FUNDAMENTOS DE LA IDEOLOGIA IMPERIAL

Por Adrián Carmona

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Hay momentos históricos en que las ideas de las clases dominantes se imponen abrumadoramente. Las últimas dos décadas pertenecen a esa clase de momentos. Desde luego la dominación ideológica nunca es absoluta en tiempo, ni cubre a todos, ni abarca todas las dimensiones. Diversos factores sociales y psicológicos, como el grado de organización de los grupos y clases y la posición de los intelectuales, definen la intensidad de esa dominación. Desde principios de los ochenta, y sobretodo durante la década de los noventa, el fortalecimiento de la derecha (incluyendo fascistas y neonazis) ha sido definitivo en EE.UU. y en otros países; al mismo tiempo que se ha presentado la descomposición y dispersión de las fuerzas populares. Muchos han sido los efectos ideológicos de esa transformación de la correlación de fuerzas políticas, entre los cuales uno de los más sobresalientes fue la mutación intelectual de reconocidos teóricos "de izquierda" que se hicieron neoliberales.

El proceso sin embargo empezó más atrás. A mediados de los años setenta, la derecha EE.UU. inicio una cruzada con el fin de recuperar la economía que se encontraba entonces en una profunda crisis y vengar la derrota de Vietnam. El método fue imponer la filosofía de la ortodoxia librecambista y crear un Gabinete Estratégico sobre problemas militares y políticos. En varios aspectos el programa se materializó efectivamente durante la década siguiente bajo la administración Reagan. Inglaterra compartió el camino. Se revivieron las ideas de los pensadores de la Escuela de Austria que promovían la profundización de una ética individualista y una concepción ahistórica de los procesos sociales. Se reclamaba la "libertad del individuo" como fundamento de la política y el desarrollo económico (a través de la competencia), libertad que solo podía ser garantizada por "sociedades abiertas" como EE.UU.

y que se concebía como una condición natural del hombre y como una ley divina. Tal concepción de la libertad (y los derechos) se fundía en un solo cuerpo doctrinario con las instituciones de EE.UU. y la modernidad económica, o sea el neoliberalismo; además se matizaba con doctrina religiosa.

Dos mistificaciones subyacen en toda la concepción. En primer lugar Estados Unidos no ha sido un baluarte de la defensa de la libertad, como pueden atestiguar en el ámbito interno la población negra, excluida del sistema político hasta hace poco mas de treinta años, y en el externo las naciones que sufrieron y sufren las invasiones de EE.UU. En Segundo lugar, el Libre Mercado no es connatural a la sociedad EE.UU. ni a ninguna otra. El establecimiento del librecambismo es forzado desde el Estado. Una historia de proteccionismo secular difícilmente podía soportar las premisas conservadoras por eso simplemente se ignoró.

Las posibilidades de expansión de ese sistema ideológico así como del sistema económico estaban limitadas por el panorama global bipolar. El desplome de la URSS significó simultáneamente el fortalecimiento del "mito americano" y una profunda crisis de los mitos de izquierda. El colapso soviético garantizó también el ascenso de la convicción de que EE.UU. encarnaba la edad moderna como ningún otro país; al fin y al cabo era EE.UU. el que había liderado la coalición antisoviética a la victoria, "desde entonces modernidad, Libre Mercado, y el alcance universal de las instituciones americanas han llegado a ser virtualmente sinónimos en la mente del publico americano". Teorías como el declinismo americano desaparecieron de la discusión publica y su lugar fue ocupado por las emergentes "conceptualizaciones" en torno a la globalización, la cual, basada en el llamado Consenso de Washington, era la imposición del modelo económico y sociopolítico EE.UU. -la mejor sociedad posible- al resto del planeta en beneficio del poder hegemónico. La insistencia en el carácter natural y divino de los principios EE.UU. era una sola cosa con el gobierno limitado y el régimen de propiedad privada regulado por el Mercado. Las economías, se decía, podían ser planificadas o de mercado; las planificadas fracasaban como en todos los países del mal llamado bloque socialista y las de mercado se desarrollaban como en EE.UU., de ahí que cualquier intervención estatal se concibiera como contraria al desarrollo.

En nombre del discurso dominante se destruyeron gran parte de las conquistas sociales como los derechos de educación, salud, vivienda, se flexibilizo el mercado de trabajo y se adoptaron otras políticas que incrementaron la pobreza. Los estados desmontaron los programas de inversión social como parte de la lucha contra el "paternalismo". En el fondo, lo que se hizo fue crear las condiciones para enormes transferencias de riqueza hacia EE.UU.. De esta forma el discurso de la derecha fue haciéndose una realidad política y económica; como afirmaba Bourdieu:

"Esta "teoría" que es desocializada y deshistorizada desde sus raíces tiene, hoy más que nunca, los medios para hacerse verdadera y empíricamente verificable. En efecto el discurso neoliberal no es sólo uno entre muchos… éste es tan fuerte y tan difícil de combatir sólo porque tiene de su lado todas las fuerzas de un mundo de relaciones de fuerzas al que el mismo contribuye a volver tal cual es…

"El neoliberalismo saca su poder social del poder político y económico de aquellos cuyos intereses expresa…"

Así, se popularizaron teóricos mediocres que propugnaban teorías guerreristas y ultra nacionalistas como Hungtington y Fukuyama. La discusión teórica a nivel internacional se fue concentrando en torno a las premisas que imponía la necesidad de construcción del poder hegemónico. La globalización se interpretó, no como un período especifico de un sistema imperialista unipolar, sino como un destino arrasador, inevitable y manifiesto. Bajo ese artificio se creó la imagen de que vivíamos o debíamos vivir en una sociedad "post" donde las viejas problemáticas sociales y las viejas contradicciones habían sido superadas.

Allí había de todo, pero esencialmente los esfuerzos de filósofos y científicos sociales se dirigían a intentar comprender una supuesta nueva sociedad que había surgido: la sociedad informática o "postindustrial". Se levantaron nuevas prioridades temáticas y categorías y todos los análisis que cayeran fuera de ellas eran considerados fuera de onda, retardatarios, "pre". Se hacía énfasis en las rupturas y se dejaba de lado el orden de las continuidades. De una transformación real de las fuerzas productivas (sobretodo en las telecomunicaciones y la velocidad del flujo de capital), pretendía derivarse una transformación global de la sociedad en un enfoque mecanicista que se presentaba como una gran revelación teórica.

Acceder a la modernidad tenía un solo camino impuesto por realidades irrevocables, ¡ necesidades históricas! El problema más importante era como plegarse al poder globalizador dentro de una comprensión "realista" de la política y la economía mundiales. En tales enfoques la cultura nacional tanto como los estados se difuminaban e integraban en gigantescas redes sociales, el poder era ejercido por enormes conglomerados financieros que nadie controlaba, el desarrollo y la supervivencia dependían de la habilidad de los gobiernos para diseñar políticas que atrajeran capitales, tan inclinados a la fuga. El mundo entero se iba pareciendo a EE.UU..

Desde luego, la globalización no era un proceso inevitable sino la idea de la Casa Blanca de como debía ser el mundo. Los estados y las naciones no desaparecían sino que eran pisoteados. El imperialismo no era algo de una sociedad confinada a la historia por los "post", sino la realidad que enfrentaban los pueblos empobrecidos y despojados. Que el poder lo ejercían las potencias y no abstractas corporaciones lo supieron bien Irak y Yugoslavia. Del cambio en las fuerzas productivas, no se derivaba la profunda transformación de las estructuras económicas, de las relaciones de producción.

Allí donde se requerían ideas que afirmaran el derecho a la autodeterminación nacional, allí donde se precisaba defender el derecho de los pueblos, no creció más que un prosaico relativismo subjetivista que reflejaba la colonización ideológica en las prioridades temáticas, las categorías e incluso los recursos metodológicos. Popularizado hasta mediados de los noventa, por ejemplo, el postmodernismo filosófico (nótese bien postmodernismo) que pretendía afirmar la pluralidad, no sólo no hacía ninguna propuesta positiva, sino que negaba toda posibilidad de hacerlo so pena de caer en "meta relatos" y dogmatismo. Se promocionaba, así, un individualismo cercano a la doctrina neoliberal que se convirtió en buen compañero de la lógica totalitaria.

Entretanto, las organizaciones de centro se pasaban a la derecha, las de derecha se hacían fascistas y las fascistas ganaban fuerza, no solo en EE.UU. sino además (aunque con obvias diferencias) en Europa. Así el fundamentalismo conformaba el poder.

El siglo XXI llego con nuevos retos para la hegemonía EE.UU. Algunos ideólogos habían revaluado concepciones políticas y militares de los noventa y desarrollado nuevas teorías en donde se descartaba el "multilateralismo" y se planteaba una dominación militar más directa. Los eventos que se han precipitado desde el once de septiembre de 2001 han fortalecido en EE.UU. sectores sociales que condensan y encarnan las versiones más retrógradas y violentas de la construcción imperial traducidas en la "Doctrina Bush". Así, en nombre de la guerra contra el terrorismo, se han suprimido derechos democráticos en el seno de la sociedad EE.UU. en un proceso que recuerda demasiado el principio fascista de "Todo por el Estado, todo dentro del Estado, nada contra el Estado".

Tres componentes fundamentales de la ideología de la actual administración son producto del devenir histórico y de las necesidades EE.UU. para el desenvolvimiento del nuevo orden: 1) una concepción supremacista estadounidense, 2) una indoblegable voluntad de poder, y 3) un arraigado fundamentalismo religioso. Elementos que se interrelacionan en una argumentación totalitaria que pretende justificar las guerras de saqueo, el colonialismo y la barbarie.

La Supremacía de EE.UU.

A mediados del mes de febrero del 2002 una organización dedicada al restablecimiento de la moral, la familia tradicional y el matrimonio, el Institute for American Values (Instituto para los Valores Americanos) publicó una carta firmada por un grupo de intelectuales de EE.UU. -entre los que se encuentran Huntington y Fukuyama- que pretendía justificar moralmente la guerra contra Afganistán. La carta titulada "Por Qué Luchamos" exhibe la línea argumentativa que ha caracterizado el desarrollo del poder hegemónico, pero además muestra particularidades de tal línea bajo la administración Bush. Los mismos argumentos se desplegaron recientemente contra Irak aunque con mucha menos eficacia. Conviene repasar tales argumentos.

Como el objetivo de la carta es una defensa ética de la guerra, comienza por establecer los principios que merecen ser defendidos por la fuerza de las armas: 1) libertad e igualdad, 2) prosperidad humana, 3) búsqueda de la verdad sobre la vida, 4) libertad de conciencia religiosa, y 5) "matar en nombre de Dios es contrario a la fe". Estos son principios generales, aplicables a todos los seres humanos.

Luego la carta explica los "Ideales Fundamentales" de la nación EE.UU.: 1) Dignidad, que tiene como expresión política la democracia, 2) Las "Verdades Morales Universales" se aplican a todos los individuos, 3) Los desacuerdos requieren educación, franqueza y argumentos razonables, 4) libertad religiosa y de conciencia.

El papel esencial de esta parte del argumento es establecer un universalismo moral al que todos los individuos tienen que someterse. Aquí desde luego se evoca el fundamento de los Derechos Humanos. ¿Cómo se las arreglan los firmantes para convertir estas declaraciones en una justificación para la guerra? Su argumentación parte de fundir la nación EE.UU. con los principios universales:

"Estas libertades conectadas de manera intrínseca son ampliamente reconocidas en nuestra nación y en cualquier lugar, como una reflexión de la dignidad humana básica y como una precondición de otras libertades individuales.

"… Históricamente ninguna otra nación ha forjado su propia identidad -su constitución y otros documentos fundacionales, así como su autoentendimiento básico- tan directa y explícitamente sobre la base de los valores humanos."

De modo que los "valores humanos" son válidos en cualquier parte pero nadie los encarna como EE.UU. De esta forma queda establecida la superioridad moral, social, política, económica, etc. de EE.UU. en el mundo y por lo tanto la deseabilidad de emular sus instituciones. Lo demás es mera carpintería. Las disputas en cualquier esfera que esté relacionada con la "dignidad humana básica" tienen un juez natural y un gendarme dispuesto a usar la fuerza para "defender" tal dignidad.

Esto, sin embargo, no significaría necesariamente que un gobierno específico represente la histórica tendencia de EE.UU. "hacia el bien", aquí los firmantes hacen otra peripecia argumentativa que consiste en traspasar las supuestas características de las instituciones sociales al régimen:

"…en una democracia como la nuestra, en la que el gobierno deriva su poder del consentimiento de los gobernados, la política surge al menos en parte de la cultura, de los valores y de las prioridades de la sociedad como un todo… claramente, entonces, nuestros atacantes desdeñan no solo nuestro gobierno, sino toda nuestra sociedad, nuestra forma de vivir."

El gobierno puede disfrutar ahora de la representación de la superioridad. De ahí a acusar de "antiamericanismo" a cualquiera que se oponga a las políticas gubernamentales hay sólo un paso, y es muy pequeño. El argumento, base del Macartismo tan en boga, es completamente absurdo, no solo porque pretende presentarnos una sociedad homogénea, sin conflictos entre grupos y clases sociales, sino porque evita considerar el hecho de que la actual administración se hizo al poder aun perdiendo las elecciones.

Ahora la carta gira hacia los "primeros principios" y se pregunta ¿Qué pasa con Dios? La respuesta empieza con la afirmación de que todos somos religiosos por naturaleza puesto que escogemos "lo que es importante y lo que refleja los valores últimos (?)", luego se plantea cómo pueden los gobiernos responder a esa realidad fundamental y de nuevo el modelo idóneo es tomado de la sociedad EE.UU. Los firmantes critican la teocracia, la represión de la religión y el laicismo como soluciones. La crítica de los dos primeros no es en absoluto sorprendente, pero… ¿el laicismo? ¿Por que no pueden aceptar los firmantes una separación entre la creencia religiosa y el Estado? Renglones adelante el asunto se hace claro cuando sugieren que EE.UU.:

"Busca ser una sociedad en la que la fe y la libertad puedan ir juntas, la una elevando a la otra (sic). Tenemos un estado secular, los funcionarios del gobierno no son simultáneamente funcionarios religiosos, pero de lejos somos la sociedad más religiosa del mundo occidental… Políticamente nuestra separación entre la iglesia y el Estado busca mantener a la política dentro de su propia esfera, en parte limitando el poder del Estado para controlar la religión, y en parte haciendo que el gobierno obtenga su legitimidad y opere bajo un toldo moral más grande que no sea de su propia creación.

Entonces, la legitimidad del Estado se deriva de su relación con la religión, no con una en particular, sino con la religión como expresión del espíritu. La diferencia con el laicismo es que aquí se permite una incursión de la religión en el Estado, no estructural sino ética, discursiva, moral. Tenemos pues un universalismo moral relacionado con las creencias religiosas y la dignidad básica y encarnado por el Estado EE.UU. Sigue la explicación de porque es justa la guerra.

Primero declaraciones protocolarias sobre lo terrible que es la guerra, y ahora lo esencial:

"Hay ocasiones en que la primera y más importante respuesta a la maldad es detenerla. Hay momentos en los que librar la guerra no sólo es moralmente permitido, sino moralmente necesario, como respuesta a los actos calamitosos de violencia, odio e injusticia."

Por lo que la guerra justa es una cuestión moral antes que política: la lucha contra el mal. Acerca de qué es la maldad no se nos dice nada, pero podemos suponer que el gobierno EE.UU., representante de los valores fundamentales en la tierra, sabrá decidirlo a su debido tiempo. El enemigo no sólo es malo, también es violento, injusto y ataca primero. Dentro de esta lógica el invasor convierte en agresores a sus víctimas y los demoniza.

La justeza de la guerra depende de su carácter defensivo y se hace para

"Proteger a los inocentes de cierto daño… si alguien (?) tiene alguna evidencia convincente de que gente inocente que no está en posición de defenderse sufrirá grave daño… el principio moral de amor al vecino nos llama a hacer uso de la fuerza."

Ya se nos ha aclarado quiénes son buenos. Ahora se nos explica que una guerra justa se da cuando alguien o cualquiera dice tener pruebas de que inocentes sufrirán ¡ en el futuro! Pongamos esto ahora en lenguaje político contemporáneo. EE.UU. (alguien que no debe ser legitimado más que por sí mismo) define a Irak como parte del eje del mal, dice tener pruebas de que ese país tiene armas de destrucción masiva que dañarán gente buena, por eso decide lanzar una "guerra preventiva", ¡muy simple! Vimos como se desmoronó el argumento en la campaña contra Irak, puesto que ese país no pudo ser mostrado como un peligro inminente a pesar de los enormes esfuerzos publicitarios de los medios de comunicación y los organismos de inteligencia EE.UU. Pero además la "guerra preventiva", o sea el uso de la fuerza para evitar el daño, no se ajusta a una defensa de la "guerra justa" como "respuesta" a los actos de violencia simplemente porque los actos de violencia no se han dado.

Esta evidente incongruencia no impide sin embargo a los intelectuales firmantes pasar a definir los blancos de la guerra justa, que son combatientes aunque:

"En algunas circunstancias y dentro de límites estrictos (sic) es moralmente justificable emprender acciones militares que resulten en la muerte o lesión no intencional pero si prevista de no combatientes.

¿Quiénes son considerados combatientes? Más adelante la carta afirma que el grupo de individuos que atacaron a EE.UU. pertenecía a una red que a su vez:

"Constituye sólo un brazo de un movimiento radical islámico más grande que ha crecido durante las ultimas décadas, que en algunos casos ha sido tolerado y aun apoyado por gobiernos."

Personas o gobiernos considerados parte de tal movimiento son enemigos naturales, por lo tanto se justifica su destrucción. Ni una palabra sobre las razones que han producido su crecimiento en abierta oposición a EE.UU. Este enemigo no sólo se opone a las políticas EE.UU., se opone también a valores fundamentales como la libertad de conciencia que deben guiar las sociedades modernas; además este movimiento traiciona incluso las enseñanzas del Corán y los principios islámicos, "en su desprecio por la vida humana… niega claramente la igualdad en la dignidad de todas las personas, y al hacerlo, traiciona la religión y rechaza los propios cimientos de la vida civilizada y la posibilidad de paz… constituye un peligro para todas las gentes de bien… un mal que amenaza al mundo entero" (92). Contra este enemigo inmoral, malo e infiel, sólo puede usarse el lenguaje de las armas, y es necesario hacerlo así porque la humanidad entera está en peligro.

El mismo recurso a principios universales y concepciones religiosas, la misma defensa de la guerra, la misma lógica maniquea ha sido usada por los constructores del imperio. En general el espíritu de la carta puede resumirse así: Nos atacan porque nos odian, nos odian por ser Buenos y por vivir de acuerdo a las verdades morales fundamentales; en consecuencia nuestro enemigo es malo y debe ser detenido por la fuerza de las armas. La guerra debe ser absoluta pues el mal no admite otro tratamiento, no pueden hacerse concesiones, no puede haber pactos, sólo es posible exterminarlo. ¡Sólo así puede EE.UU. salvar el mundo!

Los argumentos siguen la misma lógica que usó Locke hace más de trescientos años para justificar el esclavismo y el colonialismo y que Dussel llama la lógica de la totalidad. Tal lógica, según Dussel, comienza con una afirmación positiva de lo que se negará como excepción, la libertad y la igualdad. Tales derechos corresponden a un "estado natural". Si alguien nos odia sin motivo y se levanta en armas para imponer objetivos injustos, rompe el estado natural y en consecuencia pierde sus derechos por cuanto el mismo se pone por fuera del orden moral y se transforma en un peligro para la humanidad. Sobre ese enemigo agresor se podría lanzar una "guerra justa" para defendernos y defender las leyes universales y se le podría matar como a una fiera.

¿Quién es el juez que representa la ley natural? ¿Cómo juzgar cuando alguien rompe tal ley? Ambas preguntas tienen la misma respuesta; el que lanza la guerra se define como juez defensor de la humanidad y define a su enemigo como ilegal "el propio actor define quién es el enemigo y da la razón de la justicia de su guerra contra dicho enemigo." Desde luego, la base de la argumentación es la ilusión de universalidad de los valores y las instituciones propias; las víctimas del esclavismo y el colonialismo son convertidas en verdugos por estar por fuera de esas instituciones civilizadas.

Las guerras de colonización de EE.UU. tienen raíz en la apropiación de recursos y la explotación de los pueblos que conquistan, pero la búsqueda de apoyo interno en amplios sectores sociales no puede hacerse alrededor de tales intereses; es necesario dar a tales guerras una apariencia ética. Las "verdades fundamentales" y la demonización del enemigo proporcionan esa apariencia. Más allá, el poder apela a Dios en la búsqueda de seguidores. Cuando un estado juzga que otro lo odia, "lo define como enemigo fuera de la ley y del derecho, contra el que puede declararse una guerra justa. Sólo Dios puede juzgar la falsedad de este juicio practico."

Un fuerte nacionalismo y una tradición puritana han estado presentes en la sociedad EE.UU. por largo tiempo, pero el énfasis que se les da bajo la actual administración unido a la concepción de supremacía moral crean un cuerpo doctrinario equivalente a la superioridad aria en la doctrina nazi.

La Voluntad de Poder

Uno de los rasgos más sobresalientes de la actual administración es su voluntarismo político. Bush ha desconocido toda posibilidad de convenios internacionales desde el Acuerdo de Kyoto hasta la corte penal internacional, aplicando una política de no-compromiso e imponiendo sus objetivos por encima de los organismos internacionales como se demostró en el ataque contra Irak. La esencia de las relaciones internacionales está determinada por la capacidad militar y el equipo de Bush está empeñado en mantener una amplia ventaja que permita definir el rumbo de la economía y la política mundiales. Aquí no se acepta ninguna limitación, aunque eso signifique desconocer al resto del planeta.

Parte de los componentes de la doctrina Bush se encuentran en los documentos del "Proyecto para el Nuevo Siglo Americano" (Project for the New American Century [PNAC]), una organización iniciada en 1997 con el ánimo de promover el liderazgo global de EE.UU. Ésta, junto con el "American Enterprise Institute" el "Hudson Institute" y otros, han promovido el cambio en las concepciones militares, nucleares y geopolíticas en EE.UU. Tal organización estableció como proposiciones fundamentales "que el liderazgo estadounidense es bueno tanto para América como para el mundo; que tal liderazgo requiere fuerza militar, energía diplomática y sujeción a un principio moral".

El énfasis en la construcción del liderazgo estaba puesto en el despliegue militar, por eso el PNAC defendía la necesidad de un amplio presupuesto de defensa para profundizar las ventajas militares EE.UU.; la cuestión se planteaba como una necesidad apremiante para no perder la oportunidad imperial:

"¿Tiene EE.UU. la resolución para formar un Nuevo siglo favorable a los principios e intereses americanos?

"Estamos en peligro de malgastar la oportunidad y fallar en el reto. Estamos viviendo del capital… construido por pasadas administraciones."

De esta concepción se desprende que los integrantes del PNAC consideraban inaceptable cualquier pérdida de tiempo, la conquista y expoliación planetaria no podía esperar, era preciso tomar el poder de cualquier modo. Eso fue precisamente lo que hicieron y es quizá más sorprendente que su abierta disposición imperial y guerrerista.

Entre los fundadores del PNAC se encuentran Richard Perle, exconsejero de defensa; Dick Cheney, actual vicepresidente; Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa; Paúl Wolfowitz, Subsecretario de Defensa; I. Lewis Libby, Jefe de Personal de Cheney; Zalmay Khalilzad, embajador de Bush en Afganistán y Jeb Bush, gobernador de California y hermano del presidente, además de Francis Fukuyama que también firmó la carta de los intelectuales discutida más arriba.

Este grupo de ideólogos que procede de la época de Gerald Ford, quien asumió la presidencia de EE.UU. después del escándalo del Watergate en 1974, se consolidó bajo la administración de Ronald Reagan, cuando se formaron grupos de extrema derecha para "vengar" la derrota EE.UU. en Vietnam.

Basados en tres elementos que consideran fundamentales de la administración Reagan: 1) Un ejercito capaz de enfrentar retos presentes y futuros, 2) una política internacional que promueva los principios EE.UU., y 3) un liderazgo que asuma el rol protagónico de EE.UU., establecieron como objetivo construir una visión estratégica en torno a cuatro puntos:

· Incrementar el gasto de defensa y modernizar las fuerzas armadas,
· Desafiar regimenes hostiles a los intereses EE.UU.,
· Promover la libertad política y económica en el exterior y
· "aceptar la responsabilidad por el papel único de EE.UU. en preservar y extender un orden internacional amistoso de nuestra seguridad, nuestra prosperidad y nuestros principios"

Los cuatro puntos se han cumplido. Dentro de esta visión, los llamados halcones han promovido la doctrina de la guerra preventiva y permanente, el uso de armas nucleares de bajo poder en guerras convencionales, la guerra de las galaxias y la más reciente doctrina de "choque" aplicada en Irak y que es una reedición de la Blitzkrieg empleada por la Wehrmacht nazi a principios de la Segunda Guerra Mundial.

El proyecto sostiene en un memorando del 2002 que la doctrina Bush se fundamenta en 1) el activo liderazgo global, 2) la disposición a actuar preventivamente y cambiar regimenes y 3) la promoción de principios democrático-liberales especialmente en el mundo islámico. Además destacaba que la doctrina Bush no es el multilateralismo de Clinton, no apela a las Naciones Unidas y profesa fe en el control por las armas. De esta forma el proyecto se mostraba complacido por la gestión Bush que ha puesto a rodar una maquinaria de represión y violencia contra amigos y enemigos.

El relativo éxito de los ataques EE.UU. contra Afganistán e Irak ha fortalecido tales sectores ultra belicistas. No en vano el New York Times afirmó que Rumsfeld se ha convertido en "el rostro de la fuerza, o alternativamente, la arrogancia Estadounidense." La confianza en que EE.UU. puede ganar varias guerras importantes simultáneamente está creciendo y desde ya se prevén nuevas confrontaciones quizá de mayor envergadura cada vez. La sociedad EE.UU. está siendo arrastrada hacia un estado de ánimo igualmente belicista, lo que explica por qué un hombre que predica la agresividad y sostiene que "la debilidad es provocativa" sea una figura popular.

A este grupo de ideólogos, que incluye facciones sionistas, se han sumado otros igualmente fundamentalistas como Condoleezza Rice y Henry Kissinger; este último con una conocida experiencia en genocidios e imposición de dictaduras, que muchos consideran debe ser procesado por crímenes de guerra y contra la humanidad. Además de oportunistas como Collin Powell y su escasísimo grupo de "moderados".

El fundamentalismo religioso

Imágenes de funcionarios o soldados rezando, permanentes referencias a Dios en los discursos públicos y una recurrente invocación de la bondad y la maldad en contextos religiosos son algunos de los fenómenos que han acompañado el ascenso del fundamentalismo religioso al poder en EE.UU..

A finales de la década de los noventa, los republicanos protagonizaron una profunda lucha contra el gobierno de Clinton. Subyacían diferencias en cómo manejar los asuntos políticos y económicos; sin embargo, la discusión no se dio en torno a esas diferencias a veces demasiado abstractas para el público EE.UU. en general, tampoco recurrió a acusaciones por incapacidad o fracaso; no, los argumentos republicanos eran "morales". La campaña consistía en mostrar a Clinton como un sujeto inmoral que mantenía relaciones extramatrimoniales, por lo que se le exigía la renuncia. Ya entonces era evidente el puritanismo de quienes se convertirían en la nueva administración, la visión maniquea que se iba a imponer en la política EE.UU.

A partir del discurso religioso se crea una base social de apoyo al gobierno y se reclutan seguidores para las guerras, que son justificadas en principios divinos por la administración. Según Petras, el actual presidente:

"Es un fundamentalista cristiano quien, para horror de la comunidad científica, proclama la historia bíblica de la creación en forma literal mientras fustiga las bases del conocimiento científico sobre la evolución como se enseña en escuelas secundarias y universidades. Como muchos alcohólicos reformados, se ha aferrado al fundamentalismo cristiano con un fervor que llega al extremo de que haya lecturas diarias de la Biblia en los salones del gobierno federal."

En 1999, durante un debate presidencial, Bush dijo que su filósofo favorito era Cristo "porque Él cambió [su] corazón." Se considera a sí mismo un instrumento de la divina providencia puesto que "los eventos no son movidos por cambio ciego y azar. Tras toda vida y toda historia, hay una dedicación y un propósito, fijados por la mano de un Dios justo y fiel." Su consejero y principal escritor de discursos, Michael Gerson, es un teólogo que considera que usar lenguaje religioso en política es parte de la cultura EE.UU. Pero los discursos de Bush evitan mencionar a Jesús o Cristo, refiriéndose mejor a Dios, la providencia o el todopoderoso para no reducir el potencial apoyo de diferentes comunidades religiosas.

Uno de los hombres más cercanos de Bush es Franklin Graham, quien recientemente ofició un servicio religioso en el Pentágono. Este hombre, que ahora siente que debe convertir al pueblo de Medio Oriente, ha declarado que "No estamos atacando el Islam pero el Islam nos ha atacado. El Dios del Islam no es el mismo Dios. No es el hijo de Dios de la fe cristiana o judeo- cristiana. Es un Dios diferente, y yo creo que esta es una religión muy perversa y malvada." Durante años Graham ha dirigido una enorme organización de evangelizacion heredada de su padre Billy Graham, quien, por cierto, aconsejaba a Nixon usar la bomba atómica en Vietnam.

Además del lenguaje y la concepción que subyacen los discursos y la política EE.UU. (evidentes por ejemplo en la invocación de un ¡eje del mal!), Bush intenta revertir la separación del Estado y la iglesia en asuntos sociales dentro de la misma concepción expresada en "Por qué luchamos". El presidente ha enfatizado las "Iniciativas Basadas en la Fe" con el fin de asignar dinero del erario publico a iglesias e instituciones religiosas para programas de desarrollo económico y social en áreas de bajos ingresos, refugios de emergencia, ayuda de vivienda para familias de un solo padre, desempleados, adictos y casos de sida. Tan comprometido está Bush en tal proyecto que cuando encontró oposición en el congreso usó ordenes ejecutivas para poner en operación muchas de sus ideas, echando por tierra antiguas regulaciones que circunscribían el uso de los recursos estatales a actividades seculares. Además, Toja Myles, una mujer que dirige un programa de tratamiento de la adicción centrado en Cristo, fue la invitada especial del presidente en el discurso del Estado de la Unión en enero de este año.

Medios y propaganda

La propaganda es un medio de comunicación persuasivo que pretende activar o desactivar fuerzas sociales, por lo tanto es un asunto político. Los complejos informativos han jugado un importante papel en el ascenso de un estado de ánimo belicista, han adoptado sin apenas crítica la doctrina oficial y han promovido las políticas imperialistas más brutales. Intentan desactivar la oposición o hacerla irrelevante y al mismo tiempo crear apoyos más o menos irracionales, para lo cual recurren a la manipulación del lenguaje y las emociones, la demonización del enemigo, y frecuentemente a las mentiras.

La Información se presenta en marcos éticos que reflejan las prioridades del imperio. La concepción de la objetividad periodística ha caído en desuso y su lugar ha sido ocupado por la teoría del periodismo responsable y comprometido (con el bien). El derecho a la información ha desaparecido como consecuencia del derecho del Estado a defenderse (del mal).

Dos factores confluyen para que esto sea así: 1) la llamada "autorregulación" de los medios, adecuada a su carácter de capital privado, y 2) las políticas de EE.UU. para controlar el flujo de información. Las "guerras" de Afganistán e Irak han puesto de relieve el carácter de propagandistas del Estado que ahora exhiben los medios de comunicación orgullosamente. En Afganistán, la CNN se convirtió en la única fuente de información para occidente a través de un contrato con la cadena Saudí AlYazira. La información era previamente analizada por la inteligencia EE.UU. para evitar supuestos mensajes terroristas cifrados. Por lo demás, en contraste con la forma en la que se trataron los eventos del 11 de Septiembre, las victimas del ataque de EE.UU. sobre ese país no fueron mostradas como una gran perdida humana, ni se hicieron largas entrevistas a sus familiares, ni se enfatizó durante varias semanas que sus vidas eran irrecuperables; de hecho tales víctimas apenas fueron mencionadas, como si hubieran muerto árboles y no personas.

Para el ataque sobre Irak la CNN se había preparado mejor. En un documento fechado el 27 de enero de 2003 y titulado "Recordatorio de la política de aprobación de guiones", esa multinacional de la información sostiene que "todos los reporteros que preparan paquetes de guiones deben someterlos a aprobación", de modo que "ningún guión podrá salir al aire si no lleva las marcas apropiadas de aprobación por un directivo autorizado y sin que se haya enviado copia a la oficina de textos." De modo que los periodistas razonables encuentran infinidad de dificultades para transmitir información veraz. La "autorregulación" ha sido aplicada por todos los medios de comunicación. Las grandes multinacionales de la comunicación han sido así correas de transmisión de la ideología imperante.

Como si no fuera suficiente, el gobierno EE.UU. se empeña en desarrollar una directiva para influenciar la opinión pública alrededor del mundo, especialmente por medio del Pentágono. La decisión de introducir periodistas en el ejército de ocupación en Irak para que transmitieran solo el lado EE.UU. de la guerra hace parte de tal esfuerzo pero no ha sido la única medida.

Durante el mes de diciembre de 2002, como consecuencia de la presión pública, la Casa Blanca se vio obligada a distanciarse de una directiva secreta del Pentágono para fortalecer la imagen de EE.UU. Tal directiva autoriza "a los militares para llevar a cabo operaciones encubiertas para influenciar la opinión pública y a quienes elaboran las políticas en países amistosos y neutrales", lo que se haría a través del soborno de periodistas para introducir noticias en periódicos extranjeros y otros medios. El proyecto incluye además, minar la influencia de las mezquitas e instituciones religiosas en Medio Oriente. Meses antes, Rumsfeld, el promotor de semejantes concepciones, había tenido que cerrar la recién creada "Oficina de Influencia Estratégica" ante el repudio que causó el propósito de crear falsas informaciones.

No obstante, la directiva no sólo sobrevivió sino que se impuso, como lo demuestra el hecho de que sólo un mes después, en enero de 2003, Bush estableciera la "Oficina de Comunicación Global" para "guiar a las agencias gubernamentales de EE.UU. en cómo diseminar verdaderos, adecuados y efectivos mensajes sobre el pueblo EE.UU. y su gobierno a audiencias alrededor del mundo." Finalmente con el Ataque sobre Irak, Rumsfeld se ha apoderado de todos los medios de comunicación de Washington y ha impuesto, con relación a los medios en general, una concepción caracterizada por el control y la persecución de informaciones desfavorables al gobierno y sus planes.

Irak también mostró el tratamiento de los medios en países que no son amistosos o neutrales: la destrucción absoluta, incluyendo el bombardeo de la central televisiva de Irak, y su remplazo por transmisiones radiales o televisivas creadas por EE.UU. para llevar mensajes adecuados al público iraquí.

Sin embargo, a pesar de los ingentes esfuerzos para formar una opinión publica favorable al desarrollo del poder imperialista, la oposición se ha manifestado masivamente. Las protestas contra el ataque sobre Irak fueron significativas alrededor del mundo y mostraron un avance de las fuerzas populares, aun cuando no lograron detener el belicismo EE.UU.

Las fuerzas populares

¿Dónde han estado las fuerzas populares? Todavía afectadas con la llamada derrota del socialismo real y el supuesto colapso del Marxismo pregonado por ideólogos desde todos los puntos del orbe, las fuerzas populares, en especial las socialistas, se desactivaron o asumieron contornos ideológicos socialdemócratas y neoliberales. La crisis fue fundamentalmente una crisis emocional derivada de la derrota política y la desilusión frente a los mitos. El escepticismo se convirtió en el estado de ánimo natural de grandes sectores intelectuales y sociales que quedaron sin horizonte, sin proyecto y que no lograban balancear la experiencia. Las luchas revolucionarias decrecieron en número y en capacidad; cuando no fueron derrotadas, pactaron negociaciones desfavorables. Por supuesto no todas sucumbieron, pero las organizaciones que mantuvieron proyectos políticos revolucionarios lo hicieron contra la corriente, enfrentando grandes dificultades para crecer.

El escenario social se diversificó, se fortalecieron organizaciones anarquistas, feministas, religiosas, ecologistas, etc. pero muchas de ellas o bien conservaron un escepticismo visceral, o bien se plegaron a concepciones como "La Tercera Vía" -defendida por gente como Tony Blair- cuando no al discurso abierto neoliberal. Quizá porque no fueron suficientemente "realistas" para apartarse del discurso dominante no establecieron un derrotero unificador y por supuesto pocas se decían "antiglobalizacion".

Los eventos del nuevo siglo han revitalizado a las fuerzas populares que empiezan a desarrollarse de nuevo y lo hacen rápidamente, por lo que no puede descartarse en el corto tiempo un auge revolucionario. El hecho de que se hable de antiglobalizacion es un importante avance en relación con los enfoques de "globalización con rostro humano" que predominaron en los noventa porque implica la concepción de la globalización como un proyecto y no como una necesidad del desarrollo histórico. En ese contexto también ha sido posible discutir conceptos como "imperialismo" para explicar las realidades de nuestra época.

Pero el desarrollo de tal movimiento requerirá profundizar en una rica tradición revolucionaria y superar la influencia que han tenido las ideas de los sectores dominantes. Entender el orden de las continuidades.

El desarrollo de movimientos nacionalistas democráticos es vital en un mundo en el que la superpotencia hegemónica aplica políticas coloniales, para lo que es preciso hacer una superación concreta de la creencia de que las naciones tienden a desaparecer naturalmente. La lucha contra el imperio requerirá balancear la experiencia de lucha contra el fascismo durante la primera mitad del siglo XX y hacer propuestas alternativas al proyecto imperial y, más allá, a la sociedad capitalista. Un balance positivo de la experiencia de construcción del socialismo y la democracia popular es igualmente ineludible. Todo ello no puede hacerse partiendo del supuesto de que la planificación y la intervención estatal producen corrupción y estancamiento; hemos visto que no puede confiarse en las fuerzas "reguladoras" del mercado. Por cierto, la burguesía EE.UU. sabe bien como funcionan tales fuerzas y por eso protege su economía vigorosamente: su industria alimenticia a través de altos aranceles y restricciones, la de petróleos por medio de la conquista militar y el monopolio, etc. mientras exige al resto del planeta aperturas económicas.

El proyecto de EE.UU. ha generado altísimos niveles de pobreza, desempleo, delincuencia y frustración social dentro y fuera de su territorio, creando un caldo de cultivo para el fascismo y fundamentalismos de todas las clases. Se enfatiza cada vez más el uso del poder militar para "resolver" cuestiones de política y economía; el mundo se precipita en un

Fuente: Rebelión, mayo de 2003



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