Michel Foucault en la segunda lección de Genealogía del Racismo, "Poder,
Derecho, Verdad", plantea la hipótesis según la cual "en las relaciones
bélicas, en el modelo de la guerra y en el esquema de las luchas, se
puede encontrar un principio de inteligibilidad y de análisis político".
Es conveniente estudiar el poder en términos de guerra, de lucha, de
enfrentamiento.
El considerar la guerra
como punto de partida del análisis de las relaciones de poder político
lo encontramos también en Marx. En la Introducción General a la Crítica
de la Economía Política, de 1857, Marx afirma que, como la guerra se
desarrolla antes de la paz, es recomendable "mostrar la manera en que
ciertas relaciones económicas tales como el trabajo asalariado, el maquinismo,
etc., han sido desarrollados por la guerra y en los ejércitos antes
que en el interior de la sociedad burguesa. Del mismo modo, la relación
entre las fuerzas productivas y relaciones de tráfico, particularmente
visibles en ejército" (pp. 66-67).
Pero si queremos encontrar antecedentes de la tesis de Foucaut, seguramente
es a Nietzsche a quien hay que remitirse. Inclusive, lo mejor sería
hacer una lectura del artículo "Nietzsche, la genealogía, la historia",
donde Foucault ofrece una interesante lectura de Nietzsche que será
subyacente a sus planteamientos metodológicos e hipótesis.
* * *
El sentido de algo es siempre la relación entre este algo y la(s) fuerza(s)
que la posee(n). La fuerza es entendida acá como apropiación y dominación
de una porción de la realidad. El sentido de un mismo objeto cambia
según la fuerza que de él se apodera. Por eso, todo objeto tiene su
historia, y la historia sería la variación del sentido de ese objeto.
Un objeto no tendría entonces una esencia última, invariable e inmutable,
sino que necesariamente estaría sometido a fuerzas que se apoderan de
él o que coexisten en una lucha para apropiárselo:
"/.../ algo existente, algo
que de algún modo ha llegado a realizarse, es interpretado una y otra
vez, por un poder superior a ello, en dirección a nuevos propósitos,
es apropiado de un modo nuevo, es transformado y adaptado a una nueva
utilidad; todo acontecer en el mundo orgánico es un subyugar, un enseñorearse,
y que, a su vez, todo subyugar y enseñorearse es un reinterpretar, un
reajustar, en los que, por necesidad, el «sentido» anterior y la «finalidad»
anterior tienen que quedar oscurecidos y totalmente borrados" /GM, II,
12/.
Foucault tiene en cuenta este fragmento de Nietzsche cuando afirma en
su artículo "Nietzsche, la genealogía, la historia" que:
Tomás
Abraham - Prólogo a Genealogía del racismo de Michel
Foucalult
"Genealogía
del racismo" es la transcripción del curso de Foucault en
el Collége de France entre fines del año 1975 y mediados
de 1976. Es el momento en que se editan Vigilar y castigar
y La voluntad de saber. Foucault prosigue un plan varias
veces anunciado y se detiene en un problema particular:
el tema de las poblaciones y el nacimiento de la biopolítica.
En estas clases inaugura un nuevo recorrido. Primero plantea
un problema teórico, el de la extensión y operatividad de
la genealogía, palabra que designa su perspectiva de trabajo.
Luego hace jugar esta perspectiva en un aspecto clave de
la biopolítica, la que concierne al racismo.
La genealogía se inscribe en la tradición nietzscheana que
articula las luchas con la memoria, describe las fuerzas
históricas que en su enfrentamiento hicieron posible las
culturas y las formas de vida.
Foucault, como continuador de esta tradición, busca un antecedente
que lo llevará mucho más allá de Nietzsche. Lo llamará contrahistoria,
es el primer discurso histórico-político de Occidente. Adquiere
su plena elaboración en el siglo xvii por parte de una aristocracia
ya decadente. Los representantes de esta clase producen
un relato histórico cuyos efectos se marcarán dos y tres
siglos más tarde.
Esta contrahistoria es la que introduce el modelo de la
guerra para pensar la historia. Elabora la primera historia
no romana o antirromana, la vieja historia imperial que
unía a la Antigüedad y al Medioevo en la repetición de una
crónica de fundaciones y héroes legendarios. La contrahistoria
transgrede la continuidad de la gloria y enuncia una nueva
forma de continuidad histórica: el derecho a la rebelión.
Esta es la dirección del discurso de la guerra de las razas
con su sentido binario y su álgebra de enfrentamientos.
Para la contrahistoria, el acontecimiento inaugural de las
sociedades, el punto cero de la historia, es la invasión.
Esta singularidad histórica describe los choques y batallas
entre etnias, conquistadores normandos contra sajones, galo-romanos
contra germanos.
Por eso es una contrahistoria, embiste contra las historias
sustentadas en la concepción filosófico-jurídica del contrato.
La concepción históricopolitica de este nuevo relato subvierte
los términos de las relaciones entre la fuerza y la verdad.
Como dice Foucault, de Solón a Kant, la verdad emerge del
apaciguamiento de las violencias. Pero para la contrahistoria
de la aristocracia nobiliaria el problema no es la soberanía,
la obediencia y los límites a fijar sobre el derecho a ejercer
el poder. Se trata de la usurpación del poder. No nace de
un discurso universal, es decir imperial, para fijar el
territorio de la soberanía. La nueva historia no se coloca
ni en el centro ni en el afuera de los conflictos. Por el
contrario, su verdad se apoya en el hecho de ser parte del
conflicto. El relato histórico es parte de la historia,
no es su crónica o su descripción, es un intensificador
y operador del poder. Esta es la función de la memoria histórica,
la de sostener un discurso de esplendor del poder con sus
rituales y funerales, elegías y epitafios, consagraciones,
ceremonias, crónicas legendarias. Es una muestra de las
formas en que relaciona los ámbitos del derecho, el poder
y la verdad. La contrahistoria, la genealogía en general,
expone el modo en que las relaciones de poder activan las
reglas del derecho mediante la producción de discursos de
verdad. Esto es lo que los sociólogos llaman "legitimidad"
y Foucault dispositivos de saber-poder y políticas de la
verdad.
Puede resultar curioso el interés de Foucault en un discurso
que interpreta la historia como una guerra entre razas.
Pero es necesario leer con cuidado, o simplemente leer.
Se trata de etnias, pueblos que se definen por una lengua,
por usos y costumbres comunes. Foucault mostrará cómo la
noción de "raza" cambia de sentido en el siglo xix, el modo
en que la guerra de las razas, relatada por los historiadores
de la contrahistoria, adquiere un sentido biológico, connotado
por el evolucionismo y las teorías de la degeneración de
los fisiólogos.
Para Foucault, las prácticas discursivas constituyen fuerzas
cuya dirección es modificable, los saberes ocupan un campo
estratégico y son elementos de tácticas variables. Son discursos-fuerza.
Por eso la narración erudita de la nobleza reaccionaria
puede ser un instrumento táctico utiliza-ble por estrategias
diferentes. Las tácticas discursivas son transferibles y
variables.
El poder de los Estados modernos y el discurso biologizante
se apoyarán sobre aquella contrahistoria para desarrollar
las bases teóricas del racismo. Esta reorientación táctica
no debe hacernos olvidar el papel político del discurso
de la contrahistoria frente a la ciencia política, filosófica
y jurídica del contractualismo. En lugar de convenciones
y contratos, consensos y acuerdos de soberanía, se recordarán
las conquistas, las invasiones, expropiaciones, las servidumbres,
los exilios. Para pensar las relaciones políticas habrá
que abandonar los modelos económicos en los que el poder
se entrega, distribuye y comparte, por el modelo de la guerra.
Este fue el producto intelectual de una nobleza retrógrada
que elaboró la matriz del futuro discurso proletario.
Produjo, además, nuevas líneas en el campo del saber. La
filología del siglo pasado, los temas de la nacionalidad
y la lengua desde el origen disputado de las palabras. La
economía política que, de la idea de riqueza a la del trabajo,
produce los conceptos de valor-trabajo y clase social. La
biología y su teoría de la selección biológica y la formación
de las razas.
La contrahistoria aportó un principio de inteligibilidad
por el que buscaba el conflicto inicial y la lucha fundamental,
individualizaba las traiciones y encontraba las verdaderas
relaciones de fuerza. Es una composición en tres partes:
reanuda los hilos estratégicos, traza las líneas de separación
moral y restablece los puntos constituyentes de la política
y de la historia.
Del problema de las leyes se pasa al campo de fuerzas, del
establecimiento de los documentos a los equilibrios entre
las partes en conflicto. Pero también se sustituyen los
vocabularios. El lenguaje jurídico para pensar las relaciones
políticas deja lugar a otro médico. La idea de constitución
indica relaciones de fuerza, sistemas de equilibrio, juego
de proporciones, revolución de fuerzas y no restablecimiento
de viejas leyes. La idea de constitución proviene del lenguaje
médico y adquiere acepciones inesperadas en el campo político.
Es la tesis de un maestro de Foucault, Georges Canguilhem.
Ponderaba los conceptos de acuerdo con su recorrido entre
saberes, su dirección transversal. Foucault repite esta
operación con la noción de guerra entre razas.
Hay mentes singulares que perciben a la historia del pensamiento
como un recorrido virósico, identifican a la historia de
los discursos como una crónica de transmisiones bacilares.
Por eso sostienen que el nazismo estaba contenido en Nietzsche,
que Marx hizo posible a Stalin, o que la bomba atómica estaba
en germen en las ideas de Einstein. No hacen más que continuar
los procedimientos inquisitoriales.
Foucault analiza la reversibilidad táctica de los discursos
y muestra que las tramas epistémicas pueden ser independientes
de las tesis sustentadas y de las posiciones políticas.
El discurso de la guerra entre razas cambia su orientación
con el ascenso de la burguesía. La aristocracia decadente
pensaba a la guerra como enfrentamiento entre campos antagónicos,
choque entre pueblos, la guerra como conflicto entre fuerzas
exteriores. La burguesía del siglo pasado pensará la guerra
en términos civiles y problemas interiores a la sociedad.
Se habla de los enemigos internos. El enemigo no es el extranjero
ni el invasor sino el peligroso, aquel que posee la virtualidad
de afectar el orden social. La noción de peligrosidad señala
el pasaje de lo virtual a lo efectivo en el sistema de las
amenazas. El colonizado o nativo, el loco, el criminal,
el degenerado, el perverso, el judío, aparecen como los
nuevos enemigos de la sociedad. La guerra se concibe en
términos de supervivencia de los más fuertes, más sanos,
más cuerdos, más arios. Es la guerra pensada en términos
histórico-biológicos.
"Defender la sociedad" es el nombre que da Foucault a este
curso que gira sobre la guerra de las razas y su conversión
en el racismo de Estado. Los mecanismos de defensa de la
sociedad se implementan desde los dispositivos disciplinarios
y las estrategias biopolíticas. Sus enemigos son variados.
El masturbador es una inquietud disciplinaria y el degenerado
lo es de las teorías fisiológicas y biológicas.
La disciplina para Foucault es un dispositivo cuyo objeto
es el cuerpo y su lugar de construcción la institución.
Es la anátomo-política de los cuerpos organizada en cuarteles,
fábricas, hospitales, asilos, escuelas y prisiones.
Los procesos biológicos se convierten en un asunto de Estado.
Se analizan los estados globales de la población, sus ritmos,
cadencias. La biopolítica es la presencia de los aparatos
de Estado en la vida de las poblaciones.
Foucault recuerda que la figura de la muerte sufre desde
el siglo pasado una descalificación simbólica progresiva.
Se diluyen y desaparecen sus antiguos ceremoniales, sus
manifestaciones de esplendor, su espectacularidad macabra.
Lo que interesa a la burguesía triunfante es la vida de
la especie, su multiplicación, los avatares de la masa viviente,
la seguridad de los conjuntos y la fortaleza de sus descendientes.
Pero no por eso desaparece la función de la muerte en las
sociedades modernas. Su nueva figura se reelaborará sobre
las bases de una sociedad centrada sobre los mecanismos
del biopoder. Y -agrega Foucault— el racismo es la condición
de aceptabilidad de la matanza en una sociedad en que la
norma, la regularidad, la homogeneidad, son las principales
funciones sociales.
El racismo es la metafísica de la muerte del siglo xx. Foucault
no habla del "Otro", ni de la alteridad, el diferente, ni
emplea ninguna de las figuras de las morales de la tolerancia
o de la hermenéutica de la comprensión. Sabe que éstas son
otras figuras del poder. Su proyecto es genealógico, reconstruye
la memoria de las luchas, postergada por la sonrisa de los
triunfadores.
"Las fuerzas presentes en
la historia no obedecen ni a un destino ni a una mecánica, sino al azar
de la lucha. No se manifiestan como las formas sucesivas de una intención
primordial; no adoptan tampoco el aspecto de un resultado. Aparecen
siempre en el conjunto aleatorio y singular del suceso". /p.20/.
Por otro lado, la fuerza no es sólo dominación sino que también objeto
sobre el cual se ejerce una dominación. Una fuerza siempre está en relación
con otra, nunca está aislada. Bajo este aspecto llamamos a una fuerza
voluntad. Una voluntad sólo se ejerce sobre otra voluntad, no sobre
una cosa material, inerte, totalmente pasiva. Las fuerzas interactúan
y se "padecen", tienen por ser el relacionarse unas con otras y afectarse.
Las fuerzas actúan y padecen a distancia porque son de naturaleza diversa,
su impulso o tendencia es dioverso. Es esta distancia el elemento diferencial
comprendido en cada fuerza y gracias al cual cada una se relaciona con
las demás, bien sea para mandar, bien sea para obedecer. La voluntad
es el elemento diferencial de la fuerza. La relación de una fuerza dominante
con una dominada, de una voluntad obedecida con una obediente, es la
jerarquía que se expresa en una cosa, su valor.
A cada fuerza le corresponde un poder que le es propio, una voluntad
de poder como su complemento y como algo interno, aquello que quiere
en la fuerza. La esencia de la fuerza es su relación con otra, para
dominar o ser dominada; esta esencia es una diferencia cuantitativa
que se expresa cuantitativamente. La diferencia remite a un elemento
diferencial de las fuerzas en relación: la voluntad de poder, el elemento
del cual se desprende la diferencia de cantidad y la cualidad que corresponde
a las fuerzas en relación.
* * *
Fuerza y voluntad son conceptos esenciales en la definición de guerra:
"La guerra es una acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario."
Ambas nociones son esenciales también en el análisis que hace Deleuze
de las nociones de sentido y de valor en Nietzsche. Según Deleuze, el
sentido de algo es el conjunto de relaciones que se establecen entre
una pluralidad de fuerzas, resultando siempre unas que subyugan y otras
que son subyugadas. Deleuze habla de fuerzas reactivas y de fuerzas
activas. Descubrir o revelar el sistema de fuerzas que se relacionan
en un objeto es lo que Deleuze llama interpretación. La otra noción,
la voluntad, es aquello de donde se deriva la fuerza, aquello de lo
que se afirma la fuerza. Valoración sería el acto por el cual determinamos
la voluntad.
* * *
Al plantear el análisis del poder político a través de las relaciones
bélicas, Foucault está introduciendo la hipótesis según la cual la política
sería una continuación de la guerra, invirtiendo de esta forma la tesis
de Clausewitz donde la guerra es una continuación de la política, de
la pugna por el poder. Reconoce Foucault que esta tesis no es original
suya, que incluso es anterior a Clausewitz, es decir, que es Clausewitz
quien lleva a cabo una inversión de la tesis original de las relaciones
entre guerra y política.
Foucault señala una paradoja en la tesis según la cual "la política
es la guerra continuada por otros medios" (p. 56). En el curso del medioevo
hasta los umbrales de la época moderna "las prácticas e instituciones
de la guerra se fueron concentrando cada vez más en manos del poder
central y poco a poco sucedió que, de hecho y de derecho, sólo los poderes
estatales han podido emprender la guerra y controlar los instrumentos
de guerra. Se consiguió la estatalización de la guerra"(p. 57). La paradoja
consiste en que, cuando la guerra se ve centralizada y reenviada a las
fronteras del Estado, "como relación de violencia entre Estados", cancelándose
del cuerpo social la guerra cotidiana o privada, entonces, simultáneamente
aparece un discurso nuevo, "el primer discurso histórico político sobre
la sociedad", cree Foucault. Es un discurso diferente al filosófico
jurídico sostenido hasta entonces. Se trataba de un discurso sobre la
guerra "entendida como relación social permanente y al mismo tiempo
como sustrato insuprimible de todas las relaciones y de todas las instituciones
de poder" /p. 58/.
Contrario a la teoría filosófico-jurídica, este discurso sostiene que
el poder político no comienza cuando cesa la guerra, pues esta no desaparece
sino que preside el nacimiento de los Estados: "el derecho, la paz y
las leyes han nacido en la sangre y el fango de batallas y rivalidades
/.../. La ley no nace de la naturaleza /.../. La ley nace de conflictos
reales: masacres, conquistas, victorias que tienen su fecha y sus horríficos
héroes" /p. 59/. En este sentido, según esta doctrina, la paz social,
es una vaga apariencia tras de la cual se puede describir la guerra
como la clave de ese estado pacífico. Estamos constantemente en guerra
unos con otros. "No existe sujeto neutral, Somos necesariamente el adversario
de alguien" /p. 59/.
Foucault sugiere entonces la necesidad de que seamos eruditos de las
batallas, "porque la guerra no ha concluido".
Se trata de un discurso que reclama un derecho, pues quien lo emite
forma parte de la lucha. Es un discurso descentrado respecto a una universalidad
jurídica. La verdad del sujeto que habla, no es la verdad universal
del filósofo. Este discurso se realiza desde una perspectiva. La verdad
es acá una verdad que sólo se despliega desde una posición de lucha
o de la victoria que quiere obtener.
Foucault descubre en este discurso un vínculo entre relaciones de fuerza
y relaciones de verdad. La verdad será dicha acá tanto se esté inmerso
en el campo de batalla. Por lo tanto, la verdad será dicha y buscada
en tanto llegue a ser un arma dentro de la relación de la fuerza. Este
discurso inscribe la verdad en la relación de fuerza, en la lucha, en
la guerra. Entonces quien habla en este discurso no es el legislador
o el filósofo, quien se haya por encima de las partes en pugna. Quien
habla, en la medida que funda una verdad ligada a la relación de fuerza,
que establece una verdad-arma y un derecho singular, es un sujeto beligerante,
más que polémico.
* * *
Foucault supone una vinculación estrecha entre poder o relación de fuerza,
discurso y verdad. Mediante el discurso se intenta instituir una verdad
en la relación de fuerza. Así, la verdad no es ajena a la relación de
fuerza, no es nunca neutral ni universal.
Esta concepción del discurso y del poder, del lenguaje y la política
es la que Foucault quisiera oponer a otra según la cual poder se funda
en la soberanía. Se trata, en este último caso, de la teoría del derecho,
la cual se organizará, desde el medioevo, "en torno al problema de la
soberanía y que tiene esencialmente la función de fijar la legitimidad
del poder" /p. 36/.
Foucault afirma:
"/Las/ relaciones de poder no pueden disociarse, ni establecerse, ni
funcionar sin una producción, una acumulación, una circulación, un funcionamiento
de los discursos. No hay ejercicio del poder posible sin una cierta
economía de los discursos de verdad que funcione en, a partir de, y
a través, este círculo /.../" /p. 34/.
Para Foucault, lenguaje y política están unidos indisolublemente, pero
en un sentido distinto al clásico, al que lo planteaba Aristóteles.
* * *
¿Cómo un discurso puede
instituir un enunciado o una verdad en una relación de fuerza? ¿qué
vínculos se establecen entre realidad discursiva y realidad no discursiva?
¿cómo se afectan entre sí?
Creo que es en esta vía que resulta rico el planteamiento de Deleuze.
Ahora bien, la cuestión que planteamos, es una cuestión de orden pragmático,
que atiende a las relaciones del lenguaje con su uso.
Desde comienzos del siglo XX, más o menos, con el repunte de la lingüística
estructural, habían declinado las consideraciones pragmáticas del lenguaje.
No obstante, recientemente, este punto de vista está adquiriendo nuevamente
enorme importancia. Entre otras cosas, debido a cierta alerta política
respecto al uso del discurso. Pero también debido a la enorme preocupación
que algunos filósofos analíticos están poniendo en el estudio de los
lenguajes llamados naturales.
Antes de pasar al estudio de lo que podríamos llamar la pragmática política
de Deleuze, analizaremos un poco en qué consisten el punto de vista
pragmático en los estudios lingüísticos.
La reinversión que propone
Foucault de las relaciones entre guerra y política tiene un sentido
metodológico y político.
La concepción del poder que plantea Foucault, no deja de estar reñida
con otras concepciones políticas.
De los escritos de Foucault, uno podría deducir que sus consideraciones
van dirigidas contra las posiciones políticas de extrema derecha. Sus
comentarios sobre El Antiedipo, de Deleuze-Guattari, evidencian esto:
según Foucault, El Antiedipo es una obra de ética, en el sentido de
que propone un estilo de vida no fascista. Este modo de vida y de actitud
cotidiana propuesta por Deleuze plantearía una renovación del modo tradicional
de concebir la práctica política. De cierto modo, lo que aquí se asoma
es que el fascismo es una forma de vida y como tal lo reproducimos cuando
asumimos ciertas actitudes y posturas existenciales. Los planteamientos
de Foucault parecen ir dirigidos a desmantelar esas tendencias fascistas
que se instalan en nuestra cotidianidad y en nuestro estilo de vida.
Foucault
básico
(Poitiers 1926 - París 1984)
Cuando le preguntaban por la filosofía, decía que se trataba
de "la política de la verdad". Michel Foucault se crió en
una familia de médicos, fue alumno de pensadores como Louis
Althusser, un lector obsesivo de Nietzsche y un filósofo
que se ubicó a sí mismo en la estela de Kant. Para la historia
crítica del pensamiento que cruza toda su obra, le abrió
la puerta a disciplinas como la arqueología, la historia
y la medicina, e indagó en las representaciones fluctuantes
de cuestiones como la locura, la prisión, el poder o el
sexo. Se doctoró con una Historia de la locura en la época
clásica y se consagró con Las palabras y las cosas (1966).
A partir de los 70, dictó en el Collège de France los célebres
cursos en los que iba volcando sus investigaciones.
Entonces, podemos pensar
que Foucault es un intelectual de izquierda, así como Negri piensa de
Deleuze. Sin embargo, debemos destacar que las propuestas y escritos
de Deleuze-Guatari y de Foucault han molestado a filósofos militantes
del partido comunista, es decir, han molestado a filósofos marxistas.
Si bien estos pensadores franceses en ciertos aspectos son aceptados
y respetados por pensadores comprometidos con la filosofía marxista,
en la gran mayoría de otros aspectos son cuestionados y atacados. Y
esto no dejaba de esperarse por cuanto en realidad los planteamientos
de Foucault y de Deleuze-Guattari, en realidad parecen cuestionar postulados
que han sido mantenidos por pensadores marxistas. No obstante, Deleuze-Guattari
plantean una lectura que según ellos es acorde al pensamiento de Marx.
Uno podría pensar entonces
que Deleuze-Guattari sostienen una postura de izquierda, no fascista;
serían unos marxistas no negativos, no dialécticos. En el caso de Foucault,
creo que es posible sostener que mantiene una posición de izquierda.
Lo difícil sería sostener que es marxista.
* * *
En Empirismo y subjetividad, Deleuze afirma que "la sociedad reclama
de cada uno de sus miembros, espera de ellos, el ejercicio de reacciones
constantes, la presencia de pasiones susceptibles de aportar móviles
y fines, caracteres colectivos o particulares". Cita inmediatamente
una afirmación de Hume: "Un soberano que impone un tributo a sus súbditos
se atiene a la sumisión de éstos". A las pasiones correspondería el
plano político, a lo social la institución. Si las pasiones se vinculan
con lo político es porque implican una moral, un sentimiento acerca
del bien y el mal. El espíritu, el aspecto histórico del hombre, es
la unidad de lo pasional y de lo social.
* * *
La retórica supone la existencia
de lugares comunes. Estos lugares comunes serían juicios verosímiles
aceptados por la mayoría sin más. La verdad de estos juicios no reposa
en una ciencia o reflexión racional sino en su carácter verosímil. En
la medida que los individuos se conducen por estos lugares comunes,
responderán siempre de la misma manera, tendrán siempre los mismos móviles.
Los lugares comunes son la cristalización social de las pasiones individuales.
Como tales, abren un espacio en la ciudad.
¿Dónde está el espacio de la actividad?
¿Cómo se crean estos lugares comunes? Hemos dicho que en virtud del
discurso. El espacio es una posibilidad de acción. La posibilidad de
acción está delimitada formalmente por el derecho. La solidaridad entre
lenguaje y derecho evidencia que gracias al lenguaje los hombres delimitan,
establecen un espacio.
Nótese que no hablamos de
fuerza sino de acto de fuerza. La noción de acto es realmente importante.
Nos vuelve a remitir a Aristóteles, a la noción de energeia, la cual
remite a la obra, al producto de una actividad, de una acción, no al
actuar mismo. Para el actuar mismo, el cual no tiene otro fin que él
mismo tenemos la palabra griega praxis.
La noción de acto nos permite destacar que la guerra es un asunto esencialmente
práctico, más que teórico: la guerra no se libra en la consciencia,
no es en esta donde se hallan los territorios a ocupar. Por eso Deleuze
habla de fuerza, buscando con ello tratar de destacar un elemento exterior
al pensamiento propiamente dicho, un afuera del pensamiento donde las
fuerzas distintas se apoderan de algo que determina aquello que se piensa,
los pensamientos que podemos tener.
En la política de Deleuze no existe un ruptura entre pensamiento y acción,
sino que el pensar mismo es ya una praxis, sin mediaciones ideales.
Clausewitz subraya que la voluntad del hombre nunca extrae su fuerza
de sutilezas lógicas (p. 13). Entonces ¿cómo puede ser el pensar una
praxis? ¿será que el pensar va más allá de la sujeción a "sutilezas
lógicas"?
En la lectura que hemos
hecho de Foucault, encontramos confirmada la tesis según la cual política
y lenguaje se hayan estrechamente vinculados, en el sentido de que la
política sería un ejercicio del lenguaje, pero más precisamente en el
sentido de que el poder, la relación de fuerza, no se produce, no funciona,
no se reproduce sin cierta economía de los discursos, sin la circulación
de los discursos. Pero Foucault en esta reflexión se separa radicalmente
de la tradición aristotélica de la política. La concepción aristotélica
de la política considera que esta tiene como fin el determinar el conjunto
de leyes que han de permitir a los hombres vivir en comunidad pacífica,
regulando su conducta y sus hábitos de forma racional. Tal concepción
parece suponer que la política nace del aplacamiento de la violencia
y la barbarie de la guerra y con ese fin. La ley, la cual nacería de
una disputa verbal, tendría un fundamento aislado de la sangre y la
miseria de las batallas.
Foucault descubre, no obstante, otro discurso respecto de las relaciones
entre política y guerra. Según este discurso, la política sería la continuación,
por otros medios, de la guerra; lo contrario, que sería la tesis de
Clausewitz, sería la tesis que correspondería a otro discurso, al discurso
que responde a la tradición filosófica, según la cual la guerra es una
consecuencia de la política. En esta tesis, hay la extraña pretensión
de establecer y de imponer, desde el centro, por encima de la mezcla,
una ley general de fundar un orden que reconcilie. Es la posición del
legislador o del filósofo por encima de las partes o el personaje de
la paz y del armisticio. El filósofo y el derecho hacen reposar la cuestión
del poder sobre la soberanía; su discurso sobre el poder fue elaborado
por presión del poder real para el provecho justificación e instrumento
del monarca.
Hay pues, según Foucault, una relación estrecha entre los discursos
de verdad y el funcionamientos del poder. Por lo tanto los análisis
de éste en términos de soberanía y obediencia de los individuos sometidos
a ella, que era la cuestión central del derecho, deberán ser reemplazados
por el estudio del problema de la dominación y de la sujeción, hacia
los operadores materiales, las conexiones y utilizaciones de los sistemas
locales de sujeción y os dispositivos estratégicos. Según la perspectiva
de Foucault, hay en el interior del discurso una conexión esencial con
la relación de fuerza.
Este último punto de vista sobre las relaciones entre guerra y política,
en el cual el discurso está incrustado en una relación de fuerza, en
una situación material específica ¿qué reflexión lingüística exige?