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EL MEDIO PELO EN LA SOCIEDAD ARGENTINA
(Apuntes para una sociología nacional)
PARTE 2 DE 3
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Indice de la parte 2
CAPÍTULO VI - La Sociedad y los límites de la "Patria
Chica"
CAPÍTULO VII - Una escritora de "medio pelo" para
lectores de "medio pelo"
CAPÍTULO VIII - Las clases medias, la nueva burguesía
y la aparición del "medio pelo"
LA NUEVA SITUACIÓN Y LA FAMILIA
POPULAR
En españoles y en italianos, la familia es mucho más aglutinante que la
nacionalidad. De sobra es conocida la tradicional solidez del núcleo familiar
español y con respecto al italiano igualmente sólido, me parece de oportunidad
citar lo que dice Luigi Barzini (“Los italianos”. Ed. Americana, 1966) sobre
la doble faz de la familia italiana: la apariencia exterior en que el elemento
masculino, con su orgullo y hasta su tiranía, parece ser el único que cuenta;
y la realidad subyacente en que la mujer silenciosa y pausadamente es el
eje vertebral dela misma, resumido así: En Italia los hombres gobiernan
al país, pero las mujeres gobiernan a los hombres. Italia es en realidad,
un cripto matriarcado. (“Madre hay una sola” será pintoresca muletilla de
una literatura popular obsesionante desde "Pobre mi madre querida", de Betinotti
a Gardel y a los dramones radiales de Pancho Staffa).
Vuelvo aquí al valor documental que tiene el teatro de la época y en cuya
escena es inevitable la presencia modeladora de la mujer criolla casada
con extranjero, que dice siempre la palabra de conciliación, que marca el
rumbo de la fusión que se producirá en sus hijos, que son su objetivo. (Entre
el "compadrito" y el "tano" siempre aparece la mujer criolla de éste, atemperando
los roces y dando la solución pragmática, lo mismo que entre el viejo criollo,
padre de la hembra, empacado en sus prejuicios estéticos, y el yerno "cocoliche"',
el "bachicha", que pretende imponer sus valoraciones despectivas de lo indígena.
Situada en un plano intermedio, resulta la permanente arbitradora, y así
“la vieja” adquiere la categoría de un símbolo unificante en las tendencias
dispares que podrían disociar el hogar. Porque el hijo del inmigrante toma
frecuentemente del criollo una actitud peyorativa con respecto del padre,
recubierta de un cariñoso humorismo—cosas del “viejo”--, que hasta pueden
comentarse jocosamente con los amigos desde la criolledad que se atribuye,
pero teniendo siempre presente, a través de la madre, una solidaridad profunda
que corresponde al tono del sólido hogar que se ha constituido).
En ese sentido la inmigración aporta una valorización de la mujer a través
de la valorización de la familia, que la convierte en un instrumento en
el cambio de la estructura tradicional.
Ya se ha visto que la inmigración es esencialmente masculina y adulta, y
esto explica la mucha mayor frecuencia del matrimonio de extranjero con
nativa que de nativo con extranjera. De tal manera la sólida estructura
de familia que pudo ser un factor de enquistamiento contribuye también a
la fusión, con la unión mixta, en que es un elemento decisivo la mujer por
el papel importante que desempeña en el hogar que se constituye, conforme
a las pautas que trae el extranjero de las clases populares.6
EL ASCENSO SOCIAL DE LA MUJER
La inmigración ha incorporado un elemento básico que faltaba en la clase
inferior, y cuya falta era factor sustancial de situación: la regularidad
del vínculo matrimonial y el establecimiento de una situación de familia
permanente que es facilitado por las nuevas condiciones económicas. En el
mundo del inquilinato cada pieza es un mundo completo y los individuos no
están aislados como en la clase inferior de la sociedad tradicional, sino
recíprocamente apuntalados en una serie de normas comunes, en que la familia
se perpetúa, a diferencia de la situación anterior en que cada adolescencia,
como el pichón de ave, llevaba implícita la necesidad de volar y de valerse
por sí, y para sí mismo, de gaucho a orillero, en el espacio abierto de
las pampas o en las encrucijadas del suburbio porteño que conducían a la
vida siempre provisoria de las orillas: la familia era también precaria
con su perdurabilidad y reducida en su ramificación.
La mujer ante el extranjero gana posición: no es la cosa que se toma como
un lujo, del varón nativo; ella hace el sacrificio de muchos prejuicios
al unirse a ese extranjero desprovisto de los encantos que hacen el prestigio
personal, según las estimaciones de su medio. Su unión es una concesión
—siempre lo destaca— que hace forzándose en la estimación de otras aptitudes
más prácticas, más positivas, pero menos brillantes. Ese matrimonio no es
simplemente la unión de los sexos en el arrebato pasional de cuando era
normal que la mujer fuera "presa" de conquista, "la Vicenta" que se saca
en ancas del hogar paterno en la literatura gauchesca, y destinada a ser
sólo un complemento en la vida del hombre. La compensación del "gringo"
y sus aspectos negativos es la perspectiva del sólido hogar que empieza
por el matrimonio legítimo que a éste puede exigir, y que éste desea porque
se conforma a sus pautas y no podía exigirle al otro, en cuyas pautas contaba
excepcionalmente. Esto determina en plazo de dos o tres generaciones que
la legitimidad del vínculo y los hábitos familiares eliminen lo más definitorio
de la clase menor: la falta de filiación legítima, porque ya todas las mujeres
lo exigen, hasta al criollo. (Recordemos que estamos hablando de Buenos
Aires y no del interior argentino donde el proceso que se cumple es inverso
a medida que se profundiza el desamparo de la "gente inferior”).
Todo lo dicho anteriormente no importa excluir del sentimiento del criollo
la estimación y el afecto para la mujer, que en páginas tan llenas de ternura
nos canta Martín Fierro; tampoco el afecto para con los hijos. El criollo
es, además, poco mujeriego, más bien casto, pero su idea de la pareja –agravada
después por la descomposición de la sociedad patriarcal de que se habló
antes—se aproxima a la unión libre en que la continuidad del afecto es lo
que mantiene la cohesión; en cambio, en los inmigrantes existen normas rígidas
en las que la pareja es sólo medio de un fin; el grupo familiar frente al
cual pierden importancia hasta el amor y el afecto entre los cónyuges que
cede su primer término a la conservación del matrimonio como base de aquél.
La institución familiar adquiere esa perennidad de la española y la italiana,
que implica una continuidad desde remotos abuelos a remotos descendientes,
a veces bajo el mismo techo, el mismo solar, y en los mismos modos de vivir
transmitidos de generación en generación, a diferencia del hogar criollo
de la “clase inferior” de donde los hijos salían hacia el mundo definitivamente,
apenas alcanzada la pubertad. (Claro está que cuando para el hogar criollo
se daban condiciones económicas favorables –así en la “gente principal”—la
estructura de la familia era la tradicional venida de España, hecho que
también se dio en muchos casos en gente que, perteneciendo por calificación
social a la “inferior” tuvo oportunidad de asentarse en forma estable en
los excepcionales casos en que lo económico hizo posible la perdurabilidad
de la familia aunque el vínculo no fuera legítimo).
Otra particularidad de la época referida a la mujer criolla es el papel
que jugará en la nueva economía como parte activa. Si su papel ha sido secundario,
complementario del otro sexo, también ha estado postergada como factor de
producción para la obtención de recursos propios. Fuera de la atención de
su hombre y de sus hijos en la niñez y los quehaceres domésticos, tiene
solamente actividades accesorias en el servicio doméstico, en el lavado
y planchado y en las escasas industrias caseras generalmente alimenticias.
(Otras actividades femeninas: bordados, tejidos, costura, son labores "finas"
que no se ejercen a nivel de la clase inferior. Más bien son actividades
vergonzantes de los estratos femeninos más bajos de la "gente principal"
que se ayudan con técnicas minuciosas heredadas y por lo tanto producto
de situaciones de familia ajenas a las de la plebe del suburbio. Se cosa
para fulana o mengana, se borda o se teje de encargo, se elaboran puntillas
y algunas hacen la deliciosa repostería criolla, producto de recetas transmitidas
de generación en generación, como los alfajores santafesinos de las señoras
de Gonselvat. Son cosas que no están en el comercio y a las que se llega
por recomendación si no hay una relación tradicional, y previo un juego
de cortesías y reservas que disimulen el carácter comercial de la operación).
La ciudad de adultos masculinos crea necesidades de vestidos que generan
actividades para las mujeres de la clase inferior. Del lavado y planchado
individual se pasa al taller de lavado y planchado, una institución de la
época donde, bajo la dirección de la patrona, numerosas ayudantas y aprendizas
constituyen una célula colectiva de producción. (Aun subsisten los criollos
renuentes al trabajo de “gringos” cuyo ocio en chancletas y camiseta musculosa,
alternado entre el umbral del taller de la cónyuge y las visitas al boliche
de la esquina, nos describirá Roberto Arlt en uno de sus más acertados bocetos
porteños). Pero será la costura para la confección de la ropa que Buenos
Aires suministrará a su población y a todo el país, la actividad femenina
por excelencia. Son las chalequeras, pantaloneras, camiseras a destajo,
que retiran y entregan semanalmente a los registros, el producto de las
largas horas de labor sobre la Singer y la NewHome, cuyo pedaleo constituye
el rumor inconfundible que sale de las piezas de los inquilinatos y de las
casitas suburbanas.
Estamos aun muy lejos del momento en que la mujer entrará a la competencia
del trabajo asalariado –ya aparecen las telefonistas—y participará en todas
las actividades de la economía; pero se puede decir que es la primera que
rompe masivamente la frontera que separaba a los oficios de “gringos”, de
los oficios nativos, y aquí hay que anotarle a ella otro punto como factor
coadyuvante a la fisonomía social, económica y cultural que define la transición
entre la gran aldea y la ciudad.
LA CLASE "INFERIOR" SE EXTINGUE
Para el Centenario de 1910 criollos e inmigrantes se han unificado en el
mercado del trabajo y compiten en las mismas actividades como cargadores,
portuarios, ferroviarios, cocheros; y más, a medida que las fábricas van
jerarquizando un nuevo concepto: el obrero, cuyo trabajo es indistinto a
la nacionalidad del que lo ejecuta, y a sus costumbres, porque es un hecho
nuevo que no está regido por las pautas calificantes de los oficios anteriores;
el pito de la fábrica y el vencimiento de la quincena son iguales para todos,
y el trabajo tendiente a la producción en serie, es extraño a pretéritas
calificaciones. Seguirán desde luego, y más por una razón de destreza, siendo
criollos los chateros y los trabajadores del abasto y sus industrias derivadas,
y preferentemente entrarán a los servicios como porteros, mozos de café
y de mostrador, y changadores, los españoles, mientras que por la misma
razón, destreza técnica, en la construcción actuarán preferentemente los
italianos, con los que, entreverados en los andamios, andarán los descendientes
de esa confusa mezcla que ya dejan de ser simples aprendices y oficiales.
En la mala vida ya no habrá distinciones de origen y en el depósito de contraventores
de la calla Azcuénaga no será posible distinguir entre los prontuariados,
los criollos y los hijos de inmigrantes; sólo en la prostitución, predominan
las importadas. (Es la época en que se escribió el "Camino de Buenos Aires'').
(Ver nota en el Apéndice).
La clase baja de la sociedad porteña no ha formado ese proletariado, que
los dirigentes socialistas se empeñan en buscar; y no ocurrirá tampoco en
los años sucesivos. No existe la ideología homogénea que llaman "conciencia
de clase"; existe una solidaridad de intereses concretos en los premios,
pero para fines inmediatos. A lo sumo como conciencia de clase lo que hay
es una irritación de pobres contra ricos, la espontánea protesta social
que origina la desigualdad y la comparación de la miseria de unos con la
prosperidad de otros, y a la que resultaba más fácil llegar con la encendida
protesta del anarquista y su ideología difusa; esto se traducirá en la calle,
en la agitación social que altera la fiesta de la prosperidad de las altas
clases que es el Centenario de 1910 y se prolonga hasta las jornadas trágicas
de enero en 1918, siempre bajo el signo conductor de los anarquistas, cuyos
centros y gremios contrastan con la actividad reposada del proselitismo
socialista.
LA PSICOLOGÍA DEL "ASCENSO" EN LOS TRABAJADORES
El socialismo explicará su incapacidad de cavar hondo en el campo obrero
con su remanida fórmula de la "política criolla", que es la transferencia
a la política del juicio que tienen hecho sobre la ineptitud del nativo
—pero que también ocurre para el hijo del inmigrante—; el socialismo requiere
supuestos "niveles culturales", y así los maestros del mismo identificando
su juicio con el de la "gente principal", atribuyen su fracaso a una irremediable
falta de cultura popular que por su carácter congénito corresponde a un
inconfesado racismo.
Por un lado descarta como objetivo el criollaje, que es para él "lumpen
proletariat" indigno de su prédica —todavía lo será en 1945— y por el otro
se opone, con su libre cambismo, a la industria nacional, única posibilidad
de clase obrera como exige.
El hecho que no percibía, y que aun, en general, no perciben las izquierdas,
no es exclusivo de Buenos Aires y del país, y se parece en mucho a lo que
ocurrió en la sociedad norteamericana del siglo pasado, en la etapa de la
inmigración masiva y la marcha hacia una frontera interior7. Se trataba
de una sociedad en movimiento por la ampliación o modificación constante
de sus bases económicas, la Argentina que se incorporaba al mercado mundial
como productora de materias primas —sin perjuicio de que después, llegado
el límite se intentara detenerla— era un país en desarrollo cuya estática
se había roto y donde estaban abiertas las posibilidades del ascenso vertical.
Eso es lo que precisamente buscaba el inmigrante; el único sector que no
lo había buscado antes, ni había tenido perspectivas, el criollo, en Buenos
Aires se incorporaba entonces a la misma actitud ante la ruptura de su situación
cristalizada, y las nuevas posibilidades.
El carácter que los sociólogos atribuyen a la clase media que no se cristaliza
sino que tiene una movilidad constante ascendente y descendente, era compartido
por los estratos más bajos de la sociedad y aun lo es. Además, las condiciones
cambiantes del trabajo, la aparición de nuevas actividades y la reunión
frecuente en los mismos sujetos, de actividades de productor, de comerciante
y hasta de especulador, facilitaban el cambio de las actividades, con mayor
razón en quienes no tenían ningún status que cuidar: se alternaban las labores
de la ciudad con los trabajos estacionales del campo, en las épocas de las
cosechas, y se pasaba de un trabajo al otro, siempre tentando la aventura
del éxito, cuyo objetivo había traído el inmigrante y cuya posibilidad era
fácilmente constatable en el vecino de ayer de la pieza del inquilinato,
en el compañero de trabajo que cambiaba el mismo y en la sucesión constante
de individuos que, saliendo de las más modestas condiciones, estaban “parados”
poco tiempo después. En una palabra: el comportamiento cultural de la clase
baja no era, según los esquemas transferidos de la lucha de clases, y se
parecía más al de las clases medias con una esperanza de ascenso en los
hechos, ya que la mayoría de los individuos ubicados más alto, de origen
inmigratorio de la clase media a la burguesía, eran de reciente ascenso.
(Se trataba de los compadres del pueblo originario, los compañeros de la
tercera del barco, muchos de los cuales habían vivido en la pieza de al
lado durante largos años, o sus hijos, de muchos de los cuales el obrero
había sido padrino en la piedra bautismal, cuando no estaban ligados por
vínculos de parentesco que no había borrado todavía del todo las distancias
de la fortuna).
LAS CARACTERÍSTICAS DEL INMIGRANTE
No comprender esta particularidad es además desconocer la naturaleza del
fenómeno inmigratorio. Se emigra precisamente para salir del estrato de
sociedad cristalizada a que se pertenece; no es el hambre, como se ha dicho
con frecuencia, el móvil inmediato de la emigración, que sólo actúa excepcionalmente,
y los emigrantes, ya se ha señalado, son individualmente fuertes, ansiosas
de avance, con relación a los que se quedan, incapaces de tentar la aventura:
son los nuevos conquistadores siguiendo la huella de los que se abrieron
camino con la punta de la espada; pongamos herramientas, picardía, ambición,
donde decimos espada y no habremos hecho más que adecuar el instrumental
correspondiente a una misma psicología.
Por otra parte, no se emigra al azar como una tropa de carneros que toma
por la primer puerta que encuentra en su camino. Se emigra hacia posibilidades
que se sabe que existen, que pinta el paisano que ha venido antes, el pariente
que "llama" y manda el pasaje. Se emigra con la voluntad y la aptitud del
triunfo hacia el lugar donde las posibilidades existen. De que ellas existían
es prueba lo masivo, continuado y firme de la inmigración. Cuando ellas
dejan de existir también la inmigraron se detiene, cosa que puede estar
determinada también por el agotamiento de las posibilidades del país de
destino, como por la creación de otras condiciones locales en el país emigratorio
o por la atracción de otro rumbo más prometedor. Bastará un ligero vistazo
a la curva del movimiento inmigratorio en la Argentina, que se verá más
adelante, para comprobar en su variado ritmo la influencia de estos factores
propios de nuestro país, o de los países de emigración.
Creo que con lo dicho basta para explicar las particularidades de nuestra
clase trabajadora en el ámbito del Gran Buenos Aires en la época a que me
estoy refiriendo, y que corresponde a la fluidez económica y social del
medio, elástico y cambiante, objetivamente, y a la composición de la misma,
subjetivamente vinculada al fin mediato del ascenso por encima de las inmediatas
solidaridades generadas en la comunidad de trabajo que expresa el gremio.
Diferente situación era la de las clases trabajadoras europeas, donde todas
las perspectivas eran colectivas, vinculadas a la suerte del grupo social
y no a las posibilidades individuales. (Convendría ver ahora, en la Europa
contemporánea, si la actitud de la clase obrera no ha variado con las nuevas
condiciones económicas).
Eso explica también por qué el socialismo no pudo prosperar en el campo
obrero más allá de un sector calificado, generalmente artesanal, con su
conservatismo típico y que respondía a la tradición del socialismo europeo.
También se asentó en los gremios de servicios públicos, donde se daban condiciones
de estabilidad y de preeminencias aseguradas que eran de privilegio con
respecto al resto de los trabajadores y las hacía renunciar a la aventura
de la búsqueda de oportunidades— y en sucesivas incorporaciones también
de la clase media baja, del pequeño comercio, y de empleados de carrera.
Fracasado como movimiento socialista-revolucionario y reformista—, cosechó
su base electoral en los sectores más estacionarios del proletariado y la
clase media que definieron las características de hormiguitas prácticas
y partido municipal que le atribuyera Lisandro de la Torre con acertado
diagnóstico: una especie de cuaquerismo de virtudes pasivas con soluciones
edilicias y cooperativas, que era lo único que lo distinguía de los viejos
partidos gobernantes en la comunidad de mitos históricos y económicos, los
mismos próceres y la división internacional del trabajo.
En la trastienda de la farmacia pueblerina el idóneo de corbata voladora
hablaba del mal cura y amenazaba con un socialismo internacional para cuando
el pueblo se hubiera preparado “culturalmente”, ante la sonrisa alentadora
del comisario y los “vecinos respetables” que estaban bien dispuestos para
un “entonces” que se aseguraban remoto.
Mario Bravo escribía versos:
De pie, joven atleta de la joven escuela:
Vamos a nuestro estadio; hacia la plaza pública
Sin sables, sin cañones y sin escarapela.
Luego, cuando los trabajadores aparecieran en la "plaza pública" lo harían
con ''sable, con cañón y con escarapela". Pero sería mucho después. Además
“sin libros y en alpargatas”, como lo verá horrorizado un estudiante de
la Escuela Normal Número 1 que ya había aprendido la “Teoría y práctica
de la Historia”: Américo Ghioldi.
Esta vez serían criollos, pero también migrantes en busca de un ascenso
que no por ser colectivo excluía la perspectiva de cambio individuales de
situaciones, típicos de una sociedad en transformación.
BURGUESÍA Y CLASE MEDIA.
(PRIMERA PARTE DEL SIGLO)
LOS NUEVOS RICOS
Los inmigrantes que levantaron cabeza constituyeron pronto fortunas que,
en muchos casos, superaron las de la "alta clase”; fueron propietarios de
casas de rentas, preferentemente los italianos, o patrones del alto comercio,
preferentemente los españoles. También les pertenecían las industrias que
iniciaban la diversificación de la producción sobre el fracaso de tentativas
anteriores, incompatibles con la política liberal, que barría con los Quintana,
los tímidos alientos de los Pellegrini: fábricas de rodados de tracción
a sangre, confeccionistas, calzado, sombreros, galletitas, cigarrillos,
en general productos de bajo costo y de elaboración simple, donde el valor
incorporado por la industrialización es escaso y sin la exigencia de instalaciones
fijas costosas, y que podían competir gracias a la distancia con la industria
metropolitana, a pesar de la política imperante.
También algunas industrias complementarias de la producción agropecuaria.
Ya hemos señalado que la clase alta porteña era normalmente permeable a
los nuevos. Pero con esta burguesía demasiado nueva y sin pulir fue reticente,
como lo había sido con los vencedores del 80; hemos visto como había incorporado
en la primera mitad del siglo XIX, a los europeos pobres pero de estilo
distinguido, política que siguió practicando habitualmente. Pero ahora los
nuevos aparecían masivamente y la clase alta ya tenía seguridad, dictaba
cátedra en los salones, en las veladas del Colón, en las tardes de Palermo
y en las ruedas de sus clubs, en la escala que empezaba en el Club del Progreso,
subía por el Jockey y llegaba al Círculo de Armas.
Nada tenían de común esas gentes de la vara de medir por más pesos que hubieran
acumulado, con los descendientes remotos de los que habían traído las primeras.
No se les toleraban las mismas gaffes que también la clase alta había cometido
en París en sus primeros pasos, pero corregidas con la displicencia señoril
en el gesto de quien lo ha heredado. Estos no eran herederos y apretaban
fuertemente los bolsillos.1
Además estos nuevos ostentaban apellidos imposibles —italianos y hasta españoles—
porque la clase alta profesaba el racismo liberal, que había decretado junto
con la inferioridad del hispano-americano la de todo el Mediterráneo. Otra
cosa sería, y fue, si se tratase de apellidos anglosajones, escandinavos,
alemanes o franceses y aun de vascos o irlandeses. Pero sobre todo, esta
burguesía comercial o industrial, o simplemente especuladora, no había echado
las bases en la posesión de la tierra y sus rentas, la estancia, única fuente
prestigiosa de recursos; creía en el progreso que la estaba levantando,
pero lo vinculaba a la grandeza de una Argentina futura en que la propiedad
de la tierra como en sus países de origen, sería secundaria.
¿Sabía la clase alta que una vez creado el aparato correspondiente al progreso
agropecuario, éste se detendría en ese límite? Me inclino a creer que los
hijos de la generación del 80 se comportaban simplemente como "hijos de
ricos'. Carecían del empuje creador aquellos, una élite que se propuso hacer
el país conforme al mito del progreso. Aquellos eran revolucionarios a su
manera, pero los que los sucedieron, satisfechos con el éxito momentáneo,
se despreocuparon del destino del país y prefirieron sólo ser conservadores
en el usufructo del mismo: esta tónica distinta es la que diferencia una
élite con un grupo de privilegio.
Los Barolos o Roveranos, entre tantos, con monumentales edificios; los Llorente,
Ibarra, Sangrador, del comercio; los Lagomarsino, Merlini, Campomar, Llauró,
Colombo, Pini, Vasena, de la industria, no encontraron fácil la entrada
a la alta clase. A éste propósito José Luis Imaz, y refiriéndose a un momento
muy posterior ("Los que mandan" —Ed. Eudeba. Pág. 142—) dice: Salvo algunas
pocas excepciones notables (Dodero, Fortabat, Masllorens, Pasman, Bracht,
Braun Menéndez y otros contados), el prestigio económico obtenido por los
empresarios no parece haber ido acompañado por su equivalente "reconocimiento"
al más alto nivel social. Anotemos de paso que entre los apellidos que cita
Imaz con "reconocimiento" uno solo es italiano cuando en realidad los apellidos
italianos constituyen fácilmente el 50% de esta burguesía (recordemos lo
dicho sobre el racismo de los liberales). Todavía no ha llegado el momento
económico de los judíos y los turcos, cuyo reconocimiento será mucho más
difícil.
Pero digamos también que esa burguesía de inmigrantes de las primeras décadas
no se aflige ni se preocupa por esa falta de reconocimiento. No desnaturalizará
su papel histórico como ocurrirá después de hacerse estanciera o cabañera
y abrir las puertas de ese reconocimiento. Ni siquiera le interesó la Recoleta
y prefirió perpetuar su nombre en el bronce y el mármol a la genovesa en
las lujosas bóvedas de la Chacarita. Su revancha, si la tenía, estaba en
la aldea originaria, a la que asombró con esplendidez de “indianos”, en
obras de beneficio, y también haciendo de ellas la fuete proveedora del
personal directivo de sus empresas, que tendrían que empezar como ella,
durmiendo en el mostrado y abriendo muy temprano las puertas del negocio,
después de lavarlo y barrerlo.
Hacia Barracas, Parque de los Patricios, Boedo y Almagro, aparecen las primeras
fábricas. El comercio de registros, de importación, y los confeccionistas
van ocupando las viejas casas del Barrio Sur, que no se convierten en conventillo,
mientras la alta clase se muda al Barrio Norte.
Esta burguesía de origen inmigratorio, carece de "berretines" y complejos;
en todo caso, si le preocupan los status cree que basta esperar, por la
confianza que le inspira el país y que su triunfo acredita: según van las
cosas, los "gringos" ahorrando y capitalizando, y la alta clase dilapidando
su patrimonio, los "niños" y las "niñas" vendrán al pie como en el truco,
o a servir el palo como en el tute, que conocen mejor, y como termina por
ocurrir. Tiene la intuición de los procesos históricos naturales y no se
le puede ocurrir que en la Argentina se realizarán procesos antihistóricos,
en constantes soluciones de continuidad en el cacareado progreso.
Por ahora esta burguesía se honra con las distinciones que le dan en su
país de origen; el Reino de Italia distribuye un nobiliario abundante y
difuso, ampliado por los “comendatori” y “onoreboli”, y hay además una nobleza
pontificia. España también distingue a sus hijos, en la expatriación, con
títulos y condecoraciones y hasta de Francia llega la cinta de La Legión
de Honor. Tienen sus propios clubs: el Español, el Círculo Italiano, sus
instituciones de caridad, sus mutuales y poderosas entidades culturales
que los gobiernos de sus países de origen apoyan y prestigian enviando conferencistas
y expositores. Hasta congregaciones religiosas que cumplen su labor con
más criterio colonizador que ecuménico.2
Las residencias de estos ricos no se ajustan en general al estilo francés,
que importa la clase alta, y un barroquismo pintoresco en que se mezcla
lo florentino y lo veneciano con renacimiento, ojivas, columnas salomónicas
y arcos arábigos, rivaliza su arquitectura con las tortas iluminadas de
la confitería El Molino y Los Dos Chinos, que se combinan con el art-nouveau.
El mármol de Carrara y los travertinos alternan con los prodigios de la
yesería en los interiores que se enriquecen con la estatuaria y la pintura
de las más prestigiosas firmas italianas contemporáneas, mientras los españoles
lucen los Madrazo, los Benlliuri, Romero de Torres, Zuluaga, Sorolla, Moreno
Carbonero, etc.
(La clase alta tiene muerte: ha traído lo francés en el momento cumbre de
la pintura francesa: el impresionismo y el post-impresionismo que los marchands
le ofrecen en abundancia, porque todavía no tienen un mercado próspero.
Hay que decir que se salva del “art nouveau” que está en su apogeo. ¿Suerte
o buen gusto? Ya hemos dicho que aprendió aceleradamente).
La burguesía inmigratoria no participa del poder político, como lo anota
Imaz, y parece no interesarle: tiene una posición parecida a su indiferencia
con respecto a los rangos sociales tradicionales. Sus medidas de prestigio
están referidas a ella misma en un cotejo de luchadores que miden sus músculos
por los músculos de sus paisanos y colegas; sus pautas de distinción están
dadas por una rivalidad entre paisanos, o de colectividad a colectividad,
cuya naturaleza ya vimos al hablar de conventillo.3
LA CLASE MEDIA: SUS DOS VERTIENTES
La clase media con su amplia movilidad vertical surgía del ascenso de los
descendientes de la inmigración, y pronto estuvo a nivel del sector venido
a menos de la "gente principal"; el contacto fue relativamente fácil.
Es cierto que este sector rezagado de la "parte sana" de la sociedad tradicional,
opuso prevenciones de forma, pero no la resistencia al reconocimiento que
encontró la nueva burguesía en las clases altas. Más bien esta resistencia
era de la misma naturaleza que la opuesta más abajo por la clase criolla
inferior y se refería a pautas estéticas. Era la renuencia a actividades
parejas a las que más abajo se consideraba disminuyentes: al trabajo manual
en la categoría de pequeños empresarios de taller, contratistas y el ejercicio
de artesanías técnicamente calificadas, como sastres, relojeros, joyeros,
y las actividades comerciales, libreros, tenderos, dueños de hoteles y restaurantes,
confiterías, panaderías, despensas, viajantes de comercio etc., que eran
para los "gringos", a quienes abría el acceso a la nueva clase. También
había la preocupación por ocultar el carácter lucrativo, la preocupación
por la ganancia que era cosa de "gringos".
La gente antigua, durante mucho tiempo se resistió a estas actividades que
entendía significarle una disminución. Donde faltaban las rentas modestas
que proporcionaban algunos bienes urbanos, o parcelas de campo que no daban
para mantenerse en el nivel de la clase alta, la burocracia, ampliada por
el crecimiento del país, dio la solución preferida, y también en ejercicio
de las profesiones liberales. El puesto público fue el recurso más frecuente
para mantener el nivel exigido por el decoro; también las escuelas militares
y navales ofrecían carreras que la clase alta despreciaba pero que bastaban
a satisfacer las necesidades mínimas y una cierta distinción en el rango
ya definitivamente secundario. (Es la época también de la pobreza vergonzante,
en que las pensiones graciables a los descendientes de guerreros más o menos
supuestos de la Independencia y del Paraguay y la Campaña del Desierto,
y la distribución de decenas de lotería, permitían a la gente de "copete"
político o social transferirle al Estado la protección de los pobres, pero
decentes, que abandonaba al desvincularse de la parentela lejana.
Además los distinguían el modo de actuar más fino y arreglado que el de
los nuevos procedentes de estratos bajos de la sociedad europea, que mostraban
muy a la vista su preocupación por la riqueza material, un afán de ganancia
y aprovechamiento, que al desvincularse de la parentela lejana).
Pero todo esto dejó de jugar, a medida que los inmigrantes eran sucedidos
por sus hijos que asimilaban la estética que los antiguos aportaban a la
clase media en formación. En la segunda etapa del ascenso, la nueva clase
media se caracterizó por la presencia de los hijos de inmigrantes graduados
en la universidad, que año a año iba volcando nuevas promociones de profesionales
liberales que con su jerarquía se ubicaban en los más altos niveles de la
misma, y también en la carrera de las armas y en los rangos de la enseñanza;
a falta de título profesional, competían en la burocracia y en los trabajos
no manuales con los viejos porteños: eran rematadores, comisionistas de
bolsas o de bienes raíces, periodistas, escritores, artistas, directores
de institutos privados, de música especialmente, y otras actividades llamadas
culturales en que corren disciplinas muy típicas de la época destinadas
a la "cultura" de los hijos de familia, como declamación, pintura, repujado,
etc.
LA MUJER DE LA CLASE MEDIA
Las mujeres de la clase media estaban inhibidas de las actividades que hemos
señalado en la clase baja —del taller de lavado y planchado y la costura,
hasta el empleo de telefonista— y su situación se hacía especialmente difícil
porque no tenían otra posibilidad que el magisterio o la enseñanza de las
artes decorativas; a lo sumo el corte y confección que sin embargo corresponde
a los planos más bajos de la misma o a la ejecución da aquellos trabajos
que hemos mencionado antes –bordar, “coser para afuera”, tejer --, que pasaron
a serles comunes, con los delas viejas familias pobres, pero con el mismo
cuidadoso escrúpulo de disimular el aspecto comercial de las labores.
El problema de la mujer, sin otro horizonte que el matrimonio, será uno
de los dramas de la clase media que sólo empezará a resolverse en los últimos
treinta años. Nuestra literatura lo documentará constantemente en el personaje
clásico de la solterona; y en la angustia de los padres de numerosas “chapeletas”
donde, aparte de lo insoluble del problema sexual –que el pudor de la época
disimula--, juegan las dificultades de la familia numerosa que hace difícil
el mantenimiento del status ante la multiplicación de las necesidades, sin
el correlativo crecimiento en el aporte de los recursos. Puede ser leyenda
la de que el hijo trae el pan bajo el brazo, pero ni siquiera lo es, la
de que lo traiga la hija, que sólo aporta dificultades que se suman a la
custodia rigurosa del honor familiar, al que los inmigrantes han aportado
pautas aun más rigurosas que las de la sociedad tradicional. Es de la época,
la escena constantemente repetida de los hermanitos, corriendo al galán
que “pasa” la calle; si al nivel del inquilinato el tema es el “bacán de
yuguillos” que seduce a la “milonguita” deslumbrada por las luces del centro,
un poco más arriba, ya en el filo de la clase media, está la vendedora de
Harrods de Josué Quesada y sus similares, de las novelas semanales.
Todo el sentimentalismo que se arrastra en las letras de los viejos tangos
no es más que un reflejo de una temática social correspondiente a la realidad:
la vendedora de tienda pertenece a ese estrato bajo de la clase media, pues
ella, con la telefonista, hace punta en la incorporación de la mujer al
trabajo no domiciliario, cuando la de clase baja empezaba a incorporarse
a la fábrica.
EL BARRIO EN EL NACIMIENTO DE LA CLASE MEDIA
La expresión clase media, es sumamente ambigua y se define mejor negativamente
que afirmativamente; por eso muchos sociólogos prefieren un término más
genérico, clases intermedias, más acertado porque la clase media es una
agregación de estratos superpuestos y cambiantes que descienden desde la
clase media alta ubicada cultural y económicamente en las fronteras de la
alta burguesía y aun de la aristocracia —esto lo veremos particularmente
al tratar de nuestro "medio pelo" actual—, hasta los confines de la clase
baja. (En el Buenos Aires de la época, ciudad de ascensos frecuentes como
se ha visto, en la etapa expansiva de la economía agropecuaria, es difícil
también determinar el límite inferior de esta clase desde que la baja participa
de muchas pautas de la sociedad intermedia por los factores ya dichos que
determinan que no se cristalice una clase obrera como estrato definitivamente
diferenciado).
Veremos la clase media en su propia salsa: el barrio.
Si el conventillo es el ambiente típico donde se barajan inmigrantes y criollos
pobres, pasaje que complementa el barrio, este es el escenario donde la
clase media se conforma y se define.
Buenos Aires al crecer ha generado multitud de barrios y cada uno es un
centro de vida, de relaciones, con sus jerarquías y dignidades locales,
donde los distintos niveles económicos, la naturaleza de las actividades
más o menos prestigiosas establecen las diferencias entre las familias.
La clase media es el nivel más alto del barrio y allí desarrolla su propio
status de clase alta local, modelando sus propias pautas. Ya iremos viendo
que durante el primer cuarto del siglo la mayoría de los barrios; constituyen
núcleos urbanos perfectamente diferenciados del centro, los que van naciendo
del desarrollo de la ciudad o como ampliación de viejos pueblos; el caso
de Flores y Belgrano. Mucho más que ser porteño, se es de Flores, de Palermo,
de Boedo. El nacido en el barrio crea todo su sistema de amistades, de amores
y de hábitos dentro del mismo y es reacio a cambiar de domicilio fuera de
él, particularmente en la clase media. Las mudanzas se hacen dentro de sus
límites y es la misma la confitería, la iglesia o el cine al que concurre
y los negocios donde compra; trata de mandar sus hijos a la misma escuela
a la que él asistió. Es una vida que se parece a la de las pequeñas ciudades
del interior, donde todo el mundo se silba de memoria, la gente se conoce
desde siempre y circulan los chismes, los apodos y las anécdotas como en
una ciudad provinciana. Mucho más tarde, con la aparición de las casas de
departamentos, la desaparición de los espacios que establecen soluciones
de continuidad urbana, el transporte automotor y la vida más intensa y agitada,
aparecerá esa movilidad de los domicilios que desborda el límite de los
barrios.
LA FAMILIA ES DE BARRIO
Hay aquí que resaltar un hecho al que ya nos hemos referido y al que tenemos
que volver: en esta nueva clase que aparece a principio de siglo, como en
la sociedad tradicional, la situación de familia es fundamental pues la
calificación no se hace por individuo sino por grupo familiar; y los inmigrantes
refuerzan la solidez del grupo con las pautas rígidas de los italianos y
españoles y en las que juega en primer término la honorabilidad de la vida
sexual ya señalada.
Desde el principio, el inmigrante no encuentra para su ascenso la inhibición
del "inferior" tradicional provocada por su marginal situación de familia;
no es "gaucho" ni lo son sus descendientes, y así, la filiación legítima
será un elemento de calificación que gravitará en su subconsciente, cuando
la clase inferior intente el ascenso. (No, en este Buenos Aire en que los
criollos se están adaptando a las normas regulares, pero sí cuando se encuentre
en presencia, años más tarde, de la multitud innominada que viene del interior
con la carga, mucho más difundida, de la ilegitimidad en la filiación.4
La Avenida de Mayo es el eje central de este Buenos Aires nuevo, llena de
una multitud también nueva y el símbolo de conjunto de la ciudad. Pero ni
sus cafés, teatros y hoteles, y la feria constante de sus negocios de tránsito
permiten percibir el acondicionamiento de las clases, más que por el aspecto
exterior. Es como una estación de ferrocarril por donde desfilan los pasajeros.
5
Es el barrio el que revela el asentamiento y la composición vertical de
la clase media. (Esto no excluye que el centro sea en mucha medida barrio,
o barrios, pero cuesta diferenciar entre la multitud de tránsito, el acondicionamiento
social de sus habitantes estables que sólo se hace visible después del cierre
de los negocios y sólo donde no hay vida nocturna. Lo digo porque me ha
costado, aquí, en Córdoba y Esmeralda, por donde vivo, diferenciar la vida
de barrio, que existe por debajo de la vida del centro que es la visible).
El barrio para el que trabaja en el centro, no es un simple "gallinero"
donde se va a dormir; es el establecimiento permanente de la familia y el
ámbito del círculo de relaciones y las tablas estimativas del status: si
la naturaleza económica de la actividad es elemento informativo, el más
importante es el rango en que se desenvuelve la vida familiar. Pero el barrio
es además centro de gran parte de actividades que él mismo genera por su
propio desenvolvimiento.
Hay, desde luego, barrios con predominio de clase media y barrios preferentemente
obreros, porque ya la fábrica cobra importancia dentro de ellos, como en
Parque Patricios, San Cristóbal Sur, Boedo; el puerto, en la Boca; o en
Mataderos, donde la pampa se prolonga en la ciudad y el criollaje afirma
su preeminencia; o en Almagro, con el Mercado de Abasto, o en Barracas,
con el acopio de lanas, su lavado y clasificación, que se prolonga al sur
del Riachuelo. Pero en cada uno, un sector de clase media se desarrolla
en mayor o menor medida y tiene allí en el centro de su vida y ubicación
de status, con una preeminencia local de jerarquías desvinculadas de las
de la ciudad en conjunto.
El barrio tiene su centro, una esquina importante o una plaza, alrededor
de la cual está la Iglesia, las confiterías, el teatro, después los cines
y todo el comercio importante y en cuyas proximidades reside la gente de
pro (la clase media alta), en el casco de las viejas quintas desmembradas
por los loteos, en las casas de tres patios que subsisten, y en los modernos
chalets –hasta petit-hoteles—que empiezan a surgir destacándose de la uniforme
arquitectura de la casa con un zaguán y dos balcones, de las construcciones
menos pretenciosas de la época, o la de dos plantas con negocio abajo; se
prolonga después hacia las calles sin pavimentar, donde los fraccionamientos
van sustituyendo los tapiales panzones por un caserío uniforme con espacio
delantero reservado para la futura sala que prevee el ascenso, de medidas
más reducidas que las anteriores y en que los frentes imitación piedra alternan
con los revoques descascarados blancos, azules y rosados del antiguo suburbio,
porque cada barrio ha tenido el propio. Hay también en cada barrio, otro
centro comercial que rodea el mercado con su típica población italiana meridional
y alrededor del cual se constituye un comercio de menor categoría que el
del centro del barrio, en cuyo alrededor pulula un conjunto abigarrado,
donde se confunde la clase media baja, y los trabajadores. Aquí las diferencias
económicas suelen ser bastante más efectivas que en el centro distinguido
del barrio, pero están ocultas por la naturaleza rústica de las actividades
y el nivel de cultura inferior, y sólo se pondrán en evidencia con el título
universitario de los hijos o de las hijas “pescadas” por algún mozo de la
clase media alta que sabe sacar las cuentas.
PARTICULARISMOS DE LOS BARRIOS
Algunos barrios antiguos tienen un estilo que no es sólo el de la construcción,
que subsiste. San Telmo, La Concepción y Montserrat conservan las maneras
de otra época, tal vez porque es muy fuerte la gravitación de los viejos
vecinos que no han emigrado al Barrio Norte, muchas veces por tradicionalismo,
pero principalmente porque no han participado de la riqueza que llega a
los grandes propietarios de la tierra. Constituyen en el barrio el nivel
más alto de la clase media, junto con los comerciantes prósperos.
En estos barrios son muy perceptibles las dos vertientes de donde procede
la clase media. He visto en mi juventud, en los comités radicales de distintas
parroquias la diferencia de estilo. En estos siempre contaba entre los dirigentes
el núcleo de vecinos importantes que parecían darle un cierto tono señorial:
la costumbre de descubrirse al entrar, el modo reposado, los saludos ceremoniosos
y las referencias familiares. Una urbanidad por completo ausente en otros
comités de barrio, donde el caudillo era generalmente mucho más joven, la
relación había perdido el carácter de trato de vecino a vecino, y de ciudadano
a ciudadano, pues la recluta era puramente cuantitativa entre los “puntos”
de la barra del café o el despacho de bebidas de la esquina.
Lo que determinaba esta diferencia en el estilo de cada barrio, de que el
comité era un reflejo, no era la composición cuantitativa sino la antigüedad
del barrio que determinaba una mayor abundancia de gente proveniente de
la “principal” antigua. Así hasta los niveles más altos del barrio correspondientes
a la inmigración tenían ya dos generaciones de argentinos por lo menos,
lo que da un índice sobre la conformación histórica de la clase media. (Esta
y no otra es la explicación, pues los sectores más bajos socialmente vivían
precisamente en esos barrios, que son los más abundantes en conventillos;
los personajes del sainete no han salido de los nuevos barrios que se estaban
fundando; sólo cuando se trataba de criollos se referían a ciertos núcleos
alejados del centro como el Palermo bravo o Villa Crespo, antes de la radicación
de gran parte de los judíos que se desplazaban de sus sucesivos centros
de la calle Libertad primero y Balvanera Norte después; tampoco de los barrios
típicamente obreros de principio de siglo. Ya se ha dicho que el conventillo
y el inquilinato se alternaron con las casas de registros y el comercio
importador de paños y los almacenes mayoristas, en la ocupación de abandonadas
residencias de la alta clase en el Barrio Sur, cuando ésta se desplazó hacia
el Norte).
Hay barrios típicamente de clase media como son los de Villa Urquiza, Villa
Devoto, la parte Norte de Palermo, el centro de Belgrano, vinculados al
centro de la ciudad por las líneas de tranvías. Cómo no recordar el 5 y
el 2, y los treinta y tantos, con el nocturno a Belgrano. Sería como olvidar
los corsos vecinales con sus comisiones, sus comisarios, y sus palcos de
las familias "importantes" y los carruajes ocupados por las "niñas distinguidas"
que intercambian flores con los jóvenes conocidos, (¡Oh, la vara de nardos
con su aroma cálido y erótico bajo una inocente albura de mínima azucena!),
entre el tumulto plebeyo de murgas y comparsas y la gente común que llena
las veredas. Hay comisiones vecinales de fiestas patrias, de fomento, las
de los clubes deportivos importantes; todo un mundo de jerarquías establecidas
pero cuyo movimiento vertical corresponde, exclusivamente, al barrio y cuyas
pautas de status son comunes a los barrios, pero que no se remiten a las
que corresponden a las de las clase alta, que pertenece a un mundo distinto.
La vida social de la clase media alta tiene su esfera propia y no se confunde
ni intenta confundirse con la "alta sociedad" de Buenos Aires.
Hay lugares donde se encuentra la clase media alta trascendiendo el límite
del barrio. Las barrancas de Belgrano, por ejemplo, en los conciertos del
maestro Malvagni; los jueves —día de moda— del Parque Japonés, etc.
EL CENTRO Y SUS SATÉLITES
También deben ser considerados como barrios porteños los que se extienden
en las afueras, servidos por el ferrocarril, sobre el Central Argentino,
particularmente en la línea de Belgrano R hasta Borges, pues el fraccionamiento
de las quintas de la costa es bastante posterior (línea a Olivos, La Lucila,
Acassuso, etc.). Crece el núcleo central de San Martín y algunas de sus
villas, como Ballester; hacia el Oeste comienza a ser un centro residencial
Ramos Mejía, y sobre la línea del Sur, Talleres, centro ferroviario con
predominio de trabajadores al igual que Lanús. En Bánfield empieza a predominar
la clase media, que va adquiriendo importancia en Lomas de Zamora, Témperley,
con un centro aun mucho más característico: Adrogué, que tiene un tono social
propio que aun parece mantener, seguro de sí mismo y sin las preocupaciones
del "medio pelo" que veremos en otros centros con más precisiones del Gran
Buenos Aires. Avellaneda, Barracas al Sur, prolonga al otro lado del Riachuelo
las características comerciales e industriales de Barracas.
Cuando oigo hablar a los urbanistas de las ciudades satélites me parece
que le están inventando el agujero al mate porque Buenos Aires y su conurbano,
como dice Alende, que me parece haber impuesto el término, funcionó como
tal casi hasta 1930.
Florencio Escardó en "Geografía de Buenos Aires" (Ed. Eudeba; 1966) y refiriéndose
a época muy posterior a la que trato, dice: Buenos Aires no es, en ningún
sentido, una unidad; su descriptiva y su captación se fragmentan en mil
pedazos... A despecho del nombre genérico "el centro", la ciudad no tiene
sino centros... Y en marcha por Rioja hacia el sur, halla de sopetón en
Caseros, "un centro" luminoso y activo, que abarca pocas cuadras; lo mismo
le sucede a quien va por Independencia hasta Boedo o por Almirante Brown
hacia la Boca; centros de barrio, con sus cines, sus cafés, sus negocios,
sus "habitués", su historia, sus tipos, su mística, en los que aun vive
gente que no conoce el Obelisco... Buenos Aires no es una unidad; sus barrios
son diversos, múltiples, cada, uno con su personalidad y su estilo.
Si contemporáneamente, como lo observa el citado, todavía Buenos Aires,
y el gran Buenos Aires, más que una estrella es una nebulosa, una acumulación
de pequeños astros de variadas magnitudes, que pasan del centenar, mucho
más lo fue cuando baldíos, potreros, quintas, hornos, intercalaban espacios
abiertos entre sus barrios de número más reducido, conformando la ciudad
con sus satélites propuesto por los urbanistas de hoy.
También nos lo cuenta Escardó remitiéndose a la época: A veces es posible
seguir las etapas primarias del crecimiento de la ciudad... una avenida
queda interrumpida por una huerta; nadie sabe por qué, pero hay que dar
un rodeo para continuar la ruta; serenos hasta la indiferencia en medio
del artificio urbano, dos italianos cultivan sus tomates, sus lechugas,
sus cebollas y algunas flores... De pronto, un buen día, los alambrados
caen y los sembrados vuelven al baldío; la calle continúa su línea en ese
tramo sin pavimento; los chicos no tardan en aprovecharlo para jugar interminables
partidos de fútbol... por fin una mañana vienen aplanadoras, el pavimento
oculta y urbaniza el piso vegetal; la ciudad se establece sobre el sembradío;
poco después aparecen a uno y otro lado las casitas, pero durante algún
tiempo persiste a cada vera un pedazo de tierra en el que coexisten las
últimas hortalizas y las primeras malezas. Huerta, cancha de fútbol, pavimento.
Esa es la historia de la ciudad de la pampa que puede ver a trozos el paseante
curioso. A veces la urbanización es tan vertiginosa que el interlocutor
sonríe incrédulamente cuando al cruzar un barrio le decimos de pronto: Hace
seis meses había aquí una chacrita...
Hacia 1950 un turista extranjero me glosaba aquello de "la pampa tiene el
ombú"; diciendo: —La pampa tiene el letrero colorado. Se refería a los letreros
que decían Guaraglia, Vinelli, Luchetti, Bencich, Ezcurra Medrano, Taquini,
etc. 6
FLORES: "LA FLOR DE LOS BARRIOS
A principios de siglo ir a Flores o a Belgrano, a Villa Urquiza o Devoto
o a Mataderos, por tranvía o por ferrocarril era siempre un viaje aunque
se realizase diariamente, y no el simple tránsito de un lugar a otro de
la ciudad. El vecino de clase media del barrio cuyas actividades se desenvolvían
en el centro, partía y retornaba como quien pasa de su pequeña ciudad a
la grande, donde se perdía en el anonimato de la multitud; allí su jerarquía
estaba medida por el nivel a que se desarrollaban sus actividades, pero
no definían la idea de status que íntimamente se asignaban, conforme a su
situación familiar en el barrio de su domicilio.
Así su preocupación de status no estaba afectada por la emulación, la envidia
o el modelo de la alta clase de la que se sentía completamente marginal
e independiente; esta era una sociedad que contemplaba a la distancia, a
lo sumo a través de la información periodística, que le traía en su Vida
Social los ecos de los grandes acontecimientos mundanos o la versión de
escándalos aristocráticos que solía difundir una literatura muy de la época,
vertida también en las novelas semanales, en algunas crónicas de Josué Quesada
y especialmente en la pluma de Souza Reilly. La pueblerina sociedad de los
barrios, abroquelada en sus pautas, tradicionales e importadas, de rígida
movilidad familiar, encontraba en esas crónicas el término de comparación
para valorizarle por contraste, a diferencia de lo que ocurrirá después
con el "medio pelo" que gusta suponer en la alta clase una descomposición
de costumbres propias de la "gente bien", cuya imitación es de buen tono.
De todos modos, esa clase media no miraba a la alta sociedad para repetir
las pautas que le atribuían; se trataba de un mundo distante y sin conexión
con el suyo, como puede serlo la vida de los artistas cinematográficos que
difunden las revistas de hoy, o las crónicas del gran mundo internacional,
que suelen proporcionar las Elsas Maxwells para la curiosidad de los que
se saben del otro lado de la vida.
Pero entre todos los barrios hay uno donde la clase media tiene su definición
inconfundible: es Flores. Su clase media podía precisar las características
porteñas de toda la clase.
Flores, en el recuerdo de los que han conocido ese Buenos Aires, es una
imagen con pianos al atardecer, con Danubio Azul y Sobre las Olas para el
oído, con perfume de glicinas, jazmines diosmas, diamelas, magnolias foscatas
y óleo-fragans para el olfato. Enredaderas, tapias panzonas, zaguanes y
balcones, palmeras, para los ojos. Barrio con salida de Misa y la "vuelta
del perro" en el paseo de la tarde como en el pueblo por las tres o cuatro
cuadras sobre Rivadavia y la plaza, con su confitería tradicional, y chicas,
muchas chicas, con sus mamás "empavesadas como fragatas" --según el poema
de Girondo—, estudiantes que vuelven del centro a la hora del paseo, largas
miradas preparatorias y noviazgos eternos, con pasadas frecuentes, furtivas
entrevistas de zaguán, y después '"adentro", como en los bailes folklóricos,
en la salita apresuradamente desnudada de las fundas que envuelven las sillas,
y de los tarlatanes que cubren los espejos y la araña.
Flores es en aquella época lo que serán Olivos y San Isidro al "medio pelo"
contemporáneo. El Club de Flores, es el centro social más característico
de aquella clase media. Pero se detiene ahí la analogía, pues no puede confundirse
clase media con "medio pelo".
Un componente de la clase media alta del barrio, es el estanciero medio
de la provincia de Buenos Aires —muchos vascos e irlandeses entre ellos,
y estancieros criollos no comprendidos en la clase de los grandes propietarios—
que ha ascendido económicamente con el progreso agrícola-ganadero y se permite
el lujo de tener casa en la ciudad ante el reclamo de las hijas casaderas
y los doctores que les están saliendo en la cría. Se domicilia en Buenos
Aires en el mismo momento en que empieza el desplazamiento hacia el Barrio
Norte de la alta clase, pero tampoco se la propone como arquetipo. Las jerarquías
del barrio son suficientes para satisfacer sus status de clase media alta
en la que se siente cómodo sin las exigencias que importan mayores pretensiones,
pues conserva los hábitos simples de la vida rural que en la vida de relación
son parecidos a los del barrio, y sus familias son pronto gente representativa
del mismo.
Las amplias casas de principio de siglo que se ven en Monserrat, la Concepción
y San Telmo, siempre sobre Constitución, son testimonio de la radicación
de esta gente y de su modalidad ambiental de clase media. El lector las
encontrará en ese radio que se acerca a la estación del Ferrocarril Sur
y son fácilmente identificables por mucho más modernas que el grueso de
la construcción de la zona que corresponden al siglo anterior; ostentan
fachadas más importantes, pero muy distintas a las casonas tradicionales.
Se las ve aun de Perú a Santiago del Estero y de Belgrano al Sur, desbordando
Brasil para entrar a Montas de Oca —estas últimas han sido casi totalmente
demolidas— y, por Caseros, de Montes de Oca al Parque Lezama, queda una
masa de construcciones de categoría que al descubridor de la ciudad le sorprende
como una inclusión exótica en el barrio. Estar cerca del ferrocarril es
estar cerca del campo, de donde se arranca con dificultad a los "viejos".
(Yrigoyen vive a media cuadra de Constitución, en Brasil. Sería osado suponer
que éste es el motivo de su radicación, pero es inconveniente, desde luego,
tener cerca a sus vascos del sur de Buenos Aires).
En Almagro, Caballito y hasta Flores tienen también su domicilio porteño
muchos estancieros cuyos trenes salen de la Estación Once.
Al hablar del "medio pelo" y su proyección hacia los medios rurales, tendremos
oportunidad de comprobar el cambio experimentado desde esa época, en la
misma clase de los estancieros medios. (Ver nota en el Apéndice).
CAPÍTULO VI
LA SOCIEDAD Y LOS LÍMITES DE LA PATRIA CHICA
Hacia ese año (1930), la totalidad de las tierras de la región pampeana
estaban ya en explotación y la producción agropecuaria no podía seguir aumentando
como lo había hecho tradicionalmente por la incorporación de tierras inexploradas
a la frontera productiva. Tal dice Aldo Ferrer (Ob. cit) ratificando que
en la etapa de la economía primaria exportadora la expansión fue hija de
la demanda mundial de productos agropecuarios y la puesta en producción
de las nuevas tierras. Analiza seguidamente una serie de factores que se
suman a la desaparición de la frontera de avance en la pampa húmeda como
son la quiebra del sistema multilateral de comercio y pagos, la disminución
de la demanda de la población ultramarina de productos alimenticios, especialmente
cereales, pues el aumento del nivel de vida diversifica la alimentación
y también crea otros consumos no vinculados a las materias primas de importación,
a los que se suman la política sistemática de las metrópolis para aumentar
su autosuficiencia; la disminución del flujo de las corrientes de capitales
hacia los países productores de materias primas, etc. Por su extensión y
lo prolijo del análisis remito al lector al mismo.
Pero si 1930 puede ser fijado como fecha límite de la expansión agropecuaria,
1914 señala ya lo que en 1930 será definitivo; marca la tendencia, porque
allí termina el ritmo acelerado que caracterizó al primer decenio del siglo.
El decrecimiento de la atracción ejercida por el país sobre los inmigrantes
nos lo revela.
El decenio 1901-1910 con 1.120.000 inmigrantes ya en 1921-1930 sólo arroja
878.000. En el decenio 1931-1940 caerá bruscamente a 73.000, juntamente
con el momento crítico de 1930 que Ferrer señala, (no se toma el decenio
1911-1920 con sólo 260.000 porque incide la Primera Guerra Mundial, que
interrumpe la inmigración de algunos de los países que la proveen, pero
no puede escapar que la suma del decenio que le sigue está incrementada
por parte de inmigración postergada y que recién se opera entonces). Después
de 1930, 1941-1950, con 386.000 inmigrantes, y 1951-1958 con 245.000, ya
el número de ingresos al país indica el cambio de condiciones que el autor
más arriba señala.
Ha pasado el momento de expansión horizontal en que se ocupa totalmente
la pampa húmeda en expectativa del surco y del ganado; la propiedad de la
tierra, poco fluyente de sí, se estabiliza y gran parte de ella dejará de
ser cerealera, pues, como se ha visto antes, el cereal ya ha cumplido su
función preparatoria del alfalfar. En adelante, ganadería y agricultura
variarán sus límites, según los años y el mercado, en la ocupación de las
tierras donde se excluyen recíprocamente, más allá del aprovechamiento ganadero
de los rastrojos o el pastoreo de avenas, trigales, centenos y cebadas de
doble propósito, cuando el año excepcional permite cosechar las siembras
hechas para los pastoreos de invierno. Ya no aumentarán las hectáreas en
explotación agrícola; por el contrario, el aprovechamiento ha sido exhaustivo
y numerosas zonas semimarginales sufren los efectos de la disminución de
sus reservas y son castigadas por la erosión.
En adelante la producción agrícola tradicional sólo podrá aumentar por las
mejores de la técnica, como la genética, los abonos y el mejor manejo de
la tierra, es decir por el aumento del rinde por hectárea.
Si 1930 es la fecha límite objetivamente apreciada por Ferrer, en 1914 ya
está acupada la frontera agrícola de la pampa húmeda y se pronuncian los
factores demográficos que indican el cambio de condiciones en el país. Un
índice claro está dado por la desaparición de la inmigración golondrina,
que no está incluida en las estadísticas citadas más arriba, que se refieren
a saldos, es decir no computan los braceros estacionales, que vienen y retornan
después de cada cosecha y que han constituido un contingente numeroso todos
los años que duró la expansión; ellos son reemplazados como se ha dicho
antes por el “croto”, trabajador nativo. La demanda de brazos el agro irá
en disminución, que se acelerará con la mecanización de la pampa húmeda.
Por otra parte, la infraestructura fundamental de la economía exclusivamente
agropecuaria estará prácticamente terminada y su construcción deja de ser
una fuente de ocupación en incremento.
PROGRESISMO Y ANTI-PROGRESO
Todo esto determinará que el progreso adquiera un ritmo más lento que en
el momento expansivo de la producción agropecuaria. Si el país se detiene
allí, ya habrá llegado a su límite. Ahora tendrá que mirar hacia adentro
o hacia otros mercados y el progreso posible sólo podrá realizarse por la
diversificación y la multiplicación de otros consumos. La población y su
nivel de vida han de ajustarse a ese límite.1
El aumento de población y sus consumos, en aquella economía simplista, se
vincula a la capacidad de importación y esta no debe superar la capacidad
de exportación; una vez que el país pasó de los 10.000.000 de habitantes
toda la población que lo supere es excedente. La historia económica de la
República desde entonces será una permanente lucha de los progresistas de
ayer, retardatarios de hoy, contra la expansión vertical y horizontal ajena
a la producción agropecuaria de la pampa húmeda. Ahora son recetarios nuevos
mercados de otras formas de la producción, especialmente el interno que
además absorbe cada vez mayor cantidad de lo que antes estaba destinado
a la exportación.
Ese es el sentido que tiene el pensamiento de Hueyo (exportación del exceso
de población nativa) o la fórmula de Fano (un habitante cada cuatro vacunos).
Ya se ha dicho que Ferrer identifica este grupo retardatario que concentró
la propiedad territorial en sus manos, como fuerza representativa del sector
rural; "un grupo social que se orientó en respuesta a sus intereses inmediatos
y los de los círculos extranjeros (particularmente los británicos), a los
cuales se hallaban vinculados hacia una política de libre comercio y opuesta
a cualquier reforma del régimen de tenencia de la tierra".
Este sector, que también ya se ha visto, fue incapaz de convertirse en la
burguesía argentina, por la acumulación capitalista proveniente de la expansión
agropecuaria, y que aparece como expresión del capitalismo nacional, es
el primer regador de sus posibilidades: tan anticapitalista como el socialismo
de la cátedra y su partido, adscripto también a la división internacional
del trabajo y opuesto a la formación de una burguesía nacional que sólo
puede ser hija del cambio de la producción; por motivos aparentemente inversos,
los dos coinciden en la práctica, como se verá en su permanente posición
paralela frente a los gobiernos de origen popular, yrigoyenismo primero
y peronismo después, en cuanto que con plena conciencia o sin ella, interpretan
las necesidades y soluciones fuera del esquema tradicional.
Las dos posiciones antiburguesas tienden a conservar la situación dependiente
de la Argentina con la previa renuncia a toda posibilidad de grandeza. Los
primeros por las razones antes dichas que se decoran ahora de un tradicionalismo
aristocratizante; los segundos por aquello que ya Lenin había señalado respecto
de la Social-Democracia polaca: temiendo el nacionalismo de las burguesías
de las naciones oprimidas, favorecen en realidad el nacionalismo ultrarreaccionario
de los grandes rusos. En efecto, el mantenimiento de las condiciones tradicionales
de producción, no importa que sea en defensa de privilegios o del supuesto
costo de la vida del trabajador, son antinacionalistas respecto de la Argentina
y en la misma medida resultan nacionalistas respecto del Imperio Británico;
es un común cipavismo con uniforme distinto, porque las cosas se juzgan
por sus resultados aunque los fines perseguidos no sean los mismos.
Desde el punto de vista de este trabajo, lo cierto es que desde 1914 y deteniéndonos
en el esquema progresismo agropecuario, ya la Argentina ha terminado con
las posibilidades de movilidad vertical que la han caracterizado del 80
en adelante como una sociedad en ebullición que permite percibir el rápido
ascenso de las burbujas que vienen desde el fondo de la vasija.
LA SOCIEDAD Y EL ADVENIMIENTO DEL RADICALISMO AL PODER
Pero ocurre en ese momento una circunstancia excepcional: la primera guerra
europea y la neutralidad argentina. Se interrumpen los suministros manufactureros
del exterior y el país aprovecha para diversificar algo su producción, reemplazando
importaciones y creando actividades nuevas no dependientes del intercambio
exterior lo que supone una dinámica en el mercado interno, en la producción
y en el consumo que no estaba en los papeles imperiales. El ascenso que
iba a interrumpirse recibe entonces un nuevo empuje, cuya causa está ahora
referida a la profundización del mercado interno.
Aparece en escena el radicalismo: la ley Sáenz Peña le ha abierto el camino
y a los triunfos electorales parciales de 1912 y 1914 le sucede la elección
presidencial que lleva a Hipólito Yrigoyen a la Presidencia en 1916. El
momento límite de la expansión agropecuaria es el momento en que la sociedad
salida de ella llega al poder político y comienzan los balbuceos del cambio
que se inicia con la primera guerra.
Se trata de una revolución aunque ella se haya civilizado por el camino
del comicio, gracias al genio político de Sáenz Peña e Indalecio Gómez.
Le tocó al radicalismo cumplir un papel nacionalizador, pues le dio cauce
nacional a la inquietud política y a las aspiraciones de las clases medias
surgidas de la inmigración, en el momento en que el país pudo constituirse
en campamento de colonias extranjeras, si carentes de cauce argentino, los
hijos de los inmigrantes se hubieran agrupado sin otra preocupación política
y cultural que las de las colectividades originarias. La escuela pública
y el radicalismo, en la niñez y en la juventud respectivamente, contribuyeron
con los demás factores que ya se han enumerado a impedir el enquistamiento
en colonias, al recibir en su seno a todos, en pie de igualdad, marginando
las influencias nacionales de origen.
Esa clase media considerada en el capítulo anterior actuó entonces como
tal, sabiendo que no era la alta clase argentina sino un componente de la
nueva realidad del país; ella nutrió esencialmente las filas del radicalismo,
alineándose detrás de viejos conductores que preferentemente provenían,
en el litoral del alsinismo y en el interior del roquismo después de la
desnacionalización de este, y en los que era fácilmente perceptible en muchos
la continuidad familiar de la tradición federal como lo documenta Ricardo
Caballero (Yrigoyen y la Revolución de 1905).
Pero expresión de la clase media en sus planos directivos intermedios, recibió
en el interior el sufragio y el apoyo de la antigua "clase inferior". El
sufragio hizo de nuevo un elemento activo en la vida política, del criollo
postergado desde la caída del Partido Federal. La libreta de enrolamiento
le dio al hombre del común una nueva jerarquía que había perdido cuando
perdió la lanza; volvió a ser alguien cuando al ser ciudadano, hubo que
contar con él. Mucho antes que su presencia en el Estado se tradujera en
política social, la existencia de su voto determinó que se lo comenzara
a respetar, y frente al juez de paz, el comisario o el patrón, tuvo "palenque
donde rascarse" en el caudillo que echó la compensación de su amparo en
la desigual balanza de la igualdad teórica; otra vez los "inferiores" pesaron
y la política del sufragio obligó al gobernante, aun surgido de las clases
privilegiadas, a contemplarlos como entidad humana.
Así, si en el litoral el radicalismo se manifestó como un movimiento de
clases medias, en el interior significó el ascenso político de la vieja
clase inferior dejada de la mano de Dios en el largo interregno antipopular.
Por eso el fenómeno fue más complejo de los que suponen que sólo fue un
partido con predominio de clase media de origen inmigratorio en Buenos Aires
y el litoral, con apoyo obrero esporádico y parcial como dice Bagú. ("La
realidad argentina en el siglo XX"). Lo acreditó Lencinas en Mendoza y aquí
sería de recordar la frase de Don José Néstor: las montañas se suben en
alpargatas frente a la alternativa "libros o alpargatas" del socialista
Américo Ghioldi; lo mismo, Vera y Bascary en Tucumán, Cantoni en San Juan,
Mateo Córdoba, y después Miguel Tanco en Jujuy.
La llegada al poder del radicalismo no significó que el nuevo gobierno fuera
a replantear las bases de la estructura económica argentina. Me parece acertado
Ramos cuando dice (Op. Cit. tomo II): "Las transformaciones llevadas a cabo
por el radicalismo yrigoyenista durante su primera presidencia, se dirigían
a la superestructura del aparato gubernamental, y no alteraban las bases
mismas del sistema oligárquico. Encarnaba un nacionalismo agrario fundado
en los presupuestos mismos del país agropecuario y exportador heredado del
siglo anterior... Yrigoyen buscaba tan sólo redistribuir la renta agraria,
fruto de la condición semicolonial del país, en un sentido democrático.
No se prepuso alterar los fundamentos agrarios del país, sino mejorar las
condiciones de vida de aquellos que hasta ese momento habían estado excluidos
de los derechos cívicos y de las ventajas económicas que podía facilitar
una política nacional... De ahí que en el radicalismo se sintieron representados
desde los ganaderos menores vinculados al mercado interno hacia los peones
despojados de todo derecho, los hijos de extranjeros y los criollos nativos,
la pequeña burguesía urbana que buscaba un lugar bajo el sol y los universitarios
sin porvenir en una universidad gobernada por camarillas exclusivas, los
obreros que no se sentían atraídos por la prédica del Partido Socialista
porteño, los olvidados trabajadores del Nordeste, del Norte, del Centro
y de Cuyo.
YRIGOYEN FRENTE A LA REALIDAD
Yrigoyen expresó solamente ese ascenso de la sociedad argentina que provenía
de la economía agropecuaria, pero percibió el cambio de situaciones que
motivaba el surgimiento de nuevas bases. Si el ideario del radicalismo estaba
limitado en la forma que Ramos expresa, los hechos, la insuficiencia del
crecimiento agrario tradicional, que tocaba sus límites y la transformación
operada por la guerra que abría otras nuevas perspectivas con el surgimiento
de actividades industriales y comerciales dirigidas esencialmente al mercado
interno, imponían trascender los sagrados principios de la economía liberal
que habían sido dogma hasta entonces. El cierre de la Caja de Conversión
actuó sobre la moneda como factor proteccionista, la Ley de Alquileres que
tendía a un hecho inmediato terminó con la intangibilidad absoluta de la
propiedad privada; la política ferroviaria del Estado fue a la búsqueda,
en el Pacífico de nuevos mercados, la del petróleo propulsó su explotación
oficial y marcó la necesidad de que nuestros yacimientos minerales no se
mantuvieran como zonas de reserva de los consorcios; la ampliación de las
funciones del Estado incorporó servicios imprescindibles a una sociedad
moderna y la política obrera dio por primera vez personería al sindicato
como expresión de fuerzas sociales que habían carecido totalmente de representación.
(Te invito lector a que busques en los archivos de los diarios "serios"
los indignados editoriales fundados en la "inadmisible" pretensión de que
los obreros debatieran sus problemas en igualdad de situación con los gerentes
de las grandes empresas de servicios públicos, recibidos en el mismo pie
de igualdad en la Casa de Gobierno).
La ley 11289 que generalizaba las jubilaciones contó con idéntica oposición
en la derecha y en la izquierda. (Estoy viendo la cabeza de la columna que
marcharía de la Plaza Congreso a la Plaza de Mayo para pedirle su derogación
a Alvear, como se consiguió. Allí está Joaquín de Anchorena y Atilio Dell´Oro
Mini, presidente y secretario de la Asociación del Trabajo, fundadora de
los “sindicatos libres” de “pistoleros”, junto a la plana mayor del Partido
Socialista). La política de la neutralidad en la Primera Guerra fue una
piedra de toque: los grandes diarios, la Sociedad Rural, el Jockey Club
y el Círculo de Armas, Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones, Enrique Larreta,
Alfredo Palacios (los recuerdo hablando en el mitin belicista del Frontón
Buenos Aires, aquí a la vuelta en la calle Córdoba, donde yo también hacía
el “idiota” ante la vibración democrática y culterana que los oradores administraban
en dosis para adultos), los socialistas, los radicales “galeritas”, todos
los que eran alguien de derecha a izquierda, con la sola excepción de unos
pocos como Manuel Gálvez, el General Uriburu, Belisario Roldán a la derecha,
del Valle Ibarlucea a la izquierda, todos vistos como desertores por los
status consagrados de la inteligencia y la responsabilidad, como serían
vistos después los pocos peronistas salidos de estos rangos.
La neutralidad expresaba en el plano de la soberanía lo que Yrigoyen expresaba
en el plano económico y social. La existencia de un nuevo país para el que
las fórmulas del liberalismo estaban perimidas porque no cabía dentro de
ellas. No era un pensamiento orgánicamente definido, pero sí el balbuceo
de una tentativa para manejarse por modos propios y hacia fines propios.
La presencia del pueblo en el Estado, ahora con descendientes de inmigrantes
y criollos, creaba un sentido nacional que había caído con la ausencia de
las viejas multitudes federales. La realidad llevó a Yrigoyen a hacerse
el intérprete del país que políticamente tenía detrás.
YRIGOYENISMO Y ANTIPERSONALISMO: ALVEAR
Consecuentemente la unidad del radicalismo hizo crisis y los "galeritas"
fundaron el antipersonalismo. El motivo aparente era su oposición al caudillo;
el real es que ellos se aferraban al viejo contenido ideológico e Yrigoyen
marchaba con los tiempos. No interesa saber cuáles fueron los móviles del
caudillo, si una simple especulación electoral como querían sus adversarios
con el socorrido mote de demagógico, o una adecuación de su pensamiento
al país que tenía adelante. Lo cierto es que significaba un avance progresista
que alteraba el plan de la Patria Chica ya terminada y completa.
A Yrigoyen le sucede Alvear. Este ha disentido con Irigoyen en política
internacional. Ausente del país durante largos años, no conoce las transformaciones
que éste ha experimentado en su composición social, y cómo se ha modificado
la composición de su partido con la del país. Es radical por motivos distintos
a los que han llevado al radicalismo a los peones del interior, a los obreros
de Buenos Aires y a la clase media que asciende. El radicalismo que rodea
a Yrigoyen, de “gringuitos” recién llegados o de criollos de procedencia
gauchesca u orillera, es ajeno al que motivó su militancia. Su posición
democrática en favor del sufragio universal y el respeto de la Constitución
y sus críticas a las corrupciones administrativas del régimen, es un disentimiento
dentro de su propia clase, en la cual se siente altivamente impulso de su
juventud romántica, rica en audacias que chocaban con los prejuicios de
su clase y que ha demostrado en los actos decisivos de su propia vida íntima.
Mario y los Gracos, Alcibíades, lo seducen más que Sila, pero es ajeno por
completo a lo que ya caracteriza al radicalismo como yrigoyenismo, en la
medida en que éste expresa la sociedad del momento de su victoria, mejor
que la sociedad de los años de las revoluciones fracasadas. Su radicalismo
no ha recibido la impregnación de la Argentina que surge, pertenece al pasado
liberal, en el que las diferencias de los partidos se limitaban a esos vagos
enunciados formales de la plataforma política originaria. Su alejamiento
del país no ha contribuido a su mejor conocimiento: todo lo contrario, y
su disentimiento en materia internacional, no es más que su correspondencia
con la escala de valores que practica en Buenos Aires en su extranjería,
la “intelligentzia” y la “gente bien”.
Mientras Yrigoyen iba conformando su pensamiento con la responsabilidad
de conducir una nueva realidad de que tomaba conciencia, a medida que definía
su carácter social la fuerza política con que gobernaba, Alvear estaba absorbido
por el drama de la Europa en guerra, sin poder percibir a la distancia los
factores que los distanciaban cada vez más de su antiguo jefe, que lo hacía
presidente, y cuyas motivaciones no podía interpretar. Desde que apareció
como candidato la vieja clase comenzó a rodearlo, tras las avanzadas de
los radicales "galeritas". La constitución de su gabinete confirmó la nueva
orientación y el impulso renovador que había significado Yrigoyen quedó
atrás. Así gran parte de las industrias que estaban en sus comienzos cayeron
o limitaron su producción. Dice Ricardo Ortiz refiriéndose a ese momento:
"En cuanto las circunstancias adversas dejan de actuar, la industria europea
retoma sus posiciones y ello se traduce por un decrecimiento experimentado
por las industrias típicamente nacionales."
"Se abre la aduana a los aceites de España e Italia, a los tejidos británicos,
a la manufactura europea en general. Ingresa nuevamente libre de derechos
la maquinaria agrícola y se gravan los elementos necesarios para la industria
nacional que producen esas maquinarias. Los industriales se convierten en
importadores", agrega Ramos.
Esta marcha hacia atrás en el proceso económico interno no produjo sin embargo
el impacto social que hubiera provocado en otras circunstancias. Alvear,
que fue toda su vida un feliz heredero en lo particular, lo fue también
como gobernante: heredó aquel momento próspero de la primera post-guerra
en que la producción agropecuaria tuvo factores climáticos tan favorables
como los de mercado, y que constituiría el último momento próspero de la
economía tradicional. Su gobierno tuvo, en consecuencia, un momento económico
de excepción, que ocultó los aspectos negativos de su política, en cuanto
interrumpía el necesario desarrollo de la transformación interna. Fue un
momento de vacas gordas similar al proceso expansivo de principios de siglo,
que contó, además, con el desarrollo interno operado gracias a la guerra
y la política de Yrigoyen, y así la incidencia social de la vuelta a la
economía tradicional no produjo el impacto social que el país percibiría
después de 1930, cuando la detención del progreso interno ya no sería compensada
por la curva creciente de las exportaciones.
Esto no impidió que la clase media y las clases populares tuvieran clara
conciencia de la restauración de la vieja política que el gobierno de Alvear
había significado, y la nueva elección de Hipólito Yrigoyen desbaratando
el "contubernio" de los "galeritas" con las fuerzas conservadoras, ratificó
la demanda de una política correspondiente a la realidad del país.
Poco duró el nuevo gobierno de Yrigoyen, que llegó precisamente en el momento
de la gran depresión mundial que castigó aun más violentamente que a las
metrópolis a los países con economías dependientes. Evidentemente las circunstancias
reclamaban una personalidad más vigorosa que la del viejo caudillo en declinación
y una política económica más recia que la contenida en los enunciados generales
y en la voluntad comprensiva que habían bastado en el primer gobierno para
iniciar la marcha sobre la base de las circunstancias favorables creadas
por la guerra.
Ahora terminaba el paréntesis eufórico, el último chispazo de la prosperidad
agropecuaria. Bruscamente el país se encuentra ante la realidad que Ferrer
nos ha señalado para esta fecha. Los ascensos generales de la sociedad y
los movimientos verticales dentro de ella que permitieron la ampliación
de los estratos intermedios y han operado desde la sustitución de la sociedad
tradicional se tornan imposibles. La crisis metropolitana del año treinta
lanza sus efectos multiplicados a los países de economía dependiente.
El anterior gobierno de Yrigoyen ha correspondido a la sociedad en ascenso;
ahora el fenómeno es inverso y acelerado y precisamente donde el impacto
se siente más fuerte es en la clase media. El viejo conductor no está en
condiciones físicas para afrontar este momento difícil de una economía monoproductiva
cuyo mercado cae verticalmente, sin que se den las condiciones sustitutivas
que en el gobierno anterior proporcionó la primera guerra.
1930: EL SALTO ATRÁS Y LA DÉCADA INFAME
La revolución de 1930 viene a consolidar definitivamente la política tradicional:
como después de Caseros las multitudes argentinas no pesarán más en las
soluciones del Estado y se inmovilizarán los ascensos de las clases porque
una sociedad estática es la correspondiente a la economía estática cuyos
resortes van a cristalizarse. El doctor Alvear, y sus galeritas, entre tanto
se adueñan de la dirección del radicalismo para cumplir la función reguladora
que desvía hacia a conformidad, el instrumento que podía expresar resistencias.
Estamos en la "Década Infame". Es la infamia del fraude y el vejamen al
ciudadano, pero esta es la infamia de la forma. La infamia de fondo es la
traición deliberada y consciente al destino del país, porque el fraude en
sí no es más que un medio. (Lo es hasta la misma lucha contra el fraude,
porque esta misma tiende a disimular el contenido real de la usurpación
del gobierno. Hace creer que su objetivo es determinar quienes son los que
gobiernan y no para qué se gobierna, cosa que muchas veces ignoran hasta
los mismos ejecutores y beneficiarios de la estafa electoral. Los fraudulentos
arguyen su mayor capacidad técnica como gobernantes para justificarse; los
defraudados la autenticidad de su representación. Todos se dicen democráticos,
y hasta se lo creen; sólo que unos dicen postergar la hora del sufragio
auténtico al momento en que los argentinos se capaciten para ser ciudadanos,
los otros creen que éstos ya están capacitados, pero unos y otros son ajenos
a las finalidades que van implícitas en la vigencia de un gobierno popular).
Pronto el país percibirá que el conflicto es exclusivamente un conflicto
entre políticos: "res" entre ellos. Las multitudes se irán alejando paulatinamente
de la pasión política. Desde las altas tribunas de las canchas de fútbol
o de los hipódromos, terminarán por contemplar el espectáculo como la arena
de un circo en que sólo son espectadores.
Y este justamente es el momento crítico que señala Ferrer "cuando las nuevas
condiciones del desarrollo del país exigían una transformación de su estructura
económica".
La tarea del gobierno debió ser esa. El gobierno del General Justo y sus
continuadores hizo todo lo contrario. Para eso había sido llevado al poder:
para cristalizar de una manera definitiva una política "opuesta a la integración
de la estructura económica del país". El tratado Roca-Runciman es un pacto
entre Gran Bretaña y la Sociedad Rural, que firma la Argentina. Aquélla
se compromete a garantirle a ésta la continuidad de sus compras (de las
que no puede prescindir), con alguna mejora de monedas en los precios, y
ésta a crear en la Argentina condiciones que impidan su desarrollo progresivo.
El Congreso sanciona todas las leyes que constituyen el "estatuto legal
del coloniaje" y los pocos representantes radicales que participan del mismo,
colaboran adelantando con esto, a su vez, la garantía de que no obstarán
al mantenimiento del sistema con lo que se preparan para el acceso al poder
cuando, asegurada la estabilidad del sistema, los grupos de presión ya señalados
(entonces no se empleaba todavía esta terminología), consideren que ya no
le son necesarios los políticos fraudulentos para la continuidad del mismo;
política que empieza a perfilarse en la presidencia de Ortiz, y sólo se
frustra por su ceguera y el sucesivo fallecimiento del mismo. Ya está arreglada
la economía ("Estatuto Legal del Coloniaje"); sólo falta democratizar la
política para que el Estado de Derecho ratifique y protocolice la intangibilidad
del sistema económico.
Se inaugura en el país el dirigismo económico. Los liberales son ahora dirigistas
como antes eran anti-intervencionistas de Estado. Volverán al liberalismo
clásico cuando el dirigismo se haga nacional. Las doctrinas económicas como
las doctrinas políticas servirán lo mismo para un fregado que para un barrido:
se usará en cada oportunidad la más conveniente para impedir la integración
de la economía nacional.2
Lisandro de la Torre dirá en el Senado que "hay pánico entre los propulsores
de la mayor parte de la industria argentina, sobre todo de los fabricantes
de artículos que también se fabrican en la Gran Bretaña..."
"Alguna explicación hay que buscar ante el hecho enorme de que en la Argentina
podrán trabajar persiguiendo el lucro privado las empresas extranjeras y
no lo podrán las empresas nacionales". Agrega: "el mismo informante decía
ayer el gobierno inglés quiere o el gobierno inglés no quiere... y eso que
el gobierno inglés quiere o no quiere se refiere a cosas que pertenecen
a la República Argentina, y debieran ejecutarse por el gobierno argentino...
En estas condiciones no podría decirse que la Argentina se haya convertido
en un dominio británico, porque Inglaterra no se toma la libertad de imponer
a los dominios británicos semejantes humillaciones... Inglaterra tiene,
respecto de esas comunidades de personalidad internacional restringida,
que forman parte de su Imperio, más respeto que por el gobierno argentino.
No sé si después de esto podremos seguir diciendo: "al gran pueblo argentino,
salud!"
Todo se votó como lo había querido Gran Bretaña. El cadáver del cenador
Berdabehere hizo más roja la roja alfombra del Senado, bajo los disparos
de Valdez Cora, un guardaespaldas que habían llevado los ministros al debate.
Lisandro de la Torre se matará pocos años después. "No interrogues el alma
del suicida", como dijo en su verso otro suicida, Leandro Alem. Pero puedo
vincular el suicidio al derrumbe de toda una vida. Lisandro de la Torre
ha sido el niño mimado de la oligarquía terrateniente; es el hombre para
las grandes soluciones; el General Uriburu ha querido imponerlo como presidente,
y él no ha aceptado. Seguramente cuando sale a defender la soberanía nacional
y el progreso de la sociedad argentina cree que va a tener detrás de sí
a todos sus viejos admiradores y sobre el cadáver de su camarada de banca
descubre que son sus enemigos. Su mundo se derrumba. En ese momento dramático
conoce los verdaderos motores de la historia argentina y el papel que juegan
las supuestas élites. Es que ha descubierto el resorte misterioso que ordena
las fuerzas en la economía liberal. Ahora sabe, pero siente que es tarde.
Tal vez ha mirado hacia atrás y han desfilado por su memoria su larga lucha
de la juventud y descubre que los que le seguían, lo utilizaban. Tal vez
también lo descubrió el General Uriburu, pero no tenía las aptitudes de
de la Torre para llegar a las últimas consecuencias. Aquel era frívolo y
superficial, mientras, Don Lisandro se entregaba con pasión y en profundidad...
ORDEN SOCIAL Y MISERIA POPULAR
Es un momento dramático para la sociedad argentina. Se dirá que la crisis
de los años 30 es universal, pero sus efectos en las metrópolis son distintos.
El economista alemán Fritz Sternberg, ("Capitalismo o Socialismo", F. de
C. Económica, México, 1954), hace notar la escasa disminución del ingreso
general en Gran Bretaña y la explica: "En primer lugar, porque la baja de
los precios de las mercancías importadas, en su mayor parte alimentos y
materias primas, fue mucho mayor que la de los productos industriales que
exportaba. La industria mundial reaccionó a la crisis económica reduciendo
su producción; la agricultura mundial reaccionó ante todo con una baja en
los precios de los productos agrícolas". Así nuestro país alimentó a bajo
costo al pueblo británico y "los trabajadores europeos que tenían empleo
de tiempo completo lograron, pues, un aumento en los salarios reales durante
la crisis debido a la baja de los precios". La pobreza argentina subvencionaba
el buen nivel de vida de la metrópoli ¡Y qué pobreza! Scalabrini Ortiz lo
ha dicho: "ajustaremos acá el cinturón para que allá puedan correrle algunos
ojales".
Reproduzcamos alguna de las admirables páginas con que Abelardo Ramos (ob.
Cit. Tomo II) nos hace la descripción en Buenos Aires.
“... Discépolo, poeta del asfalto, escribe sus tangos, penetrados de amargura
sinistra. ¡Un canto a la desesperanza, un himno al fracaso! En todos los
labios se repiten los versos estremecedores de Yira, yira: es la biblia
del “raté” en la monstruosa ciudad de cemento”.
“El mate había sido una necesidad en los viejos tiempos de la pampa libre;
luego fue un vicio amable en las conversaciones lentas. En 1930 es de rigor
como alimento casi exclusivo, con el bizcocho con grasa. Reina del bar automático:
con una moneda, baja del tubo sucio de vidrio un sándwich indiscernible.
Era el templo gastronómico para los gourmets de la crisis: revestido de
azulejos, como el hospital o la morgue, en el local pululaban actores sin
trabajo, borrachos disertantes, estudiantes crónicos, vagos sin origen ni
destino, empleadillos, mujercitas sin clientes...”
“... De Tucumán, Santiago del Estero o Corrientes, bajaban a la Capital
las jóvenes vestidas de negro, macilentas y tristes, de alpargatas y monedero
vació, a conchabarse en las familias de la alta o baja pequeña burguesía,
por $20 o 30 mensuales, con comida y cama adentro. El zoológico será su
fiesta, los conscriptos de la Plaza Italia el amor furtivo en la inmensa
ciudad hostil...”
“... En las madrugadas, los desocupados rodean a los canillitas que venden
“La Prensa”. Los ofrecidos son muchos más que los pedidos. Los desocupados
con bicicleta llegan antes que los otros a la oficina o a la fábrica. No
hay vacantes, de todos modos. En el conventillo de cinco patios con las
macetas de malvones en las latas de Ybarra, se hierve al infinito la yerba
y un solo ejemplar del diario arrugado circula por toda la población de
la casa. La Singer jadea en el fondo. La pantalonera trabaja por pieza...”
LA CLASE MEDIA PAUPERIZADA
Pero no es sólo la miseria de los trabajadores. Ella golpea violentamente
en la clase media que se creía a salvo de sus riesgos.
"El peso es un peso fuerte, sólido, respetable, exclusivo. Otra canción
de la crisis lo busca: "donde hay un mango, viejo Gómez, los han limpiao
con piedra pómez". El ejército rechaza a miles de jóvenes por inaptos. La
tuberculosis hace estragos. La palabra neumotorax es una palabra del año
30. Los maestros sin empleo, los analfabetos con el estómago vacío y los
maestros que no cobraban sus sueldos son los fenómenos corrientes de la
década. La pequeña burguesía se degrada; se forma una subclase de desocupados.
El dolor se combina con la picaresca para sobrevivir. Buenos Aires se puebla
de buscavidas y de oficios inverosímiles. Porteños y provincianos hundidos
en la desdicha se hacen buscones. El amigo del jockey, que persigue la quimera
de un dato preciso para el domingo; el atorrante divagador y filosófico
que bebe café a crédito; el abogado que busca un empleo público; el organizador
de banquetes o de rifas inexistentes, el falso influyente, el gestor de
empleos, que es cesante, el cesante yrigoyenista de 1930 que hace de su
desgracia una carrera y sólo acaricia durante años la esperanza de reingresar
al empleo público, el desesperado que corteja a la dueña de la pensión,
el escuálido poeta que vive cada quince días, por turno, en casa de algún
amigo, el protector de leprosos que vende rifas sin número, el antiguo proxeneta
herido como un rayo por la ley de profilaxis y que ahora alquila departamentos
por hora para el amor fugaz; el empleado embargado y concursado, el ave
negra sin pleito que espera el asunto salvador en el bar Tokio, frente a
los Tribunales, el rematador sin remates, el naturista transformado en curandero
o yuyero, el grafólogo que adivina el carácter, el astrólogo que descifra
el porvenir, el falso médico que adquiere su título por 300 pesos en la
frontera de Bolivia, el nihilista y el iluminado, el espiritista y el marinero
en tierra, el comerciante quebrado y el conspirador radical que sueña con
el regreso. ¡Buenos Aires! La pequeña burguesía tirita bajo el vendaval.
En la Chacarita de los automóviles se acumulan todos los modelos y junto
a ellos, calaveras y gigolós se hunden en la bancarrota".3
El Ejercito ha sido utilizado para restablecer la alianza entre el Imperio
y la clase que lo proyecta dentro de la República. Ahora el General Justo
lo disciplina de nuevo y encuentra un Ministro, el Coronel Rodríguez, que
pasará a ser el arquetipo del militar que lo devuelve a su "destino específico":
asegurar el orden, cuando el orden es el de la Patria Chica, el de la dependencia.
Los mismos regimientos de "Empujadores" y "Animémosnos y Vayan" de civiles,
que lo han sacado de los cuarteles, lo aplauden cuando retorna a ellos una
vez que los consolidan en el poder. Historia repetida pero jamás aprendida.
Pero ocurre algo que no estaba en los papeles de los hombres sabios; otra
guerra mundial rompe el esquema de la economía tradicional. Ortiz, proclamado
candidato por la Cámara de Comercio Británica, antes que por los partidos
de la Concordancia, muere antes de finalizar su período y ocupa la presidencia
el Doctor Ramón Castillo, su vice, y ante la sorpresa de todos, este viejito
provinciano, personalmente honesto y pieza de recambio en el juego de la
oligarquía, afirma la posición neutralista, y sobre ella intenta soluciones
cuya perspectiva se abre con el nuevo desarrollo industrial que va a ocupar
la vacante dejada por la importación. El país, cerrada la puerta de entrada
y salida vuelve sobre sí mismo.
La industrialización progresiva genera la ocupación, que a su vez incrementa
el consumo y así surge un mercado interno que diversifica la producción
y señala un auge de la economía. La demanda de brazos acelera la inmigración
de la gente del interior a los centros industriales que nacen y nos vamos
acercando en el campo obrero a la plena ocupación, mientras que la diversificación
de las actividades multiplica las posibilidades de la clase media.
Es curiosa la situación que se crea: el Presidente de la República se encuentra
aislado del pensamiento y de la voluntad de las fuerzas que lo llevaron
al poder; su política de la neutralidad y la orientación económica que se
perfila con la creación del Banco Industrial y la Flota del Estado son resistidas
por sus partidarios, e igualmente por la oposición, cuyos dirigentes, del
radicalismo y el socialismo al Partido Comunista, exigen intervención en
la guerra y la subordinación a las políticas imperiales. La unanimidad de
la gran prensa, de la cátedra universitaria, de los intelectuales, está
en contra de la política práctica. El programa belicista es común a la dirección
de todos los partidos políticos del gobierno a la oposición. El presidente
está solo.
¿Solo? Solo en la Argentina nominal, la de los títulos de los diarios, de
las entidades representativas, de las academias a la Sociedad Rural, de
la Universidad a la Unión Industrial, de entidades de los intelectuales.
Pero la Argentina real y profunda, la que no tiene medios de expresión ni
títulos representativos pero es el país de la multitud que está con el viejo
Presidente; en esto solo, porque lo sabe fraudulento y mal acompañado, pero
sabe que la neutralidad es punto de partida para la marcha hacia adelante
o punto de rendición. Pero la ocasión le va grande a Castillo. Sólo tenía
que jugarse a la carta del pueblo rompiendo con los círculos políticos de
la concordancia y convocar al país alrededor de ese tema central acabando
con el fraude y con la entrega. Llegó hasta el borde de la decisión y se
echó atrás.
Va a terminar sin pena y sin gloria en un fraude más. La Revolución de 1943
le ahorró esa vergüenza.
El Ejército ha tomado el poder pero no sabe para qué. Un general que al
solo mérito de su mayor jerarquía "se ha colado" en el momento decisivo
resulta Presidente: Rawson. Expresa la política belicista en lo internacional
y en lo interno un nuevo 1930. No alcanza a durar dos días y lo sucede otro
general: el General Ramírez. El máximo pensamiento de éste es una convocatoria
electoral que asegure el triunfo del radicalismo que había domesticado Alvear.
Lo sustituye Farrell, que es un interregno mientras se definen las luchas
internas dentro de las fuerzas armadas. Termina por perfilarse la personalidad
de Perón, que ha ido concitando a través de su política social el apoyo
de los trabajadores.
Nada expresa este momento nuevo de la Argentina que se viene realizando
desde el principio de la guerra con la transformación de la economía, como
la presencia de un proletariado que no tiene nada de común con el que se
había nucleado antes alrededor de un sindicalismo escuálido, anarquizado
por las tendencias ideológicas importadas. El que ahora está en Buenos Aires
y sus alrededores es la expresión máxima de una sociedad en ascenso, que
ha hecho posible la brusca expansión industrial que constituye su base de
trabajo y de consumo en un mercado en potencialidad creciente.
El ritmo permanente pero pausado de la migración del interior hacia los
centros urbanos se ha hecho violento. Los trabajadores, rubios o morochos
y de variado idioma que entraban por la dársena hasta hace treinta años,
tienen su réplica actual en esas multitudes que día a día desbordan las
estaciones de ferrocarril con su "pelo duro" y sus rostros curtidos y el
canto de su tonada provinciana. Es migración, pero también de ascenso como
la de los gringos de antes. Son peones de "pata al suelo", trabajadores
ocasionales y desocupados habituales, que ingresan al trabajo estable y
aprenden rápidamente técnicas que parecían reservadas para los "gringos",
porque de peones devienen obreros. Desbordan la ciudad que no está preparada
para recibirlos y desbordan también el viejo sindicalismo reclamando cuadros
que los interpreten.
Ignoran y no les interesan las ideologías transferidas desde Europa. Son
el sector obrero de una sociedad en ascenso, pero sin las inhibiciones ideológicas
de la antigua conducción sindical, comprende que su ascenso está ligado
al ascenso general de la sociedad. Tienen la conciencia histórica de su
falta de destino dentro de los límites de la Patria Chica estrangulada en
la estructura de la dependencia, y ligan su destino a las posibilidades
de la Patria Grande.
Porque se trata otra vez de una sociedad en ascenso, su signo no es la lucha
de clases según lo exigen los partidos marxistas: sus conflictos empujan
a las otras clases porque sus exigencias crean mercado y oportunidades.
Es la marcha hacia una frontera interior cuyo signo es el ascenso por la
creación de oportunidades imposibles en la sociedad cristalizada. De tal
manera la cuestión social es para ellos la cuestión nacional y su prosperidad,
la continuidad de su ascenso, se liga inseparablemente con la grandeza de
la Nación. Ya su doctrina está hecha con comprenderlo: soberanía nacional,
liberación económica y justicia social son inseparables.
No están solos. Las nuevas condiciones han abierto un nuevo horizonte a
la clase media que sobrevivía cada vez más empobrecida sin otra perspectiva
que el empleo público y las profesiones liberales de mísero rendimiento.
Las ocupaciones típicas de la misma se multiplican, y se crean las condiciones
para que de su seno, y aun de los mismos trabajadores que ya poseen aptitudes
técnicas y comerciales, surjan los elementos constitutivos de una burguesía
nueva, industrial y comercial, que por otra parte ha madurado bajo la influencia
del pensamiento de los grupos nacionalistas, forjistas y muchos de los radicales
intransigentes y los pocos marxistas que ajustan el método sobre la realidad;
hay una conciencia nacional a la que contribuye gran parte de la oficialidad
del Ejército, y dará los elementos políticos de un pensamiento nacional.
Perón tiene el talento de capitalizar esa realidad poniéndose a la cabeza
de la misma y conduciéndola. Pero este momento de la clase media se verá
en los capítulos siguientes.
La "intelligentzia", con la oligarquía, ha elaborado la peregrina tesis
de que Perón inventó un país con los recursos del poder y el soborno y al
margen de la realidad, cuando la cosa fue totalmente al revés: el país inventó
su hombre a falta de una élite conductora. Claro que no lo podía haber inventado
si el hombre no hubiera tenido las condiciones para la conducción del proceso.
Pero las tuvo y su victoria no fue una victoria de Perón: fue una victoria
del país nuevo a través de Perón. Y porque las tuvo profundizó el proceso,
lo aceleró y trató de integrarlo hasta las consecuencias que estaban en
sus manos frente a la conjunción de todos los intereses locales e internacionales
que se oponían a la actualización de la Argentina.
Es extraño a la finalidad de este trabajo el análisis de la política económica
peronista, que remito a un trabajo posterior. En él se analizarán las soluciones
económicas con sus aciertos y sus desaciertos, así como los aspectos culturales
del gobierno peronista. Las referencias que este trabajo contiene en lo
económico y lo cultural, como se ha dicho, sólo son las imprescindibles
para encuadrar los hechos sociales que estoy tratando.
Realizar una política nacional importaba dar un salto en el vacío al que
ninguna ayuda proporcionaban los libros, la cátedra y la doctrina y todo
el aparato de la importación ideológica de derecha a izquierda. Por el contrario,
aceptar su pensamiento oscilaba entre la alternativa de someterse a la política
tradicional de los liberales, o a la de un marxismo desvinculado de la realidad
argentina, que también se movía con dos alternativas: el reformismo del
Partido Socialista, cuyas soluciones prácticas coincidían con las exigencias
de la división internacional del trabajo en su oposición al desarrollo del
capitalismo nacional, o una hipotética revolución total en que la Argentina
jugaba como pieza insignificante en la estrategia soviética, sin compromiso
con la Argentina del presente y del futuro inmediato.
La responsabilidad del gobernante siempre será: hoy y aquí.
Se trataba de realizar lo posible en el mundo de la realidad circundante
y para esa realidad y esas posibilidades no había literatura doctrinaria,
ni teóricos ni maestros. Se trataba de marchar hacia una frontera interior
de avance jaqueada por todas las fuerzas internas y externas que querían
cristalizar el país en la Patria Chica, o utilizarlo como pieza en el juego
de una estrategia mundial revolucionaria.
Recién ahora, en 1963, Raúl Presbich ha descubierto (Op. Cit.), como ya
se ha dicho, que todas las teorías elaboradas en los grandes centros, no
tenían en cuenta los problemas de la periferia y resultaban inoperantes,
y también contraproducentes. A falta de una doctrina económica elaborada,
había que proceder pragmáticamente y elaborar sobre la marcha las soluciones.
Y así como la política social resultó de la existencia de los hechos, de
éstos resultó la política económica. Sólo que se invirtieron los términos
empleados en la Década Infame: durante ella la política del gobierno había
sido la coerción sobre los mismos para impedir que produjera sus frutos;
la nueva consistió en estimulados y dirigirlos en búsqueda de la potencia
nacional.
En la oportunidad de ese otro libro se verá en detalle cada una de las medidas
que se tomaron y se analizarán a mi entender sus aciertos y sus errores,
pero por ahora el hecho que nos interesa es que el proceso peronista ha
sido el único ensayo de política económica nacional que el país ha tenido.
Entramos en ese momento al desarrollo de las posibilidades de una sociedad
capitalista nacional, pequeño horizonte para los tremendistas que lo obstaculizaron,
facilitando, con la postergación, el mantenimiento de las condiciones de
dependencia. Gran horizonte para el pueblo argentino de hoy y del mañana
inmediato que no reclama estructuras teóricas ni perfectibilidades absolutas,
sino un ascenso colectivo como el que se destruyó en 1955, retornando a
la única alternativa posible: la dependencia tradicional.
Ni más ni menos: la Argentina entraba a su propio desarrollo capitalista
pero en las condiciones del siglo XX y con una vanguardia de trabajadores
que reclamaba y exigía con esa entrada la creación de condiciones sociales
de prosperidad, ligada a la grandeza concreta que resultaba de la etapa.
Como en 1930 frente a la balbuceante política nacional yrigoyenista, en
1955 se derrumba ésta mucho más profunda tentativa de política nacional,
por una coalición externa e interna similar a la de entonces, pero mucho
más aguda e intensa en la medida que era mucho más agudo e intenso el carácter
nacional de las realizaciones que motivaban la reacción: se trata de cercar
el país dentro de la Patria Chica.
Toca ahora, ya en presencia de la sociedad contemporánea entrar al tema
específico que motiva el título de este libro.
CAPÍTULO VII
UNA ESCRITORA DE MEDIO PELO PARA LECTORES DE MEDIO PELO
La burguesía en riesgo de frustración a que me he referido en la última
parte del capítulo anterior no constituye por sí sola el “medio pelo”; es
sólo uno do los aportes al mismo. Corresponde determinar qué sectores sociales
lo componen y cuáles son las pautas que lo rigen. Por concretas que sean
las bases donde reposa, el status expresa una serie de situaciones en que
juegan normas éticas, estéticas, ideológicas, creando una serie de relaciones
imponderables. Esto con mayor razón cuando se trata de un grupo definido
más cultural que económicamente, y que desborda hacia la frontera de status
superiores e inferiores. Sus límites son imprecisos por cuanto la posesión
del status no es concreta, de naturaleza material ni materializable, sino
un hecho anímico, una actitud más vinculada con la subjetividad del agente,
que con la objetiva posesión del mismo.
Hay una expresión vernácula, "pillársela", que expresa esa desvinculación
entre el hecho objetivo y la subjetividad: cuando el tipo "se la pilla"
actúa en función del status que se "ha pillado", aun a pesar de las circunstancias
que lo contradicen: y el estar ''pillado'' —creerse lo que no se es— tipifica
al "medio pelo", mucho más que la expresión status.
Aquí un estudiante de sociología me apunta el concepto técnico: es la disociación
entre el "grupo de referencia" y el "grupo de pertenencia". Gracias, y adelante.
Digo status, también por aproximación, pues no puedo decir clase, que es
concepto más limitado sobre todo en el orden socio-económico, pero debe
tenerse presente que con status expreso más la actitud del "pillado" que
su realidad objetivamente apreciada. Es lo que los marxistas llaman "falsa
conciencia", refiriéndose a la clase media, (Peter Heintz - "Curso de Sociología"
- Ed. Eudeba - 1965, como también me apunta el estudiante).
En esta tarea de aproximación, el libro de Beatriz Guido, "El incendio y
las vísperas" me ha proporcionado una excelente cantera para la individualización
de los "pillados", que constituyen el "medio pelo" y el origen de muchas
de las pautas que los rigen.
Es el único interés del mismo ya que, como lo he dicho en algún artículo
periodístico, se trata de una autora marginal a la literatura, de un subproducto
de la alfabetización. El lector debe comprender que el espacio que voy a
dedicarle sólo se justifica por el interés del disector frente a la pieza
anatómica.
Tampoco interesaría sin su éxito editorial, que es el que nos advierte de
la existencia de un vasto sector para esa clase de mercadería.
Corresponde identificarlo. Como se verá enseguida, este libro no pudo suscitar
ningún interés, sino todo lo contrario, en la clase alta a la que se pretende
cortejar ignorando las pautas de la misma y la falsedad injuriosa de las
que le atribuye la autora. Mucho menos en la clase obrera de presencia incidental
y aun en la clase media como tal, de la que la autora fuga —una de las actitudes
más definitorias del "medio pelo", propias de la simulación da status—,
que con todo no evita las reminiscencias denunciadoras.
Sin la existencia de las "gordis" este éxito editorial sería incomprensible.
Requiere un público en que se dé en las mismas medidas que en su libro,
la ignorancia y la petulancia intelectual, la falsedad en la posición y
el aplomo para actuar del que la ignora, y que participe de una visión del
país completamente sofisticada a través de una lente de convenciones deformantes
y tenidas por ciertas. Entiéndase, pues, que el análisis no es más que el
pretexto para poner en evidencia la calidad de los lectores que son los
que interesan; ellos son el objeto de la investigación a través de su proveedor
intelectual. Por eso digo: una escritora de "medio pelo" para lectores de
"medio pelo".
Como el grupo se constituye en relación con los otros grupos sociales es
esencial saber qué idea tiene de esos otros y particularmente los del propuesto
como arquetipo: en este caso la clase alta.
LA CLASE ALTA SEGÚN EL "MEDIO PELO"
La novela gira alrededor de la familia Pradere, expresiva, para la autora,
de los más altos círculos de la sociedad porteña y su acción transcurre
generalmente en el palacio de la misma en la calle Schiaffino y en su estancia
que lleva el indígena nombre de Bagatelle. También hay algunos episodios
ocurridos en el Uruguay y en el Jockey Club y en las diversas garçoniérs
que son aditamentos imprescindibles en toda familia de alto rango social.
Hay también la "fiel servidora" de los avisos fúnebres comme il faut. Se
trata de Antola, cuyo retrato hace:
Sofía descubre el rostro olvidado de Antola: su ojo único, el pelo blanco
desgreñado, pegado a las sienes (?), y esa sopa de pan y cebolla que es
su único alimento desde tiempo inmemorial.
Quiere recordar algún momento fundamental de su vida en que Antola no estuviera
presente. En las muertes como en las bodas —(esto de "bodas" me resulta
un poco "mersa")—, revive segura de su poder, sedienta por humillarlos,
imponente en su fealdad, sin edad, sin formas, con el mismo cabello blanco
sobre las sienes que peinaba el día que murió su madre. Sabedora de todos
los secretos; delgados los muros para su oído de enferma insolente y justa,
fiel e imprescindible en sus vidas, desaparece en las terrazas y bohardillas
—junto a los murciélagos y los ratones—, para reaparecer victoriosa en los
momentos decisivos de los Pradere. (Pág. 9 y 10).
Sofía, que es la oligárquica patrona ha descendido a la cocina, pues se
trata de un 17 de Octubre y todo el personal de servicio, salvo la fantasmal
y fiel servidora, ha abandonado la casa para concurrir a los actos programados
por el “tirano sangriento”.1
Mientras la aristocrática señora busca algún condumio, revolviendo cacerolas
y estantes, hay un diálogo con Antola.
Dice la señora: —Te acordás de esos platos de loza inglesa decorados con
Josefina, Napoleón, Robespierre y toda la Revolución Francesa? ¡Cierta gente
adora comer sobre los vientres de los príncipes y déspotas! (Pag. 11).
Antola no se le achica, y eructando historia francesa y loza inglesa le
contesta: —Te peleabas siempre con tus hermanos: sólo querías comer sobre
el pecho de Napoleón. El diálogo continúa entre olla y olla y de banquito
a banquito, hasta que la patrona exclama: —Yo comenzaría siempre. Aunque
después temblaran los cimientos de Jericó. Aquí Antola se achica porque
no hay una loza que le haya formado una cultura de Antiguo Testamento, y
le dice a su aristocrática interlocutora: —Alcánzame una olla. (Pág. 11).
Este diálogo de cocina puede dar una idea del lenguaje que el "medio pelo"
atribuye a la gente de la alta sociedad: no conversa, platica.2
De la misma naturaleza refinada que las pláticas, es su alimentación En
todo el libro no se come más que caviar y bizcochos blackestones o crackers
americanos, regados exclusivamente con champagne francés; ¡"minga" de vino
o coca-cola! Hay una sola excepción: un desayuno con medias lunas, pero
"chez Pradere", a las medias lunas las llama croissantes, como nos lo advierte
Antola: Las trajeron ayer de la París... Croissantes, como las llaman ustedes.
(Pág. 71). Como se ve también la oligarquía come medias lunas, pero en francés...
como los uruguayos.
Sobre las costumbres de la alta sociedad nos anticipa algo la señora de
Pradere enseguida que asciende de la cocina a los salones para revolcarse
en las alfombras frente a la chimenea con un estudiarte de filosofía y letras
que ha encontrado en la calle. El pobre estudiante no es un experto como
la dama y el lujo de los salones lo tiene un poco "boleado" como a la autora
lo que obliga a doña Sofía a apelar a todos sus recursos para evitar en
su palacio otro paro, como el que ocurre en la calle. Para no ser menos
la niña de los Pradere, Inés, se va a la garçonnière de Gramajo, un amigo
de su padre que como corresponde es casado (pág. 22).
Para un día nefasto y de los negros no son malas las performances.
Doña Beatriz entre tanto nos ha descripto los salones del palacio con una
conaiscense de habitué a remates de residencias recargadas de muebles, cristales,
marfiles, alfombras, por los despiertos martilleros, el ambiente adecuado
para tal lenguaje, tal alimentación, tal costumbre, tal moral sexual, según
la visión "mediapelense" de la alta clase que revelan la autora y su entusiasta
clientela.
Pero lo más extraordinario en la conducta sexual de la alta clase es el
privilegio que reserva para sus hijos.
En la página 72, Inés está acostada con Pablo Alcobendas, el estudiante
revolucionario que es su último amante y a quien le ha advertido que ha
tenido cuatro anteriores. Alcobendas no se resigna a ese cuarto puesto no
placé, y practica su examen. Dejemos a la autora que nos ilustre al respecto:
Ella inmóvil, indefensa, permite que esa mano practique la tarea de reconocimiento
y cuando él encuentra lo que buscaba, ante la resistencia dolorosa de ella,
susurra en el oído:
¡Los cuatro amantes, señorita, pertenecen a su imaginación!
Inés (entre tanto) piensa: Las mujeres de cierta condición tienen la virtud
de parecer siempre vírgenes, después de ser poseídas por varios amantes.(Pág.
72).
¡Cómo para que las chicas del "medio pelo" no aspiren a ser gente bien!
¡Con ese privilegio que da la alta clase!
LA CLASE ALTA EN SU CLUB (SIEMPRE SEGÚN EL "MEDIO PELO")
Recordemos que es 17 de Octubre. El jefe de la familia, don Alejandro Pradere,
nos introduce en el Jockey Club, y nos guía por sus salones explicándonos
sus preferencias pictóricas: Para mí, "Las Aves de Corral" de Castels, del
salón Bouguereau; o "La Boda" o "El Huracán". (Pág. 29).3
En el solarium, Pradere y su hermano Ramón tienen una sorpresa. Allí está
Juan Duarte. ¡Ni más ni menos!
Dice la autora: Y los Pradere vieron por primera vez a un hombre de facciones
regulares, cabello pegado a las sienes; unos pequeños bigotes recortaban
su boca; excesivamente blanco, con esa piel de niño que no conoció el mar,
sino sólo ríos y arroyos. Vestía una salida de baño de color amarillo; sobre
el bolsillo izquierdo un escudo con un león español. Llevaba al cuello otra
pequeña toalla de color verde y calzaba sandalias romanas que dejaban ver
sus dedos largos, casi perfectos. (Pág. 32).
El refinado Don Alejandro se pregunta: ¿Cómo no está en la Plaza de Mayo
ese hijo de puta? (pág. 32). También yo me lo pregunto, adjetivos al margen;
¡mucho más te lo hubieran preguntado Perón y Evita!
Esta familia Duarte es incongruente y no tiene idea de los niveles sociales,
con esa piel blanca que sólo conoce ríos y arroyos. Esto de la coloración
de la piel es para el "medio pelo", un inequívoco signo social. Así, más
adelante, en la descripción de una orgía en el "cangrejal" —imaginaria playa
de Punta del Este— Inesita pasa de los brazos de su amante Gramajo a otros...
más poderosos, con una piel distinta a la de Alberto: un tostado de sol
que delata infancias de río... (pág. 160). Son los brazos de Mattarazzi,
un repugnante burgués lleno de oro y de grasa, que anda entreverado con
la gente bien y participa de la corrupción general de la clase alta. Pero
a Inés no la engaña porque tiene la clave que Doña Beatriz difunde a pesar
de su infancia rosarina, tan de río. ¡Ay!
LAS ABERRACIONES SEXUALES DE LA "GENTE BIEN"
En el Jockey tenemos la oportunidad de conocer otra de las debilidades sexuales
de la alta clase: El "pigmalionismo", un vicio cuyo nombre ignora doña Beatriz
a pesar de las descripciones escabrosas con que intenta matarle el punto
a "Damiani" y a "Las memorias de una princesa rusa".4
Don Alejandro siente una curiosa debilidad por la "Diana", de Falguiere,
que adorna las escalinatas del Jockey Club.
La Falguiere tiene el viento en los cabellos. Su sonrisa es más poderosa
que la rigidez del mármol. Los senos pequeños levemente inclinados; no demasiado
erguidos: el vientre de rítmica redondez, invitaba siempre a sus manos a
sostenerlo. NO se atrevía a confesarse que había llegado a soñar, soñar
despierto, que se acostaba con ella. Sólo para eso: para colocar sus manos
rodeando la pelvis; en ese hueco que dan en llamar las ingles. (Pág. 30).
(Eso que dan en llamar las ingles, es gracioso, ¿temerá Doña Beatriz que
se molesten los ingleses por llamar ingles al “hueco”?). Esa misma tarde,
al bajar la escalera de su casa, Pradere ha acariciado los glúteos de la
“Diana” de su escalera (Pág. 12) y su hija Inés, que parece conocerlo, le
había dicho muy respetuosamente: Le pondrías una casa como a una querida.
(Pág. 30). Y el amor por la Diana no es puramente platónico. Nos dice la
autora: Necesitaba tocarla antes de entrar al Jockey, como quien busca el
agua bendita antes de entrar a un templo. (Pág. 30).
Y para que no quede ninguna duda la autora nos explica: Había traído de
Bagatelle una bañera de su abuela, labrada en mármol de Carrara. La hizo
depositar en uno de los vestuarios “de los viejos”, en el sótano. Y allí
la tenía para “bañarla”. (A la “Diana” de Falguiere, se entiende). “Hace
seis meses que no baña a su niña”, le decía Arizmendi un mozo del bar. “Después
que vuelva de Europa. Me lleva una mañana entera..." contesta Pradere (Pág
30).
¡Cómo para no llevar una mañana! La autora nos ha informado que la “Diana”
era de mármol rosa (pág. 183). No tiene la menor idea de lo que pesa el
mármol y su tamaño, pues Pradere y el mozo del bar parece que juegan a las
esquinitas con el mismo, de la escalera al sótano, con su bañera de Carrara,
y del sótano a la escalera. Tampoco se le ha ocurrido imaginar la escena,
el día del baño, con la jeneuse dorée, rural y deportiva, concentrada en
el hall y festejando el espectáculo con relinchos, rebuznos y demás gritos
de su rijosidad primitiva, en presencia de los refinamientos sexuales del
consocio exquisito. ¡Qué socio se iba a perder ese plato!
En materia sexual Don Alejandro es muy amplio: en las páginas 85 y 86 se
dice: Penetra ahora entre las sábanas de la cama de su mujer. Conoce sus
adulterios. ¿Desde cuándo sabía que su mujer lo engañaba? Rechaza la palabra
“engaño”: él también lo había hecho inmediatamente de nacer su hijo, en
esa etapa en que las mujeres se ven obligadas a comentar los procesos biológicos
del recién nacido, aunque la frase esté construida de esta manera: “Dice
la nurse: el médico diagnosticó que José Luis tiene gastritis”. (De paso
nos enteramos aquí que las madres de la alta sociedad no descienden hasta
el médico pues de eso se encarga la nurse). La palabra gastritis ha traumatizado
sexualmente al delicado señor Pradere: “Recuerda ahora que de niño le enseñaron
que en las cortes de Inglaterra nos e pueden nombrar los órganos digestivos.
“Digestión” es la palabra más despreciable del diccionario. Se puede hacer
referencia al acto del amor de la manera más ruda y onomatopéyica: screw,
“atornillar”, es menos ofensivo para una dama que decirle:”Y, ¿cómo se siente
del estómago?” (La verdad que lo de screw no me suena muy onomatopéyicamente;
¿será que el amor inglés tiene ruidos distintos al criollo?).
Doña Beatriz nos dice que Don Alejandro no le perdonó a Sofía que pronunciara
la palabra gastritis. No le importó, ni trató de averiguar nunca por qué
lo engañaba (pág. 86). Pero si la gastritis lo alejó de ella, los cuernos
lo reconciliaron, y es gracias a este estimulante que aparece en la cama
de su mujer, después de sus canas al aire con los mármoles.
Sólo faltaba en la familia el incesto, pero Antola, la fiel servidora y
fiscal de la sangre dice: -- Mirá que en tu familia ha habido incesto. Preguntale
a Mujica Láinez que lo escribió y todo (pág. 71). Y le encaja a Manucho
la indiscreción de haber lavado en público la ropa sucia de los Pradere.5
LA SOCIEDAD DE LA GENTE "QUE NO ES COMO UNO"
Hasta ahora hemos visto la imagen de la alta clase que tiene la autora y
que lógicamente comparten sus lectores afanosos de ambientarse.
Veremos incidentalmente la de los campesinos; sólo incidentalmente aparecerán
también los obreros, pero vistos a través del lente "mediopelense", pues
los "negros" no son obreros. Peyorativamente la autora pone en la boca de
sus personajes una clara distinción entre el "aluvión zoológico", que constituyen
la multitud y unos individuos selectos, generalmente con apellido italiano
y de preferencia ferroviarios que esos sí, son obreros: en la imagen fubista
del trabajador afiliado a los sindicatos científicos, es decir socialistas,
comunistas o anarquistas.
La clase media aparece representada por algunos policías degenerados y torturadores
y por el héroe, Alcobendas, un joven estudiante que tiene un extraordinario
merengue fubista en la cabeza de lo que dan idea los retratos que adornan
su habitación: Ingenieros, Aníbal Ponce, Gramsci, Proudhom, alternan, esa
mortuoria galería. El pobre muchacho es el último amante de Inesita. Por
poco tiempo pues en la comisaría diecisiete lo castran y después lo entregan
al capricho sexual de un sujeto que responde al sugestivo apodo de "El Banano".
Pablo Alcobendas es hijo de una hermana del anarquista Di Giovanni y vive
de las rentas de una casa de varios pisos que el tío anarquista dejó en
herencia, dividida en propiedad horizontal entre los familiares, anticipándose
en 1931 —más de 20 años— a la ley respectiva. En esa disposición de última
voluntad a Pablo Alcobendas le tocó la parte del león: Yo soy el más afortunado
porque mi departamento es el de planta baja y me lo alquilan médicas y prostitutas.
No aclara si conjunta o alternativamente (Pág. 144).6
LA PAMPA Y LA ESTANCIA
Pasemos ahora a Bagatelle, porque Bagatelle, es el nudo del drama. Se trata
de una estancia, que siendo, según Doña Beatriz, la más grande de la Provincia
de Buenos Aires no tiene tanta importancia, para Alejandro Pradere, por
su valor económico –don Alejandro es un exquisito que nunca habla de vacas
ni de novillos, tarea que incumbe a su hermano Ramón—como por su casco principal
y las obras de arte que contiene.
Oigamos algunas descripciones. El casco es un castillo normando, que se
ve desde el camino a Mar del Plata; tiene un parque de ciervos, tiene cancha
de polo, ¿qué es lo que no tiene Bagatelle? (Pág. 41). Fue construida a
fines de siglo, por Alejandro Pradere, arquitecto, coleccionista de porcelanas
y ornamentos, enamorado de Francia. Todo el encanto de un castillo del Loire,
su armonía, su gracia y su misterio, todo fue importado desde Francia. No
había visitante ilustre, desde entonces, que no admirara sus haras, sus
puertas de alabastro, su lago artificial, cantado por Darío; el bosque de
los ciervos, etc.... (Pág. 59). Los techos de Bagatelle, fueron decorados
por diecisiete yeseros franceses. Cuatro figuras mitológicas: el invierno,
el verano, la primavera y el otoño, defendían la entrada del castillo; reproducción
en mármol de Carrara de las clásicas figuras atribuidas a Praxiteles (Pág.
60). Hay una terraza del amanecer (Pág. 61), y una terraza del atardecer.
Hay también una fuente con cascadas, la fuente de los renacuajos, que eran
silenciadas por un “concerto” de Cimarosa (Pág. 61). Hay también una playa
en el Sur. Hay un reloj de jade y piedras preciosas, vajilla de Meisen,
cristales de Bohemia, cubiertos de plata y vermeil, cuartos Imperio y Luis
XV, salas victorianas, la sala Pueyrredón (Pág. 191 y otras) y así una heterogénea
mezcla de catálogo de remate.
Y este príncipe de la pampa, Don Alejandro, se encuentra enfrentado al más
espantoso de los dramas: la amenaza de expropiación, por el “tirano sangriento”.
Y transa, aceptando la deshonra de la embajada en el Uruguay. Es cierto
que Pradere ha sido embajador en Londres hasta 1944, en la Década Infame.
Pero esto dignifica para el “medio pelo”. No lo hace por el vil interés
de vacas y hectáreas (¡qué son 30.000 hectáreas!) sino por el conjunto artístico,
por la armoniosa conjunción de los Luises, Pompier y Barroco, que tres generaciones
de Pradere, han acumulado en Bagatelle.
¿Qué son 30.000 hectáreas?, se ha dicho al pasar.
¿Ud. creerá lector, que no hay un argentino que no tenga idea de lo que
es una hectárea de campo? Al fin, este es un país que está saliendo de los
pañales agropecuarios. Un argentino, haya o no cursado la enseñanza primaria,
siente en la piel, la noción de espacio. Y sobre todo un hijo de la pampa,
aunque sea de la pampa “gringa”, como Beatriz, la rosarina, y aunque tenga
la piel blanca de quien "sólo ha conocido el agua de ríos y arroyos”.
Veamos la idea de 30.000 hectáreas que tiene Doña Beatriz.
Después de habernos ubicado el casco, Sobre el camino a Mar del Plata, (pág.
59), más abajo y en la misma página, nos informa que “el bosque de los ciervos”
de Bagatelle, se halla sobre todo en la región que lindaba con Tandil. Además
"encontraba el mar hacia el sur de la provincia, y sus playas de médanos
agrestes, contenidos por pinos y abedules, insinuaban bosques futuros" (pág.
53). En la pág. 60, amplía la información, y también la estancia: Las treinta
mil hectáreas se hinchaban al Norte en forma de vientre magnífico. Cerca
de la provincia de La Pampa, el bosque de eucaliptos prometía atravesar
la frontera. Hacia la provincia de Santa Fe, la pampa se afirmaba sin árboles
ni cuchillas, ni siquiera un ombú..
Aquí Beatriz Guido padece exceder la ignorancia de su clientela de "medio
pelo". Las falsas imágenes sobre la sociedad a que pretende pertenecer que
se revelan en el lenguaje, la afectada cultura y alimentación y la vida
sexual son gaffes inimportantes con respecto a la de la estancia, que escritora
y lectores parecen compartir. Porque la estancia no sólo es el esqueleto
económico de la alta clase porteña sino que constituye la atmósfera imprescindible
de su existencia. En el total ausentismo o en la despreocupación más absoluta
por ella como fuente de recursos, el individuo de la alta clase porteña
es esencialmente un estanciero; del nacimiento a la muerte, cualquiera que
sea el género de vida que adopte, cualquiera sea su ilustración y donde
quiera que esté es estanciero; hasta cuando ya no se tiene estancia; ignorar
la estancia es tanto como ignorarse a sí mismo.
¿Para qué maravillarnos de la ignorancia geográfica, si la histórica le
corre a la paleta? Porque no debemos olvidar que las 30.000 hectáreas (pág.
59), tenían su origen en una concesión hecha por el general Urquiza, al
oficial primero (sic) Gastón Pradere, después de Caseros. Perdonemos esto
de confundir un militar con un funcionario administrativo, como ocurre con
la asignación del grado, pero lo que es inadmisible es esta imagen de Urquiza
repartiendo tierras en la provincia de Buenos Aires. Además esto constituye
una deslealtad de Doña Beatriz con la línea Mayo-Caseros, que pasa precisamente
por el meridiano histórico del "medio pelo", y para la que el único que
distribuyó latifundios en la provincia da Buenos Aires, fue el primer "tirano
prófugo y sangriento".
Este es el momento de señalar, la aparición de los campesinos. Parece que
los arrendatarios del Sr. Pradere, no quieren saber nada con leyes de arrendamiento
y otras zarandajas, y basta mencionarles cualquier clase de reforma agraria
para que corran al osado agitador que la proponga.
No lo dice expresamente Doña Beatriz, pero nos informa, que cuando en 1944,
lo cesantearon de la embajada de Londres, cargo que desempeñaba Alejandro
Pradere, para gloria de los argentinos, lo fueron a esperar al puerto, delegaciones
de todos los partidos políticos de la oposición: radicales, demócratas y
hasta socialistas (pág. 82).
También los chacareros, todos: sí, todos (se explica el énfasis, pues parece
que Doña Beatriz tuviera cierta sospecha de la inverosimilitud), y agrega
entrando en detalle: un representante de cada parcela, con un letrero al
frente que decía: "Unidos, los de Tandil, con don Alejandro Pradere". Se
repetía: "los de Olavarría", "Azul", "Guerrero".
SÍNTESIS: EL LIBRO COMO REPERTORIO DEL "MEDIO PELO". SU SÍMBOLO POLÍTICO
He llegado a un punto que creo le permitirá al lector tener en este libro
todos los elementos de juicio para explicarse por qué lo considero una cantera
para investigar al "medio pelo" como advertí al principio del capítulo.
Tal vez el equívoco de su apellido ha inducido al lector de "medio pelo"
para creer que se trataba de un testigo de la alta clase. Don Marcelo de
Alvear cuando se sentía molesto con el Dr. Mario Guido, hacía jugar una
diéresis sobre la "u" del apellido: Güido y no Guido. Cuando el Dr. José
María Guido no había llegado a presidente, oí a algún miembro de la familia
Guido —la auténtica, que dirían ellos— hacer el mismo juego. No después,
porque la gente cambia. Pero debo decir en obsequio de estos dos Guido,
que en su modestia nunca jugaron al equívoco. La autora es hija del arquitecto
Ángel Guido, rosarino, no sé si con diéresis o sin ella, que de paso conviene
recordar fue funcionario peronista, además de autor del Monumento a la Bandera,
dos culpas o dos aciertos, según se mire. Pero la herencia paterna no se
debe recibir con beneficio de inventario, quedándose con el monumento y
no con el empleo.
Inducidos o no por el equívoco del apellido, los lectores han aceptado como
buena la descripción de la clase alta, lo que los excluye de la misma —y
los va situando—, pues de pertenecer a ella hubieran reaccionado adversamente
al libro. La naturaleza antipopular de la novela excluye de sus lectores
a la clase media baja y al proletariado, que además no lee este género de
literatura.
Tal vez la atracción ha sido política. Se trata de una novela histórica
que pretende ser la "Amalia" de la "Segunda Tiranía", pues como tal la han
aceptado sus lectores.
Pero la novela histórica supone cierto mínimo de ajuste a la realidad en
la construcción de la trama, en la descripción del medio sobre el que se
borda la acción y en los personajes, que deben ser congruentes con la época.
Además por su estilo, “El incendio y las vísperas” sólo puede ser ubicado
en cuanto al tratamiento, en la escuela realista. Sabido es que su maestro,
Emilio Zola, se vestía de fogonero y viajaba en tender de la locomotora
para lograr el tono realista en la vida del ferroviario. La Sra. Guido pudo
asesorarse en algunos ex socios del Jockey Club para que le explicaran cómo
era la “Diana” de Falguiere, entre tantas cosas; y tal vez pudo conseguir
que algún miembro de la clase alta la invitara a tomar te –por ejemplo Doña
Victoria Ocampo, que es tan propicia a este género de atenciones--, para
tener una idea del arreglo de las casas. Pudo también averiguar las pautas
morales vigentes en la misma –cuáles son sus verdaderos defectos y sus virtudes—y
no atenerse a los “chimentos” de antecocina que pueden facilitar las Antolas
y las costureritas baratas, llamadas para aprovechar los restos de la haute
couture, que encuentran los desvanes como rastros de un “Fin de fiesta”,
algunas botellas vacías de champagne.
Hubo un tiempo en que cualquier bodrio antiperonista era de éxito, pero
pasado el fervor del cincuenta y cinco, nada de eso camina sino que al contrario
el éxito corre a favor de lo peronista aunque sea, también bodrio. El único
sector que se mantiene firme en aquella histeria es el “medio pelo” y no
por razones políticas, sino porque forma uno de los símbolos del mismo.
El símbolo es el único valor que se ha tenido en cuenta, e identifica a
los lectores explicando el origen del éxito, a lo que se suma el paralelo
desconocimiento del alto medio propuesto como arquetipo, y de todos los
sectores sociales del país, sumado al de su historia y geografía.
El libro expresa los símbolos del “medio pelo”, sus ideas, su desconexión
con el país real y muy particularmente la arbitraria composición de las
clases que supone, propio de un sector que creyendo imitar a la clase alta
se imita a sí mismo, confundiendo los signos de aquella con los que él mismo
se crea en su ambigua situación de “quiero y no puedo”, “de soy y no soy”.
Es una visión del mundo a media luz de boite de lujo en que los concurrentes
se dan “coba” recíprocamente, y se pasan moneda falsa como si se tratara
de monedas de oro. Constituye así un muestrario de situaciones, juicios
y pautas que reflejan la actitud espiritual que motiva la existencia de
un status tan particular y que lo separa de las clases intermedias, en sí.
Particularmente del punto de vista ético, porque el grupo ha perdido la
noción de las normas morales de las mismas conducido sólo por la preocupación
de lo que es “bien”. Ser “bien”, como ideal estético ha sustituido a ser
“bien” como ideal ético, preocupación casi obsesiva de la vieja clase media.
LA EVASIÓN DE LA CLASE
La falsa situación del “medio pelo” principia por la evasión de la realidad;
la autora nos permite ubicar su verdadera situación de clase por sus reminiscencias
que resultan de una calidad literaria muy superior a su imaginación.
Describe la casa de Pablo el sobrino el anarquista Di Giovanni, último amante
de la “Niña de la Pradere” en Adrogué: Un haz de luz penetra en ese hall
literario sombrío, iluminado por la luz que atraviesa la claraboya de vidrios
de colores: azul, amarillo y rojo. A ese hall abren la sala, el comedor,
un escritorio y una mampara de vidrio que da a un primer patio, donde los
helechos y la enamorada del muro crecen desde tiempo inmemorial, anterior
a su nacimiento.
No espera encontrar a nadie en su cuarto: "nadie" son su madre y su tía;
idénticamente magras, siempre vestidas de negro; siempre en el último cuarto
de la casa, incorporadas a los baúles, a su ropa de niño, a la naftalina
de los armarios y a la fotografía póstuma de su padre, junto a la mascarilla
de Di Giovanni, hermano de su madre, fusilado... Ingenieros, Aníbal Ponce,
Gramsci, Proudhon, alternaban en esa mortuoria galería. Allí están las dos
mujeres, con los ojos siempre desorbitados, como si aguardaran irreparables
noticias. (Pág. 42).
Más adelante: Atraviesan el pequeño hall, perfumado con los primeros jazmines.
Trata de encontrar la luz de la sala; se equivoca y enciende la araña principal
que ilumina por sobre todas las cosas el piano de cola, cubierto por un
mantón de Manila.
Pablo se apresura a apagarla, y la reemplaza por una lámpara. Pocas veces
habitan ese cuarto de la casa, le pertenece solamente a su madre y a su
tía. Ellas lo mantienen con la celosías cerradas, como si el tiempo de esa
sala hubiera terminado (pág. 46).
Esta sí es la descripción de un conocedor que ha vivido ese ambiente, y
la única incongruencia es el piano, porque es de cola; (pero tal vez se
trata de un recurso anarquista —no olvidemos que es la casa de la familia
de Di Giovanni— para guardar bombas y ametralladoras. El finadito era así).
Sigue la descripción: Tropieza con los almohadones y con un gato de porcelana.
La naftalina, el heliotropo y el narciso negro, el álbum de Chopin sobre
el piano, marcan un tiempo de balcones abiertos, atardeceres nostálgicos
y prolongadas siestas (pág. 48). ¡Esos son perfumes y no el Fracas que usaba
Doña Sofía Pradere, o el Golden Medal, o el Tabac de Floris, de Alberto
Gramajo! (pág. 24). (¡Pavada de fijador, el de los perfumes que usan los
anarquistas y sus familias!).
(Aquí junto a la descripción de la vivienda va la de la lealtad con el difunto,
que resulta de la actitud funeraria de esas mujeres "idénticas, magras,
siempre vestidas de negro" en contraste con la de la alta sociedad que ya
hemos visto: la familia Alcobendas —Di Giovanni no se "menefrega" en los
antepasados como los Pradere de tan alta prosapia.)
Como se ve hay alguna aptitud literaria cuando la descripción se refiere
al medio propio, del cual la autora se evade. No se trata de la cenicientomanía,
de la muchachita humilde, que fuga, en una transferencia de la realidad
hacia un sueño de príncipes, por el milagro del zapato de cristal. No. Hay
aquí un trabajo meticuloso destinado a desorientar sobre la personalidad
del escritor; de una sofisticación persistente en la transferencia de la
personalidad por superposición a un medio extraño. Y hay la misma actitud
en el lector que no percibe la falsedad y ridículo, porque pertenece al
mismo "medio pelo", inserto en esa falsedad y ridículo, viviendo una mistificación
a base de ingentes sacrificios, que corresponde a su ausencia de realismo
social y económico.
Y así hemos llegado al final de este capítulo, en que usted lector se ha
aliviado de mi prosa con las transcripciones de una novelista de éxito.
Sólo me resta recordar la curiosa dedicatoria de "El incendio y las vísperas":
A mi padre, que murió por delicadeza.
Se comprende.
CAPÍTULO VIII
LAS CLASES MEDÍAS, LA NUEVA BURGUESÍA Y LA APARICIÓN DEL "MEDIO PELO"
EL PAPEL DE LAS CLASES MEDIAS EN LA REVOLUCIÓN NACIONAL
Las clases intermedias fueron las precursoras del movimiento político-social
que correspondió a la tentativa del país para marchar por la industrialización
hacia la integración de su economía. En "Los profetas del odio" señalo que
esas clases intermedias fueron las que primero tuvieron conciencia del hecho
nacional; las que nutrieron en los años preparatorios del año 1945, desde
el nacionalismo, desde F.O.R.J.A. y desde los sectores más capaces y tradicionales
de la intransigencia radical la siembra de la conciencia emancipadora. En
las instituciones armadas, en el clero, entre los profesionales, los estudiantes,
los pequeños comerciantes e industriales, se formaron los primeros cuadros
de la lucha. Mucho después llegó el proletariado a la misma para nutrirla
con el elemento básico que le faltaba. Recuerdo que en 1941, celebrando
el 6° aniversario de F.O.R.J.A. dije a mis camaradas: Día por día hemos
visto crecer el público alrededor de nuestras tribunas callejeras; sin prensa,
porque nos está cerrada la información que no se le niega al más insignificante
comité de barrio; sin radiotelefonía, porque a ningún precio se nos ha permitido
el acceso a ella. El idioma que hablamos, que era sólo el de una pequeña
minoría y hasta parecía exótico, hoy es el lenguaje del hombre de la calle.
Puedo decirles en este aniversario, que estamos celebrando el triunfo de
nuestras ideas. Pero estamos constatando al mismo tiempo nuestro fracaso
como fuerza política: no hemos llegado a lo social, la gente nos comprende
y nos apoya, pero no nos sigue. Hemos sembrado para quienes sepan inspirar
la fe y la confianza que nosotros no logramos. No importa con tal que la
labor se cumpla”.
Pero a pesar de haber correspondido a las clases intermedias la primera
toma de conciencia de los problemas nacionales y ser las beneficiarias más
directas, especialmente la burguesía naciente, del cambio de condiciones,
no hubo una correlación en la marcha con la toma de conciencia de su papel
histórico en la oportunidad que el destino les brindaba.
Cierto es que el peronismo cometió indiscutibles torpezas en sus relaciones
con ellas. Por un lado lesionó, más allá de lo que era inevitable conceptos
éticos y estéticos incorporados a las modalidades adquiridas por las clases
medias en su lenta decantación. Por otro las agobió con una propaganda masiva
que si podía ser eficaz respecto de los trabajadores, era negativa respecto
de ellas porque no supo destacar en qué medida eran beneficiarias del proceso
que se estaba cumpliendo, como compensación de las lesiones que suponía.
No supo tampoco comprender el individualismo de esas clases constituidas
por sujetos celosos de su ego, proponiéndoles una estructura política burocrática,
organizada verticalmente de arriba a abajo y en la que la personalidad de
los militantes no contaba; así se convirtió la doctrina nacional cuya amplitud
permitía la colaboración, o por lo menos el asentimiento desde el margen
del hecho político en una doctrina de partido que exigía la sumisión ortodoxa
y la disciplina de la obediencia más allá del pensamiento, a la consigna
y hasta el slogan.
Esto mucho antes que esos errores culminaran con la pérdida de la cohesión
en las Fuerzas Armadas que a través de episodios adjetivos se distanciaban
de los objetivos nacionales que las habían hecho factores básicos del proceso,
y se permeabilizaban a la penetración de las propagandas adversarias y extranjeras.
Todo esto culminó en el inexplicable conflicto con la Iglesia que terminó
por aislar al movimiento de los trabajadores, de los importantes sectores
de clase media y burguesía que lo habían acompañado.
Es necesario hablar de errores de conducción. Otra cosa, sería si el propósito
deliberado hubiera sido establecer una estructura fundada en un gobierno
clasista. Pero eso no estaba ni estuvo aun después de la caída, en el ánimo
de la conducción que tenía clara conciencia de las necesidades policlasistas
del movimiento nacional que expresaba, y ni siquiera estaba en los mismos
sectores del trabajo que lo acompañaron. El movimiento era, y no pretendió
nunca ser otra cosa, un frente nacional para la formación de una Argentina
moderna retomando el camino de la Patria Grande y abierto a la coincidencia
de todos los grupos sociales no ligados a la situación de dependencia de
la Patria Chica y sus intereses.
También existía la perturbación ideológica que desde el principio del movimiento,
y conforme a la tradición de la “intelligentzia” colonialista había desorientado
a gran parte de la clase media con la transferencia de la temática y los
esquemas agitados por los partidos políticos y la gran prensa, destinados
a confundir nuestros propios problemas con los de los bandos imperiales
en lucha durante la guerra; ella gravitó sobre todo en los medios estudiantiles
donde se produjo la paradoja de que un cacareado anti-imperialismo teórico
se convirtió en el momento crítico en un instrumento exclusivamente dedicado
a obstaculizar el desarrollo del movimiento nacional, sirviendo las políticas
contra las que siempre adoctrinó.
Pero todo esto puede explicar una toma de posición accidental más dirigida
contra los modos de ejecución de una política que contra la política en
sí, ya que los intereses sociales y económicos de la clase como tal, coincidían
con los del proceso que se estaba realizando salvo en el caso del sector
relativamente reducido de la gente de entradas fijas: pequeños rentistas,
jubilados, etc., que recibían el impacto del cambio de situación sin las
amplias compensaciones que permitían al resto de las clases intermedias
la multiplicación de sus actividades, el aumento de sus recursos y la ampliación
de sus consumos hasta niveles inconcebibles pocos años antes.
MODIFICACIÓN EN LA CONDICIÓN ECONÓMICA DE LA CLASE MEDIA
En “Los profetas del odio” señalo este mejoramiento en la situación de la
clase media:
Ahora el joven de la clase media desprecia el empleo público y lo llaman
las actividades del comercio y de la industria, donde no tiene que hacer
las largas colas de las madrugadas, esperando la aparición de "La Prensa"
para estar en primera fila de los que se ofertan; el universitario tiene
trabajo abundante y hasta se da el lujo de instalarse en la ciudad de sus
padres; para el padre prolífico las muchas hijas no son problemas cuando
hay salario y ocupación, y termina por ser un buen negocio, mientras casarlas
es malo, y esto va a darle a la mujer un lugar digno en el marco social.
Los muchachos cuyas lecturas no pasaban de “fijas y batacazos”, en materia
financiera, están ahora al tanto de las cotizaciones de la bolsa; en las
mesas de los cafés se habla de divisas y de cambios; todo el mundo tiene
algo para ofertar en venta; todo el mundo es comprador de algo; la gente
renuncia a los empleos públicos y bancarios para dedicarse a actividades
privadas, ante el asombro de los viejos que dicen sentenciosos: "Esta locura
no puede durar", recordando el drama de su juventud.
Nos han amolado diciendo que la pasión por el empleo público es producto
de nuestra filiación hispánica y que eso no sucede en los países anglosajones,
pero ocurre que en cuanto nos asomamos a condiciones económicas parecidas
a las anglosajonas, nuestros muchachos proceden como yanquis o londinenses...
El comercio internacional ya no es un misterio reservado a unos cuantos
alemanes, ingleses o franceses. Resulta que cualquiera puede ser exportador
o importador, y la clase media aprende más de todas estas cosas en unos
pocos años, que en medio siglo de enseñanzas financieras y económicas a
cargo de la Universidad.
Aparece una nueva burguesía con la oportunidad de la industria y la expansión
del comercio en el mercado interno. Sus elementos constitutivos salen de
esas clases intermedias y de la inmigración va consolidada aunque es importante
el nuevo aporte inmigratorio. (La inmigración que en el decenio 1931-1940
bajó a 73.000 de los 878.000 correspondientes al decenio anterior —y este
es un índice claro de la situación del país durante la Década Infame— sube
en la década 1941-1950 a 386.000. Está constituida preferentemente por técnicos,
ciertos o pretendidos, comerciantes y en general especializados. No se dirige
a la ocupación rural y poco al asalariado, salvo los obreros muy especializados
que pronto se convierten en patrones a favor de las circunstancias que facilita
la improvisación de una clase industrial que con un mercado en crecimiento
de demanda insatisfecha, y con el decidido apoyo de la política bancaria
y oficial, ofrece abundantes oportunidades.
LAS CONTRADICCIONES EN EL SENO DE LA CLASE MEDIA
Pero ocurría que a nivel de las clases intermedias la transición era muy
violenta y las ventajas económicas de la prosperidad que experimentaba el
mayor número no eran suficientemente perceptibles para los componentes de
una clase individualista en general y, por lo tanto, incapaz para apreciar
los avances de cada uno en relación al grupo social al que pertenecía. (Cada
uno cree que su mejora es particular y producto de sus aptitudes y no de
las condiciones generales como el soldado que cree que en su pequeño rincón
operativo ha ganado la guerra porque venció al del rincón de enfrente. La
modificación en el status de todos los grupos en ascenso sólo le parecía
legítimo en lo que a él se refería).
Creo que sobre este particular debo de remitirme a lo que ya he dicho en
"Los profetas del odio", publicado hace diez años.
Principiemos porque durante el anterior decenio, la depresión, la situación
de las clases medias había retrocedido, como se ha dicho en el capítulo
anterior, ya perdido el empuje ascensional que las movilizó verticalmente
en la etapa expansiva de la sociedad agropecuaria.
Pintando ese momento, digo:
Allá, muy arriba, la clase propietaria del suelo, en un plano donde se mueven
los personajes de las grandes firmas exportadoras e importadoras, las altas
figuras de la política tradicional y los gerentes de los grandes intereses
extranjeros. Su riqueza y prosperidad nunca, llegarán a la que puede lograr
una burguesía nacional, fundada en la industria y los negocios, pero parece
constituir una nobleza y casi puede atribuírsele un origen divino: “fue
siempre así”, forma parte del orden constituido y heredado, y su derecho,
aunque reciente, no molesta a los segundones, aun de origen más cercano.
Después vienen los pequeños propietarios y rentistas, los funcionarios,
los profesionales, los educadores, los intelectuales, los políticos de segundo
y tercer orden, elementos activos o parasitarios de esa sociedad. Esta clase
es pobre, pero lo disimula en la pobreza general; está constituida por los
estratos superiores de la inmigración y los desclasados de la clase gobernante
–primos pobres de la oligarquía--. En ella se recluían desde los maestros
de escuela hasta los sacerdotes y los oficiales de las instituciones armadas,
los estudiantes y algunas camadas de obreros calificados.
Esta clase no tiene horizontes. Asiste desde lejos a la fiesta donde conquistadores
y cipayos lucen los esplendores de su poder. Está resignada; no aspira a
superarse. La esperanza de sus hijos es heredar la modesta posición del
padre; no tiene otro horizonte que el empleo público o entrar en una gran
casa de comercio, y el título universitario es su máxima aspiración. A su
vez, el doctor recién egresado no tiene cabida en su cuidad de origen y
debe dirigirse a la campaña; si se queda, vegeta en mísero consultorio o
anda por los juzgados puchuleando asuntos; si por casualidad siguió alguna
carrera técnica, descubre que la producción colonial no tiene cabida para
su ciencia. El padre con muchas hijas no sabe qué hacer con las “chancletas”,
porque su única colocación decorosa posible es el matrimonio con otro pobrecito
vergonzante de su misma clase.
Una parte de las clases medias está inmersa todavía en esa situación psicológica
y subsisten sus escalas de valores, mientras se alternan las bases económicas
y sociales. Fatalmente son influidas por la ambigüedad de las circunstancias.
Sigo con “Los profetas del odio”:
Esta gente está habituada a reverenciar la prosperidad de los cipayos, de
las castas del lujo, los negociados entre las altas figuras nativas y los
rubios representantes de los imperios, y cada uno siente celos de la prosperidad
del otro, sin fijarse en la propia. Es un viejo fenómeno que ya lo vimos
también en tiempos del radicalismo, aunque en menor escala; nadie le lleva
la cuenta a los automóviles ni a los trajes de un Anchorena o de un Álzala,
ni al “mister” de la sociedad anónima extranjera, porque se parte del supuesto
de que nació para tenerlos. ¡Pero todos se alborotan por el nuevo pantalón
del inquilino de la pieza 31!
El Doctor se amarga porque ya no es tan importante; añora el tiempo en que
fue el pequeño Dios casero del barrio o del pueblo... Ahora la gente se
ha ensoberbecido... no permite al Doctor que la proteja con su tuteo, y
si a más no viene, hasta le para el carro...
También ofende esa brusca promoción de industriales y hombres de negocios,
salidos de su propia fila, con la chabacanería del enriquecido; es la burguesía,
que no existía anteriormente, generada por las condiciones propicias y a
la que llaman la “nueva oligarquía”, cuando es precisamente su negación:
clase en constante formación, de altibajos frecuentes, y que suscita la
admiración de sus adversarios cuando la ve actuar en los países anglosajones.
Pero, a su vez, este nuevo rico, tan improvisado como el obrero que molesta
a Martínez Estrada, es más ignorante que aquel: no sabe que su prosperidad
es hija de las nuevas condiciones históricas y cree que todo es producto
de su talento. Aspira al estilo de vida de las viejas clases admiradas a
las que trata de imitar; tal vez en su escritorio, frente a la realidad
de los negocios, comprende algo, pero le irritan los problemas con el sindicato.
No ha adquirido todavía esa suficiencia y esa seguridad burguesa que permite
mirar de frente a la aristocracia; suscita la envidia general, esclavo de
sus utilidades de mercado negro que se ve obligado a gastar en automóviles
coludos, y cuando regresa a su casa, la “gorda” en trance de señora bien
y la hija casadera, que ha se ha vinculado algo en la escuela paga, ahora
quieren apellido y asegurarse un sitio social aunque más no sea en la sociedad
de San Isidro, que es ahora lo que fue el Club de Flores en mi mocedad.
De visita, la “niña” y su madre asienten cuando oyen comentar que el “servicio”
se ha vuelto insoportable, y las viejas señoras recuerdan las época en que
se recogían chinitas para “hacerles un favor”: “Tan cómodas –dice alguna—para
que los muchachos no se anduvieran enfermando por afuera..."
...Un gran sector, extraviado y deprimido ante el hecho nuevo, se siente
desplazado por sus prejuicios que le hacen ver una derrota donde hay una
victoria... Su media cultura de formación anterior, de la etapa semicolonial,
tiene los valores éticos y estéticos de la época que perime, pero de sus
filas salen los elementos constituyentes de la nueva burguesía, pues la
ampliación del mercado interno, con la infinita gama de nuevas posibilidades
—que va desde el desarrollo del comercio y de la pequeña industria hasta
la abundante clientela del profesional— le ofrecen amplias ocasiones dignas
y bien remuneradas; igual cosa sucede a los funcionarios y técnicos, y a
los miembros de las fuerzas armadas, instituciones éstas cuyo verdadero
vigor sólo se puede lograr por el desarrollo de la potencia que está implícita
en la grandeza nacional; nunca por una política sin destino propio, en cuyo
caso les está reservada la función de represión y vigilancia que interesa
a los administradores externos de las condiciones del país.
"PLACEROS Y ROTARIANOS"
Un aspecto del hecho que estoy señalando ha sido destacado por el doctor
Mario Amadeo en su libro "Ayer-Hoy-Mañana", de donde tomo lo que sigue:
En las comunidades pequeñas, en las ciudades de provincia o en los pueblos
de campo, es donde ese corte horizontal se advierte con más nitidez. En
ellos se ve claramente como el médico, el abogado, el escribano, el comerciante
acomodado, el "placero", forman una reducida corte a la que rodea la desconfianza
del "popolo minuto". Ninguna cordialidad existe entre esos dos grupos, salvo
la que accidentalmente puede surgir de vinculaciones personales. Políticamente
se llaman "peronistas" y "contras". Pero estas son las designaciones políticas,
y por ende superficiales, del hecho más serio y profundo que intentamos
destacar: la separación de clase que ha puesto frente a frente a dos Argentinas
y que amenaza malograr nuestro destino nacional. Sí: que ha puesto frente
a frente a dos Argentinas. Porque no olvidemos el hecho que la Revolución
de septiembre de 1955 no fue solamente un movimiento en que un partido derrotó
a su rival, o en que una fracción de las fuerzas armadas venció a la contraria,
sino que fue una revolución en que una clase social impuso su criterio sobre
otra.
Digamos ahora —prosigo— que esta separación de las clases, cuando se refiere
a esa clase del médico, así abogado, del comerciante, del rotariano en una
palabra, no se ha producido por obra del proletariado. No creo que en la
historia del mundo se haya producido un movimiento social de tanta profundidad
con menos quebrantamientos en la superficie, con menos dramas, con menos
desgarramientos. Por el contrario, esos rotarianos se han beneficiado con
el ascenso de las clases colocadas en rango inferior; los profesionales
han visto atestados sus consultorios y estudios, y los comerciantes, con
un mercado comprador superior a la oferta, han redondeado sus mejores negocios.
Tal vez los de ramos generales han sido privados de su poder, al sustituir
la banca, la función de crédito agrario que cumplían ellos cuando no había
banca para los productores argentinos; pero mejoraron sus ventas al contado.
Sencillamente los rotarianos —casi todos los "placeros" lo son— han considerado
la decisión popular como un alzamiento contra el orden establecido.
"...Mientras los trabajadores tomaron rápidamente conciencia del momento
histórico y del papel que le correspondía, este sector intermedio se quedó
en gran parte atrás: no comprendió su papel histórico ni la oportunidad
que el destino le brindaba. El proletariado comprendió que su ascenso era
simultáneo con la clase baja y con la aparición de la burguesía eludiendo
la disyuntiva ofrecida por los socialistas y los comunistas. Supo que su
enemigo inmediato era la condición semi-colonial del país y que la evolución
industrialista representaba una etapa de avances con buen salario y buenas
condiciones de vida; no se prestó al juego de los antiguos sindicalistas
ideológicos, que conscientes o no, obstaculizaban la formación del capital
nacional en beneficio del acoplador extranjero de la producción primaria
y barata. El proletariado comprendió la unidad vertical de todas las clases
argentinas para realizar la Nación y sólo demandó que en el prorrateo de
las utilidades le tocara su parte correspondiente. Las clases a las que
era accesible el conocimiento de un hecho tan elemental, se quedaron atrás
en su comprensión, con respecto a los más humildes. Pero, gran parte de
la responsabilidad incumbe a esa falsa cultura, a esa traición de la "intelligentzia",
que propone señalar este libro. Eso fue el producto de un periodismo, de
un libro y de una enseñanza destinados a desvirtuar los hechos nacionales”.
“Es lógico que sólo obtengan resultados favorables en aquellos trabajados
por este periodismo, esos libros y esos maestros. ¡Así fue como las alpargatas
sirvieron al destino nacional mejor que los libros!”
HETEROGENEIDAD DE LA CLASE MEDIA
No caigamos en el error frecuente, cultivado con esmero por los teóricos
de la lucha de clases, de hacer una sencilla dicotomía de aquel momento
histórico dando por enfrentada la clase media con la clase trabajadora.
Me remito a mi discurso del 6° Aniversario de F.O.R.J.A. en 1941, que va
un poco más arriba, donde advertía que ya en nuestras ideas, la posición
nacional estaba triunfante al mismo tiempo que señalo que no habíamos logrado
penetrar en el campo obrero, misión que anticipo estaba reservada para otros.
Cuando digo que el lenguaje que hablábamos, pocos años antes exótico, era
ya el del hombre de la calle, me estoy refiriendo al hombre de la clase
media. Que esa presencia revolucionaria de la clase media no se expresara
en la mayoría estudiantil y no se reflejara en la información periodística,
no obsta el hecho cierto de que este sector fuera tan vigoroso que había
hecho posible, con su apoyo, la neutralidad de Castillo –a pesar de las
reservas que suscitaban su origen y sus colaboradores—contra la coalición
de todos los partidos políticos, oficialistas y de oposición, de la unanimidad
de la gran prensa y de todas las capillas consagradas de la riqueza y del
prestigio. La nueva Argentina estaba presente y lo estaba en esa parte considerable
de la clase media, antes y después de la Revolución de 1943, y antes de
que el Coronel Perón lograra el vigoroso apoyo de los trabajadores. La intelligentzia
tuvo entonces una visión deformada de la clase media, como la tenía del
país, y la sigue teniendo aun en los sectores que están corrigiendo sus
errores del pasado, pero que no pueden apartarse todavía de los esquemas
extraños que transfieren a la realidad argentina. Cierto es que también
el peronismo fue influido a la larga por esa falsa apreciación y de ahí
derivan los errores de conducción que se han señalado en su comportamiento
para con la clase media.
La falsedad de apreciación también resulta de considerar las clases medias
como un todo homogéneo, cuando son por naturaleza heterogéneas en su comportamiento,
en sus esquemas ideológicos y en los múltiples matices de su composición
vertical. No podemos referirnos a ella en conjunto porque de su seno salen
los profesores de Educación Democrática y los revisionistas, la casi totalidad
de los fascistas y la casi totalidad de los comunistas, y tal vez más de
éstos que de aquellos, como salían los neutralistas y belicistas, y de la
misma salen los teóricos de la liberación nacional y los Cueto Rúa y los
Krieger Vasena, los Alemann, Verrier, etc., etc., que instrumentan la dependencia.
Del mismo modo no puede igualarse la situación de los sectores pauperizados
en la depresión de la década infame con los que habían podido mantener ciertos
niveles de jerarquía por una situación privilegiada dentro de la misma.
Ignorar la existencia de gruesos contingentes de clase media adelantándose
a la posición que habían de tomar los trabajadores, es reincidir en el error
de creer que el movimiento peronista fue sólo el fruto de las prebendas
y las ventajas, y no el fruto de un proceso de formación, que encontró en
el apoyo de la nueva masa obrera —con sus conquistas— la base popular que
rompió el equilibrio a su favor.
Desde luego que la clase media en conjunto vio alteradas muchas de las valoraciones
en que se había formado y constituían parte de su ética y su estética, pero
no reaccionó homogéneamente. Gran parte de ella comprendió la necesidad
del cambio y participó del mismo como consecuencia aceptada de su pensamiento
nacional ya definido, y porque también estuvo capacitada para recibir las
ventajas compensatorias que le traía el ascenso general de la sociedad.
Eso sí: este sector careció de medios de expresión políticos y culturales
dentro del peronismo, pero al mismo tiempo no se dejó seducir por los prejuicios
y las mistificaciones que intentaban perturbarla. A lo sumo se retrajo ante
la imposibilidad de actuar para reaparecer de nuevo junto a los trabajadores
después de septiembre de 1955. Allí está, y la clase media lo amplía constantemente
con su cada vez más acelerada incorporación en la variada gama en que se
expresa el pensamiento nacional. Porque esa es la cuestión y no el peronismo.
Estas salvedades nos van colocando dentro del tema específico de este libro,
porque la posición que se atribuye a la clase media en conjunto pertenece,
exclusivamente a los sectores de la misma que ya señalé hace diez años y
que de nuevo individualizo con las transcripciones que hago de "Los profetas
del odio".
APARECE EL "MEDIO PELO"
Se trata del sector de la misma más calificado intelectualmente, según las
viejas medidas de nuestra cultura y ubicado en los niveles más altos de
la clase. Es, como lo señalo, el que más provecho sacaba de la nueva situación,
pero el más incapacitado para comprender su papel histórico por su falsa
situación que lo coloca en el filo de la clase media y la burguesía, y al
mismo tiempo fuera de ellas por su atribución de un status que cree superior
a las mismas. Íntimamente no se siente parte de ellas.
Esta gente, por su procedencia, es de clase media, pero psicológicamente
ya está disociada de la misma. Económicamente también; podría hablarse respecto
de ella de clase media alta, pero su comportamiento difiere de lo que se
ha tenido por tal, ya que sus recursos y su manejo se sale del tradicional
conservatismo ahorrista que tipifica ese nivel de la clase media, y de la
discreción en la exteriorización de su prosperidad. Es ostentosa como corresponde
a la burguesía. En realidad, es la burguesía incipiente de un país que comienza
a construir su propio capitalismo. Pero la cuestión es que no quiere ser
burguesía y rehuyendo el status adecuado entra en la simulación de otro
que no le pertenece. No es ni "fu ni fa", ni "chicha ni limonada".
Se articula una situación equívoca y en esa equívoca situación viene a constituir
gran parte del "medio pelo", y la cuestión, inimportante del punto de vista
de los individuos —que sólo interesarían como elementos pintorescos— adquiere
relevancia desde el punto de vista social, en cuanto al adquirir la dimensión
de un grupo social importa la frustración de una burguesía que tiene finalidades
a cumplir en el camino hacia la potencialización del país.
Se trata de los "placeros" de que habla Mario Amadeo refiriéndose a los
pueblos rurales. Traslademos esos mismos personajes a la gran ciudad; gente
de altas entradas que olvidan que éstas han nacido en la nueva época, profesionales
de éxito, escritores consagrados y, sobre todo, burgueses, triunfadores
del comercio y de la industria que disponen de amplios recursos. Todo un
conjunto de expresiones sociales que antes constituían el primer plano de
la clase media de los barrios.
Pero a esta nueva promoción, dotada de mayores recursos, el barrio le va
chico; además, la importancia de barrio ha perdido significado al romperse
las fronteras que los separaban y diluirse en la ciudad de los domicilios
identificados por piso y departamento; en la intercomunicación constante
que, integrando los barrios en la totalidad urbana, ha confundido en el
anónimo multitudinario las preeminencias locales que permitían la jerarquía.
Ahora a nivel de esta promoción de triunfadores, el barrio es disminuyente:
un médico o un abogado de barrio no es más que eso, un médico o un abogado
de barrio, lo que resulta peyorativo. Vivir en la fábrica o cerca de la
fábrica desmonetiza al burgués entre los burgueses. (Miranda, tal un símbolo,
tuvo su domicilio porteño, hasta su muerte en Montevideo, en su fábrica
de la calle Directorio. Pero Miranda era un burgués cabal y se jactaba de
serlo. No tenía complejos).
El Jefe de Relaciones Públicas o el Ejecutivo de empresas no puede ofrecer
su casa si vive en Villa Urquiza o en Flores. Cuanto menos, si en Barracas
o la Boca.
Este es un hecho cierto y no se puede pretender que el burgués reme contra
la corriente de sus intereses, que le exige una radicación. Sería antiburgués.
Pero aquí ya comienza el juego de los engaños recíprocos que iremos viendo.
Porque hay que salir del barrio para parecer "bien" ante los otros burgueses,
que a su vez tienen que hacer lo mismo para aparecer bien ante éstos.
Excusado es decirlo, salir del barrio significa domiciliarse en el Norte,
de la Plaza San Martín a San Fernando y de Santa Fe al río. Esto también
puede obedecer a razones de comodidad y confort. De todos modos es comprensible
burguesamente, porque hasta ahora es una cuestión de intereses y lo lógico
es que el burgués, imagen clásica de la sensatez y el sentido práctico,
haga lo que le conviene.
Lo grave es que las razones burguesas no son las decisivas. Lo son precisamente
aquellas que no deben pesar en el burgués, las que lo disminuyen como tal
y le quitan capacidad funcional.
Y aquí estamos ya en la ficción del status cuando no obedece a las exigencias
prácticas de la burguesía, sino a la necesidad inversa: la ocultación o
la disimulación de la condición burguesa. Porque si en el primer caso la
actitud importa la afirmación en el propio status, en el segundo importa
la evasión del mismo, es decir la frustración de la clase como burguesía.
Es el caso que he referido en una nota periodística.
La transcribo: Sé que un fulano se ha gastado quince millones de pesos en
un departamento en la Avenida del Libertador. Nos encontramos y le adivino
la intención de informarme de su compra, como corresponde al guarango. Pero
yo quiero saber si está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole antes
de que me dé la noticia:
—Estoy muy afligido por un amigo que se ha gastado más de diez millones
en un departamento de la Avenida del Libertador ...
—¿Y por que se aflige? —me pregunta inquieto.
—Y... por que la Avenida del Libertador no es "bien"...
—Pero entonces... ¿Qué es "bien"? —pregunta desesperado.
—"Bien" es de la Plaza San Martín hasta la Recoleta, de Santa Fe al bajo.
Y dentro de ese radio, "bien", muy "bien", el "codo aristocrático de Arroyo",
como dice Mallea: Juncal, Guido, Parera...
Le veo en la cara al hombre que está desesperado. Y entonces lo remato.
—La Avenida del Libertador es como tener un leopardo de tapicería sobre
el respaldo del asiento trasero del coche...
El leopardo lo tiró a la vuelta. Del departamento, no sé...
Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la investigación "científica"
es así... cruel como la vivisección.
Yo quería saber si el hombre era un burgués con toda la barba o un tímido
burguesito en camino de terminar en tilingo. El que es verdaderamente burgués
sigue adelante, cumple su gusto, se realiza con la arrogancia del vencedor
y compra en la Avenida del Libertador, precisamente porque es caro, porque
acredita su victoria y la prestigia ante los burgueses.
Si quiere barrio, compra; y si qviere avenida y mujer distinguida, compra
también. Podría citar casos que todos conocen. El que es burgués de veras
no se achica; no se acomoda a los esquemas y limitaciones de los tilingos.
LA BURGUESÍA Y EL PRESTIGIO DE LA ESTANCIA
Si las pautas que adopta imponen el barrio, también imponen actividades
prestigiosas.
La fábrica y el comercio no lo son. El profesorado universitario, la magistratura,
los altos grados de las fuerzas armadas, el prestigio intelectual, lo son
en mayor medida, pero no las máximas; son a lo sumo complementarias, decorativas,
para integrar con otras apariencias el núcleo cuyos títulos surgen de la
propiedad de la tierra, cuanto más continuada mejor; pero esos prestigios
no se trasmiten hereditariamente: el status es casi personal y no consolida
la situación de la familia. Dan un acceso relativo a la alta clase, pero
no pertenencia; constituyen una situación provisoria que permite la admisión,
pero nada más. Salvo cuando se llega a estas jerarquías como consecuencia
de una decadencia patrimonial, pero en este caso descendiendo. Un general,
un profesor, un magistrado proveniente de la alta clase está indicando con
esa posición, sobre todo el primero, no el ascenso, que significa su cargo
respecto de la sociedad en general, sino el descenso que implica el tener
que haber recurrido a esa actividad. Pero el burgués proveniente de la industria
o del comercio, no tiene esas posibilidades intermedias, cuyo ejercicio
y actitudes reclaman una situación anterior, superior a aquella de donde
proviene.
El camino que se le abre como única perspectiva para obtener la consagración
social, que busca al negarse como burgués, es también hacerse propietario
de la tierra. Entonces, con paciencia y saliva, como el elefante, hará mérito.
Con plata abrirá las puertas de la Sociedad Rural y, anualmente irá anotando
puntos, exposición por exposición, toro por toro. Las páginas de los remates
de hacienda de los grandes diarios crearán el hábito de su nombre; cuando
ya no erice la piel de nadie, habrá comenzado a madurar; pero dejará de
erizar esas delicadas pieles más que por un acostumbramiento, por un olvido:
cuando se olvide que fabrica palas, clavos, televisores, tornillos; que
opera en la bolsa, que trabaja con listas de pagarés, etc.
El anónimo de las acciones facilitará ese olvido. También le permitirá disponer
puestos en los directorios para los tronados de la vieja clase, en inteligente
prorrata con los influyentes de la nueva era, que pueden ser políticos,
generales, almirantes o hábiles gestores que ahora disimulan haciendo public
relations las actividades que antes groseramente se llamaban variablemente
comisiones, coimas y sobornos. Esta composición de los directorios en cierto
modo expresa la ambigua situación del burgués: por un lado los padrinos
sociales de su ascenso, por el otro los instrumentos útiles a su actividad
capitalista.
Esa necesidad de entrar por la Sociedad Rural explica que mientras; en Europa
y en Estados Unidos un banquero o un industrial miren a un ganadero como
a un "junta-bosta" aquí el empresario se siente disminuido ante el ganadero.
Para salvar esa disminución es necesario comprar una estancia y tener cabaña
—así sea de perros— porque sólo por la Rural, y tal vez por el Kennel Club
pueda lograr el ascenso social apetecido.
También es cierto que hay algo de cálculo burgués; este sabe que todavía
el desarrollo integral del país sufre golpes como en 1930 y en 1955, y que
su estabilidad corre riesgo en una sociedad en que lo único intangible es
la riqueza inmovilizada en la gran propiedad, a cubierto además de las variaciones
en el valor de la moneda porque su precio sigue el precio de esta, y aun
va adelante de ella; además de ser tradición inconmovible su carácter sagrado,
capitaliza todas las valoraciones que el conjunto de la sociedad introduce
en la economía de la República. Allí no importa que los negocios sean malos
o buenos ni las aptitudes personales, porque funciona como una caja do ahorro
capitalizante.
LA NUEVA BURGUESÍA REVERENCIA A LA ANTIGUA
Este es el elemento de cálculo financiero que puede justificar la ambigua
posición de la burguesía, pero no es el decisivo.
Tal vez cuando el burgués ha llegado a los niveles del gran capitalismo
estas pautas de ascenso no le sean imprescindibles. No creo que las necesite
Fortabat ni tampoco Hirsch, por ejemplo. Pero de todos modos no deja de
ser una concesión amable poder exhibir los productos de "San Jacinto" o
"Las Lilas". Llevar un toro del ronzal se aviene mejor con el estilo de
los altos niveles sociales que aparecerse con una bolsa de cemento o de
harina sobre los hombros. O suscitar la imagen. "San Jacinto" y "Las Lilas"
decoran Loma Negra y Molinos, e identifican mejor la jerarquía del personaje
según el consenso de la alta clase.
Estoy entrando al tema del "medio pelo", y el Barrio Norte y la estancia
son pautas que anticipo por la necesidad de ubicar de entrada el problema
que me lleva al tema y que ya he dicho es el de la frustración de la burguesía
como tal, y que es lo que interesa.
No puedo imaginarme a Rockefeller o a Ford haciéndose perdonar el petróleo
y los automóviles por los farmers norteamericanos. Nuestros teorizadores
de la sociedad capitalista, desde las columnas de los grandes diarios, como
se ha hecho desde la escuela y desde la universidad, nos proponen constantemente
como ejemplo, el desarrollo de la sociedad norteamericana, en el editorial,
y seguidamente, en todo el resto del periódico afirman, difunden y sostienen
la vigencia de las pautas correspondientes a la sociedad precapitalista,
disociando la tesis abstracta de su pensamiento con la praxis que se opone.
Allá hasta un ganadero tejano que encuentra petróleo en su campo, no dejará
las botas ni el sombrero aludo —por el contrario, las lustrará para que
brillen más y les ensanchará el ala— pero se comportará como hombre de negocios,
como un burgués con toda la barba y si imita, imitará a la gente de Wall
Street. Aquí los mismos predicadores de la eficiencia norteamericana promoverán
el disimulo, y hasta el olvido de esa eficiencia, en obsequio de la conservación
de las pautas de la sociedad agropecuaria.
Se repite, respecto de la nueva burguesía, lo que ya se señaló en el capítulo
II de aquella "ausentista" de los primeros momentos de la expansión agropecuaria.
Aquella frustración parece ser seguida por otra nueva. Los descendientes
de la burguesía hipnotizada por los príncipes rusos, los nababs, la nobleza
francesa, los lores ingleses, hipnotizan a estos burgueses de ahora que
no necesitan viajar más lejos que al Barrio Norte para caer en el servilismo
ridículo y simiesco en que aquellos cayeron en París, Londres y la Costa
Azul.*
LA BÚSQUEDA DEL PRESTIGIO Y EL MEDIO PELO
El motor que dinamiza a la gente del "medio pelo" es la búsqueda del prestigio.
Desde que Vance Packard popularizó la terminología en su análisis de la
sociedad norteamericana, ésta se suele emplear un poco peyorativamente,
de lo que resulta que la búsqueda de prestigio acarrea desprestigio.
En mi análisis "medio pelo" quiero dejar aclarado que no es el hecho de
la búsqueda de prestigio lo que motiva el ridículo de su equívoca situación.
Este surge en el caso de que la búsqueda no tiende a la afirmación de la
personalidad de sus componentes que aspiran a un positivo status de ascenso;
nace de la simulación de situaciones falsas que obligan a ocultar la propia
realidad de los componentes (en unos, la deficiente situación económica;
en otros, la carencia de los elementos culturales que caracterizan el status
imitado) y de la consiguiente adopción de pautas pertenecientes a otro grupo
en que pretenden integrarse.
No es ni más ni menos que la situación pintada por Lucio López en "La gran
aldea" (Ed. La Nación - 1909) al describir un baile de negros: "esos snobs
de medio pelo son codiciados por el prestigio social que rodea sus nombres".
Se trata de los "morenos" que prestan servicio como ordenanzas en las grandes
reparticiones públicas, y que repiten en su propio medio y ceremoniosamente,
los modales que han aprendido mientras están con las bandejas delante de
sus jefes. Hay aquí esa puntillosidad, esa preocupación por evitar las gafes,
ya referida citando a Mujica Láinez en su "Bomarzo", y que para los Orsini
subsistiría aun en esos recién llegados que son los Farnesios. Entre esos
dos extremos, Farnesios y "morenos" ordenanzas, lo que caracteriza la falsedad
de la situación es que no afirma el status propio, sino la falta de uno
auténtico y con sus propias pautas.
La búsqueda del prestigio está consustanciada con el hombre en cuanto animal
social.
Existe en las sociedades primitivas aun antes de que estas estén organizadas
en distintos estratos. Entonces la búsqueda es exclusivamente individual.
Paul Radin (“El hombre primitivo como filósofo”, Ed. Eudeba, 1960), dice:
“La búsqueda de prestigio representa simplemente la derivación de un realismo
inexorable. Es posiblemente el hecho fundamental de la vida primitiva en
todas partes, aunque, por supuesto, el tipo de prestigio buscado difiere
según la tribu. Muchos se sacrifican para lograrlo. Desde que tal papel
desempeña en la vida primitiva no nos extrañará que se lo encuentre asociado
en la religión y la magia”.
(Muchos marxistas literalmente aferrados a la tesis de la lucha de clases,
y desde que según el "Manifiesto comunista", "La historia de toda sociedad
a nuestros días no ha sido sino la historia de la lucha de clases", podrán
considerar esa sociedad primitiva y sin clases, como inexistente en la historia
y por consecuencia imposible la búsqueda del prestigio al margen de las
mismas. Para su comodidad conviene recordarles la nota de Engels, con posterioridad
a la fecha del "Manifiesto" y a la aparición de la "Sociedad primitiva'',
de Morgan —cuyo conocimiento constituye uno de los fundamentos de la nota-
limitando el alcance de la lucha de clases a la Historia escrita, que no
comprende la sociedad primitiva).
Al referirme a la situación de la "gente inferior" en la sociedad tradicional
he mostrado cómo la búsqueda del prestigio, imposibilitada más abajo en
una sociedad verticalmente inmóvil, es individual. El individuo actúa como
en la sociedad primitiva y el prestigio, como en esta, consiste en una jerarquía
personal, a falta de un ascenso a otro grupo. Es lo que se ha dicho sobre
la importancia que adquieren las dotes personales que colocan en primera
línea, pero dentro de la clase, por las aptitudes en el trabajo, en el juego,
en la guerra, en la política, en el canto, etc., atribuyendo a esa búsqueda
del prestigio personal el culto del coraje, por ser la condición de valiente
la que da la más alta jerarquía.
Pero desde que la sociedad se conforma en niveles distintos y es factible
ascender dentro de ellos, los móviles de la búsqueda del prestigio dejan
de ser puramente individuales. Ahora se trata de la adquisición de un status
que comprende al grupo familiar, persiste más allá del individuo y deja
de ser inseparable de la conservación de las aptitudes individuales para
el éxito: la jerarquía del nuevo status es social y no individual, permanente
y no transitoria.
La búsqueda del prestigio no es, pues, un elemento exclusivo del "medio
pelo". La practicaron la burguesía y las clases medias surgidas de la inmigración,
y está indisolublemente unida a los móviles de ascenso que las caracterizaron.
Lo que es nuevo, y además reciente es la naturaleza artificial y además
desnaturalizante, de la búsqueda de prestigio por este neoplasma social.
BURGUESÍA ANTERIOR AL MEDIO PELO
Ya se ha visto lo que ocurrió con la burguesía surgida a principios de siglo,
que afirmó su propio status prescindiendo del reconocimiento de la alta
clase.
Es cierto que por su procedencia extranjera buscó prestigio en las distinciones
otorgadas por los gobiernos de sus patrias de origen, pero no renunció a
su posición burguesa ni se sintió acomplejada por la necesidad de una consagración
aristocrática. Si Guassone se envaneció con el título de Conde de Pasalaqua,
no lo hizo renunciando a su más alto título de Rey del Trigo, ni escondió
su vergüenza de serlo bajo la imitación del viejo estilo de la clase terrateniente
argentina. Lo mismo el Conde Devoto, que edificó su palacio en el barrio
que había fraccionado con su nombre. Si ambos devinieron propietarios de
la tierra lo fueron en razón de su potencialidad burguesa y no para ocultamiento
de la misma. Si los herederos de uno y otro han realizado la incorporación
a la alta clase, esto lo prueba más bien la aptitud conservadora de la misma,
que el falseamiento de las situaciones por aquellos. El orgullo de hacer
su palacio en su propio barrio, del uno; y el título preferido a la consagración
nobiliaria, del otro; están acreditando una seguridad en su propio status
burgués, una certidumbre del valor positivo de su situación que adquiere
todo su realce por comparación con la actitud imitativa y de disimulo de
la propia condición que caracteriza a la burguesía de las últimas promociones.
(No incluyo en esta a burgueses como Fortabat e Hirsch, ya mencionados en
otro ejemplo, porque se trata de situaciones excepcionales. La suma de poder
que cada uno representa y la arrogancia con que penetran en la alta clase
no tiene nada de común con la falsa situación de los imitadores. En este
caso la impresión que dan es más bien de una concesión amable al status
donde los ubica su poder económico, con estancia y sin estancia, con cabaña
y sin cabaña, sin disminución alguna de la condición burguesa que es la
que prima en ellos y a la que no renuncian. Son capitanes de industria y
de negocios, y sólo subsidiariamente propietarios de la tierra, como Sir
Walter Raleigh o Drake eran corsarios y subsidiariamente nobles, y esto
lo digo sin ningún ánimo peyorativo porque estoy estableciendo la diferencia
entre los constructores de una época y los usufructuarios de situaciones
anteriores que no aceptan la modificación de la estructura).
Con las pautas estéticas, el "medio pelo" asimila pautas éticas en las que
la moral no se remite al resultado de las acciones sino a su forma; todo
lo que es tradicional en relación con la adquisición o conservación de los
bienes es moral, e inmoral el enriquecimiento por cualquier otro camino;
así una especulación en tierras es correcta pero una especulación en valores
de bolsa es una maniobra; como degrada unir el nombre de familia al lanzamiento
de un nuevo producto industrial y lo prestigia vender reproductores en una
exposición, que agrega handicap social. Se presume un negociado en toda
ventaja obtenida de los poderes públicos para el desarrollo de una actividad
burguesa, y es una operación de fomento cuando la ventaja de cambio o fiscal
es acordada a las formas de producción tradicionales.
Agregaré que las referencias que aquí se hacen no importan un juicio subjetivo
sino objetivo porque se aplica el cartabón del interés racional y no de
los grupos diversos que constituyen la sociedad, aplicando un criterio ético
referido exclusivamente a la potencialización o decadencia del país con
exclusión de la ética subjetiva del que analiza la situación, que como se
ve corresponde a intereses de todos los casos.
La alta clase demuestra su fuerte espíritu de conservación y una técnica
adecuada, haciendo de su prestigio un instrumento de defensa al imponer
sus pautas a los otros sectores de la sociedad.
Así, si normalmente ella conserva una actitud despectiva tradicional para
los miembros de las fuerzas armadas, en las circunstancias en que éstas
se convierten en poder, sabe disimularlo para absorber sus altos niveles
y comunicarles con sus pautas la ideología y los prejuicios en que consolidan
su vigencia. Lo mismo haría con los dirigentes sindicales si estos fueran
susceptibles de captación, como lo hace sistemáticamente con los políticos
de todos los partidos, aun de los más adversos. No de gusto han previsto
en los reglamentos de sus clubes el libre acceso a los mismos legisladores,
magistrados y altos funcionarios. Claro está que sólo da la apariencia de
la situación, que como los lirios dura lo que el buen tiempo, porque la
condición de estabilidad sólo la da el largo ejercicio de la propiedad de
la tierra, es decir, ser de la clase, y no, alternar eventualmente con la
misma.
El resultado es que los seducidos momentáneamente quedan enervados para
su situación real, difícilmente llegan a incorporarse y quedan rezagados
en esa equívoca situación del "medio pelo".1
Tampoco las clases medias de las primeras promociones se deformaron por
la adquisición de un falso status. Ya hemos visto cómo la jerarquía entre
sus distintos niveles estaban determinadas dentro del barrio donde se estructuraba.
Su búsqueda de ascenso correspondió al plano político, profesional, de la
cátedra, de la milicia o de los negocios, cuando sus más altos representantes
quisieron trascender de la situación de barrio. No apunto a la incorporación
en la alta clase y mucho menos realzó la tragicomedia en que vive el "medio
pelo".
Esto no ocurrió ni siquiera con el sector que había pertenecido a la "gente
principal", y trucado su jerarquía en el "todo Buenos Aires" por el papel
predominante que ocupó en el barrio.
Tampoco ocurrió con la alta clase media proveniente de la inmigración. Por
eso fracasó la sutil política que realizaban entonces los conservadores
tratando de crear un complejo disminuyente en los descendientes de inmigrantes
que buscaban prestigio.
"La Mañana'" y "La Fronda", sucesivamente, bajo la dirección de Pancho Uriburu
hacían una sistemática ridiculización de los apellidos inmigratorios de
clase media, típicos del radicalismo yrigoyenista —y también de los criollos,
no filtrados por la alta clase. Era una escalera a dos puntas: complacer
a la propia clientela de la clase e intimidar a la del adversario. La crítica
humorística se extendía a la cachería y cursilería de toda la gente nueva.
Seguramente lo reciente del ascenso, la convivencia con los padres inmigrantes,
testigos vivos de la modestia del origen, hasta en sus inflexiones idiomáticas
y sus modalidades propias de los humildes estratos europeos de donde procedían,
provocaban más bien una reacción adversa y defensiva con el orgullo expresado
de ser nuevos y sentirse esperanzas del país.2
Esta clase media de barrio no intentó asumir las pautas de la alta sociedad
de la clase alta: por el contrario, sentía superior las suyas. Así en lo
moral. (Se atribuía a la clase alta una descomposición de costumbres muy
parecida a la que hemos visto, le atribuye Beatriz Guido en los tipos representativos
que novela. Había toda una literatura popular que difundía esa creencia
y el rumor de supuestos escándalos llegaba a los ambientes de clase media
que se confortaban con la imagen de su superioridad ética).3
Por otra parte, la ciudad era más chica y eso hacía más fácil la diferenciación
de los niveles y que recayese el ridículo sobre el que intentaba franquearlo
a través de la simulación de un status. La clase media tenía sus propias
pautas y no deseaba cambiarlas por las de una sociedad que consideraba en
descomposición. Sus gustos y cultura de barrio conformaban sus aspiraciones
estéticas, sin que la deslumbrase la atracción de la vida mundana que veía
reflejada en los periódicos, ni el esteticismo afranelado que creía propio
de un mundo distinto al suyo y del que se sentía completamente extraño.
No existía en la clase media ni el snobismo ni la tilinguería que resultan
siempre del afán de imitación. Existía sí el guarango por inadaptación a
las pautas de la clase, en los que no habían logrado cumplir todos los extremos
del status, o en los triunfadores de la fortuna en rápido ascenso y cuyas
aceleradas variaciones de posición les impedían el "afiatamiento". Porque
el guarango es un personaje inevitable de una sociedad en ascenso; casi
el precio que se paga por el éxito personal.4
Existía lo cache. (Segovia en su "Diccionario de argentinismos": dícese
de la persona o casa mal arreglada y sin gracia y gusto en el adorno. Igualmente
Granada. Garzón en su "Diccionario argentino" trae la misma acepción particularizándose
con las prendas femeninas). Pero la cachería como expresión de mal gusto
era generalmente individual. Más frecuente era lo cursi si se entiende por
tal lo que con apariencia de elegancia o riqueza es ridículo y de mal gusto.
Pero esta cursería o cursilería no estaba tan referida al vestido como a
una actitud espiritual, y lo cursi es en definitiva una tentativa hacia
la belleza, que yerra el camino.
ESTÉTICA DE LA CLASE MEDIA
Si la clase media no poseía la estética que la clase alta había aprendido
y traído de Europa, tampoco tenía bases propias para elaborar en el breve
término de su formación, proviniendo, como provenía, de una inmigración
que sólo podía aportar los elementos estéticos de las clases bajas europeas.
Los que dentro de ella representaban el sector desclasado de la gente principal
sólo podían influirla en cuanto a los modos más o menos señoriles que conservaban
de la gran aldea, pues estaban desconectados de la estética de importación
profesada en la clase alta.
No existían tampoco en la época los elementos masivos de difusión que permiten
hoy universalizar con rapidez los gustos. Así la declamadora, el infatigable
piano de las niñas casaderas, los juegos florales, los paisajes pintados
por la alumna de la academia, y hasta los retratos de familia alternaban
con los almohadones bordados, los encajes y las puntillas de confección
caseras, les festivales artísticos, los bailes de sociedad, las retretas
dominicales, la salida de la Iglesia y el paseo de la tarde por las cuadras
tradicionales, satisfacían las exigencias estéticas y sociales del medio.
(Le ahorro al lector la descripción de los interiores remitiéndome a la
tan exacta de la casa de la familia Di Giovanni hecha por la autora de "El
incendio y las vísperas").
Cachería y cursilería, si. De ninguna manera snobismo o tilinguería.
La estética de le clase media expresaba una tentativa de creación con los
escasos elementos de que disponía, casi todos provenientes de la decadencia
del romanticismo, y difundidos por la literatura barata de las editoriales
españolas y la poesía y la prosa de los escritores argentinos que llegaban
al gran público, todos fuertemente influidos por las mismas fuentes literarias.
(Los poetas de la época, de más alta jerarquía, eran todavía para escasos
iniciados como se constata en lo mínimo de sus ediciones, y la buena literatura
de la generación del 80 no había tenido la difusión que comenzó mucho después.
En realidad la escuela normal era la que daba la medida de los valores estéticos
y su difusión, y decir esto significa decirlo todo).
Esta clase media, cursi si se quiere, era auténtica. De la cursilería, como
tentativa hacia la belleza podía salir un gusto de más calidad por maduración
en el tiempo, a diferencia de la tilinguería y el snobismo del “medio pelo”
donde inexorablemente no se puede crear nada porque falta el elemento esencial
para la creación: la autenticidad.
El teatro de la época, refleja ya las posibilidades de una creación propia.
Los mínimos patrones de cultura Europea de la clase media estaban dados
por la lírica para los italianos, y por la zarzuela y el sainete hispánico
para los españoles; apuntaba lo propio en el éxito en el teatro de las creaciones
de los hermanos Podestá en el circo, continuando después, por la aparición
de un teatro nacional, de carácter vernáculo en cuyo escenario no figuraban
la alta sociedad. Esto de Florencio Sánchez a Vaccareza, y lo mismo de los
precursores, como Soria o Martiniano Leguizamón. Más aun, las mismas comedias,
escritas por gente de primer nivel social, reflejaban los modos y las costumbres
de una sociedad modesta, como el caso de Laferrère.
Las ficciones que podrían a la ligera equipararse con las del "medio pelo"
no estaban dirigidas a atribuirse el status de la clase alta, sino a disimular
las dificultades económicas que harían difícil el mantenimiento en el propio:
una cosa es simular la pertenencia a un status ajeno y otra evitar la pérdida
del que ya se tiene o intentar ascender dentro del mismo. Esto último es
lo que refleja Laferrère en “Las de Barranco”, donde la familia venida a
menos, una familia de militares, lucha contra el desclasamiento inevitable.
Se trata de la pobreza vergonzante que es otra cosa que la pobreza desvergonzada,
donde se abandona el decoro de la posición tirando la chancleta o la prosperidad
mentida del "medio pelo", en que la representación no atiende al decoro
que se sacrifica a la pompa artificial.5
En el más alto nivel de la clase media había un grupo característico de
la época. Eran los habitantes del llamado “Palacio de los Patos”, sito en
la esquina de Ugarteche y Cabello. En general, la gente que allí vivía provenía
del desclasamiento de la clase principal, pero no hacía el juego de simular
su pertenencia a la alta sociedad porteña: sacando fuerza de flaqueza ese
grupo social marcaba la distinción de su origen, pero aceptando su situación
de venido a menos económicamente. De ahí el nombre que humorísticamente
atribuyó al lugar de su residencia, marcando la existencia de un status
particular que le permitía diferenciarse de otros niveles de la clase media,
pero no intentando vivir una vida de simulación; era aquella de “pobre pero
honrado”, que se glosaba en “pobre pero bien nacido”. Lo que se exhibía
era cierto.
Se trata de no parecer menos, pero no de parecer más. Se desea ser más,
pero la búsqueda del prestigio está única a la búsqueda de un ascenso real
que resultará del ejercicio de las actividades que proporcionan recursos
para ascender efectivamente con los mismos. No hay simulación; al o sumo
el disimulo exigido por el decoro.
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