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AMOR, CULPA Y REPARACIÓN. 1937
Las dos partes de este libro tratan aspectos muy diferentes de las emociones
humanas. La primera, Odio, voracidad y agresión, considera los poderosos
impulsos de odio que constituyen una parte fundamental de la naturaleza humana.
La segunda, en la que intento describir las fuerzas igualmente poderosas del
amor y el impulso de reparación, complementa la primera, pues la aparente
división implícita en este método de exponerlas en realidad no existe en la
mente humana. Al separar así nuestro enfoque tal vez no logremos transmitir una
idea clara de la constante "interacción" de amor y odio, pero se impone la
división en este vasto tema, pues el modo como los sentimientos de amor y las
tendencias de reparación se desarrollan en conexión con los impulsos agresivos y
a pesar de ellos, sólo podrá demostrarse cuando se haya tenido en cuenta el
papel que aquellas fuerzas destructivas desempeñan en la interacción de odio y
amor.
El artículo de Joan Riviere demostró que estas emociones aparecen por primera
vez en la temprana relación del niño con el seno materno y que se dirigen
fundamentalmente hacia la persona deseada. Es necesario retomar la vida mental
del niño para estudiar la interacción de las diferentes fuerzas que se congregan
en el más complejo de todos los sentimientos humanos: el que llamamos amor.
La situación emocional del lactante
El primer objeto de amor y odio del lactante, su madre, es deseado y odiado a la
vez con toda la fuerza e intensidad características de las tempranas necesidades
del niño. Al principio ama a su madre cuando ésta satisface sus necesidades de
nutrición, calmando sus sensaciones de hambre y proporcionándole placer sensual
mediante el estímulo que experimenta su boca al succionar el pecho. Esta
gratificación forma parte esencial de su sexualidad, de la que en realidad
constituye la primera expresión. Pero cuando el niño tiene hambre y no se lo
gratifica, o cuando siente molestias o dolor físico, la situación cambia
bruscamente. Se despierta su odio y su agresión y lo dominan impulsos de
destruir a la misma persona que es objeto de sus deseos y que en su mente está
vinculada a todas sus experiencias, buenas y malas. Además, como lo ha señalado
Joan Riviere, el odio y los sentimientos agresivos del lactante dan origen a los
más penosos estados, como la sofocación, el ahogo y otras sensaciones similares
que, al ser sentidas como destructivas para su propio cuerpo, aumentan
nuevamente la agresión, la desdicha y los temores.
El medio primario e inmediato de aliviar al lactante de la dolorosa situación de
hambre, odio, tensión y temor es la satisfacción de sus deseos por la madre. La
temporaria seguridad obtenida al recibir gratificación incrementa grandemente la
gratificación en si; de este modo la seguridad se transforma en un importante
componente de la satisfacción de recibir amor. Esto se aplica a las formas de
amor más simples y a sus manifestaciones elaboradas, tanto al niño como al
adulto. Nuestra madre desempeña un papel duradero en nuestra mente porque ella
fue la que primero satisfizo todas nuestras necesidades de autopreservación y
nuestros deseos sensuales, proporcionándonos seguridad, aunque los diversos
modos en que esta influencia actúa y las formas que a veces toma no resulten muy
obvios en una etapa ulterior. Por ejemplo: una mujer puede aparentemente haberse
apartado de su madre, y sin embargo buscar inconscientemente algunos aspectos de
aquel primer vínculo en su relación con el marido o con el hombre que ama. La
parte importante que desempeña el padre en la vida emocional del niño influye
también en todas las relaciones de amor posteriores y en todas las asociaciones
humanas. Pero el primer lazo infantil con él, como figura gratificante, amistosa
y protectora, está parcialmente basado en la relación con la madre.
El lactante, para quien la madre es primariamente sólo un objeto que satisface
todos sus deseos, un pecho bueno[1], pronto comienza a responder a sus
gratificaciones y cuidados desarrollando sentimientos de amor hacia ella como
persona. Pero este primer amor se encuentra ya perturbado en su raíz por
impulsos destructivos. Amor y odio luchan en su mente y, en cierto grado, esta
lucha persiste durante toda la vida, pudiendo constituirse en fuente de peligro
en las relaciones humanas.
Los impulsos y sentimientos del lactante se acompañan de un tipo de actividad
mental que considero como la más primitiva: es la elaboración de la fantasía, o
más familiarmente, el pensamiento imaginativo. Por ejemplo, el niño que anhela
el pecho materno, al no tenerlo imagina que lo tiene, es decir, evoca la
satisfacción que deriva de él. Este primitivo fantasear es la forma inicial de
una capacidad cuyo desarrollo posterior se observa en los trabajos más
elaborados de la imaginación.
Las fantasías tempranas que acompañan los sentimientos del lactante son
variadas. En la que acabamos de mencionar imagina la gratificación que le falta.
Con todo, las fantasías placenteras también coexisten con la satisfacción real,
y las destructivas vienen con la frustración y los sentimientos de odio que ésta
despierta. Cuando se siente frustrado por el pecho lo ataca en sus fantasías,
pero si el pecho lo gratifica lo ama y fantasea agradablemente con él. En sus
fantasías agresivas desea morder y destrozar a la madre y a sus pechos, y
destruirla también en otras formas.
Un rasgo muy importante de la fantasía destructiva, equivalente al deseo de
muerte, es el del lactante que cree que sus deseos fantaseados tienen efecto
real, es decir, que siente que sus impulsos destructivos han destruido realmente
al objeto y seguirán destruyéndolo; esto tiene consecuencias sumamente
importantes para su desarrollo mental. Se defiende de tales temores mediante
fantasías omnipotentes de tipo reparador, lo que también influye grandemente en
su desarrollo. Si en sus fantasías agresivas el niño ha dañado a su madre
mordiéndola y destrozándola, pronto puede fantasear que une de nuevo sus pedazos
para repararla[2], sin embargo, ello no aplaca del todo su recelo de haber
destruido al objeto que, ya lo sabemos, es el que más ama y necesita, del que
depende enteramente. En mi opinión estos conflictos básicos actúan profundamente
sobre el curso y la fuerza de la vida afectiva de los adultos.
Sentimiento inconsciente de culpa
Todos sabemos que al captar en nosotros impulsos de odio hacia la persona amada
nos sentimos afligidos y culpables. Como dice Coleridge:
... El enojo contra el ser amado
tortura al seso como la demencia.
Como los sentimientos de culpa son muy dolorosos, solemos relegarlos muy al
fondo de la mente. Sin embargo, se expresan disfrazados en distintas formas y
constituyen una fuente de perturbación en nuestras relaciones personales.
Ciertas personas, por ejemplo, se desazonan muy pronto cuando notan falta de
aprecio, aun en quienes poco signifiquen para ellas; la razón es que en su
inconsciente consideran que no merecen la atención de nadie, y una actitud fría
les confirma la sospecha de no ser dignos. Otras están insatisfechas de si
mismas (sin base objetiva) en las más variadas formas, sea en relación con su
apariencia, su trabajo o su capacidad en general. Algunas de estas
manifestaciones son comúnmente reconocidas y suelen ser llamadas vulgarmente
"complejo de inferioridad".
Las investigaciones psicoanalíticas demuestran que las actitudes de esta
naturaleza tienen raíces mucho más profundas de lo que habitualmente se supone y
siempre están relacionadas con sentimientos inconscientes de culpa. Muchas
personas tienen intensa necesidad de alabanza y aprobación general, precisamente
porque necesitan la prueba de que son dignas de ser amadas. Esto se origina en
su temor inconsciente de ser incapaces de brindar amor suficiente y genuino y,
en particular, de no poder dominar los impulsos agresivos hacia los demás; temen
ser un peligro para los que aman.
El amor y los conflictos en relación con los padres
La lucha entre el amor y el odio, con todos los conflictos a que da lugar,
aparece, como he tratado de demostrar, en la primera infancia y opera
activamente durante toda la vida. Comienza en la relación del niño con ambos
padres. En el vínculo del lactante con su madre ya están presentes los
sentimientos sensuales. que se expresan a través de sensaciones placenteras en
la boca durante la succión. Pronto aparecen sensaciones genitales y el anhelo
por el pecho materno disminuye. No desaparece del todo, sin embargo, sino que
permanece activo en el inconsciente y también, en parte, en la mente consciente.
En el caso de la niña, su atracción hacia el pecho materno se transforma en
interés, en gran parte inconsciente, por el genital paterno, el cual se
convierte en el objeto de sus deseos y fantasías libidinales. A medida que
prosigue el desarrollo, la niña desea al padre más que a la madre y tiene
fantasías conscientes e inconscientes de ocupar el lugar de ésta, conquistándolo
y transformándose en su esposa. Cela también a los niños de su madre y quisiera
tener hijos con el padre. Estos sentimientos, deseos y fantasías provocan
rivalidad, agresión y odio contra la madre y vienen a agregarse a anteriores
agravios originados en las primeras frustraciones causadas por el pecho. No
obstante, los deseos y fantasías sexuales hacia la madre permanecen activos en
la mente de la niña. Bajo esa influencia, quisiera también reemplazar al padre
en su relación con la madre; en ciertos casos este anhelo puede incluso ser más
intenso que los que siente hacia él. De ese modo, su amor por los padres
coexiste con sentimientos de rivalidad hacia ambos, y esta mezcla afectiva
incluye también a los hermanos y hermanas. Los deseos y fantasías vinculados a
la madre y a las hermanas constituyen la base de futuras relaciones homosexuales
directas, ya sea como sentimientos homosexuales que se expresarán indirectamente
en forma de amistad y afecto entre mujeres. En el desarrollo normal de las
cosas, los deseos homosexuales quedan relegados al segundo plano, se modifican y
subliman, y predomina la atracción hacia el otro sexo.
Una evolución similar ocurre en el niño, que pronto experimenta deseos genitales
hacia su madre y odio hacia el padre rival. Pero también en él se desarrollan
deseos genitales hacia el padre, y ésta es la raíz de la homosexualidad
masculina. Estas situaciones suscitan conflictos: la niña, aunque odie a su
madre, también la ama y el niño ama al padre y querría evitarle el peligro que
emana de sus impulsos agresivos. Además, el principal objeto de todos los deseos
sexuales -para la niña, el padre, para el niño, la madre- también despierta odio
y rencor, porque defrauda estos deseos.
El niño cela intensamente a sus hermanos y hermanas, porque son sus rivales en
el amor de los padres. Sin embargo, también los ama, y aquí de nuevo surgen
fuertes conflictos entre los impulsos agresivos y los sentimientos de amor. Esto
provoca culpa y origina nuevos deseos de hacer reparaciones, mezcla los
sentimientos que tienen gran influencia no sólo en la relación entre hermanos
sino también, ya que las relaciones humanas obedecen al mismo patrón, en la
actitud social, el amor, la culpa y los futuros deseos de reparar.
Amor, culpa y reparación
Como lo expresé antes, los sentimientos de amor y gratitud surgen directa y
espontáneamente en el niño, como respuesta al amor y cuidado de su madre. El
poder del amor, que es la manifestación de las fuerzas tendientes a preservar la
vida, está presente en el niño, así como los impulsos destructivos, y encuentra
su primera expresión fundamental en el vínculo con el pecho de la madre; al
evolucionar, se transforma en amor por ella como persona. Mi labor
psicoanalítica me ha convencido de que se produce una etapa muy importante en el
desarrollo cuando surgen en la mente infantil los conflictos de amor y odio y se
activa el temor de perder al ser amado. Los sentimientos de culpa y congoja
entran en acción como un nuevo elemento de amor, del que forma parte integrante,
influyendo profundamente sobre su cualidad y cantidad.
Hasta en el niño pequeño se observa cierta preocupación por el ser amado, que no
es, como podía pensarse, tan sólo un signo de su dependencia del adulto benévolo
y útil. Junto con los impulsos destructivos existe en el inconsciente del niño y
del adulto una profunda necesidad de hacer sacrificios para reparar a las
personas amadas que, en la fantasía, han sufrido daño o destrucción. En las
profundidades de la mente el deseo de brindar felicidad a los demás se halla
ligado a un fuerte sentimiento de responsabilidad e interés por ellos, que se
manifiesta en forma de genuina simpatía y de capacidad de comprenderlos tales
como son.
Identificación y labor de reparación
La simpatía genuina consiste en poder colocarse en el lugar del otro, esto es,
de "identificarse" con él. La capacidad de identificación es un importantísimo
elemento en las relaciones humanas en general, y una condición del amor intenso
y auténtico. Sólo si tenemos capacidad de identificación con el ser amado
llegamos a descuidar y hasta cierto punto sacrificar nuestros propios
sentimientos y deseos, anteponiendo así temporariamente a los nuestros los
intereses y emociones ajenos. Puesto que al identificarnos con otro ser
compartimos la ayuda o la satisfacción que le proporcionamos, recuperamos por
una vía lo que sacrificamos por otra[3]. Los sacrificios por la persona amada y
la identificación con ella nos colocan en el papel de un padre bueno, y nos
comportamos con ella como nuestros padres a veces lo han hecho con nosotros, o
como hemos deseado que lo hicieran. A la vez desempeñamos el papel del niño
bueno hacia sus padres, realizando en el presente lo que hubiéramos querido
hacer en el pasado. Así, al invertir la situación, es decir, al actuar hacia
otros como padres bondadosos, nos recreamos y gozamos en la fantasía del amor y
la bondad que anhelamos en nuestros padres. Esto puede también constituir un
modo de manejar los sufrimientos y frustraciones del pasado. Mediante la
fantasía retrospectiva de desempeñar simultáneamente el papel del buen hijo y
del buen padre eliminamos parte de nuestros motivos de odio, logrando así
neutralizar las quejas contra los padres frustradores, el furor vindicativo que
ellos nos han provocado y los sentimientos de culpa y desesperación provenientes
de este odio que dañaba a los que eran al mismo tiempo objeto de nuestro amor. A
la vez, en el inconsciente reparamos nuestros agravios fantaseados (producto de
nuestra fantasía) que nos causaban aún gran dosis de culpa. Este mecanismo de
"reparación" es, a mi juicio, un elemento fundamental en el amor y en todas las
relaciones humanas; lo mencionaré, pues, a menudo en las páginas siguientes.
Una relación amorosa feliz
Teniendo presente lo que expuse sobre los orígenes del amor, consideraremos
ahora algunas relaciones adultas, tomando como primer ejemplo una relación de
amor estable y satisfactoria entre hombre y mujer, como la que puede existir en
un matrimonio feliz. Involucra un vínculo profundo y capacidad para el
sacrificio mutuo y para compartir tanto el dolor como el placer, tanto los
intereses como los goces sexuales. Una relación de esta índole abre un extenso
ámbito para las más diversas manifestaciones del amor[4]. Si la actitud de la
mujer hacia el hombre es maternal, satisface, en la medida posible, los
tempranos deseos de él de recibir gratificaciones de su propia madre. En el
pasado esos anhelos nunca fueron completamente satisfechos, y tampoco han sido
abandonados del todo. Es como si él ahora tuviese a su madre para sí, con
sentimientos de culpa relativamente escasos (cuya razón se detallará más
adelante). Si la mujer tiene una vida emocional ricamente desarrollada, además
de abrigar sentimientos maternales, conservará algo de su actitud infantil hacia
su padre, y ciertas características de la antigua relación matizarán su vínculo
con el marido. Por ejemplo, le brindará admiración y confianza, viendo en él una
figura protectora y útil, tal como antes lo fuera su padre. Estos sentimientos
forman la base de una relación que permitirá la plena satisfacción de los deseos
y necesidades de la mujer como persona adulta. A su vez, esta actitud de la
mujer proporciona al hombre la oportunidad de protegerla y cuidarla de mil
maneras, es decir, de desempeñar hacia su madre, en su inconsciente, el papel de
un buen marido.
Cuando una mujer es capaz de amar intensamente a su marido y a sus hijos podemos
deducir que muy probablemente su relación infantil con sus padres y hermanos ha
sido buena, o sea, que pudo manejar en forma satisfactoria sus tempranos
impulsos de odio y venganza contra ellos. He mencionado anteriormente la
importancia del deseo inconsciente de la niña detener un hijo con su padre, y
los impulsos sexuales involucrados en tal deseo. La frustración sexual que le
inflige el padre suscita intensas fantasías agresivas, que tendrán gran
influencia sobre su capacidad de obtener gratificación sexual en la vida adulta.
En la niña pequeña las fantasías sexuales están, pues, conectadas con el odio
que, específicamente, va dirigido contra el pene del padre, pues este órgano le
niega la gratificación que proporciona a la madre. Su odio y sus celos la llevan
a desear que el pene sea algo peligroso y malo que tampoco pueda gratificar a su
madre; así en su fantasía el pene adquiere cualidades destructivas. A causa de
sus deseos inconscientes, centrados alrededor de las gratificaciones sexuales de
los padres, algunas de sus fantasías atribuyen a los órganos y placeres
genitales un carácter peligroso y dañino. Estas fantasías agresivas son de nuevo
neutralizadas en su mente por el deseo de reparar: más específicamente, de curar
el genital paterno, al que mentalmente ha dañado o investido de maldad. También
las fantasías de índole restauradora están conectadas con sentimientos y deseos
sexuales. Todo este fantasear inconsciente tendrá gran influencia sobre los
sentimientos de la mujer hacia su marido. Si éste la ama y además la gratifica
sexualmente, sus fantasías sádicas inconscientes se debilitarán. Pero, aunque en
la mujer normal nunca alcancen un grado que inhiba la tendencia a mezclarlas con
impulsos eróticos más positivos o amistosos, estas fantasías jamás desaparecen
del todo, sino que estimulan a las otras de naturaleza reparadora; vuelve así a
actuar el impulso de reparación. Las gratificaciones sexuales no sólo le
proporcionan placer, sino que también la apaciguan y protegen contra los temores
y sentimientos de culpa derivados de sus primeros deseos sádicos. A su vez, el
apaciguamiento acrecienta su gratificación sexual y despierta en ella gratitud y
ternura, al mismo tiempo que acentúa su amor. Debido a que en las profundidades
de su mente perdura la idea de que su genital es peligroso y podría dañar el del
marido -noción que proviene de sus fantasías agresivas contra su padre- parte de
la satisfacción que obtiene deriva del hecho de comprobar que sus genitales son
buenos, puesto que proporcionan a su marido placer y felicidad.
Las fantasías de la niña pequeña sobre la peligrosidad de los genitales paternos
conservan cierta vigencia en el inconsciente de la mujer. Pero si tiene con su
marido una relación feliz y sexualmente gratificadora siente que los genitales
de aquél son buenos, lo cual disipa su miedo. La gratificación sexual actúa así
como doble garantía: de su propia bondad y de la de su marido, y la seguridad
que esto le brinda incrementa a su vez el goce sexual, ampliando el círculo
propicio a la paz íntima. Los celos y odios tempranos de la mujer hacia su madre
considerada como rival en el amor del padre, han desempeñado un papel importante
en sus fantasías agresivas. La felicidad mutua proveniente de la gratificación
sexual y de la relación feliz y amorosa con su marido será parcialmente
interpretada como indicio de que sus deseos sádicos contra la madre han sido
inoperantes o anulados por la reparación.
También la actitud emocional y la sexualidad del hombre en su relación con la
mujer sufren por supuesto la influencia de su pasado. La frustración de sus
deseos genitales por su madre, en la niñez, despertó en él la fantasía de que su
pene se transformaba en un instrumento capaz de herirla y dañarla. También
contra su padre alentó fantasías sádicas a raíz de los celos y el odio que
sentía contra ese rival en el amor materno. En la relación sexual con su
compañera entran en juego, en cierto grado, sus tempranas fantasías agresivas,
que lo llevaron a temer la destructividad de su pene. Y, por una transmutación
de naturaleza similar a la que se produce en la mujer el impulso sádico, cuando
no es excesivo, estimula las fantasías de reparación. Sentirá entonces que su
pene es un órgano bueno y curativo, que proporciona placer a la mujer, repara su
genital dañado y le da hijos. Una relación feliz y sexualmente gratificadora le
prueba la bondad de su pene y también, inconscientemente, el éxito de sus
intentos de reparación. Esto no sólo aumenta su placer sexual, su amor y ternura
por la mujer, sino que propicia sentimientos de gratitud y seguridad, los que a
su vez incrementan sus poderes creadores en otros campos e influyen
favorablemente sobre su capacidad para el trabajo y otras actividades. Al
compartir sus intereses (así como su amor y su placer sexual), la mujer le
prueba el valor de su trabajo. Su primitivo deseo de ser capaz de hacer por su
madre lo que su padre hacía en el terreno sexual y en otros de recibir de ella
lo que él recibía, con ella produce también el efecto de disminuir su agresión
contra el padre, intensamente estimulada por su fracaso en obtener a la madre
como esposa. Esto le tranquiliza en cuanto a las consecuencias de sus
prolongadas tendencias sádicas contra el padre.
Puesto que su odio y su rencor contra el padre han matizado sus sentimientos
hacia los hombres que lo representan y los resentimientos contra su madre han
igualmente afectado su relación con las mujeres que la simbolizan, una
experiencia amorosa satisfactoria cambia su perspectiva vital y su actitud hacia
la gente y las actividades en general. El amor y el aprecio de su esposa le dan
el sentimiento de haber alcanzado plena madurez y de ser igual a su padre. Se
atenúa la rivalidad hostil y agresiva contra éste, cediendo el lugar a una
competencia más amistosa con él -o más bien con símbolos paternos admirados- en
las realizaciones y tareas productivas y es muy probable que aumente o mejore su
creatividad.
Del mismo modo, una mujer que establece una relación amorosa feliz con un hombre
se siente inconscientemente a la altura del lugar que la madre, ocupaba junto a
"su" marido y capaz de obtener las satisfacciones de que aquélla disfrutaba y
que le fueron negadas en su niñez. Puede entonces equiparar se a su madre y
gozar de la misma felicidad, derechos y privilegios, pero sin dañaría ni
robarla. Los efectos sobre su actitud y el desarrollo de su personalidad son
análogos a los cambios producidos en el hombre cuando, mediante un matrimonio
feliz, se considera igual a su padre.
De esta manera ambos cónyuges experimentan la relación de amor y gratificación
sexual mutua como una feliz recreación de sus primeros años familiares. Muchos
deseos y fantasías nunca pueden ser satisfechos en la niñez[5], no sólo porque
son irrazonables sino también porque en el inconsciente coexisten
simultáneamente deseos contradictorios. Parece una paradoja, pero en cierta
forma el cumplimiento de muchos deseos infantiles sólo es posible cuando el
individuo ha crecido. En la relación feliz entre adultos el temprano deseo de
tener a la madre o al padre para sí permanece aún inconscientemente activo. Por
supuesto, la realidad no permite que la gente se case con su madre o con su
padre; si ello fuera factible, los sentimientos de culpa hacia terceros
interferirían en la gratificación. Pero sólo quien en el inconsciente pudo
fantasear tales relaciones y, hasta cierto punto, vencer los sentimientos de
culpa inherentes a estas fantasías y gradualmente logró desprenderse de los
padres a la vez que permanecer vinculado a ellos, estará capacitado para
transferir sus deseos a personas que representarán los anhelados objetos del
pasado, sin ser idénticos a ellos. Es decir, que sólo el individuo que ha
"crecido", en el verdadero sentido de la palabra, podrá realizar sus fantasías
infantiles en la vida adulta; y por añadidura, con el alivio de la culpa sentida
antaño por sus deseos infantiles. En efecto, una situación fantaseada en la
niñez se ha hecho ahora real, pero lícita y en forma tal que le demuestra que
los diversos males que su fantasía asociaba con dicha situación en realidad no
han ocurrido. Una relación adulta feliz como la que he descripto puede
significar, según lo expresé antes, una recreación de la temprana situación
familiar, que será ahora más completa, ampliando el ámbito de apaciguamiento y
seguridad mediante la relación del hombre y la mujer con los hijos. Esto nos
lleva al tema de la paternidad.
Los padres: ser madre
Consideraremos primero una auténtica relación de afecto entre la madre y el
hijo, tal como la que se desarrolla si la mujer ha alcanzado una personalidad
plenamente maternal. Muchos lazos vinculan la relación de una madre con su hijo
a la que en la niñez mantuvo con su propia madre. En todos los niños existe un
fuerte deseo consciente e inconsciente de tener hijos. En las fantasías
inconscientes de la niña el cuerpo de su madre está lleno de hijos; se imagina
que han sido puestos allí por el pene del padre, que para ella es símbolo de
toda creatividad, poder y bondad. Su actitud predominantemente admirativa hacia
su padre y sus órganos sexuales como creadores y capaces de dar vida se acompaña
de un intenso deseo de poseer hijos propios y tenerlos dentro de si como la
posesión más preciosa.
La observación cotidiana nos muestra que las niñas pequeñas juegan con las
muñecas como si éstas fueran sus hijos. A menudo hacen alarde de apasionada
devoción, tratando a esos juguetes como a niños reales, compañeros, amigos que
forman parte de su vida. No sólo no dejan las muñecas sino que constantemente se
ocupan de ellas desde que comienza el día y presentan dificultad en abandonarlas
cuando deben hacer otra cosa. Estos deseos de la niñez persisten hacia la edad
adulta y contribuyen a cimentar la fuerza del amor que una mujer embarazada
siente por el hijo que crece en sus entrañas y luego por el que ha dado a luz.
La gratificación detenerlo al fin alivia el dolor de su frustración infantil,
cuando deseaba un hijo de su padre y no podía tenerlo. El cumplimiento de un
deseo tan importante y largamente postergado tiende a disminuir su agresión y
aumentar su capacidad de amor hacia su hijo. Además, el desamparo del niño y su
gran necesidad de cuidados maternales demanda más amor que el que puede
proporcionarse a cualquier otra persona, brindando así un cauce a todas las
tendencias afectuosas y constructivas de la madre, Nadie ignora que algunas
madres sacan partido de esta relación para gratificar sus propios deseos, es
decir, su sentido posesivo y la satisfacción de tener quien dependa de ellas.
Tales mujeres quieren conservar a sus hijos adheridos a ellas y detestan la idea
de verlos crecer y adquirir personalidad. En otras, el desamparo del niño hace
aflorar todos sus fuertes deseos de reparación, que derivan de varias fuentes y
pueden ahora aplicarse al hijo largamente deseado, que representa el
cumplimiento de sus tempranas aspiraciones. La gratitud hacia el niño que le
proporciona el goce de poder amarlo aumenta estos sentimientos y puede
conducirla a subordinar su propia gratificación al bienestar de su hijo, que se
constituirá en su interés primordial.
La naturaleza de las relaciones de la madre con sus hijos cambia, por supuesto,
a medida que ellos crecen. Su actitud hacia los hijos mayores estará más o menos
bajo la influencia de la actitud que tuvo en el pasado hacia sus hermanos,
hermanas, primos, etc. Ciertas dificultades en las relaciones pasadas pueden
interferir en sus sentimientos hacia su propio hijo, especialmente si éste
revela reacciones y rasgos que tienden a reactivar en ella los antiguos
problemas. Los celos y la rivalidad fraterna le han despertado deseos de muerte
y fantasías agresivas, y en su mente creyó dañar y destruir a sus hermanos. Si
los sentimientos de culpa y conflictos derivados de estas fantasías no son
demasiado fuertes, la posibilidad de reparar gana así mayor alcance y sus
afectos maternales pueden manifestarse de un modo más completo.
Uno de los elementos de esta actitud materna parece ser la capacidad de ponerse
en el lugar del niño y ver la situación desde su punto de vista. El ser capaz de
hacerlo con amor y simpatía está íntimamente asociado, como lo hemos visto, con
los sentimientos de culpa y el impulso de reparación. Sin embargo, si la culpa
es muy fuerte esta identificación puede llevar a una actitud extremada de
autosacrificio, sumamente desventajosa para el niño. Es bien sabido que un niño
educado por una madre que lo inunda de amor y no le pide nada a cambio, a menudo
se transforma en una persona egoísta. La falta de capacidad de amor y
consideración en un niño es en cierta medida un velo que encubre sentimientos de
culpa excesivos. La indulgencia materna exagerada tiende a fomentar un clima de
quietud y, además, no da campo suficiente para el ejercicio del impulso infantil
de hacer reparación, sacrificios a veces, y desarrollar una verdadera
consideración hacia los demás[6]. Con todo, si la madre no está demasiado
envuelta en los sentimientos del niño ni excesivamente identificada con él,
puede hacer uso de su sensatez para guiar al hijo del modo más provechoso.
Disfrutará entonces plenamente de la posibilidad de fomentar su desarrollo,
satisfacción ésta que se refuerza con las fantasías de hacer por su hijo lo que
logró o deseó que su madre hiciera por ella. Salda así su deuda y repara los
daños que en su fantasía hizo a los hijos de su madre, lo cual contribuye a
aplacar sus sentimientos de culpa. La capacidad materna de amar y comprender a
sus hijos se pone a prueba especialmente cuando éstos llegan a la adolescencia.
En este período los chicos tienden normalmente a separarse de sus padres ya
liberarse en cierta medida de sus antiguos vínculos con ellos. Sus esfuerzos
para abrirse camino hacia nuevos objetos de amor crean situaciones que quizá
resulten muy dolorosas para los padres. La madre que tiene fuertes sentimientos
maternales puede permanecer firme en su amor, ser paciente y comprensiva,
proporcionar ayuda y consejo cuando sean necesarios y permitir, con todo, que
los hijos elaboren sus propios problemas, todo ello sin pedir mucho. Sin
embargo, esto sólo es posible si su capacidad de amar se ha desarrollado en
forma tal que le permita una doble identificación, con su hijo y con la madre
sensata que su mente evoca.
La relación de la madre con sus hijos volverá a cambiar de carácter, y su amor
buscará nuevas formas de manifestarse cuando ellos hayan crecido y tengan su
propia vida, liberados ya de sus antiguos lazos. La madre advierte ahora que no
desempeña un papel muy amplio en sus vidas. Pero puede experimentar cierta
satisfacción al conservar disponible su amor para cuando sus hijos lo necesiten.
Inconscientemente siente que les proporciona seguridad: sigue siendo la madre de
antes, cuyo seno les dio gratificación plena y que satisfizo sus necesidades y
deseos. En esta situación se identifica completamente con su propia madre
protectora, cuya influencia benigna jamás se ha desvanecido en su mente. Al
mismo tiempo se identifica con sus propios hijos. En su fantasía vuelve, por así
decirlo, a la niñez y comparte con ellos la posesión de una madre buena y
protectora. El inconsciente de los niños a menudo responde al de la madre y, al
margen del grado en que utilice el acopio de amor que le está destinado,
frecuentemente derivan un gran aliento y apoyo interior del hecho de que este
amor exista.
Los padres: ser padre
Aunque los hijos no signifiquen tanto para el hombre como para la mujer,
desempeñan en su vida un papel importante, especialmente si él y su mujer viven
en armonía. Para remontarnos a los orígenes profundos de esta relación reitero
lo que ya expuse sobre la gratificación que obtiene el hombre al proporcionar un
hijo a su mujer, en la medida en que esto representa una compensación de sus
deseos sádicos hacia su madre y una reparación de ello. Este mecanismo aumenta
la satisfacción real de crear un hijo y de realizar los deseos de su esposa. La
gratificación de sus deseos femeninos al compartir el goce maternal de su mujer
constituye una fuente adicional del placer. En la niñez deseó intensamente tener
hijos con su madre y estos deseos incrementaron sus impulsos de robarle sus
niños. Como hombre, "puede" dar hijos a su mujer, verla feliz con ellos; puede
ahora, sin sentimientos de culpa, identificarse con ella en el parto y el
amamantamiento, así como en la relación con los hijos mayores.
De todos modos, el ser un "buen padre" para sus hijos da al hombre muchas
satisfacciones. Todos sus impulsos protectores, que han sido estimulados por
sentimientos de culpa en relación con su temprana vida familiar infantil,
encuentran ahora expresión plena. Además, se produce una identificación con un
padre bueno, ya sea su padre real o un padre idealizado. Otro elemento más en la
relación con sus hijos será su identificación con ellos, pues en su mente
comparte sus goces. Asimismo, al ayudarles en sus dificultades y promover su
desarrollo reedita su propia niñez de una manera más satisfactoria. Mucho de lo
expuesto sobre la relación de la madre con sus hijos en las diferentes etapas se
aplica también al padre. Si bien desempeña un papel distinto del de ella, las
actitudes de ambos se complementan mutuamente. Si (como lo damos por sentado en
este capitulo) la vida matrimonial se apoya en el amor y la comprensión, el
marido también disfruta de la relación de su mujer con los hijos, mientras ella
siente placer de la comprensión y ayuda que el marido les presta.
Dificultades en las relaciones familiares.
Sabemos que una vida familiar plenamente armoniosa como la que he descripto no
es un caso corriente. Depende de una feliz coincidencia de circunstancias, de
factores psicológicos y, primordialmente, de una capacidad de amor bien
desarrollada en ambos cónyuges. Pueden acaecer dificultades de todo tipo en la
relación entre marido y mujer, y en la de éstos con sus hijos; daré algunos
ejemplos.
La individualidad del niño tal vez no corresponda a lo que los padres desearían.
Cada uno de ellos pudo inconscientemente haber querido que el hijo se pareciera
a uno de sus propios hermanos; y naturalmente, uno de los dos será defraudado,
si no ambos. Asimismo, si ha habido en ellos una fuerte rivalidad e intensos
celos en relación con los hermanos y hermanas, esta situación puede repetirse
ante el desarrollo y las realizaciones de sus hijos. Otro problema se produce
cuando los padres son muy ambiciosos y utilizan los logros de sus hijos para
obtener seguridad y disminuir sus propios temores. Hay además mujeres incapaces
de amar y de gozar el hecho de tener hijos porque se sienten, en la fantasía,
demasiado culpables de ocupar el lugar de sus propias madres. Una mujer de este
tipo tal vez no pueda atender a sus hijos, debiendo entregarlos al cuidado de
niñeras o de otras personas que, en su inconsciente, representan a su madre. De
este modo le devuelve los hijos que deseó quitarle. Este temor de amar al hijo,
que naturalmente perturba la relación con él, puede ocurrir también en los
hombres y es muy probable que afecte las relaciones mutuas entre marido y mujer.
He dicho que los sentimientos de culpa y el impulso de reparación están
íntimamente ligados a la emoción amorosa. Sin embargo, si el primitivo conflicto
entre amor y odio no ha sido satisfactoriamente resuelto, o si la culpa es
demasiado fuerte, puede producirse una reacción de alejamiento ante el ser
amado, e incluso de rechazo hacia él. En último análisis, el temor de que la
persona amada -originalmente la madre- pueda morir a causa de los agravios que
en la fantasía se le han infligido, torna intolerable el depender de ella.
Podemos observar la satisfacción de los niños pequeños ante sus primeras
realizaciones y todo lo que aumente su independencia. Ello se debe a muchas
razones obvias, pero, según mi experiencia, hay una muy importante y profunda:
el niño se siente impulsado a debilitar sus lazos con la persona más importante,
su madre. Originariamente ella preservé su vida, satisfizo todas sus
necesidades, le brindó protección y seguridad; en consecuencia, es para él
fuente de toda bondad y vida. En su fantasía inconsciente, ella forma parte
inseparable de si mismo y, por lo tanto, su muerte implicaría también la del
niño. Si tales sentimientos y fantasías son muy intensos, el apego a las
personas amadas puede llegar a ser una carga abrumadora.
Muchas personas buscan solución a estas dificultades mediante el recurso de
reducir su capacidad de amor, "negándola" o suprimiéndola, y evitando toda
emoción fuerte. Otras escapan a los peligros del amor desplazándola
predominantemente de las personas a los objetos. El desplazamiento del amor a
las cosas e intereses (que he tratado en relación con el explorador y el hombre
que lucha contra las fuerzas de la naturaleza) forma parte del crecimiento
normal. Pero en algunos, se transforma en el método principal para manejar los
conflictos, o mejor, para evitarlos. Todos conocemos al individuo que se rodea
de animales, al coleccionista apasionado, al científico, al artista y otros
seres capaces de un gran amor y hasta de sacrificios por los objetos de su
devoción o por su tarea favorita, pero que escatiman su interés y amor hacia los
demás seres humanos.
Una evolución muy distinta se produce en los que pasan a depender enteramente de
las personas con quienes establecen vínculos intensos. El miedo inconsciente a
la muerte del ser amado fomenta esa dependencia excesiva. Los temores de esa
naturaleza incrementan la voracidad, que viene a constituir uno de los elementos
de tal actitud y se expresa a través de la utilización exagerada de la persona
de quien se depende. El eludir responsabilidades es otro componente de la
dependencia excesiva; el otro se hace responsable de nuestros actos y a veces
hasta de nuestras opiniones y pensamientos. (Esta es una de las razones de la
adopción indiscriminada de las ideas de un líder y de la obediencia ciega a sus
mandatos). Para los que son tan dependientes, el amor se hace sumamente
necesario como apoyo contra el sentimiento de culpa y los distintos temores. El
ser amado debe probarles, con manifestaciones de afecto siempre reiteradas, que
no son malos ni agresivos y que sus impulsos destructivos no se han hecho
efectivos.
Estas ligaduras extremadas son especialmente perturbadoras en la relación de la
madre con su hijo. Como lo he señalado antes, la actitud materna ante el hijo
tiene mucho en común con los primeros sentimientos de la niña hacia su propia
madre. Ya sabemos que esta primera relación se caracteriza por el conflicto
entre amor y odio. Al tener un hijo, la mujer transfiere sobre él los deseos
inconscientes de muerte que de niña sintió hacia su madre.
Los problemas afectivos entre hermanos y hermanas en la niñez, intensifican
estos sentimientos. Si a causa del conflicto no resuelto en el pasado, la madre
se siente demasiado culpable en relación con el hijo, puede necesitar su amor
tan intensamente que utilizará varios recursos para mantenerlo estrechamente
ligado a ella y dependiente; o quizá se dedique a él hasta el punto de
transformarlo en eje de toda su vida.
Consideremos ahora, aunque sólo desde un aspecto básico, una actitud mental muy
diferente: la infidelidad. Las múltiples manifestaciones y formas de infidelidad
(resultado de los más variados modos de desarrollo y expresión: en algunas
personas, principalmente de amor; en otras, de odio, con todos los matices
intermedios), tienen un fenómeno en común: el repetido alejamiento de una
persona (amada) motivado en parte por el temor a la dependencia. He descubierto
que, en las profundidades de la mente, el típico Don Juan se siente acosado por
el miedo a la muerte de sus amadas, el que se abriría paso y provocaría
depresión y grandes sufrimientos mentales, si no fuera por su defensa
específica: la infidelidad. Por este medio se está probando constantemente a sí
mismo que su objeto, "uno" y muy amado (originariamente su madre, cuya muerte
temía porque su amor hacia ella era voraz y destructivo), no le es, después de
todo, indispensable, ya que siempre podrá volcar en otra mujer sentimientos
apasionados, aunque superficiales. En contraste con los que por temor a la
muerte del ser amado, lo rechazan, o bien sofocan y niegan el amor, el Don Juan,
por varias razones, toma el camino opuesto. Pero su actitud con las mujeres
involucra una transacción inconsciente. Al abandonar y rechazar a algunas
mujeres se aleja inconscientemente de su madre salvándola de sus deseos
peligrosos y liberándose de su penosa dependencia, mientras que al buscar a
otras y proporcionarles placer y amor, en su inconsciente retiene a la madre
amada o vuelve a re-crearla.
En realidad se siente impulsado hacia una y otra porque pronto todas ellas se
transforman en imagen de su madre. Su objeto original de amor es así reemplazado
por una sucesión de objetos diversos. En la fantasía inconsciente, recrea o
repara a su madre por medio de gratificaciones sexuales (que realmente brinda a
otras mujeres), pues sólo en un aspecto siente su sexualidad como peligrosa; en
otro, la siente reparadora y susceptible de hacerla feliz. Esta doble actitud
forma parte de la transacción inconsciente que origina la infidelidad y es
condición de ese tipo particular de desarrollo.
Esto me lleva a considerar otra clase de dificultad en las relaciones amorosas.
A veces un hombre vuelca sus sentimientos afectuosos, tiernos y protectores en
una mujer, quizá su esposa, pero es incapaz de obtener goce sexual con ella y
debe reprimir sus deseos sexuales o satisfacerlos con otra. Los temores de que
su sexualidad sea de naturaleza destructiva, el miedo al padre como rival y los
resultantes sentimientos de culpa son otras tantas razones profundas de la
separación entre los afectos tiernos y los específicamente sexuales. La mujer
amada y altamente valorizada, que se erige como su madre, tiene que ser
preservada de su sexualidad, que en la fantasía siente como peligrosa.
Elección del compañero de amor
El psicoanálisis nos muestra que profundos motivos inconscientes participan en
la elección de la pareja y determinan la atracción sexual y el placer de la
mutua compañía. Los sentimientos de un hombre hacia una mujer sufren la
influencia de su vínculo temprano con la madre. Pero tal situación puede ser más
o menos inconsciente y presentar manifestaciones muy enmascaradas. Quizás un
hombre elija como compañera a una mujer que tenga algunas características
completamente opuestas a las de su madre: tal vez la apariencia de la amada sea
muy distinta, pero su voz o ciertos rasgos de su personalidad que le resultan
especialmente atractivos, concordarán con las primeras impresiones que él
recibió de su madre. O tal vez, precisamente con el propósito de desligarse de
un vínculo demasiado fuerte con la madre, venga a elegir una compañera que
presente un contraste absoluto con aquélla.
Muy a menudo, a medida que se produce el desarrollo del niño, una hermana o una
prima ocupan el lugar de la madre en sus fantasías sexuales y en su amor. Es
obvio que la actitud basada en estos sentimientos será distinta de la del hombre
que busca fundamentalmente rasgos maternos en la mujer. Con todo, la elección
resultante de sentimientos experimentados hacia una hermana, puede tender
también a la búsqueda de aspectos de índole maternal en la compañera. La
temprana influencia que sobre el niño ejercen las personas de su ambiente, crea
una gran variedad de posibilidades: una niñera, una tía, una abuela, pueden
desempeñar un papel muy importante. Naturalmente, al considerar la influencia de
las primeras relaciones sobre la elección posterior, no debemos olvidar que lo
que el hombre desea recrear en sus relaciones amorosas es su impresión infantil
ante la persona amada y las fantasías que tuvo con ella. Además, el inconsciente
establece asociaciones sobre bases muy distintas de las que rigen en la mente
consciente. Toda suerte de impresiones completamente olvidadas -reprimidas-
contribuye así para que una persona resulte para determinado individuo, más
atractiva que las demás, en el terreno sexual y en otros.
Factores similares actúan en la elección femenina. Las impresiones que conserva
de su padre, sus sentimientos hacia él -admiración, confianza, etc.-, pueden
desempeñar un papel predominante en la elección del compañero. Pero quizá su
temprano amor hacia su padre haya sufrido serias alteraciones. Tal vez se haya
alejado de él muy pronto debido a fuertes conflictos o graves decepciones. En
este caso, un hermano, un primo o un compañero de juegos puede haber asumido
gran importancia, tomándose en el receptáculo de sus deseos y fantasías
sexuales, así como de sus sentimientos maternales. Buscará entonces un amante o
un marido que configure la imagen de ese hermano, de preferencia el que tenga
cualidades de tipo paterno. En una relación de amor feliz el inconsciente de la
pareja se corresponde. En el caso de la mujer que tiene marcados sentimientos
maternales, las fantasías y los deseos del hombre que busca una mujer
predominantemente maternal corresponderán a los suyos. Si permanece muy ligada a
su padre, inconscientemente buscará a un hombre que necesite desempeñar ante la
mujer el papel de un buen padre.
Aunque los vínculos amorosos de la vida adulta están fundados en las primeras
relaciones emocionales con los padres, hermanos y hermanas, los nuevos lazos no
son necesariamente meras repeticiones de la temprana situación familiar. Los
recuerdos, sentimientos y fantasías inconscientes entran en la nueva ligazón de
amor y amistad en formas completamente disfrazadas. Pero además de las primeras
influencias, muchos otros factores actúan en los complicados procesos que
cimentan una relación amorosa o amistosa. Las relaciones normales adultas
siempre contienen nuevos elementos derivados de la nueva situación: las
circunstancias, la personalidad del otro, y su respuesta a las necesidades
emocionales y a los intereses prácticos del adulto.
Logro de independencia
Hasta aquí me he referido principalmente a las relaciones íntimas entre los
seres. Entraremos ahora en las manifestaciones más generales del amor y las
formas en que éste participa de intereses y actividades de todo tipo. El vínculo
primario del niño con el pecho y la leche de su madre constituye la base de
todas las relaciones de amor en la vida. Pero si consideráramos la leche materna
simplemente como un alimento saludable y adecuado, concluiríamos que seria fácil
reemplazarlo por otro igualmente conveniente. Sin embargo, la leche de la madre,
la primera que aplaca los tormentos del hambre en el niño y que proviene del
pecho que llega a amar cada vez más, adquiere para él un inestimable valor
emocional. El pecho y su producto, primeras gratificaciones de su instinto de
autopreservación y de sus deseos sexuales, se erigen en su mente en símbolos de
amor, placer y seguridad. Es por lo tanto de suprema importancia el saber hasta
qué punto puede "psicológicamente" reemplazar este primer alimento por otros. La
madre logra, con mayor o menor dificultad, que el niño se acostumbre a ingerir
otras sustancias. Con todo, quizás él no abandone su intenso deseo del alimento
primitivo; quizá no olvide sus quejas y su odio por haber sido privado de él, ni
se adapte, en el verdadero sentido, a esta frustración; y si ello ocurriera, no
podrá adaptarse a ninguna frustración de su vida futura.
Si llegamos a comprender, mediante la exploración del inconsciente, la fuerza y
profundidad del primer apego a la madre y a su alimento así como la intensidad
con que éste persiste en el inconsciente del adulto, nos sorprenderá ver que el
niño logre paulatinamente desprenderse de ella y conquistar independencia. Es
cierto que ya en el lactante existe un agudo interés por lo que ocurre a su
alrededor, una creciente curiosidad y placer en aumentar su ámbito de personas,
cosas y realizaciones, todo lo cual parece facilitarle nuevos objetos de amor y
de interés. Pero esto no basta para explicar su posibilidad de desligarse de la
madre con quien tiene un vínculo inconsciente tan fuerte. La índole misma de
este intenso apego lo impulsa a separarse de ella porque (dada la inevitabilidad
de la avidez frustrada y del odio) despierta en él el miedo de perder a esta
persona tan importante y, por lo tanto, el temor a depender de ella. Existe así,
en el inconsciente, la tendencia a abandonarla, contrarrestada por el apremiante
deseo de tenerla para siempre. Estos sentimientos contradictorios, juntamente
con el crecimiento emocional e intelectual del niño, que le permite encontrar
otros objetos de interés y placer, conducen a la capacidad de transferir el
amor, reemplazando al ser amado por otras personas y cosas. Precisamente la
cantidad de amor que el niño experimenta hacia su madre le proporciona una gran
disponibilidad para sus vínculos futuros. El proceso de desplazar amor es de
suma importancia para el desarrollo de la personalidad y para las relaciones
humanas y podríamos decir, incluso, para el desarrollo de la cultura y de la
civilización.
Junto con el proceso de desplazar el amor (y el odio) de la madre a otras
personas y cosas, distribuyendo así estas emociones en un círculo más amplio,
hay otra manera de manejar los primitivos impulsos. Las sensaciones sensuales
que el niño experimenta en relación con el pecho materno se transforman en amor
hacia la madre como persona integral; los sentimientos de amor se funden desde
el comienzo con los deseos sexuales. El psicoanálisis ha subrayado el hecho de
que los impulsos sexuales hacia los padres, hermanos y hermanas no sólo existen,
sino que pueden ser observados en cierta medida en los niños muy pequeños. Con
todo, sólo la exploración del inconsciente permite aquilatar su fuerza y su
enorme importancia.
Ya hemos visto que los deseos sexuales están íntimamente ligados a impulsos y
fantasías agresivas, a la culpa y al temor de que mueran las personas queridas.
Todo ello impulsa al niño a disminuir su apego hacia los padres. El tiene,
además, tendencia a reprimir estos sentimientos sexuales, que se vuelven
inconscientes y quedan enterrados en las profundidades de la mente. Los impulsos
sexuales se deslizan también de los primeros objetos de amor y el niño adquiere
así la capacidad de amar a otros de modo predominantemente afectuoso.
El proceso descripto arriba, consistente en reemplazar a la persona amada por
otras, en disociar parcialmente la sexualidad y la ternura y reprimir los
impulsos y deseos sexuales, viene a integrar la capacidad del niño para
establecer relaciones más amplias. No obstante, para lograr un desarrollo total
exitoso es esencial que la represión de los deseos sexuales hacia los primeros
seres queridos no sea demasiado fuerte[7], ni demasiado completo el
desplazamiento de los sentimientos de los padres a otras personas. Si el niño
conserva bastante amor para los que se hallan próximos, si sus deseos sexuales
hacia ellos no están muy reprimidos, amor y deseo sexual podrán, más tarde en la
vida, revivir, unirse y desempeñar una parte vital en sus relaciones amorosas.
En una personalidad realmente bien desarrollada, el amor por los padres
subsiste, pero se le sumará el amor por otros seres y objetos, no como mera
extensión del primero, sino, como lo he señalado, mediante una difusión de las
emociones que disminuye el peso de los conflictos y de la culpa derivada del
apego y dependencia en relación con las primeras personas que ama.
Al volcar sus conflictos en otras personas, el niño no los suprime, sino que los
transfiere en forma menos intensa: de los primeros y más importantes, a nuevos
objetos de amor (y odio) que parcialmente representan a los antiguos. Como sus
sentimientos hacia estas nuevas personas no son tan fuertes, sus impulsos de
reparación, que una culpa excesiva hubiera obstaculizado, pueden manifestarse
ahora más plenamente.
Es bien sabido que la existencia de hermanos y hermanas favorece el desarrollo.
El crecer juntos ayuda al niño a desprenderse más de los padres y elaborar con
sus hermanos un nuevo tipo de relación. Sabemos, con todo, que no sólo los ama,
sino que también tiene hacia ellos fuertes sentimientos de rivalidad, odio y
celos. Por esta razón las relaciones con los primos, compañeros de juego y otros
niños más alejados de la situación familiar permiten nuevas alternativas a la
relación fraterna, variaciones éstas que son de gran importancia como fundamento
de los futuros vínculos sociales.
Relaciones en la vida escolar
La escuela brinda la oportunidad de desarrollar la experiencia ya adquirida en
materia de relaciones humanas y proporciona campo propicio para nuevos
experimentos en este terreno. Entre un gran número de chicos el niño puede
congeniar con uno, dos o varios mejor que con sus hermanos. Estas nuevas
amistades le dan, entre otras satisfacciones, la posibilidad de corregir y
mejorar, por así decirlo, las primeras relaciones con aquéllos, que tal vez
hayan sido insatisfactorias. El niño puede haber sido realmente agresivo con un
hermano más débil o menor; o quizá su sentimiento inconsciente de culpa debido
al odio y a los celos fuera la causa principal que perturbó la relación, con
trastornos susceptibles de persistir en la vida adulta. Este desagradable estado
de cosas puede ejercer más adelante una profunda influencia sobre sus actitudes
emocionales respecto de la gente en general. Sabemos que hay niños incapaces de
hacerse de amigos en la escuela. Esto ocurre porque trasladan al nuevo ambiente
sus primitivos conflictos. Entre los que logran liberarse suficientemente de sus
primeras dificultades afectivas y hacer amistades entre los compañeros de
escuela se observa a menudo una mejoría en la relación con sus hermanos. El
nuevo compañero prueba al niño que es capaz de amar y ser amado y que el amor y
la bondad "existen", lo que también inconscientemente significa que puede
reparar el daño que en su imaginación o de hecho ha infligido a otros. Así las
nuevas amistades colaboran para la solución de las primeras dificultades
emocionales, sin que se tenga conocimiento de la naturaleza exacta de los
primitivos trastornos o del modo como van siendo allanados. Todos estos medios
proporcionan otras tantas válvulas a las tendencias de reparación, el
sentimiento de culpa disminuye, y aumenta la confianza propia y en los demás.
La vida escolar también da oportunidad de establecer entre el odio y el amor una
separación mayor que lo que es posible en el pequeño círculo familiar. En la
escuela algunos niños son detestados o simplemente no gozan de simpatía,
mientras que otros son queridos. En esta forma las emociones de amor y odio,
reprimidas debido al conflicto que surge al odiar a la persona amada, pueden
encontrar plena expresión en cauces más o menos aceptados socialmente. Los niños
se unen de varias maneras y desarrollan ciertas normas que regulan hasta dónde
pueden llevar sus manifestaciones de odio o disgusto por los demás. Los juegos y
el espíritu de compañerismo implícito en ellos constituyen un factor moderador
en estas alianzas y en el despliegue de la agresión.
Aunque los celos y la rivalidad por el amor y el aprecio del maestro pueden ser
muy fuertes, se desarrollan en un marco distinto al de la vida de hogar. Los
maestros están más alejados de los sentimientos del niño, aportan a la situación
menos emoción que los padres y además reparten sus afectos entre varios niños.
Relaciones en la adolescencia
A medida que el niño avanza hacia la adolescencia, su tendencia al culto del
héroe frecuentemente se expresa a través de sus relaciones con algunos maestros,
mientras que otros le inspiran aversión, odio o desprecio. Aquí de nuevo se
manifiesta el proceso de separar el odio del amor que proporciona alivio, porque
permite preservar a la persona "buena" y brinda además la satisfacción de odiar
a alguien que a nuestro juicio se lo merece. El padre amado y odiado, la madre
odiada y amada son originariamente, como ya lo he expuesto, los objetos tanto de
admiración como de odio y desvalorización. Pero estos sentimientos que mezclados
resultan, como sabemos, demasiado contradictorios y gravosos para la mente del
niño y son, por lo tanto, probablemente soterrados, encuentran expresión parcial
en las relaciones con otras personas: niñeras, tíos y parientes en general. Más
tarde, en la adolescencia, la mayoría de los niños tiende a alejarse de sus
padres. Esto se debe en gran parte a que sus deseos sexuales y conflictos en
relación con aquéllos están reforzándose una vez más. Los primeros sentimientos
de rivalidad y odio contra el padre o la madre, según el caso, reviven y
adquieren todo su vigor, aunque su origen sexual permanezca inconsciente. Los
jóvenes suelen ser muy agresivos y desagradables con sus padres y con otras
personas que se presten a ello, tales como sirvientes, un maestro débil o
compañeros de escuela por los que sientan aversión. Pero cuando el odio ha
llegado a esa intensidad, la necesidad de preservar el bien y el amor en el
mundo interno y externo se hace muy urgente. El joven agresivo se siente, por lo
tanto, impulsado a buscar seres a quienes pueda idealizar y reverenciar. Los
maestros admirados pueden servir para ese fin y los sentimientos de amor,
admiración y confianza hacia ellos le dan seguridad interior. Entre otras
razones, porque para el inconsciente parecen confirmar la existencia de padres
buenos con los cuales hay una relación positiva, lo que refuta así el odio
intenso, la ansiedad y la culpa, que en este período se han vuelto muy fuertes.
Hay, por supuesto, niños que pueden sentir amor y admiración por los propios
padres mientras atraviesan estas dificultades, pero no son muy comunes. Creo que
lo que se ha dicho explica en parte la posición especial que suelen ocupar en la
mente las figuras idealizadas, como hombres y mujeres famosos, autores, atletas,
aventureros, personajes imaginarios recogidos de la literatura, seres sobre
quienes se vuelca la admiración y amor, sentimientos sin los cuales todo se
matizaría de odio y desamor, lo cual se experimenta como peligroso para el yo y
para los demás.
Simultáneamente con la idealización de ciertas personas se produce el odio hacia
otras que son vistas bajo un cristal muy oscuro, especialmente seres
imaginarios, como algunos villanos del cine o de la literatura, o bien
individuos reales pero algo remotos, como los caudillos políticos del partido
opositor. Odiar a la gente irreal o lejana resulta mucho menos peligroso para
todos los interesados que odiar a los que nos son muy próximos. Hasta cierto
punto esto es aplicable también al odio hacia algunos maestros o directores: la
disciplina escolar y el conjunto de la situación interpone entre maestro y
alumno una barrera mayor que la que existe entre padre e hijo.
La división entre amor y odio está dirigida hacia los menos íntimos; sirve
también para salvaguardar mejor a las personas amadas, tanto en la realidad como
en la mente. No sólo aquéllas se hallan físicamente lejos y son por lo tanto
inaccesibles, sino que la división entre la actitud de amor y odio fomenta el
sentimiento de que se puede conservar incólume el amor. El sentimiento de
seguridad que proviene de la capacidad de amar está íntimamente ligado en el
inconsciente al de conservar sana y salva ala persona amada. Parecería que la
creencia inconsciente rezara así: "puedo mantener intactos algunos de los seres
que amo, por lo tanto no he dañado a ninguno, y los conservo a todos para
siempre en mi mente". En último análisis, el inconsciente preserva la imagen de
los padres amados como la posesión más preciosa, porque protege a su poseedor
del dolor de la desolación total.
El desarrollo de las amistades
Las primeras amistades del niño cambian de índole durante la adolescencia. La
fuerza de los afectos e impulsos, tan característica de esta etapa de la vida,
favorece amistades intensas entre la gente joven, principalmente entre los del
mismo sexo. Las tendencias y sentimientos homosexuales están subyacentes a estas
relaciones, que frecuentemente conducen a verdaderas actividades homosexuales.
Estos vínculos constituyen en parte una huida del impulso hacia el sexo opuesto,
que en este período es a menudo ingobernable por varias razones internas y
externas: sus deseos y fantasías se encuentran aún muy conectados con su madre y
hermanas, y la lucha por alejarse de ellas y encontrar nuevos objetos de amor
está en su punto culminante. Tanto las niñas como los muchachos en esta etapa
sienten cargados de tantos peligros los impulsos hacia el otro sexo, que
intensifican los que se dirigen hacia el mismo sexo. El amor, la admiración y la
lisonja que puedan entrar en estas amistades constituyen también, como lo he
señalado antes, una salvaguardia contra el odio, y por todos estos motivos los
jóvenes se apegan más a tales vínculos. En este período del desarrollo las
tendencias homosexuales intensificadas, sean conscientes o inconscientes,
desempeñan también un papel importante en la adulación al maestro del mismo
sexo. Las amistades de la adolescencia son, como sabemos, frecuentemente
inestables; una de las razones es que la fuerza de los sentimientos sexuales
(inconscientes y conscientes) las invaden y perturban. El adolescente aún no se
ha emancipado de las fuertes ligaduras emocionales de la infancia y está todavía
-más de lo que se imagina- dominado por ellas.
Las amistades de la vida adulta
Aunque en la vida adulta las tendencias homosexuales inconscientes tienen su
parte en la amistad con el mismo sexo, ésta se caracteriza, a diferencia del
vínculo homosexual[8], por la disociación parcial entre los sentimientos
afectuosos y los sexuales, que pasan a segundo plano, y aunque activos en cierta
medida en el inconsciente, en la práctica desaparecen. También en la separación
entre sentimientos sexuales y afectivos. Pero como este amplio sector es sólo
una parte de mi tema, me limitaré a hablar de las amistades entre personas del
mismo sexo, y aun entonces sólo haré unas pocas observaciones generales.
Tomemos como ejemplo la amistad entre dos mujeres que no dependen demasiado una
de otra. A favor de las circunstancias, una u otra puede necesitar protección o
ayuda. La capacidad de dar y recibir afectivamente es esencial en la verdadera
amistad. Aquí los elementos de situaciones tempranas se expresan en forma
adulta. Inicialmente, protección, ayuda y consejo nos fueron proporcionados por
nuestras madres. Si logramos madurez emocional y autosuficiencia, no
dependeremos demasiado del apoyo y consuelo maternal, pero el deseo de
recibirlos en los momentos difíciles y penosos perdura hasta la muerte. En la
relación con una amiga podemos a veces recibir y dar algo del amor y cuidado de
una madre. Una combinación exitosa de actitud maternal y filial parece
constituir una de las condiciones de una personalidad femenina emocionalmente
rica y capaz de amistad. (Una personalidad femenina completamente desarrollada
involucra la capacidad de mantener buenas relaciones con los hombres en lo que
concierne a sentimientos afectuosos y sexuales. Pero al hablar de la amistad
entre mujeres me refiero a las tendencias y sentimientos homosexuales
sublimados). Quizás en las relaciones con nuestras hermanas hayamos tenido
oportunidad de experimentar y expresar a la vez cuidados maternos y respuestas
filiales. Podremos entonces fácilmente trasladarlos a la amistad adulta. Pero
tal vez no existió una hermana o alguien con quien viviésemos estos
sentimientos. En este caso, si llegamos a desarrollar una amistad con otra
mujer, ésta traerá la realización, modificada por las necesidades adultas, de un
fuerte e importante deseo de la niñez.
Con una amiga compartimos intereses y placeres, pero también somos capaces de
alegrarnos por su felicidad y éxitos, aun cuando carezcamos de ellos. Los
sentimientos de envidia y celos pueden permanecer soterrados si nuestra
capacidad de identificarnos con ella y compartir así su felicidad es bastante
fuerte. El elemento de culpa y reparación no está ausente nunca en tal
identificación. Si hemos manejado con éxito nuestros odios, celos,
insatisfacciones y resentimientos contra nuestra madre; si hemos logrado ser
felices al verla feliz, al sentir que la hemos agraviado o que podemos reparar
el daño hecho en la fantasía, seremos capaces de una verdadera identificación
con otra mujer. Los sentimientos posesivos y reivindicatorios que originan
grandes exigencias son elementos perturbadores de la amistad. En realidad, todas
las emociones exageradamente intensas pueden socavarla. Cuando esto ocurre, la
investigación psicoanalítica revela que han interferido las tempranas
situaciones de deseos insatisfechos, rencor, voracidad o celos, o sea, que aun
cuando los episodios actuales hayan desencadenado la perturbación, un conflicto
infantil no resuelto desempeña un papel importante en la ruptura de una amistad.
Un clima emocional equilibrado, lo cual no excluye para nada la fuerza del
sentimiento, constituye la base del éxito de una amistad. No es muy probable que
lo logremos si esperamos demasiado de ella, es decir, si esperamos que el amigo
compense nuestras primeras privaciones. Tales exigencias son, en su mayor parte,
inconscientes y, por lo tanto, no pueden ser manejadas de manera racional. Nos
exponen necesariamente al desengaño, al dolor y al resentimiento. Si las
exageradas demandas inconscientes ocasionan trastornos en la amistad, han
acaecido repeticiones exactas -por muy distintas que sean las circunstancias- de
situaciones tempranas, cuando la voracidad intensa y el odio perturbaron el amor
hacia los padres, causándonos sentimientos de insatisfacción y soledad. Si el
pasado no pesa demasiado sobre el presente seremos más capaces de hacer una
adecuada elección de amigos y de satisfacernos con lo que ellos nos den.
Mucho de lo que he dicho sobre la amistad entre mujeres se aplica al desarrollo
de las amistades entre hombres, por más que también haya desemejanzas derivadas
de la diferencia entre la psicología masculina y la femenina. La separación
entre los sentimientos afectuosos y los sexuales, la sublimación de las
tendencias homosexuales y la identificación constituyen igualmente la base de la
amistad entre hombres. Aunque los elementos y las nuevas gratificaciones que
corresponden a la personalidad adulta entran renovados en la amistad masculina,
también los hombres, en parte, buscan la repetición de sus relaciones con el
padre o los hermanos, o tratan de hallar una nueva afinidad que satisfaga deseos
pasados, o mejorar las relaciones insatisfactorias que antaño mantuvieron con
quienes los rodeaban.
Aspectos más amplios del amor
El proceso por el cual desplazamos el amor de los primeros seres queridos hacia
otros se extiende, desde la primera infancia en adelante, a todas las cosas. De
este modo desarrollamos intereses y actividades en los que penemos algo del amor
que originariamente se dirigía a las personas. En la mente infantil una parte
del cuerpo puede representar otra, y un objeto puede representar partes del
cuerpo o personas. De esta manera simbólica, cualquier objeto redondeado puede
en su inconsciente representar el pecho de su madre. Por un proceso gradual,
todo lo que emana bondad y belleza, todo lo que causa placer y satisfacción en
sentido físico o más amplio, vendría a tomar en el inconsciente el lugar de este
seno generoso y el de la madre como persona total. Así, al referirnos a la
patria la llamamos "la madre tierra", porque en el inconsciente el país natal
puede simbolizar a nuestra madre, y por lo tanto, ser amado con sentimientos
matizados por nuestro vínculo con ella.
Para ilustrar la forma en que la primitiva relación invade intereses que parecen
serle muy ajenos tomemos el ejemplo de los exploradores que parten en busca de
nuevos descubrimientos, sobrellevando las más penosas privaciones y encontrando
a su paso grandes peligros y quizá la muerte. Además del estímulo de las
circunstancias externas, muchos elementos psicológicos se hallan detrás del
interés y el atractivo de la exploración. No mencionaré aquí más que uno o dos
factores inconscientes específicos. En su voracidad el niño pequeño desea atacar
el cuerpo de su madre, al que considera como una extensión de su pecho bueno.
También tiene fantasías de robarle el contenido de su cuerpo, entre otras cosas,
los hijos, preciosa posesión, que también ataca por celos. Estas fantasías
agresivas de penetrar en su cuerpo pronto se enlazan con sus deseos genitales de
tener un coito con ella. El trabajo psicoanalítico ha descubierto que las
fantasías de explorar el cuerpo de la madre, que surgen de los deseos sexuales y
agresivos del niño, de su voracidad, curiosidad y amor, contribuyen a fomentar
el interés del adulto en explorar nuevos países.
Al discutir el desarrollo emocional del niño pequeño he señalado que sus
impulsos agresivos dan lugar a fuertes sentimientos de culpa y al temor de que
la persona querida muera, todo lo cual forma parte del amor, lo refuerza e
intensifica. En el inconsciente del explorador, un nuevo territorio representa
una nueva madre que compensará la pérdida de la madre real. Busca la "tierra
prometida", la "tierra de la que mana leche y miel". Y hemos visto que el temor
a la muerte de la persona más amada lleva al niño a alejarse de ella en cierta
medida; pero al mismo tiempo lo conduce también a re-crearla y encontrarla
nuevamente en cualquier tarea que emprenda. De ese modo, tanto el impulso de
apartarse como el de mantener el vínculo original encuentran plena expresión. La
temprana agresión del niño estimula la tendencia a restaurar y compensar, a
devolver a su madre los bienes robados en su fantasía, y estos deseos de
resarcimiento se unen más tarde a la vocación de explorador: encontrar una nueva
tierra es dar algo al mundo en general y a algunas personas en particular. Su
actividad expresa tanto su agresión como su deseo de reparar. Sabemos que al
descubrir una nueva tierra la agresión se utiliza en la lucha con los elementos
y con toda suerte de dificultades. Pero a veces se manifiesta más abiertamente.
Ocurría en otras épocas, cuando los exploradores, que además conquistaban y
colonizaban, dieron muestras de despiadada crueldad contra las poblaciones
nativas. Con esta actitud concretaban los tempranos ataques fantaseados contra
los niños imaginarios en el cuerpo de la madre y el odio real contra los
hermanos recién nacidos. El deseo de restauración, sin embargo, encontró plena
expresión al repoblar el país con elementos de su propia nacionalidad. Podemos
ver cómo, a través del interés por la exploración, varios impulsos y emociones
-la agresión (manifiesta o no), los sentimientos de culpa, el amor y el impulso
de reparar- pueden transferirse a otra esfera, alejada de su objeto original.
La vocación de explorar no tiene que manifestarse necesariamente a través de la
exploración física del mundo, sino que puede extenderse a otros campos, como
cualquier tipo de pesquisa científica. Los primeros deseos y fantasías de
explorar el cuerpo materno forman parte de la satisfacción que el astrónomo, por
ejemplo, deriva de su trabajo. El anhelo de redescubrir a la madre de los
primeros tiempos, real o afectivamente perdida, es también de gran importancia
en el arte creador y en la forma de apreciarlo y disfrutar de él.
Para ilustrar algunos de los procesos que acabo de exponer transcribiré la
conocida composición de Keats, On First Looking into Chaprnan's Homer[9]
(Primera ojeada al Homero de Chapman).Much have I travell'd in the realms of
gold,and many goodly states and kingdoms seen;round many western islands have I
been
which bards in fealty to Apollo hold.
Oft of one wide expanse had I been told
that deep-brow'd Homer ruled as his demesne:
yet did I never breathe its pure serene
till I heard Chapman speak out loud and bold:
then felt I like some watcher of the skies
when a new planet swims into his ken;
or like stout Cortez, when with eagle eyes
he stared at the Pacific - and all his men
look'd at each other with a wild surmise-
silent, upon a peak in Darien.
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[1] Con el objeto de simplificar la descripción de los fenómenos complicados y
poco conocidos que presento en este artículo, al hablar de la alimentación del
lactante me referiré sólo a la lactancia de pecho. Mucho de lo que expongo y
deduzco en relación con la lactancia, se aplica también a la alimentación con
biberón, aunque con algunas diferencias. En relación con esto, citaré un pasaje
de mi artículo sobre "El destete" (1936): "El biberón es un sustituto del seno
materno, pues permite al lactante el placer de succionar y establecer asi cierto
grado de relación con el biberón dado por la madre o la niñera. La experiencia
nos enseña que, muy a menudo, los niños que no han sido amamantados se
desarrollan muy bien. Sin embargo, descubrirnos en el análisis que tales
personas sienten por el seno un profundo anhelo que nunca ha sido satisfecho, y
aunque la relación con el pecho de la madre se ha establecido en cierto grado,
es enorme la diferencia en el desarrollo psíquico si la gratificación primera y
fundamental se obtuvo por medio de un sustituto en lugar de la cosa real
deseada. Podemos decir que, aunque los niños se desarrollen bien sin ser
amamantados, el desarrollo hubiera sido mejor y diferente si hubieran tenido una
lactancia satisfactoria al pecho. Por otra parte, deduzco de mi experiencia que
los niños amamantados, aun cuando se desarrollen mal, hubieran estado peor sin
la lactancia de pecho"
[2] El psicoanálisis de los niños pequeños, que me permitió también llegar a
conclusiones en lo que se refiere al trabajo de la mente en una primera etapa,
me ha convencido de que tales fantasías se encuentran activas ya en los
lactantes. El psicoanálisis de adultos me ha demostrado que los efectos de estas
fantasías primitivas son duraderos e influyen profundamente en la mente
inconsciente de éstos.
[3] Como he dicho al comienzo, es constante en todos nosotros la interacción de
amor y odio. No obstante, el tema que enfoco es el modo como los sentimientos de
amor se desarrollan, se consolidan y estabilizan. Puesto que no trataré la
agresión, debo, de todos modos, declarar que día permanece activa aun en las
personas que poseen gran capacidad de amor. En general en éstas, la agresión y
el odio (disminuido éste y parcialmente contrarrestado por la capacidad de
amar), se encauzan en gran parte hacia fines constructivos, lo que llamamos
"sublimación". En realidad, no hay actividad constructiva en la que no entre
algo de agresión, en una u otra forma. Tomemos, por ejemplo, el trabajo del ama
de casa: la limpieza y demás menesteres atestiguan su deseo de crear un ambiente
grato para si y para los demás, lo que constituye una manifestación de amor
hacia los seres y objetos que cuida. Al mismo tiempo, libera su agresión contra
el enemigo, o sea la suciedad, que para su inconsciente representa las cosas
"malas". El odio y la agresión originales, provenientes de las fuentes mas
tempranas, pueden resurgir en las mujeres para quienes la limpieza se vuelve
obsesiva. Todos conocen al tipo de mujer que amarga la vida de la familia con su
constante "manía de limpieza": en estos casos, el odio se vuelca precisamente
contra las personas que ama y cuida. Odiar a los seres y cosas que se consideran
odiosas, ya sean personas que nos disgusten o principios (políticos, artísticos,
religiosos o morales) que se oponen a los nuestros, es una manera general de
desahogar sentimientos de odio, agresión, desdén y desprecio en forma permitida
e incluso, a veces, muy constructiva, si no se la lleva a extremos. Si bien
utilizadas en forma adulta, estas son, en el fondo las emociones de nuestra
infancia cuando odiábamos a las personas que eran al mismo tiempo, objeto de
nuestro amor: los padres. Aun entonces intentábamos dirigir el amor hacia ellos
y volcar el odio hacia otros seres y cosas, proceso que resultará más afortunado
cuando hayamos desarrollado y estabilizado nuestra capacidad de amor, así bien
como extendido nuestro ámbito de intereses, amores y odios en la vida adulta.
Daré otro ejemplo: el trabajo de los abogados, políticos y críticos involucra
enfrentar contrincantes, pero de modo tal que resulta permisible y útil. Aquí
vuelven a aplicarse las conclusiones que preceden. Una de las muchas maneras en
que la agresión puede expresarse legítima y loablemente. es en los juegos en que
se ataca al adversario temporariamente -y esta transitoriedad ayuda a disminuir
la culpa- con sentimientos que, otra vez, derivan de las primeras emociones
infantiles. Existen, pues, varias formas sublimadas y directas, en que las
personas cordiales y capaces de amar pueden expresar su odio y agresión.
[4] Al considerar las emociones y las relaciones adultas me referiré en este
artículo principalmente a la influencia que tienen sobre las manifestaciones
posteriores del amor, los primeros impulsos, sentimientos inconscientes y
fantasías del niño. Esto lleva necesariamente a una presentación algo unilateral
y esquemática, pues no me permite hacer justicia a los múltiples factores que
ejercen durante toda la vida una interacción entre las influencias del mundo
externo y las fuerzas internas del individuo y que actúan conjuntamente para
elaborar una relación adulta.
[5] Cuando se trata de un niño, por ejemplo, éste desea tener a la madre para si
las veinticuatro horas del día, tener con ella relaciones sexuales, darle hijos,
matar al padre del que está celoso, despojar a sus hermanos y hermanas de todo
lo que poseen y apartarlos si se interponen en su camino. Es obvio que si estos
deseos imposibles se cumplieran, le causarían un profundo sentimiento de culpa.
Hasta la admisión de deseos destructivos de mucho menor alcance le despierta
conflictos agudos. Por ejemplo, muchos niños se sentirán culpables al ser
favoritos de la madre, porque su padre y hermanos quedarán perjudicados. Esto es
lo que quiero dar a entender cuando menciono deseos simultáneos contradictorios
en el inconsciente. Los deseos del niño son ilimitados, lo mismo que sus
impulsos destructivos en relación con estos, pero al mismo tiempo tiene también,
inconscientes y conscientemente, tendencias opuestas; desea también dar amor y
reparar. En realidad, quiere que los adultos que lo rodean repriman sus
agresiones y egoísmos, porque si les diera rienda suelta, sufrirá el dolor del
remordimiento y del desprecio; cuenta con esta ayuda de los adultos, como con
cualquier otra que necesite. En consecuencia, es psicológicamente inadecuado
intentar solucionar las dificultades de los niños mediante el sistema de no
frustrarlos de ninguna manera. Naturalmente. la frustración que es en realidad
innecesaria o arbitraria y que no demuestra sino falta de amor y comprensión, es
muy perjudicial. Es importante darse cuenta de que el desarrollo del niño
depende, y hasta cierto punto está formado, de su capacidad de encontrar medios
de soportar las frustraciones inevitables y necesarias y los conflictos de amor
y odio que son en parte ocasionados por ellas: es decir, manejarse entre el odio
que aumenta con las frustraciones, y el amor y el deseo de reparación impulsado
por d dolor del remordimiento. El modo como el niño se adapta a estos problemas
de su mente constituirá la base de todas sus relaciones sociales posteriores, su
capacidad adulta para amar y su desarrollo cultural. Puede ser inmensamente
ayudado en la niñez por el amor y la comprensión de los que lo rodean, pero
estos profundos problemas no pueden ser solucionados ni eliminados.
[6] Un efecto similarmente perjudicial (aunque esto sucede en forma diferente)
es causado por la rudeza o por falta de amor de los padres. Esto se relaciona
con el importante problema de cómo el ambiente influye en el desarrollo
emocional del niño de un modo favorable o desfavorable, pero esto está más allá
del objeto del presente artículo.
[7] Las fantasías y los deseos sexuales permanecen activos en el inconsciente y
también se expresar hasta cierto punto en el comportamiento, en los juegos y
otras actividades del niño. Si la represión es demasiado fuerte, si las
fantasías y deseos permanecen profundamente enterrados y no encuentran
expresión, no solamente se inhiben en forma drástica las elaboraciones de su
imaginación (y las actividades de toda clase) sino que también la futura vida
sexual del individuo quedará seriamente obstaculizada.
[8] El tema de las relaciones de amor homosexual es amplio y muy complejo. Para
tratarlo adecuadamente necesitaría mas espacio del que dispongo; por lo tanto,
me limito a mencionar que en estas relaciones puede caber mucho amor.
[9] Por razones de conveniencia transcribo todo el poema, a pesar de que es bien
conocido.
Mucho viajé por comarcas de oro, y
he visto países y reinos esplendentes;
muchas islas recorrí del occidente
donde los poetas guardan lealtad a Apolo.
Frecuentemente oí de una vasta extensión
donde ejerce su imperio el soñador Homero,
pero jamás respiré su pura exaltación
hasta escuchar de Chapman el verbo altanero.
Entonces fui como un explorador del cielo inmenso
cuando un nuevo planeta nada en las alturas
o como el fue Cortés, cuyos ojos de halcón
contemplaron el Pacífico, y su tripulación
se miraba con salvaje conjetura
sobre una cima del Darién, en profundo silencio.
Keats habla aquí con el enfoque del que goza ante una obra de arte. Compara la
poesía con "países y reinos esplendentes" y "comarcas de oro". Al leer a Homero
traducido por Chapman se siente al principio como un astrónomo que observa los
cielos cuando "un nuevo planeta nada en las alturas". Pero luego se vuelve el
explorador que descubre "con salvaje conjetura" nuevas tierras y mares. En este
perfecto poema de Keats el mundo representa el arte, y es evidente que para él
el goce y la exploración científicos y artísticos provienen de la misma fuente:
del amor por las hermosas tierras, las "comarcas de oro". La exploración del
inconsciente (precisamente, un continente desconocido descubierto por Freud)
demuestra que, como lo he señalado antes, las hermosas tierras representan a la
madre amada y el anhelo hacia ésta. Volviendo al poema, se puede sugerir, sin
llegar al análisis detallado, que el "soñador Homero" que gobierna la tierra de
la poesía representa al padre admirado y poderoso, cuyo ejemplo sigue el hijo
(Keats) cuando penetra, él también, en el país de su deseo (arte, belleza, el
mundo: en esencia, su madre).
Del mismo modo el escultor que da vida a su objeto de arte, ya sea que éste
represente una figura humana o no, inconscientemente está restaurando y
re-creando a las personas a quienes amó primero y a las que destruyó en su
fantasía.
Sentimientos de culpa, amor y creatividad
Los sentimientos de culpa, como traté de señalar, constituyen un incentivo
fundamental para la creación y el trabajo en general, aun en sus formas más
simples. No obstante, si son demasiado intensos tienen el efecto de inhibir las
actividades e intereses productivos. Estas complejas conexiones se tornaron
claras en primer término a través del psicoanálisis de niños pequeños. En los
niños los impulsos creadores que habían permanecido latentes despiertan y se
expresan mediante actividades tales como el dibujo, el modelado, la construcción
y la palabra cuando el psicoanálisis reduce sus diversos temas. Estos
incrementan los impulsos destructivos y, por consiguiente, al disminuir los
impulsos demostrativos también se debilitan. Simultáneamente con estos procesos,
los sentimientos de culpa y de ansiedad por la muerte de la persona amada, que
la mente infantil no pudo superar por ser demasiado abrumadores, disminuyen
gradualmente, pierden intensidad, haciéndose por lo tanto más fácil su manejo.
Como resultado aumenta el interés del niño por la gente, se estimula la piedad y
la identificación con los demás, y así se acrece su caudal de amor. El deseo de
reparar, tan íntimamente ligado al interés por el ser amado y a la ansiedad por
su muerte, puede ahora expresarse en formas creadoras y constructivas. También
en el psicoanálisis de adultos pueden observarse estos procesos y cambios.
He sugerido que cualquier fuente de alegría, belleza y enriquecimiento (externo
o interno) representa para el inconsciente el pecho generoso y amante y el pene
creador que en la fantasía posee cualidades similares: en esencia, los dos
padres buenos y dadivosos. La relación con la naturaleza, que despierta fuertes
sentimientos de amor, reverencia, admiración y devoción, tiene mucho en común
con la relación con la madre, como siempre lo han reconocido los poetas. Los
múltiples dones naturales son equiparados a los que hemos recibido de nuestra
madre en los primeros tiempos de la vida. Pero no siempre nos han satisfecho.
Muchas veces nos pareció mezquina y frustradora, aspectos que también se reviven
en la relación con la naturaleza, que a menudo no está dispuesta a dar.
La satisfacción de las necesidades de autoconservación y la gratificación del
deseo de amor permanecen eternamente ligados entre sí, ya que al principio ambas
provenían de una misma fuente. La primera seguridad nos fue proporcionada por
nuestra madre, que no sólo nos calmó los tormentos del hambre, sino que también
nos satisfizo emocionalmente y alivió nuestra ansiedad. Por lo tanto, la
seguridad derivada de la satisfacción de nuestras necesidades básicas se vincula
a la seguridad afectiva, y la importancia de ambas se agranda, pues
contrarrestan los primeros temores de perder a la madre amada. Tener asegurada
la subsistencia en la fantasía inconsciente significa también no estar privado
de amor y no haber perdido a la madre. El hombre que se queda sin trabajo y
lucha por encontrar empleo tiene en mente, por sobre todo sus necesidades
materiales. No trato de subestimar los sufrimientos y penurias reales, directos
e indirectos, que la pobreza provoca, pero la situación auténticamente dolorosa
se hace más acerba por el infortunio y la desesperación que resurgen de
tempranas experiencias emocionales, cuando lo acosaba el hambre porque la madre
no satisfacía sus necesidades, y temía perderla y verse privado de amor y
protección[1]. La falta de trabajo le impide también expresar sus tendencias
constructivas que constituyen un método fundamental de manejar temores
inconscientes y sentimientos de culpa, o sea, de hacer reparación. La dureza de
las circunstancias -aunque pueda ser en parte consecuencia de un sistema social
insatisfactorio que justificaría que el miserable achacara a otros la culpa de
su situación- tiene algo en común con la inexorabilidad que los niños, bajo la
presión de la ansiedad, atribuyen a los padres temidos. En cambio, la ayuda
material o moral proporcionada a los pobres o a los desocupados, además de su
valor real, inconscientemente les prueba la existencia de padres cariñosos.
Volvamos a la relación con la naturaleza. En algunas regiones del mundo la
naturaleza es cruel y destructiva. Sin embargo, los habitantes no renuncian a su
suelo, sino que desafían los elementos, sequías, inundaciones, heladas, calor,
terremotos, plagas. Es cierto que las circunstancias externas desempeñan un
papel importante, pues esta gente tenaz tal vez no pueda marcharse del lugar
donde ha nacido. Sin embargo, no me parece que esto baste para explicar por qué
se soportan tales penurias para conservar la tierra natal. Para los que viven en
condiciones naturales tan arduas la lucha por la subsistencia sirve también para
otros propósitos (inconscientes). La naturaleza representa para ellos una madre
exigente y regañona cuyos dones deben serle extraídos a la fuerza, lo cual
reedita las primeras fantasías violentas (aunque en forma sublimada y
socialmente adaptada). Habiendo sentido culpa inconsciente por la agresión
contra su madre, el hombre comprendía que ella fuera ruda con él; lo comprende
aún ahora inconscientemente, en relación con la naturaleza. Este sentimiento de
culpa actúa como incentivo para la reparación. La lucha contra la naturaleza se
siente en parte como una lucha "para preservar la naturaleza", porque expresa
también el deseo de reparar a la madre. De este modo, los que luchan contra los
rigores naturales no sólo lo hacen en su propio beneficio sino que también
sirven a la naturaleza. Al mantener su conexión con ella mantienen viva la
imagen de la madre de antaño. En la fantasía, la protegen y se protegen
permaneciendo unidos a ella. En la realidad, mediante el apego a su país. En
cambio, el explorador busca en la fantasía una nueva madre para reemplazar a la
real, de la que se siente apartado o que inconscientemente teme perder.
Relaciones consigo mismo y con los demás
He tratado en estos capítulos algunos aspectos del amor y de las relaciones con
los demás. No puedo, con todo, concluir sin intentar echar alguna luz sobre la
más complicada de todas las relaciones: la que mantenemos con nosotros mismos.
Pero, ¿qué somos nosotros? Todo lo bueno y lo malo que hemos pasado desde los
primeros días; todo lo que hemos recibido del mundo externo, y sentido en el
mundo interno; experiencias felices y desdichadas, vínculos con la gente.
actividades, intereses y pensamientos de todo tipo, es decir, todo lo que hemos
vivido forma parte de nosotros y construye nuestra personalidad. Si algunas de
nuestras relaciones pasadas, con todos los recuerdos que traen, con la riqueza
de sentimientos que suscitan, pudieran ser súbitamente barridas de nuestra mente
¡qué pobres y vacíos nos sentiríamos! ¡Cuánto se perdería del amor, confianza,
placer, consuelo y gratitud que hemos brindado y recibido! Muchos no quisiéramos
siquiera haber evitado las experiencias dolorosas, porque han contribuido al
enriquecimiento de nuestra personalidad. Me he referido ya varias veces en este
artículo a la influencia de nuestras primeras relaciones sobre las siguientes.
Quisiera ahora demostrar la fundamental gravitación de las tempranas situaciones
emocionales sobre nuestras relaciones con "nosotros mismos". Nuestra mente
guarda como reliquias a los seres que amamos. En momentos difíciles sentimos a
veces que ellos nos guían. De pronto senos ocurre preguntarnos cómo habrían
actuado "ellos" y si aprobarían o no nuestros actos. Por lo que he dicho podemos
concluir que las personas a quienes así consideramos representan en esencia a
los padres admirados y amados. Hemos visto, no obstante, que de ningún modo es
fácil para el niño establecer con ellos relaciones armoniosas y que los primeros
lazos de amor se ven seriamente inhibidos y perturbados por el odio y el
concomitante sentimiento inconsciente de culpa. Es cierto que los padres pueden
haber carecido de amor y comprensión, lo cual tendería a aumentar todas las
dificultades. Los impulsos y fantasías destructivos, los temores y la
desconfianza, que en cierta medida se hallan siempre activos, aun en las
circunstancias más propicias, se incrementan innecesariamente si las condiciones
son desfavorables y las experiencias desagradables. Además, lo que es también
muy importante, es que si al niño no se le da bastante felicidad en la primera
etapa de su vida, quedará perturbada su capacidad para desarrollar una actitud
optimista, amor y confianza en los demás. No debe, sin embargo, deducirse que la
capacidad de amar y ser feliz responde en proporción directa a la cantidad de
amor que se haya recibido. En realidad, hay niños que configuran en su
inconsciente imágenes paternas extremadamente duras y severas (lo que perturba
su relación con los padres reales y con la gente en general) aunque hayan tenido
padres buenos y cariñosos. Por otra parte, las dificultades mentales del niño no
están frecuentemente en proporción con el trato desfavorable que puedan haber
sufrido. Si por razones internas, que desde el principio varían en cada
individuo, existe escasa capacidad para tolerar la frustración, y si la
agresión, temores y sentimientos de culpa son muy intensos, la mente infantil
puede exagerar y deformar grotescamente los defectos de los padres y en especial
la intención que determina sus errores. De este modo, los padres y otras
personas de su ambiente serán juzgados predominantemente duros y severos.
Nuestro propio odio, temor y desconfianza tienden a crear en el inconsciente
figuras paternas terribles y exigentes. Estos procesos se encuentran, en diverso
grado, activos en todos, ya que todos tenemos que luchar, con mayor o menor
intensidad y en un sentido o en otro, con sentimientos de odio y temor. Vemos
así que las "cantidades" de impulsos agresivos, temores y sentimientos de culpa
(que parcialmente surgen de razones internas) guardan una relación importante
con la actitud mental predominante que asumimos.
En contraste con niños que, en respuesta a un trato desfavorable, desarrollan en
su inconsciente figuras paternas duras y severas, que afectan desastrosamente su
perspectiva mental, en muchos otros los errores o la falta de comprensión de los
padres producen consecuencias menos adversas. Los niños que, por razones
internas, son desde el comienzo mucho más capaces de soportar las frustraciones
(ya sean evitables o inevitables), es decir, que puedan hacerlo sin exceso de
odio y sospechas, serán más tolerantes con los errores que los padres cometan al
tratarlos. Podrán confiar más en sus propios sentimientos amistosos y, por lo
tanto, al tener más autoseguridad serán menos susceptibles a lo que provenga del
mundo externo. Ninguna mente infantil se encuentra libre de temores y sospechas,
pero si la relación con los padres está basada sobre todo en la confianza y el
amor, éstos podrán ser establecidos firmemente en la mente como figuras mentoras
y benéficas, las que serán fuente de bienestar y armonía y prototipo de todas
las relaciones amistosas de la vida futura.
He tratado de aclarar algo sobre las relaciones adultas señalando que, con
ciertas personas, nos conducimos como nuestros padres lo hacían con nosotros, o
bien como hubiésemos deseado que se comportasen, invirtiendo de esta manera las
primeras situaciones. Asimismo, en algunos casos, nuestra actitud es la del niño
afectuoso con sus padres. Esta relación recíproca niño-padre, que manifestamos
frente a los demás, también es experimentada internamente ante las figuras
benéficas y mentoras que conservamos en la mente. Inconscientemente,
consideramos a los seres que forman parte de nuestro mundo interno como padres
afectuosos y protectores y les retribuimos su amor; nos sentimos hacia ellos
como padres. Estas relaciones fantaseadas, basadas en experiencias y recuerdos
reales, integran nuestra continua y activa vida afectiva e imaginativa y
contribuyen a darnos felicidad y fuerza mental. En cambio, si las figuras
paternas que conservamos en los sentimientos y en el inconsciente son
predominantemente duras, no lograremos estar en paz con nosotros mismos. Es
harto sabido que una conciencia demasiado severa ocasiona desdicha y
preocupación. Es menos sabido, pero comprobado por los descubrimientos
psicoanalíticos, que la presión de las fantasías de lucha interna y los temores
con ellas conectados, se hallan en el fondo de lo que reconocemos como
conciencia vindicativa. Incidentalmente, estas tensiones y temores pueden
expresarse en profundas perturbaciones mentales y conducir al suicidio.
He utilizado la extraña frase "relación con nosotros mismos". Quisiera ahora
agregar que ésta es la relación de todo lo que apreciamos y amamos, con todo lo
que odiamos en nosotros. He tratado de aclarar que la parte nuestra que
apreciamos es la riqueza que hemos acumulado a través del contacto con otros
seres, pues estos vínculos y las emociones que los acompañan han llegado a
constituir una posesión interna. Odiarnos en nosotros las figuras duras y
severas que también forman parte de nuestro mundo interno y que son en gran
medida el resultado de nuestra propia agresión hacia nuestros padres. Sin
embargo, en el fondo, lo que más violentamente odiarnos es el odio interno en
si. Lo tememos tanto que nos vemos llevados a emplear una de nuestras más
fuertes medidas de defensa, que consiste en ubicarlo en otros, o sea,
proyectarlo. Pero también desplazamos amor hacia el mundo externo, y sólo
podemos hacerlo genuinamente si hemos establecido buenas relaciones con figuras
amistosas en nuestra mente, creando así un circulo benigno: en primer lugar
brindamos amor y confianza a nuestros padres; luego los incorporamos a nosotros,
por así decirlo, con todo ese caudal, y podemos de nuevo dar al mundo externo
parte de esta riqueza de sentimientos positivos. El odio configura un círculo
análogo pues, como hemos visto, erige figuras aterradoras en nuestra mente y
entonces dotamos a los demás de cualidades desagradables y malas.
Incidentalmente, esa actitud mental produce el efecto real de suscitar sospechas
y desagrado en los demás, mientras que una actitud confiada y amistosa de
nuestra parte tiende a provocar la confianza y la benevolencia ajenas.
Observamos que algunas personas, especialmente a medida que envejecen, se
vuelven cada vez más desagradables. Otras en cambio, se suavizan y se hacen más
comprensivas y tolerantes. Es bien sabido que tales variaciones no corresponden
simplemente a las experiencias adversas o favorables que hayan tenido en la
vida, sino que se deben a las diferencias de actitud y de carácter. De lo
expuesto, podemos llegar a la conclusión de que la amargura, ya sea hacia la
gente o hacia el destino -y por lo general abarca a ambos- se establece
fundamentalmente en la niñez y puede reforzarse o intensificarse más tarde.
Si el amor no ha sido ahogado por el resentimiento, los pesares y el odio, sino
que se ha consolidado internamente, la confianza en los demás y en nuestra
propia bondad soporta como una roca los embates de la vida. Cuando surge el
infortunio, la persona que se ha desarrollado de ese modo es capaz de preservar
en sí a aquellos padres buenos cuyo amor constituye una ayuda infalible en la
desdicha y volver a encontrar en el mundo personas que en su mente los
reemplacen. La capacidad de invertir situaciones en la fantasía e identificarse
con los demás -importante característica de la mente humana- permite al
individuo otorgar a otros la ayuda y el amor que él mismo necesita, obteniendo
de ese modo bienestar y satisfacción para sí.
Comencé por describir la situación emocional del lactante en su relación con la
madre, fuente primera y fundamental de la bondad que recibe del mundo externo.
Afirmé también que es un proceso extremadamente doloroso para el niño el
privarse de la suprema satisfacción de ser alimentado por ella. Con todo, si su
voracidad y su resentimiento ante la frustración no son excesivos, puede éste
desprenderse gradualmente de la madre y al mismo tiempo obtener satisfacción de
otras fuentes. En su inconsciente los nuevos objetos de placer se eslabonan con
las primeras gratificaciones recibidas de la madre. Puede por consecuencia,
aceptar otros goces como sustitutos de los originales. Podría decirse que
retiene la bondad primaria a la vez que la reemplaza, y cuanto más exitoso es
ese proceso, menos apoyo tendrán en su mente la voracidad y el odio. Pero, como
lo he señalado frecuentemente, los sentimientos inconscientes de culpa que
derivan de la destrucción fantaseada del ser amado, desempeñan aquí un papel
importante. Hemos visto que los sentimientos de culpa y pesar, provenientes de
la fantasía agresiva y voraz de destruir a la madre, activan el impulso de curar
estos daños imaginarios y repararla. Estas emociones actúan grandemente sobre el
deseo y la capacidad infantiles de aceptar sustitutos maternos. Los sentimientos
de culpa provocan el temor a depender de esta persona querida, cuya pérdida se
recela, pues no bien surge la agresión el niño siente que está causándole daño.
Este temor es un incentivo para desligarse, para volcarse en otras personas y
cosas y agrandar así su círculo de intereses. Normalmente el impulso de reparar
logra mantener a raya la desesperación suscitada por los sentimientos de culpa.
En este caso, prevalecerá la esperanza; el amor y el deseo de reparación del
niño serán inconscientemente extendidos a los nuevos objetos de amor e interés.
Estos, como ya sabemos, se asocian en su mente con la primera persona amada, a
quien vuelve a descubrir o crear a través de sus nuevas relaciones e intereses
constructivos. En esta forma, la reparación -que es en parte inherente a la
capacidad de amar- ensancha su ámbito, consolidando la posibilidad infantil de
aceptar amor y de hacer suya, por varios medios, la bondad proveniente del mundo
externo. Un equilibrio satisfactorio entre "dar" y "recibir" es condición
primordial para la felicidad futura.
Si en nuestro temprano desarrollo hemos podido transferir interés y amor de
nuestra madre a otras personas y hemos obtenido nuevas gratificaciones, entonces
y sólo entonces, podremos en el futuro obtener placer de otras fuentes. Esto nos
permite compensar, mediante un nuevo vínculo afectivo, los fracasos o desengaños
que sufrimos, bien como aceptar sustitutos para lo que no hemos logrado
conseguir o conservar. Si la voracidad frustrada, el resentimiento y el odio no
perturban la relación con el mundo externo, hay infinidad de modos de extraer de
él belleza, bondad y amor. Al hacerlo, acrecentamos continuamente nuestro acervo
de recuerdos felices y este acopio de valores nos da una seguridad difícil de
vulnerar y un bienestar íntimo que aleja la amargura. Además del placer que
proporcionan, estas satisfacciones tienen el efecto de mitigar las frustraciones
(o mejor, el sentimiento de frustración) pasadas y presentes, incluso las
primeras y fundamentales. Cuanto más satisfacción auténtica logremos, menor será
nuestro resentimiento ante las privaciones y menos nos dominarán la voracidad y
el odio. Seremos entonces realmente capaces de aceptar de otros amor y bondad,
de brindárselos y, en retribución, de recibir más aun. En otras palabras, la
capacidad esencial de "dar y recibir" se desarrolla de tal manera que nos
asegura satisfacciones y contribuye al placer, al bienestar o a la felicidad de
otras personas.
Y para terminar, una buena relación consigo mismo condiciona el amor, la
tolerancia y la buena disposición hacia los demás. En parte esta buena relación
deriva, como intenté demostrar, de una actitud amistosa, comprensiva y afectuosa
hacia los demás, o sea hacia aquellos que tanto significaron para nosotros en el
pasado y cuyo vínculo con nosotros integra nuestra mente y personalidad. Si en
lo más hondo del inconsciente logramos superar los rencores contra nuestros
padres y perdonarles las frustraciones que debimos sufrir, podremos entonces
vivir en paz con nosotros mismos y amar a otros en el verdadero sentido de la
palabra.
[1] He descubierto frecuentemente, en el psicoanálisis de niños -en grados
variables-, temores de que los echen de su casa como castigo por la agresión
inconsciente (deseos de echar a otros) y por daños reales que hayan cometido.
Esta ansiedad se implanta muy temprano y puede ejercer una intensa presión sobre
la mente del niño. Un caso especial es el temor a ser un pobre huérfano o un
pordiosero y no tener casa ni comida. Estos temores al desamparo eran en los
niños que he observado, completamente independientes de la situación financiera
de los padres. Posteriormente en la vida, los temores de esta naturaleza tienen
el efecto de aumentar las dificultades reales que surgen de situaciones como
pérdida de dinero, de una casa o del trabajo, añadiendo un elemento de
desesperación amarga y profunda.