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CONTRIBUCIÓN A LA PSICOGÉNESIS DE LOS ESTADOS MANIACO-DEPRESIVOS
1935
En mis primeros trabajos[1] describí una fase del sadismo en su cúspide, por la
que pasan los niños durante el primer año de vida. En los primeros meses de la existencia
del niño, éste tiene impulsos sádicos dirigidos no sólo contra el pecho de su madre,
sino también contra el interior de su cuerpo; impulsos de vaciar su contenido, de
devorarlo y destruirlo por todos los medios que el sadismo pueda sugerir. La evolución
del niño pequeño está gobernada por los mecanismos de introyección y proyección.
Desde el comienzo el yo introyecta objetos "buenos" y "malos", siendo el pecho de
la madre el prototipo de ambos: de los objetos buenos cuando el niño lo consigue,
y de los malos cuando le es negado. Esto se debe a que el bebé proyecta su propia
agresión sobre estos objetos que siente que son malos, y no sólo porque frustran
sus deseos: el niño los concibe como realmente peligrosos, como perseguidores que
teme lo devoren, vacíen el interior de su cuerpo, lo corten en pedazos, lo envenenen,
que, en resumen, maquinen su destrucción por todos los medios que el sadismo pueda
imaginar. Estas imagos, que son un cuadro fantásticamente distorsionado de los objetos
reales sobre los cuales se basan, las instala el bebé no sólo en el mundo exterior,
sino, por el proceso de incorporación, también dentro del yo. De ahí que niños muy
pequeños pasen por situaciones de ansiedad (y reaccionen con mecanismos de defensa)
cuyo contenido es comparable al de la psicosis de los adultos.
Uno de los primeros métodos de defensa contra el miedo a los perseguidores, ya sentidos
en el mundo externo o ya internalizados (eventualmente después de la proyección
sobre un objeto real), es el de la escotomización, la negación de la realidad psíquica;
esto puede llevar a una restricción considerable de los mecanismos de introyección
y proyección y a la negación de la realidad externa, formando la base de psicosis
más graves. Muy pronto, también, el yo trata de defenderse contra los perseguidores
internalizados mediante los procesos de expulsión y proyección. Al mismo tiempo,
puesto que el miedo a los objetos internalizados no es de ningún modo extinguido
con su proyección, el yo dirige contra los perseguidores dentro de su cuerpo las
mismas fuerzas y medios que emplea contra los del mundo externo. Estos contenidos
de ansiedad y mecanismos de defensa forman la base de la paranoia. En los miedos
infantiles a los magos, brujas, bestias salvajes, etc., descubrimos algo de esta
misma ansiedad, pero sufriendo ya el proceso de la proyección y modificación. Una
de mis conclusiones fue que la ansiedad psicótica del niño[2] en particular la ansiedad
paranoide, se liga y modifica por los mecanismos obsesivos que hacen su aparición
muy tempranamente.En el presente trabajo me propongo tratar los estados depresivos
en su relación con la paranoia por una parte y con la manía por otra. He obtenido
el material sobre el cual se basan mis conclusiones, del análisis de estados depresivos
en casos de neurosis graves, de casos marginales y de pacientes, tanto adultos como
niños, que evidenciaron tendencias paranoicas y depresivas mezcladas.
He estudiado estados maníacos en diversos grados y formas, incluyendo estados ligeramente
hipomaníacos en personas normales.
El análisis de características depresivas y maníacas en niños y adultos normales
también resultó muy instructivo[3].De acuerdo con Freud y Abraham, el proceso fundamental
de la melancolía es la pérdida del objeto amado. La pérdida verdadera de un objeto
real, o alguna situación similar que tenga el mismo significado, da por resultado
la instalación del objeto dentro del yo. Debido, sin embargo, a un exceso de impulsos
canibalísticos en el sujeto, esta introyección se malogra y la consecuencia es la
enfermedad.
Ahora bien, ¿por qué el proceso de introyección es tan especifico para la melancolía?
Creo que la diferencia principal entre la incorporación en la paranoia y en la melancolía
está relacionada con cambios en la relación del sujeto con el objeto, aunque también
se trata de un cambio en la constitución del yo introyectante. De acuerdo con Edward
Glover, el yo, al principio vagamente organizado, consiste en un número considerable
de núcleos del yo. Según esto, en primer lugar un núcleo oral del yo y después un
núcleo anal del yo predominan sobre los otros[4]. En esta fase muy temprana, en
la que el sadismo oral tiene un papel predominante y según mi criterio constituye
la base de la esquizofrenia[5], el poder del yo de identificarse con sus objetos
es todavía pequeño, en parte porque todavía no está coordinado y en parte porque
los objetos introyectados son todavía principalmente objetos parciales, que el niño
equipara con las heces (Abraham).
En la paranoia, las defensas características se dirigen principalmente a la destrucción
de los "perseguidores", mientras que la ansiedad del yo ocupa un lugar prominente
en el cuadro. A medida que el yo completa su organización, las imagos internalizadas
se aproximan más a la realidad y el yo puede identificarse más ampliamente con los
objetos "buenos". El miedo a la persecución, dirigido primero sólo al yo, se extiende
ahora también al objeto bueno, y en adelante la preservación del objeto bueno será
considerada como sinónimo de la supervivencia del yo.
Junto con este desarrollo se produce un cambio de mucha importancia, es decir, se
pasa de la relación de objeto parcial a la relación de objeto total. Con este paso
el yo llega a una nueva posición, que forma los cimientos de la llamada pérdida
del objeto amado. Sólo después que el objeto haya sido amado como un todo, su pérdida
puede ser sentida como total.
Con este cambio en la relación con el objeto, hacen su aparición nuevos contenidos
de ansiedad y se produce un cambio en los mecanismos de defensa. El desarrollo de
la libido es influido decisivamente por los cambios en la relación del sujeto con
su objeto. La angustia paranoide de que los objetos sadísticamente destruidos sean
una fuente de veneno dentro del cuerpo del sujeto, hace que éste, junto a la vehemencia
de los ataques oral-sádicos, muestre una desconfianza profunda hacia ellos mientras
los incorpora.
Esta desconfianza conduce a una debilitación de las fijaciones orales. Una manifestación
de esto puede observarse en las dificultades que niños muy pequeños presentan con
la comida, y que tienen, según mi opinión, una raíz paranoide. Si el niño (o el
adulto) se identifica más ampliamente con el objeto bueno, los impulsos libidinales
aumentan; desarrolla un deseo y un amor "codicioso" de devorar este objeto, y el
mecanismo de introyección se refuerza. Además, se siente impelido constantemente
a repetir la incorporación de un objeto bueno, en parte porque teme haberlo perdido
con su canibalismo -es decir, la repetición del acto es para probar la realidad
de sus temores y negarlos- y en parte porque teme a sus perseguidores internalizados
y necesita un objeto bueno que lo ayude a vencerlos. En este estadío el yo es impulsado
más que nunca, por amor y por necesidad, a introyectar el objeto.
Otro estimulo para el aumento de la introyección es la fantasía de que el objeto
amado puede ser conservado a salvo dentro del sujeto. En este caso los peligros
internos son proyectados sobre el mundo exterior.
Sin embargo, si la importancia del objeto aumenta, y se establece un mejor reconocimiento
de la realidad psíquica, la ansiedad por miedo a que el objeto sea destruido en
el proceso de introyección conduce -según lo ha descrito Abraham- a perturbaciones
de la función de introyección.
En mi experiencia he visto que hay además una profunda ansiedad por los peligros
que esperan al objeto una vez introyectado. No puede ser mantenido a salvo en el
interior puesto que éste es considerado como un lugar peligroso y venenoso donde
el objeto amado moriría. Aquí vemos una de las situaciones que he descrito como
fundamental para la angustia ante "la pérdida del objeto amado", es decir, la situación
de angustia en la que el yo se identifica ampliamente con sus objetos buenos internalizados
y al mismo tiempo -por el aumento de la percepción de la realidad psíquica- se da
cuenta de su propia incapacidad para protegerlo y preservarlo contra los objetos
internalizados perseguidores y contra el ello. Esta ansiedad está justificada psicológicamente,
porque el yo, aun cuando se identifica más ampliamente con el objeto, no abandona
sus primeros mecanismos de defensa. De acuerdo con la hipótesis de Abraham, la destrucción
y expulsión del objeto -procesos característicos del primer nivel anal- inician
el mecanismo depresivo. De ser exacto, confirmaría mi opinión de la conexión genética
entre paranoia y melancolía.
En mi opinión, el mecanismo paranoico de la destrucción de objetos (ya sea dentro
del cuerpo o en el mundo exterior) por todos los medios que el sadismo oral, uretral
y anal tiene a su disposición persiste, pero en menor grado y con ciertas modificaciones
debido al cambio en la relación del sujeto con sus objetos. Como he dicho, el temor
de que el objeto "bueno" sea expulsado junto con el "malo" hace que los mecanismos
de expulsión y proyección pierdan parcialmente su valor. Sabemos que, en este estadío,
el yo hace un mayor uso de la introyección del objeto bueno como un mecanismo de
defensa. Esto se halla asociado con el surgimiento de tendencias y fantasías muy
importantes: realizar la reparación del objeto. En trabajos anteriores[6] estudié
en detalle el concepto de reparación y demostré que era algo más que una simple
formación reactiva. El yo se siente impelido (y ahora puedo agregar: impelido por
su identificación con el objeto bueno internalizado) a llevar a cabo una reparación
por todos los ataques sádicos que en fantasías regresivas anteriores ha dirigido
contra ese objeto. Cuando se ha logrado una división bien marcada entre los objetos
buenos y malos, el sujeto trata de reparar a los primeros, compensando en la reparación
todos sus ataques sádicos en cada detalle[7]. Pero todavía el yo del niño pequeño
no puede creer mucho en la bondad del objeto y en su propia capacidad para realizar
una restitución. Por otra parte, por medio de su identificación con el objeto bueno
y por medio de otros progresos mentales, el yo se ve forzado a un mayor reconocimiento
de la realidad psíquica, y esto lo expone a conflictos terribles. Algunos de sus
objetos -un número indefinido- son sus perseguidores, listos para devorarlo y aniquilarlo.
De todos modos, ellos ponen en peligro al yo y a los objetos buenos. Todo daño que
el niño hace en la fantasía a sus padres (primero por odio y después como autodefensa),
todo acto de violencia cometido por un objeto contra otro (en particular el coito
destructivo y sádico de los padres, que él considera como otra consecuencia de sus
deseos sádicos), todo esto acontece para él tanto en el mundo exterior como dentro
del yo (desde que el yo está absorbiendo constantemente todo el mundo exterior).
Pero estos procesos son considerados como una fuente perpetua de peligro tanto para
el objeto bueno como para el yo.
Es verdad que, ahora que los objetos buenos y malos están más claramente diferenciados,
el odio del niño se dirige más bien contra los últimos, mientras que su amor y sus
intentos de reparación se hallan más enfocados hacia los primeros; pero el exceso
de sadismo temprano y ansiedad frena el avance de su desarrollo mental. Todo estímulo
externo o interno (toda frustración real, por ejemplo) está lleno de los mayores
peligros: no sólo los objetos malos, sino también los buenos están asi amenazados
por el ello, porque todo acceso de odio y de ansiedad puede temporariamente abolir
la diferenciación y dar así por resultado una "pérdida del objeto bueno amado".
Y no es solamente la vehemencia del odio incontrolable del sujeto, sino también
la de su amor la que pone en peligro al objeto. Porque en este estadío de su desarrollo,
amar un objeto y devorarlo están íntimamente relacionados. Un niño que cree, cuando
su madre desaparece, que él la ha comido y destruido (ya sea por amor o por odio)
se halla atormentado por la ansiedad tanto por sí mismo como por la madre.
Ahora se aclara por qué en esta fase del desarrollo el yo se siente constantemente
amenazado en su posesión de los objetos buenos internalizados. Está lleno de ansiedad
por miedo de que tales objetos perezcan. Tanto en niños como en adultos que sufren
de depresiones, he descubierto el miedo de albergar objetos moribundos o muertos
(especialmente los padres) dentro de ellos y una identificación del yo con objetos
en esta situación.
Desde el comienzo mismo del desarrollo psíquico hay una constante correlación entre
los objetos reales y aquellos instalados dentro del yo. Es por esta razón que la
ansiedad que acabo de describir se manifiesta en una exagerada fijación del niño
hacia su madre o sustituta[8]. La ausencia de la madre hace surgir ansiedad en el
niño por miedo de que sea entregado a objetos malos, externos o internos, sea porque
ésta muera o porque pueda transformarse en una madre "mala".Ambos casos significan
para él que ha perdido a su madre querida, y llamará particularmente la atención
sobre el hecho de que el temor a la pérdida del objeto "bueno" internalizado se
transforma en una fuente perpetua de ansiedad por miedo de que su madre real muera.
Por otra parte, cualquier experiencia que sugiera la pérdida del objeto amado real
estimula también el temor de perder al internalizado.
Ya he dicho que mi experiencia me ha llevado a la conclusión de que la pérdida del
objeto amado tiene lugar durante la fase del desarrollo en la cual el yo realiza
la transición de la incorporación parcial del objeto a la total. Habiendo descrito
ya la situación del yo en esa fase, me puedo expresar con mayor precisión sobre
este punto. Los procesos internos que posteriormente se definen como "pérdida de
amor" y llevan a la depresión, están determinados por la sensación del sujeto de
haber fracasado (durante el destete y en los períodos que lo preceden o lo siguen),
en poner a salvo su buen objeto internalizado, etc., y no haberlo poseído. Una razón
de su fracaso es que el yo ha sido incapaz de vencer su miedo paranoide de perseguidores
internalizados.
En este punto nos enfrentamos con una cuestión importante para toda nuestra teoría.
Mis propias observaciones y las de muchos colegas ingleses me han llevado a la conclusión
de que la influencia directa de los primeros procesos de introyección sobre el desarrollo
tanto normal como patológico es importantísima y, en ciertos aspectos, distinta
de como ha sido aceptada hasta ahora en los círculos psicoanalíticos.
De acuerdo con nuestros puntos de vista, aun los primeros objetos incorporados forman
la base del superyó e influyen en su estructura. La cuestión no es, sin duda alguna,
simplemente teórica. Cuando estudiamos las relaciones del temprano yo infantil con
sus objetos internalizados y con el ello y llegamos a comprender los cambios graduales
que sufren estas relaciones, logramos una visión más profunda de las situaciones
específicas de ansiedad por las que pasa el yo y los mecanismos específicos de defensa
que desarrolla a medida que se va organizando más y mejor. Enfocado desde este punto
de vista llegamos, en nuestra experiencia, a una comprensión más completa de las
primeras fases del desarrollo psíquico, de la estructura del superyó y de la génesis
de las enfermedades psicóticas.
Cuando nos ocupamos de la etiología, es esencial considerar la disposición libidinal
no simplemente como tal, sino también considerarla en conexión con las primeras
relaciones del sujeto con sus objetos internalizados y externos, consideración que
implica una comprensión de los mecanismos de defensa desarrollados por el yo al
enfrentarse con sus diversas situaciones de ansiedad.
Si aceptamos este criterio de la formación del superyó, su inflexible severidad
en el caso del melancólico se hace más inteligible. Las persecuciones y exigencias
de los malos objetos internalizados; los ataques de esos objetos uno contra otro
(especialmente aquellos objetos representados por el coito sádico de los padres);
la apremiante necesidad de cumplir con las estrictas exigencias de los objetos "buenos"
y protegerlos y aplacarlos dentro del yo, con el resultante odio del ello; la constante
incertidumbre sobre la "bondad" de un "objeto bueno", lo que hace que éste se transforme
tan prontamente en uno malo; todos estos factores se combinan para producir en el
yo la sensación de ser presa de exigencias imposibles y contradictorias que surgen
del interior, condición que se siente como mala conciencia. Es decir, los primeros
balbuceos de la conciencia están asociados con la persecución por objetos malos.
La misma expresión "el roer de la conciencia" (Gewissensbisse) es testimonio de
la implacable "persecución" de la conciencia y del hecho de que es originalmente
concebida como devorando a su víctima.
Entre las diversas exigencias internas que contribuyen a la severidad del superyó
en el melancólico, he mencionado la necesidad apremiante que existe para el yo de
obedecer a las exigencias muy estrictas de los objetos "buenos". Es solamente esta
parte del cuadro -la crueldad de los objetos "buenos", es decir, la del objeto como
erigido en el yo- la que ha sido reconocida hasta ahora por la opinión analítica
general como causa de la inflexible severidad del superyó en el melancólico. Pero,
en mi opinión, únicamente observando la relación compleja del yo con sus objetos
malos fantaseados, así como con sus objetos buenos, y observando el cuadro completo
de la situación interna que he tratado de reseñar en este trabajo, podremos comprender
la esclavitud a que se somete el yo cuando obedece a las exhortaciones y exigencias
extremadamente crueles de su objeto amado erigido dentro de él. Según he mencionado
anteriormente, el yo trata de mantener separados los objetos "buenos'' de los "malos",
los reales de los fantaseados. El resultado es un concepto de objetos extremadamente
malos y extremadamente perfectos, es decir, sus objetos amados son, en muchos aspectos,
intensamente morales y exigentes. Al mismo tiempo, desde que el yo no puede mantener
separados los objetos malos y buenos en su mente[9], una parte de la crueldad de
los objetos malos y del ello la adjudica a los objetos buenos, y esto aumenta aun
más la severidad de sus exigencias[10]. Estas estrictas exigencias tienen el propósito
de amparar al yo en su lucha contra sus odios incontrolables y sus malos objetos
perseguidores, con los cuales el yo está parcialmente identificado[11]. Cuanto mayor
es la ansiedad por perder los objetos amados, mayor es la lucha del yo por salvarlos,
y cuanto más difícil se hace la tarea de reparación, más estrictas se vuelven las
exigencias asociadas con el superyó.
He tratado de demostrar que las dificultades que experimenta el yo cuando realiza
la incorporación de objetos totales, proceden de su aún imperfecta capacidad para
dominar, por medio de sus mecanismos de defensa, los nuevos contenidos de ansiedad
que surgen de este adelanto de su desarrollo.
Comprendo la dificultad que hay para trazar una línea definida entre los sentimientos
y contenidos de ansiedad del paranoico y del depresivo, desde que ambos están íntimamente
ligados. Pero pueden distinguirse unos de otros, con un criterio de diferenciación,
si se considera que la ansiedad de persecución está principalmente relacionada con
la preservación de los buenos objetos internalizados (totales) con los cuales el
yo se identifica. En este caso -que es el del depresivo- la ansiedad y los sufrimientos
son de naturaleza mucho más compleja. La ansiedad, por miedo de que los objetos
buenos, y con ellos el yo, sean destruidos, o que se encuentren en estado de desintegración,
se halla entretejida con esfuerzos continuos y desesperados para salvar los objetos
buenos internalizados y externos.
Me parece que sólo cuando el yo ha introyectado el objeto como un todo y ha logrado
mejores relaciones con el mundo externo y con personas reales, es capaz de comprender
ampliamente el desastre creado por su sadismo y especialmente por su canibalismo,
y sentirse apenado por ello. Este dolor se relaciona no sólo con el pasado sino
también con el presente, puesto que en este temprano estadío del desarrollo el sadismo
está en su apogeo. Se necesita una mayor identificación con el objeto amado. El
yo se encuentra entonces enfrentado con el hecho psíquico de que sus objetos de
amor se encuentran destruidos -en trozos-, y la desesperación, remordimiento y ansiedad
que se derivan de este reconocimiento, forman la base de numerosas situaciones de
ansiedad, entre las que citaré: cómo juntar los trozos de la manera correcta y a
su debido tiempo; cómo recoger los trozos buenos y deshacerse de los malos; cómo
hacer revivir el objeto una vez que se han juntado los trozos, y ver esta tarea
obstaculizada por los objetos malos y por el propio odio.
Las situaciones de ansiedad de este tipo son las que he encontrado en el fondo no
sólo de la depresión, sino también de toda inhibición para el trabajo. Las tentativas
de salvar el objeto amado, de repararlo y restaurarlo, tentativas que en estado
de depresión están unidas con la desesperación, desde que el yo duda de su capacidad
para efectuar tal restauración, son los factores determinantes en toda sublimación
y en el desarrollo total del yo. En relación con esto, sólo mencionaré la importancia
específica que tiene para la sublimación la forma en que se halla reducido el objeto
amado en trozos y el esfuerzo por juntarlos. Es un objeto "perfecto" que está en
pedazos; asi, la reparación presupone la necesidad de embellecerlo y "perfeccionarlo''.
La idea de perfección es, además, tan apremiante, porque refuta la idea de desintegración.
En algunos pacientes que se han alejado de su madre por odio o desagrado y que han
usado otros mecanismos para separarse de ella, he encontrado, sin embargo. que existía
en sus espíritus un hermoso cuadro de la madre, pero sentido sólo como el cuadro
de ella y no como realidad. El objeto real no era atractivo: en realidad, una persona
dañada, incurable y por consiguiente temida. El cuadro hermoso había sido disociado
del objeto real, pero no se había renunciado nunca a él, y jugaba un papel importante
en los modos específicos de su sublimación.
Parece que el deseo de perfección está arraigado en la ansiedad depresiva de desintegración,
que es así de gran importancia en todas las sublimaciones.
Como he señalado anteriormente, el niño llega a la comprensión de su amor por un
objeto bueno, total, y además real, junto con un sentimiento de culpa abrumador
hacia él. La identificación total con el objeto, basada en la atracción libidinal,
primero hacia el pecho, después a toda la persona, va pareja con su ansiedad por
él (por su desintegración), con culpabilidad y remordimiento, con un sentido de
responsabilidad para conservarlo intacto contra los perseguidores y el ello y con
una tristeza relacionada con la idea de una pérdida inevitable del mismo. Estas
emociones, conscientes o inconscientes, son, en mi opinión, uno de los elementos
fundamentales de los sentimientos llamados amor. Podemos decir que estamos familiarizados
con los autorreproches del depresivo, que representan reproches contra el objeto.
Pero, según mi criterio, el odio del yo hacia el ello, que es importantísimo en
esta fase, explica aun más. sus sentimientos de desvalorización y desesperación
que los reproches hacia el objeto. He encontrado a menudo que estos reproches y
el odio contra los objetos malos, sufren secundariamente un aumento para enmascarar
el odio frente al ello, que es todavía más insoportable. En último análisis, es
el conocimiento inconsciente del yo de que el odio así como el amor, existe también
allí, y que en cualquier momento puede llegar a dominar (la ansiedad del yo de ser
arrastrado por el ello, destruyendo así el objeto amado) lo que provoca el dolor,
los sentimientos de culpa y la desesperación que forman la base de la tristeza.
Esta ansiedad es también responsable de la duda acerca de la bondad del objeto amado.
Según ha puntualizado Freud, la duda es en realidad, la duda de nuestro propio amor,
y "el hombre que duda de su amor, puede o, más bien, tiene que dudar de todas las
cosas[12]."Yo diría que el paranoico ha introyectado también un objeto real y total,
pero no ha podido llegar a una identificación completa con él, o habiendo llegado
a ésta, no ha podido mantenerla. Mencionaré unas cuantas razones responsables de
este fracaso: la ansiedad de persecución es demasiado grande; hay sospechas y ansiedades
de naturaleza fantástica que dificultan una completa y estable introyección de un
objeto bueno y real. Habiendo sido introyectado como tal, hay poca capacidad para
conservarlo como objeto bueno, puesto que dudas y sospechas de todas clases harán
que el objeto amado se torne pronto en un perseguidor. Así, su relación con los
objetos totales y con el mundo real está todavía influida por su primera relación
con objetos parciales internalizados y con heces respectivamente como perseguidores,
y puede ceder otra vez a estos últimos.
Me parece que es característico del paranoico que aunque desarrolle un fuerte y
agudo poder de observación del mundo externo y de los objetos reales, a causa de
su ansiedad de persecución y sus sospechas, esa observación y su sentido de la realidad
están sin embargo falseados, puesto que su ansiedad de persecución hace que mire
a la gente principalmente desde el punto de vista de si son perseguidores o no.
Donde la ansiedad de persecución por el yo se halla en camino ascendente, no son
posibles ni una identificación completa y estable con otro objeto, en el sentido
de considerarlo y comprenderlo como realmente es, ni una capacidad plena para el
amor.
Otra razón importante por la cual el paranoico no puede mantener su relación de
objeto total, es que mientras las ansiedades de persecución y la ansiedad por si
misma están todavía operando tan fuertemente, no puede soportar el peso adicional
de ansiedades por un objeto amado, por los sentimientos de culpa y remordimiento
que acompañan esta posición depresiva. Además, en esta posición puede hacer mucho
menos uso de la proyección, por temor de expulsar sus objetos buenos y de este modo
perderlos, y, por otra parte, por temor a dañar objetos externos buenos al expulsar
de su interior lo que es malo.
Vemos así que los sufrimientos relacionados con la posición depresiva lo arrojan
regresivamente al estado paranoico. Sin embargo, aunque se haya alejado, la situación
depresiva ha sido alcanzada, y por lo tanto la probabilidad de depresión está siempre
presente. Esto explica, en mi opinión, el hecho de que frecuentemente encontremos
la depresión junto con una paranoia grave, aun en casos de depresión no tan severa.
Si comparamos los sentimientos del paranoico con los del depresivo en lo que respecta
al despedazamiento del objeto, se puede ver que, característicamente, el depresivo
está lleno de dolor y ansiedad por el objeto, y luchará por unirlo de nuevo en un
todo, mientras que para el paranoico el objeto despedazado es principalmente una
multitud de perseguidores, desde que cada trozo crece de nuevo y se vuelve perseguidor[13].
Este concepto de los fragmentos peligrosos a los que se ve reducido el objeto me
parece estar en concordancia con la introyección de los objetos -fragmentos (trozos
de objetos) que se equiparan a las heces (Abraham)- y con la ansiedad de una multitud
de perseguidores internos, los cuales, en mi opinión, dan lugar a la introyección
de muchos trozos de objetos y de multitud de heces peligrosas.
He considerado ya las distinciones entre el paranoico y el depresivo desde el punto
de vista de sus distintas relaciones con sus objetos amados. Tomemos las inhibiciones
y ansiedades relativas a la comida. La ansiedad de absorber sustancias destructivas,
peligrosas, dentro de sí, será paranoica, mientras que la ansiedad de destruir los
objetos buenos externos mordiéndolos y mascándolos, o la de poner en peligro el
buen objeto interno introduciendo sustancias malas del mundo exterior, será depresiva.
La ansiedad de poner en peligro a un objeto bueno externo dentro de uno mismo, incorporándolo
es depresiva. Por otra parte en casos de fuertes rasgos paranoicos, he encontrado
fantasías de atraer astutamente a un objeto externo hacia el interior, que es considerado
como una cueva llena de monstruos peligrosos, etc., para destruirlo[14]. Aquí podemos
ver las razones paranoicas de una intensificación del mecanismo de introyección,
mientras que, como sabemos, el depresivo emplea este mecanismo tan característicamente,
con el propósito de incorporar un objeto bueno.Considerando ahora los síntomas hipocondríacos
de este modo comparativo, los dolores y otras manifestaciones que en forma de fantasía
son el resultado de los ataques contra el yo de objetos malos internos dentro del
individuo, son típicamente paranoides[15]. Los síntomas que se derivan, por otra
parte, de los ataques de objetos malos internos y del ello contra los buenos -una
guerra interna en la que el yo se identifica con los sufrimientos de los objetos
buenos- son típicamente depresivos.Por ejemplo, el paciente X al que siendo niño
se le dijo que tenía la lombriz solitaria (que él nunca vio), relacionó las lombrices
de su interior, con su voracidad. En su análisis tenía fantasías de que una lombriz
se estaba abriendo camino a través de su cuerpo, comiéndolo, lo que provocó una
gran ansiedad por la idea de que tenía cáncer. El paciente, que sufría de ansiedades
hipocondríacas y paranoides, desconfiaba mucho de mí y entre otras cosas, sospechaba
que yo estuviera aliada con otras personas que lo hostilizaban. En esa época soñó
que una persona que lo perseguía había sido detenida por un detective y puesta en
la cárcel. Pero después el detective resultó no ser de toda confianza y se hizo
cómplice del enemigo. El detective era yo, toda la ansiedad fue internalizada y
también relacionada con la lombriz de su fantasía. La prisión donde fue encerrado
el enemigo era su propio interior; en realidad la parte especial de su interior
donde el perseguidor había de ser encerrado. Se hizo claro que la lombriz peligrosa
(una de sus asociaciones fue que la lombriz era bisexual) representaba a los dos
padres en una hostil alianza contra él (en realidad en relación sexual).
En la época en que fueron analizadas las fantasías de la lombriz, el paciente desarrolló
una diarrea que -según X supuso erróneamente- estaba mezclada con sangre. Esto lo
asustó mucho; creyó que era una confirmación de los procesos peligrosos que tenían
lugar en su interior. Este sentimiento se fundaba en fantasías en las que él atacaba
con excreciones venenosas a sus malos padres unidos en su interior. La diarrea significaba
para él excreciones venenosas, así como el pene malo de su padre. La sangre peligrosa
y mala que él creía que estaba en las heces, me representaba a mí (esto se vio en
asociaciones en las que me relacionaba con sangre). Así, la diarrea representaba
para él armas peligrosas con las cuales se defendía de sus padres malos internalizados,
así como también sus padres mismos envenenados y destruidos -la lombriz-. En su
primera infancia habla atacado a sus padres reales, en fantasía, con excrementos
venenosos y los habla molestado en sus relaciones, defecando. La diarrea había sido
siempre algo muy terrorífico para él. Junto con estos ataques a sus padres reales,
toda esta guerra se hizo internalizada y amenazaba su yo con la destrucción. Puedo
mencionar que este paciente recordaba en su análisis que alrededor de los diez años
tuvo la sensación definida de que tenía un hombrecito dentro del estómago que lo
controlaba y le daba órdenes, las cuales el paciente tenía que ejecutar, aunque
siempre eran malas y equivocadas (similares sentimientos tenía respecto a su padre
real).
Cuando el análisis progresó y su desconfianza hacia mi disminuyó, el paciente se
preocupó mucho por mí. A X siempre le había preocupado la salud de su madre, pero
no había podido desarrollar un cariño real hacia ella, aunque hacía lo posible por
complacerla. Ahora, con su interés por mí, ocuparon el primer plano sentimientos
fuertes de amor y gratitud, junto con sentimientos de desvalorización, dolor y depresión.
El paciente nunca se había sentido realmente feliz, su depresión se había extendido,
podría decirse, sobre su vida íntegra, pero no había sufrido verdaderos estados
depresivos. En su análisis pasó por fases de profunda depresión, con todos los síntomas
característicos de este estado mental. Al mismo tiempo, los sentimientos y fantasías
relacionados con sus dolores hipocondríacos cambiaron. Por ejemplo, el paciente
sintió la ansiedad de que el cáncer le perforara la mucosa de su estómago. realmente
quería protegerme a mí dentro de él -en realidad la madre internalizada-, que creía
estaba siendo atacada por el pene del padre y por su propia voracidad (el cáncer).
Otra vez el paciente tuvo fantasías relacionadas con trastornos físicos producidos
por una hemorragia interna de la cual moriría. Se hizo claro que yo estaba identificada
con la hemorragia: yo representaba la sangre buena. Debemos recordar que, cuando
dominaban las ansiedades paranoides y yo era tomada principalmente como perseguidora,
había sido identificada con la sangre mala que estaba mezclada con la diarrea (con
el padre malo, los padres malos unidos). Ahora yo representaba la preciosa sangre
buena -perderla significaba mi muerte, lo que implicaría su muerte-. Se hizo claro
que el cáncer a quien él responsabilizaba por la muerte de su objeto amado, así
como por la suya propia, y que representaba al pene malo del padre, ahora más que
nunca era identificado con su propio sadismo, especialmente con su voracidad. Es
por eso que se sentía tan desvalorizado y tan desesperado.
Mientras predominaron las ansiedades paranoides y prevaleció la ansiedad de sus
malos objetos unidos, X sólo sentía ansiedades hipocondríacas por su propio cuerpo.
Cuando la depresión y el dolor empezaron, el amor y el interés por el objeto bueno
se colocaron en primer plano (y del mismo modo, en la situación transferencial,
su preocupación por mí y luego por su madre real), y el contenido de ansiedad, así
como todos los sentimientos y defensas, se alteraron. En este caso, así como en
otros, he encontrado que los temores y sospechas paranoides eran reforzados como
defensa contra la posición depresiva encubierta- Citaré ahora el caso de un hombre
de cuarenta y cinco años, Y, con fuertes rasgos paranoicos y depresivos (predominantemente
paranoicos) y con hipocondría. Las quejas de múltiples trastornos físicos, que ocupaban
gran parte de las horas de análisis, se alternaban con fuertes sentimientos de sospecha
de las personas que lo rodeaban y a menudo se relacionaban directamente con ellos,
puesto que los hacía responsables de un modo u otro de sus trastornos físicos. Cuando,
después de un difícil trabajo analítico, disminuyeron la desconfianza y la sospecha,
su relación conmigo mejoro cada vez más. Se hizo claro que sepultado bajo continuas
acusaciones paranoides, de quejas y críticas de otros, existía un profundo amor
por su madre e interés por sus padres así como por otras personas. Al mismo tiempo
una gran tristeza y depresiones profundas tomaron el primer plano. Durante esta
fase, las quejas hipocondríacas se alteraron, tanto en el modo como me fueron presentadas
como en el contenido subyacente. Por ejemplo, el paciente se quejaba de los diversos
trastornos físicos y después enumeraba las medicinas que había tomado para el pecho,
garganta, nariz, orejas, intestinos, etc. Parecía como si hubiera estado cuidando
estas partes del cuerpo y de sus órganos. Siguió hablando sobre su interés por algunos
jóvenes a su cargo (era maestro), y luego sobre la preocupación que sentía por algunos
miembros de su familia. Se hizo claro que los diversos órganos que trataba de curar
estaban identificados con sus hermanos y hermanas internalizados, por los cuales
se sentía culpable y a quienes tenía que estar salvando perpetuamente. La ansiedad
exagerada por salvarlos -debido a que los había dañado en su fantasía- y su pena
y desesperación excesiva fue lo que lo llevó a ese aumento de sus ansiedades y defensas
paranoides, e hizo que el amor y el interés por las personas y su identificación
con ellas se vieran sepultados bajo el odio. También, en este caso, cuando la depresión
con todas sus fuerzas se instaló en primer plano y las ansiedades paranoides disminuyeron,
las ansiedades hipocondríacas se relacionaron con los objetos amados internalizados
y (así) con el yo, mientras que antes sólo habían sido experimentadas en relación
al yo.
Después de haber tratado de establecer las diferencias entre el contenido de ansiedad,
los sentimientos y defensas en acción en la paranoia y los que actúan en los estados
depresivos, debo aclarar una vez más que, en mi opinión, el estado depresivo se
basa en el estado paranoide y genéticamente se deriva de él. Considero al estado
depresivo como el resultado de una mezcla de ansiedad, sentimientos y defensas de
dolor relacionados con la inminente pérdida de todo objeto amado. Me parece que
introducir un término para aquellas ansiedades y defensas específicas podría hacer
más factible la comprensión de la estructura y naturaleza de la paranoia así como
la de los estados maníaco-depresivos[16].Según mi opinión, siempre que exista un
estado de depresión, sea éste en los casos de sujetos normales, de neuróticos, de
maníaco-depresivos o en casos mixtos, existe siempre este agrupamiento específico
de ansiedades, de sentimientos de infelicidad, de mecanismos de defensa, que he
descrito aquí como posición depresiva.
Si este punto de vista resulta correcto, podremos comprender esos casos tan frecuentes
donde se nos presenta un cuadro de una mezcla de tendencias paranoicas y depresivas,
puesto que podemos entonces aislar los diversos elementos que lo componen.
Las consideraciones que he presentado en este trabajo sobre los estados depresivos
nos pueden conducir, según creo, a la mejor comprensión de la todavía enigmática
reacción del suicida. De acuerdo con los hallazgos de Abraham y James Glover, el
suicidio se dirige contra el objeto introyectado[17]. Pero mientras que al cometer
un suicidio el yo intenta matar sus objetos malos, según mi opinión, al mismo tiempo
también se propone siempre salvar sus objetos amados, internos y externos. Para
abreviar: en algunos casos las fantasías subyacentes al suicidio se dirigen a salvar
los objetos buenos internalizados y esa parte del yo que está identificada con los
objetos buenos, y también a destruir la otra parte del yo que está identificada
con los objetos malos y con el ello. Al mismo tiempo se satisface el odio contra
el objeto por medio del exterminio de los objetos internos. Una satisfacción más,
que está en el fondo de la fantasía de suicidio, es la unión pacífica del yo con
sus objetos amados.
En otros casos, el suicidio parece estar determinado por el mismo tipo de fantasías,
pero aquí ellas se relacionan con el mundo externo y con los objetos reales, en
parte como sustitutos de los internalizados. Como se ha dicho, el melancólico odia
no sólo sus objetos "malos", sino también su ello, y a este último vehementemente.
Al cometer un suicidio, su propósito puede ser el de establecer una reparación definida
de sus relaciones con el mundo externo, porque él desea librar el objeto real -o
el objeto "bueno" que ese mundo entero representa y con el cual el yo está identificado-
de si mismo, de aquella parte de su yo que está identificada con sus objetos malos
y con su ello[18]. En el fondo percibimos que tal paso es la reacción contra sus
propios ataques sádicos sobre el cuerpo de la madre, que es para el niño la primera
representación del mundo exterior. El odio y la venganza contra los objetos reales
(buenos) también tienen un papel importante en ese paso, pero es precisamente en
él contra el que lucha en parte el melancólico por medio del suicidio, para salvar
a sus objetos reales.Freud ha declarado que la manía tiene como base los mismos
contenidos que la melancolía y que es, en realidad, una vía de escape de ese estado.
Diría que en la manía el yo busca refugio no sólo de la melancolía sino también
de una situación paranoica que no puede dominar. La dependencia peligrosa y torturante
de sus objetos amados impulsa al yo a librarse de ellos. Pero su identificación
con estos objetos es demasiado profunda para poder renunciar a los mismos. Por otra
parte, el yo está perseguido por su miedo a los objetos malos y al ello, y, en sus
esfuerzos por escapar de todas estas miserias, recurre a muchos mecanismos de defensa
distintos, algunos de los cuales, desde que pertenecen a distintas fases del desarrollo,
son mutuamente incompatibles.
El sentimiento de omnipotencia es, en mi opinión, lo que primero y principalmente
caracteriza a la manía, y después, como lo ha declarado Helene Deutsch[19], la manía
está basada en el mecanismo de la negación. Yo difiero, sin embargo, con Helene
Deutsch en el punto siguiente: ella sostiene que esta "negación" está conectada
con la fase fálica y el complejo de castración (en las niñas es la negación de la
falta de pene), mientras que mis observaciones me han llevado a la conclusión de
que este mecanismo de negación se origina en aquella fase muy temprana en la que
el yo aún no desarrollado se esfuerza por defenderse de la más abrumadora y profunda
de las ansiedades, o sea su temor a los perseguidores internalizados y al ello.
Es decir, lo que se niega primeramente es realidad psíquica, y el yo puede seguir
negando una gran parte de la realidad exterior.
Sabemos que la escotomización puede conducir al sujeto a la completa separación
de la realidad y a su completa inactividad. En la manía, sin embargo, la negación
está asociada a una sobreactividad, aunque este exceso de actividad, según señala
Helene Deutsch, a menudo no tiene relación con los resultados reales. He explicado
que en este estado, la fuente del conflicto es la incapacidad y falta de voluntad
del yo para renunciar a sus objetos buenos internos, tratando, sin embargo, de escapar
a los peligros de subordinación por parte de ellos y de los objetos malos. Su tentativa
de alejarse de un objeto sin renunciar al mismo tiempo a él por completo parece
que está condicionada a un aumento de la fuerza del yo. Tiene éxito en esta formación
de compromiso negando la importancia de sus objetos buenos y también de los peligros
que los amenazan por parte de los malos y del ello. Al mismo tiempo, sin embargo,
trata incesantemente de dominar y controlar todos sus objetos, y la manifestación
de este esfuerzo es su hiperactividad.
Lo que en mi opinión es bien especifico de la manía es la utilización del sentimiento
de omnipotencia con el propósito de controlar y dominar los objetos introyectados.
Esto es necesario por dos razones: a) con el fin de negar el miedo que se está sintiendo,
y b) para que el mecanismo (adquirido en la posición depresiva anterior) de efectuar
la reparación del objeto pueda llevarse a cabo[20]. Al dominar sus objetos, el maníaco
imagina que impedirá que lo dañen y que sean un peligro el uno para el otro. Emplea
su dominio para impedir el coito peligroso entre los padres internalizados y su
muerte[21]. La defensa del maníaco asume tantas formas que no es fácil postular
un mecanismo general. Pero yo creo que realmente ese mecanismo consiste (aunque
sus variedades son infinitas) en ese dominio de los padres internalizados, mientras
que al mismo tiempo la existencia de este mundo interno es disminuida y negada.
He encontrado que, tanto en niños como en adultos, donde la neurosis obsesiva era
el factor más poderoso en el caso, tal dominio denotaba una enérgica separación
de dos (o más) objetos; mientras que donde la manía predominaba, el paciente recurría
a métodos más violentos. Es decir, los objetos eran matados, pero, desde que el
sujeto era omnipotente, suponía que podía inmediatamente devolverles la vida. Uno
de mis pacientes se refirió a este proceso como "manteniéndolos con una vida en
suspenso". El matarlos corresponde al mecanismo de defensa (conservado de la primera
fase de destrucción del objeto); el resucitarlos está de acuerdo con la reparación
hecha al objeto. En esta posición el yo transige de nuevo de manera similar con
la relación con los objetos reales. El hambre de objetos, tan característico de
la manía, indica que el yo ha retenido un mecanismo de defensa de la posición depresiva:
la introyección de los objetos buenos. El sujeto maníaco niega las diferentes formas
de ansiedad asociadas con la introyección (ansiedad, ya sea que haya introyectado
objetos malos o destruido los buenos por el proceso de introyección); su negación
se relaciona no sólo con los impulsos del ello sino también con su propio interés
por la salvación del objeto. Asi podemos suponer que el proceso por el cual el yo
y el ideal del yo coinciden (como Freud ha demostrado que se lleva a efecto en la
manía) es como sigue. El yo incorpora el objeto de un modo canibalístico (la "fiesta",
como Freud la denomina en su explicación de la manía) pero niega sentir algún interés
por él. "Seguramente", arguye el yo, "no es asunto de mucha importancia si este
objeto particular se destruye... ¡Hay tantos otros para incorporar!" Este menosprecio
de la importancia del objeto y su desprecio por él es, creo, una característica
peculiar de la manía y permite al yo llevar a cabo una separación parcial que observamos
se produce al mismo tiempo que su apetito por los objetos. Tal separación, que el
yo no puede lograr en la posición depresiva, representa un adelanto, una fortificación
del yo en relación con sus objetos. Pero este adelanto está neutralizado por los
mecanismos regresivos descritos, que el yo emplea al mismo tiempo en la manía.
Antes de seguir dando algunas indicaciones sobre el papel que las posiciones paranoide,
depresiva y maníaca juegan en el desarrollo normal, hablaré sobre dos sueños de
un paciente que ilustran algunos de los puntos que he presentado en conexión con
las posiciones psicóticas. Diferentes síntomas y ansiedades paranoides e hipocondríacas
habían inducido al paciente C a ser analizado. En la época en que é1 tuvo estos
sueños el análisis estaba bastante adelantado. Soñó que estaba viajando con sus
padres en un coche de ferrocarril, probablemente sin techo, puesto que estaban al
aire libre. El paciente sintió que él estaba "dirigiendo todo", cuidando a sus padres,
que eran más ancianos y estaban más necesitados de sus cuidados que en la realidad.
Los padres estaban acostados en la cama, no uno al lado del otro, como acostumbraban,
sino con los extremos de las camas unidos. Al paciente le fue difícil mantenerlos
calientes. Luego el paciente orinó en una vasija que tenía en el medio un objeto
cilíndrico, mientras sus padres lo observaban. Este procedimiento de orinar parecía
complicado, puesto que tenía que tener especial cuidado de no hacerlo dentro de
la parte cilíndrica. Sintió que esto no hubiera importado si él hubiera podido acertar
exactamente dentro del cilindro sin derramar nada alrededor. Cuando hubo terminado
de orinar notó que la vasija desbordaba, y esto le produjo una sensación incómoda
por esto: como si su padre no debiera verlo, puesto que se sentiría vencido por
el hijo, y él no quería humillarlo. Al mismo tiempo sentía que orinando le ahorraba
a su padre la molestia de salir de la cama y orinar. Aquí el paciente se detuvo,
y luego dijo que realmente sentía como si sus padres formaran parte de él mismo.
En el sueño, la vasija con el cilindro se suponía que fuera un vaso chinesco, pero
no era así porque el pie no estaba dentro de la vasija, como debiera haberlo estado:
estaba "en un lugar equivocado", puesto que se hallaba sobre la vasija -realmente
dentro de ella-. El paciente luego asocié la vasija con un bol de vidrio como el
que se usaba en la casa de su abuela para dar luz de gas, y la parte cilíndrica
le recordaba el tubo por donde pasaba el gas. Luego pensó en un corredor oscuro
al final del cual había una luz de gas que ardía débilmente y dijo que el cuadro
le evocaba sentimientos tristes. Le hacia pensar en casas pobres y arruinadas, donde
todo parecía muerto excepto la débil luz de gas. Es cierto que con sólo estirar
la cuerda, la luz se enciende plenamente. Esto le recordó que siempre había tenido
miedo al gas y que las llamas del gas le hacían sentir como si ellas estuvieran
saltando sobre él, mordiéndolo, como si fueran la cabeza de un león. Otra cosa que
lo asustaba referente al gas, era el ruido ("pop") que hacia cuando se apagaba.
Después de mi interpretación de que la parte cilíndrica de la vasija y el tubo de
gas eran la misma cosa y de que él temía orinar dentro porque no quería por alguna
razón apagar la llama, contestó que naturalmente uno no puede extinguir la llama
del gas de ese modo, puesto que el veneno perdura: no es como una vela, a la que
uno puede simplemente apagar de un soplo.
A la noche siguiente el paciente tuvo este sueño: oyó el ruido de algo que se estaba
friendo en el horno. No podía ver lo que era, pero pensó en algo castaño, probablemente
un riñón que se estaba friendo en la sartén. El ruido que oyó era como el chillido
o lloro de una voz débil, y su creencia era que se estaba friendo a una criatura
viva. Su madre estaba allí y él trató de llamarle la atención sobre eso, y hacerle
comprender que freír algo vivo era lo peor que se podía hacer, peor que hacerlo
hervir o cocinarlo. Era más torturante puesto que la grasa caliente impedía que
se quemara del todo y lo mantenía vivo mientras se le quemaba la piel. No pudo hacer
que su madre comprendiera esto y a ella no pareció importarle. Esto lo preocupaba,
pero en cierto sentido lo consoló, porque pensó que después de todo no podía estar
tan mal si a ella no le importaba. El horno, que él no abrió durante el sueño -nunca
vio el riñón en la sartén-, le recordaba un refrigerador. En el departamento de
un amigo había confundido la puerta del refrigerador con la del horno. Se preguntaba
si el frío y el calor eran, en cierto modo, la misma cosa para él. La torturante
grasa caliente de la sartén le recordó un libro sobre torturas que había leído siendo
niño; se había emocionado especialmente con los degollamientos y con las torturas
con aceite caliente. El degollamiento le recordaba al King Charles. Se había emocionado
mucho con la historia de su ejecución y más tarde había desarrollado una especie
de devoción por él. En lo referente a las torturas con aceite caliente, acostumbraba
a pensar mucho en ellas, imaginándose en esa situación (especialmente que quemaban
sus piernas), y tratando de descubrir cómo podría hacerse en caso de que se llevara
a efecto, para que causara el menor dolor posible.
El día en que el paciente me contó su segundo sueño había observado primero la manera
en que yo prendía el fósforo para encender el cigarrillo. Dijo que era evidente
que yo no lo prendía de la manera correcta porque un trocito de la punta había volado
hacia él. Quiso decir que yo no lo había encendido en el ángulo correcto, y siguió
diciendo: "como mi padre, que saca (hacer el saque) las pelotas de manera errónea
en cl tenis". El se preguntaba con qué frecuencia había sucedido antes en su análisis
que la punta del fósforo volara hacia él. (Antes había mencionado una o dos veces
que yo debía tener fósforos malos, pero ahora la crítica se dirigía a mi manera
de encenderlos). No se sintió inclinado a hablar, quejándose de que había tenido
un fuerte resfrío los dos últimos días; sentía su cabeza muy pesada y sus oídos
estaban tapados; el mucus era más espeso que otras veces en que había estado resfriado.
Luego me contó el sueño que he relatado, y durante las asociaciones mencioné una
vez más el resfrío y que éste le desanimaba para todo.
A través del análisis de estos sueños una nueva luz se arrojó sobre algunos puntos
fundamentales del desarrollo del paciente. Estos habían aparecido antes en su análisis,
pero ahora volvían con nuevas conexiones para él. Sólo destacaré los puntos que
sostienen las conclusiones a que hemos llegado en este trabajo. Debo decir que no
tengo espacio para citar sus asociaciones más importantes.
El orinar en el sueño lo condujo a sus tempranas fantasías agresivas hacia sus padres,
especialmente dirigidas contra su relación sexual. Había tenido fantasías en las
cuales los mordía y devoraba, y entre estos ataques, orinaba encima y dentro del
pene de su padre, para desollarlo y quemarlo y hacer que su padre encendiera fuego
en el interior de su madre durante sus relaciones (la tortura con aceite caliente).
Estas fantasías se extendían a bebés dentro del cuerpo de la madre, que debían ser
destruidos. El riñón quemado vivo representaba tanto al pene del padre (equiparado
con las heces) como a los bebés dentro del cuerpo de su madre (el horno que él no
abrió). La castración del padre está expresada por las asociaciones sobre degollamiento.
La apropiación del pene paterno fue demostrada por el sentimiento de que su pene
era tan grande y de que él orinaba por él y por su padre (fantasías de tener el
pene de su padre dentro del suyo o unido al suyo se habían presentado en gran número
en el análisis). El orinar del paciente dentro del bol significaba también su relación
sexual con su madre (de donde el bol y la madre en el sueño representaban a ella
como figura real y como internalizada). Al padre impotente y castrado se le hizo
presenciar la relación del paciente con su madre -el reverso de la situación por
la cual había pasado en fantasía en su niñez-. El deseo de humillar a su padre está
expresado por su sentimiento de que él no debía hacerlo. Estas (y otras) fantasías
sádicas han dado origen a diferentes angustias: en el sueño, a la madre no se le
podía hacer entender que estaba en peligro debido al pene ardiente y mordiente en
su interior (la cabeza ardiente y mordiente del león, el anillo de gas que él había
encendido), y que sus bebés estaban en peligro de ser quemados, siendo al mismo
tiempo un peligro para ella misma (el riñón en el horno). La creencia del paciente
de que el pie cilíndrico estaba "en posición incorrecta" (dentro del bol en vez
de fuera) expresaba no sólo su temprano odio y celos porque su madre había hecho
entrar en su interior el pene paterno, sino también su ansiedad por este peligroso
acontecimiento. La fantasía de conservar el riñón (el pene y los bebés) mientras
lo torturaba, expresaba tanto las tendencias destructivas contra el pene y los bebés
como, en cierto grado, el deseo de conservarlos sanos. La posición especial de las
camas en las que los padres yacían (diferente de la que tenían en el dormitorio
real) demostraba no sólo el primer impulso agresivo y de celos de separarlos en
sus relaciones sino también la ansiedad por que no se dañaran o mataran durante
sus relaciones que en su fantasía el hijo representaba tan peligrosas. Los deseos
de muerte contra sus padres lo habían llevado a una abrumadora ansiedad por su muerte
(la de ellos). Esto está demostrado por las asociaciones y sentimientos sobre la
débil luz de gas, la edad avanzada de los padres en el sueño (más viejos que en
la realidad), su desamparo y la necesidad de que el paciente los mantenga en calor.
El mecanismo defensivo de desplazamiento de la responsabilidad de la culpa sobre
el objeto atacado, se ve bien en sus asociaciones de que estoy encendiendo mal los
fósforos y de que su padre hace el saque de manera equivocada. De este modo hace
a los padres responsables de su coito equivocado y peligroso, pero el temor de la
venganza basada en la proyección (que yo lo quemara), está exagerada por su observación
de que él se preguntaba con qué frecuencia durante el análisis los extremos de los
fósforos habían volado hacia él, y todos los otros contenidos de ansiedad relacionados
con los ataques contra él (la cabeza del león, el aceite caliente).
El hecho de que él había internalizado (introyectado) a sus padres se demuestra
en lo siguiente: 1) El coche del ferrocarril, donde viajaba con sus padres, continuamente
cuidándolos, "dirigiéndolo todo", representa su cuerpo. 2) El coche estaba abierto,
en contraste con su sentimiento -representando la internalización de ellos- de que
él no podía librarse de sus objetos internalizados, pero el estar abierto era una
negación de eso. 3) Que él tenía que hacerlo todo por ellos, aun orinar por su padre.
4) La expresión definitiva de un sentimiento o creencia de que ellos eran parte
de él.
Por medio de la internalización de sus padres, todas las situaciones de ansiedad
que he mencionado antes con respecto a sus padres reales, se hicieron internalizadas
y así multiplicadas, intensificadas y, en parte, alteradas en su carácter. Su madre
contenía el pene ardiente y a los niños moribundos (el horno con la sartén) en su
interior. Esta ansiedad de que los padres tuvieran una peligrosa relación dentro
de él y la necesidad de mantenerlos separados se tomó la fuente de muchas situaciones
de ansiedad, y se encontró (en su análisis) que estaba en el fondo de sus síntomas
obsesivos. En cualquier momento los padres podían tener relaciones peligrosas, quemarse
y comerse entre ellos, y puesto que su yo se había convertido en el lugar donde
se producían estas situaciones de peligro, destruirlo a él también. Asi, tenía que
sobrellevar al mismo tiempo una gran ansiedad por ellos y por sí mismo. Estaba muy
acongojado por la inminente muerte de sus padres internalizados, pero al mismo tiempo
no se atrevía a devolverles la vida -no se atreve a tirar del hilo (o cordón) del
gas-, puesto que sus relaciones sexuales estarían implicadas en su vuelta a la vida
y esto causaría la muerte de ellos y la suya [el mecanismo maníaco de la resurrección].
Después están los peligros que amenazan desde el ello. Si los celos y el odio activados
por alguna frustración real lo están torturando, él atacará de nuevo en su fantasía
a su padre internalizado con su excremento ardiente, interrumpirá sus relaciones,
lo que da lugar a renovadas ansiedades. Tanto los estímulos externos como los internos
pueden aumentar sus ansiedades paranoides de perseguidores internalizados. Si entonces
mata a su padre dentro de él, el padre muerto se vuelve un perseguidor de una naturaleza
especial. Vemos esto por la observación del paciente (y las asociaciones siguientes)
de que si el gas es extinguido como un líquido, el veneno perdura. Aquí la posición
paranoide toma la delantera y el objeto muerto en su interior se equipara (o equivale)
a las heces y flatos[22]. Sin embargo, la posición paranoide, que había sido muy
fuerte en el paciente en el comienzo del análisis, pero que ahora se halla muy disminuida,
no aparece mucho en sus sueños.Lo que domina en sus sueños son los sentimientos
dolorosos relacionados con la ansiedad por los objetos amados, que, como ya he señalado,
son característicos de la posición depresiva.
En los sueños, el paciente trata la posición depresiva de diferentes modos.
Utiliza el control maníaco sádico sobre sus padres, manteniéndolos separados uno
del otro y deteniéndolos así en su relación tanto placentera como peligrosa. Al
mismo tiempo, su modo de cuidarlos es signo de mecanismos obsesivos.
Pero su modo principal de dominar la posición depresiva es la restauración. En el
sueño se dedica por entero a sus padres con el objeto de mantenerlos vivos y confortables.
Su interés por su madre se remonta a su más temprana infancia, y su impulso por
restaurar y restituir a sus padres y hacer que prosperen sus hijos en ella desempeña
un papel importante en todas sus sublimaciones.
La conexión entre los hechos peligrosos en su interior y sus ansiedades hipocondríacas
está demostrada por las observaciones que hizo el paciente sobre su resfrío, en
la época de sus sueños.
Parecía que el mucus, que era tan extraordinariamente espeso, estaba identificado
con la orina en el bol -con la grasa en la sartén- al mismo tiempo que con su semen,
y que en su cabeza, que él sentía tan pesada, llevaba los genitales de sus padres
(la sartén con el riñón). El mucus estaba para conservar sanos los genitales de
su madre, impidiendo el contacto con su padre, y al mismo tiempo esto significaba
su semen y relación sexual con su madre en su interior. La sensación que tenía era
la de que su cabeza estaba obstruida, sensación que correspondía a la de separar
los genitales de sus padres, y a la separación de sus objetos internos. Un estímulo
para la formación de sus sueños había sido una frustración verdadera que el paciente
había experimentado poco antes de tener estos sueños, aunque esta experiencia no
lo había llevado a la depresión, pero había influido profundamente en su equilibrio
emocional, hecho que se hizo claro en sus sueños. En éstos, la fuerza de la posición
depresiva aparece acrecentada, y la eficiencia de las fuertes defensas del paciente
están, en cierto modo, disminuidas. Esto no es así en su vida real. Es interesante
el hecho de que otro estímulo que provocó el sueño era completamente distinto y
sucedió después de la dolorosa experiencia por la que había pasado recientemente
con sus padres en un corto viaje donde había gozado mucho. En realidad el sueño
comenzó de un modo que le hacía recordar ese placentero viaje, pero luego los sentimientos
depresivos ensombrecieron los agradables. Según he señalado antes, el paciente se
preocupaba mucho por su madre, pero esta actitud había cambiado durante el análisis,
y ahora mantenía relaciones felices y despreocupadas con sus progenitores.
Los puntos que particularicé en conexión con los sueños, me parece que demuestran
que el proceso de internalización, que comienza en el primer estadío de la infancia,
es fundamental para el desarrollo de las posiciones psicóticas. Vemos ahora cómo,
tan pronto como los padres se internalizan, las tempranas fantasías agresivas contra
ellos llevan al miedo paranoide de persecuciones externas y, aun más, internas,
y producen penas y tristeza por la inminente muerte de los objetos incorporados,
junto con ansiedades hipocondríacas, dando origen a una tentativa por defenderse
de manera maníaca omnipotente de los insoportables sufrimientos que se le han impuesto
al yo de adentro. También vemos cómo el centro dominante y sádico de los padres
internalizados se modifica a medida que aumentan las tendencias a la restauración.
El espacio no me permite tratar en detalle los modos en que los niños normales desarrollan
las posiciones depresiva y maníaca, las cuales, según mi opinión, forman parte del
desarrollo normal[23]. Me limitaré, por lo tanto, a unas cuantas observaciones de
naturaleza general.En mi trabajo anterior presenté el punto de vista, al que me
he referido al comienzo de este trabajo, de que en los primeros meses de su vida
el niño pasa por ansiedades paranoides relacionadas con los pechos "malos" frustradores,
que se toman como perseguidores externos internalizados[24]. De esta relación con
los objetos parciales y de su ecuación con las heces, surge en este estadío la naturaleza
fantástica y fuera de la realidad de la relación del niño con todas las otras cosas:
partes de su propio cuerpo y personas y cosas de su alrededor, que al principio
se perciben confusamente. El mundo de los objetos del niño en los primeros dos o
tres meses de su vida puede ser descrito como formado en partes y porciones del
mundo real que son hostiles y perseguidoras, o bien gratificadoras y benéficas.
No pasa mucho tiempo antes de que el niño perciba más y más todo el cuerpo de la
madre, y estas percepciones más realistas se extienden al mundo que está más allá
de la madre. El hecho de que una buena relación con la madre y con el mundo externo
ayuda al niño a vencer sus tempranas ansiedades paranoides arroja una nueva luz
sobre la importancia de las primeras experiencias.
Desde su comienzo el análisis ha acentuado siempre la importancia de las primeras
experiencias del niño, pero me parece que solamente desde que tenemos más conocimientos
de la naturaleza y contenido de sus primeras ansiedades, y del continuo juego recíproco
entre sus experiencias reales y su vida de fantasía, es que podemos comprender ampliamente
por qué el factor externo es tan importante. Cuando el niño comienza a ver a la
madre como ser total, sus fantasías y sentimientos sádicos, especialmente los canibalísticos,
están en su punto culminante. Al mismo tiempo experimenta un cambio en su actitud
emocional hacia la madre. La fijación libidinal del niño al seno se transforma en
sentimiento hacia ella como persona. De este modo se experimentan sentimientos de
naturaleza destructiva y amorosa hacia uno y el mismo objeto, y esto da lugar a
profundos y conmovedores conflictos en la mente del niño.
En el curso normal de los acontecimientos, el yo se enfrenta en este punto de su
desarrollo -más o menos entre los cuatro o cinco meses- con la necesidad de reconocer
en cierto grado la realidad psíquica así como la externa. De este modo tiene que
darse cuenta de que el objeto amado es al mismo tiempo el odiado, y además de esto,
de que los objetos reales y las figuras imaginarias, tanto las externas como las
internas, están ligadas unas a otras. He señalado en otro lugar que en los niños
muy pequeños existen, junto con sus relaciones con objetos reales -pero en plano
diferente- relaciones con sus imagos no reales, como figuras excesivamente buenas
o excesivamente malas[25] y que esas dos clases de relaciones con objetos se entremezclan
y disfrazan en un grado siempre creciente en el curso de su desarrollo[26]. El primer
paso importante en esta dirección ocurre, en mi opinión, cuando el niño llega a
conocer a su madre como persona completa y se identifica con ella como persona total,
real y amada. Es entonces que la posición depresiva -cuyas características he descrito
en este trabajo- se coloca en primer plano. Esta posición es estimulada y reforzada
por "la pérdida del objeto amado" que el bebé experimenta una y otra vez cuando
le han retirado el pecho de la madre, y esta pérdida alcanza el punto culminante
durante el destete. Sandor Rado ha señalado que "el punto de fijación más profundo
en la disposición depresiva es encontrarse en la situación de amenaza de pérdida
del amor (Freud), más especialmente en la situación de hambre del niño de pecho".
Con respecto a la afirmación de Freud de que en la manía el yo se confunde una vez
más con el superyó en unidad, Rado llega a la conclusión de que "este proceso es
la fiel repetición intrapsíquica de la experiencia de esa fusión con la madre que
tiene lugar durante el amamantamiento de su pecho". Yo estoy de acuerdo con estas
opiniones, pero mi enfoque difiere en puntos importantes con las conclusiones de
Rado, especialmente sobre las formas indirectas y tortuosas en que la culpa -según
él- se pone en conexión con estas primeras experiencias. He puntualizado anteriormente
que, según mi opinión, ya durante el período de la lactancia, cuando se llega a
conocer a su madre como un todo (o como persona completa) y cuando progresa de la
introyección del objeto parcial a la del objeto total, el niño experimenta algunos
de los sentimientos de culpa y remordimiento, algo del dolor que resulta del conflicto
entre el amor y el odio incontrolable, algunas de las ansiedades sobre la inminente
muerte de los objetos amados internalizados y externos: es decir, en menor grado,
los sufrimientos y sentimientos que encontramos completamente desarrollados en el
adulto melancólico. Por supuesto que estos sentimientos se experimentan en distintas
situaciones. La situación completa y las defensas del bebé que obtiene alivio una
y otra vez en el amor de su madre difieren enormemente de las del adulto melancólico.
Pero el punto importante es que estos sufrimientos, conflictos y sentimientos de
culpa y remordimiento, resultantes de la relación del yo con su objeto internalizado,
están ya activos en el bebé. Lo mismo se aplica, según he sugerido, a las posiciones
paranoides y maníacas. Si el bebé en ese período de su vida fracasa en el establecimiento
de su objeto amado dentro de él -si la introyección del objeto "bueno" no tiene
éxito-, entonces la situación de "la pérdida del objeto amado" surge ya en el mismo
sentido que se encuentra en el adulto melancólico. Esta primera y fundamental pérdida
externa de un objeto amado real, que se experimenta a causa de la pérdida del pecho,
antes y durante el destete, dará más tarde por resultado un estado depresivo, si
el niño, en este primer período de su desarrollo, no ha tenido éxito en el establecimiento
y conservación de su objeto amado dentro de su yo.
Estas afirmaciones difieren en un punto fundamental de los resultados de Rado y
llevan a conclusiones diferentes. Según Rado, el lactante se encuentra en la situación
de amenaza de pérdida del objeto si el pecho que le da la leche (el pecho real)
le es retirado (situación de hambre). Yo creo como fundamental de la posición depresiva,
el fracaso de los procesos de introyección que van junto con la relación, sumamente
importante, del lactante con la madre real, es decir, un proceso intrapsíquico muy
temprano. En mi opinión, es también en este temprano estadío del desarrollo que
las fantasías maníacas comienzan, primero controlando el pecho, y muy pronto controlando
a los padres internalizados y los externos, en todas las características de la posición
maníaca que he descrito, y que utilizan para la defensa contra la posición depresiva.
En cualquier momento en que el niño encuentra el pecho de nuevo, después de haberlo
perdido, el proceso maníaco por el cual el yo y el ideal del yo llegan a coincidir
(Freud) se pone en movimiento; porque la gratificación del niño de ser alimentado
no sólo la siente como la incorporación canibalística de los objetos externos (la
"fiesta" de la manía, como la llama Freud), sino que también pone en movimiento
fantasías sobre los objetos ya internalizados y lo relaciona con el dominio de estos
objetos. No hay duda que cuanto en mayor grado pueda el niño desarrollar una feliz
afinidad con su madre real, en mayor grado podrá vencer la posición depresiva. Pero
todo depende de cómo encuentre la salida del conflicto entre el amor y el incontrolable
odio y sadismo. Según he señalado antes, en la fase más temprana del yo los objetos
perseguidores y los buenos objetos parciales (pechos) son mantenidos completamente
aparte en la mente del niño. Por medio de la introyección del objeto total y real
se juntan cada vez más, lo que representa un proceso que es primariamente insoportable
para el yo débil. El yo se refugia entonces en el mecanismo, tan importante para
el desarrollo de las relaciones objetales, de dividir sus imagos en amadas y odiadas,
es decir, en buenas y malas.
Podría pensarse que es realmente en este punto donde comienza la ambivalencia, que,
después de todo, tiene conexión con las relaciones de objetos -es decir, con los
objetos totales y reales-. La ambivalencia, lograda con la separación de las imagos,
permite al niño pequeño obtener más confianza y fe en sus objetos reales, y de este
modo en los internalizados -amarlos más y ganar de este modo una confianza más estable
en su bondad-. Al mismo tiempo las ansiedades paranoides y las defensas están dirigidas
hacia los objetos "malos". El apoyo interno que recibe el yo por sus relaciones
amistosas positivas con su objeto real y bueno aumenta a su vez la confianza en
los objetos internalizados. De esta manera el yo se refugia alternativamente -sirviéndose
en eso de la ambivalencia- en los objetos buenos externos e internos.
Parece que en este estadío del desarrollo, la unificación de los objetos externos
e internos, amados y odiados, reales e imaginarios, se realiza de tal manera que
cada paso hacia la unificación conduce de nuevo a una renovada división de las imagos.
Pero a medida que la adaptación al mundo externo aumenta esta división es realizada
sobre planos que gradualmente se acercan más a la realidad. Esto continúa hasta
que el amor por los objetos internalizados reales y la confianza en ellos están
bien establecidos. Entonces, la ambivalencia, que es en parte una salvaguardia contra
el propio odio y contra los objetos terroríficos y odiosos, disminuirá de nuevo
en distintos grados durante el desarrollo normal.
Junto con el aumento de amor por los objetos propios buenos y malos se manifiesta
una mayor confianza en la capacidad de uno para amar y una disminución de la ansiedad
paranoide ante los objetos malos: cambios que conducen a una disminución del sadismo
y al logro de mejores medios para dominar la agresión y utilizarla. Las tendencias
de reparación, que tienen un papel tan importante en el proceso normal del triunfo
de la posición depresiva infantil, son puestas en movimiento por diferentes métodos,
de los cuales mencionaré dos, fundamentales: los mecanismos maníacos y los obsesivos.
Parecería que el paso de la introyección de objetos parciales a los objetos totales
amados, con todas sus implicaciones, es de una importancia decisiva en el desarrollo.
Su éxito -en verdad- depende enormemente de cómo el yo ha podido tolerar su sadismo
y su ansiedad en el anterior estadío de desarrollo y de si ha desarrollado o no
una fuerte relación libidinal con sus objetos parciales. Pero una vez que el yo
ha dado este paso, ha llegado, por así decirlo, a un punto crucial desde el cual
se bifurcan, en diferentes direcciones, las sendas que determinan todo el proceso
mental.
Ya me he referido con algunos detalles a cómo el fracaso para mantener la identificación
con ambos objetos amados, el internalizado y el real, puede dar por resultado trastornos
psicóticos tales como estados depresivos, manía o paranoia.
Mencionaré ahora una o dos formas por las que el yo trata de poner fin a todos los
sufrimientos que se relacionan con la posición depresiva, es decir: a) por una "fuga
hacia el objeto 'bueno' internalizado", sobre la cual M. Schmideberg llamó la atención
en relación con la esquizofrenia.
Dice[27] que "en la esquizofrenia se logra la separación del mundo exterior por
medio de una fuga hacia los objetos buenos internalizados, abandonando la proyección
y sobrecompensando narcisísticamente el amor hacia los objetos malos introyectados
y reales."
El resultado de tal fuga es a menudo la negación de la realidad psíquica y externa
y una psicosis profunda. b) Por medio de una fuga hacia los objetos "buenos" externos
como un medio para refutar todas las ansiedades -internas y externas-[28]. Este
es un mecanismo característico de la neurosis y puede conducir a una esclavizante
subordinación a los objetos y a una debilitación del yo.Estos mecanismos de fuga,
según he señalado antes, desempeñan también un papel importante en el proceso normal
de la posición depresiva infantil. El fracaso en el desarrollo de esta posición
puede conducir al predominio de uno u otro de los mecanismos de fuga mencionados,
y de este modo a una psicosis o neurosis grave.
He destacado en este trabajo que considero a la posición infantil depresiva como
central para el desarrollo. La evolución normal del individuo y de su capacidad
de amor parecen basarse ampliamente en el grado en el cual el yo temprano logró
elaborar y superar esta posición decisiva. En último término, ello parece depender
de la capacidad del yo de modificar suficientemente sus situaciones de angustia
primitivas y sus mecanismos de defensa y de desarrollar así nuevos mecanismos de
defensa, que llevan a una confianza mayor y más estable en la bondad de sus objetos
(internalizados y reales) y simultáneamente a una mayor independencia de éstos y
especialmente en un interjuego exitoso entre las posiciones depresiva, maníaca y
obsesional y esos mecanismos defensivos.
[1]El psicoanálisis de niños, caps. 8 y 9.
[2] Bajo este concepto comprendí la angustia y sentimientos que originan en las
diferentes posiciones psicóticas (los que fundamentan todas las psicosis del adulto).
"La neurosis del niño es una mezcla de los diferentes rasgos y mecanismos psicóticos
y neuróticos que en el adulto conocernos aislados en forma mas o menos pura" (El
psicoanálisis de niños, M. Klein). "Llegué a la conclusión de que la neurosis obsesiva
representa la tentativa de vencer la angustia psicótica de las capas más tempranas."
(Ob. cit.)
Con respecto a los estados maníaco-depresivos, señalaba el hecho de que el cambio
de tristeza y alegría desmedidos -que es característico de la perturbación maníaco-depresiva,
es un fenómeno regular en el niño pequeño. Además, "puedo decir, en base a mis experiencias,
que la tristeza del niño, aunque leve, tiene las mismas causas que la perturbación
melancólica del adulto, y que la depresión infantil también está acompañada de ideas
de suicidio. También he observado que las automutilaciones (en los niños), ya sean
leves o intensas, representan tentativas de suicidio emprendidas con medios insuficientes".
(Ob. cit.)
Pero en mi libro me limité a la afirmación general de que los mecanismos depresivos
ejercen su influencia también en el desarrollo del niño normal, y que esta fase
temprana fundamenta la melancolía del adulto. Me ocupé allí, ante todo, de la temprana
angustia paranoide del niño y de su elaboración por medio de mecanismos obsesivos
y tendencias de reparación. Mis experiencias posteriores me permitieron una comprensión
más profunda de la génesis de los estados maníaco-depresivos y en especial de las
estrechas relaciones entre estados y angustias paranoides y maníaco-depresivas.
[3][3] En mi libro ya he descrito los mecanismos maníacos, sin denominarlos allí
como tales, sino como un elemento de la formación del carácter y como síntomas.
Basado en el estudio de algunos casos de carácter más o menos asocial, dije que
ciertas formas de vivacidad desmedidas en el niño, unidas a burla y obstinación
(y frecuente incapacidad para amar), tienen el significado de sobrecompensaciones
a angustias y sirven a la defensa contra sentimientos de culpabilidad y contra la
sensación de la propia responsabilidad. Los casos que cité al respecto, tenían fuertes
rasgos obsesivos. Para ello valía lo que escribí sobre la coerción que frecuentemente
ejerce el neurótico obsesivo sobre los otros. El neurótico obsesivo trata de defenderse
contra su obsesión insoportable (me referí con esto a la angustia ante objetos internalizados
y ante situaciones internas de peligro) conduciéndose contra el objeto como si éste
fuera el ello o el superyó, empujando la obsesión hacia afuera. Al mismo tiempo,
se satisface el sadismo primario por medio del tormento y dominación del objeto.
El temor a la destrucción y a los ataques (que espera de parte de los objetos internalizados),
que motiva la obsesión de dominar las imagos (obsesión que en realidad nunca puede
ser satisfecha), se dirige ahora contra los objetos externos. (Ob. cit.)
En su trabajo "Análisis de niños y adolescentes asociales" (Int. Journal of psychoanalysis),
Melitta Schmideberg expuso que la conducta asocial corresponde en algunos casos
a una mezcla de mecanismos maníacos y paranoides por medio de la cual el sujeto
asocial trata de sustraerse de la depresión.
W. Weiss ha expuesto (Der Verfitungwwahn, etc., t. 12, 1926) que, en la paranoia
el objeto introyectado perseguidor, en la manía el objeto introyectado perseguido,
es proyectado al mundo externo, mientras que en la melancolía quedan internalizados
el objeto perseguido como el perseguidor.
Basándose en este trabajo, Melitta Schmideberg llegó a la conclusión de que el sujeto
asocial "proyecta sobre objetos externos -correspondiendo al mecanismo maníaco-
el objeto introyectado perseguidor así como sus propios impulsos prohibidos y se
identifica con el superyó perseguidor. Su posición paranoide, que sobrevino a raíz
de la proyección del perseguidor introyectado, fue superada por medio de la agresión.
De esta manera se sustrajo el sentimiento de culpabilidad, en parte al proyectar
el superyó en el mundo externo, en parte al satisfacer al superyó por medio de la
persecución de los objetos sobre los que proyectaba sus propios impulsos condenados".
[4]Glover (1932).
[5] El lector puede consultar mi concepción sobre la fase en la cual el niño realiza
ataques sobre el cuerpo de su madre. Esta fase se inicia con la entrada del sadismo
oral, y según mi punto de vista forma la base de la paranoia. (El psicoanálisis
de niños, cap. 8.)
[6] "Situaciones infantiles de angustia reflejadas en una obra de arte y en el impulso
creador "(1929); también El psicoanálisis de niños.
[7] He visto que las tendencias de reparación y las fantasías son activadas por
los sentimientos de culpabilidad y las angustias, que aparecen ya en el niño muy
pequeño a causa de sus fantasías sádicas, de manera que las tres tendencias (agresión,
sentimiento de culpa y reparación), en relación con los procesos tempranos de introyección,
se conectan muy pronto íntimamente entre ellas.
Los análisis de niños pequeños que hacen posibles conclusiones bien fundamentadas
sobre estos estadíos tempranos del desarrollo hacen suponer que las tendencias de
reparación y fantasías de este carácter empiezan ya a originarse al medio año de
vida y van junto con la introyección del objeto bueno total y son el despertar de
los sentimientos de amor hacia éste.
La comprensión y el análisis de esta conexión temprana en las situaciones -tanto
internas como externas- en las que se han desarrollado las tres tendencias es de
la mayor importancia terapéutica. Si se cumple consecuentemente, este principio
ejerce una influencia decisiva sobre la técnica.
[8] Durante muchos años he sostenido la opinión de que el origen de la fijación
infantil en la madre no es simplemente de dependencia hacia ella sino también su
ansiedad y sentimiento de culpa, y que estos sentimientos están relacionados con
su temprana agresión contra ella.
[9] Ya he explicado que el yo, por la repetida unificación y diferenciación de los
objetos buenos y malos, de los fantásticos y los reales, los internos y los externos,
encuentra gradualmente el camino hacia una concepción más real tanto de los objetos
internos como de los externos, y así obtiene una relación mas satisfactoria con
ambos.
[10] En El Yo y el Ello Freud ha señalado que en la melancolía el componente destructivo
se ha concentrado en el superyó y está dirigido contra el yo.
[11] Es bien sabido que algunos niños presentan una ansiedad urgente de ser mantenidos
bajo estricta disciplina y estar de este modo impedidos por un agente externo de
cometer algo malo.
[12] "A propósito de un caso de neurosis obsesiva", O.C., 10.
[13] Según ha señalado Melitta Schmideberg (1930).
[14] El psicoanálisis de niños.
[15] El doctor Clifford Scott mencionó en su curso de conferencias sobre psicosis
en el Instituto de Psicoanálisis, en el otoño de 1934, que, en su experiencia, en
la esquizofrenia, clínicamente los síntomas hipocondríacos son más numerosos y extraños
y están vinculados a las persecuciones y funciones de objetos parciales. Esto puede
observarse aun después de un corto examen. En las relaciones depresivas, clínicamente
los síntomas hipocondríacos son menos variados y mas relacionados en su expresión
con las funciones del yo.
[16] Esto está relacionado con otro problema de terminología. En mi trabajo anterior
he descrito las ansiedades psicóticas y los mecanismos de defensa del niño usando
los términos de fases de desarrollo. La conexión genética entre ellos, en verdad,
ha sido respetada en mi descripción y también la fluctuación que continúa entre
ellas bajo la presión de la ansiedad hasta que se alcanza más estabilidad, pero
desde que en el desarrollo normal las ansiedades psicóticas y los mecanismos nunca
predominan aislados (un hecho que por supuesto yo he puntualizado), el término fases
psicóticas no es realmente satisfactorio. Uso ahora el término "posición", en relación
con las primeras ansiedades y defensas psicóticas en el desarrollo del niño. Me
parece mas fácil asociarlas con este término que con las palabras "mecanismos" o
"fases", para las diferencias entre las ansiedades. psicóticas del desarrollo del
niño y las psicosis del adulto: por ejemplo, el rápido cambio que tiene lugar de
una ansiedad de persecución o de un sentimiento depresivo a una actitud normal,
cambio que es tan característico en el niño.
[17] Publicado en el Int. Journal of Psychoanalysis, vol. III, 1922; es el resumen
de una conferencia dada en la Sociedad Psicoanalítica Británica con el título de
"Notes on the Psychopathology of Suicide". Abraham describe el caso de un enfermo
que hizo una tentativa de suicidio para librarse del objeto introyectado.
[18] Estas razones son en gran parte responsables de ese estado mental del melancólico
con el cual interrumpe toda relación con el mundo externo.
[19] Deutsch (1933).
[20] Esta "reparación" de acuerdo con el carácter de fantasía de la situación total
es casi siempre de una naturaleza nada práctica e irrealizable. Véase Helene Deutsch,
obra citada.
[21] Bertram Lewin (1933) informó sobre una paciente maníaca grave que se identificaba
con ambos padres en relación sexual.
[22] Según mi experiencia, la concepción paranoica de un objeto muerto en el interior
es la de un perseguidor secreto y siniestro. Se lo siente como si no estuviera completamente
muerto, y pudiera volver a aparecer en cualquier momento de un modo astuto e intrigante,
y parece tanto más peligroso y hostil porque el sujeto trata de deshacerse de él
matándolo (el concepto de un fantasma peligroso).
[23] Edward Glover (1932) sugiere que el niño atraviesa, en su desarrollo, fases
que suministran las bases de las perturbaciones psicopáticas de la melancolía y
de la manía.
[24] La doctora Susan Isaacs (1934) ha sugerido que las primeras experiencias infantiles
de estímulos dolorosos externos e internos dan la base para las fantasías sobre
objetos hostiles internos y externos, y que ellos en gran parte contribuyen a la
formación de tales fantasías. Parece que en el más temprano de los estadíos, todos
los estímulos desagradables están relacionados con los pechos "malos", perseguidores
y frustradores, y todos los estímulos agradables con los pechos "buenos" y gratificadores.
[25] "Estadíos tempranos del conflicto edípico" y "La personificación en el juego
de los niños"
[26] E1 psicoanálisis de niños, cap. 8.
[27] M. Schmideberg (1930).
[28] Desde hace muchos años opino que la fijación desmedida del niño en la madre
proviene de sentimientos de culpa y angustia que resultan de su agresión contra
día; por ejemplo, el pequeño busca refugio en la madre real ante la madre mala fantaseada.
Miss Sean expone en su trabajo "The Flight of Reality" (Int. Journal of Psychoanalysis,
tomo X. 1929) que la realidad representa para el yo en cierta manera el justo medio
entre las fantasías de satisfacción de deseos y fantasías angustiantes. La autora
confronta la fuga de la realidad angustiante en el neurótico hacia la fantasía y
la fuga de las fantasías angustiantes hacia la realidad.
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