás a ninguna. Pero nos separamos, eso sí, con una sola idea inclaudicable rescatada del pensamiento del abuelo Barrett: como nos pide Volodia Teitelboim al terminar sus memorias, vamos a permanecer "fieles al sueño de los sueños". Seguiremos siendo tan realistas como entonces y, como en el mayo francés, continuaremos luchando por lo imposible. No nos rendiremos jamás.

*Científico y escritor

Fuente: www.pieldeleopardo.com


Evocación de Rafael Barrett Álvarez de Toledo

No es habitual que en nuestros diarios se hable de Rafael Barrett, pero en las últimas semanas lo han hecho Gregorio Morán, y Juan-José López Burniol, lo cual es de agradecer ya que es un anarquista ciertamente de leyenda.

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez

Sí compro alguna vez La Vanguardia es, primero por el Cultural, y luego por Gregorio Morán que es como un pulpo en un garage en el diario condegodista (no olvidaré nunca la nota aparecida en un Extra en el que se hablaba como “perdieron la libertad” cuando durante la guerra fue ocupado por los trabajadores), y hace unos semanas Gregorio obsequió a los lectores con un magnífico con un magnífico artículo Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, al que siguió días después en El Periódico, el muy “realista” de izquierdas, señor López Burniol que titulaba su artículo El “macht point” de Rafael Barrett, y en el que alude muy sucintamente a sus compromisos en Uruguay

El caso es que Rafael Barret Álvarez de Toledo fue un pensador y periodista anarquista (Santander, 1876-Arcachón, Francia, 1910), que ha sido hasta tal punto ignorado aquí que en algunas sesudas enciclopedias le consideban uruguayo de nacimiento y fallecido en 1924. Augusto Roa Bastos ha afirmado que la cultura paraguaya contemporánea nace con Barret; algunos de sus escritos fueron libros de textos en Uruguay y en la Ar­gentina sus Obras Completas (con noticias y juicios de Rodolfo González Pachecho. Ramiro de Maeztu, Emilio Frugoni, José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira, Ed. Américalee, Buenos Aires, 1954, I tomo; el segundo sería publicado por Biblioteca de Cultura Social) han sido reeditadas en varias ocasiones.

Barret cuyos rasgos personales describe así Rodríguez Alcalá: "Erguía su estatura no común un hombre de ojos celestes, cabello rubio, frente muy alta y de perfecta trazo, sobre las que caían dorados mechones, y rastro alargado que afirmaba su expresión enérgica en su mentón rotundo...", fue en un principio un cultivado señorito de Bilbao y Madrid que había estudiado ingeniería, un dandy celtibérico, frecuentador de la alta sociedad y también de la bohemia cultural, que en el año 1904, arruinado por el juego, abandonó despe­chado España para embarcarse hacia Buenos Aires.

Tras de sí dejaba tan sólo una ligera leyenda de escándalos y duelos, algunas de ellos apadrinados por Valle-Inclán...Sudamérica supuso para él una gran transformación no sólo por la miseria sino también por su ideario y las persecuciones. Allí descubrió como Larra que la sociedad era "una reunión de víctimas y verdugos". Se dedica al periodismo como una forma de subsistencia y de manifestación de su cre­ciente conciencia crítica. En los siete años de vida que le quedaban, no paró de escribir, siempre para la prensa. y de ser perseguido a causa de su virulencia y de su intransigencia a favor de los explotados. Expulsado de Argentina, se refugió en Asunción, Uruguay.

Allí manifiesta su profesión de fe anarquista ("Anarquista, dice, es el que cree posible vivir sin el principio de autoridad"), se organiza, pronuncia conferencias, funda la revista Germinal, participa en las luchas cotidianas, en ocasiones sangrientas, y es desterrado, dejando mujer (que abandonó por él su lugar en la alta sociedad) e hijo, a Brasil, de donde pasó de nuevo a Argentina. Sin embargo, su salud se encuentra completamente quebrantada, tuberculoso a los treinta y cuatro años, retorna a Europa con la esperanza de una curación que no llegará. Con el tiempo, su "vida se verá deformada (...) por la variedad de versiones surgidas. Su obra permanecerá oculta en las bibliotecas de provincias" (Carlos Meneses en la presentación de su selección de artículos de Barret que con el título Mirando vivir, publicará Tusquest en 1976).

Su pensamiento libertario era reflexivo y crítico: "La violencia homicida del anarquista --dice-- es mala; es un espasmo inútil, más el espíritu que lo engendra es un rayo valeroso de verdad". El anarquismo "se reduce al libre examen político" y llama a "no gesticular contra la realidad en que es preciso vivir y a la cual, ¡ay!, es preciso amar. Estudiémosla. No veamos crímenes en el mundo, sino hechos. Acerquemos el ojo al microscopio y no empeñemos el cristal con lágrimas inútiles". Periodista de la estirpe de Larra, virulento, optimista y amargo, Barret gustaba definirse como un "expendedor de ideas", jugó siempre la carta de los perdedores. Aspira­ba "a curar --o por lo menos denunciar- las raíces de los males, los motivos que atormentaban a ese pueblo --Paraguay-- ­que tanto había llegado a querer y con el que se había identificado plenamente, olvidando sus orígenes, demostrando que ningún valor tienen los pasaportes, ni las banderas, ni las nacionalidades, que ninguna importancia tienen las sangres, ni los colores de la piel, que la humanidad sólo es­taba dividida en humildes y explotadores y que la misión de los hombres dignos consistía en luchar por alcanzar la igualdad" (Carlos Meneses).

Fuente: www.kaosenlared.net


Recordando a Rafael Barrett

Por Lupe Cajías

Hace pocos días me tocó un paréntesis emotivo en el diario trabajo, estuve en un programa de televisión sobre radios mineras y escuché los viejos sones de Gerardo Arias y encontré a Rolando Encinas, con su música a cuestas, con sus deseos de continuar soñando en medio de los estropicios generales.

Así recordé una vez más a mi maestro, a quien considero mi padre espiritual y que ahora está olvidado pero que tuvo significativa influencia en el desarrollo del pensamiento libertario de los mineros bolivianos y en su conciencia sin fronteras, de ciudadanos del mundo.

Rafael Barret era un dandy español de fines del siglo pasado hasta que le tocó enfrentar en carne propia la hipocresía y mediocridad de su clase y del viejo continente. Partió a las otras costas, despojado de su pertenencia a un solo lugar, para medirse como habitante del mundo entero. Su patria era aquel espacio donde luchaba.

Su lucha empezó en los arrabales de aquel Buenos Aires que entonces juntaba proletarios de todo el mundo, unidos. Italianos, españoles, croatas, alemanes, empeñados en creer que acá se gestaba la nueva humanidad. Después pasó a Montevideo, donde la élite intelectual y las corrientes librepensadoras le abrieron espacios en los periódicos y en las tertulias.

Sin embargo, fue en los yerbales paraguayos, en los más pobres espacios del proletariado rural guaraní, donde Rafael Barret desarrolló su pluma y su dinamita. Escribió pequeñas columnas en la prensa local para contar a los paraguayos lo que no querían ver; contó de las guerras pequeñas, de los abusos, de las infelicidades, y también de las esperanzas, del amor y del significado de la cultura como parte de la liberación de los oprimidos.

Enfermo de cárceles y tuberculosis, Barret murió a los 33 años.

Sin embargo, otros recogieron sus palabras. Entre ellos Líber Forty y a través de Líber el poeta León Felipe que llegó a Bolivia impresionado por la Revolución del 52.

Fue por esa fuente que los mineros bolivianos conocieron a Barret y sus propuestas anarquistas. Los periódicos eventuales de los sindicatos reprodujeron algunas de las conferencias de Barret, por ejemplo aquellas que hablan sobre el amor libre porque el amor solo es amor si es libre, y a la vez respeta al cuerpo humano como el templo donde se va a enamorar y se va a luchar.

El anarquismo de Barret-Forty-Nuevos Horizontes y el trotskismo de los años 40 fueron las influencias centrales para que los sindicatos mineros, principalmente en el sur de Potosí y en Siglo XX, fundaran centros culturales, programas literarios y radios clandestinas.

Un homenaje, pues, a este ciudadano del mundo.

mariaperes17@hotmail.com

Fuente: www.la-epoca.com


Rafael Barrett: ironía y duelo en la ciudad latinoamericana del ‘900

Por Diego Manzano

1.

¡Oh pluma modestísima (…) me pareces
mucho más bella que la orgullosa pluma de
águila que recogieron para Víctor Hugo en
una cima de los Alpes! Yo quiero morir sin
haberte obligado a manchar el papel con
una mentira, y sin que te haya en mi mano
retroceder el miedo.

Rafael Barrett, “La pluma”. (1)

En el envés de la crisis del modelo de desarrollo del ‘80 latinoamericano, basado en la inserción, en tanto países productores y exportadores de materias primas, de las economías nacionales al mercado capitalista mundial, que había devenido en un proceso de expansión económica, es posible ver el surgimiento y el fortalecimiento del movimiento anarquista en los distintos países que componen este complejo continente.

Aquel proyecto de la oligarquía, si bien estaba apoyado en tres pilares: la expansión territorial, la creciente construcción de obras de infraestructura y la política inmigratoria, no previó consecuencias inexorables. Una, que el crecimiento y el progreso de unos, las clases altas, era en detrimento de otros, las clases populares; otra, que, si bien rápidamente se crea una clase trabajadora moderna a partir del crecimiento de la industria y de la afluencia inmigratoria, también rápidamente los obreros comienzan a organizarse y a acercarse a nuevas ideologías, como el socialismo y el anarquismo, para defender sus intereses. Es así como se difunde el ideario anarquista en todo el continente latinoamericano casi de forma unísona, proceso que “va acompañado desde un principio por una intensa labor educativa, cultural, literaria, periodística y propagandística desarrollada desde los centros y los círculos ácratas y difundida a través de folletos, periódicos y publicaciones”(2). Dentro de esa “intensa labor” es posible distinguir ciertos rasgos distintivos. En cuanto a la literatura libertaria el distingo está dado por ser una “literatura de urgencia que no busca más que la eficacia del instante”(3) en su intención de denuncia de la miseria de los sectores dominados y, a un tiempo, de educación de éstos.

Pero, si bien éste es el rasgo característico del corpus mayoritario de la literatura anarquista latinoamericana, el presente trabajo se propone rastrear en la escritura de Rafael Barrett algunas peculiaridades que, sin apartarse de la denuncia y de lo pedagógico, resuelven distintivamente las tensiones que plantea una literatura signada por la inmediatez.

2.

¡Trabajador! Al declarar la huelga mina
la máquina para volarla junto a la fábrica.

Carmelo Freda, “Dinamita a las máquinas”(4)

Si, como se dijo, la denuncia y la educación son las características principales de la literatura libertaria de comienzo de siglo en Latinoamérica, la dicotomía y la polarización, la explicitación directa, no mediada del enemigo, son los recursos más utilizados por la retórica anarquista. Así, la escritura anarquista optará por lo ético en detrimento de lo estético, y sus funciones serán: denunciar, concientizar y movilizar.

Atendiendo a dichas funciones resultan evidentes las exhortaciones plagadas de imperativos, exclamaciones, interjecciones, superlativos y “la gama más exasperada que apunta a producir finales acumulativos: condenas, desquites, cierres de inmediatez ejecutiva, indignación o, eventualmente, llanto”(5).

Si es de esta índole el final de los textos de denuncia, el final de los que se definen por lo pedagógico tendrán un final moralizante, cercano a la moraleja.

El lenguaje utilizado, y más allá de la opinión de algunos críticos, termina instalando una interesante tensión en la literatura analizada(6). La idea de que el escritor anarquista usa un lenguaje llano y simple en atención al público al que va dirigido, desatiende la influencia que ejercen sobre dicho lenguaje las poéticas dominantes del ‘900, en especial, el modernismo.

3.

Y de pronto la calle, la calle lisa y que parecía destinada a ser una arteria
de tráfico con veredas para los hombres y calzada para las bestias y los carros,
se convierte en un escaparate, mejor dicho, en un escenario grotesco donde,
como en los cartones de Goya, los endemoniados, los ahorcados, los embrujados, los enloquecidos, danzan su zarabanda infernal.

Roberto Arlt, “El placer de vagabundear”(7)

Es posible entrever lo dicotómico, el anatema, en la experiencia urbana del intelectual libertario. En la ciudad latinoamericana del ‘900, siguiendo a Viñas, se produce una escisión insondable, y la urbe del XIX, caracterizada por una “homogeneidad tradicional –‘dinámica’ si se quiere– se cuartea, crispa y polariza”(8). Los barrios altos donde vive la oligarquía enfrentados con los suburbios donde habitan los marginados; ricos contra pobres, opulencia versus miseria, oposición que presagia una guerra civil latente en la ciudad y en la escritura, tanto de la prensa anarquista como de los periódicos oficiales. Pero oposición inevitablemente interdependiente, pues ambos forman parte, a comienzos del XX, del “drama esencial del espacio capitalista”(9). Así, el complejo entramado del Buenos Aires herido descrito por Viñas, donde se articulan las marchas anarquistas que avanzan desde el Sur y las procesiones de los señores que lo hacen desde el Norte.

Ese espacio del drama es el espacio del “Buenos Aires” de Rafael Barrett(10), español inmigrante, que recala en el Paraguay y tiene como eje de su prosa periodística la denuncia sobre los yerbatales y los mensúes. Su anarquismo surge más que nada en contacto con el mundo del marginado paraguayo, y es desde allí desde donde escribe este artículo, que trabaja sobre el límite difuso entre esos dos mundos, esas dos realidades enfrentadas.

El despertar de la Avenida de Mayo, “pegajoso y húmedo”, que comienza a plagarse de canillitas, obreros y mendigos, los miserables separados por los muros de los “palacios unidos los unos a los otros en larga perspectiva, gigantescos, mudos, cerrados de arriba abajo, inatacables, inaccesibles”. Detrás, “están guardados los restos del festín de anoche (…) allí se ocultan las delicias y los tesoros todos del mundo”(11). Pero la descripción cesa dejando lugar a la narración. Y el propio narrador, parado en una puerta de la Avenida de Mayo, arteria divisoria entre el arrabal sureño y el norte dominante, ve a un mendigo hambriento revolver un tacho de basura y extraer un pedazo de carne nauseabundo.

Y el párrafo final que transita tres verbos, sentir, comprender y admirar, relata la concientización del narrador provocada por la observación de la escena:

“¡También América! Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira implacable subir a mis sienes, morder mi brazo. Sentí que la única manera de ser bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar la sangre de los odres podridos. Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto anarquista, y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano”(12.

Barrett, como se dijo, no es anarquista en su tierra natal. Es un inmigrante, y no un exiliado, que se anarquiza en ese viaje producto de un desclasamiento. Era un dandy proveniente de la alta burguesía que debe dejar Madrid ante una acusación de alguien que quiere escapar de la intención de Barrett de batirse a duelo(13).

En esa condición de inmigrante-anarquista se recorta el no-reconocimiento de su figura de intelectual, como sí lo fueron otras figuras relevantes de la intelectualidad libertaria latinoamericana(14). Pero sobre esa condición de extranjero también se rectora otra inflexión, en este caso de su escritura, que resuelve una de las tensiones más marcadas de la literatura anarquista: la que navega entre el internacionalismo de la doctrina y el interés por ciertos elementos locales, como pueden ser el gaucho, el roto chileno, las escenas de costumbres, el uso del lunfardo, tangos y payadas. El Barrett paraguayo, preocupado por la condición de los obrajes y de los yerbatales, preocupado por la problemática del idioma guaraní, no recurre a esos localismos y permanece, en detrimento de la recepción de su obra, en un universalismo permanente que le permite hablar, sin apartarse de la denuncia sobre el lugar donde habita, de cualquier injusticia que se plantea en cualquier parte del mundo.

Así, en artículos como “Red Cocoa”(15), en referencia al cacao manchado de sangre que extrae la empresa Cadbury en Santo Tomé, Barrett parte de un recorrido por los distintos lugares en donde se ejerce la explotación esclavista, principalmente en América Latina, para, finalmente, centrar su atención en la cuestión a la que hace referencia el título del artículo. Barrett va de lo particular a lo universal, de lo local a lo internacional, porque en tanto universal, internacional, entiende la mecánica del imperialismo explotador.

Esto mismo puede verse en el artículo “Razas inferiores”, que sirve además para corroborar la utilización de un procedimiento extraño a la llaneza e inmediatez que, como se ha dicho, son características de la literatura anarquista. En dicho artículo Barrett denuncia la explotación de las distintas razas de color por la inefable raza blanca occidental, y haciendo hincapié en la actitud del gobierno Argentino para con los indígenas que subsisten en su territorio. Aunque un poco extenso, bien vale citar el último párrafo: “¡Pobres razas inferiores! La Argentina, para mostrar lo enorme de su territorio, debe hacer figurar en su próximo centenario, los onas de Tierra del Fuego que hayan resistido al frío y a la tuberculosis. Buenos Aires patentizará su ingreso a la categoría de gran capital civilizadora, ofreciendo a la curiosidad pública, una colección de habitantes de conventillo, ejemplares de la raza propia de las regiones del hambre, raza seguramente inferior, a pesar de su blancura, a pesar, ¡ay!, de su palidez de espectros”(16).

El manejo de la ironía, salvo en contados artículos –quizás los del Barrett más marcadamente paraguayo y, por ende, de denuncia más cercana– es una de las destacables y reconocibles características del estilo del escritor español. Tal vez por eso resulta contradictorio un artículo titulado “El estilo”, en el cual, para realizar un entendible descrédito de la literatura modernista y de su consecuente torre de marfil, desprestigia el estilo en todas sus formas, sin recaer en que él mismo posee, aunque más no sea dentro de la literatura libertaria, un estilo inconfundible. Sólo es comprensible “El estilo” como apuesta futura de una literatura colectiva, en oposición a una literatura individualista, de autor, que se da en el presente(17).

4.

¿Qué hacer? Educarnos y educar. Todo se resume en el libre
examen. ¡Que nuestros niños examinen la ley y la desprecien!

Rafael Barrett, “Mi anarquismo”(18)

Con la misma inconfundible ironía Barret se opone a la ley del Estado y a su brazo armado, la policía. La ley estatal aparece como antinatural, detenedora del progreso, la ley es causa de la miseria y de ella se valen los gobiernos para explotar a los trabajadores. Y esa ley es tan sin sentido que precisa del “gendarme”para funcionar.

La ley, entonces, en la obra de Barrett funciona como dadora de injusticia, por ende existe otra ley, no estatal, sobre la cual se recorta la justicia por la que lucha la causa anarquista. En el mismo sentido, la Constitución, la cual no sólo es ley de leyes, sino que define asimismo el territorio nacional, claramente debe ser desatendida. El marcado internacionalismo de Barrett se realza con las encendidas diatribas contra la patria y los límites, que la unión de los trabajadores torna difusos.

Inmerso en la primera década del siglo XX, caracterizada por un innegable avance de la ciencia criminalística que atraviesa la ciudad escindida de la crisis del modelo del ’80, Rafael Barrett, otra vez partiendo de la ironía, denuncia la represión policial al militante anarquista y la persecución celosa del delincuente o del asesino. Son paradigmáticos en este sentido dos textos: “Perros polizontes” y “Dactiloscopia”. Si el primero se encarga de denunciar la preparación de perros para la represión en la calle y para la caza de delincuentes, en el segundo se refiere la moderna aparición del sistema de clasificación de huellas digitales, vergonzosa creación de la policía argentina. Y si el primero culmina diciendo que la policía “tal vez encargue elefantes para disolver manifestaciones callejeras”(19); el segundo lo hace con referencia a la religión: “Temo que las finísimas curvas papilares no sean una estratagema de Dios, jefe supremo de la policía, para identificar a sus criaturas el día del juicio final”(20).

Apartarse, entonces, de la ley estatal, basándose, entonces, en una ley natural, primaria, en u código otro, más humano, con todo lo que lo humano conlleva. De ahí, la justificación de la violencia, dinamita, ante la injusticia del Estado.

5.

Las casillas de un tablero de ajedrez se pintan
alternativamente de negro y de blanco,
para comodidad de los adversarios.

Rafael Barrett, “Johnson”(21)

Y en el revés de esta oposición se encuentra el duelo, justicia otra que entabla Barrett en su juventud española y que le vale su pronto viaje a América. Queriéndose batir a duelo con un abogado madrileño, éste nombra un tribunal de honor que declara a Barrett “deshonrado por pederasta y por tanto sin calidad social para batirse con nadie”(22). Esta injusticia lo leva a agredir a unos de los miembros del tribunal en un teatro de Madrid. Tras el escándalo, Barret viaja por Europa y recala finalmente en Buenos Aires. Es en esta ciudad donde nuevamente intenta batirse a duelo, pero un nuevo tribunal lo descalifica haciendo referencia a lo que había decidido el tribunal español.

El duelo, entonces, signa su viaje, su migración y, por ende, su elección ideológica por el anarquismo. En el duelo la ley troca de sentido, como en un ajedrez en que el destino y el honor encarnan esa ley otra, que en la Buenos Aires del ‘900 puede leerse en el compadrito, en el código barrial y en la recuperación anarquista del Moreira.

Dialéctica del duelo que luego se trasladará a la escritura, mediante el reconocimiento y la conciencia de la injusticia explotadora. Allí en enfrentamiento con el nuevo enemigo volverá a ser claro, y en el complejo entramado de dualismos de la obra de Barrett será posible entrever el efecto de la denuncia mediante la ironía. Y Barrett en su escritura se permite jugar con los dos términos de esta figura retórica de lo dual, figura de la ambivalencia y el sentido doble, que le permite decir a partir de lo ambiguo, partir del otro para denostarlo, denunciar al enemigo desde su propia voz. Y así, atravesando esa dualidad, continuar batiéndose a duelo.

NOTAS
(1)Barrett, Rafael. “La pluma”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 7.
(2)Andreu, Jean, Fraysse, Maurice y Golluscio de Montoya, Eva. Anarkos. Literaturas libertarias de América del Sur 1900. Buenos Aires, Corregidor, 1990. Pág. 9.
(3)Ibidem. Pág. 11.
(4)Freda, Carmelo. “Dinamita a las máquinas”, Fulgor. Buenos Aires, nº 1, 8 de marzo de 1906, en Andreu, Jean, y otros. Op. Cit. Pág. 183.
(5)Viñas, David. Anarquistas en América Latina. México, Katún, 1983. Págs. 17-18.
(6)Me refiero a lo expuesto en la Introducción de los autores en: Andreu, Jean, y otros. Op. Cit. Págs. 12 a 20.
(7)El Mundo, 20 de septiembre de 1928, en Arlt, Roberto. Aguafuertes porteñas. Buenos Aires, vida cotidiana. Buenos Aires, Alianza, 1993. Pág. 3.
(8)Viñas, David. Anarquistas en América Latina. México, Katún, 1983. Pág. 21.
(9)Viñas, David. Op. Cit. Pág. 22.
(10)Barrett, Rafael. “Buenos Aires”, en Los sucesos, Asunción, 27 de noviembre de 1906. Recogido en Obras completas, RP-ICI, Asunción, vol. II. Edición digital para Proyecto Ensayo Hispánico de Francisco Corral Sánchez-Cabezudo.
(11)Ibidem.
(12)Ibidem.
(13)El duelo como eje de su vida intelectual y de su escritura será retomado más adelante.
(14)Me refiero a las figuras de Flores Magón en México y de González Prada en Perú a las que hace referencia Viñas en Op. Cit. Págs. 28 a 39.
(15)Barrett, Rafael. “Red Cocoa”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 128 a 130.
(16)Barrett, Rafael. “Razas inferiores”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 176.
(17)Barrett. “El estilo”, en Al margen. Montevideo, Bertani editor, 1912, en Andreu, Jean, y otros. Op. Cit. Pág. 25-26.
(18)Barrett, Rafael. “Mi anarquismo”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 167.
(19)Barrett, Rafael. “Perros polizontes”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 203.
(20)Barrett, Rafael. “Dactiloscopia”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 206.
(21)Barrett, Rafael. “Johnson”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 159.
(22)Fernández Vázquez, José María. “El periodista Rafael Barrett y El dolor paraguayo”, en Cuadernos Hispanoamericanos. 547 (1996). Pág. 93.

BIBLIOGRAFÍA
Andreu, Jean, Fraysse, Maurice y Golluscio de Montoya, Eva. Anarkos. Literaturas libertarias de América del Sur 1900. Buenos Aires, Corregidor, 1990.
Arlt, Roberto. Aguafuertes porteñas. Buenos Aires, vida cotidiana. Buenos Aires, Alianza, 1993.
Barrett, Rafael. “Buenos Aires”, en Los sucesos, Asunción, 27 de noviembre de 1906. Recogido en Obras completas, RP-ICI, Asunción, vol. II. Edición digital para Proyecto Ensayo Hispánico de Francisco Corral Sánchez-Cabezudo.
Barret, Rafael. Mirando vivir. Buenos Aires, La Protesta, S/F.
De Maeztu, Ramiro. “En Madrid”, en Barret, Rafael. Lo que son los yerbales paraguayos. Montevideo, Claudio García, 1926. Publicado originalmente en El Sol. Madrid, 8 de diciembre de 1925. Edición digital para Proyecto Ensayo Hispánico de Francisco Corral Sánchez-Cabezudo.
Fernández Vázquez, José María. “El periodista Rafael Barrett y El dolor paraguayo”, en Cuadernos Hispanoamericanos. 547 (1996).
Suriano, Juan. Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910. Buenos Aires, Manantial, 2001.
Viñas, David. Anarquistas en América Latina. México, Katún, 1983.
Viñas, David. Literatura argentina y política I. De los jacobinos a la bohemia anarquista. Buenos Aires, Sudamericana, 1995.

Fuente: www.elinterpretador.net


Soledad Barrett, la nieta revolucionaria

Era tan dulce y hermosa que hubiera llegado a ser "Miss Paraguay, carátula, almanaque", dice el poeta Mario Benedetti. Pero la sangre de su abuelo, el gran periodista, escritor y luchador anarquista Rafael Barrett, la tironeaba desde las raíces, conduciéndola a un destino de entrega a la lucha social y política, que forjó su corta, heroica y trágica historia.

Soledad Barret y La noche de los caimanes

Se recuerda para preparar un futuro más justo, más fraternal y sin guerras
Arthur London

Por Graciela Azcárate

Corría el año 1973 y en el Luna Park de Buenos Aires, Mikis Teodorakis acompañado de una orquesta sinfónica y un coro griego atronaba con su... era la noche de los caimanes. Los jóvenes no sabiamos que íbamos a ser traicionados.

Era el músico de la película Estado de sitio, del relato de Dan Mitrione, de Costa Gravas, de la noche de los coroneles en Grecia. Era un tiempo de apocalipsis.

Pero nosotros, la juventud de ese entonces no sabíamos nada de lo que estaba por venir.

El genial compositor griego le había puesto música al Canto General de Pablo Neruda que fue premonición y augurio.

En septiembre, en el Sur profundo se inició la larga noche de espanto para los chilenos, en Buenos Aires la Triple A de López Rega desaparecía la juventud en flor y en Brasil, al empezar el año, el 8 de enero de 1973 para ser precisos mataban bajo tortura a Soledad Barret la nieta del divino Rafael Barrett el escritor anarquista español.

El 8 de enero de 1973 fue torturada y asesinada en la ciudad de Recife en el norte de Brasil, Soledad Barrett Viedma. Tenía 28 años, había nacido en Paraguay y era la nieta del periodista español Rafael Barrett. Mario Benedetti escribió en su memoria el poema “Muerte de Soledad Barrett” y Daniel Viglietti compuso la canción “Soledad”.

Sus biógrafos la relatan llena de encanto y con la gracia tan particular de la mujer paraguaya. Era bella por fuera pero por dentro la integridad de su personalidad y de su carácter bondadoso y solidario la hacia sensible a todos los dolores ajenos e indiferente a los propios. Era rebelde frente a las injusticias, decidida, valiente.

Soledad estaba poseída por la sólida conciencia moral del abuelo que le impedía permanecer indiferente ante el despotismo y la empujaba a colocarse al lado de los desdichados.

Como un mandato ancestral, como esas cartas del pasado que recuerdan toda una obligación generacional es posible que ella reinterpretara los bastonazos aplicados por su abuelo al duque, que en realidad fueron, un verdadero vapuleo a toda una clase social atrincherada en sus bandidescos privilegios.

Porque el abuelo escribió ardientes e incisivos escritos donde denunció la explotación de los yerbatales plasmado en “El dolor paraguayo”, que se habían hecho carne viva en la persona de la nieta./pero el abuelo Rafael el viejo anarco/ te tironeaba fuertemente la sangre/ y vos sentías callada esos tirones

Soledad Barrett nació el 6 de enero de 1945 en Paraguay. Por un juego de cábala o de azar su abuelo Rafael nació un día después en 1876, y casi un siglo después la mataron de manera innoble y a traición.

Soledad y su familia se exiliaron en Uruguay y vivió en Montevideo buena parte de su juventud. En julio de 1962, siendo una adolescente un grupo neo-nazi la raptó por su condición de dirigente estudiantil, la amenazaron de muerte, la quisieron obligar a gritar consignas por Hitler y como se negó le grabaron en carne viva una cruz gamada.

Debió exiliarse y vivió varios años en Cuba donde conoció al brasileño José María Ferreira de Araujo con el que se casó y tuvo una hija. Él regreso a Brasil en 1970 para integrarse a los grupos clandestinos que trabajaban por el socialismo pero es apresado y muerto. Ella entonces encuentra a su ángel de la muerte.

Se llamaba Anselmo dos Santos y tuvo una actuación muy relevante en la política brasileña de los años 60. Fue uno de los líderes del llamado “movimiento de los marineros” que en 1963 se atrevió a desafiar la rígida estructura militar de la Marina reclamando condiciones dignas y el elemental respeto a la dignidad humana de los soldados.

Desde 1971 Anselmo colaboró como confidente con los más sanguinarios grupos de la represión con una eficacia terrible.

El cabo Anselmo fue maestro de inhumanidad y vileza porque denunció sistemáticamente durante casi dos años a centenares de compañeros, lo que significaba entregarlos a la tortura y la muerte. Anselmo llegó bien lejos y completó su traición entregando a los seis miembros del grupo del que él mismo formaba parte como infiltrado. Entre ellos estaba su propia compañera, Soledad, que además estaba embarazada. Los seis fueron apresados, torturados y muertos. en lo que se llamó la masacre de la Chácara de São Bento”

La versión oficial habla de un “enfrentamiento a tiros” ocurrido el 8 de enero de 1973 en un lugar próximo a Recife conocido como la Chácara de São Bento.

Sólo a partir del año 1995, gracias a la ley 9.140, pudo crearse en Brasil una “Comisión Especial de Reconocimiento de los Muertos y Desaparecidos Políticos”

En 1996 la Comisión se ocupó de aquel asunto y confirmó que la versión oficial era falsa. De los seis integrantes del grupo, José Manoel da Silva fue apresado la noche del día antes, 7 de enero, en una gasolinera, Jarbas Pereira Marques, fue detenido en la librería en la que trabajaba, Eudaldo Gomes da Silva y Evaldo Luiz Ferreira fueron apresados en sus domicilios. Pauline Reichstul y Soledad Barrett fueron detenidas en la boutique donde trabajaban.

Una testigo presencial, Sonja María Cavalcanti, testificó ante la Comisión y dijo: “Soledad y Pauline estaban en la boutique cuando cinco hombres, diciéndose policías, invadieron el local, golpearon salvajemente a Pauline mientras Soledad, que estaba embarazada, sólo preguntaba insistentemente ¿por qué?”? “después las dos fueron llevadas en dos autos”. Cuando le fueron mostradas fotos, la testigo identificó al Cabo Anselmo como uno de aquellos cinco hombres.

Era la "noche de los caimanes" y Soledad descubrió de golpe que había incubado el huevo de la serpiente, que su pareja y el padre de su futuro hijo era el verdugo que empujó a la muerte a sus compañeros, a ella y a su propio hijo antes de nacer.

mi vida entera no alcanza para creer/ que puedan cerrar lo limpio de tu mirada;/ no existe tormenta ni nube de sangre que puedan borrar/ tu clara señal

Las declaraciones presentadas en 1995 ante la Comisión de reconciliación por la abogada Mércia Alburquerque que logró entrar al depósito de cadáveres del cementerio de Santo Amaro son estremecedoras: “Pauline estaba desnuda, tenía una perforación en el hombro y parecía haber sido muy torturada. Jarbas tenía perforaciones en la cabeza y marcas de cuerdas en el cuello. Soledad, también desnuda, tenía a su alrededor mucha sangre y a sus pies un feto”.

Fuente: http://hoy.com.do/soledad-barret-y-la-noche-de-los-caimanes/


Buenos Aires

Por Rafael Barrett

El amanecer, la tristeza infinita de los primeros espectros verdosos, enormes, sin forma, que se pegan a las altas y sombrías fachadas de la avenida de Mayo; la vuelta al dolor, la claridad lenta en la llovizna fría y pegajosa que desciende de la inmensidad gris; el cansancio incurable, saliendo crispado y lívido del sueño, del pedazo de muerte con que nos aliviamos un minuto; el húmedo asfalto, interminable, reluciente, el espejo donde todo resbala y huye, los muros mojados y lustrosos, la gran calle pétrea, sudando su indiferencia helada; la soledad donde todavía duermen pozos de tiniebla, donde ya empieza a gusanear el hombre... Chiquillos extenuados, descalzos, medio desnudos, con el hambre y la ciencia de la vida retratados en sus rostros graves, corren sin alientos, cargados de Prensas, corren, débiles bestias espoleadas, a distribuir por la ciudad del egoísmo la palabra hipócrita de la democracia y del progreso, alimentada con anuncios de rematadores. Pasan obreros envejecidos y callosos, la herramienta a la espalda. Son machos fuertes y siniestros, duros a la intemperie y al látigo. Hay en sus ojos un odio tenaz y sarcástico que no se marcha jamás. La mañana se empina poco a poco, y descubre cosas sórdidas y sucias amodorradas en los umbrales, contra el quicio de las puertas. Los mendigos espantan a las ratas y hozan en los montones de inmundicias. Una población harapienta surge del abismo, y vaga y roe al pie de los palacios unidos los unos a los otros en la larga perspectiva, gigantescos, mudos, cerrados de arriba abajo, inatacables, inaccesibles. Allí están guardados los restos del festín de anoche: la pechuga trufada que deshace su pulpa exquisita en el plato de China, el champaña que abandona su baño polar para hervir relámpagos de oro en el tallado cristal de Bohemia. Allí descansan en nidos de tibios terciopelos las esmeraldas y los diamantes; allí reposa la ociosidad y sueña la lujuria, acariciadas por el hilo de Holanda y las sedas de Oriente y los encajes de Inglaterra; allí se ocultan las delicias y los tesoros todos del mundo. Allí, a un palmo de distancia, palpita la felicidad. Fuera de allí, el horror y la rabia, el desierto y la sed, el miedo y la angustia y el suicidio anónimo. Un viejo se acercó despacio a mi portal. Venía oblicuamente, escudriñando el suelo. Un gorro pesado, informe, le cubría, como una costra, el cráneo tiñoso. La piel de la cara era fina y repugnante. La nariz abultada, roja, chorreante, asomaba sobre una bufanda grasienta y endurecida. Ropa sin nombre, trozos recosidos atados con cuerdas al cuerpo miserable, peleaban con el invierno. Los pies parecían envueltos en un barro indestructible. Se deslizó hasta mí; no pidió limosna. Vio una lata donde se había arrojado la basura del día, y sacando un gancho comenzó a revolver los desperdicios que despedían un hedor mortal. Contemplé aquellas manos bien dibujadas, en que sonreía aún el reflejo de la juventud y de la inteligencia; contemplé aquellos párpados de bordes sanguinolentos, entre los cuales vacilaba el pálido azul de las pupilas, un azul de témpano, un azul enfermo, extrahumano, fatídico. El viejo –si lo era- encontró algo... una carnaza a medio quemar, a medio mascar, manchada con la saliva de algún perro. Las manos la tomaron cuidadosamente. El desdichado se alejó... Creí observar, adivinar... que su apetito no esperaba... ¡También América! Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira implacable subir a mis sienes, morder mis brazos. Sentí que la única manera de ser bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar la sangre de los odres podridos. Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto anarquista, y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano

Rafael Barrett, 1906


Marcar el paso

Por Rafael Barrett

No hay nada tan prudente, tan correcto, tan tranquilizador como marcar el paso. Educar es enseñar a marcar el paso en los negocios de la vida, a copiar el ritmo ajeno y conservarlo, a integrar el gran volante regulador de la máquina humana. Hoy como ayer, mañana como hoy, he aquí la divisa de toda sociedad perfecta, y naturalmente del Estado, que se cree perfecto; el Estado es lo contrario de cambiar de estado; no existe gobierno que no se estime lo suficiente para conservarse a sí mismo, y sería absurdo que no fueran conservadores los que se encuentran a gusto. Los demás, los que obedecen, deben obedecer siempre, y siempre igual, de idéntica manera; deben evitar molestias a los que mandan, y guardarse de provocar contraórdenes, rectificaciones y reiteraciones. ¿De qué serviría mandar si costara trabajo? Lo razonable es que el mando sea definitivo y eterno.

Se ve cuán sensato es el proceder de ese oficial argentino que durante la instrucción atravesó con la espada la ingle a un estúpido recluta que no marcaba bien el paso. ¡Pobre oficial! Había perdido la paciencia. ¡Cuánto habrá sufrido, cuántas veces habrá repetido sus órdenes! Obligar a repetir una orden, ¿no es ya rebelarse a medias? Tal vez murió el recluta. Pero un recluta que no consigue aprender a marcar el paso es, desde luego, algo contradictorio y casi inexistente. No es justo llamar homicidio a una sencilla verificación. Un recluta es un aparato que marca el paso. Un soldado es un aparato que transporta las armas de fuego y aprieta los gatillos. El emperador Guillermo dijo en una revista que un soldado, si se lo ordenan, está en la obligación de fusilar a su madre. Comprended de qué modo se hizo Alemania poderosa y magnífica.

¿Queréis orden? Cumplid la orden. Ciudadanos, ajustaos a la ley. No es buen juez el que la discute y mejora, sino el que la ejecuta. Imitemos a los astros; admiremos la exactitud verdaderamente militar con que acaecen los eclipses; los planetas marcan el paso, y los átomos sin duda también. Nuestra ciencia busca la ley en todos los fenómenos, y lo terrible es que la va encontrando. Quizá se llegue al ideal de prever matemáticamente los detalles del porvenir. ¡Gracias que tendremos nosotros la suerte de irnos mucho antes! Cosa triste ha de ser el predecir los movimientos de nuestro cielo interior, calcular para dentro de diez años los eclipses de nuestro espíritu, conocer a un tiempo la fecha del placer y la del sufrimiento, la de la ilusión y la de las decepciones; saber en plena juventud el minuto de la primera cana, la enfermedad que nos asesinará y las muecas de nuestra agonía. La esperanza se hará más insoportable que el recuerdo. Si nuestra alma marca el paso, ignorémoslo.

Marcar el paso no supone avanzar. En táctica, equivale a suspender la marcha y simularía agitando las piernas sin adelantar un centímetro. Símbolo curioso. La existencia de la ley no supone una realidad concreta. Al revés. Por ejemplo, la ley de los días de la semana es que detrás del lunes venga el martes, luego el miércoles, etc. "Si" hoy es lunes, mañana será martes, pero ¿qué razón hay para que hoy sea lunes, y no viernes? Ninguna. Estamos, ¡horror!, fuera de la ley. "Si" Mercurio se halla hoy en tal lugar del firmamento, mañana estará en tal otro. ¿Pero por qué "está" en este instante aquí y no allí? La ley no es una realidad, es una relación, es un "si". La única salida de semejante laberinto es que no hay aquí ni allí, ni ayer ni hoy, y que el Universo marca el paso, como un juicioso recluta, sin abandonar su socarrona inmovilidad.

[Publicado en La Razón, Montevideo, el 13 de abril de 1909.


Tormento y asesinato

Por Rafael Barrett

Continúa la recuperación de Rafael Barrett (Torrelavega, 1876-Arcachon, 1910), un autor esencial de la ensayística española de todos los tiempos. La editorial Periférica inaugura en enero de 2007 su nueva colección “Documentos” con Hacia el porvenir, un libro singular compuesto por tres textos clave en la obra de Barrett en edición de la uruguayo-norteamericana Bianca María Ansúrez, recientemente desaparecida: “Lo que son los yerbales”, unos reportajes demoledores publicados en la prensa uruguaya en 1908; “La cuestión social”, un ensayito cáustico y lleno de verdad sobre el asunto que expone su título; y “De estética”, algo así como la “poética” de este autor, con una interesante aproximación a algunos tópicos estéticos de su época y, también, del presente. De uno de los artículos de “Lo que son los yerbales” hemos extraído, como adelanto de Hacia el porvenir, este más que revelador “Tormento y asesinato”

"Aquí no hay más Dios que yo", dice al nuevo peón de una vez por todas el capataz. Y si no bastara el rebenque para demostrarlo, lo demostraría el revólver del mayordomo. En el yerbal no se habla, se pega. Cuando en plena capital la policía tortura a los presos por "amor al arte", ¿creéis posible que no se torture al esclavo en la selva, donde no hay otro testigo que la naturaleza idiota, y donde las autoridades nacionales ofician de verdugo, puestas como están al servicio de la codicia más vil y más desenfrenada?

¡Camina, trajina, suda y sangra, carne maldita! ¿Qué importa que caigas extenuada y mueras como la vieja res a orilla del pantano? Eres barata y se te encuentra en todas partes. ¡Ay de ti si te rebelas, si te yergues en un espasmo de protesta! ¡Ay del asno que se olvida un momento de ser un asno!

Entonces, al hambre, a la fatiga, a la fiebre, al mortal desaliento se añadirá el azote, la tortura con su complicado y siniestro material. Conocíais la inquisición política y la inquisición religiosa. Conoced ahora la más infame, la inquisición del oro.

¿A qué mencionar los gritos y el cepo? Son clásicos en el Paraguay, y no sé por qué no constituyen el emblema de la justicia, en vez de la inepta matrona de la espada de cartón y de la balanza falsa. En Yaguatirica se admira el célebre cepo de la empresa M. S. Un cepo menos costoso es el de lazo. También se usa mucho estirar a los peones, es decir atarles de los cuatro miembros muy abiertos. O bien se les cuelga de los pies a un árbol. El estaqueamiento es interesante: consiste en amarrar a la víctima de los tobillos y de las muñecas a cuatro estacas, con correas de cuero crudo, al sol. El cuero se encoge y corta el músculo; el cuerpo se descoyunta. Se ha llegado a estaquear a los peones sobre tacurús (nidos de termita blanca) a los que se ha prendido fuego.

¡Pluma mía, no tiembles, clávate hasta el mango! Pero los miserables que ejecuto no tienen sangre en las venas, sino pus, y el cirujano se llena de inmundicia.

Raro es que intente un peón escaparse. Esto exige una energía que están muy lejos de tener los degenerados del yerbal. Si el caso ocurre, los habilitados arman comisiones en las compañías (soldados de la nación) y cazan al fugitivo. Unos habilitados avisan a otros. La consigna es: "traerlo vivo o muerto".

¡Ah! ¡La alegre cacería humana en la selva! ¡Los chasques llevados a órdenes a los puestos vecinos!

"Anoche se me fugaron dos. Si salen por estos rumbos, métanle bala" (textual). El año pasado, en las Misiones Argentinas, asesinaron a siete obreros, uno de los cuales era un niño. En Punta Porá, cuando la comisaría da por fugado a un trabajador, "fugado" significa "degollado". Hace dos meses, el patrón D. C., habilitado de la Matte Larangeira, el cual había comprado la querida de un peón por seiscientos pesos, tuvo el disgusto de saber la huida de la hembra con su antiguo amante y un hermano de éste. D. C. los persiguió con gente armada de winchester, y uno de los peones murió enseguida; el otro fue rematado a cuchillo. Se suele hacer fuego sin voz de alto. Las empresas sacrifican no solamente a los peones, sino a los demás ciudadanos que no las hacen el gusto. La Industrial Paraguaya, famosa en Tacurú-pucú por sus atrocidades, expulsó recientemente a las familias del pueblo para apoderarse de las expendedurías de caña, y habiéndose opuesto al señor E. R. lo hizo matar a la puerta de la habitación por la policía.

Todos estos crímenes quedan impunes. Ningún juez se ocupa de ellos, y si se ocupara sería igual. ¡Está comprado!

Espanta pensar en los asesinatos que la selva oculta. Las picadas están sembradas de cruces, la mitad de las cuales señala el sitio donde ha sucumbido un menor de edad. Muchas de esas cruces anónimas recuerdan una cacería terminada por un fusilamiento.

Y a pesar de las mil probabilidades contra una que el desertor (tal es la designación consagrada por el uso) tiene de perecer, el sueño del mártir de los yerbales es evadirse, ganar la frontera o los campos, la región libre que centellea a cincuenta, a cien, a ciento cincuenta leguas de distancia... Leguas de monte cerrado, de esteros, leguas que hay que cruzar desnudo, débil y trémulo, como una rata que los perros rastrean... El esclavo no duerme; agita sus pobres huesos sobre el ramaje sórdido que le sirve de cama, y agita las esperanzas locas en su cerebro dolorido. El silencio de la noche le invita. El poder formidable del oro que él mismo ha arrancado a la tierra le detiene. La empresa ha recobrado a desertores que después de cuatro años o cinco de ausencia se creían salvados. La Empresa es más fuerte que todo. ¿Para qué ir a la muerte? Mejor desfallecer poco a poco, perder gota a gota la savia de la vida, renunciar a ver ya nunca el valle en que se ha nacido... Al día siguiente el esclavo irá a la faena, y ofrecerá al empresario las ocho arrobas reglamentarias. ¡Ay!, para pretender huir de los yerbales es preciso ser un héroe o no estar en el sano juicio.

De este modo la opulenta canalla que triunfa en nuestros salones extermina bajo el yugo por millares a los paraguayos o los fusila como a chacales del desierto, si buscan la libertad. Las generaciones de esclavos duran poco, pero los negreros se conservan bien. Es a los de arriba a quien acuso. Son ellos los verdaderos asesinos, y no los habilitados ni los capataces. Los responsables son los jefes de la banda, porque son los que menos riesgos corren y los que más lucran con el crimen.

Y he aquí lo que me falta: detallar el botín de la esclavitud, y mostrar entre quién y cómo se reparte.

Fuente: www.ladinamo.org


El derecho a la huelga

Por Rafael Barrett

Parece que algunos gobiernos marchan hacia una concepción nueva: la de que no sea permitido al obrero abandonar su labor, salvo que lo despidan. Se ha presentado al parlamento español un proyecto de ley negando el derecho a la huelga. En la Argentina y en la India inglesa se lanza del territorio, sin formalidad ninguna, a los “agitadores, como suele llamarse a los que se cansan de sufrir. Durante la magnífica parálisis de los servicios postales y telegráficos franceses, se dijo que el Estado no podía tolerar, por capricho de los trabajadores, el aislamiento de Francia.

Se dio entonces a los modestísimos empleados el pomposo nombre de “funcionarios públicos” y se declaró que un funcionario público está en la obligación de no interrumpir un minuto su trabajo. Sería una grave falta de disciplina. Se ve la habilidad con que el gobierno –que al fin cedió ante la fuerza huelguista- trataba de introducir ideas sublimes y palabras altisonantes en el conflicto. Había que asimilar el cartero y el telegrafista a el soldado. El único deber del funcionario es funcionar. No hay huelga; no hay más que deserciones. Mañana se aplicaría el mismo razonamiento a los operarios de las industrias nacionales; pasado mañana a los peones agricultores, al bajo personal de comercio. Suspender la faena productora es una indisciplina, un delito, una traición. Se debilitan las energías de país; ¡se disminuye la riqueza de la patria!

Así rehabilitaríamos la esclavitud, y conste que en ella se ha fundado la civilización más ilustre de la historia. ¿Por qué no hemos de ser consecuente? En resumen, el Estado no es sino el mecanismo con que se defiende la propiedad. Si se castiga al que atenta contra ella mediante el robo, y al que la mueve antes de tiempo mediante el asesinato, ¿no es lógico castigar también al que la suprime en germen? La propiedad se gasta; su valor se consume y es necesario reponerlo sin descanso. El ladrón la mata; pero el huelguista la aborta. Para un fabricante, una huelga prolongada de sus talleres equivale a la fuga de su cajero; el patrón volverá los ojos al Estado exigiendo auxilio. Un trabajador es una rueda de máquina; mas una rueda libre, capaz de salirse de su eje a voluntad, es algo absurdo y peligroso. No se concibe una propiedad estable sin la práctica de la esclavitud.

Todavía la practicamos, sin duda, aunque cada vez menos . Estamos desde hace siglos en presencia de un hecho formidable: la masa anónima, el inmenso rebaño de los que nada tienen, sube poco a poco acercándose al poder. He aquí al viejo Estado enfrente del número. Mejor dicho, ahora es cuando el número adquiere, gracias a la cohesión, todo su terrible peso. El pueblo comienza a dejar de ser arena; se cuaja en roca. No es extraño que el sufragio universal haya sido tan inocuo; encontró una multitud incoherente, incapaz hasta de conocer sus males y vagamente de acuerdo con el Estado. Detener al pobre trabajador, sucio y jadeante, de regreso al negro hogar, donde como de costumbre hallará dormido a sus hijos, y proponerle que gobierne su nación, es en verdad pueril. Preferiría comer mejor y disponer de dos horas para jugar con sus niños. Y lo ha logrado en muchas regiones. Lo instructivo es que los obreros se van agrupando y organizando por el trabajo mismo; sus herramientas se convierten imperceptiblemente en armas; los aparatos con que la humanidad circula y trasmite el pensamiento está en sus manos; el alambre que lleva la orden de un Rockefeller no se niega a llevar la del siervo rebelde, y nuestra cultura, que día a día necesita instalaciones fabriles y de tráfico más y más enorme, pone en contacto y en pie de guerra mayor cantidad de proletarios; las huelgas –esas mortíferas declaraciones de “paz”- aumentan en extensión y en rapidez, y a medida que la propiedad se acumula en moles crecientes, su estabilidad se hace cada vez menor.

El Estado se batirá; opondrá al número el número. Opondrá el ejercito, compuesto de hombres educados para esperar la muerte, al proletariado, compuesto de hombres que tienen la irritante pretensión de vivir. Ya que de derechos hablamos, ¿qué es un derecho sino una concesión, un permiso de las bayonetas? Recordemos, no obstante, que los soldados no son ricos ni felices y que los fusiles, los cañones y los acorazados no se construyen solos. ¿Vendrá el momento en que los astilleros huelguen? ¿Vendrá una huelga militar? Lo ignoramos. Es evidente que los trabajadores atraviesan una época de prosperidad, de juventud. A regañadientes, como a lobos que persiguieran, el Estado les arroja jornadas breves, salarios mas altos, pensiones, indemnizaciones, y los lobos tragan esos pedazos de carne fresca y corren con doble vigor, y avanzan y se echan encima. ¿Dominará el Estado? ¿Aprovechará la obediencia aún bastante segura del ejercito? ¿Será vencido? Nadie lo sabe. Los vastos movimientos sociales no son tan misteriosos como lo serían las mareas si un cielo nublado eternamente nos ocultara la Luna y el Sol. Aguardaremos los episodios de la lucha entre el trust del oro y el trust de la miseria.
Rafael Barret.

(1877-1910 Artículo del libro “El terror argentino”).


Sobre el césped

Por Rafael Barrett

Sobre el césped estábamos sentados, a la sombra de los altos laureles. De tiempo en tiempo una leve bocanada de aire cálido se obstinaba en desprender el suave mechón rubio que tus dedos impacientes habían contenido. Nuestro primogénito jugaba a nuestros pies, incapaz de enderezarse sobre los suyos, carnecita redonda, sonrosada y tierna, pedazo de tu carne. ¡Oh, tus gritos de espanto, cuando veías entre sus dientecitos el pétalo de alguna flor misteriosa! ¡Oh, tus caricias de madre joven, tus palmas donde duerme el calor de la vida, tus labios húmedos que apagan la sed! Y mis besos enardecidos por la voluptuosa pereza de aquella tarde de verano, apretaron a la dulce prisionera de mis deseos, y mis manos extraviadas temblaron entre las ligeras batistas de tu traje...

¡Y me rechazaste de pronto! Y un rubor virginal subió a tu frente. Me señalaste nuestro hijo, cuyos grandes ojos nos seguían con su doble inocencia y murmuraste:

–¡Nos está mirando!

–Tiene un año apenas...

–¿Y si se acuerda después?

Nos quedamos contemplando a nuestro pequeño juez, indecisos y confusos. Pero yo te hablé en los siguientes términos...

Amor mío, tesoro de locas delicias y de absurdos pudores, alma única, mujer de siempre, humanidad mía, no temas avergonzarte ante ese tirano querido, porque no te haré nada que no te haga él en cuanto te lo pide...

Y desabrochando tu corpiño, liberté la palpitante belleza de tu seno, y prendí mis labios en su irritada punta. Y tú te estremeciste, y una divina malicia brilló en el fondo de tus ojos.


Baccarat

Por Rafael Barrett

Había mucha gente en la gran sala de juego del casino. Conocidos en vacaciones, tipos a la moda, profesionales del bac, reinas de la season, agentes de bolsa, bookmakers, sablistas, rastas, ingleses de gorra y smoking, norteamericanos de frac y panamá, agricultores del departamento que venían a jugarse la cosecha, hetairas de cuenta corriente en el banco o de equipaje embargado en el hotel, pero vestidas con el mismo lujo; damas que, a la salida del teatro, pasaban un instante por el baccarat, a tomar un sorbete mientras sus amigos las tallaban, siempre con éxito feliz, un puñado de luises. Una bruma sutilísima, una especie de perfume luminoso flotaba en el salón. Espaciadas como islas, las mesas verdes, donde acontecían cosas graves, estaban cercadas de un público inclinado y atento, bajo los focos que resplandecían en la atmósfera eléctrica. A lo largo de los blancos muros, sentadas a ligeros veladores, algunas personas cenaban rápidamente. No se oía un grito: sólo un vasto murmullo. Aquella multitud, compuesta de tan distintas razas, hablaba en francés, lengua discreta en que es más suave el vocabulario del vicio. Entre el rumor de las conversaciones, acentuado por toques de plata y cristal, o cortado por silencios en que se adivinaba el roce leve de las cartas, persistía, disimulado y continuo, semejante al susurro de una serpiente de cascabel, el chasquido de las fichas de nácar bajo los dedos nerviosos de los puntos. Hacía calor. Los anchos ventanales estaban abiertos sobre el mar, y dos o tres pájaros viajeros, atraídos por las luces, revoloteaban locamente, golpeando sus alas contra el altísimo techo.

En las primeras horas de la madrugada se fueron retirando los corteses con la moral y con la higiene, los que tenían contratada una ración amorosa, y los aburridos, y los pobres, y los cucos que defienden su ganancia, y también los que se levantan temprano por exigencias de sport. No funcionaba sino la mesa central, la de las bancas monstruosas. Una fila de puntos con números y dos filas de puntos de pie la rodeaban. Detrás en sillas errátiles, los que se resignan a no ver, hacían penosamente llegar las puestas a su misterioso destino. Tallaba un ruso. Ante él, apoyado a un bloque de porcelana, yacía el flexible prisma de los naipes, impenetrable como la muerte. Los croupiers indiferentes movían sus palas delgadas, colocando las fichas, el oro, los billetes azules, los albos bank-notes. “Hagan juego señores... hagan juego... no va más... no va más...” Las mujeres, apretando los senos contra las espaldas de los hombres, deslizaban un brazo desnudo hacia la mesa; nadie se estremecía al contacto de la carne bella; no eran mujeres ni hombres, eran puntos. “No va más...” El banquero paseaba sus tristes ojos grises por el tapete, para darse cuenta de la importancia del golpe; miraba un momento las pilas de fichas redondas de cien francos, elípticas de veinticinco luises, cuadradas de cincuenta, los terribles cartones donde está escrito un 5.000, un 10.000... y luego, con su voz monótona, decía: “todo va”. Ponía un largo dedo pálido sobre el paquete de cartas, y las distribuía lentamente. “Ocho... carta... no... seis... buenas...” Y los croupiers pagaban, o bien, con sus paletas afiladas como hoces, segaban los paños, llevándoselo todo. El ruso, si le iba bien, apuraba las barajas hasta el último naipe: si le iba mal, clavaba de pronto una carta en mitad del paquete, y pujaba banca nueva, con el mismo gesto elegante y desolado. La insaciable ranura de la mesa tragaba su tanto, y se volvía a empezar: “Hagan juego, señores... hagan juego... no va más... doy... nueve... no... cinco... siete...” Una cortesana gallega, gloria cosmopolita, copaba de tarde en tarde. Su mano, oculta por los rubíes y las esmeraldas, hacía un signo; mientras se volcaban las cartas, el negro de su iris adquiría una fijeza feroz; en sus párpados oscuros se leían treinta años de orgía, pero sus dientes centelleaban entre sus pintados labios de diosa, y su torso, de un acero que templaron las danzas, se erguía en plena juventud, sosteniendo la imperial cabeza, coronada de bucles tenebrosos... Y el banquero, que no la cobraba nunca, se contentaba con sonreír imperceptiblemente bajo su bigote claro...

Dieron las tres. El ruso, la bailarina y la mayor parte de los puntos se habían marchado. Hacía fresco. Los mozos cerraron las ventanas. Con un suspiro de satisfacción, los verdaderos devotos del baccarat se instalaron cómodamente. Ahora podían saborear los pases, seguir a gusto todos los arabescos de la casualidad, perderse con delicia en todos los meandros de lo desconocido. Los caballeros pedían café o whisky, ellas sorbían por una paja menta mezclada con hielo. Talló un provinciano con fisonomía de procurador, después un cronista de boulevard, y otros después... Con fraternidad de enfermos en un sanatorio, los puntos se cuchicheaban las eternas frases: “Dos semanas de guigne... no he conseguido doblar aún... ha pasado seis veces... yo en la mala tiro a cinco... yo al revés... yo no, depende del temperamento del banquero... por fin un pase... yo no juego más que a mi mano...” Los croupiers, autómatas, movían las palas... “hagan juego, señores... hagan juego... no va más... Doy... cartas... carta... baccarat... ocho... tres... “ Una señora, de cuarenta años o de cien, quizá marquesa, quizá partera, jugaba invariablemente cinco luises por golpe. Usaba una amplia bolsa de mallas de oro, con cierre incrustado de perlas, donde guardaba el estuchito de las inyecciones, el dinero, una borla con polvos de arroz y dos lápices de maquillaje. Con celeridad impasible se empolvaba, se subrayaba la boca de rojo y los ojos negros, y resucitaba así por quince minutos.

A su lado, un jovencito lampiño, que apuntaba el mínimum –cinco francos– contemplaba las perlas; y la señora, con una indulgencia en que había algo de maternal y algo de infame, le prestó diez luises. El incesante chasquido de las fichas sonaba en el salón casi desierto. Los que ganaban cambiaban las chicas por las grandes, y siempre, entre los dedos infatigables, había fichas arregladas y vueltas a arreglar en montoncitos de a diez, de a cinco, de a dos, o confundidas, separadas y barajadas interminablemente. Poco a poco fueron enmudeciendo los jugadores. Dieron las cuatro. No se pronunciaban ya sino las palabras rituales... “no va más... doy... carta... no quiero... buenas... siete... Baccarat...” Todo estaba inmóvil menos los dedos, pálidas arañas, los naipes y las fichas. Una claridad repugnante se infiltró en el ambiente, untando de pus aquellas caras de muertos. Atracaron las maderas, y la noche quedó cautiva bajo las lámparas incandescentes. “No va más... carta... carta... nueve... buenas... buenas...” Y sobre la mesa se divertía el azar, arremolinando las fichas, despidiendo el oro de un bolsillo a otro. El azar era el único que jugaba allí, alegre y cruel como un niño en un cementerio. Dieron las cinco, las seis, las seis y media...

Al cabo, los cadáveres se fueron a acostar. Los cocheros roncaban en sus pescantes. La morfinómana y el jovencito prefirieron regresar al hotel por la playa. El sol llenaba el universo de un resplandor insoportable. El mar azul brillaba, precipitando sus ondas paralelas. La brisa batía las lonas contra los mástiles, y un viejo pescador, abatido, de color de tierra, caminaba trabajosamente, con los harapos de su red al hombro...
 

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