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El niño espera
que en el interior del cuerpo de su madre encontrará: a) el pene del padre; b) excrementos
y c) niños, y homologa todas estas cosas con sustancias comestibles. De acuerdo
con las más primitivas fantasías (o "teorías sexuales") infantiles sobre el coito
de los padres, durante el acto el pene del padre (o todo su cuerpo) es incorporado
por la madre. De este modo, los ataques sádicos del niño tienen por objeto a ambos
padres a la vez, a quienes muerde, despedaza o tritura en sus fantasías. Esos ataques
despiertan angustia porque el niño teme ser castigado por los padres unidos, y esta
angustia también es internalizada a consecuencia de la introyección oral-sádica
de los objetos y así se dirige ya hacia el superyó temprano. He podido observar
que estas situaciones de angustia de las primeras fases del desarrollo mental son
muy profundas y abrumadoras.
Según mi experiencia, en los ataques fantaseados contra el cuerpo materno desempeñan
un papel considerable el sadismo uretral y anal, que se agrega muy pronto al sadismo
oral y el muscular. En la fantasía, los excrementos son transformados en armas peligrosas:
orinar es para el niño lo mismo que lastimar, herir, quemar, ahogar, mientras que
las materias fecales son homologadas con armas y proyectiles. En una etapa posterior
a la fase descrita esas formas violentas de ataque son reemplazadas por ataques
encubiertos con los métodos más refinados que el sadismo puede inventar, y los excrementos
son homologados a sustancias venenosas.
El exceso
de sadismo despierta angustia y moviliza los mecanismos de defensa más primitivos
del yo. Freud escribe (1926): "Bien pudiera ser que antes de que el yo y el ello
hayan llegado a diferenciarse nítidamente y antes de que se haya desarrollado el
superyó, el aparato mental utilice modos de defensa distintos de los que pone en
práctica una vez que ha alcanzado dichos niveles de organización". Según lo que
he podido observar en el análisis, la primera defensa impuesta por el yo está en
relación con dos fuentes de peligro: el propio sadismo del sujeto y el objeto que
es atacado. Esta defensa, en correlación con el grado de sadismo, es de carácter
violento y difiere fundamentalmente del ulterior mecanismo de represión. En relación
con el sadismo del sujeto, la defensa implica expulsión, mientras que en relación
con el objeto atacado implica destrucción. El sadismo se convierte en una fuente
de peligro porque ofrece ocasión para la liberación de angustia y, también, porque
el sujeto siente que las armas empleadas para destruir al objeto apuntan a su propio
yo. El objeto atacado se convierte en una fuente de peligro, porque el sujeto teme
de él ataques similares (retaliatorios). De este modo, el íntegro yo no desarrollado
se encuentra ante una tarea que, en esta etapa, está totalmente fuera de su alcance:
la tarea de dominar la angustia más intensa.
Ferenczi sostiene
que la identificación, precursora del simbolismo, surge de las tentativas del niño
por reencontrar en todos los objetos sus propios órganos y las funciones de éstos.
Según Jones, el principio del placer hace posible la ecuación entre dos cosas completamente
diferentes por una semejanza de placer o interés. Hace algunos años, escribí un
artículo basado en estos conceptos, en el que llegué a la conclusión de que el simbolismo
es el fundamento de toda sublimación y de todo talento, ya que es a través de la
ecuación simbólica que cosas, actividades e intereses se convierten en tema de fantasías
libidinales.
Puedo ampliar
ahora lo expresado entonces (1923) y afirmar que, junto al interés libidinal, es
la angustia que surge en la fase descrita la que pone en marcha el mecanismo de
identificación. Como el niño desea destruir los órganos (pene-vagina-pecho) que
representan los objetos, comienza a temer a estos últimos. Esta angustia contribuye
a que equipare dichos órganos con otras cosas; debido a esa equiparación éstas,
a su vez, se convertirán en objetos de angustia. Y así el niño se siente constantemente
impulsado a hacer nuevas ecuaciones que constituyen la base de su interés en los
nuevos objetos, y del simbolismo.
Entonces el
simbolismo no sólo constituye el fundamento de toda fantasía y sublimación, sino
que sobre él se construye también la relación del sujeto con el mundo exterior y
con la realidad en general. He señalado que el objeto del sadismo en su punto culminante
-y el impulso epistemofílico surge simultáneamente con el sadismo- es el cuerpo
materno con sus contenidos fantaseados. Las fantasías sádicas dirigidas contra el
interior del cuerpo materno constituyen la relación primera y básica con el mundo
exterior y con la realidad. Del grado de éxito con que el sujeto atraviesa esta
fase, dependerá la medida en que pueda adquirir, luego, un mundo externo que corresponda
a la realidad. Vemos, entonces, que la primera realidad del niño es totalmente fantástica;
está rodeado de objetos que le causan angustia, y en este sentido excrementos, órganos,
objetos, cosas animadas e inanimadas son en principio equivalentes entre sí. A medida,
que el yo va evolucionando, se establece gradualmente a partir de esa realidad irreal
una verdadera relación con la realidad. Por consiguiente, el desarrollo del yo y
la relación con la realidad dependerán del grado de capacidad del yo, en una etapa
muy temprana, para tolerar la presión de las primeras situaciones de angustia. Y,
como siempre, también aquí es cuestión de cierto equilibrio óptimo entre los factores
en juego. Una cantidad suficiente de angustia es una base necesaria para la abundante
formación de símbolos y fantasías; para que la angustia pueda ser satisfactoriamente
elaborada, para que esta fase fundamental tenga un desenlace favorable y para que
el yo pueda desarrollarse con éxito, es esencial que el yo tenga adecuada capacidad
para tolerar la angustia.
Estas conclusiones
son el resultado de mi experiencia analítica general, pero se ven confirmadas de
manera sorprendente en un caso en el que existía una desusada inhibición en el desarrollo
del yo.
Este caso,
del que daré ahora algunos detalles, es el de un niño de cuatro años que por la
pobreza de su vocabulario y desarrollo intelectual estaba en el nivel de un niño
de 15 ó 18 meses. Faltaban casi completamente la adaptación a la realidad y relaciones
emocionales con su ambiente. Este niño, Dick, carecía de afecto y era indiferente
a la presencia o ausencia de la madre o la niñera. Desde el principio, sólo rara
vez había manifestado angustia, e incluso en un grado anormalmente reducido. Con
excepción de cierto interés especial, al que me referiré en seguida, no tenía casi
intereses, no jugaba y no tenía contacto con su medio. Generalmente, articulaba
sonidos ininteligibles y repetía constantemente ciertos ruidos. Cuando hablaba,
utilizaba incorrectamente su escaso vocabulario. Pero no sólo era incapaz de hacerse
inteligible; tampoco lo deseaba. Más aun, la madre advertía a veces claramente en
Dick una actitud fuertemente negativa, que se expresaba en que con frecuencia hacía
precisamente lo contrario de lo que se esperaba de él. Por ejemplo: si la madre
lograba hacerlo repetir junto con ella algunas palabras, con frecuencia Dick las
alteraba completamente, aunque otras veces podía pronunciar perfectamente esas mismas
palabras. Además, a veces repetía correctamente las palabras, pero seguía repitiéndolas
en forma incesante y mecánica hasta que hartaba a todos. Ambas formas de conducta
difieren de la de un niño neurótico. Cuando un niño neurótico manifiesta oposición
en forma de rebeldía, y cuando manifiesta obediencia (incluso acompañada por un
exceso de angustia), lo hace con cierta comprensión y alguna forma de referencia
a la cosa o persona implicada. Pero en la oposición y obediencia de Dick no se advertía
afecto ni comprensión alguna. Además, cuando se lastimaba, demostraba gran insensibilidad
al dolor y no experimentaba para nada el deseo universal en niños pequeños de ser
consolado y mimado. Su torpeza física era también muy notable. No era capaz de asir
cuchillos ni tijeras, en cambio era llamativo que manipulara normalmente la cuchara
con que comía.
La impresión
que me causó su primera visita fue que su comportamiento era muy diferente del que
observamos en niños neuróticos. Dejó que su niñera se retirara sin manifestar ninguna
emoción, y me siguió al consultorio con absoluta indiferencia. Allí corrió de un
lado a otro sin ningún propósito, y correteó varias veces a mi alrededor como si
yo fuese un mueble más, pero no mostró ningún interés hacia los objetos del cuarto.
Al correr de un lado al otro, sus movimientos parecían carecer de coordinación.
La expresión de sus ojos y su rostro era fija, ausente y falta de interés, comparada
una vez más con el comportamiento de los niños con neurosis graves. Recuerdo niños
que, sin tener verdaderos ataques de angustia, durante su primera visita se recluían
tímida y obstinadamente en un rincón, o se sentaban sin moverse ante la mesa con
juguetes, o, sin jugar, tomaban un objeto u otro, sólo para dejarlos en seguida.
En todas estas formas de conducta es inequívoca la gran angustia latente. El rincón
o la mesa son lugares para refugiarse de mi. Pero el comportamiento de Dick carecía
de sentido y propósito, y no tenía relación con ningún afecto o angustia.
Daré ahora
algunos detalles de la historia previa de Dick. Su lactancia había sido excepcionalmente
insatisfactoria y perturbada porque durante varias semanas la madre había insistido
en una infructuosa tentativa de amamantarlo, y el niño había estado a punto de morir
de inanición. Se había recurrido entonces a la alimentación artificial. Por fin,
cuando Dick tenía siete semanas, se le procuró una nodriza, pero ya no pudo mejorar
en sus mamadas. Padeció de trastornos digestivos, prolapso anal, y, más tarde, de
hernorroides. Posiblemente su desarrollo quedó afectado por el hecho de que, aunque
recibió toda clase de cuidados, nunca se le prodigó verdadero amor; la actitud de
la madre hacia él había sido, desde el principio, de excesiva angustia.
Como, por
otra parte, ni su padre ni su niñera le demostraron mucho afecto, Dick creció en
un ambiente sumamente pobre de amor. Cuando tenía dos años de edad, tuvo una nueva
niñera, hábil y afectuosa, y, poco después, pasó una larga temporada con su abuela,
que era muy cariñosa con él. La influencia de estos cambios pudo notarse en su desarrollo.
Había aprendido a caminar a edad normal, pero hubo dificultades para enseñarle el
control esfinteriano. Bajo la influencia de la nueva niñera, adquirió hábitos de
limpieza mucho más rápidamente. A los tres años ya se controlaba y, en este punto
demostraba realmente cierto grado de ambición y celo. En otro aspecto, se manifestaba
a los cuatro años sensible a los reproches. Su niñera había descubierto que practicaba
la masturbación y le había dicho que eso era "malvado" y que no debía hacerlo. Esta
prohibición dio origen indudablemente, a temores y sentimientos de culpa. Además,
a los cuatro años, Dick había hecho en general un intento mayor para adaptarse,
aunque relacionado principalmente con cosas externas, especialmente con el aprendizaje
mecánico de una serie de palabras nuevas. Desde los primeros días la alimentación
de Dick había sido anormalmente difícil. Cuando tuvo la nodriza no había manifestado
ningún deseo de mamar, y ese rechazo persistió. Después, se negaba a tomar el biberón.
Cuando llegó el momento de darle alimentos más sólidos se negaba a morderlos y rechazaba
todo lo que no tuviese la consistencia de una papilla; y hasta para esto era preciso
forzarlo a que comiera. Otro efecto favorable de la influencia de la nueva niñera
fue un interés un poco mayor por la comida, pero, con todo, las dificultades principales
subsistieron[2].
De manera que, si bien la niñera afectuosa había alterado ciertos aspectos de su
desarrollo, los defectos fundamentales no se habían modificado. Tampoco con ella
-como pasaba con los demás- había logrado establecer un contacto emocional. Así,
ni su ternura ni la de la abuela habían conseguido poner en marcha la ausente relación
objetal. En el análisis de Dick descubrí que la razón de la desusada inhibición
de su desarrollo era el fracaso de las etapas primitivas a que me he referido al
comienzo de este artículo. Había en el yo de Dick una incapacidad completa, aparentemente
constitucional, para tolerar la angustia. Lo genital había intervenido muy precozmente;
esto produjo una prematura y exagerada identificación con el objeto atacado y contribuyó
a la formación de una defensa igualmente prematura contra el sadismo. El yo había
cesado el desarrollo de su vida de fantasía y su relación con la realidad. Después
de un débil comienzo, la formación de símbolos se había detenido. Las primeras tentativas
habían dejado su huella en un interés que, aislado y sin relación con la realidad,
no podía servir de base a nuevas sublimaciones. El niño era indiferente a la mayor
parte de los objetos y juguetes que veía a su alrededor, y tampoco entendía su finalidad
o sentido. Pero le interesaban los trenes y las estaciones, y también las puertas,
los picaportes y abrir y cerrar puertas.
El interés
hacia esos objetos y acciones tenía un origen común: se relacionaba en realidad
con la penetración del pene en el cuerpo materno. Las puertas y cerraduras representaban
los orificios de entrada y salida del cuerpo de la madre, mientras que los picaportes
representaban el pene del padre y el suyo propio. Por lo tanto, lo que había producido
la detención de la actividad de formación de símbolos era el temor al castigo que
recibiría (en especial por parte del pene del padre) cuando hubiese penetrado en
el cuerpo de la madre. Además, sus defensas contra sus propios impulsos destructivos
resultaron un impedimento fundamental de su desarrollo. Era absolutamente incapaz
de cualquier agresión, y la base de dicha incapacidad estaba señalada en un período
muy temprano en su rechazo a morder los alimentos. A los cuatro años, no podía manejar
tijeras, cuchillos ni herramientas y era sumamente torpe en todos sus movimientos.
Las defensas contra los impulsos sádicos dirigidos contra el cuerpo materno y sus
contenidos -impulsos relacionados con fantasías de coito- habían tenido por consecuencia
el cese de las fantasías y la detención de la formación de símbolos. El desarrollo
ulterior de Dick había sido perturbado porque el niño no podía vivir en fantasías
la relación sádica con el cuerpo de la madre.
La dificultad
desusada con la que tuve que luchar en el análisis no fue su incapacidad de expresarse
verbalmente. En la técnica del juego, que sigue las representaciones simbólicas
del niño, y que da acceso a su angustia y sentimientos de culpa, podemos, en gran
parte, prescindir de las asociaciones verbales. Pero esta técnica no se limita al
análisis de los juegos del niño. Podemos extraer material (como tenemos que hacer
en niños con inhibición del juego) del simbolismo revelado por detalles de su comportamiento
en general[3].
Pero en Dick el simbolismo no se había desarrollado. Esto se debía en parte a la
falta de relación de afecto con las cosas de su ambiente, hacia las que era casi
completamente indiferente. Prácticamente, no tenía relaciones especiales con objetos
en particular, como las que solemos observar aun en niños con graves inhibiciones.
Como no existía en su mente ninguna relación afectiva o simbólica con los objetos,
ninguno de sus actos casuales relacionados con ellos estaba coloreado por la fantasía,
siendo por lo tanto imposible considerar dichos actos como representaciones simbólicas.
Su falta de interés por el ambiente y las dificultades para establecer un contacto
con su mente eran tan sólo el resultado de su falta de relación simbólica con las
cosas -como pude percibir a través de ciertos aspectos en los que su conducta difería
de la de otros niños-. El análisis tuvo, pues, que comenzar con esto, el obstáculo
fundamental para establecer un contacto con él.
Ya dije que
la primera vez que Dick vino a verme no manifestó ninguna clase de afecto cuando
su niñera lo dejó conmigo. Cuando le mostré los juguetes que había ya dispuesto
para él, los miró sin el más mínimo interés. Tomé entonces un tren grande, lo coloqué
junto a uno más pequeño y los designé como "Tren papito" y "Tren Dick". Entonces
él tomó el tren que yo había llamado Dick, lo hizo rodar hasta la ventana y dijo:
"Estación". Expliqué: "La estación es mamita; Dick está entrando en mamita". Dejó
entonces el tren, fue corriendo hacia el espacio formado por las puertas exterior
e interior del cuarto y se encerró en él diciendo: "oscuro", y volvió a salir corriendo.
Repitió esto varias veces. Le expliqué: "Dentro de mamita está oscuro. Dick está
dentro de mamita oscura". Entretanto, él tomó nuevamente el tren, pero pronto corrió
otra vez al lugar entre las puertas. Mientras yo le decía que él estaba entrando
en la mamita oscura, él habla dicho dos veces en tono interrogativo: "¿Niñera?"
Le contesté: "Niñera viene pronto", cosa que él repitió, utilizando luego las palabras
correctamente, y reteniéndolas en su mente. En la sesión siguiente se comportó de
idéntica manera. Pero esta vez Dick escapó corriendo de la habitación hacia el oscuro
vestíbulo. Colocó allí el tren "Dick" e insistió en dejarlo allí. Preguntaba repetidamente:
"¿Viene niñera?" En la tercera hora analítica se comportó de la misma manera, sólo
que además de correr al vestíbulo y entre las puertas, se escondió también detrás
de la cómoda. Entonces se angustió y me llamó por primera vez. Su aprensión era
evidente entonces por la forma en que preguntaba insistentemente por su niñera,
y al finalizar la sesión la acogió con placer inusitado. Vemos que simultáneamente
con la aparición de la angustia había surgido un sentimiento de dependencia, primero
hacia mi y luego hacia la niñera, y al mismo tiempo empezó a interesarse por las
palabras tranquilizadoras: "Niñera viene en seguida", que contrariamente a su conducta
habitual, había repetido y recordado. Pero también durante esa tercera sesión había
observado por vez primera los juguetes con interés, en el que se evidenciaba una
tendencia agresiva. Señaló un carrito de carbón y dijo: "Corta". Le di un par de
tijeras y él trató de raspar los trocitos de madera que representaban el carbón,
pero no pudo manejar las tijeras. Respondiendo a una rápida mirada suya, corté los
pedazos de madera del carrito, que él arrojó en seguida, junto con su contenido,
dentro del cajón; diciendo: "Se fue". Le dije que eso significaba que Dick estaba
sacando heces del cuerpo de su madre. Fue entonces corriendo al espacio entre las
puertas, y las arañó un poco, expresando de este modo que identificaba el espacio
entre ambas puertas con el carrito y a ambos con el cuerpo de la madre, al que estaba
atacando. En seguida regresó corriendo desde el espacio entre las puertas, vio el
armario y se deslizó en su interior. Al comenzar la siguiente hora analítica lloró
cuando la niñera se fue, lo que era inusitado en él. Pero pronto se calmó. Esta
vez evitó el espacio entre las puertas, el armario y el rincón, pero se interesó
por los juguetes, examinándolos con indudable curiosidad naciente. Al hacer esto
encontró el carrito que habla destrozado durante la sesión anterior, y su contenido.
Empujó ambos rápidamente hacia un lado y los cubrió con otros juguetes. Cuando le
expliqué que el carrito roto representaba a la madre, lo buscó nuevamente, lo mismo
que los pedacitos de carbón sueltos, y se los llevó al espacio entre las puertas.
A medida que su análisis progresaba, se vio claramente que al arrojarlos fuera de
la habitación en esa forma estaba expresando su expulsión, tanto del objeto dañado
como de su propio sadismo (o de los recursos por éste utilizados), que de este modo
era proyectado al mundo exterior. Dick había descubierto el lavatorio, que simbolizaba
el cuerpo de su madre, y manifestaba un extraordinario temor a mojarse con agua.
Cada vez que sumergía sus manos -o las mías- en el agua, se apresuraba ansiosamente
a secarlas, e inmediatamente después manifestaba idéntica angustia al orinar. La
orina y las heces eran para él sustancias dañinas y peligrosas[4].
Se hizo evidente que en su fantasía las materias fecales, la orina y el pene eran
los objetos con los cuales atacaba el cuerpo de la madre, representando por consiguiente
un peligro también para él mismo. Estas fantasías aumentaban su temor a los contenidos
del cuerpo de la madre y, en particular, el pene del padre que él imaginaba en el
interior del vientre de ella. Durante el análisis de Dick llegamos a ver en muy
diversas formas ese pene fantaseado así como también un sentimiento de agresividad
cada vez mayor contra él, predominando especialmente los deseos de devorarlo y destruirlo.
En una oportunidad, por ejemplo, Dick se llevó a la boca un hombrecito de juguete
y, rechinando los dientes, dijo: "Tea Daddy", lo cual significaba "Eat Daddy" ("Comer
papito"). En seguida pidió un vaso con agua. La introyección del pene del padre
demostró estar conectada a la vez con dos temores: el temor al pene como superyó
primitivo y dañino, por un lado y, por el otro, el temor al castigo por la madre
así robada, es decir, el temor al objeto externo y al objeto introyectado. En este
punto apareció en primer plano lo ya mencionado -y que había sido un factor determinante
en el desarrollo de Dick-: que la fase genital había comenzado prematuramente. Esto
se reveló con claridad en el hecho de que representaciones del tipo de la que acabo
de citar desencadenasen no sólo angustia, sino remordimiento, lástima y la sensación
de que tenia que reparar. Por esa razón, Dick volvía a depositar sobre mi falda
o en mis manos el hombrecito de juguete, guardaba todo otra vez en el cajón, etc.
La temprana actuación de las reacciones provenientes del plano genital era el resultado
de un desarrollo prematuro del yo; no obstante, sólo había conseguido inhibir el
desarrollo ulterior del yo. Esta temprana identificación con el objeto no podía
ser aún relacionada con la realidad. Una vez, por ejemplo, Dick vio sobre mi falda
algunos recortes de madera de lápiz y dijo: "Pobre Sra. Klein". Pero en otra ocasión
similar dijo, en el mismo tono: "Pobre cortina". Simultáneamente con su incapacidad
para tolerar la angustia, su prematura empatía había sido un factor decisivo en
la represión de sus impulsos destructivos. Dick había roto sus lazos con la realidad
y había detenido su vida de fantasía, refugiándose en las fantasías del cuerpo oscuro
y vacío de su madre. De este modo había logrado, también, apartar su atención de
los diversos objetos del mundo externo que representaban el contenido del cuerpo
de la madre, el pene del padre, heces y niños. Porque eran peligrosos y agresivos,
tenía que deshacerse (o negar) de su propio pene -órgano del sadismo- y de sus excrementos.
En el análisis
de Dick pude llegar hasta su inconsciente a través de los rudimentos de vida de
fantasía y de formaciones simbólicas que manifestaba. El resultado obtenido fue
una disminución de la angustia latente, de modo que cierto monto de angustia quedó
manifiesta. Pero esto implicaba que la elaboración de dicha angustia comenzaba con
el establecimiento de una relación simbólica con cosas y objetos, y al mismo tiempo
se movilizaron impulsos epistemofílicos y agresivos. Todo progreso era seguido por
la liberación de nuevas cantidades de angustia, y lo llevaba a apartarse en cierta
medida de las cosas con las que había establecido ya relaciones afectivas, y que,
por consiguiente, se habían convertido en objetos de angustia. Al apartarse de ellos,
se dirigía hacia nuevos objetos, y éstos también llegaban a convertirse en el objetivo
de sus impulsos epistemofílicos y agresivos. Así, por ejemplo, durante algún tiempo
Dick evitó totalmente el armario, pero en cambio se ocupó de investigar a fondo
el lavatorio y la estufa eléctrica, examinándolos con toda minuciosidad y manifestando
una vez más impulsos destructivos contra dichos objetos. Luego transfirió su interés
a cosas nuevas y también a otras con las cuales ya había llegado a familiarizarse
anteriormente, y que había luego abandonado.
Volvió a demostrar interés por el armario, pero esta vez su interés iba acompañado
por una actividad y curiosidad mucho mayor y por tendencias agresivas mucho más
intensas de todo tipo. Golpeaba el armario con una cuchara, lo rayaba o le hundía
un cuchillo, y le arrojaba agua. Examinaba con vivacidad las bisagras de la puerta,
la forma en que ésta se abría y se cerraba, y la cerradura, etc., se trepaba en
el interior del armario preguntando cómo se llamaban sus diferentes partes, etc.
De este modo, a medida que iban aumentando sus intereses, fue enriqueciendo simultáneamente
su vocabulario, porque había comenzado a demostrar un interés cada vez mayor no
sólo por las cosas en sí, sino también por sus nombres. Palabras que antes había
oído sin ningún interés, las recordaba y aplicaba ahora correctamente.
Junto con
el aumento de intereses y el establecimiento de una transferencia cada vez más intensa
hacia mí, había aparecido la relación de objeto que hasta entonces faltaba. Durante
estos meses su actitud hacia la madre y la niñera se ha tornado afectuosa y normal.
Desea ahora su presencia, quiere que ellas le presten atención y se entristece cuando
lo dejan. También con su padre su relación muestra indicios cada vez más claros
de una actitud edípica normal, y, en general, existe una relación mucho más firme
con todos los objetos. El deseo de hacerse inteligible, antes nulo, está actualmente
en plena actividad. Dick trata de hacerse entender por medio de su vocabulario,
todavía pobre, pero en constante aumento, y que él mismo se empeña en enriquecer.
Existen además muchos otros indicios de que ha comenzado a establecer relación con
la realidad.
Han transcurrido
hasta ahora seis meses desde que comenzó su análisis y la evolución que durante
este período se ha iniciado en aspectos fundamentales justifica un pronóstico favorable.
Muchos de los problemas peculiares que se presentaron en este caso han resultado
solucionables. Con la ayuda de muy pocas palabras fue posible llegar a establecer
contacto con él. Ha sido posible también movilizar la angustia en un niño que carecía
de intereses y afectos; a la vez, fue posible luego resolver y regular gradualmente
la angustia liberada. Quisiera subrayar que en el caso de Dick he modificado mi
técnica habitual. En general, no interpreto el material hasta tanto éste no ha sido
expresado a través de varias representaciones, pero en este caso, en que la capacidad
de expresión por medio de representaciones casi no existía, me vi obligada a interpretar
sobre la base de mis conocimientos generales, pues en la conducta de Dick las representaciones
eran relativamente vagas. Al lograr por este medio acceso a su inconsciente, pude
movilizar angustia y otros afectos. Las representaciones se tornaron entonces más
completas y pronto conseguí bases más sólidas para el análisis, pudiendo entonces
pasar paulatinamente a la técnica que utilizo generalmente en el análisis de niños
pequeños.
Ya he explicado
cómo logré que la angustia se hiciese manifiesta, y que se atenuara así la que existía
en estado latente. Una vez que la angustia se hizo manifiesta pude resolverla. en
parte. gracias a la interpretación, aunque fue también posible elaborarla mejor,
o sea distribuirla sobre nuevas cosas e intereses; así fue mitigada de tal modo
que el yo pudo tolerarla. Si regular así cantidades de angustia permitirá al yo
tolerar y elaborar montos normales, es cosa que sólo podrá indicar el curso posterior
del análisis. En el caso de Dick el problema consiste, por lo tanto, en modificar
mediante el análisis, un factor fundamental de su desarrollo.
En el análisis
de este niño, que era absolutamente incapaz de hacerse inteligible y cuyo yo no
era accesible a ninguna influencia, lo único que se podía hacer era tratar de llegar
hasta su inconsciente, y disminuyendo las dificultades inconscientes, abrir camino
para el desarrollo del yo. Naturalmente, en este caso -lo mismo que en cualquier
otro- el acceso al inconsciente debió lograrse a través del yo. Los hechos han demostrado,
por consiguiente, que aun aquel yo tan poco desarrollado bastaba para permitir el
establecimiento de una vinculación con el inconsciente. Creo que, desde el punto
de vista teórico, es importante advertir que aun en este caso se logró hacer evolucionar
a la vez al yo y a la libido, sólo por el análisis de los conflictos inconscientes,
y sin que fuese necesario imponer al yo ninguna influencia educacional. Es evidente
que si el yo tan escasamente desarrollado de un niño que carecía de todo contacto
con la realidad, fue capaz de tolerar la supresión de represiones por el análisis
sin que se sintiera abrumado por el ello, está claro que en niños neuróticos (es
decir, en casos mucho menos extremos) no tenemos ninguna razón para temer que el
yo pueda sucumbir al ello. Es también interesante advertir el hecho de que la influencia
educacional que anteriormente habían ejercido sobre el niño las personas de su ambiente,
había resbalado sobre Dick sin dejar ninguna huella. En cambio hoy, que su yo se
encuentra, gracias al análisis, en plena evolución, el niño se muestra cada vez
más dócil a dicha influencia, la que ha podido adaptarse al ritmo de los impulsos
instintivos movilizados por el análisis y que basta para manejarlos.
Queda todavía
sin aclarar la cuestión del diagnóstico. El doctor Forsyth había diagnosticado demencia
precoz, y pensó que valía la pena intentar el análisis. Dicho diagnóstico parecía
ser corroborado por el hecho de que el cuadro clínico coincidía, en muchos aspectos
importantes, con el de la demencia precoz avanzada de los adultos. Resumiéndolo
una vez más: se trataba de un caso caracterizado por una ausencia casi total de
afectividad y de angustia, gran alejamiento de la realidad y falta de accesibilidad,
así como de rapport emocional, conducta negativista alternando con indicios de obediencia
automática, indiferencia ante el dolor, perseveración -síntomas todos característicos
de la demencia precoz-. Además, este diagnóstico estaba también confirmado por el
hecho de que pudo excluirse con seguridad la presencia de cualquier enfermedad orgánica,
en primer término, porque así lo reveló el examen efectuado por el doctor Forsyth,
y, en segundo lugar, porque el caso demostró ser tratable psicológicamente. El análisis
me demostró que la idea de una psiconeurosis podía ser también definitivamente descartada.
En contra del diagnóstico de demencia precoz existe el hecho
de que el rasgo fundamental en el caso de Dick era una inhibición del desarrollo,
y no una regresión. Además, la demencia precoz es muy poco frecuente en la primera
infancia, por lo que muchos psiquiatras sostienen que no existe en este período.
No quiero
adelantar un diagnóstico desde esta perspectiva de psiquiatría clínica, pero mi
experiencia general en el análisis de niños me permite hacer algunas observaciones
de índole general sobre las psicosis infantiles. He llegado al convencimiento de
que la esquizofrenia infantil es mucho más común de lo que generalmente se admite.
Daré algunas razones por las que no se la reconoce. 1) Los padres, especialmente
en las clases más pobres, en general sólo consultan al psiquiatra cuando el caso
es desesperado, es decir, cuando ellos mismos no pueden hacer nada con el niño.
Por esta razón, un gran número de casos jamás llega a la observación médica. 2)
En los pacientes que el médico alcanza a ver, suele ser imposible para él, en un
rápido y único examen, establecer la presencia de esquizofrenia. Por consiguiente,
muchos casos son clasificados bajo diversas denominaciones, tales como "detención
del desarrollo", "deficiencia mental", "predisposición psicopática", "tendencias
asociales", etc. 3) La esquizofrenia en los niños es menos evidente y llamativa
que en los adultos. Rasgos típicos de esta enfermedad son menos llamativos en un
niño porque en menor grado son naturales en el desarrollo de niños normales. Síntomas
tales como alejamiento de la realidad, falta de rapport emocional, incapacidad para
concentrarse en cualquier ocupación, conducta tonta y charla sin sentido, no nos
llaman tanto la atención en un niño, a quien no juzgarnos con el mismo criterio
con que juzgaríamos a un adulto. Excesiva movilidad, tanto como movimientos estereotipados
en los niños son sumamente comunes y solamente difieren en grado de la hiperkinesia
y estereotipia de los esquizofrénicos. La obediencia automática tiene que ser realmente
muy llamativa para que los padres la consideren como otra cosa que "docilidad".
La conducta negativa es considerada a menudo como "traviesa" y la disociación es
en el niño un fenómeno que la mayoría de las veces escapa a toda observación. La
angustia fóbica de los niños contiene a menudo ideas de persecución de carácter
paranoide[5]
y los temores hipocondríacos son hechos que requieren una observación muy profunda
y que a menudo sólo pueden llegar a descubrirse mediante el análisis. 4) Más frecuentes
incluso que las verdaderas psicosis son, en los niños, los rasgos psicóticos que,
en circunstancias desfavorables, pueden desencadenar enfermedades posteriores.
Creo que la
esquizofrenia y, en particular, la presencia de rasgos esquizofrénicos en los niños,
es un fenómeno muchísimo más frecuente de lo que en general se supone. He llegado
a la conclusión -por razones que explicaré en otro lugar- de que el concepto de
esquizofrenia en particular y de psicosis en general, tales como se presentan en
la infancia, debe ser ampliado y creo que una de las tareas fundamentales del psicoanálisis
de niños consiste en descubrir y curar las psicosis infantiles. El conocimiento
teórico adquirido en esta forma sería sin duda una valiosa contribución para nuestra
comprensión de la estructura de la psicosis, y nos permitiría, al mismo tiempo,
establecer diagnósticos más exactos entre las distintas enfermedades.
Si ampliamos,
pues, el uso del término en la forma propuesta, creo que se justifica mi clasificación
de la enfermedad de Dick como esquizofrenia. Es verdad que difiere de la esquizofrenia
típica de los niños en el hecho de que el trastorno era en este caso una inhibición
del desarrollo, mientras que en la mayoría de estos casos se trata de una regresión
después que el niño ha superado con éxito cierta etapa de su desarrollo[6].
Además, a la naturaleza poco común del cuadro clínico se sumaba, en Dick, la gravedad
del caso. No obstante, tengo mis razones para pensar que no es éste un caso aislado,
puesto que recientemente han llegado a mi conocimiento otros dos casos análogos
en niños de alrededor de la misma edad de Dick. Pienso, por lo tanto, que si estuviéramos
en condiciones de hacer observaciones más penetrantes, encontraríamos muchos más
casos similares.
Resumiré ahora
mis conclusiones teóricas, obtenidas no sólo de mis observaciones en el caso de
Dick sino también de otros casos menos extremos de esquizofrenia en niños entre
cinco y trece años de edad, y también de mi experiencia analítica general.
Los estadíos
tempranos del complejo de Edipo están dominados por el sadismo. Tienen lugar durante
una etapa del desarrollo que se inicia con el sadismo oral (al que se suman el sadismo
uretral, muscular y anal) y termina cuando la predominancia del sadismo anal llega
a su fin.
Es sólo en
los estadíos posteriores del conflicto edípico cuando aparece la defensa contra
los impulsos libidinales; en los estadíos tempranos es contra los impulsos destructivos
asociados contra lo que se dirige la defensa. La primera defensa erigida por el
yo va dirigida contra el propio sadismo del sujeto y contra el objeto atacado, ya
que ambos son considerados como fuentes de peligro. Esta defensa tiene carácter
violento y difiere de los mecanismos de represión. En el varón, esta poderosa defensa
se dirige también contra su propio pene, como el órgano ejecutor de su sadismo,
y es una de las causas más frecuentes de todas las perturbaciones de la potencia
sexual.
Estas son
mis hipótesis sobre la evolución de personas normales y neuróticas. Veamos ahora
la génesis de la psicosis.
El período
inicial de la fase de sadismo máximo es aquel en que los ataques son concebidos
como de un carácter violento. He encontrado en este período el punto de fijación
de la demencia precoz. En la segunda parte de esta fase los ataques fantaseados
son imaginados como envenenamientos, y predominan los impulsos sádicos uretrales
y anales. Creo que éste es el punto de fijación de la paranoia[7].
Quiero recordar aquí que Abraham sostuvo que en la paranoia la libido hace una regresión
a la primera fase anal. Mis conclusiones coinciden con las hipótesis de Freud, según
las cuales los puntos de fijación de la demencia precoz y de la paranoia deben buscarse
en la etapa narcisista, los de la demencia precoz precederán a los de la paranoia.
Una excesiva
y prematura defensa del yo contra el sadismo impide el establecimiento de la relación
con la realidad y el desarrollo de la vida de fantasía. La posesión y exploración
sadística del cuerpo materno y del mundo exterior (el cuerpo de la madre por extensión),
quedan detenidas y esto produce la suspensión más o menos completa de la relación
simbólica con cosas y objetos que representan el cuerpo de la madre y, por ende,
del contacto del sujeto con su ambiente y con la realidad en general. Este retraimiento
forma la base de la falta de afecto y angustia, que es uno de los síntomas de la
demencia precoz. En esta enfermedad, entonces, la regresión iría directamente a
la fase temprana del desarrollo en que la apropiación y destrucción sádica del interior
de la madre -tal como lo concibe el sujeto en sus fantasías- y el establecimiento
de una relación con la realidad han sido impedidos o refrenados debido a la angustia.
[1] Véase mi "Estadíos tempranos del conflicto edípico" (1928).
[2] Al finalizar el primer año se te ocurrió pensar que el niño era anormal, y un sentimiento de este tipo puede haber afectado su actitud hacia él.
[3] Esto se refiere únicamente a la primera parte y a algunas otras etapas posteriores de su análisis. Una vez que tuve acceso a su inconsciente y que la angustia fue atenuada, fueron apareciendo en forma gradual las actividades del juego. Las asociaciones verbales y todas las demás formas de representación, junto con un desarrollo del yo que facilitó la labor analítica.
[4] Encontré en esto la explicación de un temor peculiar, que la madre había observado en Dick cuando éste tenia unos cinco meses, y también algunas veces en épocas posteriores. Cuando defecaba u orinaba, la expresión de su rostro revelaba gran angustia. Como las heces no eran duras, el hecho de que sufriera de prolapso anal y hemorroides no parecían justificar tal aprensividad, sobre todo porque también se manifestaba en forma idéntica cuando pedía orinar o defecar, sólo lo hacía después de largas vacilaciones y con signos inconfundibles de la angustia más profunda y lágrimas en los ojos. Una vez analizada esta angustia, su actitud con respecto a ambas funciones se modificó considerablemente y es hoy casi normal.
[5] Véase mi artículo sobre "La personificación en el juego de los niños" (1929).
[6] Sin embargo, el hecho de que el análisis permitiera establecer un contacto con la mente de Dick y que se haya obtenido algún resultado en un periodo de tiempo relativamente breve, hace pensar en la existencia de cierto desarrollo latente, además del escaso desarrollo manifiesto. Pero aun así, el grado total de desarrollo era tan anormalmente escaso, que la hipótesis de una regresión desde una etapa ya superada me parece difícilmente admisible en este caso.
[7] En otro trabajo me referiré al material en que se apoyan estas opiniones y daré entonces argumentos más detallados a favor de las mismas. (Véase mi El psicoanálisis de niños.)