(8 de junio de 1911 - 18 de enero
de 1986), "El feo que canta lindo". Edmundo Rivero representa un caso singular
en la extensa galería de cantores de tango. El registro de bajo, que contenía
su voz, era una verdadera rareza en el género y, a la vez, algo poco apreciado
por la pléyade tanguera, acostumbrada a los barítonos y tenorinos. Sin embargo,
la afinación y los coloridos matices de su fraseo, sumado todo ello a un sentimiento
y estilo criollo con reminiscencias gardelianas, lo hicieron un favorito del
público y, al mismo tiempo, el primer caso de una voz gruesa imponiéndose en
un momento de extraordinarios vocalistas.
También fue importante su formación y desarrollo musical. No fue un improvisado
y menos un intuitivo, fue un estudioso que se inició con la música clásica,
con el rigor de las academias, la disciplina y el estudio.
Nació en el barrio bonaerense de
Valentín Alsina. Sus padres, Aníbal y Anselma, inculcaron a sus hijos, desde
la cuna, el amor por la música. Se crió en el barrio porteño de Saavedra y pasó
su adolescencia en Belgrano.
De muy joven comenzó el estudio de canto en el conservatorio nacional y más
tarde el de guitarra.
La primera presentación la realizó a dúo con su hermana Eva en Radio Cultura.
En esta misma emisora fue contratado para formar parte del conjunto que acompañaba
a las ocasionales figuras que hacían su presentación en ella. Asimismo, mostró
sus dotes de guitarrista tocando en presentaciones teatrales un repertorio de
música clásica española.
Su debut como cantor sucedió en forma imprevista, ya que tuvo que reemplazar
al artista que debía actuar en Radio Splendid y al cual Rivero acompañaba.
La primera orquesta que contrató
a "El Feo" fue la de José De Caro, lo cual le posibilitó acercarse a Julio De
Caro, quien le propuso ser su cantor en los tradicionales carnavales del Teatro
Pueyrredon de Flores. Mas tarde debutó en la orquesta de Emilio Orlando y, a
comienzos de los cuarenta, lo hizo en la de Humberto Canaro.
En esta década ocurrieron, en la vida de nuestro querido artista, dos acontecimientos
fundamentales, con dispares resultados. Hacia 1944 es convocado por el pianista
Horacio Salgán para participar en su orquesta, en la que estuvo hasta 1947.
De este periodo no quedaron registros, ya que los empresarios discográficos
le dieron la espalda tanto a la avanzada concepción del tango de Salgán como
al inusual registro vocal de Rivero. Ambos se dieron el gusto de grabar en las
décadas siguientes, ya siendo artistas consagrados.
Desde la cana (En vivo en El Viejo
Almacén)
El segundo acontecimiento es el que lo lanza definitivamente a la fama, cuando
es convocado por Aníbal Troilo para formar parte de su gran orquesta, en reemplazo
de Alberto Marino. En los tres años que participó Rivero en la orquesta de Pichuco
dejó más de una veintena de grabaciones, en algunas de las cuales canto a dúo
con Floreal Ruiz y con Aldo Calderón. En esta etapa el gran cantor paso a ser
sinónimo de tangos como "El último organito", "La viajera perdida", "Yo te bendigo",
pero fundamentalmente del tango de Homero Manzi y Aníbal Troilo "Sur".
En el año 1950 comienza su etapa como solista, siendo acompañado por un conjunto
de guitarras que estaba integrado por Armando Pagés, Rosendo Pesoa, Adolfo Carné,
Achával y Milton, en otras ocasiones fue acompañado por la orquesta de Victor
Buchino.
En la dilatada carrera artística de Edmundo Rivero no faltó su participación
en varias películas, entre las que se destacan: "El cielo en las manos" (1949),
en la cual interpreta el tango homónimo de Homero Cárpena y Astor Piazzolla,
acompañado por la orquesta de este último. El film "Al compás de tu mentira"
(1951), donde canta "No te engañes corazón" de Rdodolfo Sciamarella, acompañado
por guitarras. Después "La diosa impura", en el que interpreta "Sin palabras"
de Enrique Santos Discépolo y Mariano Mores, y participa en la famosa película
"Pelota de cuero", de Armando Bo, entre otras.
Hacia 1965, fue elegido para interpretar
las poesías de Jorge Luis Borges, musicalizadas por Astor Piazzola y llevadas
al disco titulado "El tango". En el mismo participaba el actor Luis Medina Castro
recitando obras del poeta. Este espectáculo fue presentado en teatros de todo
el país y del Uruguay.
Aguja brava
A fines de la década del 60, lo
acompañó el conjunto de guitarras dirigido por Roberto Grela y que estaba integrado
por Rafael Del Pino, Héctor Davis, Héctor Barceló, Rubén Morán y Domingo Laine.
De esta sociedad quedaron inolvidables registros discográficos, como por ejemplo
"Packard", "Falsía", "Poema número cero" y "Atenti pebeta", verdaderas joyas
del género.
Incursionó en el arte de la escritura
por medio de dos libros: "Una luz de almacén" y "Las voces, Gardel y el tango".
Hubo un tercer libro que quedó trunco por la desaparición física de nuestro
artista, el cual presentaba un profundo estudio sobre el lenguaje y la poesía
lunfarda.
Fue compositor y autor de varios temas, y algunos tangos al modo reo y lunfardo.
"No mi amor", "Malón de ausencia", "A Buenos Aires", "Falsía", "Quién sino tu",
"Arigato Japón" y "El jubilado". Compuso también: "Pelota de cuero" (con Héctor
Marcó), "Biaba" (Celedonio Flores), "La señora del chalet", "Poema número cero"
y "Las diez de últimos (los tres con Luis Alposta), "Calle Cabildo" (D. De Biase),
"Acuérdate" (José María Contursi), "Todavía no" (Eugenio Majul), "Aguja brava"
(Eduardo Giorlandini), "Amablemente" (Iván Diez), "Coplas del Viejo Almacén"
(Horacio Ferrer), "Milonga del consorcio" (con Arturo de la Torre y Jorge Serrano)y
"P'al nene" y "Bronca" (con Mario Battistella), entre otras.
En el año 1969, se da el gusto de inaugurar su propia casa de tango: "El Viejo
Almacén". Por ella desfilaron innumerables figuras nacionales e internacionales
y ocurrieron interesantes episodios como escuchar a Rivero acompañado por la
orquesta de Osvaldo Pugliese, o una noche cualquiera ver entre los concurrentes
a Joan Manuel Serrat, gran admirador del cantor.
El 18 de enero de 1986, luego de permanecer internado desde diciembre, por un
problema cardíaco fallece en Buenos Aires a los 74 años de edad.
Fue un cantor distinto, genial, adornado por una personalidad afable y señorial
que lo hizo querido por todo el ambiente artístico y, lo que es más importante,
por un público que lo recuerda y lo admira en cada uno de sus registros. (Fernando
Pastor www.todotango.com)
Durante no mucho tiempo lo tratamos a Edmundo Rivero.
Nos unió la casualidad de que ocupáramos un sillón en la Academia Porteña del
Lunfardo -él, el que está bajo la advocación de Carlos Gardel; yo el que rememora
a Dante A. Linyera-. Pero bastó ese breve lapso para que, además del excelente
cantor que uno admiró desde la infancia, descubriéramos en él a un ser sencillo
y cálido, cordial y generoso.
Nos reporteó alguna vez en su audición radial “Hablando del lunfardo” (Radio
Nacional). Quisimos devolverle esa deferencia con otro reportaje que, por esas
cosas de la vida, no llegó a publicarse.
Tarde ya, le pagarnos el honor de aquella entrevista radial, querido Edmundo.
Esta fue nuestra charla:
[NdA: Las charlas que componen el reportaje se realizaron entre octubre y diciembre
de 1985. Durante el día 24 de este último mes, Edmundo Rivero sufrió una miocardiopatía
que lo obligó a ser internado en el Sanatorio Güemes. Allí falleció el 18 de
enero de 1986, a las 10.35 horas.]
Estamos ante el último de los cantores nacionales.
Quizás la frase recuerde a Fenimore
Cooper. Pero ocurre que Edmundo Rivero es un poco aquel Uncas de “El último
de los mohicanos”: es el representante final de una pléyade de cantores a punto
de extinguirse.
¿Qué más puede agregarse? Su personalidad, su estilo, su comunicatividad son
ya de dominio público.
Don Edmundo va por la calle y todo el mundo lo saluda. Poco importa que no lo
conozcan personalmente; lo ven por primera vez y darle los buenos días se convierte
en una necesidad -él responde cordialmente-, porque este hombre ha pasado a
ser patrimonio del pueblo, parte del pueblo mismo.
En definitiva, sienten que él expresa lo que ellos quisieran decir y terminan
por creer que Edmundo Rivero no es una persona sino la voz de una ciudad. Nosotros
también lo creemos. Y no preguntamos. Dejamos que la voz hable:
Pompeya y más allá la inundación
-Nací bajo el mismo ciclo al que tantas veces he cantado con versos de Homero
Manzi; el de Pompeya y más allá la inundación.
Fue el 8 de junio de 1911, a unas cuadras de la iglesia de Nueva Pompeya; del
paredón del Sur, que todavía queda en la calle Esquiú; junto al puente del Ferrocarril
Belgrano, que entonces se llamaba Midland, exactamente en la estación Puente
Alsina, de la cual mi padre era jefe. ¡Quién iba a decirme que 37 años más tarde
iría a tocarme estrenar el tango que habla del paisaje que me vio nacer!
Edmundo Rivero - Musa rea (Celedonio Flores)
-Y con el cual se lo ha identificado desde entonces. A propósito, ¿cuándo entran
en su vida el canto y la guitarra?
-En mi niñez, porque los chicos tratan de imitar a sus padres. Los míos -Máximo
Aníbal Camilo Rivero y Juana Anselma Duró- cantaban, y de ellos aprendí las
primeras canciones que entoné. Mucho después llevé algunos de esos cantares
al disco. Por ejemplo, mi madre me enseñó "Milonga en negro", escrita o recreada
por el payador Higinio Cazón...
-Y qué tiene su antecedente en algún poema de Quevedo.
-Sí, no sé si Cazón habrá leído a ese poeta del siglo de oro. Como le decía,
de mi padre aprendí "China hereje", un vals de otro payador, Juan Pedro López.
También a mi abuela le gustaba cantar. Recuerdo haberle oído varios tangos y
milongas del siglo pasado.
Aun no he olvidado aquellas viejas coplas: “Dicen que no caben dos / en la cocina
/ haremos la prueba/ con Juan y Josefina” o "Por la Calle Larga / de la Recoleta
/ iban muchos negros/ con tamaña jeta” o bien “!Vamos al prado / que hay mucho
que ver:/ hombres a caballo,/ mujeres a pie”.
Más adelante, mi tío Alberto –que
integraba un trío de tangos- me enseñó a pulsar la guitarra y me pasó las notas
del Pericón Nacional. En tercero o cuarto grado, llevaba mi guitarra al colegio
para algún acto escolar, y a la salida cantaba por milonga algunas sextinas
del Martín Fierro para mis compañeros.
El apronte (En vivo en El Vielo
Almacén)
Primer sueldo: un pescado
-¿Y en su juventud?
-Formé un dúo con mi hermana Lidia
Eva.
Más tarde, en 1929, llegué a la radio junto a mi hermano Aníbal, con quien también
cantábamos a dúo. En aquel repertorio teníamos cosas como "La yegüecita" o "Mírala
como se va", que acompañábamos con nuestras guitarras.
El primer sueldo que cobré en la radio fue producto de un trueque entre la emisora
–broadcasting se le decía entonces- y una casa anunciadora: ¡un pescado!...
aunque a elegir entre pejerrey y merluza.
-¿Cuántos hermanos son ustedes?
-Los que le he mencionado y yo,
con la curiosidad de que mi madre nos dio, nombres extraídos de los libros que
leía. Aníbal -el mayor- debe el suyo al antiguo conquistador y no, como podrá
creerse, a mi padre que también lo llevaba; Lidia Eva -la menor- a la región
griega de Lidia, escenario de alguna obra literaria; yo, al Edmundo Dantés de
“El conde de Montecristo”. Mi otro nombre, Leonel, recuerda en cambio a mi bisabuelo
inglés, mister Lionel Walton, qué murió lanceado por los pampas.
Los maestros
-¿Quiénes han influido en su estilo interpretativo?
-El canto es una manifestación emocional congénita. Por supuesto, nadie, está
a salvo de las influencias. En ese aspecto, mi formación se debe a mis padres,
mis tíos y los payadores e improvisadores -que son dos cosas diferentes- qué
escuché.
-¿Y a Gardel?
-Aunque, fue el creador del canto tanguero, puedo decir que Gardel no me ha
influido. Lo escuchaba en aquellas viejas radios a galena y me gustaba mucho,
pero yo estaba en otra cosa. Todavía no cantaba tangos sino canciones sureñas:
milongas, estilos, vidalitas y esas cosas.
En cambio, sí aprendí mucho de la ópera, del lied. Ocurre que cuando uno conoce
a Schubert o Beethoven o Rossini o Wagner, a los grandes músicos, puede volcar
esos conocimientos en el tango.
El
cantor de tangos
-Ya que tocamos el tema, Rivero, ¿cuándo aparece el tango en su vida?
-Hacia 1935...
-Vale decir que perdimos a Gardel y ganamos a Rivero...¿Y cómo la cosa?
-Hermelinda De Caro me conectó con José de Caro –ambos hermanos de Julio y Francisco-.
Así debuté cantando tangos en la agrupación de José de Caro. Dos años más tarde,
pasé a la ,orquesta de Don Julio. No duró mucho. El público paraba de bailar
para prestarme oídos y eso a de Caro no le gustó nada. En conclusión, me quedé
sin trabajo.
-Bueno, pero lo importante es que la gente dejaba de bailar para escuchar a
un buen cantor. Eso debe haberlo alentado.
-Sí. Y ya nomás estaba cantando con Humberto Canaro -el hermano de Francisco
y autor de "Gloria". Tras lo cual abandoné el canto por varios años: nadie quería
contratarme y aun llegaron a decirme que con una voz tan “gruesa” debería estar
enfermo de la garganta.
Hasta que en el cuarenta y pico, casi de casualidad, entoné un par de canciones
en radio La Voz del Aire. También de casualidad me oyó Horacio Salgán y me contrató.
-Después vino "Pichuco", ¿no?
A 28 años de la muerte de Edmundo Rivero. Producción
agencia Télam 2014.
-Así es. Nos acercó Carlos de la
Púa. El encuentro fue en un boliche. ¿Sabe que yo desenfundé la viola, canté
algún tango, después se animó Troilo -que, aunque tenía voz ronca. era muy afinado-
y nos olvidábamos del asunto que nos había reunido?.. Fue recién a altas horas
de la madrugada cuando el gordo lo recordó.
El 29 de abril de 1947 grabamos nuestro primer tango en colaboración: "El milagro",
de Pontier y Expósito.
Sur
-Un título significativo, porque
allí comienza su éxito. Dígame, Rivero, cuando usted grabó esa joya de la discografía
tanguera que es "Sur" con la orquesta de Troilo, modificó algunas palabras de
la letra ¿no es así?
-Sí, cambié florando por flotando. ¡Qué hermoso término, florando! Lo que pasa
es que cuando comencé a cantarlo, el público no comprendía el significado de
ese verbo; me preguntaban qué quería decir.
Entonces, con el consentimiento de Manzi, lo reemplacé por flotando. También
en la segunda parte hice un cambio: troqué “y mi amor y tu ventana” por “y mi
amor en tu ventana”. Por supuesto, Homero estuvo de acuerdo.
Ponga
esto: en la historia de la música, el cantor popular está autorizado a agregar
algo de su personalidad a letras y melodías, a fin de identificarse con ellas,
siempre y cuando no cambie el sentido ni el contenido del texto. Esto último
suele ocurrir, en lo instrumental, con muchos músicos modernos que desvirtúan
las melodías. Se puede hacer mil variaciones, pero luego de tocar la obra original.
El cantor nacional
-Sí, muchas cosas han cambiado en el tango. Algunas, para bien, otras, para
mal. A propósito, usted es el último de los llamados "cantores nacionales",
es decir los que además de tangos interpretaban el cancionero provinciano. Entre
las mujeres sigue haciendo lo propio Nelly Omar. ¿Por qué se ha perdido el cantor
nacional?
-Todo se debe a la forma de vida, a los cambios operados en la ciudad. Antes,
los barrios estaban cerca del campo. Por eso mis padres cantaban canciones camperas,
no tangos.
Además, todavía se podía oír a los payadores -yo acompañé a algunos de ellos
con mi guitarra-. Para entonces solía escuchar tangos en la radio, pero no para
practicar ese género; eso vino después. En aquella época, me interesaba sobre
todo la música sureña: décimas, largos relatos gauchos, algunos de los cuales
llegaban a durar hasta 25 minutos.
-¿No cree que el auge de la orquesta típica en los 40 contribuyó a esa pérdida?
-Es posible. Si bien entonces había cantores nacionales, los que pasaban a las
orquestas no interpretaban ya el repertorio campesino.
La milonga
-También se ha perdido la milonga auténtica. Usted es uno de los pocos que han
conservado la índole de la milonga. Podría arriesgar otros contados nombres,
como el de Rosita Quiroga o el de un Gardel anterior a la década del 30.
-Es que yo he conocido las viejas milongas, como aquellas que cantaba mi abuela
y otros parientes, ya que tengo la suerte de que casi todos mis antepasados
eran criollos.
Ella, mi abuela, era de mil ochocientos y tantos, así que conocía bien el origen,
sin haberlo estudiado, que por otra parte, a nadie se le habría ocurrido, entonces,
haber escrito sobre aquellos incipientes géneros musicales. Las había aprendido
de oírlas cantar por las calles. Esas coplas eran todas cuartetas y algunas,
muy picarescas, como la de Juan y Josefina que ya le dije. Pero usted se refiere
a la autenticidad...
-Sí. La vieja milonga de los guitarreros no tenía ritmo de habanera. Eso lo
agregaron músicos como Hargreaves que las escribieron para piano y luego quedó
fijado en las milongas de Piana y en la posterior milonga orquestal.
-Es muy cierto. Yo todavía hago la milonga clásica, aquella que nació en el
arrabal, que era el límite entre el campo y la ciudad, y luego se extendió a
ellos. Y también la uruguaya. que es diferente a la nuestra. (Entona el ritmo
de la milonga uruguaya, que comienza en el alevare).
-Usted se refirió a las milongas picarescas, ¿y los viejos tangos?
-¡Cuantos títulos descarados! Muchos de ellos se modificaron luego para las
partituras, como los que vinieron a llamarse "Cara sucia" o "La cara de la luna"
(15). Pero hubo casos en que el título original quedó, aunque disimulado en
las ilustraciones de las carátulas de las ediciones. Por ejemplo, uno titulado
"Dos sin sacar", en la tapa de cuya partitura un avispado artista había dibujado
una escena de baile con dos muchachas sentadas, es decir, "dos sin sacar", sin
sacar a bailar.
En un viejo almacén del Paseo Colón
[NdA: Esta charla se llevó a cabo en “El Viejo Almacén”. Pero no fue realizada
totalmente allí. Se completó con otros dos encuentros; uno en un café de la
avenida Santa Fe, el otro en la Academia Porteña del Lunfardo. Imposible obviar,
en consecuencia, ese templo del tango donde transcurrió la mayor parte del diálogo
y que se halla a pocos metros de Paseo Colón, donde Juan Andrés Caruso ubicó
aquel viejo almacén mencionado en el tango "Sentimiento gaucho", que le dio
nombre]
-Rivero, ¿cómo surgió la idea de instalar “El Viejo Almacén”?
-Fue una ocurrencia de Carlos García y Alvarez Vieyra. Y también mía.
El proyecto nació una noche, mientras nos encontrábamos cenando. Nos entusiasmamos
y tratamos de ubicar un sitio adecuado. Y lo encontramos en una antigua casona
de Independencia y Balcarce. Era un edificio con historia; en tiempos de la
colonia había funcionado allí el Hospital de Hombres, más tarde se convirtió
en el Hospital Británico -donde se llevó a cabo la primera operación con anestesia
en Sudamérica- y luego fue una “tienda de ultramarinos”.
El tiempo parecía haberse demorado entre aquellas paredes. Era lo que necesitábamos.
El
8 de mayo de 1969 lo inauguramos. Aquella noche actuaron los binomios Horacio
Salgán-Ubaldo De Lío y Ciriaquito Ortiz-Edmundo Zaldívar, la orquesta de Carlos
García y los cantantes María Cristina Láurenz y Félix Aldao. La presentación
estuvo a cargo de Horacio Ferrer.
Por entonces, compusimos una milonga con Horacio. La titulamos "Coplas del Viejo
Almacén" (La voz profunda y comunicativa del cantor nos arrima una de las coplas):
"En este Viejo Almacén / tengo un coro de gorriones./ sabios, poetas y chorros;
/ se mezclan por los rincones / un tango de antiguos sones / y un son de tangos
cachorros."
Rivero en Japón
-Fue por entonces cuando usted viajó al Japón...
-Un año antes, en el 68. Podría contale tantas cosas acerca de ese pueblo maravilloso...
Algo que me impactó y habla de la sabiduría de los japoneses: yo había observado
que todas las mañanas la gente se inclinaba ante la puerta de su sitio de trabajo;
no comprendía el motivo y lo averigüé; me respondieron que acostumbraban a hacer
eso para agradecer a Dios por haberles dado un día más de trabajo.
Otra cosa: cuando hacen huelga, los japoneses van a trabajar, pero usan un distintivo
que indica su adhesión a la misma. Es un pueblo con una cultura y una filosofía
milenarias. Nunca podré olvida el cariño, la admiración y la cortesía de los
japoneses durante mis actuaciones.
El lunfardo
Pasando a otro tema, usted es el primer compositor que ha puesto música al soneto
lunfardo.
-Nadie lo hizo antes. seguramente, porque el soneto es breve y difícil de musicalizar,
debido a sus tercetos.
A mí me interesaron porque tanto esa forma poética como el vocabulario lunfardo
son sintéticos, en pocas palabras pintan al mundo. Además, las acepciones lunfas
embellecen la poesía.
He rescatado para el cancionero
a los grandes poetas de nuestra jerga: Carlos De la Púa, Felipe Fernández "Yacaré",
Iván Diez, al principio; Celedonio Flores, después; finalmente, algunos de los
actuales, entre ellos Juan Bautista Devoto, Nyda Cuniberti o Enrique Otero Pizarro,
ya fallecido, que firmaba como “Lope de Boedo” y escribió sonetos tan estupendos
como éste que se titula "Dos ladrones":
Hay tres cruces y tres crucificadosen la más alta, al diome, el Nazareno.En
la del wing lloraba el chorro bueno mangándole el perdón de sus pecados.Escracho
torvo; dientes apretados,marcaba el otro lunfa el duro freno del odío, y destilaba
su veneno con el rechifle de los rejugados.¿No sos hijo de Dios? Dale. Salvate.Sos
el Rey de los Moishes, arranyate.¿Por qué no te bajás? ¡Dale, che, guiso!Jesús
ni se mosquió. ¡Minga de bola!Y le dijo al buen chorro: Estate piolaque hoy
zarparás conmigo al Paraíso.¿Qué bonito, no?...
-Sin duda, un poeta "a la gurda", como correspondería decir. Pero, generalmente,
usted recita el primer terceto, ¿por qué?
-Lo hago simplemente para variar.
Daniel Melingo -
Leonel, el Feo (en vivo en Parque Lezama, 2001), dedicado a Edmundo
Rivero.
-"Cuando, llegue el final, si la
de blanco/ me lleva con el cura antes que al hoyo,/ que el responso sea el lunfa,
así lo manco./ Yo no aprendí el latín, de puro criollo". ¿Qué me dice de estos
versos?
-¡Ah, sí! Pertenecen a un poema mío, "A Buenos Aires". ¿Qué otros poemas lunfardos
ha escrito?
-Unos cuantos... Todos sobre personajes
que he conocido, que me ha acercado la noche, como Aldo Saravia, el de la toalla
mojada.
Lo conocí “en un ambiente turbio de nocheros”, quinieleros, malandras, cafishios.
Saravia solía contar sus aventuras como explotador de mujeres.
Decía que las fajaba con una toalla mojada y que tenía diferentes técnicas,
como las de agregar sal fina o gruesa al agua en que la sumergía, según los
casos.
Y refería todas estas cosas con una voz especial, de pesado, que sólo usaba
de noche.
En realidad, había cierta confabulación, entre quienes lo escuchábamos, para
creerle todas esas fantasías.
A Osvaldo Pojatti le escribí un soneto que titulé “A un nochero que quiso ver
el sol”. Pojatti era un nochero bravo, respetado por malandrines y policías.
El amor lo arrancó de las sombras nocturnas y terminó, con una esposa y tres
hijas, levantándose con el sol.
Otro de esos personajes es Domingo, el conserje de un hotel marplatense. Parábamos
allí con Julieta (17) y Domingo nos trató siempre con el mayor respeto. En una
oportunidad, caímos a Mar del Plata y el conserje inesperadamente nos abrazó
y comenzó a tutearnos. No entendíamos nada.
Después nos aclaró: "Ahora soy un hombre de la noche como vos, Edmundo, ¡qué
fenómeno es el ambiente nochero! Desde que laburo de cheno soy otra persona".
Un tipo así no se me podía escapar y le escribí "A un nochero". Siempre se sintió
honradísimo con la última estrofa, en realidad, iba a modo de cargada:
Veo en vos a Cacho Otero,a Picabea, a Ruggero,Julio el Gallego y con él a cafiolos
y punguistas,cuenteros y descuidistas.¿Querés más?... ¡Vos sos Gardel
-¿No se le ha ocurrido publicar esos poemas en libro?
- No sé... Escribo mis poemas para mis amigos. Pero, tiene razón, quizás alguna
vez publique los que he escrito sobre personajes de Buenos Aires. Ahora estoy
escribiéndole a los pintores porteños.
Hoy se canta de otro modo.
(NdA:
El tema de la poesía lunfarda surgió en un bar de la avenida Santa Fe. Cuando
nos sentamos a la mesa, pedimos el café de ritual. Rivero nos sorprendió preguntándole
al mozo si había mate cocido. El hombre asintió. Mientras el cantor vertía el
agua caliente sobre el saquito de yerba, nos comentaba:
«En pocos boliches tienen mate cocido. Es una lástima. En todos estos sitios
tendrían que venderlo. Deberíamos acostumbrarnos a pedir esta infusión criolla
en cambio de café».
Sí, Rivero es un auténtico criollo. Un hombre que, como lo hace con el mate,
ha bebido el cancionero argentino en sus fuentes. Por eso, en el siguiente encuentro
-esta vez en el “Viejo Almacén”- soltamos la pregunta con respecto a los cambios
que se han operado en la canción ciudadana).
-Usted ha conservado la pureza de nuestras especies musicales, pero también
ha cantado a Piazzolla. ¿Qué opina del tango actual?
-Hay muy pocos o se difunden pocos de ellos.
-Estoy de acuerdo con esto último.
Sé de muchos autores -y soy uno de ellos- con una gran cantidad de tangos que
nadie canta. Pero, ¿cómo ve el tango presente?
-Los tangos de hoy -al menos, los que he escuchado- cantan a la luz de mercurio,
al asfalto. No tienen el calor ni el color de la cosa pasada; aquello que cantó
Manrique:
"Recuerde el alma dormida, / avive el seso
y despierte" el ubi sunt que anda por tantas viejas letras. Además, hoy se canta
de otro modo.
Ya los chicos no ven cosas que les embellezcan la vista o el espíritu. Todo
está en el paisaje. Mire esos edificios modernos: lisos, cuadrados; cuando antes,
la arquitectura estaba poblada de ornamentos.
En consecuencia, hoy el tango no se adorna. Además, nuestro género es muy difícil,
porque en él es mejor contar que cantar. Lo ideal es hacer las dos cosas y,
además, adornar el canto. Esto de los adornos lo introdujo Gardel en el tango
cantable.
-Es verdad. Y también Gardel estrenaba tangos continuamente, cosa que ahora,
por cierto, no ocurre.
-Sí, pero así le iba. Tenia que cantar en el exterior porque aquí aplaudían
a cualquiera.
El Viejo Almacén - Narrador Horacio
Fontova
-Sí, así fue. Pero hoy en día, los cantores de tevé o tanguerías, además de
no interpretar -nuevos tangos, hacen un repertorio- "for export", como ahora
se dice.
-Porque los turistas son quienes, generalmente, concurren a esos sitios. Y ése
es otro problema. Un obrero, un empleado, no pueden ir a los lugares de tango.
¿Sabe por qué? Porque a causa de los altos costos actuales, es imposible que
haya espectáculos baratos.
-De todos modos, sigue habiendo cantores de tango. Aunque muchos de ellos han
heredado, lamentablemente, los defectos de los malos intérpretes. Creo que nadie
está tan autorizado como usted para opinar cómo se debe cantar, cómo deben hacerlo
los nuevos cantores que, en definitiva, son los sucesores del pasado.
-Como ya dije, es bueno que cuenten y canten. Que tengan su estilo. El cantor
debe ser como el pájaro: cada cual canta en su rama.
Nos despedimos. Estrechamos la mano tan grande como fraternal del cantor.
Tomamos la calle Balcarce hacia el norte. La calle se empecina en retener un
pasado de tango. Volvemos la vista hacia la esquina de Independencia siempre
habrá una esquina-; allí, en el árbol que ha plantado la devoción del pueblo,
Edmundo Rivero sigue cantando en su rama.
Sábado 18 de enero de 1986. La tevé nos tira la noticia, que se nos clava en
el alma. En la derecha, nos duele el recuerdo de la mano grandota de Edmundo
Rivero. Hay un árbol con una rama solitaria.
La ciudad se ha quedado sin voz.
Publicado en Todo es Historia, septiembre 1987 | Fuente: wwwrberdi-archivo-gotan-tango.blogspot.com
"Bueno, no voy a decir que soy
un tipo lindo. La napia siempre me anduvo delante de los pies, el mentón tirando
a prominente y al ver las fotos uno comprende el paso de los años. Aunque ni
los años ni la fealdad me preocuparon nunca. Cuando me inicié en esto de darle
voz al tango no era necesario ser un galancete; por el contrario, entonces se
apreciaba el porte de varón. Tampoco digo que por ser fiero uno es más macho
o mejor cantor. Eso lo desmiente el único que las tuvo todas, Carlos Gardel.
Después de él, cada uno se defendió como pudo. Hoy me veo y pienso que detrás
de cada arruga hay una historia, entonces la vida no es una herida absurda para
quien se abrió camino en el mundo de la noche. Y el tango es parte de la noche,
tiene la armonía del solitario, del que busca desesperado una compañía o compartir
un sueño. La noche es una forma de vivir, la gente de la noche es más amplia,
no está tan apurada, es más sincera. Contra lo que dicen muchos –que en la noche
se pierden las ganas de luchar por la vida–, yo pienso que es al revés. Por
la noche la gente disfruta el esfuerzo de esa lucha diaria.
Ahora miro de nuevo las fotografías
y creo que he vivido con coherencia. Suena extraño este concepto. Antes nadie
dudaba de que se debía ir de frente. No significaba una virtud especial, ni
ser decente era una cosa notable, era lo que todo hombre debía ser. Hoy día,
parece un tipo fuera de lo común aquel que encara las cosas de la vida con honestidad.
Cuando los años van echando plomo en los hombros uno no puede evitar recordar
otras épocas. Era bueno aquello de andar por los pueblitos guitarra en mano,
recorrer el país de una punta a la otra. Ha sido un largo camino y he sido fiel
a un estilo y a una idea de ser. Podría agregar que un hombre es la resultante
de sus actos y que la cara es el espejo del alma de ese hombre. En casa siempre
hubo música. Me lo decía mi padre y lo digo yo ahora: la música es un punto
de reunión. ¿Alguien conoce de algún pueblo que se haya peleado con otro por
la música? Al contrario, la música ha unido a la gente, ha roto fronteras. No
hay idioma que pueda comparársele. Usted pone en un lugar cualquiera a cinco
tipos que hablan cinco idiomas diferentes y la música los comunica a todos,
los hace sentirse bien. Por eso estudié música. Pero yo no soy cantor de tangos
solamente: yo soy cantor de todo lo nacional. Me importan más los textos que
la música. Me importa interpretar los textos, aun con distintos estados de ánimo,
porque uno nunca es el mismo, ni lo son sus humores, sus estados emocionales.
Alguna vez se dijo que yo era el último payador argentino y yo sé que eso es
una figura alegórica pero también sé que es cierto porque yo canto cosas sureñas,
estilos, canciones, valses, tangos. Sí, creo que soy casi un payador. El argentino
al que no le gusta la música y no le gustan ni el tango ni el folclore no tiene
derecho a sentirse argentino. Por eso el tango no morirá, porque es como si
se muriera un país. El tango es como la ópera. Es vivo, no sólo aquí sino en
muchos países del mundo. Es el espíritu de todo un país, de su gente y de sus
cosas transformado en música y letra. Tuve muchos amigos de toda clase y con
todos me llevé bien. Pero a todos los trato de usted. Músicos, poetas o quien
sea. Yo soy así. Desde que me hice cargo de El Viejo Almacén casi no me muevo
de la ciudad, salvo en el verano cuando me traslado a Mar del Plata. Mi vida
transcurre aquí y mi trabajo se divide entre este boliche histórico y el estudio,
porque nunca se es viejo para aprender."
Guitarrista y cantor, su repertorio no se limitó al tango, sino que pasó a la
historia como un auténtico intérprete criollo. Los jóvenes tangueros toman hoy
su estilo como una referencia ineludible.
Por Karina Micheletto
Su recuerdo quedó ligado en la memoria colectiva a un apodo conciso y contundente,
de esos que prenden enseguida: “El Feo”. Su nariz desproporcionada y su mentón
prominente, adornados por aquel bigotito un poco gracioso, sus manos y pies
gigantones, también como fuera de escala, abonaban el mote del tanguero. Claro
que lo que inmortalizó a Edmundo Rivero no tuvo que ver con su fisonomía sino
con su cantar grave, con aquel registro de bajo poco habitual entre los cantores
de la época, con su entonación y su expresividad tan personales, y con su trabajo
sobre un cancionero que no se limitó al tango, sino que abrevó además en la
milonga antigua, el repertorio criollo y, sobre todo, el lunfardo. Mañana se
cumplen veinte años de la muerte del “último cantor nacional”, como también
se lo conoció. Su vigencia se materializa en una cantidad de jóvenes tangueros
que recogen su repertorio, tomando su nombre y su estilo como puntos de partida
para los tangos lunfardos de hoy.
Edmundo Rivero - Alguien le dice
al tango
Guitarrista y cantor, miembro de
la Academia Nacional del Lunfardo, donde ocupaba la silla Carlos Gardel, compositor
de obras como Falsía o Malón de ausencia y considerado por muchos como el mejor
intérprete de Sur, Rivero formó parte de las orquestas de Horacio Salgán y Aníbal
Troilo, y forjó una importante carrera solista. No fue un improvisado ni un
intuitivo, sino un estudioso que se inició con la música clásica. A los 74 años,
cuando murió, había recorrido un camino similar al que más tarde seguiría Roberto
Goyeneche: terminó por volverse una leyenda instalada en los oídos de las nuevas
generaciones, que se acercaron al tango a través de su voz.
El suyo fue un estilo alejado del modelo de cantor de tangos pintón o compadrito,
aquel arquetipo que copó la época de oro del tango. Compartió, sí, cierta toma
de postura conservadora a la hora de hablar de la realidad nacional con muchos
de sus colegas del género. La primera orquesta que lo contrató fue la de José
De Caro; luego pasó fugazmente por las de Julio De Caro y Humberto Canaro. En
la orquesta de Julio De Caro duró poco, explicó, porque “el público paraba de
bailar para prestarme oídos, y eso a De Caro no le gustó nada. En conclusión,
me quedé sin trabajo”. Después de pasar por la orquesta de Canaro, abandonó
la música por algunos años: “Nadie quería contratarme, y aun llegaron a decirme
que con una voz tan gruesa debería estar enfermo de la garganta”, contó. “Hasta
que en el cuarenta y pico, casi de casualidad, entoné un par de canciones en
radio La Voz del Aire. También de casualidad me oyó Horacio Salgán y me contrató”.
Salgán lo “descubrió” en 1944 y lo incorporó a su orquesta, donde estuvo hasta
1947. De este período no quedan registros discográficos: al parecer, su producción
no respondía a los cánones comerciales de la época. Pero lo que lo lanzó definitivamente
a la fama fue su participación en la orquesta de Aníbal Troilo, quien lo convocó
para reemplazar a Alberto Marino. En sus tres años en esa orquesta dejó más
de veinte grabaciones, en especial una que quedó para siempre ligada a su voz:
Sur, el tango de Troilo y Manzi que él estrenó.
“Con Pichuco nos acercó Carlos de la Púa”, recordaría el cantor. “El encuentro
fue en un boliche. ¿Sabe que yo desenfundé la viola, canté algún tango, después
se animó Troilo –que, aunque tenía voz ronca, era muy afinado– y nos olvidamos
del asunto que nos había reunido? Fue recién a altas horas de la madrugada cuando
el Gordo lo recordó. El 29 de abril de 1947 grabamos nuestro primer tango en
colaboración: El milagro, de Pontier y Expósito.”
Un cantor que nació al Sur
Leonel Edmundo Rivero nació el 8 de junio de 1911 en la estación de trenes Puente
Alsina, donde su padre era jefe ferroviario, en el borde de Pompeya. “Nací bajo
el mismo cielo al que tantas veces he cantado con versos de Homero Manzi, el
de ‘Pompeya y más allá la inundación’”, contaría él mismo. “¡Quién iba a decirme
que 37 años más tarde iría a tocarme estrenar el tango que habla del paisaje
que me vio nacer!” Su madre, ávida lectora, lo bautizó Edmundo por el personaje
de El Conde de Montecristo. Pasó su infancia en el barrio de Saavedra, donde
estudió guitarra y canto en el Conservatorio, pero cuando se le preguntaba por
su formación, él aclaraba: “El canto es una manifestación emocional congénita.
Mi formación se debe a mis padres, mis tíos y los payadores e improvisadores
que escuché”.
Sus primeras influencias no pasaron precisamente por Gardel: “Lo escuchaba en
aquellas viejas radios y me gustaba mucho, pero yo estaba en otra cosa. Todavía
no cantaba tangos sino canciones sureñas: milongas, estilos, vidalitas y esas
cosas. En cambio, sí aprendí mucho de la ópera, del lied. Ocurre que cuando
uno conoce a Schubert o Beethoven o Rossini o Wagner, a los grandes músicos,
puede volcar esos conocimientos en el tango”, explicaba.
Edmundo Rivero - A Don Nicanor
Paredes
Junto a Nelly Omar, Rivero fue uno
de los últimos cultores del cancionero criollo, una de las influencias más importantes
que reconocía. A partir de 1950 comenzó su carrera solista. Siguió siendo un
bicho raro dentro del panorama del tango, tanto por su registro bajo, en un
contexto dominado por los barítonos y tenores, como por trabajar un repertorio
lunfardo en épocas en que florecía un tango algo abolerado y romanticón.
Durante su carrera compuso una cantidad de tangos reos y lunfardos, basándose
“en los personajes que le acercaba la noche”, según contaba. “Como Aldo Saravia,
el de la toalla mojada. Lo conocí ‘en un ambiente turbio de nocheros’, quinieleros,
malandras, cafishios. Saravia solía contar sus aventuras como explotador de
mujeres. Decía que las fajaba con una toalla mojada y que tenía diferentes técnicas,
como las de agregar sal fina o gruesa al agua en que la sumergía, según los
casos. Y refería todas estas cosas con una voz especial, de pesado, que sólo
usaba de noche. En realidad, había cierta confabulación, entre quienes lo escuchábamos,
para creerle todas esas fantasías”, narraba el origen de sus poemas lunfardos.
También musicalizó a decenas de poetas lunfardos como Carlos de la Púa, Felipe
Fernández “Yacaré”, Iván Diez o Luis Alposta.
En 1969 fundó el famoso boliche tanguero El Viejo Almacén, en una casona colonial
ubicada en Balcarce e Independencia. El lugar se convirtió en una verdadera
postal porteña, centro de reunión de figuras nacionales e internacionales: desde
los reyes de España Juan Carlos y Sofía hasta Rafaela Carrá o Joan Manuel Serrat,
todos los visitantes ilustres pasaban por El Viejo Almacén. Allí también era
posible escuchar a Rivero acompañado por la Orquesta de Osvaldo Pugliese, en
una noche cualquiera. Y allí también recalaba siempre el bandoneonista Ciriaco
Ortiz, para quien la pinta de Rivero era una constante fuente de inspiración
para sus bromas: solía decir que el dentista, en lugar de emplomarle las muelas
a Rivero, se las asfaltaba. Que cuando iba a comprarse zapatos se probaba directamente
las cajas. Que, de chico, jugaba a los trencitos con la estación de Retiro.
Y siempre advertía: “Por favor... No te quedes cerca de Edmundo cuando esté
por aplaudir...”
El cantor criollo aceptaba la pinta que le tocó en suerte con sabiduría tanguera:
“No voy a decir que soy un tipo lindo”, admitió alguna vez (ver aparte). El
24 de diciembre de 1985, Edmundo Rivero sufrió una miocardiopatía que obligó
a su internación en el Sanatorio Güemes. Allí falleció el 18 de enero de 1986.
Su vozarrón y sus historias de malevos, cafiolos, shacadores y malandras mantienen
vivo al último cantor nacional.