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Señor Presidente, señoras y señores: cuando vuestro secretario me pidió hace uno
o dos días que hablara esta noche en esta reunión, contesté que lo haría con placer,
pero que no podía con tan poca anticipación elaborar nada semejante a un artículo
o contribución para este tema. Señalo esto porque sólo voy a reunir libremente algunas
conclusiones que he formulado en otros contextos[2].En
un artículo[3]
que leí a esta sección en 1927 traté de mostrar que las tendencias criminales funcionan
también en los niños normales, y expresé algunas sugerencias sobre los factores
que subyacen al desarrollo asocial o criminal. Había encontrado que los niños que
muestran tendencias asociales y criminales, y que las actúan (por supuesto que en
forma infantil) una y otra vez, eran quienes más temían una cruel represalia de
sus padres como castigo de sus fantasías agresivas dirigidas contra esos mismos
padres. Niños que inconscientemente estaban esperando ser cortados en pedazos, decapitados,
devorados, etc., se sentían compelidos a portarse mal y hacerse castigar, porque
el castigo real, por severo que fuera, era reasegurador en comparación con los ataques
asesinos que esperaban continuamente de sus padres fantásticamente crueles. Llegué
a la conclusión, en el artículo al que acabo de referirme, de que no es (como se
supone generalmente) la debilidad o falta de superyó, o en otras palabras, no es
la falta de conciencia, sino la abrumadora severidad del superyó, la responsable
del comportamiento característico de personas asociales y criminales.
La labor consiguiente en el campo del análisis infantil ha confirmado estas sugerencias
y ha dado un insight más profundo en los mecanismos que actúan en estos casos. El
niño pequeño alberga primero impulsos y fantasías agresivos contra sus padres, después
los proyecta en ellos, y así desarrolla una imagen fantástica y distorsionada de
la gente que lo rodea. Pero al mismo tiempo actúa el mecanismo de introyección,
de modo que se internalizan estas imágenes irreales, con el resultado de que el
niño se siente así mismo gobernado por padres fantásticamente peligrosos y crueles:
el superyó dentro de sí.
En la temprana fase sádica, que normalmente todo individuo supera, el niño se protege
contra este temor a sus violentos objetos, tanto introyectados como externos, redoblando
en su imaginación sus ataques contra ellos; su propósito para deshacerse así de
sus objetos es en parte silenciar las intolerables amenazas del superyó. Se establece
un círculo vicioso, la angustia del niño lo impulsa a destruir sus objetos, esto
lleva a un incremento de la propia angustia, y esto lo presiona una vez más contra
sus objetos; este circulo vicioso constituye el mecanismo psicológico que parece
estar en el fondo de las tendencias asociales y criminales en el individuo.
Cuando en el curso normal del desarrollo disminuyen tanto el sadismo como la angustia,
el niño encuentra recursos y modos mejores y más socializados de dominar su angustia.
La mejor adaptación a la realidad permite al niño conseguir más apoyo contra las
imagos fantásticas a través de su relación con los padres verdaderos. En tanto que
en los estadíos más tempranos del desarrollo sus fantasías agresivas contra sus
padres, hermanos y hermanas despertaban principalmente la angustia porque estos
objetos podrían volverse contra él, esas tendencias se convierten ahora en la base
de los sentimientos de culpa y deseo de reparar lo que en su imaginación ha hecho.
Cambios del mismo tipo surgen como resultado del análisis.
Los análisis del juego muestran que cuando los instintos agresivos y la angustia
del niño son muy intensos, éste sigue una y otra vez rompiendo y cortando, desgarrando,
mojando y quemando toda clase de cosas como papel, fósforos, cajas y juguetes, que
representan a sus padres, hermanos y hermanas, y el cuerpo y pecho de la madre,
y encontramos también que estas actitudes agresivas alternan con grave angustia.
Pero cuando durante el análisis se resuelve gradualmente la angustia y disminuye
así el sadismo, aparecen en primer plano sentimientos de culpa y tendencias constructivas,
por ejemplo, cuando antes un niño no hacia más que romper en pedacitos trozos de
madera, empieza ahora a tratar de convertir esos trocitos de madera en un lápiz.
Toma pedacitos de grafito. de lápices que ha cortado y los pone en una hendidura
de la madera, y luego cose un trozo de tela alrededor de la madera para que parezca
más bonito. Es evidente, del contexto general del material que representa y de las
asociaciones que proporciona, que este lápiz hecho por él, representa el pene de
su padre, que en la fantasía ha destruido, y el suyo propio, cuya destrucción teme
como medida retaliatoria.
Cuanto más aumenta la tendencia y capacidad de reparar y más crece la creencia y
confianza en los que lo rodean, más se apacigua el superyó, y viceversa. Pero en
los casos en que, como resultado de un fuerte sadismo y una angustia abrumadora
(sólo puedo mencionar aquí algunos de los factores más importantes) el círculo vicioso
entre el odio, la angustia y las tendencias destructivas no puede romperse, el individuo
sigue estando bajo la tensión de las primeras situaciones de angustia y retiene
los mecanismos de defensa pertenecientes a este estadío temprano. Si entonces el
miedo al superyó, sea por razones externas o intrapsíquicas, pasa de ciertos limites,
el individuo puede sentirse compelido a destruir a la gente, y esta compulsión puede
formar la base del desarrollo de un tipo de conducta criminal o de una psicosis.
Vemos así que las mismas raíces psicológicas pueden desarrollarse hasta constituir
paranoia o criminalidad. Ciertos factores llevarán en este último caso a una mayor
tendencia en el criminal a suprimir las fantasías inconscientes y hacer acting out
en la realidad. Las fantasías de persecución son comunes a ambos estados; es porque
el criminal se siente perseguido que va destruyendo a otros. Naturalmente en casos
en que los niños, no sólo en la fantasía, sino también en la realidad, experimentan
cierto grado de persecución por padres malos o un ambiente miserable, se reforzarán
fuertemente las fantasías. Hay una tendencia común a sobrestimar la importancia
del ambiente insatisfactorio, en el sentido en que las dificultades psicológicas
internas, que en parte resultan del ambiente, no se aprecian suficientemente. Por
consiguiente, depende del grado de angustia intrapsíquica, el que ésta conduzca
o no a mejorar el ambiente del niño.
Uno de los grandes problemas sobre los criminales, que siempre los ha hecho incomprensibles
al resto del mundo, es su falta de los naturales sentimientos humanos buenos; pero
esta falta es sólo aparente. Cuando en el análisis se llega a los más profundos
conflictos de los que brotan la angustia y el odio, también se encuentra el amor.
El amor no está ausente en el criminal, sino que está escondido y enterrado en forma
tal que sólo el análisis puede traerlo a la luz. Como el objeto persecutorio odiado
era originalmente para el bebé el objeto de su amor y libido, el criminal está ahora
en situación de odiar y perseguir su propio objeto amado; como ésta es una situación
intolerable es preciso suprimir todo recuerdo y conciencia de cualquier sentimiento
de amor por cualquier objeto. Si no hay en el mundo más que enemigos, y esto es
lo que siente el criminal, a su modo de ver su odio y destructividad se justifican
ampliamente, actitud que alivia algunos de sus sentimientos inconscientes de culpa.
El odio se usa a menudo como el encubridor más efectivo del amor, pero no debe olvidarse
que para la persona que está bajo la continua tensión de la persecución, la seguridad
de su propio yo es la primera y única consideración.
Entonces, para resumir: en los casos en que la función del superyó es principalmente
provocar angustia, evocará violentos mecanismos de defensa en el yo, de carácter
no ético y asocial; pero en cuanto disminuye el sadismo del niño y cambia el carácter
y funcionamiento de su superyó de modo tal que provoca menos angustia y más sentimiento
de culpa, se activan esos mecanismos defensivos que forman la base de la actitud
moral y ética, y el niño empieza a tener consideración por sus objetos, y a tener
sentimientos sociales.
Uno sabe cuán difícil es acercarse al adulto criminal y curarlo, aunque no tenemos
razones para ser demasiado pesimistas en este punto, pero la experiencia muestra
que uno si puede acercarse y curar tanto niños criminales como psicóticos. Por consiguiente,
parece que el mejor remedio contra la delincuencia sería analizar a los niños que
muestran signos de anormalidad hacia una u otra dirección.