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Foucault, Michel
(1926-1984), filósofo francés que intentó mostrar que las ideas
básicas que la gente considera verdades permanentes sobre la
naturaleza humana y la sociedad cambian a lo largo de la historia.
Sus estudios pusieron en tela de juicio la influencia del filósofo
político alemán Karl Marx y del psicoanalista austríaco Sigmund
Freud. Foucault aportó nuevos conceptos que desafiaron las convicciones
de la gente sobre la cárcel, la policía, la seguridad, el cuidado
de los enfermos mentales, loshos de los homosexuales y el bienestar.
Nacido en Poitiers, Foucault estudió filosofía occidental y
psicología en la École Normale Supérieure de París. Durante
la década de 1960, encabezó los departamentos de filosofía de
las Universidades de Clermont-Ferrand y Vincennes (conocida
de forma oficial como Centro Universitario Experimental de Vincennes).
En 1970 fue elegido para el puesto académico más prestigioso
en Francia, en el Collège de France, con el título de profesor
de Historia de los Sistemas de Pensamiento. Durante las décadas
de 1970 y 1980, su reputación internacional creció gracias a
las numerosas conferencias y cursos que impartió por todo el
mundo. Las principales influencias en el pensamiento de Foucault
fueron los filósofos alemanes Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger.
Nietzsche mantenía que la conducta humana está motivada por
una voluntad de poder y que los valores tradicionales habían
perdido su antiguo dominio opresivo sobre la sociedad. Heidegger
criticó lo que llamó "nuestro actual entendimiento de ser tecnológico".
El pensamiento de Foucault exploró los modelos cambiantes de
poder dentro de la sociedad y cómo el poder se relaciona con
la persona. Investigó las reglas cambiantes que gobiernan las
afirmaciones que pueden ser tomadas de forma seria como verdaderas
o falsas en distintos momentos de la historia. Estudió
también cómo las prácticas diarias permiten a la gente definir
sus identidades y sistematizar el conocimiento; los hechos pueden
ser entendidos como productos de la naturaleza, del esfuerzo
humano o de Dios. Foucault afirmaba que la concepción de las
cosas tiene sus ventajas y sus peligros. El pensamiento de Foucault
se desarrolló en tres etapas. La primera, en Locura y civilización
(1960), que escribió mientras era lector en la Universidad de
Uppsala, en Suecia, reflejó cómo en el mundo occidental la locura
—que alguna vez se pensó infundida por inspiración divina— llegó
a ser considerada como enfermedad mental. En esta obra intentó
exponer la fuerza creativa de la locura que había sido reprimida
tradicionalmente por las sociedades occidentales. En su segunda
etapa escribió Las palabras y las cosas (1966), una de sus obras
más importantes. La última etapa de Foucault empezó con la publicación
de Vigilar y castigar, en 1975. Se preguntaba en este ensayo
si el encarcelamiento es un castigo más humano que la tortura,
pero se ocupa más de la forma en que la sociedad ordena y controla
a los individuos adiestrando sus cuerpos; por ejemplo, un entrenamiento
básico puede disciplinar y preparar a una persona para ser un
soldado. Los últimos tres libros de Foucault —Historia de la
sexualidad, Volumen I: Introducción (1976), El uso del placer
(1984) y La preocupación de sí mismo (1984)— son parte de una
truncada historia de la sexualidad. En estos libros, Foucault
rastrea las etapas por las que la gente ha llegado a comprenderse
a sí misma en las sociedades occidentales como seres sexuales,
y relaciona el concepto sexual que cada uno tiene de sí mismo
con la vida moral y ética del individuo.En todos los libros
de este último periodo, Foucault intenta mostrar que la sociedad
occidental ha desarrollado un nuevo tipo de poder, al que llamó
bio-poder, es decir, un nuevo sistema de control que los conceptos
tradicionales de autoridad son incapaces de entender y criticar.
En vez de ser represivo, este nuevo poder realza la vida. Foucault
anima a la gente a resistir ante el Estado del bienestar desarrollando
una ética individual en la que cada uno lleve su vida de tal
forma que los demás puedan respetarla y admirarla.
Desde enero del año 1971 hasta 1984, año de su muerte, fue posible escuchar a Michel Foucault en el Collège de France. El nombre de su cátedra era "Historia de los sistemas de pensamiento" y fue creada el 30 de noviembre de 1969 por la asamblea general de profesores del Collège de France, en reemplazo de la cátedra de "Historia del pensamiento filosófico" que hasta su muerte ocupó Jean Hyppolite, quien fuera su maestro. La lección inaugural fue la hoy celebre conferencia "El orden del discurso".
La enseñanza
en el Collège de France, una de las instituciones más veneradas
y representativas de Francia, obedece a reglas particulares.
Los profesores tienen la obligación de dictar 26 horas
de cátedra por año, cada año deben exponer una investigación
original, lo cual les exige una renovación constante del
contenido presentado. La asistencia a los cursos y seminarios
es completamente libre; no requiere inscripción ni título
alguno. El profesor tampoco los entrega, se dice que los
profesores no tienen alumnos sino oyentes. La primera misión
del Collège de France es la enseñanza, no de conocimientos
asentados, sino de conocimiento que se está adquiriendo.
Tal como escribió Merleau-Ponty: "Desde su fundación, lo
que el Collège de France se encarga de impartir a sus auditores
no son verdades adquiridas, sino la idea de una investigación
libre". Así Michel Foucault abordaba su cátedra, como un
investigador: exploraciones para un libro futuro, desciframiento
de campos de problematización que solían formularse más
bien como una invitación lanzada a eventuales investigadores. Veinticinco años después de su muerte, nos llegan estas dos publicaciones. Una obra que comienza a construirse por un lado, las reflexiones de un hombre maduro y que se sigue cuestionando su labor, por el otro. El temprano estudio sobre Kant tiene toda la aridez que podía esperarse; podemos abrirnos paso en él gracias al estudio preliminar de Edgardo Castro, autor del Vocabulario de Michel Foucault (que será reeditado próximamente por la UNQ y Prometeo), y advertir así con claridad su importancia para lo que estaba por venir, la presencia visible de Nietzsche y la invisible de Heidegger. Foucault vislumbra ya una problemática que estaría en el centro de su obra y que él reveló en toda su complejidad: "La tensión que atraviesa todo el proyecto antropológico, esto es, la alternativa que debe enfrentar todo conocimiento acerca del hombre: ser un conocimiento empírico del hombre o un saber articulado en torno a la definición de su esencia". Con Edgardo Castro podríamos parafrasear entonces el prefacio de Las palabras y las cosas célebremente inspirado en "El idioma analítico de John Wilkins" de Jorge Luis Borges y a partir de ahora decir "esta obra nació de un texto de Kant". Michel Foucault, ese kantiano eminente. Por su parte,
el curso en el Collège de France continúa la publicación
ya realizada en el año 2002 de La hermenéutica del sujeto
(Fondo de Cultura Económica) correspondiente al ciclo anterior
1981-1982. El inicio de este curso de 1983 ya circulaba
con el título "¿Qué es la Ilustración?" que a esta altura
opera como una doble referencia, al artículo original de
Kant que lleva ese nombre y fue publicado en septiembre
de 1784 en la revista Berlinische Monatsschrift y a la lectura
de Foucault mismo. Allí Foucault concluye que Kant fue el
fundador de las dos grandes tradiciones críticas entre las
cuales se repartió la filosofía moderna. Por una parte,
Kant fundó esa tradición de la filosofía crítica que plantea
la cuestión de las condiciones en que es posible un conocimiento
verdadero. De algún modo, con su insistencia en las condiciones
de posibilidad de un conocimiento o un discurso, en una
lectura a vuelo de pájaro, Foucault mismo podría ser relacionado
con esta tradición, pero no: "Dentro de la misma filosofía
moderna y contemporánea hay otro tipo de cuestión, otro
modo de interrogación crítica... Esta otra tradición crítica
no plantea la cuestión de las condiciones en que es posible
un conocimiento verdadero; es una tradición que pregunta:
¿Qué es la actualidad? ¿Cuál es el campo actual de nuestras
experiencias? ¿Cuál es el campo actual de las experiencias
posibles? No se trata de una analítica de la verdad, se
trataría de lo que podríamos llamar una ontología del presente,
una ontología de la actualidad, una ontología de la modernidad,
una ontología de nosotros mismos."
Didier Eribon señala también los problemas de la recepción de la obra; un Foucault francés excesivamente apolítico para el gusto de sus críticos contra un Foucault norteamericano siempre en los extremos, ya sea el filósofo de la transgresión o el fogonero de la escuela del resentimiento como lo ha llamado Harold Bloom. ¿Qué hay del Foucault argentino? ¿Acaso hay otro filósofo más leído por aquí? Al menos es el más comprado porque no falta en una biblioteca que se precie de tal. Se puede fantasear con un Foucault analizando la Argentina. ¿Qué diría de nosotros? ¿Qué diría de nosotros un marciano? En una entrevista televisiva decía con humor que el escritor ideal de Las palabras y las cosas hubiera sido un marciano. ¿Qué diría Foucault de nuestra sociedad tan psicoanalizada y a la vez tan medicalizada? ¿Qué diría de una sociedad que oscila hacia uno y otro polo como si fueran respuestas muy distintas a un mismo interrogante? ¿Qué diría de una sociedad paralizada desde hace décadas que vive de su pasado, sea para condenarlo como abyecto o entronizarlo como edad de oro y donde todos los días de a cientos, de a miles, miles de miles, se tira en divanes a ensoñarse con una vida mejor que nunca llega? Tal vez Foucault
diría, al menos, que lo han tomado demasiado literalmente.
Cuando una y otra vez le preguntaban acerca de la muerte
del hombre y del autor – sus dos grandes crímenes – contestaba:
guárdense las lágrimas. Foucault no era un teórico en el
sentido tradicional, no tenía una teoría, una visión del
mundo para sí y para los otros que hubiera que imitar, que
se pudiera repetir como una fórmula. No tenía por ejemplo
una teoría sobre la sexualidad; solamente (¡solamente!)
había puesto en cuestión la supuesta naturalidad de teorías
sobre la sexualidad que circulan como sí nada, cuestionaba
el que vivamos en ellas sin saberlo, que las respiremos
como el aire. Una y otra vez decía también: ¡Lean mis libros!
Sus análisis en Historia de la locura y Vigilar y castigar
se detienen antes de la constitución de la psiquiatría tal
como es hoy en día, se detienen antes del nacimiento de
la prisión tal como hoy la vemos. Pero se los vio como desacreditación
en masa de ambas instituciones, se ideologizó libros sumamente
complejos. En una famosa y extensa entrevista publicada
en una revista italiana realizada en 1978 advierte sobre
el placer de muchos intelectuales por la "lucha ideológica".
Decía: "Las discusiones sobre temas políticos son parasitadas
por el modelo de la guerra: se identifica aquel con ideas
diferentes como un enemigo de clase contra el cual habría
que batirse hasta la victoria. El gran tema de la 'lucha
ideológica' me hace sonreír un poco, siendo que los lazos
teóricos de unos y otros, cuando se los mira históricamente,
son más vale confusos y fluctuantes y no tienen la nitidez
de una frontera fuera de la cual se podría acechar al enemigo...
Seguir la ruta de la guerra conduce directamente a la opresión,
ella misma es peligrosa".
La
fuerza del loco ¿Cómo se presenta
la instancia del poder disimétrico y no limitado que atraviesa
y anima el orden universal del asilo? Aquí tenemos cómo
se presenta en el texto de Fodéré, el Traité du délire,
que data de 1817: “Un hermoso físico, es decir, un físico
noble y varonil, es acaso una de las primeras condiciones
para tener éxito en nuestra profesión; es indispensable,
sobre todo, frente a los locos, para imponérseles. Cabellos
castaños o encanecidos por la edad, ojos vivaces, un continente
orgulloso, miembros y pecho demostrativos de fuerza y salud,
rasgos destacados, una voz fuerte y expresiva: tales son
las formas que, en general, surten un gran efecto sobre
individuos que se creen por encima de todos los demás. El
espíritu, sin duda, es el regulador del cuerpo; pero no
se lo advierte de inmediato y requiere las formas exteriores
para arrastrar a la multitud”. Pero ese poder
del médico, por supuesto, no es el único que se ejerce,
pues en el asilo, como en todas partes, el poder no es nunca
lo que alguien tiene y tampoco lo que emana de alguien.
El poder no pertenece ni a una persona ni, por lo demás,
a un grupo; sólo hay poder porque hay dispersión, relevos,
redes, apoyos recíprocos, diferencias de potencial, desfases,
etcétera. El poder puede empezar a funcionar en ese sistema
de diferencias, que será preciso analizar.
Campo de batalla Tenemos por
lo tanto este sistema de poder que funciona dentro del asilo
y tuerce el sistema reglamentario general, sistema de poder
asegurado por una multiplicidad, una dispersión, un sistema
de diferencias y jerarquías, pero más precisamente aún por
lo que podríamos llamar una disposición táctica en la cual
los distintos individuos ocupan un sitio determinado y cumplen
una serie de funciones específicas. Como ven, se trata de
un funcionamiento táctico del poder o, mejor, esa disposición
táctica permite el ejercicio del poder.
Noche de prueba En la psiquiatría
de la época vemos distinguirse con mucha claridad dos tipos
de intervenciones. Una que, durante el primer tercio del
siglo XIX, es objeto de una descalificación constante y
regular: la práctica propiamente médica o medicamentosa.
Y además constatamos, en contraste, el desarrollo de una
práctica que se denomina “tratamiento moral”, definido en
primer lugar por los ingleses, esencialmente por Haslan,
y muy pronto adoptada en Francia. Ultimo punto:
cuando esa verdad se ha alcanzado de tal modo, pero por
conducto de la confesión y no a través de un saber médico
reconstituido, en el momento concreto de la confesión, se
efectúa, se cumple y se sella el proceso de curación. Le Monde, N° 9885, 5 de noviembre de 1976 Un inglés, que no ha dejado su nombre, escribió a finales del siglo XIX una inmensa obra que fue impresa en una docena de ejemplares; jamas fue puesta a la venta y terminó cayendo en manos de algunos coleccionistas o en algunas raras bibliotecas. Es uno de los libros más desconocidos, se llama My secret life. El autor hace allí el meticuloso relato de una vida a la que él había consagrado al placer sexual. Noche tras noche, días tras día, cuenta hasta sus menores experiencias, sin fausto, sin retórica, con la única preocupación de decir que pasó, cómo, según qué intensidad y con qué cualidad de sensación. ¿Con esa única preocupación? Quizás. Porque de esta tarea de escribir lo cotidiano de su placer habla frecuentemente como de una sorda obligación, un poco enigmática, a la cual él no sabría rehusar someterse: es necesario decirlo todo. Y sin embargo hay otra cosa; para este Inglés testarudo en este ‘juego-trabajo’ se trata de combinar en su justo término el uno con el otro, el discurso verdadero sobre el placer y el placer propio del enunciado de esta verdad; se trata de utilizar este diario –ya sea que él lo releyera en voz alta, o que lo escribiese a medida- de los desarrollos de nuevas experiencias sexuales, según las reglas de ciertos placeres extraños donde ‘leer y escribir’ tendrían un rol específico. Steven Marcus consagró a este obscuro contemporáneo de la reina Victoria algunas páginas remarcables. Por mi parte no estoy tentado en ver en él un personaje de las sombras, ubicado del ‘otro lado’ en una época de mogigatería. ¿Es una revancha discreta y risueña sobre la mogigatería de la época? Sobre todo me parece situado en el punto de convergencia de tres líneas de evolución muy poco secretas en nuestra sociedad. La más reciente es la que dirigía la medicina y la psiquiatría de la época hacia un interés quasi entomológico por las prácticas sexuales, sus variantes y su disparate: Kraft-Ebing no está lejos. La segunda, más antigua es la que desde Rétif y Sade, ha inclinado a la literatura erótica a buscar sus efectos no solamente en la vivacidad o rareza de las escenas que imaginaba sino en la búsqueda encarnizada de una cierta verdad del placer: una erótica de la verdad, una relación de la verdad a la intensidad son característicos de este nuevo ‘libertinaje’ inaugurado al fin del siglo XVIII. La tercera línea es la más antigua; ella ha atravesado desde la Edad Media todo el Occidente cristiano: es la obligación estricta para cada uno de ir a buscar en el fondo de su corazón, por la penitencia o el examen de consciencia, las huellas incluso imperceptibles de la concuspicencia. La quasi clandestinidad de My secret life no debe hacer ilusión, la relación del discurso verdadero con el placer del sexo ha sido una de las preocupaciones más constantes de las sociedades occidentales. Y esto desde hace siglos. ¿Qué no se ha dicho sobre esta sociedad burguesa, hipócrita, mogigata, avara con sus placeres, testaruda en no querer ni reconocerlos ni nombrarlos? ¿Qué es lo que no se ha dicho sobre la más pesada herencia que ella habría recibido del cristianismo – el sexo-el pecado? ¿Y sobre la manera en la que el siglo XIX ha utilizado esta herencia con fines económicos: el trabajo antes que el placer, la reproducción de las fuerzas antes que el puro dispensar las energías? ¿Y no estaba aquí lo esencial? ¿Y si hubiese, en el centro de la ‘política del sexo’, engranajes muy diferentes? ¿No de rechazo u ocultación sino de incitación? ¿Y si el poder no tuviese por función esencial decir no, prohibir y censurar sino ligar según una espiral indefinida, la coerción, el placer y la verdad? Imaginemos solamente el celo con el que nuestras sociedades han multiplicado desde hace siglos hasta ahora, las instituciones destinadas a extraer la verdad del sexo y que por esto mismo producen un placer específico. Pensemos en la enorme obligación de confesión y en todos los placeres ambiguos que, a la vez, la perturban y la vuelven deseable: confesión, educación, relaciones entre padres e hijos, médicos y enfermos, psiquiatras e histéricas, psicoanalistas y pacientes. Algunas veces se dice que Occidente no ha sido jamás capaz de inventar ni un sólo tipo de placer nuevo. ¿No cuenta para nada la voluptuosidad de escrutar, extraer, interpetar, brevemente el ‘placer de análisis’ en el sentido más amplio del término? Antes que una sociedad dedicada a la represión del sexo, yo verría a la nuestra como dedicada a su ‘expresión’. Permitaseme esta palabra desvalorizada. Yo más bien verría a Occidente encarnizado en arrancar la verdad del sexo. Los silencios, los impedimentos, los hurtamientos no deben ser subestimados pero no han podido formarse y producirse en sus dudosos efectos más que sobre el fondo de una voluntad de saber que atraviesa toda nuestra relación al sexo. Voluntad de saber en este punto imperiosa y en la cual estamos tan involucrados que hemos llegado no sólo a buscar la verdad del sexo sino a demandarle nuestra propia verdad. A ella le tocaría decir lo que somos. De Gerson a Freud se ha edificado toda una lógica del sexo que ha organizado la ciencia del sujeto. Nos imaginamos gustosamente pertenecer a un régimen ‘victoriano’. Me parece que nuestro reino es más bien el que imaginó Diderot en Les bijoux indiscrets: un cierto mecanismo difícilmente visible que hace hablar al sexo en un parloteo casi interminable. Estamos en una sociedad del sexo que habla. Así quizas es preciso interrogar a una sociedad sobre la manera en la cual se organizan en ella las relaciones del poder, la verdad y el placer. Me parece que se pueden distinguir dos régimenes principales. Uno es el de el arte erótico. Allí la verdad es extraída del placer mismo, recogido como experiencia, analizado según su cualidad, seguido a lo largo de sus reverberaciones en el cuerpo y en el alma, y ese saber quintaesenciado es, bajo el sello del secreto, transmitido por iniciación magistral a aquellos que se han mostrado dignos y que sabrán hacer uso al nivel del placer mismo, para intensificarlo y volverlo más agudo y más acabado. La civilización occidental, en todo caso desde hace siglos, casi no ha conocido arte erótica, ella ha anudado las relaciones del poder, del placer y de la verdad totalmente sobre otro modo: el de una ‘ciencia del sexo’. Tipo de saber donde lo que es analizado es menos el placer que el deseo; donde el maestro amo maître no tiene por función iniciar sino interrogar, escuchar, descifrar, donde ese largo proceso no tiene como fin un mejoramiento del placer sino una modificación del sujeto (que por esta vía se encuentra o perdonado o reconciliado, curado o liberado). De este arte a esta ciencia, las relaciones son demasiado numerosas como para que se pueda hacer de eso una línea de partición de aguas entre dos tipos de sociedad. Ya se trate de la dirección de consciencia o de la cura psicoanalítica, el saber del sexo lleva consigo imperativos de secreto, una cierta relación al maestro y todo un juego de promesas que lo emparentan entonces con el arte erótico.¿Creeríamos que sin esas obscuras relaciones algunos pagarían tan caro el derecho de formular laboriosamente dos veces semanales la verdad de su deseo y esperar con toda paciencia el beneficio de la interpretación? Mi proyecto sería hacer la genealogía de esta ‘ciencia del sexo’. Empresa que no es una novedad, lo sé, muchos la emprenden hoy mostrando cuantos rehusamientos, ocultaciones, temores, desconocimientos sistemáticos han tenido largo tiempo bajo tutela todo un saber eventual del sexo. Pero no quisiera intentar esta genealogía en términos positivos, a partir de las incitaciones de mecanismos, técnicas y procedimientos que han permitido la formación de ese saber, quisiera seguir desde el problema cristiano de la carne, todos los mecaniue han inducido sobre el sexo, un discurso de verdad y organizado alrededor de él un régimen que mixtura placer y poder. En la imposibilidad de seguir globalmente esta génesis, intentaré, en estudios distintos, destacar algunas de sus estrategias más importantes, a propósito de los niños, las mujeres, las perversiones y la regulación de los nacimientos. La cuestión que uno tradicionalmente se plantea es: entonces ¿por qué Occidente ha culpabilizado tanto tiempo al sexo, y cómo sobre el fondo de ese rehusamiento o de cierto temor se ha llegado a plantear, a través de muchas reticencias, la cuestión de la verdad? ¿Por qué y cómo desde el fin del siglo XIX se ha intentado levantar una parte del gran secreto, y esto con una dificultad de la que incluso el coraje de Freud es testimonio? Quisiera plantear totalmente otra interrogación: ¿por qué el Occidente se ha interrogado continuamente sobre la verdad del sexo y exigido que cada uno la formule sobre sí? ¿Por qué se ha querido con tanta obstinación que nuestra relación a nosotros mismos pase por esta verdad? Es preciso entonces asombrarse que hacia el comienzo del siglo XX hayamos estado tomados por una gran y nueva culpabilidad, que hemos comenzado a experimentar una especie de remordimiento histórico que nos ha hecho creer que desde hacía siglos estábamos en falta respecto al sexo. Me parece que en esta nueva culpabilización, de la que parecemos tan gustosos, lo que es sistemáticamente desconocido es justamente esta gran configuración de saber que Occidente no ha cesado de organizar alrededor del sexo, a través de técnicas religiosas, médicas o sociales. Supongo que me conceden este punto. Pero asimismo me dirán: ¿“Ese gran trabajo de pulido alrededor del sexo, esa preocupación constante, no ha tenido al menos hasta el siglo XIX más que un objetivo: interdictar el libre uso del sexo.’? Ciertamente el rol de las interdicciones ha sido importante. Pero el sexo ¿está de entrada y ante todo interdicto? ¿O bien las interdicciones no son más que trampas en el interior de una estrategia compleja y positiva? Uno toca aquí un problema más general al que sería necesario tratar muy en contrapunto con esta historia de la sexualidad, el problema del poder. De una manera espontánea, cuando se habla del poder se lo concibe como ley, como interdicción, como prohibición y represión; y nos encontramos muy desarmados cuando se trata de seguirlo en sus mecanismos y sus efectos positivos. Un cierto modelo jurídico pesa sobre los análisis del poder, dando un privilegio absoluto a la forma de la ley. Sería preciso escribir una historia de la sexualidad que no esté ordenada por la idea de un poder-represión, de un poder-censura, sino por la idea de un poder-incitación, un poder-saber, sería preciso intentar desprender el régimen de la cohersión, el placer y el discurso que es no inhibidor sino constitutivo, de ese dominio complejo que es la sexualidad. Desearía que esta historia fragmentaria de la ‘ciencia del sexo’ pudiese valer igualmente como el esbozo de una analítica del poder. [Traducción: Adrián Ortiz, Buenos Aires, 1999] [Entrevista con R. de Ceccaty, J. Danet y Jean Le Bitoux, Rev. Gai Pied, N° 25, abril de 1981; versión español y francés] -Usted tiene 50 años. Es un lector del períodico, éste existe desde hace dos años. Para usted ¿es algo positivo el conjunto de estos discursos? -Que el períodico exista, es algo positivo e importante. Lo que podría demandarle a vuestro períodico es que leyéndolo yo no tenga que plantearme la cuestión de mi edad. Ahora bien, la lectura me fuerza a plantearmela, y no me sentí contento de la manera en que fui llevado a ello. Muy simplemente no tenía lugar allí. -Quizas es el problema del tipo de edad de los que colaboran y de los que lo leen, una mayoría de entre veinticinco y treinta y cinco años. - Seguro. Más está escrito por jóvenes, más concierne a los jóvenes. Pero el problema no consiste en hacer lugar a una clase de edad en lugar de otra, sino saber lo que se puede hacer por relación a la cuasi-identificación de la homosexualidad con el amor entre jóvenes. Otra cosa de la cual desconfiar, es de la tendencia a llevar la cuestión de la homosexualidad hacia el problema: "¿Quién soy yo? ¿Cuál es el secreto de mi deseo?" Quizás valdría más preguntarse: "¿Qué relaciones pueden ser establecidas, inventadas, multiplicadas, moduladas a través de la homosexualidad?" El problema no es descubrir en sí la verdad de su sexo, sino más bien usar de allí en más su sexualidad para arribar a una multiplicidad de relaciones. Y es esto sin duda la verdadera razón por la cual la homosexualidad no es una forma de deseo sino algo deseable. Nosotros tenemos que esforzarnos en devenir homosexuales y no obstinarnos en reconocer que lo somos. Los desarrollos de la homosexualidad van hacia el problema de la amistad. -¿Lo pensó usted a los veinte años o lo descubrió en el curso de los años? -Tan lejos como me acuerdo, tener ganas de hombres era tener ganas de relaciones con hombres. Eso ha sido para mí siempre algo importante. No forzosamente bajo la forma de la pareja sino como una cuestión de existencia: ¿cómo es posible para los hombres estar juntos? ¿Vivir juntos, compartir sus tiempos, sus comidas, sus habitaciones, sus libertades, sus penas, su saber, sus confidencias? ¿Qué es eso de estar entre hombres 'al desnudo', fuera de las relaciones institucionales, de familia, de profesión, de camaradería obligada? Es un deseo, una inquietud que existe en mucha gente. - ¿Se puede decir que la relación al deseo, al placer y a la relación que uno puede tener sea dependiente de su edad? - Sí, muy profundamente. Entre un hombre y una mujer más joven, la institución facilita las diferencias de edad, las acepta y la hace funcionar. Dos hombres de edad notablemente diferente, ¿qué código tendrían para comunicarse? Están uno frente a otro sin armas, sin palabras convenidas, sin nada que los asegure sobre el sentido del movimiento que los lleva a uno hacia el otro. Tienen que inventar desde la A a la Z una relación aún sin forma que es la amistad: es decir la suma de todas las cosas a través de las cuáles uno y otro pueden darse placer. Es una de las concesiones que se les hace a los otros el no presentar la homosexualitdad sino bajo la forma de un placer inmediato, el de dos jóvenes que se encuentran en la calle, se seducen con una mirada, se ponen una mano en la grupa sintiendo un placer intenso un cuarto de hora. Se tiene aquí una especie de imagen límpida de la homosexualidad que pierde toda virtualidad inquietante por dos razones: ella responde a un canon asegurador de la belleza y anula la camaradería, el compañerismo, a los cuáles una sociedad un poco ruinosa no puede dar lugar sin temer que se formen alianzas, que se anuden líneas de fuerza imprevistas. Pienso que es esto lo que vuelve 'perturbante' a la homosexualidad, el modo de vida homosexual mucho más que el acto sexual mismo. Imaginar un acto sexual que no es conforme a la ley o a la naturaleza, no es eso lo que inquieta a la gente. Sino que los individuos comiencen a amarse, he ahí el problema. La institución es tomada a contrapie, las intensidades afectivas la atraviesan, a la vez ellas la sostienen y la perturban. Miren al ejército, allí el amor entre hombres es apelado y honrado sin cesar. Los códigos institucionales no pueden validar estas relaciones en las intensidades múltiples, los colores variables, los movimientos imperceptibles, las formas que cambian. Estas relaciones hacen cortocircuito e introducen el amor allí donde debería haber ley, regla o hábito. -Usted dice siempre: "Más que llorar por placeres desflecados me interesa lo que podemos hacer de nosotros mismos." ¿Podría precisar? -El ascetismo como renuncia al placer tiene mala reputación. Pero la askesis es otra cosa. Es el trabajo que uno hace sobre sí para transformarse o para hacer aparecer ese de sí que felizmente no se alcanza jamás. ¿No sería éste nuestro problema hoy? Al ascetismo se le ha dado vacaciones. Es cuestión nuestra avanzar sobre una askesis homosexual que nos haría trabajar sobre nosotros mismos e inventar, no digo descubrir, una manera de ser aún improbable. -¿Esto quiere decir que un joven homosexual debería ser muy prudente por relación a la imaginería homosexual y trabajar sobre otra cosa? -Sobre lo que debemos trabajar, me parece, no es tanto en liberar nuestros deseos, como en volvernos a nosotros mismos más susceptibles de placeres. Es preciso y es preciso hacer escapar a las dos fórmulas completamente hechas sobre el puro encuentro sexual y la fusión amorosa de las identidades. -¿Es que uno puede ver las premisas de construcciones relacionales fuertes en los Estados Unidos, en todo caso en las ciudades donde el problema de la miseria sexual parece reglada? -Lo que me parece cierto es que en los Estados Unidos, incluso existiendo aún el fondo de miseria sexual, el interés por la amistad se ha vuelto muy importante. No se entra simplemente en relación para poder llegar a la consumación sexual, lo que se hace muy fácilmente, sino que aquello hacia lo que la gente es polarizada es hacia la amistad. ¿Cómo arribar, a través de las prácticas sexuales, a un sistema relacional? ¿Es que es posible crear un modo de vida homosexual? Esta noción de modo de vida me parece importante. ¿No habría que introducir otra diversificación que la debida a las clases sociales, a las diferencias de profesión, a los niveles culturales, una diversificación que sería también una forma de relación, y que sería el 'modo de vida'? Un modo de vida puede compartirse entre individuos de edad, status, actividad social diferentes. Puede dar lugar a relaciones intensas que no se asemejen a ninguna de las que están institucionalizadas y me parece que un modo de vida puede dar lugar a una cultura y a una ética. Ser gay es, creo, no identificarse a los rasgos psicológicos y a las máscaras visibles del homosexual, sino buscar definir y desarrollar un modo de vida. -¿No es una mitologia decir: 'Henos aquí quizas, en los prolegómenos de una socialización entre los seres que es inter-clases, inter-edades, inter-naciones'? - Sí, un gran mito como decir: no habrá más diferencia entre la homosexualidad y la heterosexuallidad. Por otra parte pienso que es una de las razones por las cuales la homosexualidad actualmente hace problema. Ahora bien respecto a la afirmación de que ser homosexual es ser un hombre y que uno ama, esta búsqueda de un modo de vida va al encuentro de esta ideología de los movimientos de liberación sexual de los años sesenta. Es en ese sentido que los mostachos tienen una significación. Es un modo de responder: 'No teman, más uno se liberará, menos se amará a las mujeres, menos uno se hundirá en esta polisexualidad donde no hay más diferencia entre unos y otros.' Y no se trata del todo de la idea de una gran fusión comunitaria. La homosexualidad es una ocasión histórica de reabrir virtualidades relacionales y afectivas, no tanto por las cualidades intrínsecas del homosexual como por la posición de éste: 'en offside', de alguna manera son las líneas diagonales que él puede trazar en el tejido social las que permiten hacer aparecer estas virtualidades. -Las mujeres podrán objetar: '¿Qué es lo que los hombres ganan entre ellos por relación a las relaciones posibles entre un hombre y una mujer, o entre dos mujeres?' -Hay un libro que viene de aparecer en los Estados Unidos sobre las amistades entre mujeres (Faderman, L., 'Surpassing the Love of Men', New York, William Morrow, 1980). Está muy bien documentado a partir de testimonios de relaciones de afección y pasión entre mujeres. En el Prefacio, el autor dice que ella había partido de la idea de detectar las relaciones homosexuales y se dio cuenta que esas relaciones no solamente no estaban siempre presentes sino que no era interesante saber si se podía llamar a esto homosexualidad o no. Y que, dejando a la relación desplegarse tal como ella aparece en las palabras y en los gestos, aparecían otras cosas muy esenciales: amores, afecciones densas, maravillosas, soleadas o bien muy tristes, muy negras. Este libro muestra asimismo hasta qué punto el cuerpo de la mujer ha jugado un gran rol y los contactos entre los cuerpos femeninos: una mujer peina a otra mujer, ella se deja maquillar, vestirse. Las mujeres tenían derecho al cuerpo de otras mujeres, tenerse del talle, abrazarse. El cuerpo del hombre estaba interdicto al hombre de manera mucho más drástica. Si es verdad que la vida entre mujeres estaba tolerada, ello solo lo era en ciertos períodos y desde el siglo XIX que la vida entre hombres no solamente fue tolerada, sino rigurosamente obligatoria, simplemente que ello tuvo lugar durante las guerras. Igualmente en los campos de prisioneros. Había soldados, jóvenes oficiales que pasaron allí meses, años juntos. Durante la guerra del 14, los hombres vivían completamente juntos unos con los otros, y ello no era en absoluto en la medida en que la muerte estaba allí; y donde finalmente la devoción de uno por el otro, el servicio brindado era sancionado por un juego de vida y muerte. Fuera de algunas frases sobre la camaradería, la fraternidad del alma, de algunos testimonios muy parciales, ¿qué se sabe de estos tornados afectivos, tempestades del corazón que pudo haber allí en esos momentos? Y uno se puede preguntar qué ha hecho que en esas guerras absurdas, grotescas, esas masacres infernales, las gentes a pesar de todo se hayan sostenido. Sin duda por un tejido afectivo. No quiero decir que fuese porque ellos estaban enamorados unos de otros que continuaban combatiendo. Pero el honor, el coraje, el no perder la dignidad, el sacrificio, salir de la trinchera con el compañero, delante del compañero, esto implicaba una trama afectiva muy intensa. Esto no quiere decir: 'Ah, he ahí la homosexualidad!' Detesto ese tipo de razonamiento. Pero sin duda se tienen ahí las condiciones, no la única, que ha permitido esta vida infernal en que los tipos, durante semanas, chapoteasen en el barro, entre los cadáveres, la mierda, reventasen de hambre, y estuviesen borrachos la mañana del asalto. En fin, yo quisiera decir que algo reflexionado y voluntario como una publicación debería volver posible una cultura homosexual, es decir, posibilitar los instrumentos para relaciones polimorfas, variadas, individualmente moduladas. Pero la idea de un programa y proposiciones es peligrosa. Desde que se presenta un programa, se convierte en ley, se constituye en una interdicción para inventar. Debería haber una inventiva propia de una situación como la nuestra y que estas ganas, los americanos hablan de coming out, puedan manifestarse. El lugar del programa debe estar vacío. Es preciso cavar para mostrar cómo las cosas han sido históricamente contingentes, por tal o cual razón inteligible pero no necesaria. Es preciso hacer aparecer lo inteligible sobre el fondo de vacuidad y negar una necesidad, y pensar que lo que existe está lejos de llenar todos los espacios posibles. Hacer un verdadero desafio no evitable de la cuestión: ¿a qué se puede jugar y cómo inventar un juego? -Gracias, Michel Foucault. [Entretien avec R. de Ceccaty, J. Danet et Jean Le Bitoux, Gai Pied, N° 25, avril 1981] -Vous êtes quinquagénaire. Vous êtes lecteur du journal, il existe depuis deux ans. Est-ce que pour vous l'ensemble de ses discours est une chose positive? - Que le journal existe, c'est quelque chose de positif et d'important. À votre journal, ce que je pouvais demander, c'est que je n'aie pas en le lisant à me poser la question de mon âge. Or la lecture me force à me la poser; et je n'ai pas été très content de la manière dont j'ai été amené à le faire. Tout simplement je n'y avais pas de place. - Peut-être est-ce le problème de la classe d'âge de ceux qui collaborent et de ceux qui le lisent: une majorité entre vingt-cinq et trente-cinq ans. - Bien sûr. Plus il est écrit par des gens jeunes, plus il concerne des gens jeunes. Mais le problème n'est pas de faire place à une clase d'âge à côté d'une autre, mais de savoir ce qu'on peut faire par rapport à la quasi-identification de l'homosexualité et de l'amour entre jeunes. Autre chose dont il faut se défier, c'est la tendance à ramener la question de l'homosexualité au problème du "Qui suis-je? Quel est le secret de mon désir?" Peut-être vaudrait-il se demander: "Quelles relations peuvent être, à travers l'homosexualité, établies, inventées, multipliées, modulées?" Le problème n'est pas de découvrir en soi la verité de son sexe, mais c'est plutôt d'user désormais de sa sexualité pour arriver à des multiplicités de relations. Et c'est sans doute là la vraie raison pour laquelle l'homosexualité n'est pas une forme de désir mais quelque chose de désirable. Nous avons donc à nous acharner à devenir homosexuels et non pas à nous obstiner à reconnaître que nous le sommes. Ce vers quoi vont les développements du problème de l'homosexualité, c'est le problème de l'amitié. - Le pensiez-vous à veint ans, ou l'avez vous découvert au fil des années? - Aussi loin que je me souvienne, avoir envie de garcons, c'était avoir envie de relations avec des garçons. Ça a été pour moi toujours quelque chose d'important. Non pas forcément sous la forme du couple, mais comme une question d'existence: comment est-il possible pour des hommes d'être ensemble? de vivre ensemble de partager leur temps, leurs repas, leur chambre, leurs loisirs, leurs chagrins, leur savoir, leurs confidences? Qu'est que c'est que ça, être entre hommes, "à nu" hors de relations institutionnelles, de famille, de profession, de camaraderie obligée? C'est un désir, une inquiétude qui existe chez beaucoup de gens. - Est-ce qu'on peut dire que le rapport au désir et au plaisir, et à la relation qu'on peut avoir, soit dépendant de son âge? - Oui, très profondément. Entre un homme et une femme plus jeune, l'institution facilite les differences d'âge; elle l'accepte et la fait fonctionner. Deux hommes d'âge notablement different, quel code auront-ils pour communiquer? Ils sont l'un en face de l'autre sans arme, sans mots convenus, sans rien qui les rassure sur le sens du mouvement qui les porte l'un vers l'autre. Ils sont à inventer A à Z une relation encore sans forme, et qui est l'amitié: c'est-à-dire la somme de toutes les choses à travers lesquelles,l'un à l'autre, on peut se faire plaisir. C'est l'une des concessions que l'on fait aux autres que de ne présenter l'homosexualité que sous la forme d'un plaisir immédiat, de deux jeunes garçons se rencontrant dans la rue, se séduisant d'un regard, se mettant la main aux fesses et s'envoyant en l'air dans le quart d'heure. On a là une espèce d'image proprette de l'homosexualité, qui perd toute virtualité d'inquiétude pour deux raisons: elle répond à un canon rassurant de la beauté, et elle annule tout ce qu'il peut y avoir d'inquiétant dans l'affection, la tendresse, l'amitié, la fidélité, la camaraderie, le compagnonnage, auquels une société un peu ratissée ne peut pas donner de place sans craindre que ne se forment des alliances, que ne se nouent des lignes de force imprévues. Je pense que c'est cela qui rend "troublante" l'homosexualité: le mode de vie homosexuel beaucoup plus que l'acte sexuel lui-même. Imaginer un acte sexuel qui n'est pas conforme à la loi ou à la nature, ce n'est pas ça qu'inquiéte les gens. Mais que des individus commencent à s'aimer, voilà le problème. L'institution est prise à contre-pied; des intensités affectives la traversent, à la fois elles la font tenir et la perturbent: regardez l'armée, l'amour entre hommes y est sans cesse appelé et honni. Les codes institutionnels ne peuvent valider ces relations aux intensités multiples, aux couleurs variables, aux mouvement imperceptibles, aux formes qui changent. Ces relations qui font court-circuit et qui introduisent l'amour là où il devrait y avoir la loi, la règle ou l'habitude. - Vous disiez tout a l'heure: "Plutôt que de pleurer sur des plaisirs fanés m'intéresse ce que nous pouvons faire de nous-mêmes." Pourriez-vous préciser? - L'ascetisme comme renonciation au plaisir a mauvaise réputation. Mais l'ascèse est autre chose: c'est le travail que l'on fait soi-même sur soi-même pour se transformer ou pour faire apparaître ce soi qu'heureusement on n'atteint jamais. Est-ce que ce ne serait pas ça notre problème aujourd'hui? Congé a éte donné à l'ascétisme. À nous d'avancer dans une ascèse homosexuelle qui nous ferait travailler sur nous-mêmes et inventer, je ne dis pas découvrir une manière d'être encore improbable. - Cela veut-il dire qu'un garçon homosexual devrait être très prudent par rapport à imagerie homosexuelle et travailler à autre chose? - Ce à quoi nous devons travailler, me semble-t-il, ce n'est pas tellement à liberer nos désirs, mais à nous rendre nous-mêmes infiniment plus susceptibles de plaisirs. Il faut et il faut faire échapper aux deux formules toutes faites de la pure rencontre sexuelle et de la fusion amoureuse des identités. - Est-ce qu'on peut voir des prémices de constructions relationnelles fortes aux États-Unis, en tout cas dans les villes où le problème de la misère sexuelle semble réglé? - Ce qui me paraît certain, c'est qu'aux États-Unis, même si le fond de misère sexuelle existe encore,l'intérêt pour l'amitié est devenu très important: on n'entre pas simplement en relation pour pouvoir arriver jusqu'à la consommation sexuelle, qui se fait très facilement, mais ce vers quoi les gens sont polarisés, c'est l'amitié. Commet arriver, à travers les pratiques sexuelles, à un système relationnel? Est-ce qu'il est possible de créer un mode de vie homosexuelle? Cette notion de mode de vie me paraît importante. Est-ce qu'il n'y aurait pas à introduire une diversification autre que celle qui est due aux classes sociales, aux differences de proffesion, aux niveaux culturels, une diversification qui serait aussi une forme de relation, et qui serait le "mode de vie"? Un mode de vie peut se partager entre des individus d'âge, de statut, d'activité sociale différents. Il peut donner lieu à des relations intenses qui ne ressemblent à aucune de celles qui sont institutionnalisées et il me semble qu'un mode de vie peut donner lieu à une culture, et à une éthique. Être gay c'est, je crois, non pas s'identifier aux traits psychologiques et aux masques visibles de l'homosexuel, mais chercher à définir et à développer un mode de vie. - N'est pas une mythologie que de dire: "Nous voilà peut-être dans les prémices d'une socialisation entre des êtres qui est inter-classes, inter-âges, inter-nations"? - Oui, grand mythe que celui de dire: il n'y aura plus de différence entre l'homosexualité et l'heterosexualité. Je pense d'ailleurs que c'est l'une des raisons pour les quelles l'homosexualité fait problème actuellement. Or la affirmation qu'être homosexuel, c'est être un homme et qu'on s'aime, cette recherche d'un mode de vie va à l'encontre de cette idéologie des mouvements de liberation sexuelle des années soixante. C'est en ce sens-là que les < clones > moustachus ont une signification. C'est une façon de repondre : < Ne craignez rien, plus on sera liberés, moins on aimera les femmes, moins on se fondra dans cette polysexualité où il n'y a plus de différence entre les uns et les autres. > Et ce n'est pas du tout l'idée d'une grande fusion communautaire. L'homosexualité est une occasion historique de rouvrir des virtualités relationnelles et affectives, non pas tellement par les qualités intrinséques de l'homosexuel, mais parce que la position de celui-ci " en biais ", en quelque sorte, les lignes diagonales qu'il peut tracer dans le tissu social permettent de faire apparaître ces virtualités. - Les femmes pourrons objecter: "Qu'est-ce que les hommes entre eux y gagnent par rapport aux relations possibles entre un homme et une femme, ou un rapport entre deux femmes - Il y a un livre qui vient de paraître aux États-Unis sur les amitiés entre femmes( Faderman (L.), Surpassing the Love of Men, New York,, William Morrow, 1980.). Il est très bien documenté à partir de témoinages de relations d'affection et de passion entre femmes. Dans la préface, l'auteur dit quelle était partie de l'idée de détecter des rélations homosexuelles et elle s'est aperçue non seulement que ces relations n'étaient pas toujours presentes mais que c'était inintéressant de savoir si on pouvait appeler cela homosexualité ou non. Et que, en laissant la relation se déployer telle quelle apparaît dans les mots et les gestes, apparaissent d'autres choses très essentielles: des amours, des affections denses, merveilleuses, ensoleillées ou bien très tristes, très noires. Ce livre montre aussi à quel point le corps de la femme a joué un grand rôle, et les contacts entre les corps féminins: une femme coiffe une autre femme, elle l'aide à se farder, à s'habiller. Les femmes avaient droit au corps des autres femmes: se tenir par la taille, s'embrasser. Le corps de l'homme était interdit à l'homme, de façon plus drastique. S'il est vrai que la vie entre femmes était tolerée, c'est seulement dans certaines périodes et depuis le xix siècle que la vie entre hommes non seulement fut tolérée, mais rigoureusement obligatoire : tout simplement pendant les guerres. Egalement dans les camps de prisionniers. Vous aviez des soldats, des jeunes officiers qui ont passé là des mois, des années ensemble. Pendant la guerre de 14, les hommes vivaient complétement ensemble, les uns sur les autres, et, pour eux, ce n'était pas rien du tout dans la mesure où la mort était là et où finalement le devouement de l'un à l'autre, le service rendu étaient sanctionnés par un jeu de la vie et de la mort. En dehors de quelques propos sur la camaraderie, la fraternité d'âme, de quelques témoignages trés parcellaires, que sait-on de ces tornades affectives, des tempêtes de coeur qu'il y a pu y avoir dans ces moments-là? Et on peut se demander ce qui a fait que dans ces guerres absurdes, grotesques, ces masacres infernaux, les gens ont malgré tout tenu. Par un tissu affectif sans doute. Je ne veux pas dire que c'était parce qu'ils étaient amoureux les uns des autres qu'ils continuaient à se battre. Mais l'honneur, le courage, ne pas perdre la face, le sacrifice, sortir de la tranchée avec le copain, devant le copain, cela impliquait une trame affective très intense. Ce n'est pas pour dire: "Ah, voilà l'homosexualité!" Je deteste ce genre de raisonnement. Mais on a sans doute là une des conditons, pas la seule, qui a permis cette vie infernale où des types, pendant des semaines, pataugeaient dans la boue, les cadavres, la merde, crevaient de faim, étaient soûlés le matin à l'assaut. Je voudrais dire enfin que quelque chose de réfléchi et de volontaire comme une publication devrait rendre possible une culture homosexuelle, c'est-à-dire des instruments pour des relations polymorphes, variées, individuellement modulées. Mais l'idée d'un programme et de propositions est dangereuse. Dès qu'un programme se présente, il fait loi, c'est une interdiction d'inventer. Il devrait y avoir une inventivité propre à une situation comme la nôtre et à cette envie que les Américains appelent coming out, c'est-à-dire se manifester. Le programme doit être vide. Il faut creuser pour montrer comment les choses ont été historiquement contingentes, pour telle ou telle raison intelligible mais non nécessaire. Il faut faire apparaître l'intelligible sur le fond de vacuité et nier une nécessité, et penser que ce qui existe est loin de remplir tous les espaces possibles. Faire un vrai défi incontournable de la question: à quoi peut-on jouer et comment inventer un jeu? - Merci, Michel Foucault.
Entrevista
Michel Foucault por Gilles Deleuze.
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