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Oscar Conde - Lunfardo y cocoliche (conferencia 2009)
 

Evolución del idioma: Un hallazgo de la Academia Argentina de Letras. Estaba escrito a mano y será publicado

Un diccionario revela cómo era el lenguaje común de los argentinos del siglo XIX. Muchos de los vocablos tienen plena vigencia hoy. Y hay muchas curiosidades, como la que revela que la tan porteña palabra "che" es de origen araucano.

Por Patricio Downes

Una "tracalada" de "voces patrias", algunas "guarangas" otras que parecen "bolazos", hicieron "gambetas" y pidieron "cancha" a los académicos argentinos de hace 130 años que, sin rogar "changüí" a la Real Academia Española, solucionaron el "matete" e hicieron el inédito primer diccionario de argentinismos. El texto fue rescatado de un mar de papeles viejos por Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras.

Las anécdotas de quienes recopilaron términos tan añejos —algunos siguen en el habla popular hasta hoy— también son sabrosas. Corría el año 1873 y un mucamo gallego cebaba mate a una heterogénea tertulia de científicos, artistas plásticos, juristas, poetas, ensayistas, historiadores y médicos, reunida en el tercer piso de Tacuarí 17, en Buenos Aires. Allí vivía el poeta Rafael Obligado y durante varios años, la cita se cumplió religiosamente, cada sábado por la tarde. La curiosa ceremonia celebrada en ese salón al que Obligado llamaba "Himalaya" terminaba con un asado a medianoche y para reconstruirla Barcia urgó en textos de la época.

De aquel cenáculo de intelectuales, y seguramente del bien regado asado posterior, salió el primer diccionario de argentinismos, inédito hasta hoy, descubierto por Barcia y sus colaboradores entre viejos papeles guardados en la casona de Palermo donde funciona la Academia. "Se trata del primer tomo, que contiene 1.266 vocablos, y el noventa por ciento de ellos continúa vigente. Los mayores de 65 años manejarán todavía piruja (mujer de baja esfera), chirusa (mujer vulgar), cuchi (cerdo), chancleta (mujer) y paquete (elegante); los mayores de 40 años, agrandado, agarrada (pelea), amuchar, bolacear", comentó Barcia a Clarín.

"Voces pátrias" (sic) es el título escrito a mano en la tapa del primer tomo del diccionario de argentinismos confeccionado por la Academia Argentina de Ciencias, Letras y Bellas Artes, que funcionó entre 1873 y 1879. Hasta que se hizo este diccionario, sólo existían vocabularios o glosarios personales, como los realizados por Juan María Gutiérrez y Francisco Muñiz. Barcia recordó que fue el primer diccionario de argentinismos realizado por una corporación y el único en su tipo hasta que la Academia Argentina de Letras editó el suyo en 2003.

A un año de empezar el trabajo, Obligado, Eduardo Holmberg, Atanasio Quiroga y Juan Carballido, entre otros, ya habían reunido más de dos mil voces y unas quinientas locuciones. Hacia fines de ese período el diccionario contaba con cuatro mil voces definidas y más de dos mil en estudio, según un informe de Martín Coronado quien anticipó a sus colegas académicos que estaba próxima la fecha de dar a conocer a la prensa la primera edición. Algunos papeles con centenares de vocablos se perdieron en el trasiego de bibliotecas de una a otra generación.

Se sabe, sin embargo, que aquellas primeras "voces nacionales" fueron agrupadas bajo diferentes títulos: Voces patrias, Diccionario del lenguaje argentino o arjentino, Diccionario del lenguaje nacional y Diccionario de arjentinismos o argentinismos, que fue el que finalmente predominó. Durante 130 años, la única muestra sobreviviente de tal diccionario de la Academia Argentina de Ciencias y Letras fueron algunos de estos vocablos publicados en "El Plata Literario."

El texto manuscrito descubierto por Pedro Luis Barcia será editado este año. Contra lo que pudiera parecer no figuran allí demasiadas palabras de sarcófago o muertas hace tiempo a causa del desuso. Todo lo contrario. Son muy actuales, ágiles y van al núcleo de lo que aquellos primeros argentinos usaban al nombrar objetos y hechos cotidianos.

Un vocablo de tanguera resonancia, como garúa, y el verbo garuar, ya se usaban hace casi siglo y medio. Su raíz viene de "huarhua" la voz quichua que significa llovizna.

Hoy suenan extraños vocablos como "ajenear", que significaba robar, "camote" para aludir a la pasión amorosa, "bolsazo" o rechazo amoroso y "camilucho" que designaba al gaucho. También se perdieron changador (gaucho matrero), pelota (bolsa de cuero para vadear ríos pequeños), cagote (susto), changango (guitarra vieja), collevas (botones delpuño), cuja (cama grande), gamonal (hombre rico), guaguatera (niñera) o gualichu (genio del mal).

Barcia señaló que la edición forma parte de la serie "La Academia y la lengua del pueblo", con apoyo de Repsol YPF —que ya ayudó a editar la planta del Diccionario Académico de Americanismos— se imprimirá este ejemplar con más de un millar de términos ya usados en el actual territorio argentino a fines del siglo XIX.

Aquella primera síntesis divulgada en "El Plata Literario", una suerte de vocero oficioso de la Academia Argentina, incluía bagual para denominar al potro salvaje y también al redomón que todavía conserva sus instintos salvajes. También se usaba "tirador", una especie de "cinturón, generalmente de cuero de gamuza que se ciñe al cuerpo por medio de dos o más pares de botones de metal ligados todos a una placa o escudo central llamado rastra".

Entre las voces marcadas como vulgares, figuran caraí, un guaranismo por "carajo", nabo y piche, por "pene"; papo, los genitales femeninos, paja por "masturbación", pucha por "puta" y vaina por "coito". Y che es una partícula araucana que significa "hombre"; además, chapalear, deriva de la voz araucana chapad, que significa "pantano".

También se usaba "huevear" para la dulce acción de perder el tiempo y quien quería comer un "vaquero" estaba más cerca en realidad del tradicional matambre "con rusa" de nuestros días. En fin, una changa que da chucho y no es tarea para chupados o borrachos, si la máquina del tiempo traslada al lector al siglo XIX.

Enero 2006


VOCABULARIO

Entre tilingos, sucuchos y aguaites

Achurar. 1.Separar las entrañas de la red en el acto de carneada. 2.Entre los paisanos, se usa también este verbo con la acepción de herir o acuchillar a alguien.

A gatas. adv. Apenas.

-¿Sabe que es linda la mar?
-¡La viera de mañanita/ cuando a gatas la puntita/ del sol comienza a asomar! (Del Campo, Fausto)

Aguaitar. Espiar con sagacidad.

Amuchar. Agrupar, juntarse.

Apero. Piezas de la montura.

Blandengue. Cuerpo de caballería de Buenos Aires. Blandieron sus lanzas y el pueblo los bautizó así.

Bocadillo. Masa pequeña y redonda de papas, huevo, leche y azúcar, y frita en grasa.

Bolacear. Disparatar (Bolaso: disparate)

Camorrero. Persona continuamente inclinada a armar camorra.

Cancha. Terreno abierto.

Carajo. Caramba.

Chacra. Tierra de labor.

Chancho y cuchi. Cerdo.

Chancleta. Zapatilla o zapato cuyo contrafuerte se ha quitado o doblado para adentro. También: mujer.

Changa. La cosa conducida por un changador.

Chango. Indio.

Changüí. Ventaja no convencional y artificiosa que da un jugador a otro para ocultar su superioridad.

Chingolo. Apodo de personas delgadas y de escasa estatura.

Cimarrón. 1. Perro salvaje. 2. Salvaje, silvestre. 3. Mate amargo.

Cumpa. Compañero, amigo, compadre. Muy usada por gauchos.

Gambeta. Zigzag súbito o desviación rápida durante la carrera.

Garrón. La prominencia forrada por el hueso calcáreo en las patas de los cuadrúpedos.

Garronear. Morder los perros el garrón de los animales.

Gringo. Italiano.

Guagua. Niñera.

Guarango. Persona de palabras y modales incultos.

Mandinga. Persona astuta, pícara.

Manganeta. Engaño, ardid.

Manteo. Vapuleo, frecuente en los colegios de estudiantes.

Mañero. Que se esquiva. Flojo.

Milonga. Música y baile.

Nabo. El pene.

Naranjero. Trabuco.

Nazarena. Espuela de hierro.

Ojota. Calzado de cuero sin curtir, con la sola planta y tres correas unidas en el empeine.

Paja. Masturbación.

Paquete. A la moda, elegante.

Pichincha. Ganancia, beneficio.

Piringundín. Academia de bailes inmorales. Lugar escandaloso.

Rabona. Inasistencia al colegio.

Sucucho. Rincón.

Tilingo. Tonto, bobo.

Torear. Hacer enojar a alguno.

Torta frita. Manjar de harina amasada al agua y frito en grasa.

Tracalada. Multitud, agrupamiento de personas o cosas.

Yapa. Obsequio del vendedor.

Zafado. Insolente, obsceno.


Los argentinos hablan de la crisis con un chamuyo

Hector Pavón Y Pilar Ferreyra

Enmarcado tras el lunfardo, el lenguaje de los argentinos se encuentra en perpetua mutación. El contexto sociopolítico sumado a los escenarios de la música popular, son fuentes de inspiración para que nuevas palabras se sumen al vocabulario nacional y ayuden, o compliquen, la comunicación ciudadana.

Aquel porteño que en los años treinta enamoró a su paica con un chamuyo misterioso ¿podría reconocerse en el habla cotidiana de hoy? Sí y no. No, porque el lenguaje es móvil, bebe e incorpora palabras del clima de época. Sí, porque el lenguaje ciudadano reflejó, siempre, los tiempos de crisis: es el cambalache discepoliano y es, también, la pesada del rock and roll.

El lunfardo, entonces, resiste su olvido en pleno siglo XXI. Se renueva. Al lenguaje orillero de entresiglos se sumó el del fútbol, el de la política y el de la marginalidad del presente; a los tangos de principios de siglo XX, el rock y la cumbia villera del 2001. Y fue alimentado por palabras diversas venidas del psicoanálisis, la política, los narcotizados del presente, y fue masificado por la radio y la TV.

El lunfardo hoy toma distintos sentidos e interpreta, con una dosis de picardía y a veces de pesimismo, la forma en que los argentinos ven el mundo, cómo piensan, quiénes son, ajuste y mercado mediante. Es un lenguaje de las emergencias y del desconcierto, es el lenguaje de la crisis.

Como con bronca y junando

Las creaciones lunfardas de las últimas dos décadas son el resultado fiel de los cambios culturales y sociales que vivió la Argentina, generalmente en clave de corrosión aunque las expresiones masa o joya se refieran a lo máximo, a lo que es, sin duda alguna, positivo.

Desde lo psicológico se incluyeron expresiones como estar de la nuca, del tomate, chapita, similares a decir que a alguien le falta un jugador o un caramelo del frasco, todas popularizadas rápidamente.

Hablar de descontrol es sinónimo de una situación de diversión exacerbada por el consumo de alcohol o drogas que en algunos casos se presenta con fiesta de fondo. En el léxico marginal, descartar, es deshacerse de un arma.

«Aunque nacido como idioma 'de la furca y la ganzúa', al decir de Borges, el lunfardo lentamente se introdujo en el habla cotidiana de los sectores que habitaban los conventillos, luego se hizo lenguaje usual para hablar entre hombres, se enriqueció en el uso diario y llegó a transformarse en seña de identidad de lo argentino», señala Horacio Salas en El Tango, un texto clarificador sobre la historia del género más popular de la primera mitad del siglo XX.

El lunfardo nació a fines del siglo XIX como un recurso para nombrar lo que debía quedar en secreto en alcobas, bares y cárceles.

La política propicia la creación de la jerga

«Los vocablos propiamente delictivos que componen el lunfardo son escasos. La mayoría de sus términos derivan de los dialectos de los inmigrantes. En el pasado se aprendía en el café, en la esquina, en la barra y escuchando hablar a los mayores. Hoy se aprende con la radio o mirando TV y en los circuitos del rock, la bailanta, el fútbol y las carreras», afirma José Gobello, presidente de la Academia Porteña del Lunfardo y autor de varios libros sobre este vocabulario.

Los escenarios han cambiado pero el circuito de retroalimenación continúa. Para Oscar Conde, autor del Diccionario Etimológico del Lunfardo, «El lunfardo se amplificó en vocablos e incorporó nuevos campos léxicos».

La política es un campo que propicia la creación y la reutilización de términos de jerga, entre cuyos lunfardismos están presentes temáticas como la corrupción o algunas propias de la militancia. En el campo de los derechos humanos, escrache adquirió un fuerte sentido cuando los hijos de desaparecidos la empezaron a utilizar como título de la denuncia de los domicilios de los ex represores de la dictadura.

Se habla de piantavotos (ahuyentar votantes). Renovadamente, de perejiles para referirse a los que no deciden en los partidos.

De los que chapean para definir a quienes aprietan para conseguir algo o de chicanear cuando se hostiga a un adversario. O de pizza con champú (champán) cuando se habla del menú que saltó a la fama en tiempos del menemismo.

La corrupción es un condimento frecuente en la política nacional, según se demostró en las numerosas investigaciones y denuncias que se ventilaron en las últimas décadas. Conceptos como malversación de fondos, violación a los deberes públicos, cohecho, nepotismo y asociación ilícita, se hicieron familiares en el lenguaje cotidiano.

Si la versión legal es retorno, la voz popular es coima, esa definición que se basa en el diego, sinónimo de quedarse con el 10 por ciento de un negocio a cambio de traficar influencia.

El lunfardo se cuela por la puerta del tango

Algunos testimonios de la literatura tanguera de los años 20 señalan al consumo de cocaína como una práctica conocida, aunque no tan extendida como ahora.

El consumo de drogas y de alcohol aparece en canciones populares como una cumbia villera de Damas Gratis: «Nos pinta el indio fumanchero/ estamos hechos unos pistoleros./ Fumancheando de la cabeza/ empinando una cerveza».

Con el aumento de la exclusión social en el habla de los jóvenes de hoy comenzaron a hacerse corrientes acepciones ligadas al empleo de estupefacientes. Palabras como limado o quemado remplazaron a volado o fumado.

Si el lunfardo se cuela en el habla popular por la puerta del tango —su primer uso estuvo a cargo de Angel Villoldo e inmediatamente después caló en la poesía tanguera de Pascual Contursi y Celedonio Flores— «cuando irrumpe el rock argentino, en 1965, el tango que con Homero Expósito ha alcanzado en la década de 1940 su más alambicada poesía, parece haberse desprendido por completo de todo resabio lunfardesco», se lee en Tangueses y lunfardismos del rock argentino, libro de José Gobello y del periodista de rock Marcelo Oliveri.

Éste sostiene que el rock nacional incorporó lunfardismos del tango y de personajes de la TV como Minguito Tinguitella, (personaje de Juan Carlos Altavista). Cuando Minguito rezaba a la Virgen María, decía cosas como: «por nuestros gobernantes también te mangamo (pedir), pa'' que les des claridá de sabiola (cabeza)».

En "Mi querido amigo Pipo" escrita en 1968, Moris, uno de los pioneros del rock nacional, dice: «detrás de la vitróla (gramófono) con tu traje azul de seda y tu pinta (aspecto) de varón». «Es una canción que de rock no tiene nada.

«Los primeros rockeros eran jóvenes que se habían criado con los tangos que escuchaban sus padres», explica Oliveri. Allá por los 30, entre los compadritos y arrabaleros que visitaban los burdeles, la palabra transa implicaba una relación sentimental sin compromiso.

En 1983 Charly García cantaba el tema «2 a 0 (transás)». En los últimos años el término amplió sus significados y puede entenderse como tener una historia de amor, negociar en la política y también con drogas.

El rock chabón de los 90 tiene más de punto com punto ar

En los 90 nació un subgénero rockero que se expandió en bandas muy populares: el rock chabón (persona innominada). En sus letras se «cantan los problemas que aquejan a los jóvenes carentes de trabajo y futuro», analiza Oliveri.

«Vamos a punguearle a esta vida amarreta/ un ramo de sueños», dice Iván Noble, el líder de Los Caballeros de la quema (exponente de este estilo) en el tema Avanti Morocha. Noble cree que el lunfardo de hoy es «un habla mucho más globalizada, más punto com punto ar. La palabra windows se escucha más que escruchante (ladrón).

El rock chabón se caracteriza por «el bardo (desorden) y su similitud con las hinchadas de los clubes de fútbol», dice Oliveri.

Quienes también hacen culto del lunfardo reciclado son algunos intérpretes del nuevo tango. Un caso es La Chicana. No sólo interpretan tangos que hacen gala de ser lunfardescos como En un feca o El ciruja, sino que también en sus creaciones recrean el viejo lunfardo y le suman más de lo nuevo.

En Ella se fue, dicen: «Labios de lady surera, un sólo beso en el cuore,/ ángel de la cabecera, ella se fue./ Un chicotazo en la raca, corte de rostro violento,/ mugre de viorsi en el alma, ella se fue». Acho Estol, el letrista, sostiene: «La gracia del lunfardo es que sea un continuo. No algo que se divide en histórico académico y en otro actual callejero. Conviven en la realidad de nuestro lenguaje; lunfardo hay uno solo».

Algún chabón chamuya al cuete

En la cumbia villera, el modo de contar las historias de marginalidad, policiales y eróticas tienen un lenguaje propio, una marca personal del relato. El grupo Yerba Brava en La canción de la yuta, dice: «Hoy es un día especial,/ porque el monito a la villa llegó/ dos años guardado estuvo/ y al fin la yuta hoy lo largó». La yuta (la policía), siempre aparece en los relatos de rockeros y cumbieros como sus eternos perseguidores; guardado, es preso.

El mantenimiento de un código es el que crea la hermandad, la complicidad, el decir «hablamos en el mismo idioma porque somos iguales». Es una puesta en escena que suele perdurar más allá del escenario.

Muchas rimas futboleras respiran la posición ideológica de sus voceros. No se limitan a lo deportivo. Mezclan un lunfardo básico para hablar de política, sexo y ridiculizar al rival: «No se escucha, no se escucha/ sos amargo, quemero hijo de p...» suelen gritar algunos fanáticos contra los hinchas de Huracán. El odio y el amor se exaltan en la tribuna de Racing: «Aunque sean los campeones/ el rojo ya lo demostró/ el sentimiento no cambia/ vos sos amargo (pusilánime) y cagón».

«Dicen que los de Boca tienen aguante/ pero son todos p... y vigilantes», cantan los de River tratando de herir donde más duele. Subestimar el aguante es una forma de pegar. Aguante es la única palabra que dieron a luz las canchas de fútbol, dice el investigador del Conicet, Pablo Alabarces. Luego fue propagada hacia otros circuitos sociales, especialmente en el rock.

En el estadio, aguante no significa sólo alentar. «Para los hinchas es 'pararse y no correr'. No retroceder. Siempre refiere al enfrentamiento entre dos hinchadas. En un mapa social en donde nadie cuenta, 'aguantar' es como decir 'a pesar de todo sigo estando'. Es una forma de afirmar una identidad precaria y pequeña», explica Alabarces.

Una palabra clásica en el fútbol es orsai. «Off side (posición adelantada) es un término del reglamento del fútbol. Luego fue deformado y repetido como orsai por la gente que no habla inglés», dice Eduardo R. Bernal, miembro de la Academia Porteña del lunfardo y autor de El fútbol y su lenguaje.

La extensión del uso llegó hasta la política al punto que cuando un funcionario emite un comunicado sin consultar con su superior, se dice que quedó en orsai, es decir desautorizado y con posibilidades de perder su cargo.

Los orígenes se cambian por un sentimiento racista

La labilidad de las fronteras del Mercosur y la llegada de inmigrantes de Europa del este, provocó que el ver caras extranjeras en la calle sea algo casi cotidiano. Por simpatía o por sentimientos intolerantes se empezó a llamar polacos a todos los europeos rubios. Da lo mismo taiwanés que vietnamita, todos son chinos. Tal vez se pueda distinguir a un japonés y se lo nombre como ponja.

Perucas son los peruanos, paraguas los paraguayos y bolitas los bolivianos, especialmente llamados así en fábricas, obras en construcción y también desde algún escritorio.

Todos los orígenes son cambiados en su denominación y demuestran, según el lingüista holandés Teun Van Dijk, un sentimiento racista cuando se menciona la nacionalidad de una persona, como dato importante, cuando no hace a la esencia humana. Mucho más cuando se tergiversa la pertenencia a otro país para el chiste fácil, el que hiere sin imaginación y sin sentido.

En 1943 el régimen de facto del general Pedro Ramírez intentó prohibir el lunfardo en procura de mantener la pureza del idioma. Entonces se proponía, irónicamente, cambiar el nombre de Yira yira por Dad vueltas, dad vueltas. No fue necesario recurrir a semejante artilugio, la norma fue derogada y el lunfardo, como parte del idioma de los argentinos se impuso.

No todo argentinismo es necesariamente un lunfardo. Pero, definitivamente, toda palabra lunfarda es un argentinismo. En cada nuevo registro aparecieron las marcas de reconocimiento de la identidad propia.

Esas que hablan de un país y una cultura tamizada por fuertes contextos políticos y sociales que moldearon el idioma de los argentinos. Sólo conociendo el devenir histórico se puede entender cómo generaciones tan diversas pueden, aunque con dificultades, seguir entendiéndose entre sí. (Buenos Aires/Clarín)

www.unidadenladiversidad.com


El lunfardo porteño, ¿solamente lenguaje de tango?

Guillermo Alves de Oliveyra - HISPANIA Revista Cultural - N° 2

Conocido fundamentalmente a través de las letras de tango, el lenguaje popular que llamamos lunfardo y que aún hoy, en diversas expresiones, mantiene su vigencia en la porteña Buenos Aires, no es el mismo que aquel verdadero lunfardo que tuvo su origen como habla de delincuentes. Al respecto, Castillo (1955) hace el siguiente comentario: “Es que las palabras del argot - de la lunfardía - son de vida limitada porque su origen es delictivo. En cuanto el hombre honesto las entiende, están condenadas a muerte...”

El lunfardo actual se ha formado en los últimos cuarenta años. Es una depuración y renovación del anterior. Se construyó sobre la base de los diversos grados de lenguaje popular, amalgama de español con lunfardo, al que contribuyeron en gran proporción los dialectos italianos, de otros idiomas de los inmigrantes, préstamos de la germanía, voces indígenas y matizado con inversión de las palabras (hablar al vesre).

Para un español no es fácil comprenderlo, tampoco lo resulta para el ciudadano de nivel cultural elevado. Es un idioma popular lleno de deformaciones, convencional y para uso de todos; hecho por el pueblo y producto de sus propias creaciones. En realidad no es un idioma ni un dialecto, es un rico vocabulario, ya no, como era antes, una jerga estrictamente ladronil o de cárcel. El lunfardo puede decirse que es un vocabulario de términos referidos a la personalidad y al uso de elementos físicos en relación con las características afectivas, volitivas y pasionales del porteño, que está inserto en el habla española y en el alma de un pueblo.

“Recordaba aquellas horas de garufa
cuando minga de laburo se pasaba,
meta punguia, al codillo escolaseaba
y en los burros se ligaba un metejón;
cuando no era tan junao por los tiras,
lo lanceaba sin temer el manyamiento,
una mina le solfeaba todo el vento
y jugó con su pasión.”

Del tango El Ciruja, de Alfredo Marino.


El cocoliche

[Del libro La fascinante historia de las palabras, de Ricardo Soca]

Antonio Cuccoliccio fue uno de los tres millones de inmigrantes italianos que desembarcaron en el puerto de Buenos Aires entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX en busca de una vida mejor. La Argentina era el granero del mundo y uno de los países más ricos del Planeta, rebosante de promesas que alentaban los sueños de jóvenes pobres en varios países de la vieja Europa.

A poco de su llegada, Cuccoliccio consiguió un empleo como peón en el circo de los hermanos uruguayos José y Jerónimo Podestá, en el cual se dedicaba a menesteres de limpieza, cuidado de los animales y servicios menores. Su forma de hablar, en la que se mezclaban palabras del italiano y del castellano, no llamaba la atención. En el Buenos Aires de entonces, era común oír a los tanos (de napolitano, se aplicaba a todos los inmigrantes italianos) que intentaban comunicarse con las mismas dificultades que Cuccoliccio.

Un día, el cómico Celestino Petray se presentó en escena hablando como había oído que lo hacía aquel peón: Mi quiamo Franchisque Cocoliche e sono creolio hasta lo güese da la taba e la canilla de lo caracuse, amico. En sus memorias publicadas bajo el título Medio siglo de Farándula, José Podestá contaría años más tarde que en aquel momento nació un personaje cómico, Cocoliche, que durante algunos años hizo las delicias del público en ambas márgenes del Río de la Plata.

Y también había nacido algo que Podestá no previó y que Cuccoliccio, con su jerga de idiomas mezclados, no habría podido siquiera soñar: una palabra del idioma español que figura en el Diccionario de la Real Academia desde su edición de 1927, cocoliche, definida como la 'jerga híbrida que hablan ciertos inmigrantes italianos, mezclando su habla con el español'.


Enrique Santos Discépolo, el poeta de la angustia

Sergio A. Pujol

Es el tango Cambalache, como muchos creen, el verdadero Himno Nacional Argentino? Así lo sugirió el poeta Leónidas Lamborghini hace unos años. También podría considerarse a Cambalache un anti-himno, bien lejos de la demanda patriótica. A un siglo del nacimiento de Enrique Santos Discépolo (27 de marzo de 1901) y a más de cinco décadas del estreno de su tango más famoso, sus mordaces compases siguen sonando con énfasis de marcha. ¿Quién no reconoce inmediatamente, más allá de toda valla generacional, esos acordes mayores del comienzo? ¿Quién no se ha visto tentado de citar alguna vez esa letra que puntea la totalidad del mundo y la Historia con retórica sardónica? Si se sigue escuchando y cantando Cambalache con sentido de actualidad, como vehículo de protesta popular, es por la sencilla razón de que ninguna otra canción logró identificarse con el sentido común de la gente de manera tan estrecha y cómplice. Aquello de: "Ves llorar la Biblia contra un calefón" contiene una parte sustancial del país que desciende de la inmigración.

Aunque es pertinente hacerlo, tal vez no baste con identificar aquella condena moral del mundo (disfrazada de amargo cinismo) con el ánimo nacional. Al fin y al cabo, en Cambalache hay escasas referencias argentinas: su poderosa letra hace hincapié en el siglo XX mundial (el de la "maldá insolente"), situándolo en un primer plano excluyente. Su descreimiento ideológico, que en los 70 fue entendido por algunos como reaccionario, encaja perfectamente (tristemente, en verdad) con la visión posmoderna del mundo.

Podríamos aventurar entonces que la vigencia de Discépolo es transnacional, y ahora más activa que nunca. ¿Recuerdan la versión de Caetano Veloso, con algunos nombres cambiados? ¿O la de Joan Manuel Serrat, que enfervorizaba aquí y allá? Recientemente, también vio su aspiración universal el ensayista francés Pierre Vidal-Naquel en su libro Les assassins de la mémoire, una documentada denuncia contra el revisionismo neofascista que campea hoy en la escena historiográfica europea. El libro termina, de modo sorprendente para el lector argentino, con la transcripción completa de Cambalache. Para el historiador, el mundo fragmentado e inmoral del vieux bazar metaforizó de manera contundente la ambigüedad y el relativismo axiológico de nuestra época. ¿Triunfará la verdad? "¿La verité aura la dernier mot?".

No obstante las proyecciones internacionales de Discepolín, el gran tema de su vida y de su obra ha sido y sigue siendo el tipo de relación que logró establecer con la sociedad argentina. Nadie hizo algo similar. Hoy esta relación resulta evidente: sabemos que atraviesa gran parte de la historia argentina contemporánea. Maduró a través de los años, de modo sincrónico con los avatares del país. Lo tuvo al propio Discépolo como gran difusor, mediante sus intervenciones públicas. Creció geométricamente en la últimas décadas. Cuánto más anacrónicas resultaban las letras de otros autores, más actuales, por contraste, sonaban Qué sapa señor!, Yira...yira..., Tormenta, Tres esperanzas.

Pero ese lazo tan estrecho entre una sociedad cambiante y multiforme y un conjunto de canciones no fue una creación fortuita, ni una triquiñuela del azar. Tampoco el resultado de una empatía inmediata entre un creador y su público. Lo que hoy nos resulta tan familiar como el idioma que nos une fue bastante resistido en sus comienzos. Podría decirse que, así como Discépolo fue producto de un tiempo y un espacio, en interacción con la sociedad que lo supo escuchar y entender, el autor y compositor "construyó" a su público, (nos) habituó a sus tangos, se hizo históricamente necesario.

Si bien exitoso en su tiempo, mimado y celebrado por la gente y una porción considerable del campo intelectual, Discépolo adquirió el aura de verdadero profeta nacional, muy por encima de todos los demás letristas, después de su muerte en 1951. Es cierto que, a su manera, se preparó para ello durante toda su vida. Pero fue creciendo de modo subterráneo, a contrapelo de circunstancias adversas, cuando él ya no estaba para defender celosamente su producción artística. En los cuatro años restantes de gobierno peronista, su nombre fue el de un prócer un tanto incómodo para los políticos. ¿Acaso no se sospechaba que Discepolín había muerto deprimido, después de aceptar hacer un programa radial de propaganda oficialista? Con el golpe del 55, el silencio fue absoluto. Quien había expresado la rabia y el escepticismo del argentino medio no podía despegarse de sus últimos años de adulación peronista. Fatal paradoja que, de haberle sucedido a otro, hubiera inspirado algún tango discepoliano.

Fue recién a mediados de los 60, en un renovado clima de ideas, cuando la figura y la obra de Discépolo empezaron a descongelarse. Una serie de notas periodísticas de José Barcia dieron cuenta de su vida, mientras Enrique Pichon Rivière y otros ensayistas le dedicaron al autor de Cafetín de Buenos Aires un número completo de la revista Extra, bajo el significativo título de "Discepolín. Aniversario para la angustia". Corría el año 1965 y se estaba operando un claro vuelco de algunos intelectuales a la poética del tango. La especie languidecía como fenómeno bailable y masivo, pero crecía su peso literario y cultural. La poesía de los 60 era muy sensible al influjo popular. Por su parte, Ernesto Sabato declaraba a Discépolo uno de los grandes poetas argentinos de todos los tiempos y Luis Adolfo Sierra y Horacio Ferrer escribían Discepolín. El poeta de Corrientes y Esmeralda, una detallada exégesis de los tangos y los avatares de una vida, aunque el texto omitiera mencionar los vínculos del biografiado con Perón.

Luego vino el trabajo de Norberto Galasso, Discépolo y su época, una reivindicación política —y por lo tanto muy parcial— del tanguero amigo de Evita. Tanto el silencio al que fue sometido Discépolo como tema en tiempos represivos como la entronización que conoció en otros momentos contribuyeron a la polémica y al mito. No faltaron las voces académicas convencidas de que Discépolo, nuestro Horacio del tango, era un mal ejemplo para los argentinos: derrotista, frustrado, cínico... Con similares argumentos, la dictadura militar llegó a prohibir la difusión de Cambalache por radio y televisión.

El creciente interés por las letras de tango, inicialmente apuntalado por Idea Vilariño y Noemí Ulla, estimuló la investigación en ese campo. ¿Cómo no llegar así a Discépolo? En su ensayo Enrique Santos Discépolo: obra poética, Osvaldo Pelletieri se atrevió a considerar a Discepolín por sus valores literarios y como parte de una tradición que había empezado con Celedonio Flores. Sin embargo, ninguna opinión más o menos calificada pudo mediar, positiva o negativamente, en esa relación tan confidente y directa entre un puñado de tangos y lo que podríamos llamar "la mentalidad argentina". En ese sentido, Discépolo es hoy tan clásico como el género del tango en su conjunto.

No fue un talento precoz. No en materia de tangos, al menos. Debutó como comparsa en una pieza de su hermano Armando en 1917, y desde ese momento se soñó a sí mismo como actor. Llegó a serlo, y estuvo entre los buenos. Pero no tenía el rigor de un Casaux ni el oficio de un Parravicini. La relación con Armando, el gran Discépolo de los años 20, fue difícil y a la vez necesaria. Sin Armando, ¿qué hubiera sido del debilucho y acomplejado hijo menor de Santo y Luisa? Con un gran autor a su lado, Enrique intentó ser dramaturgo —nunca de tiempo completo— con Páselo, cabo, sainete de influencia anarquista, y El Organito, feroz grotesco escrito a cuatro manos con Armando. Hubo otras piezas menores, pero tampoco en ese terreno, el de la escritura dramática, Enrique llegó a descollar. Si su vida pública hubiese terminado en 1925 o 1926, hoy de Discepolín sólo hablarían algunos historiadores del teatro.

Finalmente, en 1925, Discépolo sopesó seriamente la alternativa del tango. Colaboró con el dramaturgo José Antonio Saldías en Bizcochito, una pieza muy menor, y un año más tarde compuso su primer gran tango: Qué vachaché. A partir de ese momento, las cosas cambiaron definitivamente. Para él y para la canción porteña. Desoyendo las fórmulas fáciles del tango-canción que más y mejor encajaba con el gusto de la época, Discépolo intentó establecer un nuevo "pacto de lectura" con sus potenciales oyentes. Tomó el tema del abandono, tan caro a los sentimientos del tango, y lo convirtió en vehículo de crítica mordaz. "Piantá de aquí/ no vuelvas en tu vida/ Ya me tenés bien requeteamurada/ No puedo más pasarla sin comida/ ni oírte decir tanta pavada.../¿No te das cuenta que sos un engrupido?/ ¿Te crees que al mundo lo vas a arreglar vos?/ Si aquí ni Dios rescata lo perdido.../ ¿Qué querés vos? ¡Hacé el favor!".

Sin malevos retobados ni vecinos heridos de amor, sin pecadoras desalmadas ni bacanes altaneros, Discépolo planteó en Qué vachaché una situación axial inspirada en el ambiente bohemio que había conocido unos años antes de la mano de Armando. Ella lo echaba a él por inútil y soñador. Y por soberbio. La resignación final tenía una contundencia aforística que, con el tiempo, sería frecuente en el corpus discepoliano: "¡Qué vachaché! Hoy ya murió el criterio.../ Vale Jesús lo mismo que el ladrón". Rechazado la noche de su estreno en Montevideo, incomprendido tanto por el público como por los intelectuales a los que indirectamente citaba, aquel tango fue al fin aceptado con la versión teatral de Tita Merello y la discográfica de Carlos Gardel. Aunque esa aceptación llegó sólo después de la consagración que significó su primer gran éxito Esta noche me emborracho, en 1928.

Las principales líneas de su obra ya estaban expuestas antes de 1930, pero fue en la "década infame" cuando los tangos de Discépolo sellaron una alianza indestructible con el argentino medio. Mientras el romanticismo evocador de Homero Manzi definía el mundo del suburbio, de cara al campo y a la arcadia perdida, Discépolo se situaba, como Scalabrini Ortiz, en la encrucijada urbana: Corrientes y Esmeralda, o cualquier otra esquina del centro. Despojado de sus ilusiones de clase media, el hombre discepoliano alcanzó su máxima expresión en Yira...yira..., tango magistralmente interpretado por Gardel. Allí el porteño se podía identificar con la yiranta de la mala vida y acaso también con el flaneur abatido que siente el extrañamiento de su querida ciudad. Ya por entonces, el mundo discepoliano era el de la gracia perdida y el desencanto: "Verás que todo es mentira". El mundo era inestable por naturaleza. Nadie estaba a salvo de ser abandonado "después de cinchar", de encontrarse en la vía como un linyera, sin premios, sin recompensas, sin esperanzas.

Deslizándose entre la tragedia y la comedia, Discépolo había encontrado una manera de decir las cosas terriblemente argentina. Sus hipérboles y analogías, sus metáforas llenas de humor, sus apóstrofes llenos de rabia pero a la vez indulgentes resumieron el verdadero idioma de los argentinos. Más que por las situaciones y los personajes, sus tangos se adhirieron definitivamente a la memoria de toda una sociedad por sus hallazgos lingüísticos, por la violencia de su lenguaje. Con su estilo desmesurado, Discépolo se alejó de la idea canónica del poeta popular que dice las cosas bellamente para ingresar en una zona visceral de la comunicación. Venía del grotesco y se dirigió hacia un mundo musical y literario propio e irreductible. Tal vez por eso sus tangos —en especial los de su primera época— pueden hoy ser valorados después del rock, el punk y otros cortes abruptos. Aunque algunas letras reproducen los clisés del modernismo literario, el núcleo de la obra de Discépolo sigue apelando a la angustia del hombre moderno.

A fines de los años veinte, Dante Linyera lo bautizó "el filósofo del tango". Discépolo se hizo cargo de la definición. No tradujo mecánicamente sus lecturas de Schopenhauer y Pirandello a las formas breves de la canción, pero logró que sus versos transmitieran un cierto efecto filosófico, básicamente existencial. Apeló a los tópicos de la "alta cultura" de su tiempo: el automatismo de los arlequines, el juego de máscaras de la vida moderna, la prédica a un Dios ausente, la soledad y la alienación en el mundo moderno. No eran cuestiones ligeras, y en manos de otros autores hubieran desbordado, por incontinencia o petulancia, el horizonte de la canción popular. En cambio, Discépolo logró "bajar" esas inquietudes a tangos que fueron profundos sin ser densos, reflexivos sin dejar de ser cantables.

Desde su papel en el filme Mateo hasta su despedida en El Hincha, Discépolo cifró en el cine muchas de sus expectativas actorales. Pero las veces que se animó a dirigir no logró desarrollar sus ideas dentro de los límites de un buen guión. Su talento, más episódico que argumental, su agudeza para el destello poético, su incapacidad para entender la trama industrial de eso que solía llamar "el monstruo moderno" le permitieron plasmar algunas buenas escenas —generalmente musicales, como las de Cuatro corazones, su mejor trabajo para la pantalla— pero no una producción coherente que estuviese a la altura de sus mejores tangos.

No obstante las limitaciones de su cine y la discontinuidad de su teatro (Blum fue su último acierto), Discépolo cristalizó una imagen, fue una figura porteña —casi siempre al lado de su querida y conflictiva Tania—, un "caso" argentino involucrado, al menos en la creencia de sus seguidores, con sus tangos, especialmente los de su última etapa: Uno, Sin palabras y Cafetín de Buenos Aires, los tres escritos en colaboración con Mariano Mores.

Cuando hoy nos preguntamos por la clave de su trascendencia, no debemos desechar esa cualidad iconográfica. He ahí el Discépolo de los filmes y las fotografías, de las anécdotas y los rumores. Desde su papel de antihéroe nacional, Discépolo fue una estrella. Un intelectual-estrella, capaz de encarnar las historias de sus tangos valiéndose de su máscara de actor. Esto no sucedió con ningún otro autor de su generación.

(Clarín, abril 2001)


Diccionario del Habla de los argentinos I

La Academia Nacional de Letras acaba de publicar (2003) el "Diccionario del Habla de los argentinos", una recopilación de "nuevas" palabras sobre la que trabajó un grupo de investigadores durante cinco años. El "Diccionario del Habla de los argentinos" registra "locuciones, giros o modos de hablar propios de los argentinos". Aquí algunas notas, apuntes y opiniones sobre propósito de la obra.

El habla de los argentinos

El idioma coloquial de los argentinos sumó tantos términos que a cualquier otro hispanohablante le costaría entender un diálogo corriente en alguna cafetería de Buenos Aires. Pero, gracias a la fuerza de la televisión, los latinoamericanos comienzan a incorporar muchos "argentinismos" a su vocabulario cotidiano.

Cómo se vuelven masivas esas palabras forma parte de una discusión de la que no se ponen de acuerdo ni siquiera los expertos. Lo que parece es evidente es que nacen en sectores juveniles populares y de clase media que buscan una forma de expresión diferente para marcar su pertenencia.

Antes se nutría de los arrabales y de la jerga de los 'compadritos' -el lunfardo porteño- que fueron adoptados para letras de tangos. Ahora aparecen en letras de rock o de cumbia villera, una adaptación local de la música caribeña de gran difusión en los barrios pobres o periféricos. Algunos de esos términos, como 'trucho' (falso), fueron adoptados masivamente y hasta utilizados en forma cotidiana por la prensa, tal vez por su expresividad. Otros como 'canchero' (pícaro) o 'chabón' (muchacho) volvieron al idioma popular luego de décadas de no ser utilizadas.

Los especialistas en el idioma popular recopilan hasta 70 palabras por año para volcarlos a diccionarios de lunfardo que renuevan sus ediciones cada 10 años o más.

Los argentinos adquirieron la costumbre de reciclar su propio idioma coloquial, quizás por vivir en país formado por numerosas corrientes inmigratorias de las que se readaptaron términos o fueron importados casi textualmente, como 'laburo' (del italiano 'lavoro' = trabajo).

La lingüista argentina Ivonne Bordelois, diplomada en la Sorbona y doctorada en Nueva York con Noam Chomsky, se pronunció recientemente en un debate que planteaba la necesidad de recuperar el lenguaje y fijarle límites en la televisión: "Como decía Jorge Luis Borges, el lenguaje no lo hace el poder, no lo hace la Academia (Real Española), no lo hace la Iglesia, no lo hacen los escritores. Lo hacen los cazadores, los pescadores, los campesinos, los caballeros, es el lenguaje del alba, es el lenguaje de la noche, hay que acudir a las bases donde se forma la lengua", explicó.

Pero con la globalización, el inglés y sus símbolos informáticos metieron la cola y amenazan con extenderse con la misma facilidad que los argentinismos. Ese fenómeno es perceptible sobre todo en la clase alta, más familiarizadas con las novedades tecnológicas.

"El inglés tiene una presencia hegemónica: ya no es más norteamericano ni británico, sino la lengua mundial. Esa hegemonía clara y abarcadora es parte de nuestra cotidianeidad. Dicho de otra manera: una persona que no hable ni lea inglés es casi un analfabeto en este mundo. Por eso debemos aprender inglés, pero el español y el portugués deben darle batalla", argumentó el sociólogo brasileño Renato Ortiz.

"Clikear", "chatear", "under" (alternativo), "casting" y los comerciales "outlet" o "sale" son sólo algunos de los términos en inglés que ya casi no admiten traducción. Un síntoma de la contaminación.

El idioma de los argentinos

Junto con "Inquisiciones" y "El tamaño de mi esperanza", este texto comprende lo que algunos llaman la trilogía cautiva de Jorge Luis Borges. Te presentamos un fragmento de un texto fundamental que recorre algunos pasajes de la identidad verbal de los argentinos.

"El idioma de los argentinos es mi sujeto. Esa locución, "idioma argentino", será a juicio de muchos, una mera travesura sintáctica, una forzada aproximación de dos voces sin correspondencia objetiva. Algo como decir poesía pura o movimiento continuo o los historiadores más antiguos del porvenir. Un embeleco de que ninguna realidad es sostén. A esa posible observación contestaré luego; básteme señalar que muchos conceptos fueron en su principio meras casualidades verbales y que después el tiempo las confirmó.

"Sospecho que la palabra infinito fue alguna vez una insípida equivalencia de inacabado; ahora es una de las perfecciones de Dios en la teología y un discutidero en la metafísica y un énfasis popularizado en las letras y una finísima concepción renovada en las matemáticas (…)

"Parejamente, cuando las atracciones inmediatas de la hermosura o las de su bien cuidado recuerdo están sobre nosotros, ¿quién no ha sentido que las palabras elogiosas que ya preexisten, son como proféticas de ella, como corazonadas?. La palabra linda es previsión de la novia de cada uno y de ella nomás. No me quiero apoyar en otros ejemplos: hay demasiados.

"(…) El arrabalero no es un dialecto de nuestras clases pobres.

"(…) El lunfardo es un vocabulario gremial como tantos otros, es la tecnología de la furca y de la ganzúa.

"La esperanza es amiga nuestra y esa plena entonación argentina del castellano es una de las confirmaciones de que nos habla. Escriba cada uno su intimidad y ya la tendremos. Digan el pecho y la imaginación lo que en ellos hay, que no otra astucia filológica se precisa."

Jorge Luis Borges


Diccionario del habla de los argentinos II

Patricia Kolesnicov -Clarín

"Choripán", "franelear" y "chucho" son sólo algunas de las palabras recopiladas en el "Diccionario del habla de los argentinos" (2003). Los investigadores trabajaron cinco años observando los cambios del lenguaje.

 Creo que decir 'se bajó Menem', es un argentinismo", dice Susana Anaine, la subdirectora del Departamento de Investigaciones Filológicas de la AcademiaArgentina de Letras. Lo dice leyendo "se bajó Menem" de una hojita decuaderno garabateada. Así empieza el camino por el que muchas palabras hanido a parar al Diccionario del habla de los argentinos, que se acaba depublicar.

Del habla de los argentinos, sí, que es castellano, pero ese castellano quecualquier argentino sabe que no le entenderán los hispanohablantes de otraslatitudes.

La Academia acaba de sacar un diccionario entero con esas palabras, undiccionario donde figuran "miguelito" (y es un clavo, no un chico), "mersa", "mielero" y "hacer la pera". Un diccionario que sabe -y explica- qué es un "escrache", y puede "cachar" perfectamente lo que se dice sin ser ningún "bocho". Que mira por dentro a los que hablan y sabe lo que es "romperse el alma", "pisar el palito", "irse a los caños" y "andar seco". O "ponerse el
lompa", "piantarse de la casa" y salir para el "cacerolazo".

Lo hicieron entre once personas, investigadores de la Academia, un poco en la Academia misma -entre fichas, un par de computadoras que una empresa donó y que ya están lejos de ser nuevas, libros, libros, libros- y otro poco en la calle. Con las orejas paradas, con la tele prendida, con Internet, con los reality shows, con los diarios y las revistas. En todas partes el castellano de la Argentina vive y cambia. Lo difícil es pescarlo.

"Usamos nuestro olfato de hablantes. Alguien trae una palabra o una frase, la investigamos, tratamos de ver si se usa -y cómo- en otras partes, buscamos ejemplos de su aparición en los medios o en algún libro, si nos parece que forma parte del habla de los argentinos, hacemos una definición y la pasamos a la Comisión de Habla de los Argentinos. Ahí se revisa, se acepta o se rechaza, se modifica, ése es el camino", cuenta Anaine.

¿Todas las palabras merecen estar en un diccionario? "Nos fijamos que la palabra tenga un uso reconocido en una comunidad y que no sea una de esas palabras al viento, que pasan y se dejan de usar. A veces esperamos, a ver qué pasa con una palabra", dice Anaine. Y esta redactora lo comprueba. Otra investigadora se acerca y le habla a Anaine de "corralito". ¿Se va a seguir usando? Suponen que sí, pero quizás como "rodrigazo", para contar algo del pasado, algo puntual. Quizás, entonces, tenga que ir a la enciclopedia y no
al diccionario. Se sigue estudiando.

Las que no se saben si durarán, quizás no. Las que ya casi no se usan, en cambio, seguro que sí. "Es parte de la utilidad del diccionario, así se puede saber de qué se trata una palabra que puede aparecer en un texto y ya no se usa". El diccionario lo indica: desusado, dice, antes de explicar uno de los significados de "amurar": "dejar a alguien abandonado". El ejemplo es cantado: "Percanta que me amuraste/en lo mejor de mi vida". Desusado y de  Cuyo: "Catarato": agente de policía.

"Tomamos en cuenta el uso más difundido y no a alguien que marque el buen uso", dice Anaine. "Miramos en Internet, si ponemos una palabra en un buscador y aparece muchas veces, entendemos que se está usando, pero tampoco damos como válida una palabra sólo porque aparezca en Internet".

¿Pero todas las palabras que se usan merecen estar en un diccionario? ¿Incluso las que, bueno, no se dicen a la hora del té? "Si se usan, sí", dice Anaine. "Lo que hacemos es indicar el nivel de uso: pueden ser coloquiales, las que se usan en cualquier conversación informal, o vulgares, que son esas palabras que caerían mal en esa misma conversación". Lo sabe una nena que se arregla la pollera y el nivel de lengua para entrar a la Dirección de la escuela. Lo saben los que cargan de palabras "vulgares" un cantito, para agredir. Los hablantes lo hacen, el diccionario lo describe. Hay muchos ejemplos. Entre las coloquiales: "amueblado": hotel donde se alquilan habitaciones para citas amorosas; "andar como bola sin manija": hallarse desorientado; "descular": desentrañar, comprender el funcionamiento de algo.

Vulgares son aquellas que no se suelen escribir en el diario. Por ejemplo -esto es una excepción-, "Dar bola": prestar atención; "Cachucha": órgano sexual de la mujer; "Cagar": perjudicar a alguien. Las vulgaridades, por supuesto, pueden estar en textos consagrados, como Don segundo sombra, de Ricardo G¸iraldes. De ahí la Academia toma el ejemplo para definir "pedo": "Te vi'a zapar de culo en el bañadero 'e los patos pa' que se te pase el pedo", dice. La definición -cualquier argentino lo sabe- es "estado de ebriedad, borrachera".

El idioma dice lo que dice y dice las intenciones de quien habla. Por eso,en el diccionario se avisa si una palabra es despectiva. Es el caso de "bolita": natural de Bolivia. De "ortiba": soplón, batidor.

Claro que no alcanza con poner "piantavotos", con poner "entrevero", o "de cuarta", o "rigorear" o "tira", no alcanza con poner todo el Diccionario del habla de los argentinos para escribir un texto que suene argentino. Eso dicen algunos escritores. "Palabras las hay, y muchas -dice la poeta Diana Bellessi- pero me parece que se trata, particularmente, de un tono, de una disposición de la sintaxis, eso que yo llamo encontrar la frase, o la
llegada de la frase en algún momento del poema que reúne todo lo demás a su alrededor, y que se siente venir del habla, el habla argentina o el habla del pago. Por supuesto que el voseo y su consecuente alteración verbal también anclan territorialmente el idioma, y todos los localismos, las palabras indígenas, las contracciones (ha'i de tener, por ejemplo) y el lunfa urbano."

Leopoldo Brizuela, Premio Clarín de Novela 1999, opina: "Tengo la certeza, como lector y escritor, de que hablamos y escribimos otro idioma que el que se escribe, sobre todo, en Castilla. Me cuesta tanto trabajo leer el 'castellano' como leer en otro idioma. Además, siento que este idioma nuestro no se caracteriza tanto por sus palabras propias como por una austeridad, que los españoles suelen confundir, en un resabio de mirada imperial, con pobreza. Una austeridad, en fin, que tiene menos que ver con lo dicho que con los silencios, o mejor, con el silencio, con la experiencia del silencio. Quizá porque en nosotros perdure el trauma de todo inmigrante: hallarse en una playa extranjera y comprender que hay muchas, muchísimas más cosas que palabras, y que siempre las habrá -perder la seguridad imperial en el poder del lenguaje-. En la literatura, quien escribe por primera vez esa lengua es Borges. Si se quiere, escribimos en lengua Borges".

Este trabajo, el que hoy se publica, empezó a hacerse en 1998, pero tuvo como base el Registro del habla de los argentinos, una publicación anterior de la Academia y la impresionante colección de fichas en las que se registran palabras desde la década del 60.

Por supuesto, un diccionario argentino registra palabras de origen quechua -como "chucho", "machar", "pampa" y "chúcaro"-, de origen guaraní -como "mamboretá" y "matete"-, de origen araucano -como "mallín"- y de origen francés, como "galocha". Y sin duda, muchos italianismos, que son como una marca en el orillo de la argentinidad: "A veces -dice Anaine- ponemos palabras que se usan también en países vecinos. Entre las que son exclusivas de la Argentina hay, sobre todo, italianismos".

Ejemplos varios: "¡Minga!": voz que expresa negación, falta o ausencia de algo; "Minestrón": sopa de verduras con fideos o arroz y legumbres; "Pelandrún": Pícaro, astuto.

No es definitivo, no está completo, no es una foto acabada del habla argentina, "pero en algún momento teníamos que terminar". La gente de la Academia, que hoy preside Pedro Luis Barcia, y en particular la gente del Departamento de Investigaciones Ling¸ísticas y Filológicas -Francisco Petrecca y Susana Anaine- abrieron una dirección de correo electrónico para quienes quieran discutir alguna definición o aportar una palabra:
diah@aal.universia.com.ar

Y como siempre, por dudas del lenguaje, funciona el Servicio de Atención de Consultas Telefónicas, de 13.15 a 18.45 al 4802-2408

De allí saldrán mejoras para la próxima edición, que será en dos años. Posta.


Algunos términos incluídos en el diccionario

Bolita: Natural de Bolivia.
Página 12, 05.02.2000: Pasamos un lindo momento, hablando de cosas, de que Cornelio Saavedra era boliviano. Formó parte del primer gobierno y era un bolita.

Cartonero: Persona que recoge y selecciona, de entre la basura, cartones u otros materiales para su venta.
Clarín, 23.08.1998: La lucha entre rancherías y restaurantes se manifiesta en las montañas de basura, que revuelven los mendigos y cartoneros que pasean por Lavalle después de las diez de la noche

Falopero: Drogadicto
Clarín, 21.02.1992: (Pretendo) desmentir la versión según la cual yo incriminé a todo el ambiente del rock como falopero.
Lompa: Pantalón.
Página 12, 07.11.2001: Guillermina baila sobre la barra, y los muchachos se entretienen. “En una hora se baja los lompas”.

Motoquero: Aficionado a las motocicletas y a todo lo relacionado con ellas.
Para Ti, 21.09.2001: Florencia con una infaltable chaqueta de estilo motoquero en color neutro, ideal para ir a trabajar o para un look más informal.
Taquito: de taquito. En el fútbol, jugada hábil que se realiza con un golpe del talón.
P.O’Donnell, Tigrecito, 1980.: Labruna de taquito cede a Rossi y amaga un pase hacia la derecha.

Los que ya no se usan más

Cuando la Academia Argentina de Letras comenzó con el arduo trabajo de conformar el Diccionario del habla de los argentinos, hizo un relevamiento de aquéllas palabras que desaparecieron y de aquéllas que siguen usándose en menor medida. Sin embargo, la Academia decidió dejarlas afuera porque su desuso era evidente.

Algunas palabras son verdaderos arcaísmos como "camilucho" o "guaderio", denominaciones del gaucho en documentos y libros de viaje que fueron usados hasta fines del XVIII. Vocablos como "tilingo" o "petitero", del siglo XX, también fueron abandonadas por el habla cotidiana.

Otras palabras han desaparecido junto con la realidad que designaban: Es el caso, por ejemplo, de transportes públicos que han sido sustituidos por otros más modernos: "bondi" (del portugués brasileño) para "tranvía"; "cucaracha", coche acoplado al tranvía; "miriñaque", armazón de metal que llevaban algunas locomotoras al frente para apartar los objetos que podían impedir la marcha; "bañadera" para un "vehículo colectivo descapotable", que se ven circular en Madrid.

En cuanto a las palabras "poco usadas" es riesgoso hacer un corte. Un ejemplo. La palabra "arbolito" fue inventada para designar al vendedor callejero de dólares, con ofertas más ventajosas que las propuestas de las casas de cambio. Se lo llama "arbolito" porque está plantado al borde de la vereda y porque está cargado de "verdes". Esta palabra apareció en medio de una crisis monetaria hace dos décadas. Instalada la convertibilidad desapareció. Hoy retomada la "inestabilidad", regresa su uso.

Como vimos, las idas y vueltas de algunos vocablos son inevitables. Algunos desaparecerán y quedarán en el olvido; otros tendrán cierto protagonismo de acuerdo a la época. La evolución de la lengua es una fuerza continua que no detiene su marcha. Así se constituye, así se establece una lengua.

Cómo se hizo

La historia de la construcción del Diccionario del Habla de los argentinos comienza con los doce tomos llamados "Acuerdos sobre el idioma", que comprenden al período de 1931 a 1990. El material más preciso para su constitución surge a partir del volumen VI cuando se inicia la serie interna denominada "Notas sobre el habla de los argentinos".

Más tarde, se comenzó a trabajar con los argentinismos contenidos en el Diccionario de la Real Academia Española. En esa ocasión se aprovechó para definir algunos términos y acepciones corrientes en nuestro país. Con todo ello, se editó en 1994 el "Registro del habla de los argentinos", un trabajo que fue considerado como "un primer instrumento en pos de un diccionario de nuestra habla".

A partir de esa obra, la Academia Argentina de Letras pensó que era el momento ideal para proponerse la elaboración de un diccionario, "pues se disponía de un interesante fichero de voces, de medio millar y de una obra que recogía un ponderable conjunto de materiales aprovechables".

Una vez aprobado el proyecto, sólo resto definir el modo de constitución. Se trabajó a partir de una triple fuente: el "Registro", las palabras ya procesadas y las que están en proceso, y las propuestas por los propios integrantes de la Comisión.

Por otro lado, la Academia insiste en aclarar que este "Diccionario del Habla de los argentinos" no se trata del uso del español en la Argentina porque se han excluído todos los vocablos de acepción común con España. Tampoco puede ser considerado como un "Diccionario de argentinismos", en el sentido de una obra que incluya vocablos de uso privativo de nuestro país. El "Diccionario del Habla de los argentinos" busca registrar "locuciones, giros o modos de hablar propios de los argentinos". Sin embargo, no podemos dejar de señalar que muchos de esos vocablos son americanismos de uso común con otros países latinoamericanos. "Bacán" se pasea por la Argentina, pero también por Uruguay, Chile y Costa Rica.

El trabajo fue arduo, pero el resultado justifica la intensa labor. Los 3280 artículos y sus 6500 acepciones determinan un aporte "harto significativo" en este interesante relevamiento del habla de los argentinos.

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