Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1 de junio 1874 - 10 de febrero de
1952) perteneció, cronológicamente, a la generación modernista de Leopoldo
Lugones, pero su proyecto artístico original y excéntrico lo convirtió en un
faro de las vanguardias rioplatenses y en un fundador de distintos linajes
textuales de la literatura latinoamericana. Su proyección intelectual se ha
visto acrecentada en la medida en que se ha ido publicando la inmensa cantidad
de textos que quedaron inéditos. Se han publicado, hasta el momento, nueve
tomos, en el marco de las Obras Completas editadas por Corregidor. El
inteligente y arduo trabajo de ordenamiento, desciframiento de manuscritos y
salvataje de documentos estuvo a cargo de su hijo Adolfo de Obieta, quien tuvo
la sagacidad y la vocación de rescatar este legado tan valioso para el
patrimonio de la Humanidad.
El tardío conocimiento de su silencioso
trabajo ha contribuido a la configuración de una imagen ya legendaria y
entrañable en la tradición de nuestras letras: Macedonio el gran conversador y
agudo humorista. Los testimonios de quienes compartieron su mesa de café, la
tertulia literaria o su pieza de pension, todos conspicuos escritores, músicos,
intelectuales, etcétera, dieron convergentes versiones de su diálogo
inteligente, creativo, estimulante y de brillante humor. Dice su íntimo amigo,
Raúl Scalabrini Ortiz:
"Es suave y cauto para hablar. No prodiga sus
palabras. Escucha en silencio, pero si su interlocutor se desvía del recto
camino, Macedonio le orienta con interrogaciones socráticas, articuladas
negligentemente. Destruye las vehemencias sin atacarlas, oponiéndoles un
concesivo ¿le parece? que es una invitación a reflexionar."
La maestría
de su conversación, exenta de énfasis y plena de sugestión pensadora gestó y
alimentó un "aura socrática" que, aún hoy, se mantiene incólume. También la
insistente mención de Macedonio por parte del joven Borges (quien lo descubrió a
su llegada de Europa en 1921), como su mentor, contribuyen a la construcción de
este personaje tan singular. En la correspondencia personal, Borges documenta su
pasión por aprender de la sabia conversación de este hombre excepcional, cuando
le anuncia:
"La semana que viene, pienso descolgarme por Morón (donde
Macedonio vivía solitario en una quinta prestada) y ubicar allí una noche
conversadora, una de esas noches bien conversadas que parece van a inaugurar
mucha claridad en la vida de uno."
En tanto que en reportajes de la
vejez, sigue aduciendo Borges:
"... Yo no soy un
pensador. He pasado toda la vida tratando de pensar, pero no sé si he llegado.
Macedonío comentaba que él no había pensado. ‘Lo que yo pienso me dijo una vez
William James y Schopenhauer lo han pensado ya por mí’. Era un hombre
naturalmente generoso, que todo lo que él pensaba se lo atribuía a su
interlocutor. El nunca decía ‘yo pienso tal o cual cosa’, sino ‘vos, che, habrás
observado, sin duda...’ ¡Y uno no había observado absolutamente nada! Pero a
Macedonio le parecía más cortés. En fin... él seguía su línea de pensamiento y
la realidad no le importaba."
Su
excelencia estaba en el diálogo, y tal vez por eso pueda asociárselo a genios
que no escribieron nunca, como Sócrates o Pitágoras, o aún como Buda o Cristo.
Lo primordial era su compañía.
Así, podríamos seguir aportando un
sinnúmero de testimonios que relatan el carisma magnético de su personalidad y
su charla. Este personaje implacablemente lúcido, según esta versión, de vez en
cuando escribía, pero no le interesaba en absoluto publicar.
Sin
desautorizar este perfil, ni considerarlo falaz, se descubre después de su
muerte, el trabajo de un hombre que se mantuvo en actividad intelectual con una
práctica que él mismo denominó: el pensarescribiendo. Su escritura incesante
materializó en ensayos, en novelas, en poemas y en una producción fragmentaria
inclasificable, los derroteros de su original pensamiento. Se levantó de su mesa
de trabajo y se retiró a la muerte, a descansar un rato, dejando todo como
estaba; es decir: en el caoscosmos habitual de su dinámica anárquica de
creación. El archivo de Macedonio atesora documentos de toda índole. Su fárrago
apabullante desafía cualquier orden y despista cualquier investigación; su
multifacética inventiva despliega la genialidad humana en su máximo esplendor;
sus prodigiosos hallazgos del pensarescribiendo logran construir un mundo
extraño, imaginativo y fantástico.
No intento en esta breve noticia dar
cuenta de la enormidad de este archivo, sino simplemente tomar algunas muestras,
con el fin de compartir con los lectores, ciertas curiosidades vinculadas con
nuestra región. En efecto, Macedonio no sólo vivió en Posadas, sino que además,
el recuerdo de su paisaje pasó a formar parte de sus construcciones místicas y
míticas del pensarescribiendo.
La maestría de su conversación, exenta de
énfasis y plena de sugestión pensadora gestó y alimentó el "aura socrática" de
Macedonio.
El paisaje del pensar
En primer término
habría que mencionar la excursión al Paraguay, en 1897, con la intención de
fundar una colonia socialista. Macedonio había defendido su tesis doctoral
"Sobre las Personas" y, en julio de ese año, después de recibir su diploma,
parte en compañía de sus amigos Arturo Múscan, Julio Molína y Vedia (en cuya
propiedad se iba a instalar el emprendimiento) y otros. También Jorge Borges
(padre de Jorge Luis) era de la partida, pero luego desistió. Esta aventura
temprana, fallida por la imposibilidad de los protagonistas de soportar la
dureza del clima y el terreno, queda grabada en el imaginario macedoniano con
una impronta idealizada y utópica. Véase lo que le dice al paraguayo Natalicio
González (quien preparó la primera edición completa de su poesía), en 1951, un
año antes de su muerte:
"...El grito animador suyo me llegó asoleado como
su dulce Paraguay que he conocido mucho hasta el norte y recorrí en mi más
grande crisis de los 22 años, cuado yo era anarquista spenceriano."
Este
lejano territorio, con su carácter exótico pasa a constituir un lugar
imaginario, al que sus textos vuelven recurrentes, en tanto paisaje exuberante y
edénico. Dice el protagonista en la ficción novelesca de Adriana Buenos Aires:
"Debería huir, quizá lo pueda en breve, no tengo otro camino, a los
bosques del Amazonas, del Alto Paraná, a esos escenarios de una violenta
Naturaleza, a esa Naturaleza en himno, desbordada locura del ser que
exhibiéndome, obsesionándome, robándome para sí toda mi facultad de mirar, toda
mi fuerza de interés, rehiciera mi sentido de la vida, me trasfundiera vida."
Este texto, datado en 1922, bosqueja ese refugio que el hombre atormentado busca
para recobrar el sentido de la vida. Pero además, esta geografía se constituirá
en el escenario predilecto del pensador, de acuerdo con la descripción que hace
en uno de sus ensayos, de 1908:
"Si distante de los hombres en una ribera
remota y salvaje me imagino a un hombre tendido desnudo, cara arriba, en plena
siesta contemplando entregado el desenvolvimiento real, concibo bien que en una
intensa absorción desaparezcan todas las ubicaciones: sus propios estados y los
exteriores."
Para el tema que se está tratando aquí, corresponde indicar
sintéticamente lo siguiente: 1) la escenografía posee los mismos componentes que
se describen en la novela; 2) la incorporación del hombre despojado de todo
aditamento sociocultural, en contacto directo con la tierra, de cara al cielo;
3) la hora de la contemplación es la siesta. La escena idealizada de los textos,
se ve ratificada por el testimonio de Borges:
"Era como si Adán, el
primer hombre, pensara y resolviera en el Paraíso los problemas fundamentales.
Cansinos era la suma del tiempo y Macedonio, la joven eternidad La erudición le
parecía una cosa vana, un modo aparatoso de no pensar. En un traspatio de la
calle Sarandí, nos dijo una tarde que si él pudiera ir al campo y tenderse al
mediodía en la tierra y cerrar los ojos y comprender, distrayéndose de las
circunstancias que nos distraen, podría resolver inmediatamente el enigma del
universo. No sé sí esa felicidad le fue deparada, pero sin duda la entrevió."
Ilustración El Tomi
El clima adánico
condice con la exigencia que Macedonio solicita al pensamiento: pensar por
sí mismo el enigma del universo, lograr con esfuerzo personal el estado
místico de contemplanción y de suprema intelección. Ahora bien, la potencia
del pensamiento macedoniano no consiste en describir la naturaleza o el
mundo (tarea que delega en la Ciencia), sino que se aboca a la creación de
mundos fantásticos. La Metafísica, para Macedonio, es una rama de la
Literatura fantástica, fórmula que Borges adopta e incorpora a sus textos.
En la hora de la Siesta se produce el Misterio del Pensamiento en su entera
lucidez y en pleno ejercicio de la TodoPosibilidad de la imaginación y la
inventiva. En esta extraña hora, sin prestigios intelectuales, Macedonio
ubica el centro de su potencia inteligente. Muchos años más tarde, en 1940,
le dedica a la Siesta un extenso y hermético poema titulado: Poema de
trabajos de estudios de las estéticas de la siesta. La complejidad
compositiva de este texto construye una metáfora del trabajo intelectual, de
las condiciones del Estado Místico y de la Pasión en su alucinante captación
de la Certeza. La imaginación enhiesta en convergencia con la luz vertical
producen una hendidura cósmica capaz de anular el espacio, fulminar el
tiempo, provocar un vacío y a la vez un tiempoespacio en el que todo es
posible. La hora de la Siesta adquiere un estatuto metafísico y poético.
La imaginación enhiesta en convergencia con la luz vertical producen una
hendidura cósmica, capaz de anular el espacio, fulminar el tiempo.
La
siesta misionera
Si bien no puedo desarrollar la riqueza y la extraña simbología que alcanza
la Siesta en el universo macedoniano, creo que sería interesante mencionar
un texto, titulado Episodio. Se trata de un manuscrito que no tiene fecha,
que no pertenece a ninguna de las obras o series de documentos. Solitario el
pliego enigmático, de prolija caligrafía (detalle poco común en los
manuscritos de Macedonio), queda suspendido en la fluidez del tiempo
infinito.
Mucho se podría decir de esta joya tomada de la evocación
lírica del poeta, pero me conformo con enumerar algunos aspectos orientados
hacia la concepción integral de su obra. El alma ligeramente fantaseadora
indica un estado de la imaginación puesta en disponibilidad, en tanto que,
como quien a un tiempo levemente piensa y vive, especifica una
particularidad que marcó profundamente la vida de Macedonio: pensar/vivir
fueron una sola y única experiencia. La especificación del lugar, Posadas,
junto a las aguas del Paraná, son datos precisos que permiten conjeturar la
fecha aproximada del episodio narrado, no la escritura del texto. Se dice,
además, que esto ocurrió cuando veinte años hacía que nuestra familia había
asistido a su muerte. Espacio y tiempo cruzan sus coordenadas: se sabe que
Macedonio fue Fiscal del Juzgado Federal, y aunque no se conoce la fecha
exacta de su llegada, sí se tiene su firma en el Acta fundadora de la
Biblioteca Pública Domingo Faustino Sarmiento, el 2 de julio de 1910, en su
calidad de Presidente de la Comisión Directiva. Por otra parte, la muerte de
su padre ocurrida en 1891, nos remite al año 1911, o tal vez comienzos del
12. Efectivamente, Macedonio todavía estaba en Posadas, como lo atestiguan
tres expedientes encontrados en el Archivo del Juzgado, con su firma, dos de
1 912 y uno de 1913 (hallazgos que agradezco al bibliotecario Ricardo
Cáceres, quien colaboró con esta búsqueda desinteresadamente). Pero seamos
claros, la comprobación de datos biográficos, en nada modifican la autonomía
fantástica y poética del texto.
La escena del "aparecido" en plena
reverberación meridiana: eran las dos de la tarde de un día cálido en el
claro misterio de la siesta, convoca la atmósfera fantasmal y mágica que
admite la todoposibilidad de la imaginación, impulsada por los Afectos, la
Emotividad y la Pasión. El espectro paterno, no se presenta en la bruma
nocturna (¿otro Hamlet?), sino a plena luz del día. El aserto contradictorio
del poeta enceguecido y visionario, no se arredra ante la evidencia de lo
paradójico: Nada más cierto para mí que su muerte; nada más cierto que
estaba frente a mí, que me abrazaba y besaba y empezó prontamente a
hablarme. El discurso macedoniano no responde a las leyes de la lógica, su
saber abreva en los descubrimientos intempestivos de la Pasión. Las
paradojas en este universo discursivo encarnan la Pasión de pensar.
Mayo de 1933. Cena en
homenaje a Raúl Scalabrini Ortiz (centro), celebrando la quinta
edición de "El hombre que está solo y espera". Están presentes,
entre otros, Macedonio Fernández (conversando con Arturo Capdevila)
y Alfonsina Storni (a la izquierda del homenajeado). Foto del álbum
familiar, gentileza de Martín Scalabrini Ortiz.
El escritor,
ateo vitalicio, presenta a su padre como el dios humano de su pasado, esto
es así, porque la mirada del pensamientoniño encuentra en sus progenitores
la figuras divinas de su Afecto y de su Pasión. En 1929, escribe un poema
dedicado a su madre, titulado: Dios visto, mi madre. La memoria omnipotente
quiebra el devenir del tiempo y sostiene los dioses de la infancia en una
eternidad absoluta. La eternidad macedoniana no consiste en una duración
interminable, sino en un instante de amor total, de Almismo Ayoico o de
Altruismo, que se vuelve eterno. El Episodio de la aparición del Padre a la
Siesta queda plasmado en un perpetuo presente, en un instante eterno. Se
trata del Amor constante más allá de la Muerte (Quevedo) que rige la lírica
barroca y conceptista de Macedonio.
La errancia del alma en pena, un
vagar real pero no terrenal, no se vincula a un dogma religioso, sino al
estatuto metafísico de la teoría que denominó Idealismo Absoluto. Esta
posición extrema en el campo filosófico niega la Muerte del espíritu.
Con una indiferencia, y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz
de.Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la
muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el
hecho más nulo que puede sucederle al hombre.
En rigor de verdad, el
hecho más nulo que le sucedió a Macedonio fue morirse, dado que su doctrina
quedó ratificada: su voz y su pensarescribiendo siguen dialogando con todos
aquellos que lo conocen y disfrutan la grandeza de su imaginario.
NOTAS SCALABRINI ORTIZ, R., "Macedonio Fernández, nuestro primer
metafísico", en Nosotros, Bs.As., a XXII, N°228, mayo/1928, p.239. Obras
completas, de M. Fernández, Bs.As. Corregidor, 1976, Tomo II, p.260.
"Sweden/Borges", entrevista de Jorge Dotti, en ESPACIOS de crítica y
producción, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Bs.As., N°6, oct.nov/1987,
pp.3435. Reportaje de Tomás Eloy Martínez en La Opinión, Bs.As., 23 de
junio ,1974.
Obras Completas, 1976; T.II, p.72. Obras Completas, 1974, T.V, p.21.
Obras completas, 1990; T.VIII, p.59. BORGES, Jorge Luis, Macedonio
Fernández, Eds. Culturales Argentinas, 1961, pp.1011. BORGES, J.L.,
Obras Completas, Bs.As., Emecé, 1974, p.784
www.territoriodigital.com
SOBRE PAPELES DE RECIENVENIDO. Metafísico, humorista, poeta, teorizador
y novelista, Macedonio Fernández entrelaza sin embargo todos esos aspectos
en la mayor parte de su obra, a veces de modo bastante sorpresivo. Estos
procedimientos intempestivos se acrecientan en Papeles de Recienvenido desde
la organización misma del libro –cartas, salutaciones, discursos, capítulos
sin continuidad– donde la intromisión de lo insólito rompe la estabilidad
del espacio y la sucesión temporal hasta convertir a las ideas en objetos
concretos que proyectan su inasible consistencia en el vacío. Ese "milagro
de irracionalidad", como lo denomina Macedonio, libera por un momento al
hombre de las leyes racionales y le permite deslizarse sin traba alguna en
la fluyente incongruencia de lo cómico.
Macedonio Fernández, un film de
Ricardo Piglia y Andrés di Tello (1995)
Fallecido hace ahora sesenta años, en febrero de 1952, en el umbral de sus
ochenta, Macedonio Fernández fue abogado y doctor en Jurisprudencia, aunque en
realidad ejerció poco la profesión y terminó dejándola por la literatura. Si
bien, en su caso, hasta estos mínimos datos biográficos son muy relativos. El
mismo nos desconcierta: “El Universo o Realidad y yo nacimos en 1º de junio de
1874, y es sencillo añadir que ambos nacimientos ocurrieron cerca de aquí y en
una ciudad de Buenos Aires”, o bien: “Nací tempranamente: en una sola orilla
(aún no me he secado del todo) del Plata. Me encontraba en Buenos Aires, a la
sazón; era en 1875: fue el año de la revolución del ’74, como después tuvimos un
año de la revolución del ’90”, o aún: “Nací el 1º de octubre de 1875 y desde
este desarreglo empezó para mí un continuo vivir”. Otra cosa que le inquieta,
pronto, es la muerte, presentida como pérdida de amor, no de vida física,
concepción que se delinea en uno de sus poemas: “No es Muerte la libadora de
mejillas, / Esto es Muerte: el Olvido de ojos mirantes” (“Hay un morir”, 1912).
Entre estas dos circunstancias (tan imprecisa la primera como la segunda: baste
recordar que en una carta de 1905 habla de trabajos a realizar en 1906, “si
vivo”) puede recortarse una imagen retrospectiva, siempre indirecta, tanto de su
biografía como de sus quehaceres literarios. Publicó pocos libros en vida; un
enorme trabajo de busca y ordenamiento seguido por el hijo, Adolfo de Obieta,
rescató su obra copiosa y profunda. De aquéllos, se conocieron No toda es
vigilia la de los ojos abiertos (1928), Papeles de recienvenido (1929), Una
novela que comienza (1941). El texto que por muchos motivos se considera mayor,
Museo de la Novela de la Eterna (1967), se debe también a la generosa tarea de
su hijo. Viene de una elaboración teórico-práctica admirable (y anticipada en
varias décadas a las búsquedas y reflexiones del Nouveau Roman, que
revolucionaron la escritura de la novela) sobre el arte de escribir, el tema en
la narración, sus personajes, su autor. Macedonio pensaba publicarla junto a
Adriana Buenos Aires; ésta llevaría como subtítulo “última novela mala” y
Museo... “primera novela buena”, con un prólogo en común titulado “Lo que nace y
lo que muere”. No sabemos qué impedimentos frustraron la edición; acaso para la
época fuera algo descabellada.
En “Para una teoría del arte”, artículo de 1927, ya Macedonio predisponía contra
Calderón, Shakespeare, Dante, Quevedo, Goethe... Salvaba, sí, a Cervantes, el
único que habría tenido presente la situación del lector, su realidad frente a
la irrealidad del arte. Los otros no contenían más que “pueriles catálogos de
asuntos”. Para Macedonio, el arte realista es falaz, verosimilista,
extra-artístico. Lo intra-artístico, afirmaba, es consciente, se trata de un
procedimiento, de una técnica; él intenta operar sobre un lector no engañado,
salteado, para que “se pierda del ser, se libre de la realidad”. Hasta aquí,
Macedonio dirige el ataque contra “el asunto”, los “sucesos”. Luego vendrá, en
Museo de la Novela de la Eterna, la embestida total: contra la copia de la
realidad, contra los estados alucinatorios que se imponen al lector. Para ello,
propone la participación activa de los personajes en su más límpida función, la
de ser personajes, contraídos al “soñar ser”, actividad completamente
“inasequible a vivientes”. Los vivos son; los únicos que pueden, pues, soñar
ser, son los personajes. Este es el material genuino del Arte.
Macedonio, como ninguno en el Río de la Plata y muy pocos en Occidente, señala
así, precozmente, el camino para alcanzar la soberanía de lo ficticio. Concepto
que, para él, cubre la única literatura posible: “Fantasía constante quise para
mis páginas, y ante lo difícil que es evitar la alucinación de realidad, mácula
del arte, he creado el único personaje hasta hoy nacido cuya consistente
fantasía es garantía de firme irrealidad en esta novela indegradable a real...”.
No confunde los planos: “Yo quiero que el lector sepa siempre que está leyendo
una novela y no viendo un vivir, no presenciando (vida)”.
¿Qué nos llevó, en los magníficos y vilipendiados setentas, a prendarnos de este
escritor, a hacer de él una suerte de adalid de subversiones culturales y
literarias en época de tanto anhelo de otras transformaciones, de otros cambios
queridos? Jóvenes, leíamos sus versos, algunos de sus “papeles”, sabíamos de sus
dichos o frases humorísticas (gracias a menciones de Borges, enaltecedoras de su
talento, poco de su escritura), pero nada de eso tenía todavía un peso en
nuestros devenires ni, creo, en nuestros incipientes escritos.
Es realmente extraordinario, entonces, que se haya dado tal conjunción entre
nuestro descubrimiento de Macedonio, todo lo que sus ideas y su obra implicaban
de remoción, de desnudamiento y de desestructuración, y aquello que, para
decirlo sin demasiado dramatismo, “estaba pasando” en nuestro país, en nuestra
sociedad y en nuestras cabezas en lo que respecta a la crítica del sistema
tradicional de poder, a la lucha por nuevos modos de ejercerlo para distribuir
de otra manera la enorme riqueza que aquí se genera, y por el ejercicio de la
libertad de pensamiento.
¿Qué extraños mecanismos juntaban, en un mismo espacio y en un mismo tiempo, dos
fenómenos aparentemente tan distantes: los que acontecían en el campo de la
política, de la economía y de la sociedad y la revisión hasta el hueso de las
formas de narrar? ¿O tales fenómenos y tales campos no eran tan distantes y,
casi como si tuviera que ser necesariamente en Macedonio, se juntaban en su
reflexión y en su práctica textual? ¿Por qué justamente él? ¿Por su pensamiento
anarquista, por su vanguardismo, por su yrigoyenismo posterior, por haber
simpatizado con Forja, uno de cuyos fundadores, Raúl Scalabrini Ortiz,
admirándolo hasta la devoción, lo declaró “el primer metafísico de Buenos Aires
y el único filósofo auténtico” y consagró “el primero y más grande en la secuela
de profetas porteños”? Y, en otras instancias: ¿Porque la revelación de la
materialidad de la literatura descubría otras materialidades? ¿Porque el cambio
que él preconizaba en la textualidad implicaba, suponía, exigía, el cambio en
otras relaciones de producción y en la elaboración de otras “textualidades”?
¿Porque desnudar la trama de una producción simbólica supone desnudar la de
otras? ¿Por el carácter material de la literatura? ¿Por el carácter material de
la historia? ¿Por el carácter material de la materia?
No lo sé, pero hasta hoy encuentro enigmática esa relación implícita que se fue
plasmando, que se fue constituyendo entre aquel escritor y pensador y los aires
de la época, y creo que tamaño interrogante justifica con creces que sea
exactamente a Macedonio Fernández a quien se dediquen estas líneas.
La tesis titulada
"Escribir en Macedonio Fernández: un acercamiento liminal a las márgenes de una
novela", realizada por el profesional en Estudios Literarios Luis Ernesto Rozo
Jiménez, analiza cómo la obra de Macedonio Fernández, se decostruye a sí misma y
escapa al rótulo de metafísica que se le impone.
Esta investigación
recibió Mención de Tesis Meritoria en el 2005 y fue participante del Concurso
Nacional Otto de Greiff, Mejores Trabajos de Grado, Versión XI, en el área de
Creatividad y Expresión en el área de Artes y Letras.
Luis Ernesto Rozo Jímenez estudio Literatura en la Universidad Nacional de
Colombia sede Bogotá y realizó este trabajo bajo la dirección del profesor Jesús
Enrique Rodríguez.
El objeto del trabajo es la obra escrita de Macedonio
Fernández, básicamente en "Los papeles del Recienvenido", "No toda es vigilia la
de los ojos abiertos, sus teorías", parte de su correspondencia y sus dos
‘novelas’: "Adriana Buenos Aires" y "El Museo de la novela de la Eterna".
Aquí se plantea y desarrolla la propuesta estética del autor: "La Belarte de
conmoción conciencial". Para ello el autor parte de la hipótesis de que el
discurso macedoniano no sólo postula una "teoría de la recepción estética", sino
que dicha teoría se enuncia con la indeterminación propia de una obra literaria,
cuya ambigüedad e ironía deconstruyen el texto. De esta manera, describe cómo el
discurso macedoniano se deconstruye a sí mismo y escapa al rótulo de Metafísico;
rótulo que se le ha impuesto tradicionalmente tanto a Macedonio como a su obra.
Así, el objetivo del trabajo es mostrar cómo la ruptura macedoniana respecto
a la metafísica y al realismo reformula las nociones de escritura, texto y
lectura. Para lo cual se analiza su obra a trasluz de la Teoría de la Recepción
y la Gramatología derridiana, en tanto crítica al logofonocentrismo metafísico.
El análisis se compone de tres ejes o nudos textuales que se entrelazan
entre sí: 1. Tras enunciar las herramientas y el margen teórico del trabajo, se
confronta el "concepto" de metafísica enunciado por Macedonio con aquello que
Derrida denuncia como logofonocentrismo; teniendo en cuenta las criticas a esta
forma "occidentalista" de pensar, postuladas por Nietzsche y Heidegger. Además,
con el fin de indagar de dónde es Recienvenido Macedonio, se contrasta su
estética con la Romántica, teniendo en cuenta que esta última implica,
desarrolla y se fundamenta en el pensamiento metafísico occidental.
2.
Luego, se aborda el problema de la escritura y el texto en Macedonio a partir de
los postulados de la Gramatología y la Deconstrucción. Se analizó la manera en
que para Macedonio y Derrida el texto se desborda y se deconstruye, haciendo del
mundo y de la historia un architexto creciente, dinámico e inabarcable. En esta
parte, se revisa cómo la indeterminación, propia de todo texto literario, en
Macedonio está estrechamente ligada a los "conceptos" de museo y ciudad.
3. El tercer nudo que articula este trabajo consiste en el problema de la
lectura en-y-de la Belarte macedoniana. Apoyado en la deconstrucción y la teoría
de la recepción se desglosa la concepción de la experiencia estética expuesta
por Macedonio en su teoría de conmoción consciencial.
En un último
capítulo se anudan los tópicos de escritura, lectura y texto; con el fin de
describir el suplemento masturbatorio de Macedonio (la Belarte y la teoría de la
conmoción consciencial) en tanto crítica, salida o promesa de escape ante el
anhelo de la presencia-presente y del quererse-oír-hablar-absoluto de la
metafísica. También se advierten algunas repercusiones y peligros de la
geopolítica de la presencia; se retoma la problemática de la interpretación a la
luz del devenir de la lógica, la filosofía del lenguaje y la matemática en
contraste con los postulados y promesas de la Belarte; con el fin de dar cuenta
del archi-texto en el que se desarrolla la obra de Macedonio Fernández.
Para quienes estén interesados en contactar al autor de esta tesis, pueden
hacerlo al correo electrónico: arepaconaguacate@hotmail.com /
lerozoj@unal.edu.co
¿Por qué los chistes de Macedonio todavía hacen reír? La esencia profunda
del humor consiste en la repentina desubicación de algo que parecía
establecido. Macedonio desubica al lector al hacerlo reír en el acto de
leer. Dirigiéndose al lector, dice: “¿Nota usted que continúo?”. Nos obliga
a interesarnos por la imposibilidad de la realidad, pues ella siempre se
abre para pensar sobre sí misma. La risa proviene de anular nuestra certeza
inmediata de que estamos leyendo y súbitamente el escrito se convierte en un
vacío que destruye su estabilidad ante nuestros ojos. El resultado es que la
identidad del lector también se diluye. No hay nada que nos haga reír más
–con una risa preocupada, reflexiva– que la ausencia de nuestro yo
justamente cuando parece que nos sostiene en los momentos cruciales de la
existencia. Por ejemplo, cuando estamos leyendo.
Es una anulación, por la vía del absurdo, de las relaciones entre acciones,
cosas y existencias. Como resultado de este idealismo tan radicalizado, se
produce un fenómeno paradójico. La realidad inmaterial, la conciencia inerte
y la lectura mecánica adquieren una forma viva. Todo objeto inactivo o
indolente comienza a pensar; todo sujeto vivo es absorbido por un texto. En
Macedonio, existe la vida, pero en el interior de una dislocación entre el
pensamiento y la acción. Y todo eso ocurre en la fuente primordial del
conocimiento: el acto de lectura. Una lectura desquiciada, rota por dentro
en su propia temporalidad.
El lector siente en carne viva esa lúcida extravagancia. Cree que es un
sujeto frente a un objeto, cree que es un lector ante un texto, y de repente
se ve transformado en un objeto más dentro de otro objeto, ese mismo texto,
que se deshace ante él. Toda acción se hace inverosímil, un sueño sin
sujeto, según las propias palabras de Macedonio. Se trata de una pedagogía
que explora los límites del conocimiento. Si creo que voy a tener conciencia
de lo que realmente hago cuando leo, si el acto de lectura está funcionando
sin sobresaltos, Macedonio rechaza todo esto introduciendo una pedagogía
conmovedora e imposible, que es la de hacer de la existencia una
autorreflexión permanente. Su dificultad consiste en cavilar en un
desdoblamiento infinito en las condiciones que hacen posible el pensamiento
sobre el pensamiento. Este es el hueso de las pedagogías.
Todo se torna un presente irrealizado, todo queda pendiente, aplazado. Y el
que escribe, un fantasma omnisciente, me pregunta si me doy cuenta de que
hay una discontinuidad entre mi yo y lo real, entre el tiempo de mi ser y el
tiempo de la nada. Como en los grandes fenomenólogos de su época (a los que
negó), la nada está en el ser no como un gusano que horada sino como un
chiste encargado de interrumpir el flujo continuo de las cosas. Y también de
disolver cualquier unidad –mi yo, ni conciencia– que se presente con
pretensiones de continuidad y soberanía. Si no fuera un personaje totalmente
exento de una estética de la crueldad y de un escenario de locura aceptada,
Macedonio expresaría algo semejante a lo que por la misma época exploraba
Artaud, un surrealismo que buscaba la vigilia en el juego onírico de abolir
lo real. No abolir los objetos del mundo, todos necesarios e inverosímiles,
sino la realidad ilusoria que los mantiene relacionados.
A sesenta años de su muerte aun entusiasma a la perseverante secta siempre
engrosada de sus lectores. La de Macedonio es una filosofía humorística del
Ser y la Nada, del acriollamiento del surrealismo, de la radicalización del
pragmatismo anglosajón, de la jocosidad de una filosofía del lenguaje
parecida a la que Wittgenstein puso en versículos y de un humor en la teoría
de la escritura que no recuerda mal los famosos experimentos de Lawrence
Sterne en Tristam Shandy. Increíblemente, el texto se transforma en una
forma de vida, una personificación que iguala espontaneidad del vivir y acto
de lectura, donde todo queda claro de toda claridad. Sólo que Macedonio,
este hombre criollo, llega a esta conclusión a través de difíciles
alquimias. Actuando en la trastienda última de los idiomas. Por eso su
culto, que hoy es amplio y abarca a todas las generaciones literarias
argentinas, forma parte del saber de una hermandad sigilosa que se reúne de
tanto en tanto para conspirar a la luz. Hombres y mujeres de estilos y
filosofías muy diferentes se darán los días finales de octubre una cita
macedoniana en la Biblioteca Nacional y en el Malba, convocadas por el
oficiante Roberto Ferro, para revisar como suelen decir ahora los no
macedonianos, “el estado del arte”.
Ni ésta, pasajera, ni una eterna obra literaria, ni un autor común ni uno
privilegiado de inmortalidad, pueden atribuirse audiencia en la tensión noble de
esta hora mayor de la humanidad. Con escalofrío tendría que mirar un autor
consciente el desaire del andar aparecido de un libro suyo por entre la
desatención suprema de una humanidad en única ennoblecida contención.
De
una edición de solo doscientos ejemplares ésta es esencialmente una segunda,
después de casi quince años de aquélla y de prometida ésta. Para que su
manuscrito yacente en un armario no moleste mis pocas energías mentales, que
dedico a la pulsación actual de lo humano, lo saco de cerca de mí; todo nos
gasta a los ancianos.
Creo que salvo pocos renglones felices no aporto
novedad en la humorística que había estudiado tanto. Que el lector, condolido, a
ml personalmente me perdone lo que, juagante, no perdonará al libro.
Si
muchos miedos, y una constante imposición del Misterio, hacen humorista, nadie
escribirá más alegremente, hará más optimistas que yo.
M. F.
I. PAPELES DE RECIENVENIDO
El Recienvenido (Fragmento) ¡Fue tan fortísimo el golpe que no hay memoria en la
localidad de que en los últimos cuarenta años se haya registrado temperatura tan
elevada en la región golpeada! (Otra cosa que los más ancianos del país no
recuerdan es que yo haya sido visto con dinero algún día en ese mismo intervalo;
pero eso lo diré más adelante, cuando otro hecho excepcional requiera el énfasis
de una referencia a cosa no acaecida en cuarenta años. Esos intervalos de 40
años tan cómodos se encuentran en cualquier localidad, a menos que hayan sido
recientemente atropellados por una locomotora y que todavía el ayuntamiento
local no haya iniciado su reconstrucción. Es muy conveniente que una vez
registrado un terremoto y puestos hacia afuera sus bolsillos, se le coloque en
el departamento contiguo al de intervalos de 40 años y al de las temperaturas
más revisadas y registradas, y que estos tres locales estén siempre a la
izquierda y a breve distancia de la Estación de tren, que es el lugar donde se
elevan las tarifas, con amplia facilidad para descan ilamientos a la derecha. Un
poco más allá... todo viajero que no se haya quedado en su casa debe saber
distinguir el lugar denominado unpocomásallá, sin lo cual andaría tan extraviado
como si no hubiera leído nuncalo que no puedo creer mi discreta obra "La Guía
del Cojo en el Camino Recto de la Vida". Soy de un temperamento tan
instructivo que no puedo dejar de informaros que todos los pueblos existentes
los inexistentes son malsanos deben tener una estatua del inventor de los lados
derecho e izquierdo y los de revés y anverso, distinción ésta que sólo los
agujeros escurren. No me pregunten ahora el por qué los comisarios más abusivos
siempre se abstuvieron de llevar presa a ninguna estatua, que viven en las
plazas como los vagabundos, ostentando el mal ejemplo de su holgazanería.
Aborrezco las estatuas: casi siempre son hombres con sobretodo griego, o amplia
levita de mármol. Si absurdo suele ser el traje actual del varón, esos botones y
trencillas de mármol, ese trozo gruesísimo de mármol que simula los faldones
levantados levemente por la brisa, son intolerables, y todo para que un hombre
esté allí asegurándonos con su mano y su boca que nos va a decir cosas
elocuentes y no se le oye en todo el día. Si uno fuera a hacerles caso, no
penetraría en ninguna plaza, pues están a la entrada con el brazo tendido hacia
mí (y demás personas). Dicho brazo grita: "Vete, deténte". No atienden
recomendaciones aunque en vida no hacían otra cosa que pedir o dar empleos.
Felizmente la naturaleza los ha dotado de la incapacidad de darse vuelta, y
aprovechando un momento el gran sistema es entrar por el lado opuesto,
apuntándose de camino un cafecito en el boliche de los "Tres Angeles y Medio",
que hace tanto negocio a espaldas del grandioso personaje. Voy a cerrar aquí el
paréntesis; es fácil volver a abrirlo.) Un instante, querido lector: por
ahora no escribo nada. Estoy callado para meditar acerca de un telegrama que leo
en "La Prensa" y que me asegura no haber sido destruida por la explosión la
ciudad próspera y antigua de Muchagente Vielemenschen, sino levemente dañada y
tan poco que si hubiera explosiones de gigantescos arsenales que mejoraran las
casas de las ciudades, ésta sería una. Hace tres días la ciudad voló; a la tarde
ya la mitad había reaparecido y con la otra mitad o dos mitades más que se
encontraron intactas ayer, resulta que el ciento por ciento de las cuatro
cuartas partes gozan del orden restablecido y hoy tiene más mitades que antes.
Los muertos por la explosión tienen de nuevo donde vivir y creo que hasta hay
dos casas más: quizá una para mí y otra para el corresponsal de los telegramas.
Yo no voy a viajar fuera de mi domicilio para ir a una ciudad de gran explosión
postergada, cuando en este momento me avisan queestá servido el desayuno.
Viajar: uno está expuesto a hablar idiomas que no sabe, por no estar callado en
alemán, que tampoco lo sé hacer. Además recibí una notificación del Ministerio
de Policía recomendándome no ira] país para no aumentarla disminución de
alimentos que abunda en toda la nación, Yo iba a contestar al Ministerio
interpelante que no podía reinar el hambre en Alemania porque como república que
era según se advertía por la orientación de las calles y la costumbre de que los
habitantes de las casas las ocupen por dentro, ninguna entidad puede reinar en
ella. Pero pido al lector ayude a no meterme en incidencias. A veces se
pierde la vida en un incidente, siendo la vida útil y los incidentes inútiles.
Mejor es seguir practicando la longevidad, como lo hago yo desde la niñez,
porque si bien la muerte mejora la reputación de las personas... Mas recuerdo
que he suspendido el escribir hace ya mucho rato y si el lector se ha tenido
cerca voy a explicarle lo que pasó con aquel golpe. Recordará el lector que al
empezar este libro me di un golpe y tomé la pluma para detallar que por efecto
de él como el suelo está al alcance de todas las personas, no faltará al lector
ocasión de verificar la exactitud del síndrome a posteriori de un golpe, podré
decir con solemnidad: los signos premonitorios o semiológicos de haberse dado un
golpe, son: tumefacción en la región receptora, gran número de espectadores que
antes estaban ocupadísimos a varias cuadras de allí, tres vigilantes a pitadas
alternantes... (Estos vigilantes no pueden arrestar a un golpeado sin traer
mucha gente.) Pero me temo que estos paréntesis van a cansar al lector más aún
que si se tratara de un libro consagrado como la Divina Comedia o el Paraíso
Podado u otra obra bostezable como las quej umbres de Fray Luis de León o del
constante inocente Leopardi... Sin embargo, estoy con León: hay que huirle a los
voluminosos dorados y artesonados y buscarse asiento alejado donde le caigan a
otro (me acuerdo cariñosamente del prójimo) o entrar en salones donde ya se
hayan caído o en el que el artista haya esculpido en el piso las peligrosas
comisas. El suelo no cae encima: es el mejor adorno de una casa y por eso en la
Antigüedad, tiempo de las cosas bien hechas, se colocaba un suelo a los
edificios haciendo juego con el techo y en dirección opuesta, de manera que el
que penetrara los edificios no son impenetrables en ellos, tenía el gusto de
ignorar continuamente si había puesto los pies e1 cojo Agesilao ponía un pie y
una muleta, y se le perdonaba cojear porque se había hecho quereren el cielo
raso o en el piso. Esto ofrecía la ventaja, nadie me lo va a creer, de... Pero
se me ha olvidado esta ventaja: debo haberla leído en algo que se ha escrito y
en el afán de pasarle el libro a otro no he retenido bien el párrafo. Lo que es
difícil de retener es al lector: ¿por dónde andará ahora? Uno, al menos y sin
pretensión, necesito cada vez. Al principio lo había conseguido y no he sabido
cuidarlo. Es inmodesto, y quizá le incomodará, haber topado con el único libro
en que solamente el autor habla. En lo que precede puede haberme desconceptuado,
pero las próximas páginas me acreditarán de escritor agradable, nada genial ni
erudito y muy conocido.
(Escrito en una aldea donde la recienvenidez, de
solo una vez, no se le saca uno nunca. En Buenos Aires, que estima inverosímil
haber vivido hasta los treinta o cuarenta sin conocerla, por lo que hay que
sacarse pronto la recienvenidez tardía, todo el primera vez llegado, que conoce
en los semblantes el mal gusto del no haber nacido en ella, se apresura a dar
una instruidísima conferencia sobre "La Argentinay los argentinos" tres
díasdespués de desembarcado. Esto daresultado; se comprende que conferencia tan
pronta y con tal tema no es la colosal fatuidad y entrometimiento ignorante que
suele sospecharse, sino la ansiedad por quitarse cuanto antes la pátina de
recienvenidez. Ser "recienvenido" en Buenos Aires ni por un momento se perdona;
es como insolencia). ("proa', 1923)
El accidente de Recienvenido
Me di contra la vereda. ¿En defensa propia? indagó el agente. No, en
ofensa propia: yo mismo me he descargado la vereda en la frente. La comisa de
la vereda apuntó un reportero le cayó sobre el rostro a nivel de la tercera
circunvolución izquierda, asiento de la palabra... Y del periodismo insinuó
el accidentado. Que ha recobrado en este momento. Y sigue redactando el
periodista: El artesonado de la acera... No se culpe a nadie, propongo... No,
eso es para suicidarse. De mi pronta mejoría, quería decir. Ruego al señor
reportero que figure algo en la noticia de "decúbito dorsal". No hay
necesidad: los operarios tipógrafos lo ponen siempre. O si no, ponen: "base del
cráneo". ¿Se me dirá si me puedo levantar sin deslucir la noticia de un
suicidio? ¿Iban mal sus negocios? Nada de eso: la única dificultad ha sido
el cordón de la vereda. ¿Puedo anotar oposición de familia a su noviazgo?
Otro insiste en que había mediado agresión y le ruega aclare si se interponía
"un viejo resentimiento". Alguien, un desconocido desde mucho tiempo atrás
para usted, avanzó resueltamente y desenfundando un cordón de la vereda
ColtBrowing se lo disparó. En fin, Recienvenido empieza a sulfurarse y los
increpa: ¡Yo estaba aquí antes que ustedes y mis informes son más
anticipados! Voy a darles un resumen publicable: "Yo caí. fui derribado por
el golpe de la orilla de la vereda; sin embargo, no necesitaba ya serlo, pues mi
cabeza salió a recibir el golpe yéndose al suelo. "Caí; fue en ese momento
que me encontré en el suelo. Ninguna persona había. ¡Estaba yo! Y yo. Y yo
dicen los reporteros. Muy bien. No imaginando que hubieran tantas personas en
torno mío que me precisaran, invertí unos minutos de desmayo en estarme
quieto sin apresuramiento. Cuando desperté, me supuse o que había recibido parte
de la vereda en la cabeza, o que había leído algún capítulo de Literatura
Obligatoria del Mío Cid o el Cielo del Dante. Rodeado, en las cuatro direcciones
de la instrucción pública, N. S. E. y O., por infinitas personas en número de
setenta que habían abandonado importantes negocios para formarme un cinturón
zoológico suburbano, se llamó a la Asistencia Pública para que me trajera un
vaso de agua que nunca llegó. Retardo de la Asistencia Pública anota un
cronista. Algo de delirio otro. ¿Me permiten? siguió Recienvenido. No
obstante la falta de horario, el accidente es la única cosa que yo nunca he
visto desperdiciar; el agua caliente, el fuego, desperdiciamos con frecuencia,
pero siempre alrededor de aquél he visto a muchas personas que están juntando al
accidentado, rodeándolo para que no se filtre y desparrame, formando un círculo
tan perfecto como perfecto es el centro de él formado por la persona más o menos
completa en el momento que ha tomado el papel de accidentado. 1922
Conferencia no anunciada de Recienvenido en el local de su accidente
Deseosos de. ser "útiles a nosotros mismos y a nuestros semejantes", para lo
cual nos han educado gratuitamente, dejamos ¿en pos de alguien, de la "bella
desconocida"? a Recienvenido, bregando en medio de la vía por levantarse de su
accidente. Autores como somos de muchas autobiografías exactísimas, hemos
experimentado que aparece de tanto en tanto en las narrativas algún momento
literario en que el escritor debe dejar a su protagonista: ese instante sonó
ahora, cuando todo nos impulsaba a consolarlo, demostrándole que no se había
caído sino que, miradas desde una ambulancia de la Asistencia, las personas que
se quejan y muestran desgarradas las ropas parecen caídas. Irritábase por
nuestro alejamiento y la concurrencia de gran público que, llegado seguramente
de otro punto, arribó no obstante tan pronto como si la ambulancia lo trajera
por previsión gubernamental junto con los auxilios en vista de la morosidad del
público no oficial, o como si existieran destacamentos de público apostados
distributivamente en las proximidades de los lugares para accidentes, que
acudirían en un instanite a curar con su presencia a la persona que al final de
una caída es atropellada por el suelo. La rapidez con que se improvisa una
concurrencia en redor de un asesinado, robado o derribado, evidencia el esfuerzo
de amor propio con que la población quisiera demostrarse superior en ligereza de
piernas a la víctima. En una caída de tres metros el piso llega demasiado
tarde y daría tiempo al público para llegarantes del accidente, que es Toque
merece una ciudad como Buenos Aires, pues es descrédito para una metrópoli de
canillitas y futbolistas que cualquier común accidentado los supere en agilidad
y llegue siempre al lugar antes. Tal lo dijo en su exordio, en aquella
ocasión de conferencista, Recienvenido, irritado por su desastre y tratando de
humillar a la gente que se había agolpado a mirarlo. Disertó así. "Deberes y
Responsabilidades de un Público de Accidentes: "Si os proclamáis habitantes
de la ciudad que no sólo vende mas diarios sino que gracias a sus raudos
canillitas los vende más pronto, y del mejor fútbol del mundo, no os hagáis
nunca esperar de un accidentado y penetráos de que el modo de no llegar tarde
será llegar antes del suceso. Esforzáos, por lo menos, en ser un público de las
caídas que llegue antes que el suelo. "Inmediatamente, vosotros que lo
esperáis le diréis, lisonjeándolo merecidamente: "Crea usted, señor, que es
la única persona que ha conseguido quebrarse una pierna en el metro cuadrado
donde usted está. Muchos lo han intentado y nos han hecho esperar repetidamente,
sin conseguirlo. "Es admirable cómo de una vereda tan baja, en un suelo tan
escaso y con una pierna tan pequeña, habéis conseguido una cojera tan completa y
durable. "Además, vuestro accidente tiene el mérito de que se ven claramente
todos los elementos causales del suceso; tan pronto como os avistamos percibimos
que el motivo ocasional de vuestra caída tenía que haber sido el hecho de haber,
durante vuestro sueño de la pasada noche, soñado con bananas enteras; y como los
sueños se realizan por mitad, ahora habéis caminado sólo sobre las cáscaras.
"Añadiremos, para no haceros esperar más como conferencista y finalizando con un
consuelo, que recientemente comprobamos que los públicos de accidente también se
caen. Estábamos presenciando un desfile militar, desde las localidades altas de
un gran árbol, cuando éste se viene abajo, porque resultó que lo que creíamos
ombú había sido una planta de espárragos crecida morbosamente pero débil no
obstante su magnitud. "'Os escuchamos respetuosamente` f inalizaréis
diciendo, y yo tomaré entonces la palabra. "Me habéis halagado, alegrado
tanto con lo que os atribuyo haberme dicho, que voy a recompensaros con tales
manifestaciones, que, aunque fatigados de tanto abrir la boca, vosotros,
virtuosos de la boquiabriencia, volveréis a abrirla de vereda a vereda, como
suele decirse elegantemente, con lo que vais a oírme. "Soy el marido
`sintético'. Los hombres por síntesis, como yo, estudiamos las importantes
pequeñeces que el hombre por alumbramiento (y otros detalles) desdeña. Además,
como lo habréis advertido, no soy el Hombre Invisible sino, al contrario, el
Hombre Evidente, algo más raro, útil y difícil. "Yo he estudiado la duración
del tiempo que invierte un botón que se cae y pierde, en esconderse tras la pata
de la cama hasta que se va su amo. Entonces se encanima a treparse sobre el
techo del ropero. Este tiempo también lo estudié. Un botón, en seguida de
extraviarlo, debéis pesquisarlo primero bajo la cama y sólo más tarde sobre el
ropero, pues emplea tiempo en esta ascensión. "No os sobrevengo con la
novedad de que se acabó el Infinito; ni la de que este mundo se ha combinado con
todos los botones cosidos flojos como traje hecho (con lo cual uno se cree nuevo
y lo creen nuevo); ni la de que el hombre que se ubicó en el vacío para vivir
eternamente, se abanicaba. Ni siquiera os recomendaré que acepte cada uno su
lote de ridículo, de antipatía. Ni disertaré sobre el Suspiro Irrompible o Los
Anteojos de No Ver, ahumados. "Soy un hombre módico que quepo en todo mínimo
de todo caso y cosa: de las inmensas y graves cifras de finanzas, comercio y
producción del número de fin de año de los grandes diarios, la única noticia que
busco es la de que no se haya perdido la cosecha de `huevos de gallo'. "En
fin, os comunico que así como el destino de los autos es la abolladura, el mío
era desde el principio la longevidad y por el método de todos los longevos:
seguir vivo. Pero otra cosa además de eso necesitamos los futuros longevos. ¿Qué
he hecho yo de diferente del hombre común de corta o media vida? "Yo creo que
el longevismo... Ordenemos mejor la exposición. "La corbata larga, de nudo con
cuello duro doblado y apretado, que se lleve constantemente desarreglada,
salida, empacada, es al mismo tiempo lo que conquista más pronto el amor y
dedicación de toda mujer y la secreta causa del longevismo. "No conozco a
nadie que haya pasado por más tentativas de ahorcamiento por parte de los amigos
y hasta de un transeúnte femenino cualquiera o de un mozo servicial de bar, que
yo con esa corbata. No conozco a nadie que no haya sido turbado por las señas,
invitándonos a un aparte inopinado, de algún empleado de tienda o de un
transeúnte o mozo de bar. Era equívoco, era riesgoso seguir estos llamados.
Acatándolos, al poco rato me hallaba afablemente tironeado de mi corbata (es el
atletismo que no falta a las personas más endebles; un fuerte tirador de
corbatas empacadas, torcidas, saltadas, voladas, derramadas o flojamente
oscilantes, vive en cualquier frágil humanidad.) "Todos los que tienen
latente vocación para verdugos de ahorcamiento se alistan inmediatamente ante
una corbata desanudada y os piden os entreguéis, con atlético gesto; se apoderan
de los extremos de la corbata y os la arreglan, desarreglando algo también.
"Y, sin embargo, la indemnidad contra los ahorcamientos es un seguro de la
longevidad. Sobrevivir a una corbata mal anudada es el método de la larga vida.
"Sin saber estas cosas, nadie puede ser feliz. El que no las sabe es tan
desdichado como un público callejero de bobos ociosos que no saben elegir entre
uno y otro de dos accidentes que ocurren en el mismo instante en distinto lugar,
por la anarquía o falta de concordancia de los programas para accidentes de ese
día." Entre los papeles de Recienvenido no hemos encontrado continuación o
final de esta conferencia. Sea porque lo que se concluyó fue el público,
molestado por las intemperancias de Recienvenido, o porque a su conferencia le
ocurrió también un accidente. 1922
El bastón de Recienvenido
Desde que dejé olvidado mi perro, colgado en una percha del vestíbulo o metido
en el paragüero de una casa que visitaba, decidí reemplazarlo por una
omatocompañía más inseparable, pues personas de mucho éxito en la retención de
sus varitas garantíanme no recordar caso alguno de olvido de bastón, aparte de
otros inconvenientes que no se promueven entre bastones en los vestíbulos y sí
entre perros. Tan positivo aserto me extrañaba. Simplifiqué rápidamente la
situación mental para llegar a la verdad: olvido de comprar bastón, olvido de
este mismo bastón y olvido de haberlo olvidado, porque la memoria de olvidar no
hace distingos y el que olvida un bastón sería contradictorio que recordara
haberlo olvidado y haberlo poseído. Supongamos que yo (adoptemos la hipótesis
en primera persona) he perdido o no un bastón. Si usted por ejemplo (adopte
usted la hipótesis; es justo que usted también sea obsequiado con supuestos)
presumimos que es mezclado con el pavimento por un automóvil... Noto que
usted es moroso en calzarse la hipótesis que le he brindado. Mientras espero que
se la pruebe, lector, para ganar tiempo me ocuparé de otra cosa, por ejemplo
de... En fin, no pretendo sino que, como acabo de hacerlo, las diferentes
hipótesis que por momentos exija mi relato sean turnantes, sin abusar
asignándole a cargo de usted los peores supuestos. Además, como suministrador de
todas las hipótesis de mi libro y como el lector de buen humor es el que ha
hecho todas las reputaciones literarias, no haré caer sobre usted ninguna
hipótesis cruel sino cuando note que, algo soñoliento, está completando la
horita de sueño que le falta de anoche, libro en mano. Entonces mi hipótesis no
será en su mente más que un ensueño sin consecuencias. Yo también conozco los
mejores locales y oportunidades de completar sueño; un sueño abundante favorece
mucho a la inteligencia, y es así que yo dormía tanto, por ejemplo cuatro horas
en casa y tres en laFacultad, que llamaba la atención por mi despejo; hubo que
inventar clasificaciones tan altas para estimularme, que yo las pasaba
cómodamente por debajo. Con mi sistema se aprende más que faltando a clase.
Sin embargo, un día primaveral en que no asistí me resultó provechoso, pues supe
tantas cosas de Juanita, la tercera prima de un mucamo vecino, que con los dos
tercios de parentesco que éste no usaba me enteré más del Paraíso que oyendo la
conferencia de Teodicea. He aquí un prólogo cuya continuación depende del
lector; se lo abandono. Pero el bastón, que con esta interrupción ya parece
funcionar como bastón perdido, vuelve a nuestro asunto. Recienvenido lo había
elegido de los más largos en una vidriera. La gran distancia a que estaba el
regatón de la empuñadura, hacía llegar a su portador de una vereda a otra más
pronto que sus congéneres comunes, y parte de la reputación de puntual que tenía
Recienvenido se debía a esta virtud de su regatón, de llegar un poquito antes;
era, en fin, la magnitud a que debía estirarse una varita de gusto, pues esas
pequeñas que parece que no se llevan, o que a cada paso el caballero las alza de
la vereda, distraen a los botines de su tarea, siguiéndoles una conversación
como la del hombre de la esquina con el vigilante en el centro de la calzada a
medianoche, que perturba a éste en su trabajo de no estar en su casa, único
trabajo perfectamente continuo y por lo tanto delicadísimo que es dado al hombre
efectuar. Cuando lo dejaba en un paragüero, no trababa pelea de perros con
otros bastones, ni idilios con el pie de las sombrillas; le merecía tanta
confianza a Recienvenido que a veces, en asunto grave, éste iniciaba su discurso
diciendo: "Yo y mi bastón opinamos". 1922
El "capítulo siguiente"
de la autobiografía del Recienvenido
De autor ignorado y que no se sabe si escribe bien Nota del Editor. (El
autor también figurará escribiendo.)
Presentamos el más escrito de los
ocho capítulos de esta obra, que no se cree haya habido quien la escriba, pues
su autor era tan desconocido a los diecisiete años que es imaginable cuánto
habrá progresado después, tanto más cuanto la precocidad fue la primera cualidad
que adquirió; a los nueve años era ya casi un niño y a los once ya tenía un
hermano que entendía a Bergson; lo que éste mismo no pudo nunca con toda la
inteligencia que le consiguió su influyente familia. Tan es así que si tan es
así no fuera todo lo que de él se sabe no se ignoraría todavía. Como desconocido
es el más completo que haya sido encontrado con vida en la historia desde el
pasado hasta una semana próxima que tenga días; más adelante no se sabe lo que
sucederá y limitamos nuestra aseveración a lo pasado y al retazo de porvenir que
está inmediatamente detrás de una próxima salida de "Proa" (no he leído a
Bergson pero lo escribo regular, como queda probado); fieles a "Proa", el
formato de porvenir que nuestra inteligencia alcanza a columbrar no pasa de ahí,
un día más y no sabemos nada. No venimos tan bien informados como Mahoma que
llegó exacto el primer día de su era; si arriba un día antes no tiene dónde
acomodarse en el tiempo. Tenía el porte y los rasgos de fisonomía de extremo
parecido a los del héroe desconocido y pudo ganarse la vida lo mismo que este
funcionario europeo, si no fuera que lo diferenciaba un desaire héchole por la
Naturaleza: la pronunciada curva en la espalda, que dicen algunos era una
pulmonía de repuesto que llevaba. Admiten otros que su torso presentaba ese
martillo a favor, por efectos de excesivas lecturas; no porque lo que uno lee se
le gane allí cuando no sirve para la cabeza, sino por descuido de su postura en
el acto de consumir renglones. El preámbulo, que hasta aquí era corto, virtud
que no le va a durar, no podemos apagarlo todavía. Tenemos que decir que con el
mismo trabajo que se tomó el autor para hacer esta autobiografía pudo decirnos
algo de su propia vida. No nos dejaría así, tan completa como si nos la hubiera
prometido, una ignorancia erudita y sin compostura ya de sus vicisitudes y
carácter, que pasamos a editar bajo evidentes dificultades. Nuestro autor es
verdaderamente incógnito; si no fuera que Shakespeare tiene ya con quien se le
confunda, sería una satisfacción ofrecérselo para ese propósito. La lectura de
sus obras no nos procura base para juzgar sus talentos de escritor; ignoramos
siempre si cumplía años, si nació disgustado, si mejoraba de las enfermedades o
moría cada vez; si su vida se prolongó hasta el fin de sus días o pudo la
ciencia hacerla concluir antes; si disputó que su deceso era prematuro o se puso
del partido de la concurrencia mortuoria que "lo lamentaba", por tardío; si por
extremo de puntualidad se presentaba siempre en el lugar de la cita un cuarto de
hora antes de llegar o al contrario tenía reputación de ser el primer en llegar
tarde, a casa del dentista u otros locales de distracción; si se conocía cuando
tosía o nadie lo oía por tratarse de tan famoso desconocido; si logró que el
porcentaje de horadación de su inteligencia por obra de las buenas lecturas y
las instrucciones pública y universitaria fuera menor que el soportado por
jóvenes más respetuosos, como yo, por ejemplo; si donde se le invitara a comer
(iría yo; ¿es extensiva la invitación?) agrandaba los agujeros del mantel que
circulaban cerca de su mano para investigar hasta qué dimensión podían abrirse
los ojos de la dueña de casa ante ese espectáculo exasperante y luego la
mortificaba diciendo que: agujeros mejores y de color más sufrido que éstos se
vendía en cualquier negocio, donde había, además, jabones para lavar de agujeros
los paños, y cepillos para echarlos fuera del mantel junto con las migas. Su
conversación de sobremesa la efectuaba debajo de ésta (debajo de sobre es
imposible: debajo de mesa) gateando, molestamente interesado en recolectar los
agujeros que no habían dado en la bandejita de migas; y luego remiraba todo
alegando que el más surtido de ellos no estaba en ninguna parte, lo que
metafísicamente era indefendible; según la hipótesis más plausible y festejable,
debía haberse zafado por dentro de sí mismo y desaparecido; de lo que no se
responsabilizaba. La señora se aprovechó, vengativa, de la debilidad gramatical
incurrida por nuestro íntimo desconocido: ¿Dónde está su gramática, hombre de
Dios? ¿Cómo puede un agujero solo ser surtido? Yo lo he visto surto junto al
botellón y después no lo vi zarpar. Esto último y algo anterior pertenece a
lo que no se sabe de él y lo insertamos como muestrario de la variedad inmensa
de cosas que somos capaces de idear para rellenar una existencia de contenido
ignoto; es prueba también de que si algo más ignorábamos de él lo haríamos
público. Las más adelantadas excavaciones que se hacen en las bocas de sus
vecinos no dicen en qué ciudad o barrio vivió y sólo han completado nuestro
desconocimiento con la información de que él mismo no se conocía: ante un
cobrador del gas Recienvenido se extasiaba tanto como la Compañía por saber
quién era el Recienvenido que conseguía deber, más pronto que el más diligente
vecino, tres meses de gas en un momento; y se internaba en su busca, corría a
llamar a Recienvenido. Cuando vuelva tornaremos a tratar de él. Si se llega a
saber que algo más puede ignorarse de él, nos apresuraremos hágase a un lado,
lector, que podemos atropellarlo a comunicarlo; no consentiremos que se nos
supere en la ignorancia que nos hemos labrado pacientemente a su respecto ni en
la prontitud en difundirla. Si supiéramos que tuvo por únicos amigos a Mark
Twain, Sterne y Gómez de la Serna "buenos criollos" todos y que procuraron ser
contemporáneos para visitarse con más frecuencia, no lo ocultaríamos; y no
disimularíamos que, quizás enojados, Sterne y Mark Twain se sentaron en la
primera vereda del otro mundo a esperar a De la Serna a quien el público retiene
en la inaplacable aspiración de greguerías que es leer de él, atento sólo a su
propio gusto, sin considerar que Ramón no halla quien le prepare risa, cocina y
no come, guisa y no sisa y tanto como se queda, tanto se le espera, del otro
mundo en la primer vereda. Lo advertimos porque quizá la lectura no lo dé a
ver; con la presente obra entendemos hacer el lanzamiento, la primer entrega, la
soltura, despavorido lector, de la inesperada y acreditada Literatura Confusiva
y Automaústa, de lectura fácil (de omitir), en la que se espera tanto... del
lector, de su originalidad; inaugurámosla en vista del reducido resultado de la
otra, cuya perdición se preveía, desde que el público se obstinó en utilizarla
principalmente para lectura a veces sus lectores tenían un volumen en las manos
y otro en la oreja; y encendían el uno en el otro. Todos sus defectos se
hicieron públicos así; ocasionáronse desventajosas comparaciones con el papel en
blanco y sobrevino la nostalgia de esta clase de papel, que debe haber existido
alguna vez toda una hoja en blanco de papel parece haber sido encontrada
inmediatamente encima de la torre de Babel, del Arca de Noé y del descubrimiento
de América, en ruinas, y que habríase de volver a inventar como el agua en un
cabaret. Dejemos esto y sigamos viviendo, me digo. Y concluyo.
EL EDITOR.
He aquí el mencionado capítulo. El desagradecido autor lo precede de una
nota originada por mi prefacio, cuya palmaria injusticia inclinará hacia mí al
lector, sobre todo si se encuentra a bordo de un buque de compañía tempestuosa y
el barquinazo de una ola me lo echa encima. No me mortifica su publicación. Es
muy gastado, y nadie hace caso, el recurso de notas y explicaciones.
Heme
aquí, por fin. Surjo únicamente para que no se me confunda con cierto Editor.
Soy sólo el autor de un manuscrito encontrado. En tan modesta calidad no debía
deparárseme, no me convenía, un inagradecible editor grandote, de voz resonante,
a cuyo lado deba yo pasearme por la publicidad, como me ha resultado con éste y
como le sucede a ciudadano rebanado y menudo, presumido y pulido, a quien le
llega amigo rural, hombrón estentóreo aumentado con grandes botas, que parece
haberse calzado dos galpones de su establecimiento; y tócale hacerle conocer la
ciudad y divertirlo. No se me suponga partícipe en la facción de esa nota. No
tiene más propósito que expedir una apretada serie de chistes indoloros y
calmosos, mal acertados y ni siquiera ajenos: imposible otro autor de ellos;
recolectados y guardados por años, metidos y yuxtapuestos a la fuerza,
uniformados con el traje de chistes de familia, que los imprime, ya tan reídos
en casa, que no les queda qué sacárseles por lectura. Y hay que ver cómo los
festeja. Es seguro que no le ha quedado ninguno; antes de diez o más años no
vuelve a hablar: hoy mismo habrá comenzado la nueva recolección. Lo de
imaginada nueva literatura es cosa de desesperados; no la conozco y no me gusta.
Si lo hubiera animado el deseo de favorecerme, sabe perfectamente que, por
ejemplo, soy el inventor del paréntesis de un solo palito; de la solapa
desmontable contra solistas (es una solapita artificial, de gran sencillez, que
sustituye parte de la solapa natural, que nace con el saco, de gusto agradable y
fácil digestión). Caramba: estoy confundido con un invento higiénico que
proporciona la longevidad, por nonagenaria que sea la edad del que usa el
remedio por la primera vez. Es un medicamento, que quién sabe por qué y
felizmente para la humanidad, no se puede conseguir gratis, fácil de destapar y
verter, que suplanta el extremo libre de esa orejita o solapa que tienen los
sacos... (i Ah! un error feliz: ahora estoy en el invento de la solapa que debía
tratar primero) que tienen los sacos y de la cual se apodera el solista experto,
desengañado de la fugacidad del hombre abordado en la calle. Una vez posesionado
de vuestro saco el solista ya no hace caso de vos; se limita a hablaros pero no
necesita miraros. Al contrario, escudriña la calle atisbando otro candidato para
cuando se le apague el actual y entonces desmontáis la solapa, la atáis al buzón
que se suele parar en esa esquina; y... ese tranvía que pasa es el que os lleva
adonde marca su itinerario, tan bueno como cualquier otro. Inventé los
cuellos de camisa iguales a los otros, pero que se pueden llevar en los
bolsillos o dejarlos de usar; como Intendente tuve la visión de la supresión
edilicia de las esquinas con lo que concluyó la plaga política que se apoya
en sus paredes. ¡Extirpación tan completa constriñó a las niñas a dar vuelta a
la manzana, en el balcón únicamente, con la moral a vista de sus padres! Doté de
dos veredas de enfrente y de rumbo NorteSud que es el más vistoso, a todas las
calles y cuando este rumbo tan solicitado se agotó... Supongo no habré dado
motivo al lector para cavilar si la desmontable de mi invención, sería
extensible a los solistas escritos. Recuerdo que en las primeras experiencias
con la desmontable, el atacante quedaba con el trozo de solapa en la mano
tendida, como quien ofrece una muestra de género y por fin le pegaba una
estampilla y la echaba en el convincente color rojo del buzón: porque la
tiesura, redondez y sinapismado colorde un buzón concluyen con cualquier
vacilación. La perfecta necesidad de una solapa para entablar un "solo" la
comprendí ya a causa de no haber visto en las calles que se entablara con un
caballero desnudo; y preví el infalible efecto de una desmontable. Los "solos"
de viva voz extinguiéronse; se refugiaron en las imprentas originando aquel gran
renacimiento literario, cuyo partero creo fui, y al que contribuí también con mi
autobiografía de recién venido; se dijo de mi libro que nunca había sido escrito
antes, tan extraordinario pareció. Pero tampoco nunca fue leído después, porque
la suma seriedad que se apoderó de mí al redactarlo dio a mis primeras páginas
un tono tal de tercer tomo y "continuará" que aquel lector que con sólo
perseverar la lectura dos páginas, recuperó el sueño, sonó que aún no había
empezado a leer la "Autobiografía" (tanto era su sentimiento de bienestar),
fundando su ensueño en que no recordaba nada del primer tomo: las perseverantes
trescientas páginas que seguían se las hubieron con un lector dormido.
Quédame por computar las cosas desagradables que me atribuye el Editor como
invitado social. La apreciada señora a quien alude, muy al contrario, nunca me
habló con desagrado; ni volvió a invitarme a comer, pues era de mucha memoria y
no necesitaba mi presencia para recordarme siempre. En cuanto al agujero que
yo buscaba era uno que me había hecho en la mente una reciente lectura; ya
entonces continuaba escribiendo Maeterlink, precursor de Bergson, Bochme, Noval
is, y otro caso de memoria excesiva; ya también Leopardi había descubierto la
maldad humana; y... todavía no había quejas de mí: nadie había empezado a leer
lo que sigue. ("Proa", 1924)
El capítulo siguiente (Pequeña nota
del editor)
Señor Director de "Proa"
¿He acertado con el señor Borges? ¿Con
el señor Güiraldes? ¿Con el señor Brandán Caraffa?... Y bien, soy el más
obsecuente dirigido de usted y congratulándome del acierto con que inicio el día
pues su dirección en "Proa" es la que siempre prefiero leer, me redacto por su
atento servidor y comienzo con estas palabras: ¿Qué se me dice, señor
Director? ¿Parece que "Proa" está bastante lázarocosta y que entre este número y
el próximo podrá circular holgadamente la eternidad? Si a"Proa" la hubieran
hecho darse vuelta, concluida su primera existencia podría ahora empezara vivir
del lado del revés. Para leer de este lado yo preparé a los lectores con aquel
trabajito de metafísica, y cuando en octubre se vea en todo detalle lo que es un
número no salido, esmeradamente abstenido, se sospechará por qué no publiqué
juntos el artículo y su comprehensión, reservando ésta para los ejemplares que
por turno se alternarán en no aparecer hasta un desconcertador último de la no
existencia invariable de "Proa", que se hojearía doquiera con el afán y la
certeza, firme en todo ente sensible, de que el "ser" es la única posibilidad,
de que la muerte se vive también y tanto. Yo traía completamente empezado el
prometido capítulo y entraba a la Redacción cuando Editor me alcanza a medias
con la voz y me detiene todo con el brazo que le sale de ambos hombros. "Proa"
no sigue, me dice, hase decidido que el último número no contenga nada de género
"siguiente"; sino sólo conclusiones y abstenciones, a fin de que la entrega
postrera tenga catadura al mismo tiempo de última y de no salida. S u gran
Capítulo Siguiente hágalo doler en otra Revista...! Así me aturdió y distrajo
dejándome en la puerta, fallida mi esperanza de una publicación sin " nota"
suya... ¡Qué hombre pesado! Para bien que se calle habrá que dejarlo decir.
Agradecido a tal tolerancia condesciende en llegar al estado de inacción oral al
final; antes de eso no hay silencio posible sino el ajeno. Francamente la
noticia me sobresaltó como un café con leche derramado y ya que se ha derramado
yo le sacaré un provecho a la comparación que no se esperaría de una catástrofe
tan "completa". Colectando con la cucharita algo de azúcar y de líquido hago a
usted mi Director una pregunta: ¿Los números que no aparezcan serán más fáciles
de dirigir o al contrario será como cuando un "completo" se hace mantel y las
puntas líquidas avanzantes animadas de un gusto sin prevenciones por todas las
posiciones y rumbos del espacio se tiendan tan prontas y divididas que no hay
que pensar en dirigirlas, tanto más cuanto que, lo primero que han hecho es
suscribir vuestro pantalón claro a su acontecimiento y preparar una semana de
prosperidad para las tintorerías en todos los trajes vecinos, a cuyo socorro hay
que acudir ante todo? Invariablemente, he notado, se ataca la inundación con
denuestos, pero en la nerviosidad del momento se asestan con trémula puntería y
no tienen eficacia para contenerla. Es un verdadero incendio, señor Director, en
que no se sabe nada del fuego. Pues, deseaba mucho informar a la Redacción
que la publicación de aquel fragmento de Recienvenido en "Proa" me ha valido
grandemente, atrayéndome numerosas órdenes o encargos de rellenar vidas
desconocidas por mérito a la especialidad de mi aptitud probada en dichas
páginas. Varios parientes de personas ignoradas me han requerido para
biografiar a éstas. Pero a menudo sus estimadas órdenes llegan deficientes en
datos acerca de las personalidades de existencia y parentesco con ellos
ignorados, y debo prevenir en general que aunque muy gustoso sólo podré
satisfacer sus pedidos si, como mínimo, se me concreta el dato del lugar y fecha
en que no se supo que existieran. Así no correré el riesgo de confundir un
desconocido con otro. De otra manera con un sólo desconocido tendría para todos
los solicitantes. Con este aviso me apago y soy de usted amigo y atentísimo
seguro servidor.
EL EDITOR.
Sobreviene dicho capítulo Aniversario de Recienvenido
No sé si por algunos excesos de conducta o por observancias poco estrictas
en mi régimen de vida cumpliré en breve cincuenta años. No lo he efectuado antes
porque cada vez que impacienté el tiempo, adelantando algún acontecimiento, me
cambiaron uno bueno por uno malo. La elección de un día invariable de cumpleaños
me ha permitido conocerlo tan bien que aun con los ojos vendados cumpliría mi
aniversario. Alguien dirá: ¡Pero Recienvenido, otra vez de cumpleaños! ¡Usted
no se corrige! ¡la experiencia no le sirve de nada! ¡A su edad cumpliendo años!
Yo efectivamente entre amigos no lo haría. Mas en las biografías nada más
exigido. Otros juzgarán que el anuncio de mi próximo aniversario va
encaminando a incitar a los cronistas sociales para recordarme con encomios.
"Nadie como el señor R. ha cumplido tan pronto los cincuenta años"; o bien "A
pesar de que esto le sucedía por primera vez cumplió su medio siglo el apreciado
caballero como si siempre lo hubiera hecho". Alguien con algún desdén: "Con la
higiene y la ciencia moderna, quién no tiene hoy cincuenta años". "A su edad no
tenía mucho que elegir". En fin, lo cierto es que nunca he cumplido tantos
años en un solo día. Nací el 14 de octubre de 1875 y desde este desarreglo
empezó para mí un continuo vivir. La autenticidad de mi condición de solterón en
ese momento fue indiscutida, pero yo le añadí el malhumor que la distingue,
pidiendo inmediatamente en el idioma que no tiene filólogos el Libro de Quejas.
Cuando me lo facilitaron tres meses después en una sacristía, me había olvidado
de los motivos de protesta fuera de que no habían dejado espacio en el sucio,
malhadado y gran tomo los que se habían quejado primero. Puse mi nombre y la
fatuidad de tenerlo me distrajo de reflexionar que aquél era el "Libro de
Quejas", de la vida. Este fue mi punto de partida y la fecha que escogí para
mis aniversarios. Pero la serie de mis cumpleaños ha sufrido recientemente una
variante. Hace cinco años conocía a la mamá de un amigo rosarino y vine a
saber que... No lea tan ligero, mi lector, que no alcanzo con mi escritura
adonde está usted leyendo. Va a suceder si seguimos así que nos van a multar la
velocidad. Por ahora no escribo nada; acostúmbrese. Cuando recomience se notará.
Tengo aquí que ordenar estrictamente mi narrativa porque si pongo el tranvía
delante de mí no sucederá lo que sucedió. Ahora continúo. Me había trasladado
a Rosario para hacer anotar en el Libro de Patentes, invento por medio con otros
dos inventos míos, uno nuevo (recordará usted que soy inventor y esto justifica
ciertos estados de intensidad intelectual a veces parezco dormido en estos
paroxismosdurante los cuales mi libro no adelanta nada, como habrá usted
advertido). ¿Nota usted que continúo? Pensando en ello en mitad de los rieles
del tranvía, iba yo a redondear teóricamente un procedimiento automático para
limitar la prestación del fuego de los cigarrillos que me había encargado la
"Compañía de Fósforos ya Raspados", cuando sin ninguna dificultad un cochemotor
me embistió cerca, pronto y todo. Como yo no abandono un pensamiento tan
adelantado, media hora después salía de la Asistencia con mi invento completo y
vendado. No interrumpí tampoco mi cumpleaños, que era ese día. Mas conducido
por un amigo a su casa de familia, festejábase en ella el onomástico de la mamá;
y tanto fue lo que se conversó que la señora y yo vinimos a entender por qué el
día de nuestro aniversario nos había parecido siempre tan estrecho, a causa de
que lo ocupábamos dos personas con el mismo suceso. En el acto de mi pronta
imaginación percibió que había allí algo que pensar y patentar. Tengo desde
entonces con la señora una combinación, por resorte de la cual debemos ocupar
alternativamente el 1º de octubre para día natalicio, a cuyo efecto ella me
avisará cada año si le gusta ese 1º de octubre. Yo recomiendo mi combinación
aunque hasta hoy no me ha dado provecho; desde entonces la señora no ha expreado
su opión por ningún año ni siquiera por ensayar el procedimiento: probablemente
teme que falle. La cláusula del aviso fue un error; y además siempre será
prudente combinar con personas formales. De todas suertes desde dicho pacto
desapareció de mis cumpleaños aquel malestar muy parecido al que se experimenta
cuando a uno lo están leyendo en una revista que ya con ese número ha salido del
todo. Por eso me esmero aquí en cesar y aquí apago yo también que ya es
tarde, y aún más tarde que ahora; y es fineza que el lector estima, madrugar el
concluir y yo gusto de naufragar con quien navego y no yo en otro barco;
asimismo huyo de asistir al final de mis escritos, por lo que antes de ello los
termino. Y no hay escrito mío en que no me acuerde al Fin de la comodidad del
lector (si no se la buscó ya él) que en todo Proa no estamos haciendo otra cosa.
Le preparamos el total de su comodidad: dejamos deaparecer; y así, de una sola
vez, hacemos más por él que con doce números seguidos. No habíamos pensado antes
en este modo de divertirlo... Que si lo pensáramos antes del primer número...
Otra vez haced las señas más claras, señores lectores: cuando íbamos a salir con
la presente revista parecíame que las señas que nos hacíais eran las de salir.
Porque las hacéis como no las queréis, diremos imitando a sor Juana Inés de la
Cruz. ("Proa", 1925).
Confesiones de un recién llegado al mundo
literario
(Esforzados estudios y brillantes primeras equivocaciones)
Tengo que
asentar las siguientes observaciones y otras no menos siguientes que me
comprometo a que se me ocurran. Con motivo de la carestía de los cigarrillos,
éstos se han puesto más baratos, y para que parezcan menos cortos, los hacen más
largos. Para una persona que por primera vez es un recién llegado, esto le
confunde de tal manera que le entra el sentimiento de que lo están viendo por la
calle desnudo saliendo de una sastrería. No es menos cierto que existen
insomnios que afectan al mismo tiempo la facultad de dormir y la de estar
despierto; y, lo digo con toda la seriedad del hombre durmiendo, para elegir
entre dos coqueterías, óptese por la peculiaridad de ser un gran dormilón,
porque es factible aparentar dormir aunque fatigoso, y no es fácil aparentar
estar despierto. Aquí se sabe (por los diarios, como todo) que una persona que
ha sidodespertada durante un simple cuartode hora, por la caída del techo sobre
su cama, o por el paso sigiloso de un gato por la pared que debería tener el
terreno de enfrente, y continúa durmiendo de seguida hasta que la desayune
alguna sirvienta, no dejará de proclamar por todo el día siguiente, el infalible
día que cuelga de cada noche por su extremo Este; "No he pegado los ojos esta
noche". Obsérvese lo que es la obra de insomnio: quita el sueño en torno nuestro
y a veces al mismo paciente. Cuando un día anterior es precedido de un
siguiente, contando desde adelante, ocurre una separación entre los dos
practicada mediante una noche, intervalo de faroles, tropezones y comisarías,
que muchas personas ocupan en preparar un conversación sobre insomnio, para las
personas de su familia; hay quienes hasta durmiendo piensan en los suyos.
Recién llegado por definición es: aquella diferente persona notada en seguida
por todos, que llegado recién a un país de la clase de los diferentes, tiene el
aire digno de un hombre que no sabe si se ha puesto los pantalones al revés, o
el sombrero derecho en la cabeza izquierda, y no se decide a cerciorarse del
desperfecto en público, sino que se concentra en una meditación sobre eclipses,
ceguera de los transeúntes,
huelga de los repartidores de luz,
invisibilidad de los átomos y del dinero de papá, y así logra no ser visto.
("Proa", 1922)
Los amigos de la ciudad
En los vendavales lo primero que vuela, sin desanimarse, con toda
regularidad, son los techos; más fácilmente cuando la población termina por
todos los rumbos en casas. Si no hubiera sino edificios centrales, muy mitigado
sería este desorden, así como es cosa segura que la supresión de la delantera de
los autos imposibilitaría a los transeúntes de darse contra ellos y estos
vehículos serían usados sólo por dentro. Sin ninguna pretensión difundo estas
informaciones. Pero sí es cierto que me halago de poder comunicar lo siguiente:
En cierta localidad por influencia de un municipal cuyo nombre no os perdono
equivocar pese a mi modestia, organizóse tan bien el desorden de partida y de
llegada de los techos en las tempestades que todo perjuicio se anuló, pues si
bien es cierto que no pudo impedirse que estos preciosos adornos de las
habitaciones se alistaran, como siempre, de los primeros en la subversión del
viento, se les había podado con medida tan exacta los aleros anualmente, junto
con la poda de árboles y por el mismo personal municipal tan experto, que las
azoteas expedicionarias ofrecían el espectáculo de un trabajo inútil, dado que
iban cayendo sobre las casas cuyo techo acababa de volar, reemplazándolo tan
bonitamente, que la familia ocupante no notaba interrupción alguna en el
servicio de techados. Cuando la circulación de techos se daba por terminada,
quedaba, naturalmente, destechada la primer fila de casas y descasada la última
línea de techos, algunos de los cuales podían haberse asentado sobre una vaca o
un peral, sin provecho comparable al que procuran cubriendo casas. Entonces por
un movimiento municipal envolvente se hacía girar los techos dispersos, en una
hermosa curva hacia atrás hasta que cayeran sobre la fila de las casas
destapadas; a veces una tormenta del opuesto cuadrante lo hacía todo. Sólo una
vez se tuvo inconveniente con esta preparación sabia; y fue que los techos de
aquel municipio eminente volaron injustificadamente, engañados por un remesón de
terremoto que creyeron vendaval y usurpando por error el turno de los cristales,
que son los que deben romperse y desordenarse en los días en que corresponde
terremoto. La hábil fórmula de municipal preocupación que rememoro, tuvo
particular premio por obra de un vecino rico y agradecido, quien regaló a la
urbe un bosque; la municipalidad dispuso dotarlo inmediatamente de arbolado,
pues nuestra comuna no aprobaba otro decorado, con fondos oficiales, que el
constituido por plantas y no era congruente que el bosque, nuevo bien municipal
gratuito y valioso, careciera de este omato invariable de calles, plaza y
jardines. ("Martín Fierro", 1925)
Boletería de la gratuitad
No obstante lo muy concurrida que está siempre esta deliciosa boletería, he
podido abrirme paso y he comprado, gratuitamente, la siguiente información, que
os doy a precio de costo: En todas las ciudades, aunque nadie lo haya
gestionado, hay un abogado más alto de estatura que los otros; pero en Buenos
Aires, donde el suelo muy bajo favorece las estaturas, hay el abogado más alto
del mundo, gran amigo mío y muy buen compañero, es decir, hasta la altura de los
hombros, que es hasta donde lo conozco y soy su amigo. Es un caballero y debe
ser bueno, aunque yo no lo acompañe, en la demasía hacia arriba. Es tan alto que
podría su cabeza tropezar con su propio sombrero puesto. Pero no se dude por
esto de que con los pies llega hasta el suelo, como me lo han preguntado
algunos; es allí donde comienza nuestra amistad y la posibilidad de entendemos.
Pues bien, en Córdoba donde por la elevación sobre el nivel del mar, a los
viajeros de Buenos Aires el piso les llega hasta las rodillas, por falta de
costumbre, no tenéis idea de la preocupación que pesaba sobre B uenos Aires
cuando este abogado crecía (fue él quien me mandó a Córdoba en 1900, con una
misión por 2 días, los que yo le di a elegir, a mi vuelta, entre los 32 que me
había quedado) y no comprenderéis la emoción de alivio que corrió en nuestra
capital cuando los telegramas de los diarios serios anunciaron "que el doctor N.
ha cesado desde esta mañana de crecer" Esta noticia fue confirmada hasta la
seguridad, y llegó a mí en Córdoba curando yo me hallaba casi a punto de
aprender a usar el suelo cerca de las suelas. Como yo vivía en la preocupación
de que llegaría un momento en que se haría imposible escalar la amistad y el
trato con mi amigo, mi alegría fue tan fuerte que cambié por 7ª vez de hotel en
Córdoba y me olvidé de diversos pagos prescriptibles. La línea de hoteles que yo
había escogido para acreditar con sucesivas traslaciones mi propósito de
regreso, partía del centro hacia la estación ferroviaria, pero como todos ellos
estaban en Córdoba yo telegrafiaba: "No puedo regresar porque todavía estoy en
Córdoba". Así que cuando me encontré con el doctor N. en Buenos Aires no
necesité darle ninguna explicación. Por otra parte, al encontrarme de nuevo con
un suelo tan bajo, mi fatiga para recobrar pie me hubiera impedido especificar
explicaciones. Durante un mes no podía estar conversando con nadie sin hundirme
en la conversación, empezada a nivel; y la tarea de bajarme las rodillas para no
quedarme en el aire me imposibilitaba toda atención y cortesía. Han dicho
algunos que sólo una cabeza tan cerca de las nubes como la del doctor N. pudo
concebir la idea de mandar abogados a Córdoba. Otros insinuaron aquí que yo tuve
la habilidad de que mi último hotel fuera el más próximo a la Estación y al
agotamiento de mis recursos pecuniarios, coincidencia no casual. Así se
alteran las cosas con el tiempo; otro día tendremos para rebatir esto.
("Pulso", 1928)
Desperezo en blanco
En aquellos tiempos pasados tan lejanos que
no existía nadie, pues nadie se animaba a existirlos por lo muy solitarios que
eran para toda la gente, y además, no se podía pasar ningún rato en ellos porque
carecían de presente en el cual todos los ratos están contenidos y otros además,
pues como estaban perdidos en la "noche de los tiempos" no se veía dónde
estaban; lo que impidió alojarse en ellos, todo lo cual lo sabemos por la
Paleontología tan conocedora del pasado como ignorantes nosotros del presente,
en aquellos tiempos que las personas más ejercitadas en la vejez recuerdan
olvidar, nuestros pies eran cascos y el hombre inteligente les dio un amparo que
no necesitaban, rodeándolos de botines por la parte de afuera, acomodo que nunca
habían conocido, pues hasta entonces habían pertenecido al mundo exterior y no
sabían lo que era ser ellos una cosa de adentro de nada; por el contrario, se
caracterizaban y se les reconocía por hallarse siempre disparados y lo más
distantes posibles siendo lo más alargados, externos, salidos y correcalles que
hubiera, además de su singularidad eterna de ser un artículo par, y andar
obligando a todo a ser par, como par de medias, par de botines, a diferencia de
la nariz que se basta con un arco de anteojos, puesto encima para ser impar. Es
comprobada la constancia de los zapateros que nunca han variado de ocupación
siendo ellos siempre los que hacen los botines y han aconsejado su colocación en
los pies como la más cómoda, muy superior a la costumbre nunca usada de
llevarlos en una valija o en el bolsillo. No son los peluqueros pues los que
hacen todo incluso botines, como pretenden hacerlo creer por su peinado y la
conversación que dirigen a la cabeza del cliente como para llenársela por si
está vacía. Si usasen la conversación partida al medio como su inimitable
peinado, tendrían para dos clientes a la vez, mas como cada cliente tiene otro
artista para él en ese momento, un fuerte sobrante de conversación fluiría hacia
la puerta del negocio y correría por las calles, teniendo su manantial en las
barberías y su cauce en la calzada, que según indica su nombre, es jurisdicción
de los zapateros. No veo otro camino para que los peluqueros invadieran, como
tanto lo han deseado, el oficio de aquéllos, logrando hacer brillar su arte en
ambos extremos anatómicos. Por otra parte, el peinado es una manera de pensar
por fuera de la cabeza, por lo que debieran sentirse orgullosos los artesanos
que tomando la navaja al dejar las tijeras, nos tienen tan acobardados y
sitiados como para despojarnos de nuestro cabello sin protesta ni intento de
fuga. Pero volviendoal asunto inmediato que no olvidaré un solo momento,
quería enseñar que si las durezas plantales originaron los botines, éstos están
haciendo nacer tantas que pronto volveremos a la dureza única. Es, pues, un
círculo el progreso y la espiral de Goethe no condice con el piloso principio y
el coriáceo final de la anatomía humana. ("Proa", 1922)
Un
artículo que no colabora
Desde los tiempos cuando los jilgueros volaban hasta los en que se tuvo
gobiernos capacitados para postergar con urgencia cualquier asunto y
especialmente la hora de los eclipses solares, que a veces por descuidada
combinación de los astrónomos preparadores caen en instantes en que sólo pueden
disfrutarlos los trasnochadores más próximos, se me viene solicitando de "Martín
Fierro" un artículo breve o que yo sea breve en un artículo. (La preocupación de
"Martín Fierro" por sus lectores no reconoce límites; pero nada lo hará feliz,
pues por nuestra parte el límite de los colaboradores no reconoce preocupación.)
Me costará pena por estar fuera de mis hábitos, aparte de ser cosa notada que
siempre seguimos la misma costumbre que hemos cambiado. De mi agrado ha sido que
los artículos parecieran breves; mas tras múltiples pruebas resulta que el
lector no se atiene a la apariencia; los desea efectivamente cortos; sólo así
los ve breves. Artículos que duren poco, ¡qué gente de sueño fácil! Por
diminuto que sea un trabajo debe empezar. Pero los Directores no lo entienden
así; no pueden ver que un artículo empiece. Es un alarmismo tal que sólo se
tranquilizan de que no será largo si uno les promete no comenzarlo. Todo lo
que puedo es empezarlos cortos. En este esfuerzo he logrado hacer de mis
primeros cuatro renglones una reconocida notoriedad de brevedad. Está
debidamente codificada entre todos los lectores del mundo la regla de ausentarse
después de la cuarta línea; a esta altura yo cuando leo, suspendo; cuando
escribo, sigo, pero justificadamente, pues la brevedad ya la he satisfecho al
principio. Me parece que yo hago como todos (dicen que el tartamudo cree que
todos son de su tartamución. Me gusta más el dicho "el ladrón cree que todos son
de su condición", porque es aconsonantado; y es un placer tan grande leer "ón" y
unos segundos después otra vez "¡ón!". Sólo así el dicho contiene sabiduría). A
la altura en que autor y lector cesan de acompañarse puede escribirse
ampliamente. Y está tan bien acomodado esto de no pasar del cuarto renglón, que
ningún lector sabe que desde la línea siguiente no hacen otra cosa los autores
que hablar mal de él. Así, pues, es inútil el empeño de los señores
Directores de "Martín Fierro". Después de la cuarta línea no hay nadie a quien
proteger. Por lo demás, yo distrayendo a ambos Directores, al uno con los
jilgueros y al otro con el eclipse, he logrado que sin oposición este artículo
quedara totalmente empezado. ("Martín Fierro", 1925)
Articulo
diferente
En los días en que toda la literatura es: "Señor, habiéndose derretido la
ley de alquileres, prefiera usted, desde hoy, en esta su casa por ésa mi casa,
pagarme 80 pesos más, etc.", me dirigí a "Martín Fierro" pidiéndole me
aumentaran espacio para los escritos. Con tal mala suerte que se me contestó
mandara sólo artículos cercados o sea contenidos por un cerco y que tuvieran la
solución cerca, y, además, que ocuparan un solo lugar. De modo que no he podido
saber qué gusto tiene un aumento, cuando toda la población lo sabe. La
comunicación de los directores no dice si avisarán cuando estén de mejor humor;
no usan postdatas que alegren. Si insisto me van a prosperar hacia la calle.
Así que, estimado lector, hoy no publico más que la mitad de lo que se ve aquí.
Toda persona que haya estado en este mundo sin techo y con moral, redondo en
esta semana y que no sobra por ningún rumbo, habrá redondeado, en día de
soberbia, el pensamiento de haberle tocado sólo a él nacer del lado en que las
tortitas tienen azúcar, que es frente mismo adonde sobresale la manija del
planeta que "gira alrededor de sí mismo" si pudiera yo girar en torno de mí
mismo me repasaría la espalda del sobretodo al retirarme de cada pared; y viendo
que este mundo no es como los días jueves que alcanzan para todos, sino corto,
de economizar, que se consume por donde lo gastan, disfrutándolo el que llega
primero que no son todos tendería su mano afanoso a dicha manivela en procura de
dirigir el globo hacia donde él está; si bien esto es algo imposible en mecánica
estricta hallándose la persona y el mango en un mismo sistema de coordenadas.
Pero las "recomendaciones' son la genuina cuarta dimensión que se busca, y en
mecánica laxa, interesándose personas de influjo se le cepillaría la
incongruencia a mi proposición. Un sobreviviente de las conferencias de Einstein
me garante que esto es todo lo que le entendió; me confesó dicho amigo que él
asistía con el plan de entender; de modo que no hay nada que dudar en el asunto;
ni se puede discutir cuán enojoso habría sido para Einstein conocerle semejante
plan. Sigo aquí porque es donde debe continuar un artículo diferente. Siendo
esto así y lo demás de otro modo, es casi seguro que las continuaciones alargan
los artículos y también que todo hombre creyó alguna vez tener en su poder la
manija de este quejadero redondo y que no hay en Buenos Aires esquina tan larga
que permita esperar en ella todo el tiempo necesario para catalogar cuantos
proyectos se le ocurrirían a tal hombre de lo que haría y desharía con el mundo,
en que nosotros estábamos tan tranquilos. De mi sé decir suerte que me tengo ahí
hoy y aquí; sino no sabría nada de lo que piensa una persona en tal
emergenciaque hallándome en esa afortunada prerrogativa imprimiría a dicha
manivela impulsión tan brusca y bajo tan exquisito cálculo de direcciones, que
saltarían del planeta las 298 morales, las 1.413 religiones, las 921
superioridades de raza y nacionalidad, y los 198 motivos de envanecerse de haber
nacido en algún punto (¡qué trabajo me dio formular tantas cifras variadas, sin
repetir centenas ni decenas!), cuyas despedidas entidades encontrándose y
fundiéndose compusieran un grumo que tapara el agujero de entrada al mundo de la
infatuación y la mala voluntad. Ahora, considerado lector, espérame en esta
esquina, que vuelvo en seguida: tan pronto como me haga millonario y haya
entendido al tiempo como forro del espacio, según Einstein.. Si tardo más de lo
imputable a estos motivos, será porque estaré buscando el farol de nuestra
ciudad a cuya luz sea fácil comprender por qué razón hemos creado una
civilización de privados sexuales, de prohibidos; tardando todavía será que mi
solapa está en manos de un partidario de Debussy frente al Odeón, o porque estoy
pasando lentamente de la teoría luética a la parasitosis, como nuestro genial
clínico, o porque estoy frente a la bobería en mucho bronce de Rodin, procurando
adivinar en qué piensan los músculos del "Pensador" (¿es Dempsey o no es
Dempsey? Los pensadores son más friolentos; éste se saca la ropa para poder
pensar). En fin, en un país de pastores, con diez generaciones de dieta
cárnea, en que se permite comer remedios y se prohibe comer carne, hay mil
motivos de entretenerse con tal que uno no se entretenga delante de una vidriera
de frigorífico, quizá porque éstas, afiebradas por el tráfico, han dado también
en atropellar. ("Martín Fierro", 1925)
Carta abierta argentinouruguaya
(Señor Redactor a quien se
encargue la molestia de leer esta colaboración de ausente en la sinigualada
Revista Oral. Dirá usted primero, si le parece, unas palabras como éstas:)
Nuestro redactor Fernández debía darnos el editorial de este número. No lo hace,
por causal que en carta aduce, y pide que en recompensa del trastorno que nos
ocasiona, le publiquemos, en primera página, como editorial, tomándonos la única
primera página de que disponemos, una urgente carta abierta que desde hace meses
está apurado en publicar pronto. En ella hay un buen espacio en blanco, porque
desearía que en él insertáramos su fotografía oral con modificaciones
favorables, pues dice es la única fotografía que anticipa los rasgos que
presentará su fisonomía en un porvenir cercano, cuando él será más joven. Antes,
nunca dejó blancos en sus artículos ni en las entrevistas y reportajes que se le
hacían, porque el periodismo los aprovecha para perjudicar a los escritores con
la sospecha de haber estado callados un instante, y también revelan que ese
instante no sólo fue de silencio incapaz sino de mortal vejez, insertando allí
el retrato sin esperar a que uno sea más joven. Termina su carta continuando con
esto: "Amigo: le recomiendo mi edad; apresúrese a tenerla: es la época en que se
puede vivir sin chistar, y en que se nos distingue, chistándonos, al pasar por
algunas veredas y ventanas, lo que usted no conseguirá nunca si no cambia pronto
de edad; y de retrato, como yo". No nos queda otro remedio que lamentar la
ausencia que le impide asistir y abrir la carta abierta, lo que haré yo a su
ruego, y la leeré también, pues Macedonio es analfabeto: por descuido de su
familia sólo se le enseñó a escribir sus Obras completas que será el primer
libro que publicará pero no a leer. La urgente carta, pues, que después de
meses de escribirla pronto en tales meses de prepararla ha conseguido
Fernández la práctica necesaria para hacerla pronto no tiene un minuto que
perder: será leída en seguida, y escuchada al mismo tiempo, para no perder
momentos. Es dirigida al Director (los Directores también se dejan dirigir)
de una revista semanal de gran circulación 130.000 de tiraje, tres ejemplares
menos que la Revista Oral con motivo de atribuírsele en ella a Macedonio
Femández por error la nacionalidad uruguaya.
Señor director de una
revista:
Nada tenía de qué alegrarme cuando comprando la revista de su
mando en uno de los quioscos donde las prestan, veo transcripto un producto de
mi ingenio que protuberó a cierta altura de columna de la amable Martín Fierro.
Un estudio grave y retirado (de entre los escombros) acerca de la súbita
declinación de la Arquitectura (de El Tropezón) con citas bien confundidas
deRuskin, Cornisay Flatacho. El material de estas referencias era tan valioso
que se podía ganar dinero rematando la demolición de mi escrito. Asimismo era
breve; artículos mucho más cortos ocupan dos columnas: el mío solo la altura de
caerme de una. Esto era todo: no tenía adiciones, pues en el suceso de aquel
derrumbe quedaron tantas sin pagar que se ha hecho hábito no abonar añadidos
literarios. Seguramente que la publicidad en vuestra revista me lisonjea y
contenta siempre que no me paséis una cuenta extremosa, atento a que me falló el
pedido de $10.000 que hice al Congreso, en compensación de cuyo socorro me
comprometía a permanecer ausente del país hasta mi regreso: intriga fácil de
explicar si digo que soy el único habitante que se ha impuesto la absorbente
ocupación de cumplir todas las leyes dictadas cada semana, lo que me da aire tan
triste y desbaratado que constituyo para los congresales un espectáculo
lacerante, irrisorio, un asedio de remordimientos y malos recuerdos de tanto
legislante disparatar. Por cierto me fue grato verme transcripto, pues, además,
ello comprueba dos agradables propiedades de lo literario. Por tal reproducción
descubro: que todavía soy autor de dicho artículo, condición que no sabía durara
tanto, y que los artículos sirven para dos veces y más y se parecen, entonces,
al levantarse de la cama que con una valiente vez por la mañana basta para el
día entero; o al apagar el candelero (no nombro la vela porque no se usan ya)
que soplando bien un tiro no hay que seguir de soplador, cual con el fuego; o
como el silencio de los tartamudos que no es salteado cual su habla sino tan
liso, seguido como el de los bien parlantes y si no se empecinaran en hablar
nadie los conocería como a un bizco que duerme. De esto no se hable más y
siga usted con lo mismo. El caso es que como la publicación suya me convenía yo
la hubiera tenido oculta cual buena suerte de egoísta. Pero en revista de máxima
difusión de nuestro país uno de los millares de lectores se lo dijo al otro (sin
lo cual este otro, por más lector que fuera, no lo habría sabido) y se propaló
cierto error vuestro: se me atribuye nacionalidad uruguaya, lo que vengo
corriendo, en tren perdido (tal es el apuro y apartándome de la respetada
práctica de no viajar en él) a rectificar antes que lleguen las protestas de
Montevideo. No tengo de uruguayo más que la circunstancia de haber vivido
siempre en Buenos Aires, pues empleo no consigo ninguno, aunque desde muchos
años lo solicito; y seguiré hasta que sean 25 años. Entonces me jubilaré de
pedirlo: mi vacante será muy disputada porque la competencia para pedir empleos
no es aptitud exclusiva mía; a nadie le falta; sólo sí el empleo. Hace quince
días de lo comentado. Sería yo de los uruguayos más jóvenes; pero es tarde para
nacer. Es cierto que he estado en Montevideo, Soriano, Fray Bentos, Canelones,
Tacuarembó, Mercedes, sin contar otros departamentos en que no he estado. Pero
era sólo de paseo: no de nacer. Muy muchacho, en Pocitos, me mordió un caballo
el hombro y casi me extrajo así de encima. Qué animal paciente: tironeaba y
seguía tirando, pero como era tan largo (caballos tales debían alquilarse con
itinerario impreso para consultarlo en apuro de desmontar; es difícil hacerlo de
memoria en tal apuro), entre los dos no conseguíamos salirme de él. En Ramírez
me puse a buscar aire en un pozo bajo el agua y saltaba hacia la superficie,
pues no encontraba sótano al líquido; hice esto tantas veces que un testigo
viendo que con ese tejemaneje yo saldría de todos modos a flote, me sacó. Es la
única vez que se me ha visto sudando por ganarme la vida, pero malamente, pues
me encaprichaba en respirar en el momento menos acertado, siendo que nunca había
parado atención en esta función del organismo que ahora me entusiasmaba. La
natación era mi talento; tan metido con el agua que al rato no se me veía,
nadaba, nadaba hasta que me salvaran; inventé el braceo náufrago. En Mercedes
dediqué todas mis temporadas al caballo: nunca he andado tanto a pie. Allí una
muchacha más bien fea me dijo tilingo. Otra señorita, de nombre Mecha, me besó.
Este último sistema ¿con quién lo habría aprendido? me pareció bien; busqué a la
primera y se lo comparé: se quedó reflexionando, a mi juicio derrotada. Mas,
por todo esto no soy uruguayo; es exagerado. Nací tempranamente; en una sola
orilla (aún no me he secado del todo) del Plata. Me encontraba en Buenos Aires a
la sazón; era en 1875: fue el año de la revolución del 74, como después tuvimos
un año para la revolución del 90. Pocas personas han empezado la vida tan
jóvenes (si hace 50 años ya era tanta mi juventud ¿cómo no lo sería mucho más la
de Alcibíades hace 3.000 y qué extraordinario puede ser que las bellas se
enamoraran de su perro?). Durante un minuto fui el americano de menos edad; y
creo que ya en ese instante oí tres himnos a Sarmiento y Rivadavia fundó las
escuelas. Es verdad que de esto quedé algo sentido hasta hoy. La orilla era
la derecha yendo al centro; sirve igual que la otra, y los que vienen de Europa
la llaman izquierda hasta que se familiarizan con el idioma; pero es la misma.
Cierto que se consultó al Uruguay si haría objeción a que naciera yo allá. La
respuesta no pareció entusiasta; no decía que sí o que no; exigieron datos sobre
mi carácter e ideas y por fin el gobierno uruguayo escribió: "Por nosotros no se
preocupen: están ustedes perdiendo el tiempo: ya podía haber nacido". ¿Qué se
temía de mí? Yo no traía intención de daño a nadie, a ningún empleo ocupado; no
portaba ni un cortaplumas; y hoy con todo lo que he leído y cursado, no soy tan
inocente como aquel día, tan inexperto en nacer que fue preciso llamar una
señora experta que lo hubiera hecho muchas veces. ¡Oh, qué mal momento! ¡qué
molesto! ¡qué peligro de vivir! No encontré una persona conocida. O me tomaban
por otro. Nadie que dijera viéndome aparecer: "¡Esa facha yo la conozco!" ¡Oh,
fue angustioso! No lo volveré a hacer. Y no se lo deseo al mayor enemigo: (el
hombre que saca un papel de 10 pesos para pagar el tranvía, poniéndonos
súbitamente tristes a todos pues sabemos que el guarda se volverá hacia nosotros
aparentando alguna esperanza y nos solicitará cambio). No es cierto lo que se
dice que yo enseñé a los techos a lloverse, a los llaveros a quedarse en el
pantalón que cambiamos para salir al teatro: y al que no puede pasarse decantar
con mucho sentimiento, en los ómnibus, la tabla de multiplicar de Pitágoras
colgado de la correa (y por otra parte no me parece poema dicha tabla). ¡Oh! ¡yo
no duermo de ese lado!, no sirvo para lector de soniditos. Cervantes, Gómez de
la Serna, Estanislao del Campo, Poe, me tienen despierto. No nombro a Quevedo y
Mark Twain porque no me conviene y en los momentos en que uno no sabe dónde ha
nacido se le confunde también el nombre de sus inspiradores. Pero, aunque
sólo sea por ociosidad, examinemos, sin ocuparnos de lo que perdería el Uruguay,
qué ganaría yo con nacionalidad nueva. Veamos: ¿cuántos tomos de Historia es la
del Uruguay? Aunque sólo sea la 5' parte que la de acá no me le atrevo. ¿Cuántas
batallas, valor indomable, aniversarios, centenarios, cincuentenarios de genios
y patriotas? ¿Allá se usan también las diabetes, reuma, los sustos, como casos
de "muertes por la patria" y cambio de nombre para las calles? ¿Las pensiones
son para los contemporáneos del héroe, que tuvieron que soportarlo, o para gente
que nada le padecieron, como acá? ¿Quién es el Sarmiento para himnos de ustedes?
¿Se inunda el arroyo Maldonado también allá? ¿La esquina de Callao y Rivadavia
es allá como acá peor que una consulta de médicos? (se debiera dar en el acto,
en el Molino, un banquete a la persona que la cruza sano y salvo una vez,
partiendo de la Plaza Congreso y alcanzando a llegar a dicho banquete). No;
no voy; digo, no soy. Además hay un puntito de sentimiento en mi determinación.
Lo trataré bajo el título de Una novela que comienza. Allí se verá que al
presente vivo en una espera romántica indeclinable que debe suceder en Buenos
Aires. Es verdad que caballero tan de nacimiento confundido, es de alegre
esperar y puede aguardar lo bueno debajo de una cornisa que se traslada. Soy
del señor Director con vivo aprecio. M. F.
Noticia El que sí es uruguayo es el buenazo de don Juan. Pero se muda; ayer
lo vi con un paquetito. Unas quince veces por año cambia de domicilio y manda
decir a sus amigos: El cambio de domicilio que ocupo ahora es calle Lavalle
1025. Para eso no usa equipaje; cuando lleva un paquete o los bolsillos
abultados está de mudanza. En junio salió de Libertad 443; en agosto volvió a
Libertad, pero no al 4º piso donde antes, sino al 5º. Doña María, la del 4º,
supo que estaba en el mismo edificio pero ignoraba en qué piso. ¡Será posible,
exclamaba anoche acostada, que no me haya visitado ni dicho a qué piso vino!
¿Dónde se habrá metido don Juan? No sé si lo tengo arriba o lo tengo abajo, yo
que conocía tanto su... Este don Juan, tan buen amigo, figurará y estoy
seguro que observará una alta moral, en mi cada día menos evitable romance, si
para entonces vive; pues mi novela no admite sino a vivientes so pena de
confundirse con la Historia donde los muertos lo hacen todo, se lo llevan todo
por delante. En dicha novela repetiré alguno de los chistes aquí intentados,
pues espero llegar a un extremo de garantía y seriedad de mis bromas,
ensayándolas en varias reiteraciones; además, así se entretendrá algún exigente
en originalidad, quien descubrirá que una idea mía es de Steme o Rabelais,
cuando no habrá sido tomada de allí sino de mí mismo, de la primera vez que la
dije; en el estado de repetición se parecerá textualmente a la idea de S teme,
pero antes se parece a la mía de la primera vez que 1.a copié, porque es tan
escasa la originalidad que hoy no queda otra que la de primer copista de autor
nuevo; "primera copia" es un subgénero sancionado de la originalidad.
("Martín Fierro", 1926)
Primer número "plateado" de la Revista Oral
No venimos, señores, porque hayamos creído que nuestra "Revista" auricular
no se oía hasta La Plata; ni porque una brusca interrupción en el servicio de no
haber tranvías en Buenos Aires la acumulación de muchos en una cuadra los hace
no haber, y da gran prestigio y velocidad a las veredas nos haya llenado de
preferencias por la abundancia de no haber tranvías en La Plata solo que allá
esto sucede únicamente a las ocho de la noche y en Corrientes y Suipacha, hora y
paraje que podéis conocer leyéndolos en nuestros poetas cuando cantan a la
aurora y el arrabal, con toda la emoción de lo ignorado y de la ausencia, que
tan elocuente hace siempre al hombre; ni porque en este momento falte en Buenos
Aires la comodidad requerida para dedicarse a la tarea de que Marinetti llegue
sépase entretanto que la estadística, ordenada por nuestra comuna, de las
personas que empleaban su tiempo en que esté llegando Marinetti, resultó
operación impensadamente morosa, y no porque fuera muchas esas personas, sino
(es mi opinión) porque a los ocho días de comenzada todavía no se había
encontrado a la primera, y se procura prolijamente no comenzar el recuento por
otra, porque después habría que empujar toda la lista de las ya juntadas, para
hacerle lugar ordinal a la primera. Una nómina de todos los motivos que no
han sido el de nuestra venida sería preciosa y en todo el mundo habría ansiedad,
tanta que hasta se olvidarían de estar ansiosos. Sería, seguro, extensa; más
aún, tendría que enumerar todos los posibles motivos de un acto, menos uno: el
de nuestra visita. En verdad confesamos que hemos hecho, que tenemos esa lista.
No os asustéis: no la leeremos. Alberto Hidalgo desafió a que él era capaz de
hacer, en un momento, cualquier cosa interminable, y la concluyó efectivamente.
Es tan cierto: que uno de nuestros redactores, que ama con delirio a Buenos
Aires y considera de inmenso mal gusto pagar por alejarse de ella, no quiso
comprar boleto de venida; y lo tapamos con la lista mencionada municipal de
esperadores de Marinetti que era un pliego muy grande en el trayecto para evitar
distracciones con los inspectores. Pero tenemos que llevarla, para taparle el
regreso a ese redactor porque, apenas nos encontramos con vosotros y pisamos
vuestras diagonales, comprendió dicho redactor que es también de insufrible mal
gusto pagar por alejarse de esta bella ciudad del pensamiento, de lo joven, de
la expresión de vigilancia por el alma. Sean éstos los alicientes que crearon
motivo a nuestra venida y que nos harán retornar cada vez que nuestra esperanza
idealista ansíe tibieza de hogar. Está es hogar para el alma. Breves seremos:
traemos más qué escuchar, que de decir: un público de privilegio como vosotros
debe hablarnos cuanto antes; por primera visita impreparada, seremos breves, y
yo el primero, para oír cuanto antes la sugestión de vuestro vivir de inquietud.
Salud.
Editorial de regreso de la "Revista Oral' de Córdoba
(Leído por otro, no habiendo podido asistir el autor)
No necesita
explicación mi presencia aquí, señores, pues que ésta falta; y espero que seréis
con ella indulgentes, considerando que no se ha producido. Puedo demostraros
punto por punto que corristeis casi todo el peligro de tenerme en Córdoba; y no
hay que fiarse en que no estoy, como si fuera fácil conseguir mi ausencia, tan
solicitada, ni os enorgullezcáis de que "dicho señor Fernández" no esté en
Córdoba, pues en ello no os he dispensado ninguna particular preferencia. Hoy,
excepto Buenos Aires, toda ciudad argentina ofrece tal aliciente, y aun creo que
mi ausencia se ha extendido a puntos del extranjero, en que jamás he estado, por
efecto del concepto que de mí se difunde. Notaréis que he cambiado
novedosamente el texto usual de las personas que faltan. Ellas hasta hoy
creyeron siempre que les urgía disculparse; sólo alguna muy inteligente llegó a
dudar si era la presencia o la inasistencia la necesitada de ello. Constituís,
pues, el primer público del mundo al cual no se molesta con esa fatigosa
ficción. Ello no contradice que concrete la causal de mi ausencia. Estriba ésta
en que he sido mortificado por una insinuación que la Dirección de la "Revista
Oral" tuvo forzosamente que hacerme, de que una pequeña parte del público de
Córdoba, en unanimidad con la parte restante, exigía, para acogerme con
entusiasmo, que yo diera garantías concretas de mi regreso a Buenos Aires, a
cuyo efecto me ha sido estipulado por la Dirección que yo haga y firme el
editorial de regreso. No comprendo cómo se recuerda en Córdoba que la vez que
vine (hace treinta años) por dos días, y fui recibido por todas las casas de la
ciudad las que ya entonces encontré todas edificadas, pese a las jactancias de
la municipalidad actual (yo no sé nada, pero supongo que se jacta como todas las
autoridades comunales), coloqué inhábilmente estos dos días de quedarse al final
y no al comienzo de unos treenta días de no quedarse, que me habían recomendado;
me quedé treinta y dos días, período formado todo de penúltimos y últimos días
según las cartas y telegramas de convencer la familia que yo redactaba entonces
diciéndole "Ya he regularizado mi demora", "Partiré tan pronto concluya de
demorarme". Frases como éstas, en el centro de un telegrama, efluvian un sentido
clarísimo y tranquilizador; a mí me parecía que yo había llegado a "tiempo de
demorarme" y quería gozar el fruto de este género de puntualidad. Por cierto que
los diarios anunciaron "que se encontraba entre nosotros el conocido don
Macedonio García y que este señor López seguramente quedaría pocos días (seguían
otros elogios)" y se me deseaba larga permanencia dentro de la semana. Y
bien, señores, pongámonos tristes, meditemos. En aquellos tiempos no obstante
mis pocos años yo era ya joven y, por lo tanto, rico en sentimientos, viviendo
internamente en dolor y placer, era, como todos los jóvenes, materialista y
cientifista. ¿Puede tener algún sentido en boca de un joven la fe materialista y
cientifista, el agnosticismo, aún la creencia en la muerte personal, la creencia
en la casualidad del mundo, en la casualidad o contingencia de nuestro
advenimiento individual a él, la creencia en el progreso, que degrada el pasado
y valoriza neciamente el porvenir, infatuándonos de ser posteriores al pasado y
agitándonos de no estar en ese privilegiado porvenir, la creencia en la ciencia,
que declara que este mundo es casual y casual nuestra presencia en él, y que
sin que tal punto de partida la paralice se entrega a predecir todo el porvenir
manejándolo por tanto como un pasado y fija causas a todos los fenómenos de este
mundo que pudo o no existir y en el que por tanto la ciencia pudo o no sentarse
a dictaminar? En aquel tiempo yo era socialista y materialista. Hoy soy
anarquista spenceriano y místico. Es cierto que entonces mi poder intelectual
era mucho mayor que hoy, pero es cierto por otra parte que hoy mi sensibilidad,
mi contenido psicológico cotidiano es mucho más pobre y por tanto mucho más
fácil de estudiaren su misterio, en su calidad metafísica, pues todo estado
sentido, por insignificante en duración o intensidad que sea, representa la
totalidad del interrogante metafísico. Es posible que en orden a lo
sociológico me encuentre equivocado, es decir, que mi casi completa incredulidad
en los beneficios y necesidad del Estado sea inadecuada a la faz social de la
psicología del hombre. Pero en mi actitud mística me siento seguro; y por
intermedio de la revista "Clarín" u otra publicación de Córdoba me complacería
exponer su defensa, ya que considero que no pudiendo responder a todos los
dolores, confusiones y oscuridades del alma de los jóvenes, que es de lo que
habría querido ocuparme en este editorial, pues la juventud no me parece contar
con los amparos y la atención a sus problemas sentimentales y acomodo práctico
que debiera hallar preparados para ella en el cuerpo social, y yo quisiera
acudir a su consuelo (como anhelé claridad y estimulación, cuando joven y
sufriente, de algún fuerte pensador y honesto, de entonces) con la exposición
más cuidadosa y completa posible de la verdad y necesidad de la actitud mística.
También la beldad civil, o sea la Libertad, el Estado Mínimo, que es mi otro
tema u obsesión, será otro de mis tópicos. Se despide de vosotros por ahora,
dejando el haber venido para otro día.
Inauguración Nº 42 (De la "Revista Oral")
Hemos acertado
denominar así nuestras sesiones, para impresionar de responsabilaidad
inaugurativa el tono de trabajo de los redactores, mientras meditan los agudos
estudios que les exigimos. El nacer sólo una vez, aunque a nadie le está de más,
y dura y no se olvida en toda la existencia, no rige para las ideas, que viven
de rejuvenecimientos no de continuidad. A ellas les conviene la inanticuable
palabra "inauguración". La inauguración cotidiana nos gobiernasin alusión
oficial e inflexiblemente llamaremos última inauguración a nuestro postrer
número, que aún no ha salido, si bien tenemos ya de él infinitos pedidos y las
personas lo quisieran ya. Habrá que aguardarlo; es siempre el que más se tarda y
por culpa de su morosidad rara vez escapó a una colocación de las más
postergadas en el orden de aparición. La emulación pública por tener pronto
en las manos el ejemplar auditivo que concluirá con la "Revista Oral", es una
grata señal de su perduración, y de la nombradía que algunas de nuestras
familiares y gustadas firmas ya gozaban, a veces por el solo hechizo de no haber
escrito nunca; pues los que no publican tienen un público rarísimo, quizá el más
vivaz y curtido, que hace justicia a este género de autores; mientras la crítica
vacila y se confunde, ese público no duda que si el prudente hombre no escribe,
de su mal se está precaviendo. No incurriremos en la innocua recienvenidez de
disimular que la preferencia por suscribirse sólo al último número, nos tuvo
corridos de ridículo unos días. La posible socarronería de los pedidos nos
escocía tanto que, fundadores, redactores, administradores y cobradores de la
"Revista", en suma todos sus admiradores, nos turnábamos diligentemente en
excusarnos de atender en persona al cliente futurista. Pero la exaltada demanda
era de buena fe; los pedidos eran sanos, encaminados a darnos ánimo,
garantiéndonos al menos una extinción a gran tiraje. Debíamos tener semblante de
no ser capaces de llegar, sin ayuda, a dejar de aparecer; de que por no saber
cómo se consigue hacer última a una edición, continuáramos después de ésta; o
cesáramos antes de dejar de aparecer. No será así; correspondiendo al favor
del público apresuraremos esa edición que dichos adelantados suscriptores
futuristas prefieren de prisa; pero así como supimos particularizar entre todos
sus números un primero no dando ninguno antes de él, concluiremos por un número,
y será tan próximo, y conocidamente último, que contendrá relato del, para
entonces completamente ocurrido, fin del mundo, tantas veces empezado por los
astrónomos sin concluirlo ofreciéndonos sólo un fin seguido, cuando a un
metafísico le es tan fácil como hacer piar a una incubadora brindarnos un fin
absoluto que puede competir en duración con un añadido de las docenas de
terminaciones de mundo juradas a telescopio.
Debido a las escaseces que
siempre se enredan a las fundaciones, nuestra revista ofrece la debilidad de que
después de todos sus renglones no dice nada, lo que la descuida de incompleta
como todo lo que acaba. El ejemplo de cómo algunos grandes diarios han salvado
esta dificultad, con números del domingo, que no terminan, nos esfuerza a
reparar la imperfección. Mas entretanto nada disimularía tan bien la pasajera
limitación, como una conversación generalizada con el público, acerca de teoría
del arte, situación del profesionalismo artístico local, orientación del gusto
popular. No parece que otros temas, aparte de lectura no recitado de obras
inéditas, fueran indicables en un recinto tan precario y consideradas todas las
circunstancias. Nuestra Revista, no obstante su modesto ser en la inmensidad
de actividades de la publicidad, es la única que ha logrado "hacerse oír"; y
esta especial manera de atendernos, que el público no concede ni a los grandes
diarios, nos obliga a corresponderle en calidad. Y nada es calidad como la
largueza de juicio frente a la variedad de gustos, maneras artísticas, buscas
espirituales, y la libertad. Somos todavía un país sin manías; es la
impresión más amable del ambiente argentino y esto es lo que llaman chatura de
nuestro vivir los que se adietan a lo europeo. Hasta hoy, ni la gestación de una
manía se percibe en nuestra nada recelosa convivencia. El primero que nos traiga
una, hará insondable traición a nuestro espíritu con el éxito de una
pestilencia. Somos, por sencillo efecto de nuestra momentánea y moderada holgura
económica pues ninguna nación gozó nunca de un bienestar material muy alto o
duradero; una fuerte graduación de pobreza es la norma de todos los países y
épocas somos uno de los grupos humanos, por hoy, más inteligentes y
benevolentes, dos cualidades que también tienen su normal histórica de
parquedad. Suele ser antipático oír explicar la inteligencia y la bondad por el
índice económico; no puedo ahora argumentar mi tesis y quedaré pues,
provisoriamente malquistada con algunos jóvenes oyentes; quedémonos con las
ganas de querernos mejor ellos y yo en favorable oportunidad. La menor
inteligencia promedia de algunos europeos frente a la nuestra se revela en
juicios errados, injustos acerca de nosotros; y nuestra mayor benevolencia,
frente a la de ellos, se revela en la tolerancia con que los dejamos decir. Si
los diez millones de habitantes de la Argentina produjéramos intelectualmente lo
que un promedio de diez millones de habitantes de Europa, no produciríamos nada
y llamaríamos la atención del mundo como una sociedad humana singularmente
escasa de mentalidad. Pero los 450 millones de moradores de Europa tienen una
productividad mental conjunta que fácilmente impresiona, sin embargo de ser
proporcionalmente acaso exigua hoy. No diríamos lo mismo de la Inglaterra de
hace 60 años, la Francia de Voltaire, Lavoisier, Laplace, Rousseau, Lagrange,
Lamarck; de la Alemania de 1860, de España del siglo 16. Ya hicimos salvedad de
lo pasajero de las superioridades y sus causas. Con un promedio
insignificante de 6 millones de población en los últimos 40 años, hemos tenido a
Estanislao del Campo, como cuya frescura de inspiración y firmeza de gusto,
Europa pocos ejemplos tiene entonces; a Hernández; a Sarmiento; Vélez Sarsfield,
Wilde; Alberdi; a Mitre, genio de la ciudadanía y de la construcción de
civilidad, superior a insignes estadistas por su desapego a la posesión
pecuniaria y su familiaridad con todos los afanes del pensamiento; a los dos
Ameghino; Muñiz, los Ramos Mejía; a Juan B. Justo, economistasociólogo eminente
y prosista magistral; a Martín Gil, hombre de ciencia celebrado, músico y
prosista excelente; a un bufo de genio como Florencio Parravicini que en un
instante y para veinte años desalojó a los profesionales europeos de comicidad
teatral rutinaria; a biólogos como Julio Méndez y clínicos como Castex y
cirujanos como Chutro; a pintores que han triunfado en Estados Unidos y en
España. En música tenemos la deliciosa floración continua de nuestros tangos,
que a veces contiene más música esencial que muchas atléticas óperas, "suites",
"conciertos", que ostentando desdén por lo popular no tienen más valor que el
prestado por alguna de esas magníficas "tonadas" del pueblo español y del
italiano meridional; tenemos excelentes instrumentistas en guitarra (María Luis
Anido), violín (Allardice White) o un ejecutantecrítico como Luna. ¿En política
habría alguien genial a quien nombrar? Etc., etc. Lo que sucintamente propongo a
vuestra evocación para retemplar vuestros esfuerzos en los precedentes de
nuestra fecundidad en el pensamiento y el arte.
¿Y la novela actual, la
lírica, la crítica? Aquí estamos ante el problema que debiamos plantear y que
queríamos preparar con la digresión precedente. Creemos que no tenemos nada
genial en prosa, crítica y verso; ¿la Europa actual la tiene, aunque muchos
gesticulen de genios por allá? Pero brillan aquí: en Arte, una genialidad: la
del gusto estético de nuestros artistas; y en algo atañedero a la Literatura: en
el periodismo argentino hay genio. El exigentísimo gusto artístico de
nuestros talentos, más pronto y severo, y la inferioridad, comparada con él, de
sus obras, componen un misterio. La genialidad de nuestro periodismo; el
amparo, aunque utilitario, que un periodismo vigoroso ofrece al literato, aunque
sea como sostén provisional, y la inferioridad de las obras literarias, componen
otro. Nuestros literatos llevan al periodismo páginas geniales, a veces, y no
nos dan un libro magnífico. ¿Cuál es la explicación? La celebrada "alacranería"
de nuestros artistas es la resultante precisa, nada injusta ni envidiosa, de
la excelsitud del gusto y de la medanía del libro del literato argentino.
¿Cómo explicar esto último? Y considérese que aludo, con la calificación
medianía, a obras que con una firma francesa serían notablemente encomiadas y
vendidas, porque los europeos son inteligentes y los hijos de europeos parece
que no. Nada más puedo decir, porque me falta el especialísimo estudio
necesario y sólo me he atrevido a una expresión personal de asombro ante ciertos
extremos que he señalado. Os dejo contaminados con estos problemas de que
adolezco.
II . BRINDIS DE RECIENVENIDO
La oratoria del hombre confuso
Leído por el poeta E. Fernández Latour en el banquete en que el pintor Pedro
Figari fue congratulado a inspiración común de Martín Fierro y Proa.
El
uso de la palabra es travesura que me ha costado una contrariedad por vez.
Favoreciéndome certera y prontamente como el tratamiento que dejó de seguir el
extintocon el efecto de que el encontrarme en casa luego paréceme recuerdo de
resurrección: un bienestar de sobreviviente tras malestar de persona que está
naciendo. Sólo aquellos de nosotros que han nacido pueden pasarse de
explicaciones acerca de la minuciosidad con que estuve revisándome para
certificarme si mi totalidad contaba todavía con un porvenir, si mi presencia en
el hogar era completa y tal que pudiera sostener mi voz en el tono autorizado
con que debe pedir el vaso de agua y de ánimo al delantal de la mucama de sueldo
atrasado un muerto interrumpido o un interrumpido de morir. La primera vez de
cualquier cosa debiera venir después de unas cuantas; para evitar contradicción
en los términos, bastará trocar su designación numérica por una algebraica,
llamarla alfa. Yo no lo pensé, y me dirigí sin ensayo a la señorita que pasaba
(para que una señorita pase es preciso estar sentado a una mesita de bar de las
que en verano se salen a la vereda: allí estaba yo y en ese mismo bar) y le dije
esta sola palabra "Leve como velo de nube del pincel de Figari; bella como el
acertar con un asiento lleno de uno mismo en un tranvía lleno de otros; ojos
negros como la pena del que no los ha visto, ¿por qué tu andar te aleja de mí si
bastaría detenerlo para que la latitud de nuestra separación cesara de
crecer!... ". Pensaba extenderme satisfactoriamente sobre las consecuencias
geométricas que fluían de la posición recíproca especial tan bien preparada por
mis palabras, cuando un golpe, rectilíneo posiblemente, hizo dos mitades de mi
elocuencia y aun tuve que dividir ésta con un vigilante que se había tenido
oculto en mitad de la calzada haciéndose notable por grandes señas a cuanto
movimiento entorpecible y estorbable divisaba. En la comisaría no estaba la
señorita; no supe nada de ella; yo había acudido a informarme de su paradero
acompañado al principio por el primer aparecido de los agentes, de quien me
despedí a la cuadra: no se me abandonó nunca; diversas personas uniformadas
tuvieron inmenso gusto, me lo declararon, en asesorarme hacia la comisaría,
deseosas de que yo no confundiera las calles que a ella conducen con las que
llevan a mi casa, donde nada me habrían podido noticiar de aquella joven. El
dolor que sentía en aquel de los hombros arriba del cual pende una oreja no era
de muelas ni de la primera dentición sino del primer uso de la palabra. A mí me
parecía que una vereda completa de las de frente a Plaza Congreso me había
acertado en la clavícula. Si yo hubiera podido encontrar un reemplazante
instantáneo de mí un segundo antes del golpe... Pero estos reemplazantes,
suplentes, que todo quejosos se inscriben para las vacantes, no aparecen cuando
se los busca para ayudarlos. Hubiera dado cualquier distancia para no estar
allí y a ratos sospechaba haberme caído detalladamente cuatro metros seguidos
desde una azotea, sin saltear ninguno. He notado que por fuera todos los pisos
son corridos. Mantúveme reservadísimo por años sin aludir a mi éxito
retórico, no queriendo exponerme a deslucirlo con ejecuciones verbales
inferiores. Pero en un movimiento político del cual yo ocupaba la acera
siempre las veredas me han dejado en la calle pronuncié el siguiente discurso de
espectador: "Viva el Presidente General Cristóbal Colón Avellaneda". Al instante
de terminarlo me vi rodeado de una baratura de bastones como no es de creer dado
el alto costo de la mano de obra, los que estaban ya levantados, de modo que
hecho el trabajo principal, nada era bajarlos a favor mío y de la ley de la
gravitación de las manzanas universales mondada por Newton. Por esta vez me
reemplacé yo mismo; con celeridad inapresurable hice ausencia de mi presencia y
modestia de mi engreimiento. Veinte regatones saltaron golpeados en el suelo,
punto de cita de todos los yerros, igualador de punterías. Me extrañó la
conducta picapedrera, aquel campeonato, aquella emulación de caridad por mí,
aquel despilfarro. La gente siempre ha cuidado sus varitas. Me alejé de aquel
tiro federal, pero sépase de las varitas que en días de lluvia y una vez
extraviadas en el tranvía se llaman paraguas, pues cuando ocurrióme perder casi
todo mi bastón a causa de la preocupación de hacer pasar antes que yo por la
estrecha portezuela del subte el buen sobretodo que llevaba puesto para
vigilarlo de atrás lo encontré hecho un buen paraguas, a falta de bastón, en
la gerencia. Por lo demás, a un bastón nuevo le queda bien haberse extraviado
una vez; es para él la aventura de juventud y uno debe procurársela. Aunque más
cómodo sería que los vendieran ya extraviados. Y aun las librerías nos
ahorrarían trabajo si algunos libros los expendieran ya leídos. Mejor todavía
tratándose del buen libro, que los vendieran ya devueltos por los amigos
prestatarios. Réstame explicar el origen de los pequeños errores de mi
discurso que tanta deportividad provocaron. Tuve siglos antes uno preparado de
encargo para recibir a Colón en su segundo viaje que efectuaba bajo
instrucciones de hacer cuanto antes el descubrimiento de América, no fuera que
los nativos lo verificaran primero que él. Pero, como sucede con estos paseos
apurados, muchos quedan sin hacer; y hoy los historiadores han establecido que
no hubo segundo viaje de Colón sino únicamente primero y tercero. Recordemos de
paso que si el istmo de Panamá, así como era todo de tierra hubiera sido de
agua, el descubrimiento de América se habría realizado en China, donde a Colón
se le esperaba todos los domingos. Aquel discurso no pudo, pues, ser
aprovechado y ahora su texto en parte se me enredó con las palabras que hubieran
sido de oportunidad. Tan infelices experimentos oratorios me han disuadido,
doctor Figari, no obstante la admiración y afecto que quisiera atestiguaros, de
dirigiros una sola palabra en el acto de homenaje que os tributamos. ("Martín
Fierro", 1924)
Brindis a Ricardo Güiraldes
(Sin las supresiones que entonces la
concurrencia obtuvo de su desesperado autor. Aplaudidas como lo fueron, es deber
periodístico difundir lo que fue éxito junto con lo que no fue supresiones.
Concediendo alegremente éstas el orador resultó contribuir con todo, con el
brindis y con improvisación de supresiones que lo han revelado, asimismo, como
prontista; a lo que se atendrá en el porvenir.)
No es aquí, señores,
nuestro comienzo de discurso y debe "apreciarse" como principiado con nada de
decir. Cortesía nos haréis si estas primeras palabras son obsequiosamente
"estimadas" como e! "no haber dicho nada en suma", que tan desagradable sería lo
aplicarais sin descernimiento a todo el brindis al final; como no derogante del
Silencio, de cuyo texto, fácil de recordar y del cual el Hablar es la única
errata posible, el procedimiento de cita no ha sido hasta hoy encontrado. La
sutilidad de nuestra frase inicial representa a la imitación ¡por fin literaria!
del silencio. El esfuerzo feriado de páginas en blanco que hemos leído tantas
veces dispersas en la foliación de libros, ocasionándonos la única perplejidad
posible y privativa a la especie lectora, esas ocho o diez páginas de heroísmo
de autor y que el lector, en ella tergiversado, sostendrá siempre que no las
compró, que no injuriaban su pensamiento de compra; ese esfuerzo, señores, de
transcripciones del silencio, banal aunque de buen anhelo y presentimiento, era
capitulación del poder de la palabra. Para la literatura es una claudicación
confesarse incapaz de expresar con palabras el silencio y acogerse a las páginas
en blanco. La imitación literaria del silencio era la sola digna de nuestra
profesión; es por fin lo técnico en el asunto. Formulamos, con el retardo de
estilo, la presente oratoria de ofrendar un almuerzo finalizado, pues la
tradición tiene apuro de que se demore el ofrecimiento de una demostración hasta
luego de comida ésta por completo, sabiduría que precave a lo almorzado del
desaire de que no se la acepte. Nuestro brindis ha sido, sin embargo, compuesto
entre dos que se ayudaban y cuatro de la mañana, tempranidad de origen que
se desaprovecha por fuerza de esa tradición; hace diez horas que podíamos
servirlo caliente. Ya sabéis, pues, que se puede contar con nosotros si
resolvéis abrogar aquella práctica, y que, teniendo hecho un brindis y tantas
ocasiones de leerlo a los más anticipados repartidores y lecheros de Buenos
Aires, lo hemos reservado hasta el momento prefijado para su indiscreción, de
modo que realmente parecería pensado sólo para Ricardo Güiraldes, cuya
indulgencia por lo visto es la única con que contamos, aunque reventamos por
leerlo a cada transeúnte. En el plan del brindis las dos personas nos
adjudicamos los dos géneros literarios: lo bueno y lo malo, que tantas grandes
obras seguirán dando. El señor Fernández cuya modestia clama porque no se le
nombre aquí y que aún después de nombrado todos seguirán preguntando cómo se
llama, por gozar de un apellido tan favorable al incógnito (que no se le nombre
excepto como inventor del dispositivo mecánico para deshacer juguetes que
disimulará por siempre la conocida morosidad de los niños en despanzurrarlos),
se me adelantó en la elección tomando para sí la parte mala; dijo que se sentía
con fuerzas y pese a mis dudas le ha salido bien. Venció todas las dificultades
y para la más bella y difícil de la prosa, la concisión, halló una solución
novedosa, me parece; ha salvado este escollo sin rozarlo, sin mirarlo siguiendo
adelante, con el recurso nunca adivinado de escribir largo para ponerse a
distancia de la concisión, que era el escollo y fue tratado como tal; de modo
que la parte mala (lo que estáis oyendo es anterior a ella y a la buena) resultó
extensa, cual lo exige el género (yo lo hubiera hecho mayor áun) y no dejó lugar
para la buena, lo que también tenía que ocurrirle a ésta, conforme a su
característica que es la de dejarse ver poco en este mundo. La buena no figura
aquí, como lo habréis notado; la hemos guardado; y mejorará con el tiempo hasta
tal perfección de borrarse que el lector de sus páginas no sabrá nunca si se
dirigen a él con el prefacio "A los lectores" que son quienes leen, o a nadie,
con el de "A mi familia y amigos", que son otras personas. Vais, pues, a
escuchar la parte encargada de mala, compuesta por un experto y un voluntario;
si la halláis de esta estricta calidad, modelada a su género, aplaudidla, pues.
Pero antes, aún:
Ricardo Güiraldes
Sois en la persona, en vuestra visita suave al vivir, reticente de un oculto
arder, un modo de dulzura agraciada aun con un leve toque de descontento (como
reflejo de alguna hesitación en el acogimiento público de vuestro talento) que
tiñe el acento de voz y dibujo de sonrisa y el tono de vuestras traslaciones
remisas en la tertulia de tránsito terreno. Hoy se inclina vivamente hacia
vos la sediencia de belleza que vive en el genio de la colectividad, que abre
manantial de sed en su seno, o como diríais vos, hoy se inclina la manantialidad
de oír y admirar que guarda el hombre para el artista. Vuestros amigos aquí
sólo se han adelantado al público; hoy tenéis vuestra la amistad del mundo. Una
amistad amablemente entremetida: casamentera como fue siempre la humanidad ha
brindado a vuestro Segundo Sombra la Segunda que no quisisteis darle, la Segunda
Edición que por lo que se afana en la casa parece presintiera próximo reemplazo.
La intrepidez de Don Segundo Sombra ha fallado donde falló todo hombre: tenía
valor para vivir sólo más al matrimonio lo afrontó entre dos, en lo que se
igualan flojos y valientes. Con razón vos lo queríais soltero. He dicho.
("Martín Fierro", 1926)
Brindis a Gerardo Diego
No estaba preparado para este benévolo pedido. Pero felizmente mi
improvisación la tiene Scalabrini Ortiz; yo solo retengo tres borradores
completos de ella. En el bolsillo abultado de las improvisaciones breves y
olvidadas de preparar, encontrará Raúl un borrador.
Es tan poco lo que
tengo que decir, señores, que temo me tome mucho tiempo el encontrar en un
brindis tan estrecho un lugarcito donde situarle el fin. Si la nerviosidad de
una improvisación (sacada del bolsillo) y lo breve que es me imposibilitaran
hallar un lugar de final en mitad u otro punto, será con gran pena que me veré
continuándolo indefinidamente y postergando para mí eternamente el goce de los
aplausos que tan espontáneos se reserva para la conclusión, si la concurrencia
no ha concluido antes. Sin embargo, pongo a disposición de las personas que
deseen conocerla corta a esta oración los borradores terminados de ella. Y todo
lo que termina es breve, como averiguó Shakespeare. Considero casi
irrespetuosas las improvisaciones no maduradas, el decir lo que se nos ocurre en
el momento. Al contrario, estimo como un encomio que se note y se declare lo muy
estudiado de mis improvisaciones subitáneas. Efectivamente, no me hallo
preparado para el presente benévolo pedido de la concurrencia. Pero tengo una
disculpa. Hidalgo, que mediante un precio de cubierto que no empieza, que no
llega a la unidad', ha conseguido una demostración que no termina favorecido su
propósito por las simpatías que se atrae el obsequiado, me encomendó una tarea
fatigosa y de responsabilidad; ante el precio de cubierto ideado por él, le
dije: ¿Y si a la concurrencia se le ocurriera comer? Nunca se ha visto eso en
banquetes. ¿Estará prohibido? No, pero no acontecerá. Por eso me encargó
hacer una lista cual esas que suelen publicar los diarios con el titulo "¿Dónde
comeré esta noche?". La he hecho, y a la terminación de esta comida os diré
dónde podemos comer; cuando volvéis a casa si decís que retornáis de un banquete
os sirven en seguida la cena ¿no es verdad? Poeta que nos visitáis, Gerardo
Diego: 1 $0,90. Una palabra de amenidad y compañerismo es lo que el momento
consiente: os habéis ganado una fortuna de simpatías aunque no habéis venido a
hacer fortuna, por vuestra actitud sensible, modesta y de vivaz observación, no
importuna, de nuestro ser nacional. Aceptad con certeza de afecto y
apreciación de vuestros talentos la sinceridad de esta demostración. Sería
indiscreto de mi parte intentar un encomio y examen de aquéllos. La salutación a
un visitante que se hace querer es todo el significado de lo momentáneo actual.
He dicho. ("Pulso", 1928)
Brindis insistente
(En el homenaje al escritor Clodomiro Cordero)
Comida sin discursos, cita de oradores, el gentil amigo doctor Cordero
imaginará cuánto debe gustarme esa tan decretada e imposible cesantía de la
alocución. De un banquete sin brindis no quisiera perder ninguno, haría por
llegar antes del último que, por lo muy precedido, da tiempo de no nacer a las
tardanzas luego del cual es indudable que el banquete sin brindis comienza. Y
así podría improvisar el mío, que le adjunto, y acompañar en la fiesta al
cuentista de Spleen: estaba preparado como nunca para una improvisación. Pero
aparte de que mi voz siempre habló mal de ella misma, sus encantos han
empeorado. Me tenía molesto una ronquera que no sé dónde me empezó y justamente
hoy se me ha corrido ala garganta. Debo haberla contraído en una esquina con dos
vientos, más el que venía en las palabras huecas del abnegado político; tanto
gritó que puso ronca a toda la concurrencia. Y no era, sin embargo, mi esquina;
soy de la opinión adversa; mi esquina política mira al Norte y al Sud y esa
miraba a los cuatro "rumbeos". Creo que si hubiera algún partido al cual
conviniera el callar de sus oradores, aquel disertante también se hubiera
entusiasmado en hacerle la propaganda deseada como orador suyo. Lo que tengo
que explicarle es la gran ventaja, placer aparte, que me aportaba su fiesta.
Fuera de usted y yo, nadie ha escrito menos en menos tiempo. Sólo nosotros
podíamos superarnos: si el tiempo disponible hubiera sido menos aun más
podríamos haber escrito menos; sólo si hubiera sido ninguno no nos sería posible
haber escrito menos que nadie en tiempo ninguno. Tratándose pues de una
fiesta en su honor, cuando podía yo más oportunamente exhibir lo consumado de mi
invento del brindis desmontable y más breve; yo, el escritor más corto,
brindaría por vos el otro escritor más corto, con la alocución mínima. Así
podría al cabo de muchos meses terminar aquí el "brindis sin fin" de mi
invención que comencé en el banquete, de concurrencia interminable y precio no
comenzado, al poeta Gerardo Diego, el que gustó tanto que las aclamaciones no me
lo dejaron concluir. Es injusto que siquiera por ser la primera vez, no
dejaran terminar el brindis infinito, que inauguraba aliviadamente el nuevo arte
mudo: de comer sin discursos. Esa peroración que debió ser lo más largo que
ha sucedido a un público (si Demóstenes la hubiese inventado, todavía estaríamos
escuchándolo) y lo más largo acontecido en mi vida, el brindis sin fin en que
inesperadamente vino a acabar mi investigación en busca precisamente del brindis
más conciso tuve el desacierto de anunciarla como lo más pronto concluido de
todo lo comenzable, la menor distancia y diferencia descubierta entre principio
y fin, como también entre lo oíble de un mudo y lo de un orador. Ni esto pude
decir: tras la primera frase se opuso el público, todo muy favorable a mí,
ansioso de que no perdiera la gloria del récord de mi propio magnífico invento
dañándolo yo mismo con prolongarle palabras. La concurrencia quería también ser
la primera que oyera tal invento, y serlo completamente del brindis no
acortable: había peligro de que le añadiera una palabra prescindible. Se me
impidió así acabar de empezarlo siquiera, y en realidad lamento ahora tener que
desencantar a aquella concurrencia tan parcial a mí: ella perdió el largo
privilegio de haber asistido hasta concluído el primer "brindis incomprimible y
sin fin" de todos los siglos. Seréis vosotros los del banquete al doctor
Cordero quienes detentaréis ese récord y disfrutaréis del brindis que paso a
historiar y formular. El verdadero estado de espíritu con que yo me alcé a
brindar allí era cierto trastorno de mi lucidez y serenidad que me estaba
ocasionando el trocito de papel que traía en el bolsillo con el brindis. Lo
había hecho tan corto que no quedó en él dónde ponerle el fin, y yo iba a
explicar a la concurrencia que desgraciadamente el brindis seguiría eternamente
por haberlo construido tan estrecho que las palabras finales no tenían en él
dónde acomodarlas: el brindis interminable por brevedad era la tragedia que
estaba hiriendo en ese momento al generoso orador que se había desvivido por
salvar a todos los públicos del mundo de las comidas, de ser público de nada.
Vais a oírlo y espero no dejaréis de alabarlo, pero no lo haréis diciendo
indiscreta e infielmente es tan bueno al principio como al fin y que justamente
hacia la mitad asume su mayor interés: reconocedle meramente sus dos
peculiaridades sin precedentes de interminabilidad y pronto fin. El doctor
Cordero me ha reconocido privadamente como el primero en llegar tarde a la
Literatura y me ha cedido el paso para que llegara tarde primero que él, y él en
seguida. ¿La urgencia que tenía yo en adelantarme a llegar tarde? Cuando en
1928 yo apresuraba las páginas de mi "Vigilia, etcétera" cuya primera edición ya
está totalmente dormida, aunque la galantería extrema de los libreros de Buenos
Aires proporcionará el número de ejemplares que se desee de las ediciones
agotadas, que son las menos buscadas antes de agotarse, por tal de complaceros,
una visita del exquisito estrellador de cielos, y de idiomas, Xul Solar, púsome
en grave zozobra. Yo contaba estar escribiendo el libro menos entendido del
mundo, y él venía a anunciarme que su idioma de incomunicación, su ininteligible
neocriollo, estaría listo antes de que concluyera el urgente y forzoso remate
indefectible de alhajas que durante cuatro años se ha anticipado en la calle
Corrientes y Suipacha. Entonces se iba a decir que una vez proporcionado al
mundo el idioma de Xul Solar cualquiera podrá escribir libros ininteligibles.
Apresuré el mío y creo haber acreditado que no necesito del idioma de Xul Solar:
un pensador puede hacer incomprensible, cualquiera, lo que hasta ahora parecía
difícil. En fin: mi brindis fue, y sigue, todo él en cuatro palabras: ¡VIVA!
GERARDO DIEGO ARTISTA es, lo repito, doctor Cordero: ¡vive, artista!; sí,
artistas, vivamos. ("Carátula", 1929)
Modelo de disculpas para
inasistentes a un banquete
(Demostración a Dardo Salguero Hanty)
Solicito se me pida tomar la
palabra sin anular mi condición de inasistente que se disculpa apuradamente,
pues me toca faltar, decir la disculpa e irme, todo en los cinco minutos
reglamentados del estar sin asistir. Hace algún tiempo en las reuniones (de
varios) que teníamos, Eduardo González Lanuza brillaba por sus improvisaciones
no sólo de dicciones o invenciones poéticas sino de ingeniosidades humorísticas;
sabíamos que tenía un gran libro, casi hecho: Las 60 fórmulas del quedador de
bien, y cada vez le requeríamos algunas. Había alguien más conmovido por ellas,
quizá, que nosotros: un agente financista que, para decirlo de una vez, se
hipnotizó de tal manera con el arte de la Disculpación, que nadie llevó tan
alto, de González Lanuza, que instaló un negocio de alquiler de trajes de rigor
para faltantes, inasistentes, a cada uno de los cuales acompañaba una foja con
20 de aquellas fórmulas. Yo vengo en un traje de éstos y adopto esta fórmula,
buena para el caso de comida a dibujante: "Señor pintor homenajeado: el retrato
mío que trazó su mano me da tan completo que aparezco con los diez años que me
faltan hoy para cumplir los sesenta y que tenía, es cierto, cuando usted me tomó
en brazos para el Dibujo, pero un peluquero no menos completo me los afeitó
luego junto con barbas y melena, que eran las que habían cumplido los sesenta.
Sería expuestísimo para la seriedad de su reputación que en una "exposición" de
sus telas tenga hechos públicos mis 60 y aquí aparezca con 50. Me dirían
`Vuélvase a su casa' (hay que creer que la tengo y, cuando retorno del Centro
con muchos paquetes, me tratan con amabilidad; ahora más, que saben que soy el
original de su retrato)". Y bien: me voy con apenas tiempo de olvidarme el
paraguas a la salida... ¿Y ahora? Olvidé mi paraguas y heme aquí, pero vuelvo
con un chiste también bueno. Vuestro banquete, gran dibujante y encantador
amigo Salguero, será memorable. ¿Por qué? Porque si hubo quizá una catástrofe
tan completa que hasta los sobrevivientes perecieron, de vuestra fiesta se dirá:
fue tanta la concurrencia que hasta los inasistentes estaban. He dicho.
Brindis a Marinetti
Señoras y señores de este público amigo; celebrado
novador Marinetti, usador, por ingeniosos destiempos, de esa vasta Tardanza
llegadora: el Porvenir, del cual sois el primer memorista conocido:
Os
pedimos, señor Marinetti, justifiquéis el uso de la lengua nuestra en la
sesión que, por vos, es ya hoy mismo porción memorable del futuro, pues si bien
los argentinos notámonos de poliglotos cualquier niño nuestro, sin dificultad,
sabe oír cuatro idiomas, aunque de éstos alguno sea extranjero el lado de
hablar, de los idiomas, no nos es tan liso; y si yo me pusiese en el apurón de
un cómodo esfuerzo por hablaros en italiano, quizá os notaríamos poco preparado
para entenderme; falla que, en tan insigne prosista itálico, no debe hacerse
visible por culpa nuestra. Además, pareceríamos nosotros los viajeros, si no
usáramos del castellano ahora, como si envidiosos quisiéramos también brillar
con la siempre interesante transeúncia, que hoy y aquí a vos sólo toca lucir.
En cambio, señor Marinetti, os aseguro que nuestro público comprende el italiano
mejor que otra cualquiera lengua extraña. Además de que el italiano y el
español, únicas de que el Silencio está celoso, representan el más alto grado de
la articulación verbal; por su íntima consonancia con el afán humano de la
comunicación, puede decirse que se hablan ya comprendidos y, aún, que cualquier
otro idioma puede hablarse en italiano y en español. Son las mejores lenguas
para viajeros frenéticos: éstos, a menos que en el furioso impulso de viajar se
hayan salido del planeta, comprueban en todo lugar, aun mientras cruzan una
frontera, donde los idiomas están de mudanza, que en cada circunstancia
improvisa en que tiene apremio de entablar revistaoral para informarse de una
calle, un puerto, un hotel, con cualquier desconocido, han conseguido casi
fácilmente hacerse entender, sino aplaudir, en español. Lo sé, por viajeros tan
apasionados que nunca estuvieron en su casa, que no tuvieron nunca un lugar
desde el cual empezara su viajar; que, por lo tanto, nunca se ausentaron de algo
o alguien y, por consiguiente nunca viajaron. Otra salvedad. No pude ser
invitante a vuestro banquete, como apareció por error. En materia política soy
adversario vuestro (quizá esto no se sabe en todos los continentes), pues
mientras parecéis pasatista en cuanto a teoría del Estado, lo que impresiona
contradictorio con vuestra estética, y creéis en el beneficio de las dictaduras,
provisorias o regulares, yo no conservo de mi media fe en el Estado, más que la
mitad, por haberla repartido con nuestro fundador Hidalgo, a quien debemos
vuestra presencia aquí. Me quedó una cuarta parte de fe estatal, la
indispensable para no confundir dos cosas fiscales: los faroles con los buzones,
al confiar a éstos la redacción de mis cartas. Como todos los hombres de
carrera intelectual os estoy agradecido por la consagración de vuestra vida a la
emancipación de un error de debilidad, de tontería, de preocupación, de cálculo:
la veneración del pasado. Pero la verdad es, señor Marinetti, que me privé
del placer de acompañaros porque aún no se había definido vuestra visita como
exenta de propósito político, y habría tenido que molestar con salvedades un
ambiente de cordialidad. Con vuestra presencia aquí mostráis que no os hace
mezquino la separación parcial de ideas ante la vocación común del arte.
Todavía algo que explicar. ¿Cómo es que se me ve aquí dando trabajo? ¿Cómo es
que me ha tocado el éxito de esta figuración de cañonazo, cuando me correspondía
el de la actividad fonética en la h española, en esta magnífica sesión? Con
tantos ya consagrados escritores en la Revista Oral, ¿cómo se recurrió a mí que
no tengo, a menos que otro lo haya escrito, ningún libro mío en circulación y
solo he llegado a la 5" edición de prometerlo y anunciarlo? Pues por un mérito,
señores, tan grande que me sorprende no me abrume de envidiosos: por la edad,
que he alcanzado antes que todos mis compañeros: hay que disculparlos, como
principiantes en la materia. Creo que debo esta superioridad a mi aplicación
continuada, y quizá a destrezas adquiridas como pretendiente a empleado de
Registro Civil. Mi edad ha sido juzgada como la gran idoneidad del momento, que
inspiraría gravedad a mi elocución y facilitaría mi comprensión de vuestros
sentimientos y situación. Os comprendo y estimo, como estimamos aquí a
nuestro Lugones; más bien que consumadores de perfección de belleza os
complacisteis uno y otro en ser máximos, variadísimos incesantes excitadores de
las labores ideales, en Europa el uno, en América el otro. Es abnegación: pues a
quien ha gustado la pasión de la realización artística o de la posesión de
Verdad, metafísica o científica, le es durísimo conceder tiempo alguno suyo a
actuaciones de escuelas literarias. Otra coincidencia, que induce sinceridad en
ambos, pero que muchos deploran, es la brotación tardía, en vos como en Lugones,
de una fe en el Estado que apena a cuantos creíamos que la superior Beldad Civil
era: El Individuo Máximo en el Estado Mínimo. Ilustres como sois, en el mundo;
naciendo dictaduras en toda Europa; mostrándose aún en los Estados Unidos
frenesíes estatales de democracias y congresos dictadores con leyes de
ingerencia en los hábitos, creencias, placeres, viciosos o no, del individuo
prohibiciones del alcohol, del juego, imposiciones de higiene privada, etcétera,
hay que confesar, insigne futurista, que el pasado no ha muerto, y no le falta
un parecido de porvenir. Pero contentémonos, señor Marinetti, con que vos
vivís y yo también. Yo no he muerto; porque como ando siempre con una libretita
y lápiz para anotar todo, si me hubiera sucedido eso lo tendría apuntado. Hay
días en que sólo por una libretita así sabe uno que vive. Pero hay otros, y
no os lo deseo frecuentes, en que "ni con libreta", como dicen nuestras lindas
cuando no les place el cortejante; y otros en que, digan apuntes lo que digan,
nos sabemos eternos, o una semana menos. Os he hablado de enfermedad y de
muerte, temas no de fiesta, pero sí de alta tertulia; imperdonables aquí,
acreditan mi torpeza social. Sin embargo, son los dos "mates amargos" fuertes
que comienzan muchas grandes amistades en la Argentina. Que ellos me
conquisten la vuestra. He dicho.
Brindis a Leopoldo Marechal
El principio del discurso es su parte más difícil y desconfío de los que
empiezan por él. El presente es trémulo porque es viejo; fracasan los que en
él hagan cualquier cosa; en cambio, dejado para otro día, fue el método de
celebridad y poder de todos los expectantes y silenciosos. Nada empecemos hoy,
que el porvenir está lleno de cosas hechas, tan preferibles, y debe estar muy
cerca ahora, después de tanto Pasado. Explicaré mi arrepentimiento de cuanta
cosa empecé antes del porvenir: ves o cuatro brindis marrados que yo calculaba
me dieran más aplausos en unos minutos que todos los aplausos de llamar al mozo
que ha oído un mozo de bar en treinta años de atencioso servicio, aunque se le
añadan (esto es propina) los aplausos de matar polillas mientras vuelan y los
aplausos para ahuyentar gallinas de un jardín me hicieron abusar del
pensamiento, hasta descubrir que esos cuatro discursos no sólo comenzaban sino
que presentaban el principio de la mala ubicación, delante de todo, antes que el
público se acostumbrara. (Brindis a los que se reconoció, sin embargo, el mérito
de un estilo tan continuado, o personal, mío, digamos, que podían oírse de
espaldas por los que se iban retirando, y continuarse indefinidamente mientras
alguien no encontrara su sombrero.) Corrigiendo estas contrariedades, en
ocasiones posteriores, rogué al público continuar atendiendo hasta oír el
principio de mi discurso, lo que lo ilusionó alegremente. En fin, en un reciente
ensayo lo suprimí del todo y en la emoción de ensayar me olvidé de todo lo demás
y me senté. La concurrencia, enamorada de la intención que me supuso de
inaugurar la nueva era del concluir de comer sin dificultades, aparentó no haber
oído que yo no había dicho nada y declarando que nada confuso tenía mi brindis,
ni preocupante o flojo o desigual o que no se entendiera del godo, aplaudió como
para dar ocupación a todos los mozos de bar no llamados en un mundo de bares
abstemios y vegetarianos. No soy tan impresionable como el habitante que se
resbaló del mundo, cual si le hubieran hablado de cáscaras de bananas, cuando le
dijeron de golpe que la tierra era redonda; mas me siento triunfante por haber
concluido no sólo con mi carrera de orador que no para, sino con la de orador
confuso, en la que entreveía un porvenir claro y sin trabajo ninguno, porque me
era innata la facultad. He nacido con las "líneas ligadas", en casa de una
telefonista, frente al abonado "equivocado", e inventé el brindis "que no
funciona", ovacionado final de mi carrera de inventor, que me compensa de haber
llegado tarde a este mundo y con el candor de creer que vendería millones de mis
aparatos para postergar rifas, cuando ya nacen hoy con dos delanteras de
aplazamiento y la de cuarta postergación está adelantadísima ya en taller de
Alemania, haciéndose en el mismo molde donde se moldeó la intención que tiene
Alemania de pagar la indemnización de guerra de 1914.
Querido gran poeta
Leopoldo Marechal: lamento haber contado cosas tan malas del presente y de que
hay que apagarlo, con ventaja segura, cuando nada declara más a un poeta, y es
en vos un signo constante, que la certeza e interlocución con el Hoy, único modo
místico y estético del tiempo. El hoy ha sido lleno para todos y es por una
degradación de espíritu, cuyo manantial no logro descubrir, que por una parte la
inclinación histórica y por otra la ideología banal del Progreso, dos
perversidades de difícil explicación, nos hacen suponer más plenitud del Hoy de
los que nacerán ulteriormente, y una pobreza del Hoy que poseyeron los hombres
del pasado. Vuestra poesía, entre nuestras numerosas empresas estéticas de
hoy, palpitación de una busca ardiente y penetrante de Arte que me exalta, me
pone más que ninguna ante la evidencia del goce espiritual y la oscuridad, en
mí, de su teoría. Aunque cada vez se me paraliza más la interrogante estética,
creo que en vos se decide, aunque no se colme todavía, la inquietud profunda y
el operar continuo de las almas artistas de Buenos Aires. Perdonadme,
Marechal, la pobreza imperdonable de estas vaguedades en mi posición mental ante
la belleza que realizáis, que no excluyen, aunque no decoran, la certeza del
placer que generasteis para nosotros .
Brindis a Norah Lange
No siempre venimos preparados para improvisar esto no sería nada, pero tengo
otra dificultad que luego se dirá, pero lo haré (aunque tuve aviso con tan poca
anticipación) si es que condescienden a una manía que me domina en momentos así;
nunca se ma ha visto improvisar de otra manera. Todos los trabajadores
artistas han mostrado antojos raros en sus horas laboriosas: Víctor Hugo, que
escribía un libro por año, no se sentía fuerte para comenzarlo hasta que no
había concluido de vivir todo ese año sin pensar en nada; Núñez de Arce no
tomaba la pluma sin ponerse... mal escritor al punto, lo que explica por qué
escribía tan bien; Balzac no empezaba a escribir sin tener cerca de sí la
ausencia en viaje a Europa de su suegra (ya se entiende que el viaje a Europa de
una francesa es venir a la Pampa); Colón no descubría continentes, o lo hacía
enteramente de mal humor, si no se los ponían por delante impidiéndole seguir la
redondez hasta el Asia; lo que hubiera a derecha o izquierda no lo descubría; a
Gautier el vacío en la cabeza era la sensación sin la cual no podía llenar la
primer página (la vez que se inspiró más fue citando supo que la sociedad de
críticos parisienses, estafada por un rematador, había comprado para su
balneario una isla de antropófagos); y el ocioso Byron al comenzar a trabajar no
hacía nada: pasaba tantos años sin reflexionar en cosa alguna que cuando quería
retratarse no acertaba con la postura de pensar. Yo no puedo improvisar sin
ponerme los anteojos de leer y sostener una hoja escrita delante: la seguridad
que siento de no decir nada imprevisto, de compromiso, me da inspiración. Si
yo dijera todo lo que de encantadora tiene Norah Lange, si hiciera conocer qué
sentido de la vocación de sensibilidad hay en su trato personal, qué elegante es
su línea lanzándose del diminuto pie a esconderse en el nido de su cabellera
metálica, el vuelo expresivo de su querida fisonomía, lo que hay de leal en su
amistad, lo que hay de medido y de sin freno en sus andares, sus conductas, sus
prudencias de hacendosa y ahorrativa, su mansedumbre ante una existencia de
labor insípida obligada, su alegría merecida del sábado y el domingo libres, sus
desprendimientos de dinero, de su dinerito tan contado y menudo en su carterita,
ante una lista de colecta en obsequio de algún compañero de arte, sus
despreocupados ímpetus y alegrías en la bohemia; si yo dijera cómo la quieren
Evar Méndez, Scalabrini, Galtier, Bernárdez, Borges, Marechal, Xul Solar, y...
(no es éste el momento, ante tanto rival, para una "declaración" mía; y además
Norah me dijo hace tiempo, la primera vez: "Vuelva usted cuando tenga veinte
años menos"; ¡cómo me conoció el defecto! ¿Por qué me quedé tanto tiempo
habiendo tanta luz, hoy que se abusa tanto de la iluminación? Y además, ¿dónde
no estará iluminado si está Norah? No fue exigente, sin embargo: solo veinte
años menos. ¿Cuánto tiempo necesitaré para retrasar veinte años? Si yo
descubriera toda la grandeza sumisa que hay en su vivir y en su afecto hogareño
y práctico y el contraste con su voluntarioso espíritu en el arte y en la
bohemia, ¿quién no me pediría aquí mismo su mano, confundiéndome con su papá por
lo mucho que ostento conocerla? Sería una mala chanza pedir que la dé a otros
si para mí la quiero y tengo una promesa tan positiva. Querida Norah,
discúlpeme: pero comprendo profundamente su suave ser y le deseo con todos los
que la quieren visiones de arte y de pasión siempre cerca de su vida; y
paciencia conmigo, que hago progresos: ya he comenzado a atrasar años y no
volveré por su promesa con falsa cuenta saltando ninguno, ya que me falta muy
poco para que me falten todos los veinte.
Brindis a Sealabrini Ortiz
Aseguro, señores, que contemplo tanto y poseo tan poco las dotes de orador,
que daría la estancia de cualquier ricacho, sin considerar su valor y haciendo
el gran esfuerzo de desprenderme de ella, por verme aquí improvisando con esa
desenvoltura de un magno paquete de Gath y Chaves caído al suelo desde la
vertiginosidad de un ómnibus. A lo largo del vivir he simplificado, llevado
al mínimo tantas cosas, que las he hecho casi tomar contacto con su propia
inexistencia, como le pasa al programa de Carlos Marx tratado por algunos
partidos socialistas contemporáneos. Por ello he considerado que sería un deber
en este brindis proporcionaron una muestra de mi facultad de simplificar, si el
hecho de hablar en público por primera vez no me turbase demasiado. Y
empegaría esta muestra de mi experiencia en sencillez diciéndoos que soy el
diestro único que concebí en política una revolución tan simplificada que dejara
las cosas más igual que antes. Así con el afeitarse: suprimí primero, la
escobilla, luego procedí sin espejo, sin alumbre, sin polvos, sin balconcitos
rosados de sangre en una y otra mejilla llamados tajitos, habitualmente creídos
tan necesarios; sin talco, sin jabón. Faltándome todo, me afeitaba tan fino que
ninguna persona llegada a las dos horas advertía que yo estuviera recién
rasurado. Era la rara perfección de hacerlo forzando el método de supresiones
hasta la lisura de lo indiferenciable. En materia de longevidad, he
simplificado tanto mis pretensiones que "un día siguiente" es toda la
prolongación que pido de mi hoy vivir. Es cierto también que he introducido una
complicación, pues sostengo que el día de trabajo, después de un día de fiesta,
no debería venir tan de repente. Que empiece el día de trabajo en cualquier día
pero nunca tras un feriado. En cuanto a mi colección particular de cuadros,
pasé de los óleos y acuarelas firmados a las ilustraciones de revistas y a los
cromos, y en fin, hoy mi Sala de Pintura está constituida por montoncitos,
manojos de papeles de colores suspendidos en todas las alturas. Otra
simplificación que ha sido apreciada como digna de difundirse, y muy práctica,
es la que apliqué a ciertas comidas y combustibles. Empecé como todo el mundo
haciendo un cordero al asador con cocinero y mucho fuego, y he llegado a hacerme
un asado a la llama de una vela y un bife o costilla a la de un fósforo.
Queda con esto de manifiesto que es mera amabilidad del persuasivo autor de "El
hombre está solo y espera" su declaración atribuyéndome influencia y estímulo
sobre sus obras y su espíritu. Creo que ha sido mayor su influencia sobre mí en
todas sus penetrantes ideas de psicología social porteña, pero, desde luego, ven
ustedes, manifiestamente, que mi idiosincrasia simplificadora no lo ha tentado
para nada, pues llega a la 5ª edición sin omitir 2ª, 3ª ó 4ª. Ahora me digo
yo que sólo gusto de las innovaciones que simplifican, si lo que ha hecho
Sealabrini, esperando el agotarse de cuatro ediciones para imprimir la quinta,
no es innovar hacia una rutina; ¡para qué complicar las cosas! Estábamos tan
bien con una edición primera, última y quinta al mismo golpe, sin insistir por
un primer lector que se comenzase, que se decidiese. Lo que así ha hecho es una
innovación que incomodará mucho en adelante a los que numeramos nuestras
ediciones conforme a lo que debió ocurrir, no a lo que no principió a ocurrir.
De hoy en adelante tendremos que regalar cuatro edicones para vender la última.
Hemos perdido una simplificación preciosa. Con el calificado ejemplo de
Sealabrini Ortiz hemos perdido, sí, una de las comodidades deliciosas del no
haber ciertas cosas. Había, señores, según mi catálogo, tres cosas que no había
todavía, en la vida literaria y periodística, haciéndola tan placentera: el
reportaje con reporteado, la improvisación de repente y las ediciones agotadas.
Tratándose de un amigo tan querido y tan artista, felicitémoslo en este mes de
la de Dos Millones , de que no sea de otro sino de él la suerte de habernos
hecho tanto daño. Conviene, de paso, recordar que los libreros y editores han
logrado el razonable absurdo de que luego de "agotado" es que los libros se
venden más, por ese prestigio envidioso. Me despediré con algo personal y
oficioso. El primer poema y ensayo de lo porteño, que tenemos por inspiración de
Scalabrini, nos convence de todo, pero no habrá entre nosotros quien imite su
revolución edicional. A menos que ustedes quieran adherirse a algo que
propondré. Yo no creo mucho que la Literatura del pasado sea belarte; obra de
prosa artística en género serio no ha abundado. Para que acabe de faltar a la
humanidad una genuina belarte de la Palabra, para que aparezca, por ejemplo, la
primera novela buena, es preciso que se escriba la última mala. Escribámosla
nosotros, alguno de nosotros. Yo no creo que, aunque seamos muchos, haya por
falsa modestia o por tenerse poca fe quien dude de poder escribir la última
novela mala. Yo ayudaría principalmente, pues su ausencia quizá está estorbando
sacar la que alguien puede tener lista del todo primera novela buena, de genuino
y severo arte, sin una primera, ni ésta sin una última del género de la novela
mala . Hay que darse conciencia de esta responsabilidad. Si hay perezas y
dudas, aunque todo el talento, supliendo vuestra inercia yo haré una mía, y ésta
será mi tarea de ese año. Yo entrego mi novela como la última mala, bajo el
compromiso de que otros aquí prometan la que la haga última de lo malo, la
verdadera Novela ¡por fin! No sería cauto que yo escribiera las dos; podrían
confundirse y tomarse por última mala la gran novela comentadora.
Cómo pudo llegar el caso de un brindis oral de faltante
No es éste el brindis desmontable de mi invención, ha tiempo patentada, ni
"el de otro banquete" que barnizado se aprovecha luego por segunda vez. Este no
es, tampoco, el brindis aprovechado ahora clandestinamente, de faltar a otro
banquete, al que llegué tarde y a otro restaurante, y el día antes, caso de
puntualidad relativa, disminuida por exceso, en el que comprendí que el campo de
la impuntualidad no está solo en lo después de lo puntual, zona de lo tardío,
sino en lo prematuro, zona del "estar verde" todavía. (Y no recordaré aquí la
conducta sensata del hombre que no faltaba a ningún entierro, extrema diligencia
en esto que admiraba a todos; y requiriéndosele para que explicase cómo había
sido siempre tan puntual, manifestó que lo era en todo sepelio de otros para que
en agradecimiento de ello se le disculpara si por acaso llegaba tarde al propio,
pues, dijo, sólo se permitía ser perezoso en cosas propias.) Sin embargo, quizá,
con mi ir el día antes, conseguí un resultado perverso de despojo de la
puntualidad ajena, pues hice al momento inasistentes a todos. Pero, como
digo, no es éste ese brindis; ahora es el profundo desahogo de haber faltado a
todo aquello a que asistí, por mi condición delgada y pequeña de físico, de
inadvertible, a quien por extraña arbitrariedad no le fue dada nunca la
presencia completa, haciéndome el perpetuo impresenciado; mi minusculidad hízome
parecer en cualquier lugar que no estaba allí todavía, como un existente con
pero, un "ya, pero", siempre un "recién" de llegar de la Nada; aún menos que
llegar: un no quedado en la Nada, llegar es demasiado positivo. Así como
nadie, aunque sea alguno, despiértase sin creer haber estado despierto algo
antes obsérvense ustedes y lo notarán así: es estrictamente psicológica la
impresión en todos los despertares de haber estado despierto desde unos momento
antes. En estado de expectativa de un hecho cierto ocurre también lo mismo:
noten ustedes que cuando se aguarda, preocupado, un llamamiento telefónico y
oímos sonar la campanilla, parécenos que desde algunos segundos antes ya la
estábamos oyendo, así yo no conseguía empezar a estar presente, ni más ni menos
que les ocurría a los primeros trenes, tan lentos y torpes, que hasta después de
un rato no estaban en la estación a que habían llegado. Advertía siempre que
había en torno m ío incredulidad; amable pero incrédulamente se me recibía
siempre; a veces, el que me saludaba y me tendía la mano creía estar en el
ridículo de hablar y gesticular solo, y para disimular su confusión se dirigía a
los circunstantes alegando que había intentado cazar una polilla, lo que
aumentaba su ridículo porque es sabido que las polillas se cazan con un aplauso
de dos manos, a diferencia de los mosquitos que se matan sin aplaudirlos, con
una sola mano. Las presentaciones son mi tortura; y mi envidia de toda la
vida es la obesidad de todas las cosas, el extravolumen que, por contragolpe,
hacía comparable, como veis, a una presencia de polilla la mía. Sin embargo,
mi educación, mi ambiente, mi género de vida, mi inadvertido género de vida, me
habían hecho extremadamente sociable, con horror de la soledad, de la cual,
empero, no podía escapar ni en compañía. Todos estos sentimientos y
resentimientos de esta terrible negación del destino para acordarme presencia,
calidad de concurrente, como cualquier mortal, me han constreñido a este
desahogo en que hago la oratoria de un faltante irremediable. En mi condición de
inadvertible, pues ahora pienso que vosotros no me advertís y me resigno a este
irremediable mío, concluiré diciendo: Señores obsequiados y señores invitantes
al banquete cuya circular he recibido: siéndome imposible la presencia, por
causas misteriosas que nada tienen que ver con la falta de puntualidad de la
planchadora en traerme la camisa recién planchada ni con la perversidad del
objeto: el botón que se ha corrido debajo de la cama, sino con una puntualidad
de faltar adherida a mi vida con misteriosa inherencia, os ruego disculpéis mi
inasistencia al homenaje a que me he asociado de todo corazón, perdonándome
plenamente como si hubiera alegado no poder asistir a él por no tener noticia
alguna de tal homenaje o por haber llegado tarde a la verdad que trae en horario
aquí. Lo más concentrado de lo doloroso de esta preocupación de no tener
presencia en un mundo en que la hay hasta para la "presencia" de ánimo, es la
imposibilidad deprimente de lograr alguna vez "estorbar" algo a alguien. Sólo me
han halagado las situaciones, en fiestas de convite y danza muy concurridas y
agitadas, que me deparaban los atareados mozos, justamente exigentes e
irritables que cruzan entre movibles parejas y mesas apiñadas con la abundante
todollevabilidad de su luciente bandeja cargada de fragilidades e
inestabilidades, temblorosa de líquidos en vasos estremecidos, indicándome con
un violento ademán apartarme y no molestar. ¡Molestar a ojos vistas, en un
inadvertible! ¡Qué buen recuerdo y amistad guardo a los mozos de mal humor!
Fin
Nótese que algunos artículos llevan al pie la palabra Fin, porque los
más de mis lectores se quejan de que escribo muy corto, sin darme cuenta de que
son ellos los que dejan de leerme cerca del principio. La palabra Fin hace
constar que no he sido yo el que abandonó la compañía del lector. Que los
lectores no se fíen y sigan; que no es auténtico ningún "acabado" como dicen los
vendedores de relucientes coches de mis colaboraciones sin esa palabra, y
faltando ella deberéis seguir leyendo. Les aconsejo, pues, sospechar de su
impulso toda vez que crean concluido el artículo muy cerca de su comienzo.
Lo que sólo deben saber quienes esto escuchen
Seré el primer perorador que secreta con el público. Pero se entiende que al
secreto que voy a confiaros no le haréis dar una vuelta tan grande que me
alcance de retorno y me lo cuenten a mí mismo en el bar de allí enfrente, que es
el de mi séptimo café de la tarde. Los consagrados artistas que acaban de
exponeros elogiosamente mis méritos han tenido razón. Bien sabía que para
escribir ¡como yo escribo! debe tenerse quien nos dé de palos si escribimos mal.
(Felices los lectores, ellos no me leyeron a la fuerza, como yo compuse, y mis
libros están por venderse.) Por eso nos lastima mucho pensar en el destino de
los que fueron universalmente señalados en el escribir bien: Quevedo, Poe,
Cervantes, Steme, hoy mismo Kafka, Rilke, Supervielle, pues sabemos que alguien
seguramente los esperaba, o los espera, en su casa, con un ceño y una ronquera
terribles, si vienen del escribir mal. Ahora el secreto. "Si Juanita no
retorna mañana antes de las 8, pasado mañana la caso a la fuerza con su novio si
hay registro civil. ¡Pero si hay todos los días registro civil! Lo malo abunda."
(Aquí el autor parece que ya sabía que se iba a equivocar porque habría de sacar
un papel previstamente confundido. Y así, leído en alta voz ese papelito,
seguiría impávidamente improvisando sin ése ni otro apunte.) El secreto que
iba a deciros, bien lo recuerdo, es éste: los consagrados artistas que han
encomiado en este acto mi figura literaria, bien saben por qué lo han hecho,
bien sé yo la carga que comienza para mí ahora que han terminado la suya. Con
el uno, me comprometí a que poco tiempo después de este elogio lo libraría de
una vecina de balcón de enfrente de muy desairada persona que lo saetea con
miradas, lo molesta con llamadas telefónicas y, en suma, todo lo hace menos ser
bonita en su balcón. Con el otro, me obligué es empleado público
importante a procurarle certificado médico mío para toda inasistencia que le
conviniera justificar en su oficina; es sabido que nadie hasta hoy ha conseguido
la condescendencia de obtener tal certificación de ninguno de los abogados de
Buenos Aires: podéis, por tanto, juzgarla de preciosa. (Os dejo con lo que
tampoco yo pude averiguar: por qué los abogados no otorgamos certificados
médicos.) Con un tercero, me sometí a un pedido que me pareció muy raro: que
usara siempre paraguas nuevos y lujosos y que con ellos concurriera todos los
días de lluvia a su casa. Me imaginé que había elegido esos días para sus
reuniones y quería ostentar no que en su casa también llueve como en las demás,
lo que quizá algunos no le creerían, sino que tiene amigos dueños de ricos
paraguas; se lo prometí. Mas parecía tener algo más que pedirme..Así es que me
exigió también, y lo acepté, que en el momento de retirarme de cada una de esas
visitas olvidara mi paraguas, por haberles dicho a sus amigos que él conocía al
hombre más desmemoriado del mundo; y yo debía ser el amigo que era, al mismo
tiempo, el hombre más desmemoriado del mundo. Ya ven lo que he perdido por
obtener el favor de opiniones sobre mi inteligencia; se le caen a uno del alma
hasta las ganas de vivir mucho tiempo; poetas que sientan en pureza la poesía de
la lluvia son muy pocos: lo que los más sentimos es el exquisito egoísmo de oír
lluvia en nuestro techo en el día en que los otros la soportan por la calle, y
yo quedo comprometido a dejar mi techo por el ajeno, para la música de lluvia, y
ser transeúnte bajo el chaparrón. Y además, a olvidar un buen paraguas comprado
para una sola vez, como cañón Bertha, en cada día de lluvia, sin contar mudarse
del ser envidiado al ser compadecido, cuando llueve. Y así, para cada uno de
estos notables artistas me he obligado pesadamente; por tanto, mi deber de
agradecimiento, que hondamente siento y acato, es para con nosotros, el público,
único no sólo exento de todo interés, sino exento también de toda escasez de
tiempo, pues que ha acudido aquí por un par de horas. Para despedirme, voy a
exponer una sintética confrontación entre la poesía de las grandes almas no
literarias y la de los grandes artistas; o sea, entre lo estético artístico que
hay en muy pocos y lo ético que hay en muchos. Ramón Gómez de la Serna dijo,
captando una exquisita sensación decorativa, un resorte urban¡artístico, que en
los galgos de bronce del trayecto a Palermo (que han gustado tanto) se daba a
Buenos Aires la más decisiva nota de empaque de gran ciudad. Le opongo la
respuesta de una sensibilidad femenina de suprema percepción emocional: "Pues
esos galgos me dieron pena: no pude sentir su belleza ni la resonancia
ornamental o significativa que dispensan a la mole urbanística, porque lo que me
conmovió contemplándolos fue el desesperante nada sentir de esos perros de
metal, tan gráciles, que no tenían ni la vida de los pastitos que pisaban en su
aparente correr." ¿Haría Gómez de la Sema la comparación justa entre ambos
diferentes impulsos interpretativos del sentimiento? Propondría a ese inmenso
poeta, todavía, que se enfrentara el problema emocional (de Gusto), de cuál
sería en él, cuál debería ser en el mayor poeta, la emoción de perfecta justeza
ante un espectáculo que la misma mujer presenció. Habiendo llevado un nido a un
deslumbrador circo, fue presentado en la arena un elefante pruebístico al que en
el transcurso se le hizo erguirse sobre las dos patas, con lo que se vieron
en su vientre unos letrerones con una propaganda sobre el mejor jabón de Buenos
Aires. Se sublevó su sentimiento ante el humillante uso que se hacía de animal
tan consagrado convivente con los humanos de todo el mundo, tan legendario;
sintió hasta las lágrimas la sorpresa de tal insensibilidad hacia aquel pobre
ser tantos años mansamente mártir de los fieros aprendizajes de circo. ¿Qué
habría sentido Gómez de la Sema de esta villana ridiculización?
Un ilustre tercer caso: alabóse a Wordsworth por haber dicho: Me repugnan
las cópulas de las moscas en vuelo. En cambio, una hermosa argentina, no
obstante su vejez, la pobreza en que había caído y el largo martirio de una
parálisis que la tenía siempre en cama, decía: Me gustan las moscas, las moscas
son alegría. ¿Quién de ambos poseía más imaginación y poesía en el alma?
Yo quiero decirle a este público generoso, que tampoco consienta que en su
espíritu ceda la piedad a lo artístico, sino que se fíe y afirme en la impulsión
ética aunque ejercite su percepción y su sensibilidad al par en la estética.
Aferrémonos a la piedad y entonados por ella el goce de lo bello y de lo
artístico lo disfrutaremos con el sentimiento aditivo de merecerlo.
Le di
al Editor en un solo libro 10 oportunidades de páginas en blanco: quedó tan
enamorado de esta liberalidad con él que, metido en ánimos, previno a toda su
clientela que su imprenta no aceptaba sino libro con 10 o más páginas en
blanco. Sabido es que éstas son las originales páginas de editor en todo libro
de páginas de autor.
Brindis, en homenaje a Jules Supervielle, por
Recienvenido de Hace Rato
Días antes de conocer, después, como es discreto aparentarlo para viajes
impensados, la gira que improvisó poco a poco, agenciándose una por una, lo
mismo que exige un viaje muy pensado, las mil cosas de una salida de lugar
(menos su necesidad, su "¿para qué?"), el ilustre literato que está practicando
la recienvenidez con la a todo recién llegado preexistente Buenos Aires, la
ciudad en todo tiempo infaltable a quien desembarca, la única ciudad con
presentimiento del Perpetuo Viajero y que con la más delicada cordialidad que
una ciudad imaginó, se da preexistencia en obsequio de él, se adelanta al
recienvenir de todos dándole el sabor de un permanecer, y así ha hecho millones
de permanecedores que venían con el algo despectivo "de paso". Por lo menos
sabemos que días antes de empezar a saber, como todo el mundo, el impreparado
viaje que preparaba (poco a poco) el poeta Supervielle, cuyas obras le han hecho
de imposible incógnito pero no de imposible improvisación de viajes, como se ve,
yo preparé estas prontas palabras tan desprevenidamente que nada de lo que en
ellas digo lo había conseguido pensar en el "momento antes", y en esto es tan
adecuado como un buen libro sobre la pampa en un poeta francés nacido en el
Uruguay, que la busca en Buenos Aires. Por lo que resulta que la muy alegada
por Inglaterra "unpreparadness for war" está en auge de imitaciones en las
prolijidades previas de todo viaje y de todo brindis improvisados. Esa
"impreparación" no se vio y se pareció .odas las inexistencias son igualesal
cuño en que Alemania, después de esa guerra, pensaba moldear las ningunas ganas
que tenía de pagar su nunca paladeada Indemnización de Guerra. Es todo lo que
dije y hoy evoco, con las gratas horas y la gran figura de la imprevista
demostración que combinó el querido Evar Méndez incansable en admiraciones y
certezas, a la llegada de Jules Supervielle, que es hoy un universal a cuya
gloria modesta y plenamente añadóme y entonces sólo Méndez lo conocía quizá
profundamente. Es una originalidad total, en una impresión, como actitud de
poeta, sin ninguna de las repicadas rutinas de la literatura y desdeñando
originalidades de menudencias. Es una extraordinaria Simpatía que no se resiente
de la mínima dificultad de exposición.
Imaginario brindis a Alejandro
Sirio
Aunque lo pronuncio con S ya que no he nacido ceceoso a la española y como
algunos campesinos de Buenos Aires lo admiro a Alejandro Cirio, pues vi desde
temprano que era una de las personas con quien la comparación de favorecimientos
personales me era más ventajosa: era más bajito que yo, menos existente, más
grueso, no entendía como yo de música, en metafísica no había para qué esperarlo
en ninguna esquina y además no había conseguido lo que yo sí, lo que pocos
tenorios seductores han conseguido: que ninguna mujer se meta con uno. Estas
superioridades duran, pues no creo que vuelva de París más alto, más delgado,
más exento de ser, más músico, más metafísico, más ininterrumpido por mujeres
que yo. Por eso no he faltado a este desayuno y concurriré al banquete que se
anuncia, el banquete de comer que me dicen va a estrenarse por fin. Además,
tengo afán de presentar en dicho banquete los dos menús que he combinado y que
faltaban: el de la comidita de prudencia que nos dan previamente en casa si esa
noche hemos de asistir a un banquete y el de la comilona para dos con que debe
reconfortarse a ambos contenedores de un duelo a muerte, que después de una
emoción tan grande necesitan restaurarse más que nunca: el anormal apetito de
los sobrevivientes es muy conocido y ha sido celebrado y detallado en todas las
novelas de aventuras, tan novelescas. Brindo corto con brindis de desayuno y
reservo el de comer para su largo ocurrir anunciado, y me declaro su igual en
Dibujo, pues si bien él es pleno dueño en el exquisito arte yo soy por entero
dueño de mí mismo ante la más suprema obra del genio plástico: con telas y
dibujos no entiendo ni siento y también en este renglón se mantiene la
comparación con él, ya aludida, y continúa mi admiración personal de él. He
dicho.
Sirio agradeció y observó: "que era profundamente certero y
admirativo este brindis en que M. F. me alaba por serle yo inferior en todo y
hace un esfuerzo meritorio por pronunciar bien, y lo logró, el apellido mío que
conoce mal. Agradezco a este banquete la oportunidad que me hace sabedor de
contar con tan cálido y prolijo amigo".
Si hubo burla en esta incisiva
contestación a mi brindis tan cordial, yo todavía lo ignoro. Y no deteniéndome a
hacer el "quisquilloso", aludo al querido Alejandro Sirio , el insuperable señor
del Dibujo que compone sus estampas con las líneas mismas de la divina Lluvia.
(Supe del banquete al artista tan estimado hallándome lejos y quise brindar con
él en tan justo homenaje. No pudo ser; y hoy por fin cumplo en expresarle no un
juicio sin competencia sino la simpatía que me inspiró, como a tantos su hidalgo
trato.)