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ENVIDIA Y GRATITUD. 1957
Durante muchos años me ha interesado el estudio de la temprana aparición de dos
actitudes que siempre nos han sido familiares: envidia y gratitud. He llegado a
la conclusión de que la envidia al atacar la más temprana de las relaciones -aquella
que tenemos con la madre- es uno de los factores más poderosos de socavamiento,
desde su raíz, de los sentimientos de amor y gratitud. La importancia fundamental
de esta relación en toda la vida emocional del individuo ha sido sustanciada en
un gran número de trabajos psicoanalíticos. Creo que al explorar aun más este factor
particular que puede ser muy perturbador en un estadío temprano, he añadido algo
de significación a mis hallazgos concernientes al desarrollo infantil y a la formación
de la personalidad.
Considero que la envidia, siendo expresión oral-sádica y anal-sádica de impulsos
destructivos, opera desde el comienzo de la vida y tiene base constitucional. Estas
conclusiones tienen ciertos importantes elementos en común con el trabajo de Karl
Abraham, pero implican, sin embargo, algunas diferencias. Abraham halló que la envidia
es un rasgo oral, pero -y aquí es donde mis puntos de vista difieren de los suyos-
presumió que la envidia y la hostilidad operan en un período posterior, el cual,
de acuerdo con su hipótesis, constituye un segundo estadío, el oral-sádico. Abraham
no habló de la gratitud, pero describió la generosidad como una característica oral.
Consideró los elementos anales como un importante componente de la envidia y enfatizó
su derivación de los impulsos oral-sádicos.
Otro punto de acuerdo fundamental radica en la suposición de Abraham acerca de la
existencia de un elemento constitucional en la fuerza de los impulsos orales que
ligó a la etiología de la psicosis maníaco-depresiva.
Por sobre todo ambos trabajos, el de Abraham y el mío, han puesto de manifiesto
el significado de los impulsos destructivos de un modo completo y más profundo.
En "Un breve estudio de la evolución de la libido, considerada a la luz de los trastornos
mentales", escrito en 1924, Abraham no mencionó la hipótesis de Freud sobre los
instintos de vida y muerte, aun cuando Más allá del principio de placer fuera publicado
cuatro años antes. Sin embargo, en su libro Abraham exploró las raíces de los impulsos
destructivos y aplicó este conocimiento a la etiología de los trastornos mentales
de una manera más específica de lo que habla sido hecho hasta entonces. Mi impresión
es que cuando él no había usado el concepto de Freud sobre los instintos de vida
y muerte, su trabajo clínico, y en particular el tratamiento de los primeros pacientes
maníaco-depresivos analizados, estaba basado en una comprensión tal, que sin duda
lo llevaba en esa dirección. Supongo que la temprana muerte de Abraham impidió que
éste llegase a vislumbrar la inferencia total de su hallazgo y su conexión esencial
con el descubrimiento de Freud en lo que a los dos instintos se refiere.
Al publicar Envidia y gratitud, a tres décadas de la muerte de Abraham, es para
mí un motivo de gran satisfacción el hecho de que mi trabajo contribuya al conocimiento
creciente del significado total de sus descubrimientos.
I
Mi propósito en este libro es el de agregar nuevas sugerencias en lo concerniente
a la más temprana vida emocional del niño y obtener también conclusiones acerca
de la edad adulta y la salud mental. Algo inherente en los descubrimientos de Freud
es que la exploración del pasado de un paciente, de su infancia y su inconsciente
es una precondición para comprender su personalidad adulta. Freud descubrió el complejo
de Edipo en el adulto y partiendo de aquél reconstruyó no sólo sus detalles, sino
también su ubicación en el tiempo. Los hallazgos de Abraham han significado un aporte
considerable a ese punto de vista, que se ha convertido en característico del método
psicoanalítico. Debemos asimismo recordar que de acuerdo con Freud, la parte consciente
de la mente se desarrolla a partir del inconsciente. Por lo tanto, al seguir hasta
la temprana infancia el material que en primer término encontré en el análisis de
niños pequeños y luego, en el de adultos, usé un procedimiento que ahora es familiar
al psicoanálisis. Lo observado en niños pequeños pronto confirmó los hallazgos de
Freud. Creo que algunas de las conclusiones a que llegué con respecto a un período
muy precoz, los primeros años de vida, pueden ser confirmadas también hasta cierto
punto, por la observación. El derecho -la necesidad por cierto- de reconstruir detalles
y datos acerca de etapas anteriores desde el material presentado por nuestros pacientes,
es descrito por Freud del modo más convincente en el siguiente pasaje: "Lo que buscamos
es un cuadro fidedigno y esencialmente completo de 10 años olvidados del paciente...
Su labor [la del analista] de construcción o, si se prefiere, de reconstrucción,
se asemeja en gran parte a la del arqueólogo que excava una casa o un edificio destruidos
y soterrados. Ambos procesos son en realidad idénticos, salvo que el analista opera
en condiciones más favorables y tiene a su disposición más material auxiliar, dado
que sus esfuerzos no se concentran en un objeto destruido, sino en algo todavía
vivo, y quizá lo favorezca asimismo otra razón que ya consideraremos. Con todo,
así como el arqueólogo levanta las paredes del edificio partiendo de restos de mampostería,
determina el número y posición de las columnas por las depresiones del piso y reconstruye
las decoraciones y pinturas murales con los restos hallados entre los escombros,
exactamente de la misma manera procede el analista cuando extrae sus inferencias
de los fragmentos de recuerdos, de las asociaciones y de las manifestaciones activas
que le ofrece el analizado. Ambos ejercen el derecho indisputable de reconstruir
algo por medio de la complementación y la combinación de los residuos conservados.
Ambos se hallan expuestos, también, a idénticas dificultades y a las mismas fuentes
de error. Hemos dicho que el analista trabaja en condiciones más favorables que
el arqueólogo, porque dispone también de un material que no tiene símil alguno en
las excavaciones, como, por ejemplo, la repetición de reacciones que datan de la
infancia y todo lo que en relación con tales repeticiones emerge a través de la
transferencia... Todo lo esencial se ha conservado; aun aquellas cosas que parecen
completamente olvidadas, subsisten de alguna manera y en alguna parte, hallándose
sólo soterradas e inaccesibles al individuo. En efecto: cabe dudar, como sabemos,
que ninguna formación psíquica pueda llegar jamás a ser totalmente destruida. Sólo
depende de la técnica analítica el que logremos traer plenamente a la luz lo que
se halla oculto." La experiencia me ha enseñado que la complejidad de la personalidad
en su completo desarrollo sólo puede ser comprendida si logramos conocer la mente
del bebé y seguimos su desarrollo en la vida posterior. Es decir, que el análisis
hace su camino desde la edad adulta a la infancia y a través de etapas intermedias
vuelve a la edad adulta, en un movimiento recurrente de una a otra, de acuerdo con
la situación transferencial predominante.
A lo largo de mi trabajo he atribuido importancia fundamental a la primera relación
de objeto del niño pequeño -la relación con el pecho y con la madre- y he llegado
a la conclusión de que si este objeto primario que es introyectado se arraiga en
el yo con relativa seguridad, está dada entonces la base parca un desarrollo satisfactorio.
Hay factores innatos que contribuyen a este vínculo. Bajo el dominio de los impulsos
orales, el pecho es instintivamente percibido como la fuente de alimento y por lo
tanto, en un sentido más profundo, como origen de la vida misma. Esta íntima unión
física y mental con el pecho gratificador restaura en cierta medida -si todo marcha
favorablemente- la perdida unidad prenatal con la madre y el sentimiento de seguridad
que la acompaña. Esto depende en gran parte de la capacidad del niño pequeño para
catectizar suficientemente el pecho o su representante simbólico, la mamadera. De
esta manera la madre es convertida en un objeto amado. Puede muy bien ser que el
haber formado parte de la madre en el período prenatal, contribuya al sentimiento
innato del lactante de que fuera de él mismo existe algo que le dará todo lo que
necesita y desea. El pecho bueno es admitido y llega a ser parte del yo, de modo
que el niño, que antes estaba dentro de la madre, tiene ahora a la madre dentro
de sí.
Si bien el estado prenatal implica sin duda un sentimiento de unidad y seguridad,
que este estado no sea perturbado dependerá de la condición psicológica y física
de la madre y posiblemente de ciertos factores fetales aún inexplorados. Podríamos
por lo tanto considerar en parte el anhelo universal por este estado prenatal como
una expresión del impulso a la idealización. Si lo investigamos teniendo en cuenta
la idealización, hallamos que una de sus fuentes es la fuerte ansiedad persecutoria
que surge como consecuencia del nacimiento. Cabría pues suponer que esta primera
forma de ansiedad posiblemente se agrega a las experiencias desagradables del feto
y que junto con el sentimiento de seguridad en el útero ellas anuncian la doble
relación con la madre: el pecho bueno y el malo.
Las circunstancias externas desempeñan un papel fundamental en la relación inicial
con el pecho. Si el nacimiento ha sido dificultoso y sobre todo si existieron complicaciones
tales como la falta de oxigeno, ocurre entonces una perturbación en la adaptación
al mundo externo y la relación con el pecho se inicia en forma desventajosa. En
casos como éstos el niño queda menoscabado en su capacidad de experimentar nuevas
fuentes de gratificación y por lo tanto no puede internalizar suficientemente un
objeto primario realmente bueno. Además, si el niño goza o no de alimentación adecuada
y cuidados maternos, si la madre goza ampliamente con el cuidado del niño o sufre
ansiedad y tiene dificultades psicológicas con la alimentación, todos estos factores
influyen en la capacidad del niño para aceptar la leche con placer e internalizar
el pecho bueno.
El elemento de frustración por parte del pecho entra obligatoriamente en la relación
más temprana del bebé con aquél, porque aun una alimentación feliz no puede reemplazar
del todo la unidad prenatal con la madre. Asimismo, el anhelo del niño por un pecho
inagotable y siempre presente, de ningún modo se origina sólo en los deseos libidinales
y la necesidad vehemente del alimento. El impulso por obtener evidencias constantes
del amor de la madre, aun en las épocas más tempranas, tiene su raíz fundamental
en la ansiedad. La lucha entre los instintos de vida y muerte y la consiguiente
amenaza de aniquilación de sí mismo y del objeto por los impulsos destructivos,
son factores esenciales en la relación inicial del niño con su madre. Sus deseos
implican el anhelo de que el pecho, y luego la madre, supriman estos impulsos destructivos
y el dolor de la ansiedad persecutoria.
Junto con las experiencias felices, las aflicciones inevitables refuerzan el conflicto
entre amor y odio -básicamente entre los instintos de vida y muerte- dando como
resultado el sentimiento de que existen un pecho bueno y uno malo. Como consecuencia,
la primitiva vida emocional se ve caracterizada por una sensación de pérdida y recuperación
del objeto bueno. Al hablar de un conflicto innato entre amor y odio, está implícito
que la capacidad para amar y los impulsos destructivos son en cierta extensión constitucionales,
aunque variando individualmente en su fuerza e interactuando desde el comienzo con
las condiciones externas.
He mencionado en forma repetida la hipótesis de que el objeto bueno primario, el
pecho de la madre, forma el núcleo del yo y contribuye vitalmente a su crecimiento,
habiendo además descrito en varias oportunidades cómo el niño siente que internaliza
el pecho y la leche en una forma concreta. Existe, asimismo en su mente, alguna
conexión indefinida entre el pecho y otras partes y aspectos de la madre.
Yo no presumiría que el pecho es meramente un objeto físico para el niño. La totalidad
de sus deseos instintivos y fantasías inconscientes infunden al pecho cualidades
que van mucho más allá del alimento real que proporciona.En el análisis de nuestros
pacientes hallamos que el pecho, en su aspecto bueno, es el prototipo de la bondad,
la paciencia y generosidad materna inagotables así como el de la facultad creadora.
Son estas fantasías y necesidades instintivas las que tanto enriquecen al objeto
primario, de modo que éste permanece como fundamento de la esperanza, la confianza
y la creencia en la bondad. Este libro trata un aspecto particular de las primitivas
relaciones de objeto y los procesos de internalización, cuya raíz está en la oralidad.
Me refiero a los efectos de la envidia sobre el desarrollo de la capacidad para
la gratitud y la felicidad. La envidia contribuye a las dificultades del bebé en
la estructuración de un objeto bueno, porque él siente que la gratificación de la
que fue privado ha quedado retenida en el pecho que lo frustró.Entre la envidia,
los celos y la voracidad debe hacerse una distinción. La envidia es el sentimiento
enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso
envidioso el de quitárselo o dañarlo. Además la envidia implica la relación del
sujeto con una sola persona y se remonta a la relación más temprana y exclusiva
con la madre. Los celos están basados sobre la envidia, pero comprenden una relación
de por lo menos dos personas y conciernen principalmente al amor que el sujeto siente
que le es debido y le ha sido quitado, o está en peligro de serlo, por su rival.
En la concepción corriente de los celos, un hombre o una mujer se sienten privados
por alguien de la persona amada.
La voracidad es un deseo vehemente, impetuoso e insaciable y que excede lo que el
sujeto necesita y lo que el objeto es capaz y está dispuesto a dar. En el nivel
inconsciente, la finalidad primordial de la voracidad es vaciar por completo, chupar
hasta secar y devorar el pecho; es decir, su propósito es la introyección destructiva.
La envidia, en cambio, no sólo busca robar de este modo, sino también colocar en
la madre, y especialmente en su pecho, maldad, excrementos y partes malas de sí
mismo con el fin de dañarla y destruirla. En el sentido más profundo esto significa
destruir su capacidad creadora. Este proceso, derivado de impulsos uretral y anal-sádicos,
ha sido definido por mi en otra parte como un aspecto destructivo de la identificación
proyectiva que parte desde el comienzo de la vida. Si bien no puede ser trazada
una rígida línea divisoria por encontrarse tan estrechamente ligadas, la diferencia
esencial entre voracidad y envidia sería que la voracidad está principalmente conectada
con la introyección, en tanto que la envidia lo está con la proyección.
Según el Shorter Oxford Dictionary, los celos significan que alguien ha tomado,
o recibido "lo bueno" que por derecho pertenece al individuo. En este sentido yo
interpretaría "lo bueno", básicamente como el pecho bueno, la madre, una persona
amada, que alguien ha quitado. Conforme a los English Synonyms de Crabb, "...Los
celos temen perder lo que se tiene; la envidia se duele al ver que otro tiene aquello
que se quiere para uno mismo... El hombre envidioso se molesta ante la satisfacción
ajena. Solamente se siente tranquilo al contemplar la miseria de otros. Por lo tanto
es estéril todo empeño en satisfacer un hombre envidioso". Los celos, según Crabb,
son "una pasión noble e innoble según el objeto. En el primer caso, es emulación
agudizada por el miedo. En el segundo, es la voracidad estimulada por el miedo.
La envidia es siempre una pasión baja, que arrastra tras sí las peores pasiones."
La actitud general hacia los celos difiere de la que se tiene con respecto a la
envidia. En algunos países (particularmente en Francia) el asesinato impulsado por
los celos lleva a una sentencia menos severa. La razón de esta distinción puede
hallarse en el sentimiento universal de que el asesinato de un rival puede denotar
amor por la persona infiel. Esto significa, en los términos antes discutidos, que
el amor por "lo bueno" existe y que el objeto amado no está dañado y deteriorado
como lo hubiera sido por la envidia.
El Otelo de Shakespeare destruye en sus celos al objeto que ama; esto, según mi
punto de vista, es característico de lo que Crabb describió como la "innoble pasión
de los celos", es decir, la voracidad estimulada por el miedo. En la misma obra
hay una referencia significativa a los celos como cualidad esencial de la mente:
"Los celos no se satisfacen con esa respuesta; no necesitan ningún motivo. Los hombres
son celosos porque son celosos. Los celos son monstruos que nacen y se alimentan
de sí mismos".
Podría decirse que la persona muy envidiosa es insaciable. Nunca puede quedar satisfecha,
porque su envidia proviene de su interior y por eso siempre encuentra un objeto
en quien centrarse. También esto indica la estrecha conexión entre los celos, la
voracidad y la envidia.
Shakespeare no siempre parece diferenciar la envidia de los celos; las siguientes
líneas de Otelo muestran en forma total el significado de la envidia en el sentido
que yo he definido aquí: "Oh, Señor, guardaos de los celos; son el dragón de ojos
verdes que aborrece el alimento que lo nutre..."
Con esto recordamos el dicho "morder la mano que lo alimenta", que es casi sinónimo
de morder, destruir y deteriorar el pecho.
II
Mi trabajo me enseñó que el primer objeto envidiado es el pecho nutricio. El bebé
siente que aquél posee todo lo que él desea y además un fluir ilimitado de leche
y amor, que es retenido para su propia gratificación. Este sentimiento se suma a
la sensación de agravio y odio, y da como resultado disturbios en la relación con
la madre. Si la envidia es excesiva, a mi modo de ver esto indica que los rasgos
paranoides y esquizoides son anormalmente fuertes; en tal caso el niño puede ser
considerado enfermo.
En este capítulo me refiero a la envidia primaria del pecho de la madre y esto deberá
diferenciarse de sus formas posteriores (involucradas en el deseo de la niña de
tomar el lugar de su madre y en la posición femenina del varón), en las que la envidia
ya no se centraliza en el pecho sino en la madre recibiendo el pene del padre, teniendo
bebés dentro de ella, dándolos a luz y siendo capaz de amamantarlos.
Frecuentemente he dicho que los ataques sádicos contra el pecho de la madre son
determinados por los impulsos destructivos. Deseo añadir aquí que la envidia da
particular ímpetu a tales ataques. Esto significa que al referirme al voraz vaciamiento
del pecho y cuerpo de la madre, a la destrucción de sus niños y a la colocación
de excrementos malos dentro de ella esbozaba lo que más tarde llegué a reconocer
como el daño del objeto ocasionado por la envidia.
Si consideramos que la privación aumenta la voracidad y la ansiedad persecutoria,
y que en la mente del niño existe la fantasía de un pecho inagotable que es su mayor
deseo, se hace comprensible que la envidia surja aun cuando esté adecuadamente alimentado.
Los sentimientos del niño parecen ser de tal naturaleza, que al faltarle el pecho
éste se convierte en malo porque guarda para si la leche, el amor y el cuidado que
estaban asociados con el pecho bueno. El niño odia y envidia lo que siente como
un pecho mezquino y que se da de mal grado.
Tal vez es más comprensible que el pecho satisfactorio también sea envidiado. La
misma facilidad con que la leche fluye -aunque el bebé se sienta gratificado por
ello- siendo un don al parecer tan inasequible, crea asimismo la envidia.
Esta envidia primitiva es revivida en la situación transferencial. Por ejemplo:
el analista acaba de dar una interpretación que alivió al paciente trocando su estado
de ánimo de desesperación por esperanza y confianza. Con algunos pacientes, o con
un mismo paciente en distintos momentos, esta interpretación útil puede convertirse
rápidamente en el objeto de sus críticas destructivas. Ya no es sentida entonces
como algo bueno recibido y experimentado como un enriquecimiento. Su crítica puede
aferrarse a detalles menores: la interpretación debía haber sido dada antes; fue
demasiado larga, y ha perturbado las asociaciones del paciente; o fue demasiado
corta y esto implica que él no ha sido suficientemente comprendido. El paciente
envidioso escatima al analista el éxito de su trabajo; y si percibe que el analista
y la ayuda que éste está dando han sido dañados y desvalorizados por su crítica
envidiosa, no lo puede introyectar suficientemente como un objeto bueno ni aceptar
con real convicción y asimilar sus interpretaciones. La convicción real, como a
menudo vemos en pacientes menos envidiosos, implica gratitud por el don recibido.
El paciente envidioso también puede sentir que no es digno de beneficiarse con el
análisis, debido a la culpa por su desvalorización de la ayuda recibida.
Como es obvio, nuestros pacientes nos critican por una variedad de razones, algunas
de ellas justificadas. Pero la necesidad que siente un paciente de desvalorizar
el trabajo analítico que ha experimentado como útil, es expresión de envidia. En
la transferencia descubrimos la raíz de envidia si las situaciones emocionales que
encontramos en estadíos tempranos son rastreadas hasta su más primitivo origen.
La crítica destructiva es particularmente evidente en pacientes paranoides que se
entregan al placer sádico de menospreciar el trabajo del analista, aun cuando les
haya reportado algún alivio. En estos pacientes la crítica envidiosa es abierta.
En otros puede desempeñar un papel de igual importancia, pero queda sin expresión
y hasta puede ser inconsciente. A través de mi experiencia, el progreso lento que
hacemos en tales casos está conectado asimismo con la envidia. Hallaremos que sus
dudas e incertidumbres persisten con respecto al valor del análisis. Lo que ocurre
es que el paciente ha disociado su parte envidiosa y hostil y presenta constantemente
al analista otros aspectos que le parecen más aceptables. Sin embargo, las partes
disociadas influyen esencialmente en el curso del análisis, que finalmente sólo
puede ser efectivo si logra la integración y se relaciona con la personalidad total.
Otros pacientes tratan de evitar la crítica confundiéndose. Esta confusión no sólo
es una defensa, sino que también expresa la incertidumbre con respecto a si el analista
es todavía una figura buena, o si él y la ayuda que está dando se han vuelto malos
debido a la crítica hostil del paciente. Yo remontaría esta incertidumbre hasta
las sensaciones de confusión que son una de las consecuencias de la perturbada relación
temprana con el pecho materno. El niño que debido a la fuerza de los mecanismos
paranoides y esquizoides y al ímpetu de la envidia no puede dividir y mantener separados
amor y odio, y por lo tanto al objeto bueno y malo, está expuesto a sentirse confundido
con respecto a lo que es bueno y malo en otras situaciones.
De manera que, además de los factores señalados por Freud (1923b) y desarrollados
por Joan Rivière (1936), la envidia y la defensa contra ella desempeñan un papel
importante en la reacción terapéutica negativa.
Y es que la envidia y las actitudes a que da lugar, interfieren con la gradual formación
del objeto bueno en la situación transferencial. Si el alimento y el objeto primario
buenos no pudieron ser aceptados y asimilados en el estadío más temprano, esto se
repite en la transferencia, perjudicando el curso del análisis.
En el contexto del material analítico pueden reconstruirse a través de la elaboración
de situaciones anteriores, los sentimientos que el paciente tenía hacia el pecho
de la madre cuando era lactante. Por ejemplo, el bebé puede quejarse porque la leche
fluye demasiado rápido o demasiado lento; o porque el pecho no le fue dado cuando
más intensamente lo deseaba y es por ello que cuando le es ofrecido ya no lo quiere.
Se aleja de aquél y en cambio se chupa el dedo. Cuando acepta el pecho puede no
tomar lo suficiente, o ser perturbada la alimentación. Algunos niños tienen, evidentemente,
grandes dificultades para superar tales motivos de disgusto. Otros, en cambio, los
superan rápidamente a pesar de estar estos sentimientos basados en frustraciones
reales; el pecho es aceptado y la mamada disfrutada por completo. En el análisis
encontramos que los pacientes que dicen haber tomado su alimento satisfactoriamente
sin mostrar signos evidentes de las actitudes descritas, han disociado sus quejas,
envidia y odio que sin embargo, con todo, forman parte de su desarrollo caracterológico.
Dichos procesos se hacen muy claros en la situación de transferencia. El deseo original
de complacer a la madre, el anhelo de ser amado, así como la necesidad urgente de
ser protegido contra las consecuencias de los propios impulsos destructivos, pueden
ser hallados en el análisis como subyacentes a la cooperación de aquellos pacientes
cuya envidia y odio están disociados, pero que forman parte de la reacción terapéutica
negativa.
A menudo me he referido al deseo del bebé de tener un pecho inagotable, siempre
presente. Pero como fue sugerido anteriormente, no es sólo alimento lo que desea:
quiere ser liberado también de los impulsos destructivos y de la ansiedad persecutoria.
Esta sensación de que la madre es omnipotente y de que a ella le toca impedir todo
dolor y todo mal provenientes de fuentes internas, también se encuentra en el análisis
de adultos. De paso diría que los cambios favorables producidos en los últimos años
en lo que respecta a la alimentación de los niños, contrastando con el modo más
bien rígido de alimentarlos según horario, no pueden impedir del todo las dificultades
del bebé, pues la madre no consigue eliminar sus impulsos destructivos y ansiedades
persecutorias. Existe otro punto a considerar. Una actitud demasiado ansiosa de
parte de la madre al proporcionar de inmediato el alimento todas las veces que el
niño llora es poco beneficiosa para él. El bebé siente la ansiedad de la madre y
con ello aumenta la suya propia. También he oído a los adultos quejarse de que no
se les había permitido llorar lo suficiente y no haber podido así expresar ansiedad
y pena (por lo tanto obtener alivio). De modo que ni los impulsos agresivos ni las
ansiedades depresivas pudieron en estos casos encontrar suficiente salida. Resulta
de interés señalar que entre los factores subyacentes a la psicosis maníaco-depresiva,
Abraham menciona a ambas: la frustración y la indulgencia excesivas. La frustración,
si no es excesiva, es también un estímulo para la adaptación al mundo externo y
el desarrollo del sentido de realidad. De hecho, cierta cantidad de frustración
seguida de gratificación podría dar al bebé el sentimiento de que ha sido capaz
de hacer frente a su ansiedad. También sus deseos incumplidos -que hasta cierto
punto son imposibles de satisfacer- son un factor importante, que contribuye a sus
sublimaciones y actividades creadoras. La ausencia de conflicto en el niño, si tal
estado hipotético pudiera ser imaginado, lo privaría del enriquecimiento de su personalidad
y de un factor importante en el fortalecimiento de su yo. El conflicto y la necesidad
de superarlo constituyen un elemento fundamental en la facultad creadora.
Del argumento de que la envidia arruina el objeto primario bueno dando ímpetu adicional
a los ataques sádicos contra el pecho surgen conclusiones adicionales. El pecho
así atacado ha perdido su valor y se ha convertido en malo al ser mordido y envenenado
por la orina y las materias fecales. La envidia excesiva aumenta la intensidad y
duración de tales ataques, haciendo de este modo más difícil para el bebé la recuperación
del objeto bueno perdido. En tanto, los ataques sádicos contra el pecho menos determinados
por la envidia, pasan más rápidamente y por consiguiente no destruyen en la mente
del niño pequeño la bondad del objeto en forma tan acentuada y duradera: el pecho
que vuelve y que puede ser gozado es sentido como una evidencia de que no está dañado
y todavía es bueno.El hecho de que la envidia dañe la capacidad de gozar explica
hasta cierto punto la razón de su persistencia. Porque son el "goce" y la "gratitud"
originados por el pecho los que mitigan los impulsos destructivos, la envidia y
la voracidad. Observado desde otro ángulo: la voracidad, la envidia y la ansiedad
persecutoria, que se hallan ligadas entre sí, se incrementan inevitablemente. El
sentimiento del daño causado por la envidia, la gran ansiedad que proviene de esto,
y la resultante incertidumbre acerca de la bondad del objeto, tienen por efecto
aumentar la voracidad y los impulsos destructivos. Siempre que el objeto sea, después
de todo, sentido como bueno, tanto más vorazmente es deseado e incorporado. Esto
se aplica asimismo al alimento. En el análisis hallamos que cuando un paciente está
en duda con respecto a su objeto, y por lo tanto también con respecto al valor del
analista y del análisis, puede adherirse a cualquier interpretación que alivie su
angustia, y tiende a prolongar la sesión porque quiere incorporar la mayor cantidad
posible de lo que en ese momento siente como bueno. (Algunas personas temen a tal
punto su voracidad que se preocupan especialmente por irse a tiempo.)
Las dudas con respecto a la posesión del objeto bueno y la correspondiente incertidumbre
acerca de los propios sentimientos buenos contribuyen asimismo a la formación de
identificaciones voraces e indiscriminadas. Esas personas son fácilmente influidas
porque no pueden confiar en su propio juicio.
Contrastando con el bebé que a causa de su envidia no ha logrado estructurar con
seguridad un objeto interno bueno, el niño con una fuerte capacidad para el amor
y la gratitud tiene una relación profundamente arraigada con su objeto bueno y puede
resistir estados temporarios de envidia, odio y sensación de perjuicio sin ser fundamentalmente
dañado. Esos estados surgen aun en niños que son amados y reciben buenos cuidados
maternos. De este modo, cuando los estados negativos son pasajeros el objeto bueno
es recuperado una y otra vez. Este es un factor esencial para su consolidación y
crea el cimiento de un yo fuerte y la estabilidad.
En el curso del desarrollo, la relación con el pecho de la madre se convierte en
el fundamento de la devoción hacia personas, valores y causas. Así es asimilado
algo del amor que originalmente fue experimentado hacia el objeto primario.
El sentimiento de gratitud es uno de los más importantes derivados de la capacidad
para amar. La gratitud es esencial en la estructuración de la relación con el objeto
bueno, hallándose también subyacente a la apreciación de la bondad en otros y en
uno mismo. Su raíz hállase en las emociones y actitudes que surgen en las épocas
más tempranas de la infancia, cuando la madre es el solo y único objeto para el
bebé. Me he referido a este vínculo temprano como base para todas las relaciones
posteriores con una persona amada. En tanto que la relación exclusiva con la madre
varía individualmente en duración e intensidad, creo que esta relación existe hasta
cierto punto en la mayoría de las personas. Hasta dónde permanece imperturbada depende
en parte de las circunstancias externas. Pero los factores internos subyacentes
-sobre todo la capacidad de amar- parecen ser innatos. En un estadío temprano los
impulsos destructivos, especialmente la envidia marcada, pueden perturbar este vínculo
con la madre. Si la envidia del pecho nutricio es fuerte, interfiere con la gratificación
plena porque, como ya lo he dicho, lo característico de la envidia es que implique
robar y dañar aquello que el objeto posee.
El bebé sólo puede experimentar una satisfacción plena si está suficientemente desarrollada
la capacidad de amar, y a su vez, la satisfacción es la base de la gratitud. Freud
(1905a) describió la felicidad del bebé al ser amamantado como el prototipo de la
gratificación sexual. A mi modo de ver, estas experiencias constituyen no sólo la
base de la gratificación sexual sino de toda felicidad posterior, y hacen posible
el sentimiento de unidad con otra persona. Esta unidad significa ser plenamente
comprendido, hecho que es esencial en toda amistad o relación amorosa feliz. En
las mejores circunstancias esta comprensión no necesita palabras para ser expresada,
lo cual demuestra su derivación de la más temprana intimidad con la madre en el
estadío preverbal. La capacidad de gozar plenamente de la primera relación con el
pecho constituye el fundamento para la experimentación de placer proveniente de
otros orígenes.
Si la satisfacción de ser alimentado sin perturbaciones es vivida con frecuencia,
la introyección del pecho bueno se produce con relativa seguridad. La gratificación
plena al mamar significa que el bebé siente haber recibido de su objeto amado un
don incomparable que quiere conservar: he aquí la base para la gratitud. Esta se
halla estrechamente enlazada con la creencia en figuras buenas. Esto incluye en
primer término la capacidad de aceptar y asimilar el objeto primario amado (no sólo
como fuente de alimento) sin que la voracidad y la envidia interfieran demasiado,
ya que la internalización voraz perturba la relación con el objeto. El individuo
siente que lo controla y agota y, por lo tanto, lo daña. En cambio, en una buena
relación con el objeto interno y externo predomina el deseo de refrenarse y preservarlo.
En relación con otro tópico he descrito el proceso subyacente a la confianza en
el pecho bueno como derivado de la capacidad del bebé para investir con libido el
primer objeto externo. De esta manera se establece un objeto bueno que ama y protege
al individuo, siendo a su vez amado y protegido por éste. Aquí es donde se halla
el fundamento de la creencia en la propia bondad. Cuanto con mayor frecuencia se
experimenta y acepta con plenitud la gratificación en el acto de mamar, tanto más
a menudo son sentidos el goce y la gratitud en el nivel más profundo, desempeñando
un papel importante en toda sublimación y en la capacidad de reparar. Por medio
de los procesos de proyección e introyección, mediante una abundancia interna que
se da y es reintroyectada, el yo se enriquece y profundiza. De este modo se restablece
una y otra vez la posesión de un objeto interno provechoso, con lo que la gratitud
puede ponerse de lleno en acción.
La gratitud está estrechamente ligada a la generosidad. La riqueza interna deriva
de haber asimilado el objeto bueno, de modo que el individuo se hace capaz de compartir
sus dones con otros. Así es posible introyectar un mundo externo más propicio, y
como consecuencia se crea una sensación de enriquecimiento. Aun cuando la generosidad
es con frecuencia insuficientemente apreciada, esto no necesariamente socava la
capacidad de dar. Por el contrario, en aquellos en quienes este sentimiento de riqueza
y fuerza internas no está establecido de manera suficiente, los arranques de generosidad
son a menudo seguidos de una necesidad exagerada de ser apreciados y agradecidos,
y por consiguiente presentan la ansiedad persecutoria de haber sido robados y empobrecidos.
Una gran envidia hacia el pecho nutricio interfiere con la capacidad para el goce
pleno, socavando así el desarrollo de la gratitud. Existen razones psicológicas
muy apropiadas que explican por qué la envidia se halla entre los siete "pecados
mortales". Yo sugerí asimismo que inconscientemente es percibida como el mayor pecado
de todos porque ataca y daña al objeto bueno, que es fuente de vida. Este punto
de vista es coincidente con el descrito por Chaucer en The Parson's Tale [El relato
del párroco]: "Es cierto que la envidia es el peor pecado que existe, pues todos
los demás pecados lo son sólo contra una virtud, en tanto que la envidia es un pecado
contra toda virtud y toda bondad". El sentimiento de haber dañado y destruido el
objeto primario menoscaba la confianza del individuo en la sinceridad de sus relaciones
posteriores y le hace dudar de su propia capacidad para amar y ser bondadoso.
Con frecuencia encontramos expresiones de gratitud que resultan estar impulsadas
más especialmente por sentimientos de culpa que por la capacidad de amar. Pienso
que es importante distinguir en su nivel más profundo entre la gratitud y tales
sentimientos de culpa. Esto no significa descartar algún elemento de culpa en el
sentimiento de gratitud más genuino.
Mis observaciones me demostraron que los cambios significativos del carácter que
de cerca se revelan como deterioro, ocurren con mayor probabilidad en aquellos que
no han establecido su primer objeto con seguridad y no son capaces de mantener su
gratitud hacia él. Cuando por razones internas o externas la ansiedad persecutoria
aumenta, ellos pierden por completo su objeto primario bueno, o más bien sus sustitutos,
ya sean personas o valores. Los procesos subyacentes a este cambio son un retorno
regresivo a los mecanismos tempranos de disociación y desintegración. Siendo esto
una cuestión de grados, tal desintegración, aun cuando por último afecta en gran
manera el carácter, no lleva necesariamente a la enfermedad manifiesta. Entre los
aspectos de los cambios de carácter que tengo presentes se hallan: el deseo vehemente
de poder y prestigio o la necesidad de pacificar a los perseguidores a cualquier
costo.
En algunos casos he comprobado que cuando surge la envidia hacia una persona, este
sentimiento es activado desde su fuente más temprana. Puesto que estos sentimientos
primarios son de naturaleza omnipotente, se reflejan sobre la presente envidia experimentada
hacia una figura sustituta. Por lo mismo contribuyen tanto a las emociones despertadas
por la envidia como al desaliento y a la culpa. Parece probable que esta activación
de la primitiva envidia por una experiencia corriente sea común a todos. Pero tanto
su grado e intensidad, como el sentimiento de la destrucción omnipotente, varían
con el individuo. Este factor puede ser de gran importancia en el análisis de la
envidia y sólo es posible que tenga pleno efecto si consigue alcanzar sus fuentes
más profundas.
La frustración y las circunstancias desdichadas sin duda despiertan algo de envidia
y odio en cada individuo a lo largo de su vida, pero la fuerza de estas emociones
y el modo de enfrentarlas varía de manera considerable. Esta es una de las numerosas
razones por las cuales la capacidad de gozar, ligada al sentimiento de gratitud
por la bondad recibida, difiere grandemente en las distintas personas.
III
Para esclarecer lo tratado anteriormente creo necesarias algunas referencias sobre
mis puntos de vista en lo que respecta al yo temprano. Este existe desde el comienzo
de la vida postnatal, aunque en forma rudimentaria y con una considerable falta
de coherencia. Aun en los estadíos más tempranos, desempeña varias funciones importantes.
Pudiera ser muy bien que este concepto del yo temprano se halle próximo al postulado
de Freud sobre la parte inconsciente del yo. Si bien Freud no presumió la existencia
del yo desde el comienzo, le atribuyó al organismo una función que, según mi parecer,
sólo puede ser desempeñada por el yo. La ansiedad primordial, de acuerdo con mi
punto de vista, que difiere del de Freud, proviene de la amenaza de ser aniquilado
por el instinto de muerte que actúa dentro del individuo. Y es el yo, al servicio
del instinto de vida -y posiblemente puesto en acción por él-, el que hasta cierto
punto desvía esa amenaza hacia el exterior. Freud atribuyó al organismo esta defensa
fundamental contra el instinto de muerte, en tanto que yo la considero como principal
actividad del yo. A mi juicio hay otras actividades primarias del yo derivadas de
la necesidad imperativa de enfrentarse con la lucha entre los instintos de vida
y muerte. Una de esas funciones es la integración gradual, la cual proviene del
instinto de vida y se expresa en la capacidad de amar. La tendencia del yo a disociarse
y disociar sus objetos como opuesta a la anterior, se produce en parte debido a
la considerable falta de cohesión que presenta al nacer, y por otra parte porque
de este modo constituye una defensa contra la ansiedad primordial, siendo entonces
un medio para preservarse. Durante muchos años he atribuido gran importancia a un
proceso particular de disociación: la división del pecho en un objeto bueno y otro
malo, considerando esta disociación como una expresión del conflicto innato entre
el amor y el odio y de las ansiedades que son su consecuencia. Coexistiendo con
esta división parecen hallarse, sin embargo, varios otros procesos de disociación,
y es sólo en los últimos años que algunos de ellos han sido captados con mayor claridad.
He hallado, por ejemplo, que coincidiendo con la internalización voraz y devoradora
del objeto -el pecho en primer lugar-, el yo se fragmenta y fragmenta sus objetos
en grado variable, logrando de este modo una dispersión de los impulsos destructivos
y las ansiedades persecutorias internas. Este proceso, que varía en su fuerza y
determina la mayor o menor normalidad del individuo, es una de las defensas durante
la posición esquizo-paranoide que, según pienso, se extiende a lo largo de los tres
o cuatro primeros meses de vida. Con esto no quiero significar que durante ese período
el bebé sea incapaz de gozar plenamente de sus mamadas, de su relación con su madre
o de frecuentes estados de comodidad física y bienestar. Pero, toda vez que la ansiedad
surja, ésta será principalmente de naturaleza paranoide, así como también serán
predominantemente esquizoides las defensas y los mecanismos empleados contra ella.
Lo mismo se aplica, mutatis mutandis, a la vida emocional del bebé durante el período
caracterizado por la posición depresiva.
Volviendo al proceso de disociación, agregaré que lo considero como una precondición
para la relativa estabilidad del niño pequeño. De modo predominante durante los
primeros meses, éste mantiene separado su objeto bueno del malo y así fundamentalmente
lo preserva -lo que también significa un aumento en la seguridad del yo-. Al mismo
tiempo esta división primaria sólo tiene éxito si existe una capacidad adecuada
para amar y el yo es relativamente fuerte. Mi hipótesis señala por lo tanto que
la capacidad para amar da ímpetu tanto a las tendencias de integración como a la
exitosa disociación primaria entre el objeto amado y el odiado. Esto suena a paradoja
pero, como dije, puesto que la integración está basada en un objeto fuertemente
arraigado que forma el núcleo del yo, para que ella se produzca es esencial cierta
cantidad de disociación, ya que preserva al objeto bueno y más tarde capacita al
yo para sintetizar sus dos aspectos. La envidia excesiva, expresión de los impulsos
destructivos, interfiere en la disociación primaria entre el pecho bueno y el malo,
y es por ello que no puede ser suficientemente lograda la estructuración del objeto
bueno. Así queda sin establecerse la base para una personalidad adulta plenamente
desarrollada e integrada, puesto que es perturbada en distintos sentidos la posterior
diferenciación entre lo bueno y lo malo. Hasta qué punto esta perturbación del desarrollo
se debe a la envidia excesiva, está relacionado con la preponderancia de mecanismos
paranoides y esquizoides en los estadíos más tempranos. Ellos, según mi hipótesis,
constituyen la base de la esquizofrenia.
En la exploración de los primitivos procesos de disociación es esencial diferenciar
entre un objeto bueno y uno idealizado, aunque esta distinción no pueda hacerse
en forma neta. Una disociación muy profunda entre los dos aspectos del objeto indica
que no son el objeto bueno y el malo los que se mantienen separados, sino un objeto
idealizado y uno extremadamente malo. Esta división tan profunda y definida revela
que los impulsos destructivos, la envidia y la ansiedad persecutoria son muy fuertes,
y que la idealización sirve principalmente como defensa contra esas emociones.
Si el objeto bueno se halla profundamente arraigado, la disociación es de naturaleza
fundamentalmente distinta, permitiendo entonces la operación de los tan importantes
procesos de integración del yo y de síntesis de los objetos. De este modo puede
producirse, en cierta medida, la mitigación del odio por el amor, consiguiéndose
elaborar la posición depresiva. Como resultado, con tanta más seguridad es establecida
la identificación con un objeto bueno total. Esto también presta fuerza al yo y
lo capacita para preservar su identidad y crear el sentimiento de que posee bondad
propia. Así se halla menos expuesto a identificarse con una variedad de objetos
en forma indiscriminada, proceso éste característico de un yo débil. Además, la
plena identificación con un objeto bueno es acompañada por el sentimiento de poseer
bondad propia. Cuando los sucesos son adversos, la excesiva identificación proyectiva,
mediante la cual son proyectadas en el objeto las partes disociadas del individuo,
lleva a una fuerte confusión entre individuo y objeto en la que este último también
viene a representar al individuo. Ligado a lo antedicho, existe un debilitamiento
del yo y una grave perturbación en las relaciones de objeto. Los niños con fuerte
capacidad para amar sienten menos necesidad de idealizar que aquellos en los que
prevalecen impulsos destructivos y ansiedad persecutoria. La idealización excesiva
denota que la persecución es la fuerza impulsora principal. Según descubrí hace
muchos años en mi trabajo con niños pequeños, la idealización es el corolario de
la ansiedad persecutoria -una defensa contra ésta- y el pecho ideal es la contraparte
del pecho devorador.
El objeto idealizado se halla mucho menos integrado en el yo que el objeto bueno,
puesto que proviene sobre todo de la ansiedad persecutoria y no tanto de la capacidad
para amar. Hallé asimismo que la idealización se deriva del sentimiento innato de
la existencia de un pecho extremadamente bueno, lo que lleva al anhelo de un objeto
bueno y a la capacidad de amarlo. Esto parece ser una condición para la vida misma,
es decir, una expresión del instinto de vida. Puesto que la necesidad de un objeto
bueno es universal, la distinción entre un objeto idealizado y uno bueno no puede
ser considerada como absoluta. Algunas personas se enfrentan con su incapacidad
(derivada de la envidia excesiva) para poseer un objeto bueno, idealizándolo. Esta
primera idealización es precaria, pues la envidia experimentada hacia el objeto
bueno está destinada a extenderse hasta su aspecto idealizado. Lo mismo es valedero
para la idealización de otros objetos y la identificación con ellos, a menudo inestable
e indiscriminada. La voracidad es un factor importante en estas identificaciones
poco discriminadas,- puesto que la necesidad de obtener lo mejor de todas partes,
interfiere con la capacidad para seleccionar y diferenciar. Esta capacidad también
está ligada a la confusión entre bueno y malo que surge en la relación con el objeto
primario.
Mientras aquellos que han podido establecer el objeto primario con relativa seguridad
son capaces de retener su amor hacia él a pesar de sus defectos, en otros la idealización
es una característica de sus relaciones de amor y amistad. Esto tiende a desbaratar
estas relaciones, ya que el objeto amado debe ser frecuentemente cambiado por otro,
pues ninguno puede llegar a estar totalmente a la altura de lo esperado. Aquel objeto
idealizado a menudo llega a ser percibido como un perseguidor (lo que muestra el
origen de la idealización como contraparte de la persecución), y en él es proyectada
la actitud envidiosa y crítica del sujeto. Es de gran importancia el hecho de que
operen procesos similares en el mundo interno, que de este modo viene a contener
objetos particularmente peligrosos. Todo esto conduce a la inestabilidad en las
relaciones con los demás. Este es otro aspecto de la debilidad del yo, a la que
antes me referí en relación con las identificaciones indiscriminadas.
Las dudas con respecto al objeto bueno surgen fácilmente, aun en una relación segura
entre el niño y su madre. Esto no sólo se debe al hecho de que el niño es muy dependiente
de la madre, sino también a la ansiedad recurrente de ser vencido por su voracidad
y sus impulsos destructivos -ansiedad que es un factor importante en los estados
depresivos-. Sin embargo, en cualquier período de la vida, bajo la presión de la
ansiedad, la fe y la confianza en los objetos buenos pueden ser sacudidas. Pero
son la intensidad y duración de tales estados de duda, desaliento y persecución
los que determinan la capacidad del yo para reintegrarse y restablecer sus objetos
buenos con seguridad. Como puede observarse en la vida diaria, la esperanza y la
confianza en la existencia de la bondad ayudan a las personas a través de las grandes
adversidades y contrarrestan eficazmente la persecución.
IV
El comienzo temprano de la culpa parece ser una de las consecuencias de la envidia
excesiva. Si esta culpa prematura es experimentada por el yo cuando aún no es capaz
de soportarla, es entonces vivida como persecución, y el objeto que la despierta
se convierte en un perseguidor. Por consiguiente el bebé no puede elaborar la ansiedad
depresiva ni la persecutoria porque se confunden una con otra. Unos meses más tarde,
al surgir la posición depresiva, el yo más integrado y fuerte tiene mayor capacidad
de soportar el dolor de la culpa y desarrollar las defensas correspondientes, sobre
todo la tendencia a reparar.
El hecho de que en el período más temprano (es decir, durante la posición esquizo-paranoide)
la culpa prematura incremente la persecución y la desintegración, trae como consecuencia
el fracaso en la elaboración de la posición depresiva. Este fracaso puede ser observado
tanto en los pequeños pacientes como en los adultos: tan pronto como es sentida
la culpa, el analista se hace persecutorio y es acusado en muchos aspectos. En tales
casos hallamos que siendo niños no pudieron experimentar culpa sin que simultáneamente
ésta llevase a la ansiedad persecutoria con sus defensas correspondientes. Estas
defensas aparecen luego como proyección sobre el analista y negación omnipotente.
Según mi hipótesis, una de las fuentes más profundas de la culpa está siempre ligada
a la envidia del pecho nutricio y al sentimiento de haber arruinado su bondad como
consecuencia de los ataques generados por la envidia. Si en la temprana infancia
el objeto primario ha sido establecido con relativa estabilidad, la culpa despertada
por tales sentimientos puede ser enfrentada con mayor éxito, pues entonces la envidia
es transitoria y menos propensa a poner en peligro la relación con el objeto bueno.
La envidia excesiva interfiere en una adecuada gratificación oral, actuando así
como un estímulo hacia la intensificación de deseos y tendencias genitales. Esto
implica que el bebé se dirige demasiado pronto hacia la gratificación genital. Como
consecuencia se genitaliza la relación oral y se colorean en exceso de resentimiento
y ansiedades orales las tendencias genitales. He sostenido a menudo que las sensaciones
y deseos genitales operan posiblemente desde el nacimiento. Por ejemplo, es bien
sabido que los niños tienen erecciones en un período muy precoz. Pero al hablar
de la emergencia prematura de estas sensaciones quiero significar que las tendencias
genitales interfieren en las orales en un momento en el cual normalmente predominan
los deseos orales. Aquí habremos de considerar de nuevo los efectos de la confusión
temprana que se expresa como un esfumamiento de los limites entre los impulsos y
las fantasías orales, anales y genitales. Es normal una superposición entre estas
variadas fuentes tanto de libido como de agresividad. Pero cuando la superposición
llega a una incapacidad de experimentar de modo suficiente y en su debido período
de desarrollo la predominancia de cualquiera de estas tendencias, entonces la vida
sexual posterior y la sublimación son desfavorablemente afectadas. La genitalidad
basada en una huida de la oralidad es insegura, porque a ella se trasladan las sospechas
y desengaños adheridos a la satisfacción oral menoscabada. La interferencia en la
primacía oral por parte de las tendencias genitales socava la gratificación en la
esfera genital y es frecuentemente la causa de la masturbación obsesiva y la promiscuidad.
Esto se debe a que la falta de la satisfacción primitiva introduce elementos compulsivos
en los deseos genitales y, según lo he observado en algunos pacientes, puede llevar
a que las sensaciones sexuales se introduzcan en todas las actividades, procesos
mentales e intereses. En algunos bebés la huida hacia la genitalidad es también
una defensa contra el odio y la tendencia a dañar al primer objeto hacia el cual
tuvieron sentimientos ambivalentes. Descubrí que el comienzo prematuro de la genitalidad
puede estar ligado con el temprano surgimiento de la culpa y es característico de
los paranoides y esquizoides. Cuando el bebé alcanza la posición depresiva y se
hace más capaz de encarar su realidad psíquica, siente también que la maldad del
objeto se debe en gran parte a su propia agresividad y a la proyección consiguiente.
Tal como podemos observar en la situación transferencial, ese percatamiento da lugar,
cuando la posición depresiva está en su apogeo, a un gran dolor espiritual y culpa.
Pero también crea sentimientos de alivio y esperanza, que a su vez hacen menos difícil
la reunión de los dos aspectos del objeto y del individuo, facilitando la elaboración
de la posición depresiva. Esta esperanza está basada en el creciente conocimiento
inconsciente de que el objeto interno y externo no es tan malo como había sido sentido
en sus aspectos disociados. Mediante la mitigación del odio por el amor, el objeto
mejora en la mente del niño. Ya no siente con tanta fuerza haberlo destruido en
el pasado y disminuye el peligro de que lo sea en el futuro. Al no estar dañado,
también es sentido como menos vulnerable en el presente y en el futuro. El objeto
interno adquiere una actitud restrictiva y preservadora de sí mismo y su mayor fuerza
es un importante aspecto de su función como superyó.
Al describir la superación de la posición depresiva, ligada a la mayor confianza
en el objeto bueno, mi intención no es dar a entender que tales resultados no pueden
ser anulados temporariamente. La tensión de naturaleza interna o externa propende
a despertar la depresión y la desconfianza hacia sí mismo y hacia el objeto. Sin
embargo, la capacidad de salir de tales estados depresivos y de recuperar el sentimiento
de la propia seguridad interna es, según mi punto de vista, el criterio de una personalidad
bien desarrollada. En cambio, el modo frecuente de enfrentar la depresión mediante
el endurecimiento de los propios sentimientos y al mismo tiempo negándola, es una
regresión a las defensas maníacas empleadas durante la posición depresiva infantil.
Existe una vinculación directa entre la envidia experimentada hacia el pecho de
la madre y el desarrollo de los celos. Estos están basados en la sospecha y rivalidad
con el padre, que es acusado de haberle quitado a la madre y a su pecho. Esta rivalidad
caracteriza los primeros estadíos del complejo de Edipo directo o invertido, el
que normalmente surge al mismo tiempo que la posición depresiva, en el segundo cuarto
del primer año de vida. El desarrollo del complejo de Edipo está fuertemente influido
por las vicisitudes de la primera y exclusiva relación con la madre. Cuando esta
relación se ve perturbada demasiado temprano, la rivalidad con el padre también
comienza en forma prematura. Las fantasías acerca del pene dentro de la madre, o
dentro de su pecho, convierten al padre en un intruso hostil. Esta fantasía es particularmente
fuerte cuando el bebé no ha tenido el goce pleno y la felicidad que puede proporcionarle
la temprana relación con la madre y el primer objeto bueno no ha sido incorporado
con cierta seguridad. Tal fracaso depende en parte de la fuerza de la envidia.
Cuando en trabajos anteriores describí la posición depresiva, señalé que en ese
período el niño integra progresivamente sus sentimientos de amor y odio, sintetiza
los aspectos buenos y malos de la madre, y pasa por estados de duelo ligados con
sentimientos de culpa. Asimismo, comienza a comprender mejor el mundo externo, que
no puede retener a su madre como una posesión exclusiva. Que el bebé pueda o no
hallar ayuda contra esa pena en su relación hacia el segundo objeto -el padre u
otras personas de su ambiente- depende en cierta medida de las emociones que experimenta
hacia su objeto único perdido. Si esa relación estuvo bien fundada, el miedo de
perder a la madre es menos fuerte y más grande la capacidad de compartirla. Puede
también, entonces, experimentar más amor por sus rivales. Todo esto implica que
ha sido capaz de elaborar la posición depresiva satisfactoriamente, hecho que a
su vez depende de que la envidia hacia el objeto primario no haya sido excesiva.
Los celos, como sabemos, son inherentes a la situación edípica y están acompañados
por el odio y los deseos de muerte. Sin embargo, normalmente el logro de nuevos
objetos que pueden ser amados -el padre y los hermanos- y otras compensaciones que
el yo en desarrollo obtiene del mundo externo, mitigan hasta cierto punto los celos
y los motivos de queja. Si los mecanismos paranoides y esquizoides son fuertes,
los celos -y finalmente la envidia- quedan sin ser mitigados. El desarrollo del
complejo de Edipo es influido esencialmente por todos estos factores.
Entre los caracteres distintivos de la época más temprana del complejo de Edipo
se hallan las fantasías acerca del pecho materno y de la madre conteniendo el pene
del padre, o el padre conteniendo a la madre. Esta es la base de la figura de los
padres combinados. En trabajos anteriores describí la importancia de esta fantasía.
La influencia de la figura parental combinada en la capacidad del niño para diferenciar
a ambos padres y establecer relaciones buenas con cada uno de ellos, es afectada
por la fuerza de la envidia y la intensidad de sus celos edípicos. Esto se debe
a que la sospecha de que los padres siempre están obteniendo gratificación sexual,
refuerza la fantasía -derivada de varias fuentes- de que ellos están siempre combinados.
Si estas ansiedades son muy activas y por lo tanto indebidamente prolongadas, su
consecuencia puede ser la alteración permanente de la relación con ambos. En los
individuos muy enfermos, esta incapacidad de desenredar la relación hacia una u
otra de las figuras parentales -debido a que se hallan inextricablemente ligadas
en la mente del paciente- desempeña un rol importante en los estados de grave confusión.
Si la envidia no es excesiva, los celos en la situación edípica se convierten en
un medio para elaborarla. Cuando se experimentan celos, los sentimientos hostiles
son dirigidos no tanto contra el objeto primario como contra los rivales -padres
o hermanos-, lo cual favorece la distribución. Al mismo tiempo, cuando estas relaciones
se desarrollan, dan lugar a sentimientos de amor, convirtiéndose así en una nueva
fuente de gratificación. Además, la transición de los deseos orales hacia los genitales
reduce la importancia de la madre como dadora de satisfacción oral. (Como sabemos,
el objeto de la envidia es en gran medida oral.) En el varón, una buena parte del
odio es desviada hacia el padre, envidiado a causa de la posesión de la madre. Estos
son los típicos celos edípicos. En la niña, los deseos genitales hacia el padre
la capacitan para encontrar otro objeto amado. De este modo los celos reemplazan
hasta cierto punto la envidia, convirtiéndose la madre en la rival más importante.
La niña desea tomar el lugar de su madre, poseer y cuidar los bebés que el padre
amado ha dado a aquélla. La identificación con la madre en este rol hace posible
que las sublimaciones tengan una mayor amplitud. Es esencial, asimismo, considerar
que la elaboración de la envidia mediante los celos constituye al mismo tiempo una
defensa importante contra ella. Los celos son mucho más aceptables y causan bastante
menos culpa que la envidia primaria, la cual destruye al primitivo objeto bueno.
En la situación analítica podemos observar con frecuencia la estrecha conexión entre
los celos y la envidia. Por ejemplo, uno de mis pacientes se hallaba muy celoso
de un hombre con el cual me creía en estrecho contacto personal. Como consecuencia
se produjo un sentimiento que consistía en creer que, de cualquier modo, en la vida
privada yo era probablemente una persona aburrida y sin interés. La interpretación
dada en este caso por el mismo paciente de que esto era una defensa, lo llevó al
reconocimiento de la desvalorización del analista como resultado del resurgimiento
de la envidia.
La ambición es otro factor sumamente eficaz para poner en movimiento a la envidia.
Dicha ambición se relaciona en primer término con la rivalidad y competencia en
la situación edípica. Pero si es excesiva, muestra claramente que se ha originado
en la envidia del objeto primario. El fracaso en colmar la propia ambición es a
menudo despertado por el conflicto entre el impulso de reparar el objeto dañado
por la envidia destructiva y una renovada reaparición de la envidia.
El hallazgo hecho por Freud sobre la envidia del pene en las mujeres y su relación
con los impulsos agresivos, fue una contribución básica en la comprensión de la
envidia. Cuando la envidia del pene y los deseos de castración son fuertes, el objeto
envidiado, el pene, ha de ser destruido y el hombre que lo posee ha de ser privado
de él. En Análisis terminable e interminable (1937) Freud enfatizó la dificultad
que surge en el análisis de mujeres por el hecho mismo de que nunca pueden adquirir
el pene que desean. Afirmó que las pacientes tienen "una convicción íntima de que
el tratamiento analítico no les servirá de nada y de que no experimentarán mejoría
alguna con él". No podemos sino estar de acuerdo con esto al descubrir que el motivo
más poderoso que las impulsó al tratamiento analítico era la esperanza de conseguir
en alguna forma el tan anhelado órgano sexual. Cierto número de factores contribuyen
a la envidia del pene, tema que ya he descrito anteriormente en relación con otros
aspectos. Deseo considerar ahora la envidia del pene en la mujer, especialmente
en lo que se refiere a su origen oral. Como sabemos, bajo el dominio de los deseos
orales el pene es fuertemente equiparado con el pecho (Abraham), y según mi experiencia,
en la mujer la envidia del pene se origina en la envidia del pecho materno. Descubrí
que si la envidia del pene es analizada sobre esta base, podremos ver que su origen
reside en la relación más temprana con la madre, en la fundamental envidia del pecho,
y en los sentimientos destructivos unidos a ella.
Freud nos ha demostrado hasta. qué punto la actitud de la niña hacia su madre es
vital para sus relaciones posteriores con los hombres. Cuando la envidia del pecho
materno ha sido intensamente transferida al pene del padre, el resultado puede ser
un reforzamiento de su actitud homosexual. Otro resultado es un giro brusco y repentino
hacia el pene alejándose del pecho, debido a las excesivas ansiedades y conflictos
despertados por la relación oral. Es éste esencialmente un mecanismo de escape que,
por lo tanto, no conduce a la formación de relaciones estables con el segundo objeto.
Si los motivos principales de tal huida son la envidia y el odio experimentados
hacia la madre, estas emociones son pronto transferidas al padre, por lo que no
puede establecerse una actitud amante y duradera hacia él. Al mismo tiempo, la relación
envidiosa con la madre se expresa en una excesiva rivalidad edípica. Esta rivalidad
se debe mucho menos al amor por el padre que a la envidia de la posesión materna
de éste y su pene. La envidia experimentada hacia el pecho es entonces totalmente
traspasada a la situación edípica. El padre (o su pene) se ha convertido en una
pertenencia de la madre y es por estos motivos que la niña quiere robárselo. Por
eso, en la vida ulterior, todo éxito en su relación con los hombres se convierte
en una victoria sobre otra mujer. Esto se aplica aun donde no existe una rival evidente,
ya que entonces la rivalidad es dirigida contra la madre del hombre, como puede
verse en las frecuentes perturbaciones de la relación entre nuera y suegra. Si el
hombre es valorado principalmente porque su conquista es un triunfo sobre otra mujer,
el interés puede perderse tan pronto como ha sido logrado el éxito. La actitud hacia
la mujer rival implica: "Tú (que representas a la madre) tenias ese pecho maravilloso
que no pude obtener cuando me lo rehusaste; todavía quiero robártelo, por eso te
quito ese pene que tanto aprecias". La necesidad de repetir este triunfo sobre un
rival odiado, contribuye con frecuencia a la búsqueda de un hombre y luego de otro
y otro más.
Cuando el odio y la envidia hacia la madre no son tan fuertes, la decepción y los
motivos de queja pueden llevar, con todo, al alejamiento de ella. La idealización
del segundo objeto, el pene paterno y el padre, puede entonces tener éxito. Esta
idealización se deriva en especial de la búsqueda de un objeto bueno, búsqueda que
en un primer tiempo no ha tenido éxito y que por lo tanto puede fracasar de nuevo.
Esto no vuelve necesariamente a suceder si en la situación de celos domina el amor
por el padre, porque entonces la mujer puede combinar cierto odio contra la madre
con amor por el padre y más tarde por otros hombres. En este caso las relaciones
amistosas hacia las mujeres son posibles mientras no representen demasiado a un
sustituto materno. La amistad con mujeres y la homosexualidad pueden entonces estar
basadas en la necesidad de encontrar un objeto bueno en lugar del objeto primario
evitado. El hecho de que estas personas -y esto se aplica tanto a los hombres como
a las mujeres- puedan tener buenas relaciones de objeto es a menudo engañoso. La
envidia subyacente hacia el objeto primario está disociada pero permanece activa
y propensa a perturbar cualquier relación.
En cierto número de casos hallé que la frigidez, en distintos grados, era el resultado
de actitudes inestables hacia el pene, basadas principalmente en una huida del objeto
primario. La capacidad de gratificación oral plena, que se halla arraigada en una
relación satisfactoria con la madre, es la base para poder experimentar el orgasmo
genital completo (Freud).
La envidia del pecho materno es también un factor muy importante en los hombres.
Si es fuerte y queda con ella menoscabada la gratificación oral, el odio y las ansiedades
son transferidas a la vagina. En tanto que normalmente el desarrollo genital capacita
al varón para retener a su madre como un objeto de amor, la perturbación profunda
de su relación oral abre el camino a serias dificultades en la actitud genital hacia
la mujer. Las consecuencias de una relación perturbada primero con el pecho y luego
con la vagina son múltiples, tales como el deterioro de la potencia genital, la
necesidad compulsiva de gratificación genital, la promiscuidad y la homosexualidad.
Pareciera que una fuente de culpa en la homosexualidad es el sentimiento de haberse
alejado de la madre con odio y haberla traicionado haciéndose aliado del padre y
de su pene. Tanto durante el período edípico como en la vida posterior, este elemento
de traición de la mujer amada puede traer, como repercusión, perturbaciones en la
amistad con los hombres, aunque ésta no sea de naturaleza homosexual manifiesta.
Por otra parte, observé que la culpa hacia la mujer amada y la ansiedad que ello
implica, a menudo refuerza la huida ante ella e incrementa las tendencias homosexuales.
La envidia excesiva del pecho es capaz de extenderse a todos los atributos femeninos,
en particular la capacidad de tener hijos. Si el desarrollo es exitoso, el hombre
obtiene una compensación por estos deseos femeninos incumplidos por medio de una
buena relación con su esposa o amante y siendo el padre de los hijos que ella le
brinda. Esta relación abre el camino para otras experiencias, como ser la identificación
con su hijo, que de muchos modos compensa la temprana envidia y la frustración.
Además, el sentimiento de haber creado al niño contrarresta la temprana envidia
del hombre con respecto a la feminidad de la madre.
Tanto en el hombre como en la mujer, la envidia tiene su parte en el deseo de quitarle
los atributos al sexo opuesto y poseer o arruinar los del padre del mismo sexo.
De aquí se desprende que en ambos sexos, por divergente que sea su desarrollo, los
celos y la rivalidad paranoides en la situación edípica positiva y negativa (directa
e invertida), están basados en la envidia excesiva hacia el objeto primario, es
decir, la madre, o mejor aun, su pecho.
El pecho "bueno" que alimenta e inicia la relación amorosa con la madre es el representante
del instinto de vida (Klein, 1952c, 1952d), siendo además vivido como la primera
manifestación de la facultad creadora. En esta relación fundamental el bebé no sólo
recibe la gratificación que desea, sino que también se siente mantenido con vida.
Porque el hambre, que es lo que despierta el miedo a la inanición -y posiblemente
todo dolor físico y espiritual- es sentido como una amenaza de muerte. Sí la identificación
con un objeto internalizado bueno y vivificante puede ser mantenida, ésta se convierte
en un impulso hacia la creación. Aunque superficialmente esto puede manifestarse
como la codicia del prestigio, riqueza y poder que otros han logrado, su propósito
real es la creación. La capacidad de dar y preservar la vida es percibida como la
mayor dote, por eso la facultad creadora se convierte en la causa más profunda de
envidia. El ataque a la facultad creadora que implica la envidia es ilustrado en
El paraíso perdido de Milton. Allí Satanás, envidioso de Dios, decide ser el usurpador
del Cielo. Hace la guerra a Dios en su intento de dañar la vida celestial y cae
del Paraíso. Ya caído, él y sus otros ángeles construyen el Infierno como organismo
competidor del Cielo, convirtiéndose en la fuerza destructiva que intenta deshacer
lo que Dios crea. Esta idea teológica parece venirnos de San Agustín, quien describe
la vida como una fuerza creadora opuesta a otra destructiva, la Envidia. En tal
sentido, en la Primera Carta a los Corintios se lee: "El amor no envidia".
Mi experiencia psicoanalítica me enseñó que la envidia de la facultad creadora es
un elemento fundamental en la perturbación del proceso de creación. Dañar y destruir
la fuente inicial de la bondad pronto lleva a destruir y atacar a los niños que
la madre contiene. Su resultado es que el objeto bueno queda convertido en hostil,
crítico y envidioso. La figura representativa del superyó sobre la que se ha proyectado
una fuerte envidia, vuélvese particularmente perseguidora e interfiere en los procesos
del pensamiento y de toda actividad productiva, que es, en último término, la facultad
de creación.
En la crítica destructiva, que con frecuencia es descrita como "mordaz" y "perniciosa",
se halla subyacente la actitud envidiosa y destructiva hacia el pecho. En particular
es la facultad creadora la que se convierte en el objeto de tales ataques. En The
Faerie Queene, Spenser describe la envidia como un lobo voraz: "El odiaba todas
las buenas obras y acciones virtuosas y también los versos de poetas famosos a los
cuales difamaba, y de boca leprosa escupe rencoroso veneno sobre todo lo que alguna
vez ha sido escrito." La crítica constructiva tiene distintas fuentes. Se propone
ayudar al otro y fomentar su trabajo. A veces deriva de una fuerte identificación
con la persona cuyo trabajo está en discusión. En la crítica constructiva también
pueden entrar las actitudes maternales o paternales. Frecuentemente la confianza
en la propia facultad creadora contrarresta la envidia.
Una causa de la envidia es la relativa ausencia de ésta en otros. La persona envidiada
es sentida como poseedora de lo que en el fondo es lo más apreciado y deseado, esto
es, un objeto bueno, que también implica un buen carácter y un juicio sano. Además,
quien puede apreciar de buena gana el trabajo creador y la felicidad ajena, queda
a salvo de los tormentos de la envidia, de los motivos de queja y de la persecución.
En tanto la envidia es una fuente de gran desdicha, una ausencia relativa de ésta
es percibida como substrato de los estados anímicos de satisfacción y paz y finalmente
de la cordura. Esto, de hecho, constituye asimismo la base de los recursos internos
y de la elasticidad que pueden ser observados en aquellos que recuperan la paz espiritual
aun después de haber atravesado una gran adversidad y dolor moral. Tal actitud,
que incluye la gratitud en relación con los placeres del pasado y el goce de lo
que el presente puede dar, se expresa en la serenidad. En las personas de edad avanzada,
hace posible la adaptación a la idea de que la juventud no puede ser recuperada
y las capacita para experimentar placer e interés con la vida de los jóvenes. Aquello
de que los padres reviven sus propias vidas en las de sus hijos y nietos -si esto
no es una expresión de una actitud en exceso posesiva y de ambición desviada- ilustra
lo que estoy tratando de transmitir. Los que sienten que han tenido participación
en la experiencia y placeres de la vida, son mucho más aptos para creer en la continuidad
de la vida. Esta capacidad para la resignación sin amargura excesiva, que no obstante
conserva vivo el poder de gozar, tiene su origen en la infancia, dependiendo del
grado en que el niño pudo gozar del pecho sin envidiar en forma excesiva su posesión
a la madre. Es mi sugerencia que la felicidad experimentada en la infancia y el
amor por el objeto bueno que enriquece la personalidad se hallan en el fondo de
la capacidad para el goce y la sublimación, haciéndose sentir esto aun en la vejez.
Cuando Goethe dijo: "El más feliz de los hombres es el que puede hacer concordar
estrictamente el fin de su vida con el comienzo", yo interpretaría "el comienzo"
como la relación temprana feliz con la madre que durante toda la vida mitiga el
odio y la ansiedad y aun da apoyo y satisfacción al anciano. Un niño que ha establecido
al objeto bueno firmemente, también puede encontrar compensaciones para la pérdida
y privaciones de la vida adulta. Todo esto es sentido por la persona envidiosa como
algo que nunca puede alcanzar porque jamás podrá ser satisfecha y por eso se reforzará
su envidia.
V
Ilustraré ahora algunas de mis conclusiones con material clínico. El primer ejemplo
está tomado del análisis de una paciente. Había sido alimentada al pecho, pero con
todo, las circunstancias no habían sido favorables y estaba convencida de que su
niñez y alimentación fueron totalmente insatisfactorias. Sus quejas acerca del pasado
se relacionaban con la desesperanza acerca del presente y del futuro. La envidia
del pecho nutricio y las dificultades posteriores en las relaciones de objeto ya
habían sido extensamente analizadas antes del episodio al que me voy a referir.
En cierta oportunidad la paciente me llamó por teléfono y dijo que no podía venir
a tratarse debido a que le dolía un hombro. Al día siguiente me llamó para decirme
que aún no estaba bien, pero que esperaba verme el próximo día. Cuando vino estaba
sumamente quejosa. Había sido cuidada por su sirvienta, pero nadie más se interesó
por ella. Me describió que en un momento dado su dolor aumentó repentinamente, siendo
éste acompañado de una sensación de frío extremo. Había sentido una imperiosa necesidad
de que alguien viniese inmediatamente y le cubriese el hombro a fin de que entrara
en calor, y que se fuese en cuanto esto fuera logrado. En ese instante se le ocurrió
que así debió sentir siendo bebé, cuando quería ser cuidada y nadie venia.
Era característico de esta paciente en su actitud hacia los demás -y esto aclaraba
sus más tempranas relaciones con el pecho- que deseara ser cuidada, pero al mismo
tiempo repeliese el objeto mismo que había de gratificarla. La sospecha con respecto
al don recibido junto con su imperiosa necesidad de ser cuidada -que en última instancia
significaba un deseo de ser alimentada- expresaban su actitud ambivalente hacia
el pecho. Me he referido a bebés cuya respuesta a la frustración es hacer un uso
insuficiente de la gratificación que, aunque tardía, podía brindarles la mamada.
Podría suponer que aun cuando no renuncian a sus deseos de un pecho gratificador,
no logran gozar de él y por lo tanto lo repelen. El caso en discusión ilustra algunas
de las razones de esta actitud: sospechada del don que ella deseaba recibir porque
el objeto ya estaba dañado por la envidia y el odio, existiendo al mismo tiempo
un profundo resentimiento por cada frustración. También tenemos que recordar -y
esto puede aplicarse a otros adultos en quienes la envidia es marcada- que muchas
experiencias desilusionantes, sin duda debidas en parte a su propia actitud, habían
contribuido a su impresión de que el cuidado deseado no sería satisfactorio.
En el curso de esta sesión, la paciente relató un sueño: estaba sentada en una mesa
en un restaurante. Sin embargo, nadie vino a servirla. Decidió unirse a una cola
y buscar algo para comer. Delante de ella habla una mujer que tomó dos o tres pastelitos
y se fue con ellos. La paciente también tomó dos o tres pastelitos. De sus asociaciones
selecciono las siguientes: la mujer parecía muy resuelta y su figura recordaba la
mía. Hubo una repentina duda acerca del nombre de los pasteles (en realidad petits-fours)
que en un comienzo pensó eran petit fru; esto le hizo recordar petit frau y de este
modo Frau Klein. El núcleo de mi interpretación fue que su queja por las sesiones
perdidas se relacionaba con las mamadas insatisfactorias y la infelicidad de su
niñez. Los dos pasteles de los "dos o tres", representaban el pecho del que ella
se sentía dos veces despojada al faltar a las sesiones. Eran "dos o tres" porque
no había estado segura si podría venir el tercer día. La circunstancia de que la
mujer era "resuelta" y que la paciente siguió su ejemplo al tomar los pasteles,
apuntaba tanto hacia su identificación con el analista como a la proyección de su
propia envidia sobre ella. En este sueño existe un aspecto estrechamente relacionado
con el contenido del libro. La analista que se fue con los dos o tres petits-fours
no sólo representaba al pecho que le fue rehusado, sino también al pecho que iba
a "alimentarse a sí mismo". (Unida a otro material, la analista "resuelta" no sólo
representaba el pecho sino a una persona con cuyas cualidades, buenas y malas, se
identificaba la paciente). Así a la frustración se había sumado la envidia del pecho.
Esta envidia había causado un amargo resentimiento, puesto que la madre había sido
sentida como egoísta y mezquina, alimentándose y amándose en lugar de hacerlo con
su bebé. En la situación analítica yo era sospechosa de haberme divertido durante
su ausencia, o haber dado el tiempo a otros pacientes a quienes prefería. La cola
a la que ella decidió unirse se refería a otros rivales más favorecidos.
La respuesta al análisis del sueño fue un notable cambio en la situación emocional.
La paciente ahora experimentaba un sentimiento de felicidad y gratitud más vivas
que en sesiones anteriores. Con lágrimas en los ojos, cosa poco usual en ella, dijo
que sentía como si ahora hubiese hecho una comida enteramente satisfactoria. También
se le ocurrió que su lactancia y su infancia podrían haber sido más felices de lo
que ella había supuesto. Se sentía asimismo, más esperanzada con respecto al futuro
y al resultado de su análisis. La paciente había entendido una parte de sí misma
con mayor claridad, parte que de ningún modo le era desconocida en otros aspectos.
Ella percibía su envidia y sus celos hacia varias personas, pero no había sido capaz
de reconocerlo suficientemente en la relación con la analista, porque era demasiado
doloroso experimentar que estaba envidiando y dañando tanto a la analista como al
éxito del análisis. En esta sesión después de las interpretaciones referidas, su
envidia había disminuido; la capacidad para gozar y para la gratitud habla pasado
a primer plano, siendo capaz de experimentar la sesión como una comida feliz. Esta
situación emocional tuvo que ser elaborada una y otra vez, en la transferencia positiva
y negativa, hasta que se logró un resultado más estable.
La experiencia de esa comida feliz se produjo al hacerla gradualmente capaz de unir
las partes disociadas de su personalidad en relación con la analista y por medio
del reconocimiento de cuánta envidia y por lo tanto cuántas sospechas tenía sobre
mí, y en primer lugar sobre su madre. Esto estaba ligado con sentimientos de gratitud.
En el curso del análisis la envidia disminuyó, haciéndose los sentimientos de gratitud
mucho más frecuentes y duraderos.
Mi segundo ejemplo está tomado del análisis de una paciente con fuertes rasgos depresivos
y esquizoides. Durante un largo período había sufrido estados depresivos. El análisis
siguió su marcha e hizo algún progreso, aunque la paciente expresó una y otra vez
sus dudas con respecto al trabajo efectuado. Yo había interpretado los impulsos
destructivos contra la analista, los padres y hermanos, y el análisis logró hacerle
reconocer fantasías específicas de ataques destructivos contra el cuerpo de su madre.
Habitualmente ese reconocimiento era seguido por depresiones de naturaleza controlable.
Fue un hecho notable que durante la primera parte del tratamiento no pudieran ser
examinadas la profundidad y severidad de las dificultades de la paciente. Socialmente
ella daba la impresión de ser una persona agradable, aunque propensa a la depresión.
Sus tendencias reparativas y la actitud servicial hacia sus amistades eran bastante
genuinas. Sin embargo, la severidad de su enfermedad se hizo aparente en cierto
período, debido en parte al previo trabajo analítico y en parte a algunas experiencias
externas. Habíanle ocurrido varias desilusiones; pero fue un éxito inesperado en
su carrera profesional el que trajo a un primer plano lo que había estado analizando
por algunos años, a saber la intensa rivalidad conmigo y el sentimiento de que en
su propio terreno ella pudiera llegar a ser igual, o mas bien superior a mi. Ambas
llegamos a reconocer la importancia de su envidia destructiva hacia mi; y como siempre
cuando llegamos a estos estratos profundos- parecía que cualquier impulso destructivo
allí existente era sentido como omnipotente y por lo tanto irrevocable e irremediable.
Hasta entonces yo había analizado sus deseos oral-sádicos en forma extensa, y así
fue como también llegamos a la comprensión parcial, por su parte, de los impulsos
destructivos hacia su madre y hacia mí. El análisis había tratado asimismo acerca
de sus deseos uretral y anal-sádicos, pero a este respecto yo sentía que no había
logrado gran progreso y que su comprensión de estos impulsos y fantasías era de
naturaleza más bien intelectual. Durante el particular período que ahora quiero
discutir, había aparecido material uretral con fuerza renovada.
Pronto se desarrolló un sentimiento de gran exaltación a raíz de su éxito, el que
fue anunciado por un sueño que mostró su triunfo sobre mi y, por debajo, la envidia
destructiva hacia mi representando a su madre. En el sueño ella estaba en el aire
sobre una alfombra mágica que la sostenía por encima de la copa de un árbol. La
altura era suficiente como para que pudiera ver, a través de una ventana, el interior
de una habitación donde una vaca estaba mascando algo que parecía ser la interminable
tira de una frazada. En la misma noche tuvo también un corto sueño en el que sus
calzones estaban mojados. Las asociaciones a este sueño pusieron en claro que estar
por encima de la copa del árbol significaba haberme aventajado, puesto que la vaca
me representaba a mi, a quien ella miraba con desprecio. Muy en el comienzo de su
análisis ella había tenido un sueño en el que yo estaba representada por una mujer
apática parecida a una vaca, mientras que ella era una niña pequeña que pronunciaba
con éxito un brillante discurso. En aquel tiempo mis interpretaciones de que había
convertido a la analista en una persona despreciable en tanto ella tenía una actuación
exitosa a pesar de ser mucho más joven, habían sido aceptadas sólo en parte, aunque
ella se daba plenamente cuenta que la niña era ella misma, y la mujer-vaca, la analista.
Este sueño llevó gradualmente a un percatamiento más pleno de sus ataques destructivos
y envidiosos contra mí y contra su madre. Desde entonces la mujer-vaca que me representaba
había sido un rasgo definido en el material, y por eso estaba completamente claro
que en el nuevo sueño la vaca, en la habitación que ella miraba, era la analista.
Asoció que la interminable tira de frazada representaba un interminable chorro de
palabras, ocurriéndosele que éstas eran todas las palabras que yo había dicho en
el análisis y que ahora tenía que tragármelas. La tira de frazada significaba un
ataque contra la vaguedad e inutilidad de mis interpretaciones. Aquí vemos la total
desvalorización del objeto primario, significativamente representado por la vaca,
así como también la queja contra la madre que no la había alimentado en forma satisfactoria.
El castigo impuesto sobre mí al tener que comer todas mis palabras saca a la luz
la profunda desconfianza y todas las dudas que una y otra vez la habían asediado
en el curso del análisis. Después de mis interpretaciones se hizo bastante claro
que no podía confiar en la maltratada analista, ni en el análisis desvalorizado.
La paciente estaba sorprendida y chocada por su actitud hacia mí, actitud que durante
largo tiempo, antes del sueño, había rehusado admitir con plenitud. Los calzones
mojados en el sueño y sus asociaciones expresaron (entre otros significados) los
venenosos ataques uretrales contra la analista, destinados a destruir sus poderes
mentales y cambiarla en una mujer-vaca. Poco tiempo después tuvo otro sueño que
ilustra este punto particular. Estaba parada en la parte inferior de una escalera,
mirando hacia arriba y viendo una pareja joven en la cual algo andaba mal. Arrojó
entonces una pelota de lana, que ella misma describió como "magia buena"; sus asociaciones
mostraron que la magia mala, y más especialmente el veneno, debían haber causado
la necesidad de usar la magia buena después. Las asociaciones con la pareja me permitieron
interpretar una situación actual de celos fuertemente negada, llevándonos del presente
hacia experiencias anteriores, que por último llegó naturalmente hasta los padres.
Los sentimientos destructivos y de envidia hacia la analista y hacia la madre en
el pasado, resultaron estar por debajo de los celos y la envidia hacia la pareja
del sueño. El hecho de que esta pelota liviana no llegase hasta la pareja implicaba
que su reparación no tuvo éxito; y la ansiedad por tal fracaso fue un elemento importante
en su depresión.
Este es sólo un extracto del material que sirvió para mostrarle a la paciente, de
modo convincente, su venenosa envidia hacia la analista y hacia su objeto primario.
Aquí cedió a la depresión, que fue de una profundidad tal como nunca había tenido
antes. La causa principal de esta depresión que siguió a su estado de exaltación
fue el haberse visto obligada a hacerse cargo de una parte de sí misma completamente
disociada, que hasta entonces no había sido capaz de reconocer. Como dije antes,
fue muy difícil ayudarla a darse cuenta de su odio y agresividad. Pero cuando llegamos
a esa fuente particular de destructividad, le era insoportable verse a la luz de
su envidia e ímpetu de dañar y humillar a la analista, quien era sumamente valorada
en otra parte de su mente. Ella no parecía ser particularmente jactanciosa o vanidosa,
pero por medio de diversos procesos de disociación y defensas maníacas habíase aferrado
a una imagen idealizada de sí misma. Como consecuencia de haber comprendido -lo
que en esa etapa del análisis ya no podía negar- que se sentía mala y despreciable,
la idealización se vino abajo y surgió la desconfianza acerca de sí misma, así como
también la culpa por el daño irrevocable causado en el pasado y el presente. Su
culpa y depresión se centralizaron sobre sus sentimientos de ingratitud hacia la
analista, quien, según ella sabía, la había ayudado y la estaba ayudando y hacia
quien ella sentía desprecio y odio y, en último término, por la ingratitud hacia
su madre, a la que inconscientemente veía como arruinada y dañada por su envidia
e impulsos destructivos.
El análisis de su depresión condujo a una mejoría que después de algunos meses fue
seguida de una renovada y profunda depresión. Esto fue causado por el reconocimiento
pleno de sus virulentos ataques anal-sádicos contra la analista y en el pasado contra
su familia, confirmando su sensación tanto de enfermedad como de maldad. Era ésa
la primera vez que ella fue capaz de apreciar cuán fuertemente habían sido disociados
los aspectos uretral y anal-sádicos. Cada uno de éstos había involucrado partes
importantes de la personalidad e intereses de la paciente. Los pasos hacia la integración
que tuvieron lugar después del análisis de la depresión, implicaban recuperar estas
partes perdidas, siendo la necesidad de encararlas la causa de su depresión.
El ejemplo siguiente es el de una paciente a quien yo describiría como bastante
normal. Con el transcurso del tiempo ella se había vuelto cada vez más consciente
de la envidia que experimentaba tanto hacia una hermana mayor como hacia su madre.
La envidia de su hermana había sido contrarrestada por un sentimiento de fuerte
superioridad intelectual que tenía base real y por la sensación inconsciente de
que la hermana era extremadamente neurótica. La envidia de la madre era contrabalanceada
por un sentimiento amoroso muy fuerte y por la apreciación de su bondad.
En el sueño que la paciente relató, se encontraba sola en un vagón del ferrocarril
con una mujer de la que sólo podía ver la espalda y que se hallaba inclinada hacia
la puerta del compartimiento con gran peligro de caer hacia afuera. La paciente
la sostenía fuertemente, tomándola del cinturón con una mano; con la otra escribía
una nota que puso en la ventana. En ella decía: en este compartimiento se halla
un médico ocupado con un paciente y no debe ser molestado.
De este sueño he seleccionado las asociaciones siguientes: la paciente tenía una
acentuada sensación de que la figura a la cual mantenía fuertemente sujeta era una
parte loca de si misma. En el sueño ella estaba convencida de que no debía dejarla
caer por la puerta, sino mantenerla en el compartimiento y enfrentarla. El análisis
reveló que el compartimiento la representaba a ella misma. Las asociaciones con
el cabello, que sólo era visto de atrás, se referían a la hermana mayor. Las asociaciones
siguientes la llevaron al reconocimiento de la rivalidad y envidia en relación con
aquélla, retrocediendo hasta la época en que la paciente aún era una niña mientras
que su hermana ya tenía un festejante. Luego habló de un vestido que usaba su madre
y que había admirado y codiciado cuando era pequeña. Este vestido marcaba claramente
la forma de los senos, haciéndose más evidente que nunca, aunque nada de esto era
enteramente nuevo, que lo que originalmente ella había envidiado y arruinado en
su fantasía era el pecho de la madre.
Este reconocimiento intensificó sus sentimientos de culpa, tanto hacia la hermana
como hacia la madre, llevándola a una revisión amplia de sus relaciones más tempranas.
Así, llegó a una comprensión mucho más compasiva de las deficiencias de su hermana,
sintiendo que no la había querido suficientemente. También descubrió que en su temprana
infancia la había querido más de lo que recordaba en la actualidad.
Yo interpreté que la paciente sentía que debía mantener sujeta una parte loca, disociada
de sí misma, hecho que también estaba ligado a la internalización de la hermana
neurótica. Como consecuencia de la interpretación del sueño la paciente, que tenía
razones para considerarse como bastante normal, sufrió fuerte sorpresa y conmoción.
Este caso ilustra una conclusión que se está haciendo cada vez más familiar, consistente
en que aun en personas normales existe con frecuencia en forma disociada de otras
partes de la personalidad, el remanente de sentimientos y mecanismos paranoides
y esquizoides. La sensación de la paciente de que debía mantener un dominio firme
sobre aquella figura, implicaba que también debía haber ayudado más a su hermana
o, por así decirlo, haberle impedido caerse; este sentimiento fue ahora revivido
en conexión con aquélla como objeto internalizado. La revisión de sus relaciones
más tempranas estaba ligada a cambios en los sentimientos hacia sus objetos primarios
introyectados. El hecho de que su hermana representara también la parte loca de
si misma resultó ser una proyección parcial de su propios sentimientos paranoides
y esquizoides sobre esta última. Fue con este percatamiento que disminuyó la disociación
de su yo.
Ahora deseo referirme a un paciente y relatar un sueño que tuvo el fuerte efecto
de hacerle reconocer no sólo los impulsos destructivos hacia la analista y hacia
su madre, sino también la envidia como factor específico en su relación con ellas.
Hasta entonces y con grandes sentimientos de culpa, había reconocido en cierta medida
sus impulsos destructivos, pero aún no se daba cuenta de la envidia y hostilidad
dirigidas contra la facultad creadora de la analista y contra su madre en el pasado.
Sin embargo, reconocía que tenía envidia a Otras personas y que unidos a una buena
relación con su padre, existían asimismo celos y rivalidad. El siguiente sueño lo
ayudó a percatarse de su envidia hacia la analista y aclaró sus tempranos deseos
de poseer todos los atributos femeninos de su madre.
En el sueño el paciente, que había estado pescando, preguntábase si debía matar
al pez que pensaba comer; por fin decidió colocarlo en un canasto y dejarlo morir.
El canasto en que lo llevaba era corno el que usan las lavanderas. Repentinamente
el pez se convirtió en un hermoso bebé que tenía algo verde en su ropa. Entonces
notó -y en ese momento se quedó muy preocupado- que los intestinos del bebé sobresalían
porque había sido herido por el anzuelo que había tragado en su estado de pez. Asoció
lo verde a la tapa de los libros de la International Psycho-Analytical Library,
comentando que el pez en el canasto representaba uno de mis libros, que evidentemente
me había robado. Otras asociaciones mostraron sin embargo que el pez no sólo era
mi trabajo y mi hijo, sino también me representaba a mi. Tragarme el anzuelo, que
significaba haberme tragado la carnada, expresaba su sentimiento de que yo había
pensado de él mejor de lo que se merecía; que no me había dado cuenta de que también
existían partes muy destructivas de él mismo que operaban contra mí. Aunque aún
no podía admitir plenamente que la manera de tratar al pez, al niño y a mí misma,
significaba destruirme a mi y a mi trabajo por envidia, inconscientemente sin embargo
lo comprendía. También interpreté que el canasto de la lavandera expresaba su deseo
de ser mujer, de tener niños y despojar a su madre de éstos. El efecto de este paso
en la integración fue un comienzo de fuerte depresión debido a que tuvo que enfrentar
los componentes agresivos de su personalidad. Aun cuando esto había sido anunciado
en la primera parte de su análisis, ahora lo experimentó como una conmoción y con
horror de si mismo.
La noche siguiente el paciente soñó con un lucio, al que asoció ballenas y tiburones,
pero en el sueño no sintió que el lucio fuese un animal peligroso. Era viejo y parecía
estar cansado y muy gastado. Sobre él se hallaba una rémora, sugiriendo inmediatamente
el paciente que la rémora no chupa al lucio o a la ballena, sino que se adhiere
a su superficie, protegiéndose así de los ataques de otros peces. El paciente reconoció
que esta explicación era una defensa contra el sentimiento de que él era la rémora
y yo el lucio viejo y gastado y me hallaba en ese estado por haber sido tan maltratada
en el sueño de la noche anterior y porque él sentía que yo había sido chupada hasta
quedar seca. Esto no sólo me había convertido en un objeto dañado, sino también
peligroso. En otras palabras, habían surgido tanto las ansiedades persecutorias
como las depresivas; el lucio asociado a las ballenas y tiburones mostraba los aspectos
persecutorios, mientras que su apariencia vieja y gastada expresaba sensación de
culpa por el daño que me había estado haciendo y que aún me hacia.
La fuerte depresión que siguió a este reconocimiento duró varias semanas en forma
más o menos ininterrumpida, pero no interfirió en el trabajo ni en la vida familiar
del paciente. Describió esta depresión como diferente y más profunda que cualquier
otra experimentada antes. El impulso hacia la reparación, expresado en el trabajo
físico y mental, se incrementó por la depresión y preparó el camino para su superación.
El resultado de esta fase sobre su análisis fue muy notable. Aun cuando la depresión
cedió después de haber sido elaborada, el paciente estaba convencido de que ya nunca
se vería del modo como lo había hecho antes. Con todo, esto no implicaba una sensación
de desánimo, sino un mayor conocimiento de sí mismo y una mayor tolerancia con respecto
a otras personas. Lo que el análisis logró fue un paso importante en la integración,
ligado al hecho de que el paciente fuese capaz de enfrentar su realidad psíquica.
No obstante, en el curso de su análisis había épocas en que esta actitud no podía
ser mantenida. Es decir que, como en todos los casos, la elaboración fue un proceso
gradual.
Aunque su previa observación y juicio acerca de las personas había sido bastante
normal, hubo una definida mejoría como resultado de este período de su tratamiento.
Otra consecuencia fue que los recuerdos de la infancia y de su actitud hacia los
hermanos surgieron con mayor fuerza y lo llevaron hasta la temprana relación con
la madre. Durante el estado de depresión a que me he referido, se dio cuenta de
que había perdido en gran parte el placer e interés por el análisis. Pero éstos
fueron recuperados por completo al ceder la depresión. En seguida trajo un sueño
en el que distinguía un leve menosprecio por la analista, pero que en el análisis
resultó expresar una fuerte desvalorización. En el sueño trataba con un niño delincuente,
pero no estaba satisfecho del modo como había manejado la situación. El padre del
niño se ofreció a llevar al paciente en automóvil a su destino, notando él que lo
llevaban más y más lejos del lugar donde deseaba ir. Después de un tiempo agradeció
al padre y bajó del coche; pero no estaba perdido, porque como de costumbre conservaba
un sentido general de la orientación. Al pasar miró un edificio un tanto raro que
se le ocurrió interesante y apropiado para una exposición, pero en el que no seria
agradable vivir. Sus asociaciones con él estaban ligadas con algún aspecto de mi
apariencia. Luego dijo que ese edificio tenía dos alas y recordó la expresión "tener
a alguien bajo el ala". Reconoció que el niño delincuente por el cual se había interesado,
lo representaba a él mismo, mostrando la continuación del sueño la razón por la
cual era delincuente: cuando el padre, que representaba a la analista, lo llevaba
más y más lejos de su destino, expresaba las dudas que utilizaba parcialmente a
fin de desvalorizarme, preguntándome si yo lo llevaba en la buena dirección, si
era necesario adentrarse tanto o si yo le estaba haciendo daño. Cuando se refirió
a que guardaba un sentido de la dirección y no se sentía perdido, esto implicaba
lo contrario de las acusaciones contra el padre (la analista) del niño: sabía que
el análisis era muy valioso para él y que era su envidia hacia mi lo que incrementaba
sus dudas.
Asimismo comprendió que el edificio interesante, en el que no le hubiera gustado
vivir, representaba a la analista. Por otra parte, sentía que al analizarla yo lo
había tomado bajo mi ala y lo estaba protegiendo de sus conflictos y ansiedades.
En el sueño las dudas y acusaciones contra mí eran usadas como una desvalorización
y no sólo se relacionaban con la envidia sino también con el desaliento por la envidia
y los sentimientos de culpa por su ingratitud.
Hubo otra interpretación de este sueño, confirmada sobre la base de otros posteriores,
fundada en el hecho de que en la sesión analítica yo a menudo representaba al padre,
cambiándome rápidamente en madre y a veces representando a ambos padres simultáneamente.
Esta interpretación era que la acusación contra el padre, por llevarlo en la mala
dirección, se enlazaba con su temprana atracción homosexual hacia él. Durante el
análisis se demostró que esta atracción estaba unida a intensos sentimientos de
culpa, porque pude mostrar al paciente que la fuerte disociación de la envidia y
odio contra su madre y su pecho habían contribuido a su vuelco hacia el padre, y
que sus deseos homosexuales eran sentidos como una alianza hostil contra la madre.
La acusación de que el padre lo llevó en mala dirección se unía al sentimiento general
-que encontramos con tanta frecuencia en los pacientes- de que él había sido seducido
por su padre y llevado en esta forma a la homosexualidad. Aquí tenemos la proyección
sobre el padre de los propios deseos del individuo.
El análisis de su sensación de culpa tuvo varios efectos. En primer término experimentó
un amor más profundo hacia sus padres. También se dio cuenta -y estos dos hechos
están estrechamente ligados- de que había existido un elemento compulsivo en su
necesidad de reparar. La identificación excesivamente fuerte con el objeto dañado
en la fantasía -originalmente la madre- había perjudicado su capacidad para gozar
plenamente y con esto, en cierta medida, empobrecido su vida. Se pudo ver entonces
que aun en su más temprana relación con su madre, aunque no existía razón para dudar
de que hubiera sido feliz durante la lactancia, no había podido gozarla completamente,
debido a su temor de agotar o despojar el pecho. Por otra parte, la interferencia
con su satisfacción daba motivos de queja y aumentaba sus sentimientos persecutorios.
Esto es un ejemplo del proceso descrito anteriormente, en el que la culpa -en particular
la culpa por la envidia destructiva de la madre y del analista- es propensa a tornarse
en persecución en los estadíos tempranos del desarrollo. A través del análisis de
la envidia primaria y de la correspondiente disminución de la ansiedad depresiva
y persecutoria, aumentó su capacidad para gozar y sentir gratitud en un plano más
profundo.
Mencionaré ahora otro caso de un paciente en el que la tendencia a la depresión
se hallaba también acompañada de una necesidad compulsiva de reparar. Su ambición,
rivalidad y envidia, que coexistían con muchos buenos rasgos de carácter, habían
sido analizadas gradualmente. Sin embargo, fueron necesarios varios años para que
el paciente experimentase en forma plena la envidia del pecho y su facultad creadora
y el deseo de arruinarlo, el cual estaba muy disociado. Al comenzar su análisis
tuvo un sueño que describió como "ridículo": hallábase fumando una pipa llena de
hojas que habían sido arrancadas de uno de mis libros. Primero expresó gran sorpresa
acerca de esto porque "uno no fuma papeles impresos". Interpreté que eso sólo era
un aspecto menor del sueño; el significado principal era que él había roto mi trabajo
y lo estaba destruyendo. También señalé que la destrucción de mis trabajos era de
naturaleza anal-sádica, que estaba implicada en el hecho de fumarlos. El había negado
estos ataques agresivos, puesto que junto con la fuerza de sus procesos de disociación,
poseía gran capacidad para negar. Otro aspecto de este sueño era que los sentimientos
de persecución surgieron en conexión con el análisis. Las interpretaciones previas
lo habían ofendido y fueron vividas como algo que él tenía que "poner en su pipa
y fumar". El análisis de este sueño ayudó al paciente a reconocer sus impulsos destructivos
contra la analista y también que habían sido estimulados por una situación de celos
surgida el día anterior. Esta se centraba en la impresión de que yo valoraba a otro
más que a él. Pero tal reconocimiento no llevó a una comprensión de su envidia hacia
la analista, aunque le fue interpretado. Sin embargo, no caben dudas de que esto
preparó el terreno para el material en que los impulsos destructivos y la envidia
se hicieron gradualmente más claros.
La culminación fue alcanzada en un período posterior del análisis, cuando todos
estos sentimientos en relación con la analista llegaron al paciente con toda su
fuerza. Entonces relató un sueño que describió otra vez como "ridículo": se estaba
desplazando a gran velocidad, como si estuviera en un automóvil. Estaba de pie sobre
un artefacto semicircular, hecho con alambre o algún "material atómico". Tal como
lo expresó, "esto lo mantenía andando". De pronto notó que el objeto sobre el cual
se encontraba parado se hacía pedazos y esto lo angustió. Al objeto semicircular
asoció el pecho y la erección del pene, implicando su potencia. Este sueño incluía
su sentimiento de culpa por no hacer uso correcto del análisis y sus impulsos destructivos
hacia mí. En la depresión, sentía que yo no podría ser preservada, existiendo conexiones
con ansiedades similares, en parte conscientes, que dependían de no haber sido capaz
de proteger a su madre durante la ausencia de su padre, durante la guerra y en otras
situaciones posteriores. Por entonces sus sentimientos de culpa en relación con
su madre y conmigo habían sido analizados en forma extensa. Pero últimamente sentía
en forma más clara que era su envidia lo que me destruía. Sus sentimientos de culpa
y su desdicha eran tanto mayores ya que en una parte de su mente estaba agradecido
a su analista. La frase "esto me mantenía andando" implicaba cuán esencial resultaba
su análisis para él, ya que representaba una precondición de su potencia en el sentido
más amplio, es decir, del éxito en todas sus aspiraciones.
La revelación de su envidia y odio hacia mi se produjo en forma de conmoción y fue
seguida de una fuerte depresión y sensación de indignidad. Creo que este tipo de
conmoción, que he descrito en varios casos anteriores, es consecuencia de un paso
importante hacia la curación de la disociación entre partes de la personalidad,
estableciéndose así un período de progreso en la integración del yo.
En una sesión, después del segundo sueño, llegó a una comprensión aun más completa
de su ambición y envidia. Agregó que conocía sus limitaciones y según lo expresó,
no esperaba cubrir de gloria a su profesión ni a si mismo. En ese momento, todavía
bajo la influencia de aquel sueño, comprendió que su modo de expresarlo mostraba
la fuerza de su ambición y su envidia en la comparación conmigo. Después de un estado
inicial de sorpresa, este reconocimiento culminó en plena convicción.
VI
He descrito a menudo mi punto de vista sobre la ansiedad como el nódulo de mi técnica.
Sin embargo, las ansiedades desde su iniciación no pueden ser halladas sin sus respectivas
defensas. Como ya lo he señalado anteriormente, la primerísima función del yo es
la de enfrentar la ansiedad. Hasta creo probable que la ansiedad primordial, engendrada
por la amenaza del instinto de muerte dentro del organismo, pudiera ser la explicación
de por qué el yo es puesto en actividad desde el momento del nacimiento. El yo se
protege constantemente contra el dolor y la tensión que la ansiedad despierta, y
por lo tanto emplea defensas desde el comienzo de la vida postnatal. Durante muchos
años he sostenido que la mayor o menor capacidad del yo para soportar la ansiedad
es un factor constitucional que influye fuertemente en el desarrollo de las defensas.
Si su capacidad para hacer frente a la ansiedad es inadecuada el yo puede volver
regresivamente a defensas apropiadas a su estadío. Como resultado, la ansiedad persecutoria
y los métodos para luchar contra ella pueden ser tan fuertes que menoscaban la posterior
elaboración de la posición depresiva. Algunos casos, particularmente los de tipo
psicótico, nos enfrentan desde el principio con defensas de una naturaleza aparentemente
tan impenetrable, que por algún tiempo pueden parecer imposibles de analizar.
A continuación enumeraré algunas de las defensas contra la envidia que he hallado
en el curso de mi trabajo. Algunas de las más tempranas que fueron frecuentemente
descritas con anterioridad, tales como la omnipotencia, la negación y la disociación,
son reforzadas por la envidia. En una sección previa he sugerido que la idealización
no sólo sirve como defensa contra la persecución, sino también contra la envidia.
En los pequeños, si la disociación normal entre el objeto bueno y el malo no se
logra inicialmente, este fracaso, ligado a la envidia excesiva, trae a menudo como
resultado la disociación entre un objeto primario omnipotentemente idealizado y
otro muy malo. La gran exaltación del objeto y de sus dones es un intento de disminuir
la envidia. Sin embargo, si la envidia es muy fuerte, es probable que tarde o temprano
se vuelva contra el objeto idealizado primario y las otras personas que en el curso
del desarrollo irán a representarlo.
Según sugerí antes, cuando no tiene éxito la fundamental y normal disociación del
amor y el odio, del objeto bueno y el malo, puede surgir la confusión entre uno
y otro objeto. Creo que ésta es la base de cualquier confusión, ya sea en los estados
confusionales severos o en formas más leves como la indecisión, es decir una dificultad
en llegar a conclusiones y trastornos de la capacidad para pensar claramente. Pero
la confusión también es empleada en forma defensiva y esto puede ser observado en
los distintos planos del desarrollo. Confundiéndose con respecto a si el sustituto
de la figura original es bueno o malo, se contrarresta hasta cierto punto la persecución,
así como la culpa por haber arruinado y atacado al objeto primario por medio de
la envidia. La lucha contra la envidia toma otro carácter cuando, junto con la posición
depresiva, se instalan distintos sentimientos de culpa. Aun en personas en quienes
la envidia no es excesiva, la preocupación por el objeto, la identificación con
él y el temor de perderlo y del daño hecho contra su facultad creadora, son factores
importantes en la dificultad para elaborar la posición depresiva.
La "huida del lado de la madre hacia otras personas" que son admiradas e idealizadas
a fin de evitar los sentimientos hostiles hacía ese objeto más importante y envidiado
(y por lo tanto odiado), el pecho, se convierte así en un medio para preservarlo
-lo cual también significa preservar a la madre-. Con frecuencia he señalado que
tiene gran importancia el modo como se lleva a cabo la desviación del primer objeto
hacia el segundo, o sea el padre. Si predominan la envidia y el odio, estas emociones
son en cierta medida transferidas al padre o a los hermanos y luego a otras personas,
fallando así el mecanismo de huida.
Al alejamiento del objeto primario está ligada la dispersión de los sentimientos
que estaban dirigidos hacia él, lo cual podría llevar a la promiscuidad en un período
posterior del desarrollo. La ampliación de las relaciones de objeto es un proceso
normal en la infancia. En la medida en que la relación con objetos nuevos es en
parte un sustituto del amor hacia la madre y no especialmente una huida del odio
hacia ella, los objetos nuevos son útiles y al mismo tiempo una compensación de
los inevitables sentimientos de pérdida del único objeto primario; pérdida ésta
que surge con la posición depresiva. El amor y la gratitud son preservados en grado
variable en la nueva relación, aunque en cierta extensión estos sentimientos están
separados de aquellos que están dirigidos hacia la madre. Sin embargo, si la dispersión
de las emociones es principalmente empleada como una defensa contra la envidia y
el odio, no existe base para mantener relaciones estables de objeto, pues se hallan
influidas por la persistente hostilidad hacia el objeto primitivo.
La defensa contra la envidia a menudo toma la forma de desvalorización del objeto.
He sugerido que arruinar y desvalorizar se hallan en la esencia de la envidia. El
objeto que ha sido desvalorizado ya no necesita ser envidiado. Esto pronto se aplica
al objeto idealizado que es desvalorizado y por lo tanto deja de ser ideal. La rapidez
con que esta idealización se destruye depende de la fuerza de la envidia. Pero la
desvalorización y la ingratitud son el recurso usado como defensa contra la envidia
en cada etapa del desarrollo; en algunas personas éstas permanecen como características
de sus relaciones de objeto. Ya me he referido a los pacientes que en la situación
transferencial critican una interpretación aun después de haberles sido decididamente
útil, hasta que al fin nada bueno queda de ella. Sirva como ejemplo un paciente
que durante una sesión analítica había llegado a una solución satisfactoria de un
problema externo y que inició la siguiente, diciendo que se sentía muy fastidiado
conmigo; yo le había despertado gran angustia el día anterior al hacerle enfrentar
ese problema particular. Además agregó que se sentía acusado y desvalorizado por
mi porque la solución no se le había ocurrido hasta que el problema fue analizado.
Sólo después de reflexionar reconoció que el análisis había resultado realmente
útil.
Una defensa particular de tipo más depresivo es la desvalorización de la propia
persona. Ciertas personas pueden ser incapaces de desarrollar sus propias dotes
y emplearlas de modo satisfactorio. En otros casos esta actitud sólo emerge en ciertas
oportunidades, siempre y cuando exista el peligro de rivalizar con una figura importante.
Al desvalorizar sus propias dotes niegan la envidia y al mismo tiempo se castigan
por ella. Sin embargo, se puede comprobar en el análisis que la desvalorización
de la propia persona despierta nuevamente envidia frente al analista, quien es percibido
como superior, sobre todo porque el paciente se ha desvirtuado tanto. Privarse del
éxito tiene evidentemente muchas causas determinantes, lo cual también se aplica
a todas las actitudes a que me he referido. Con todo, he hallado que una de las
causas más profundas de esta defensa es la culpa y la desdicha por no haber sido
capaz de preservar al objeto bueno, debido a la envidia. Las personas que han establecido
su objeto bueno en forma algo precaria, sufren la ansiedad de que éste pueda ser
arruinado y perdido como consecuencia de la competencia y envidia; de ahí que eviten
el éxito y la competencia.
Otra defensa contra la envidia es la que se relaciona con la voracidad. Internalizando
el pecho en forma muy voraz de modo que en la mente del niño quede por entero como
su posesión y sujeto al control, éste siente que será suyo todo lo bueno que atribuye
al pecho. Esto es empleado para contrarrestar la envidia. La misma voracidad con
que es llevada a cabo esta internalización contiene en sí el germen del fracaso.
Como dije anteriormente, un objeto bueno que se halla bien consolidado y por lo
tanto asimilado, no sólo ama al sujeto, sino que es amado por éste. Creo que esto
es característico de la relación con un objeto bueno, lo cual no se aplica, o sólo
lo es en menor grado, a un objeto idealizado. A través del violento deseo de posesión,
el objeto bueno se transforma en un perseguidor destruido, con lo que no se evitan
suficientemente las consecuencias de la envidia. Sucede todo lo contrario cuando
existe tolerancia hacia la persona amada; dicha tolerancia es también proyectada
sobre otras, quienes se convierten así en figuras benévolas.
Despertar la envidia en otros es un método frecuente de defensa; por medio del éxito,
de los propios bienes y de la buena suerte, se invierte la situación en que es experimentada
la envidia. Su ineficacia como método deriva de la ansiedad persecutoria que ocasiona.
Las personas envidiosas y en particular el objeto interno envidioso, son percibidos
como los peores perseguidores. Otra razón por la cual esta defensa es precaria proviene
en último término de la posición depresiva. El deseo de provocar envidia en otras
personas y particularmente en las amadas, y triunfar, crea culpa y miedo de dañarlas.
La ansiedad despertada perjudica el goce de los propios bienes e incrementa nuevamente
la envidia.
Existe otra defensa que es bastante común, la de sofocar los sentimientos de amor
con la correspondiente intensificación del odio, porque esto es menos doloroso que
soportar la culpa producida por la combinación de amor, odio y envidia. Esto puede
no expresarse como odio, sino que toma caracteres de indiferencia. Una defensa aliada
a ésta es la de apartarse del contacto con las personas. La necesidad de independencia,
que como sabemos es un fenómeno normal en el desarrollo, puede reforzarse a fin
de evitar la gratitud o la culpa por la ingratitud y la envidia. En el análisis
hallamos que inconscientemente esta independencia es en realidad completamente falsa,
ya que el individuo permanece dependiendo de su objeto interno.
Cuando las partes disociadas de la personalidad, incluyendo a las más envidiosas
y destructivas, se juntan, se producen progresos en la integración. Existe un método
particular de enfrentarse con esta situación, que fue descrito por Herbert Rosenfeld
(1955). Este señaló que el acting out es empleado a fin de mantener la disociación.
Según mi punto de vista, la "actuación", en la medida en que es usada para evitar
la integración, se convierte en una defensa contra las ansiedades despertadas por
la aceptación de la parte envidiosa de la personalidad.
No he alcanzado a describir todas las defensas contra la envidia porque su variedad
es infinita. Están íntimamente entrelazadas con las defensas contra los impulsos
destructivos y la ansiedad persecutoria y depresiva, dependiendo su éxito de muchos
factores externos e internos. Como se ha dicho, cuando la envidia es fuerte y por
ello capaz de reaparecer en toda relación de objeto, las defensas contra ella parecen
ser precarias. Las defensas contra los impulsos destructivos no dominados por la
envidia parecen ser mucho más efectivas, aunque pueden implicar inhibiciones y limitaciones
de la personalidad.
Cuando predominan los rasgos esquizoides y paranoides, las defensas contra la envidia
no pueden tener éxito, puesto que los ataques sobre el sujeto lo llevan a una sensación
de aumento de la persecución que sólo puede ser manejada por renovados ataques,
es decir, por un refuerzo de los impulsos destructivos. De este modo se establece
un círculo vicioso que menoscaba la capacidad de contrarrestar la envidia. Esto
se aplica particularmente a los casos de esquizofrenia y explica hasta cierto punto
las dificultades para lograr su curación. El resultado es más favorable cuando existe
en cierta medida una relación con un objeto bueno, pues esto también significa que
la posición depresiva ha sido parcialmente elaborada. Las experiencias de depresión
y culpa implican el deseo de evitar daño al objeto amado y restringir la envidia.
Las defensas que he enumerado y además muchas otras, forman parte de la reacción
terapéutica negativa porque son un poderoso obstáculo a la capacidad de admitir
lo que el analista tiene que dar. Me he referido antes a algunas de las formas que
toma la envidia hacia el analista. Cuando el paciente es capaz de experimentar gratitud
-y esto significa que en tales momentos es menos envidioso- se encuentra en condiciones
más favorables para beneficiarse con el análisis y consolidar lo que ya ha logrado.
En otras palabras, cuanto más predominen los rasgos depresivos sobre los esquizoides
y paranoides, tanto mayores son las perspectivas de cura.
El impulso de reparación y la necesidad de ayudar al objeto envidiado también son
medios muy importantes para contrarrestar la envidia. En último término esto involucra
contrarrestar los impulsos destructivos mediante la movilización de sentimientos
de amor.
Puesto que en varias oportunidades me he referido a la confusión, puede ser útil
resumir ahora algunos estados de confusión importantes que surgen normalmente en
diferentes períodos del desarrollo, así como en relación con otras situaciones.
He señalado a menudo que los deseos libidinales y agresivos uretrales y anales (y
aun los genitales) operan desde el comienzo de la vida postnatal -aunque bajo el
dominio de los orales-, y que después de algunos meses la relación con los objetos
parciales se extiende a la relación con la persona total. Ya he discutido aquellos
factores -en particular los fuertes rasgos esquizo-paranoides y la envidia excesiva-
que desde el comienzo tornan borrosa la distinción y malogran el éxito de la disociación
entre el pecho bueno y malo; así se ve reforzada la confusión en el bebé. Creo que
en el análisis de nuestros pacientes es esencial seguir el rastro de todos los estados
de confusión, aun los más severos de la esquizofrenia, hasta esa temprana incapacidad
de distinguir entre el objeto primario bueno y malo, aunque también debe ser tenido
en cuenta su empleo defensivo contra la envidia y los impulsos destructivos.
Ya han sido mencionadas algunas consecuencias de esta temprana dificultad, tales
como el comienzo prematuro de la culpa, la incapacidad del niño de experimentar
la culpa y la persecución en forma separada y el incremento que resulta de la ansiedad
persecutoria. También he llamado la atención sobre la importancia de la confusión
con respecto a los padres, resultante de una intensificación de la figura combinada
de los padres debida a la envidia. He asociado el comienzo temprano de la genitalidad
con la huida de la oralidad, hecho que incrementa la confusión entre las tendencias
y fantasías orales, anales y genitales.
Otros factores que contribuyen muy tempranamente a la confusión y estados de perplejidad
son la identificación proyectiva y la introyectiva, porque temporariamente pueden
tener el efecto de volver borrosa la distinción entre el individuo y los objetos
entre el mundo externo y el interno. Tal confusión interfiere en la comprensión
y percepción realista del mundo externo. La desconfianza y el miedo de admitir "alimento
mental" se refiere a la pasada desconfianza de lo que ofreció el pecho envidiado
y dañado. Si primariamente el alimento bueno es confundido con el malo, posteriormente
queda menoscabada la capacidad para pensar con claridad y desarrollar normas de
valores. Todos estos trastornos, que según mi punto de vista se hallan también ligados
a la defensa contra la ansiedad y que han sido despertados por el odio y la envidia,
se expresan en inhibición del aprendizaje y el desarrollo intelectual. Aquí dejo
fuera de consideración varios otros factores que contribuyen a producir tales dificultades.
Los estados de confusión que he resumido brevemente y en los cuales incide el intenso
conflicto entre las tendencias destructivas (odio) y las integrativas (amor) son
hasta cierto punto normales. Es con la integración creciente y por medio de la elaboración
exitosa de la posición depresiva -que incluye una mayor clarificación de la realidad
interna- que la percepción del mundo externo se hace más real; resultado que normalmente
se halla en marcha durante la segunda mitad del primer año y en el comienzo del
segundo. Estos cambios están esencialmente unidos a una disminución en la identificación
proyectiva, que forma parte de los mecanismos y ansiedades esquizo-paranoides.
VII
Intentaré ahora una descripción somera de las dificultades que se oponen al progreso
de un análisis. Sólo después de un trabajo largo y cuidadoso es posible capacitar
al paciente para que encare la envidia y odio primarios. Aunque los sentimientos
de competencia y envidia son familiares para la mayoría de las personas, sus implicaciones
más profundas y tempranas, experimentadas en la situación transferencial, son extremadamente
dolorosas y por lo tanto difíciles de aceptar para el paciente. Tanto en el hombre
como en la mujer, la resistencia que hallamos al analizar sus celos y hostilidad
edípicos, aunque muy fuerte, no es tan intensa como la que encontramos al analizar
la envidia y odio contra el pecho. Ayudar al paciente a que atraviese estos conflictos
y sufrimientos profundos es el medio más eficaz de fomentar su estabilidad e integración,
porque esto lo capacita, por medio de la transferencia, para consolidar el objeto
bueno y su amor por él y lograr alguna confianza en sí mismo. Innecesario es decir
que el análisis de esta relación más temprana involucra la exploración de las relaciones
posteriores y permite al analista comprender más plenamente la personalidad adulta
del paciente.
En el curso del análisis tenemos que estar preparados para encontrar fluctuaciones
entre mejorías y retrocesos. Esto puede manifestarse de muchas maneras. Por ejemplo,
el paciente ha experimentado gratitud y aprecio por la habilidad del analista. Esta
misma habilidad que es causa de admiración pronto da lugar a la envidia, la que
puede ser contrarrestada por el orgullo de tener un buen analista. Si el orgullo
despierta el deseo de posesión puede haber un renacimiento de la voracidad infantil,
la que podría ser expresada en los siguientes términos: yo tengo todo lo que deseo;
yo tengo a la madre buena por entero para mí. Tal actitud voraz y controladora tiende
a dañar la relación con el objeto bueno y origina un sentimiento de culpa, el que
pronto puede llevar a otra defensa, por ejemplo: yo no quiero dañar a la madre-analista,
más bien quisiera abstenerme de aceptar sus dones. En esta situación, al no ser
aceptada la ayuda del analista, renace entonces la culpa temprana por haber rechazado
la leche y el amor ofrecidos por la madre. El paciente también experimenta un sentimiento
de culpa porque se está privando (la parte buena de su personalidad) de mejorar
y recibir ayuda, reprochándose haber colocado un peso demasiado grande en el analista
al no cooperar suficientemente; de este modo siente que lo está explotando. Tales
actitudes alternan con la ansiedad persecutoria de que le son robadas sus defensas,
emociones, pensamientos y todos sus ideales. En estados de gran ansiedad parece
no haber otra alternativa en la mente del paciente que la de robar o ser robado.
Como he sugerido, las defensas permanecen activas incluso cuando se produce un mayor
percatamiento. Cada paso hacia la integración, y la ansiedad despertada por esto,
pueden llevar a la aparición de primitivas defensas con mayor fuerza, e incluso
a la aparición de otras nuevas. También debemos esperar que la envidia primaria
surja una y otra vez y por lo tanto vernos confrontados con fluctuaciones repetidas
en la situación emocional. Por ejemplo, cuando el paciente se siente despreciable
y por ello inferior al analista -al que en ese momento atribuye bondad y paciencia-
pronto reaparece la envidia respecto a este último. Su propia desdicha, el dolor
y los conflictos que atraviesa son contrastados con la paz espiritual atribuida
al analista -en realidad su sano juicio-, siendo esto una causa particular de envidia.
La incapacidad del paciente para aceptar con gratitud una interpretación a la que
en alguna parte de su mente reconoce. como útil es un aspecto de la reacción terapéutica
negativa. Bajo el mismo título se hallan muchas otras dificultades, algunas de las
cuales mencionaré. Debemos estar preparados para la posible aparición de intensas
ansiedades toda vez que el paciente haga progresos en la integración, es decir,
cuando la parte envidiosa de la personalidad, la que odia y es odiada, se ha acercado
más a otras partes de ella. Estas ansiedades incrementan la desconfianza del paciente
respecto a sus impulsos amorosos. Sofocar el amor, hecho que he descrito como una
defensa maníaca durante la posición depresiva, radica en la amenaza de peligro proveniente
de los impulsos destructivos y la ansiedad persecutoria. En el adulto, la dependencia
de una persona amada hace renacer el desamparo del bebé y es sentida como humillante.
Pero en esto hay más que desamparo infantil: el niño puede depender excesivamente
de la madre si su ansiedad es demasiado grande por temor a que sus impulsos destructivos
la transformen en un objeto persecutorio o dañado; esta excesiva dependencia puede
ser revivida en la situación transferencial. Otro motivo para sofocar los impulsos
amorosos es la ansiedad originada en el temor de que si se cediese al amor la voracidad
destruiría al objeto. Existe asimismo el temor de la excesiva responsabilidad que
el amor pueda crear y de que el objeto sea demasiado exigente. El conocimiento inconsciente
de que el odio y los impulsos destructivos se hallan en acción puede hacer que el
paciente se sienta más sincero al no admitir el amor a sí mismo ni a los demás.
Puesto que la ansiedad no puede surgir sin que el yo ponga en juego todas las defensas
que es capaz de producir, los procesos de disociación desempeñan un papel importante
como métodos contra la experimentación de las ansiedades persecutoria y depresiva.
Cuando interpretamos tales procesos de disociación el paciente se hace más consciente
de una parte de sí mismo, de la cual está aterrorizado porque la siente como representativa
de los impulsos destructivos. En aquellos en quienes los tempranos procesos de disociación
(siempre ligados a rasgos esquizoides y paranoides) son menos dominantes, la "represión"
de los impulsos es más fuerte y por lo tanto el cuadro clínico es diferente. Es
decir, que nos hallamos frente al paciente más bien de tipo neurótico, el cual ha
logrado superar en cierta extensión la disociación temprana y en quien la represión
se ha convertido en la principal defensa contra los trastornos emocionales.
Otra dificultad que durante largos períodos obstaculiza el análisis es la tenacidad
con que el paciente se adhiere a una transferencia positiva fuerte; hasta cierto
punto esto puede ser engañoso, porque está basado en la idealización y encubre el
odio y la envidia, que están disociados. Es característico entonces que las ansiedades
orales sean a menudo evitadas y los elementos genitales se hallen en primer plano.
En relación con otros aspectos he intentado mostrar que los impulsos destructivos,
expresión del instinto de muerte, son sentidos ante todo como dirigidos contra el
yo. Al ser confrontado con ellos, aunque esto haya ocurrido gradualmente, el paciente
en tanto se halla en el proceso de aceptarlos e integrarlos como aspecto de sí mismo
se siente expuesto a la destrucción. Es decir que en ciertos momentos como resultado
de la integración, el paciente enfrenta varios peligros mayores; su yo puede ser
arrollado; la parte ideal de su personalidad puede perderse al conocer la existencia
de su parte disociada, destructiva y odiada; al no estar ya reprimidos los impulsos
destructivos del paciente, el analista puede volverse hostil y tomar represalias,
convirtiéndose así también en una peligrosa figura del superyó; el analista, como
representante de un objeto bueno, es amenazado con la destrucción. El peligro que
corre el analista contribuye a crear la fuerte resistencia que hallamos al intentar
deshacer la disociación y hacer progresos hacia la integración. Esto se hace comprensible
si recordamos que el bebé siente a su objeto primario como fuente de bondad y vida,
y por lo tanto como irreemplazable. Su ansiedad por temor de haberlo destruido es
la causa de grandes dificultades emocionales y entra en forma prominente en los
conflictos que surgen en la posición depresiva. El sentimiento de culpa que resulta
cuando el paciente se percata de la envidia destructiva puede llevar a una inhibición
temporaria de sus capacidades.
Nos hallamos frente a una situación muy distinta cuando las fantasías omnipotentes
y aun megalomaníacas aumentan como defensa contra la integración. Este llega a ser
un período crítico, pues el paciente puede buscar refugio en el refuerzo de sus
proyecciones y actitudes hostiles. De este modo se cree superior al analista, al
que acusa de desvalorizarlo y por lo tanto halla justificación para odiarle. Así
desacredita todo lo hasta entonces logrado en el análisis. Volviendo a la situación
primitiva, cuando era bebé el paciente puede haber tenido fantasías de ser más poderoso
que sus padres y aun de que él mismo creó a su madre o la dio a luz y poseyó su
pecho. De acuerdo con esto, la madre seria quien robó el pecho del paciente y no
éste quien se lo robó a ella. Proyección, omnipotencia y persecución se hallan entonces
en su punto culminante. Algunas de estas fantasías actúan cuando son muy fuertes
los sentimientos de prioridad, ya sea en el trabajo científico o de cualquier otra
índole. Hay otros factores que pueden despertar el deseo vehemente de prioridad,
tal como la ambición procedente de varios orígenes y, en particular, el sentimiento
de culpa unido básicamente a la envidia y destrucción del objeto primario y los
substitutos posteriores. Esta culpa acerca de haber robado al objeto primario puede
llevar a la negación, que entonces toma la forma de pretensión de completa originalidad
y por lo tanto excluye la posibilidad de haber tomado o de no haber aceptado nada
del objeto. Con todo, el análisis de estos profundos y severos trastornos es una
salvaguardia contra el peligro potencial de la psicosis resultante de las actitudes
excesivamente envidiosas y omnipotentes. Pero es esencial no tratar de acelerar
estos pasos hacia la integración. Porque si el reconocimiento de la división de
su personalidad sucediese repentinamente, el paciente tendría grandes dificultades
para superarlo. Cuanto más fuertemente hayan sido disociados los impulsos envidiosos
y destructivos, tanto más peligrosos son sentidos cuando el paciente cobra conciencia
de ellos. En el análisis debemos progresar lenta y gradualmente hacia el doloroso
percatamiento de las divisiones de la personalidad del paciente. Esto significa
que los aspectos destructivos son una y otra vez disociados y recuperados hasta
que se produce una mayor integración. Como resultado, la sensación de responsabilidad
se hace más fuerte y la culpa y la depresión son experimentadas con mayor plenitud.
Cuando esto sucede el yo es fortalecido, la omnipotencia de los impulsos destructivos
y la envidia disminuyen, siendo liberadas la capacidad de amar y la gratitud que
fueran sofocadas en el curso del proceso de disociación. Por lo tanto, los aspectos
disociados gradualmente se vuelven más aceptables y el paciente, en vez de disociar
su personalidad, es capaz de reprimir en forma creciente los impulsos destructivos
hacia los objetos amados. Esto implica que también disminuye la proyección sobre
el analista, que lo convierte en una figura peligrosa y retaliativa. En esta forma,
a su vez, el analista halla más fácil ayudar al paciente a lograr una mayor integración.
Es decir, la reacción terapéutica negativa está perdiendo fuerza.
Tanto en la transferencia positiva como en la negativa, analizar los procesos de
disociación y el odio y la envidia subyacentes demanda grandes esfuerzos al analista
y al paciente. Una consecuencia de esta dificultad es la tendencia de algunos analistas
a reforzar la transferencia positiva y evitar la negativa, intentando aumentar los
sentimientos amorosos al asumir el papel del objeto bueno que el paciente no fue
capaz de consolidar en el pasado. Este proceder difiere esencialmente de la técnica
que, al ayudar al paciente a conseguir una mejor integración de si mismo, tiene
por objeto integrar el odio con el amor. Mis observaciones me han demostrado que
las técnicas basadas en la tranquilización rara vez tienen éxito; en particular,
sus resultados no son duraderos. Por cierto, hay en todas las personas una necesidad
inveterada de ser tranquilizadas, la que se remonta a la primera relación con la
madre. El niño espera que ésta atienda no sólo a todas sus necesidades, sino que
desea vehementemente signos de amor cada vez que él experimenta ansiedad. Este anhelo
de ser tranquilizado es un factor vital en la situación analítica y no debemos menospreciar
su importancia en nuestros pacientes, tanto adultos como niños. Hallaremos que,
aunque el propósito consciente y a menudo inconsciente es el de ser analizado, el
paciente nunca abandona por completo el fuerte deseo de recibir evidencias de amor
y aprecio y por lo tanto de ser tranquilizado por el analista. Hasta la cooperación
del paciente que permite el análisis de los estratos profundos de su mente, de los
impulsos destructivos y de la ansiedad persecutoria, puede hasta cierto punto ser
influida por la necesidad de satisfacer al analista y ser amado por él. El analista
que es consciente de esto analizará las raíces infantiles de estos deseos; de no
ser así, al identificarse con su paciente, la primitiva necesidad de ser tranquilizado
puede influir fuertemente en su contratransferencia y por lo tanto en su técnica.
Esta identificación puede asimismo fácilmente tentar al analista a tomar el lugar
de la madre y ceder de inmediato a la necesidad de aliviar las ansiedades de su
niño (el paciente).
Una de las dificultades para provocar avances en la integración surge cuando el
paciente dice: "Yo puedo entender lo que usted me dice pero no lo siento". Nos damos
cuenta de que de hecho nos estamos refiriendo a una parte de la personalidad que
tanto para el paciente como para el analista no es suficientemente accesible en
ese momento. Nuestros intentos de ayuda para la integración del paciente sólo tendrán
poder de convicción si le podemos demostrar, tanto en el material presente como
en el pasado, cómo y por qué él está una y otra vez disociando parte de su personalidad.
Tal evidencia proviene a menudo de un sueño anterior a la sesión y puede ser deducida
del contexto total de la situación analítica. Si una interpretación de disociación
es suficientemente sustentada del modo descrito, puede ser confirmada en la próxima
sesión al relatar el paciente una pequeña parte de un sueño o dando más material.
El resultado acumulativo de tales interpretaciones capacita habitualmente al paciente
para realizar algún progreso en la integración y la comprensión.
La ansiedad que impide la integración tiene que ser totalmente comprendida e interpretada
en la situación de transferencia. Señalé anteriormente la amenaza que surge en la
mente del paciente, tanto para sí mismo como para el analista, si en el análisis
son recuperadas las partes disociadas de su personalidad. Al enfrentarse con esta
ansiedad no deben desestimarse los impulsos amorosos cuando puedan ser detectados
en el material. Son ellos los que en último término capacitan al paciente a mitigar
su odio y envidia.
Por más que en ciertos momentos el paciente sienta que la interpretación no lo afecta,
esto puede ser a menudo una expresión de resistencia. Si desde el comienzo del análisis
hemos prestado suficiente atención a los siempre repetidos intentos de disociar
las partes destructivas de la personalidad -en particular el odio y la envidia-,
de hecho, por lo menos en la mayoría de los casos, hemos capacitado al paciente
para avanzar hacia la integración. Después de un trabajo afanoso, cuidadoso y consciente
del analista es cuando puede esperarse con frecuencia una integración más estable
del paciente.
Ilustraré ahora esta fase del análisis por medio de dos sueños.
El segundo paciente masculino al cual me referí, en un período posterior de su análisis,
cuando ya se habían producido distintas pruebas de una mayor integración y mejoría,
relató el sueño siguiente, donde muestra las fluctuaciones en el proceso de integración
causadas por el dolor de los sentimientos depresivos. Se encontraba en un departamento
de un piso alto y X, un amigo de un amigo suyo, lo llamaba desde la calle proponiéndole
una caminata. El paciente no accedió porque un perro negro que se hallaba en el
departamento hubiera podido salir y ser atropellado. Acarició al perro. Cuando miró
por la ventana halló que X había "retrocedido".
Algunas de las asociaciones vincularon el departamento con el mío y el perro negro
con mi gato negro, al que describió como "ella". X, un antiguo compañero de estudios,
nunca le había agradado al paciente. Lo describió como afable e insincero; X pedía
también a menudo dinero prestado (aunque lo devolvía después) y de un modo tal que
parecía que tuviera todo el derecho de hacerlo. X no obstante resultó ser muy bueno
en su profesión.
El paciente reconoció que "un amigo de su amigo" era un aspecto de sí mismo. La
esencia de mis interpretaciones fue que él se había acercado más al reconocimiento
de una parte desagradable y amenazante de su personalidad; el peligro para el perro-gato
(la analista) consistía en que ella seria atropellada (es decir, dañada) por X.
Cuando X le pidió que fuesen juntos a caminar, esto simbolizaba un paso hacia la
integración. En ese momento un elemento de esperanza entró en el sueño, evidenciado
en el hecho de que X, a pesar de sus fallas, resultara ser bueno en su profesión.
Es asimismo característico del progreso realizado que la parte de sí mismo a la
cual se había acercado en el sueño no fuera tan destructiva y envidiosa como en
un material previo.
La inquietud del paciente por la seguridad del perro-gato expresaba el deseo de
proteger a la analista de sus tendencias hostiles y voraces representadas por X,
llevándole una ampliación temporaria de la disociación que ya había sido en parte
remediada. Sin embargo, cuando X, la parte rechazada de sí mismo, "retrocedió",
esto demostró que no se había ido del todo y que el proceso de integración sólo
estaba perturbado temporariamente. El estado de ánimo del paciente estaba caracterizado
por la depresión; además predominaban la culpa y los deseos de preservar a la analista.
En este sentido el temor a la integración estaba causado por la sensación de que
la analista debía ser protegida de los impulsos voraces y peligrosos del paciente.
No cabía duda de que él todavía estaba disociando una parte de su personalidad,
pero la represión de los impulsos voraces y destructivos se había hecho más notoria.
La interpretación por lo tanto tenía que referirse tanto a la disociación como a
la represión. El primer paciente masculino también trajo, en un período posterior
de su análisis, un sueño que mostró progresos bastante apreciables en la integración.
Soñó que tenia un hermano delincuente que había cometido un serio crimen. Estando
de visita en una casa, mató y robó a sus moradores. El paciente estaba profundamente
perturbado por eso, pero sintió que debía ser leal a su hermano y salvarlo. Huyeron
juntos y se hallaban en un bote. Aquí el paciente asoció Los miserables de Víctor
Hugo, mencionando a Javert, que había perseguido a una persona inocente toda su
vida, siguiéndola aun hasta las cloacas de París, donde estaba escondiéndose. Pero
Javert terminó por suicidarse porque reconoció que había gastado su vida entera
de manera equivocada.
El paciente entonces continuó narrando el sueño. El y su hermano fueron arrestados
por un policía que lo miró bondadosamente, lo cual le hizo confiar en que después
de todo él no seria ejecutado; pareció dejar a su hermano abandonado a su propia
suerte.
El paciente comprendió de inmediato que el hermano delincuente era parte de sí mismo.
Recientemente había usado la palabra delincuente refiriéndose a aspectos menores
de su propia conducta. Recordaremos también aquí que en un sueño previo se había
referido a un muchacho delincuente a quien no había sabido tratar en forma adecuada.
El paso hacia la integración al cual me estoy refiriendo fue señalado por el paciente
al tomar la responsabilidad por el hermano delincuente y hallarse con él en "el
mismo bote". Interpreté el asesinato y robo de las personas que lo habían recibido
bondadosamente como la representación de sus ataques fantaseados contra la analista,
refiriéndome a su ansiedad frecuentemente expresada respecto del temor de que me
dañase su deseo voraz de sacarme lo más posible. Asocié esto con la primitiva culpa
en relación con su madre. El policía bondadoso representaba a la analista que no
lo juzgaría severamente y lo ayudaría a deshacerse de su parte mala. Señalé además
que en el proceso de integración, el uso de la disociación -tanto de la personalidad
como del objeto- había reaparecido. Esto estaba indicado por la analista figurando
en un doble papel: como policía bondadoso y como el persecutorio Javert, quien al
fin se suicidó y sobre el cual también estaba proyectada la maldad del paciente.
A pesar de que éste ya había comprendido su responsabilidad por la parte delincuente
de su personalidad, todavía estaba disociándose, puesto que él era representado
por el hombre "inocente", mientras que las cloacas dentro de las cuales se lo perseguía
significaban las profundidades de su destructividad anal y oral.
La recurrencia de la disociación era causada no sólo por la ansiedad persecutoria
sino por la depresiva, pues el paciente sentía que no podía enfrentar a la analista
(cuando ella aparecía en un papel bondadoso) sin dañarla con la parte mala de sí
mismo. Estas eran las razones por las cuales recurrió a unirse con el policía contra
su propia parte mala, a la cual en ese momento deseaba aniquilar.
Freud aceptó desde el comienzo que algunas variaciones individuales son debidas
a factores constitucionales; por ejemplo, en "Carácter y erotismo anal" (O.C. 9)
expresó el punto de vista de que el erotismo anal es, en muchas personas, constitucional.
Abraham descubrió un elemento innato en la fuerza de los impulsos orales, a los
que conectó con la etiología de la psicosis maníaco-depresiva. Dijo que "... lo
que realmente es constitucional y heredado es un exceso de acentuación del erotismo
oral, del mismo modo como en ciertas familias el erotismo anal parece ser un factor
preponderante desde el comienzo". Ya mencioné anteriormente que la voracidad, el
odio y las ansiedades persecutorias en relación con el objeto primario -el pecho
materno- tienen una base innata. En este libro he agregado que la envidia como expresión
de impulsos oral y anal-sádicos es también constitucional. Las variaciones en la
intensidad de estos factores constitucionales están unidas, según mi modo de ver,
a la preponderancia de uno u otro en la fusión de los instintos de vida y muerte
postulados por Freud. Creo que hay una conexión entre esta preponderancia de uno
u otro instinto y la fuerza o debilidad del yo. Las dificultades para soportar la
ansiedad, tensión y frustración son la expresión de un yo que desde el comienzo
de la vida postnatal es débil en proporción a los intensos impulsos destructivos
y sentimientos persecutorios que experimenta. Estas fuertes ansiedades impuestas
sobre un yo débil llevan a un excesivo uso de defensas, como la negación, disociación
y omnipotencia, que en cierta extensión son siempre características del más temprano
desarrollo. De acuerdo con mis tesis, añadirla que un yo constitucionalmente fuerte
no es fácil presa de la envidia y es más capaz de efectuar la disociación entre
bueno y malo, lo que yo estimo como precondición para establecer el objeto bueno.
El yo es entonces menos propenso a esos procesos de disociación que llevan a la
fragmentación y son parte de los rasgos paranoides marcados.
Otro factor que desde un principio influye en el desarrollo es la variedad de experiencias
externas a través de las cuales pasa el bebé. Esto explica en cierta medida el desenvolvimiento
de sus ansiedades tempranas que podrían ser particularmente grandes en un niño que
ha tenido un parto dificultoso y alimentación insatisfactoria. Sin embargo, la acumulación
de observaciones me convenció de que el impacto de estas experiencias externas es
proporcional a la fortaleza constitucional de los impulsos destructivos innatos
y las consiguientes ansiedades paranoides. Muchos niños no han tenido experiencias
muy desfavorables y con todo sufren serias dificultades en la alimentación y el
sueño; en ellos podemos ver todos los signos de una gran ansiedad, los cuales no
son suficientemente explicados por las circunstancias externas.
Es asimismo bien conocido que algunos niños están expuestos a grandes privaciones
y circunstancias desfavorables y no desarrollan a pesar de ello excesivas ansiedades;
esto sugeriría que sus rasgos paranoides y envidiosos no son dominantes, lo que
comúnmente se ve confirmado por su historia posterior.
En mi trabajo analítico tuve muchas oportunidades de hacer remontar el origen de
la formación del carácter a las variaciones en los factores innatos. Hay mucho más
que aprender acerca de las influencias prenatales; pero aun poseyendo un mayor conocimiento
acerca de éstas, no disminuirá la importancia que los elementos innatos tienen en
la determinación de la fortaleza del yo y las tendencias instintivas.
La existencia de los factores innatos referidos arriba, apunta hacia las limitaciones
de la terapia analítica. A pesar de tener plena conciencia de ello, mi experiencia
me enseñó que, sin embargo, en cierto número de casos podemos producir cambios fundamentales
y positivos aun allí donde la base constitucional es desfavorable.
CONCLUSIONES
Durante muchos años en mis análisis he considerado a la envidia del pecho nutricio
como un factor que agrega intensidad a los ataques contra el objeto primario.
Con todo, sólo recientemente he puesto particular énfasis en la cualidad dañina
y destructiva de la envidia, en la medida en que interfiere en la estructuración
de una relación segura con el objeto bueno interno y externo, socava el sentimiento
de gratitud y en muchos modos hace borrosa la distinción entre bueno y malo.
En todos los casos descritos, la relación con el analista como objeto interno era
de importancia fundamental. Además hallé que esto resulta cierto en general. Cuando
la ansiedad por la envidia y sus consecuencias llega a su punto culminante, el paciente
en diversos grados se siente como si hubiese perdido el objeto bueno y con él la
seguridad interna. Mis observaciones me enseñaron que, cuando en cualquier período
de la vida es seriamente perturbada la relación con el objeto bueno -trastorno en
el cual la envidia desempeña un papel prominente-, no sólo son interferidas la seguridad
interna y la paz, sino que sobreviene el deterioro del carácter. El predominio de
los objetos internos persecutorios refuerza los impulsos destructivos. Mientras
que si el objeto bueno está bien establecido, la identificación con él fortalece
la capacidad para amar, los impulsos constructivos y la gratitud. Lo cual está de
acuerdo con la hipótesis propuesta al comienzo de este libro: si el objeto bueno
está profundamente arraigado, las perturbaciones temporarias pueden ser resistidas
y queda colocado el fundamento de la salud mental, la formación del carácter y el
desarrollo exitoso del yo.
En relación con otros aspectos describí la importancia del objeto persecutorio internalizado
más temprano, es decir, el pecho retaliativo, devorador y venenoso. Podría suponer
ahora que la proyección de la envidia del niño presta una particular complexión
a su ansiedad acerca de la primitiva y posterior persecución interna. El "superyó
envidioso" es sentido como un perturbador o aniquilador de todos los intentos de
reparación y de la facultad creadora, haciendo constantes y exorbitantes demandas
sobre la gratitud del individuo. Esto es porque a la persecución se agregan los
sentimientos de culpa, ya que los objetos internos persecutorios son el resultado
de los impulsos envidiosos y destructivos del individuo que primitivamente dañaron
al objeto bueno. La necesidad de castigo, que halla satisfacción con la incrementada
desvalorización de la persona, lleva a un círculo vicioso.
Como lo sabemos, la finalidad del psicoanálisis es la integración de la personalidad
del paciente. La conclusión de Freud, que sostiene que donde estuvo el ello deberá
estar el yo, es un jalón que señala esa dirección. Los procesos de disociación surgen
en los períodos más primitivos del desarrollo. Si son excesivos forman parte integral
de los severos rasgos paranoides y esquizoides que pueden ser la base de la esquizofrenia.
En el desarrollo normal estas tendencias esquizoides y paranoides (la posición esquizo-paranoide)
son superadas en gran medida durante el período caracterizado por la posición depresiva,
desarrollándose exitosamente la integración. Los importantes avances hacia ésta,
introducidos durante este estadío, preparan la capacidad del yo para la represión,
la cual, según creo, actúa en forma creciente en el segundo año de vida.
En "Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé" sugerí que el
niño pequeño es capaz de enfrentarse con dificultades emocionales por medio de la
represión silos procesos de disociación en los primeros períodos no fueron demasiado
intensos, produciéndose por lo tanto una consolidación de las partes conscientes
e inconscientes de la mente. En las etapas más tempranas la disociación y otros
mecanismos de defensa son siempre de primera importancia. Ya en Inhibición, síntoma
y angustia Freud sugiere que puede haber métodos de defensa anteriores a la represión.
En este libro no he tratado la vital significación de la represión para el desarrollo
normal porque el efecto de la envidia primaria y su estrecha conexión con los procesos
de disociación han sido mi principal esfera de interés.
En lo que se refiere a la técnica, intenté mostrar que los progresos en la integración
pueden ser logrados analizando una y otra vez las ansiedades y defensas ligadas
a la envidia y los impulsos destructivos. Estuve siempre convencida de la importancia
del hallazgo de Freud acerca de que la "elaboración" es una de las principales tareas
del procedimiento analítico; mi experiencia al tratar con los procesos de disociación
y retrotraerlos a su origen hizo aun más fuerte esta convicción. Cuanto más profundas
y complejas las dificultades que estamos analizando, mayor será la resistencia que
probablemente encontraremos. Esto tiene que ver con la necesidad de dar un alcance
adecuado a la "elaboración".
Esta necesidad surge particularmente en relación con la envidia del objeto primario.
Los pacientes podrán reconocer su envidia, celos y actitudes competitivas hacia
otras personas y aun el deseo de dañar sus capacidades, pero sólo la perseverancia
del analista al analizar estos sentimientos hostiles en la transferencia, y por
lo tanto capacitar al paciente para experimentarlos en su más primitiva relación,
puede llevar a la disminución del proceso disociativo dentro de la personalidad.
La experiencia demostró que cuando falla el análisis de estos impulsos, fantasías
y emociones fundamentales ello se debe en parte a que el dolor y la ansiedad depresiva
manifestados predominan en algunas personas sobre el deseo de verdad y, en último
término, sobre el deseo de ser ayudados. Creo que la cooperación del paciente debe
basarse en una fuerte determinación para descubrir la verdad acerca de si mismo,
si es que ha de aceptar y asimilar las interpretaciones del analista en relación
con esas primitivas capas de la mente. Estas interpretaciones, si son suficientemente
profundas, movilizan una parte de la personalidad que es percibida como un enemigo
del yo y también del objeto amado y que ha sido disociada y aniquilada. Hallé que
las ansiedades que surgen por la interpretación del odio y la envidia hacia el objeto
primario y la sensación de persecución por parte del analista cuyo trabajo despierta
estas emociones, son más dolorosas que cualquier otro material que interpretemos.
Estas dificultades se aplican particularmente a los pacientes con fuertes ansiedades
paranoides y mecanismos esquizoides, porque ellos son menos capaces de experimentar,
junto con la ansiedad persecutoria despertada por la interpretación, una transferencia
positiva y confianza en el analista. En último término son menos capaces de mantener
los sentimientos de amor. En el período actual de nuestro conocimiento, me siento
inclinada a creer que éstos son los pacientes -no necesariamente de tipo psicótico
manifiesto- con los cuales el éxito es limitado o puede no lograrse nunca.
Cuando el análisis puede ser llevado a tales profundidades, la envidia y el temor
de la envidia disminuyen, llegándose a una mayor confianza en las fuerzas constructivas
y reparadoras, es decir, en la capacidad de amar. El resultado es asimismo una mayor
tolerancia con respecto a las propias limitaciones, como también mejores relaciones
de objeto y una más clara percepción de la realidad interna y externa.
La comprensión lograda en el proceso de integración hace posible, en el curso del
análisis, que el paciente reconozca que hay partes potencialmente peligrosas de
su personalidad. Pero cuando el amor puede ser suficientemente unido con el odio
y la envidia disociados, estas emociones se vuelven tolerables y decrecen porque
son mitigadas por el amor. Los diversos contenidos de la ansiedad antes mencionados
son también disminuidos, tal como el peligro de ser abrumado por la parte destructiva
disociada de la personalidad. Este riesgo parece tanto más grande porque, como consecuencia
de la excesiva omnipotencia temprana, el daño hecho en la fantasía parece irrevocable.
La ansiedad por el temor de que los sentimientos hostiles destruyan el objeto amado
decrece cuando aquellos son mejor conocidos e integrados en la personalidad. El
dolor que el paciente experimenta durante el análisis también disminuye gradualmente
debido a las mejorías ligadas con el progreso en la integración, tal como el recuperar
cierta iniciativa, ser capaz de tomar decisiones para las que previamente se era
incapaz y, en general, con el uso más libre de las propias dotes. Esto se halla
unido a una merma de la inhibición de la capacidad de reparar. La posibilidad de
gozar aumenta en muchas formas y la esperanza reaparece, aunque pueda todavía alternar
con la depresión. Hallé que la facultad de crear crece en proporción con la capacidad
de consolidar el objeto bueno, lo que en casos exitosos es el resultado del análisis
de la envidia y la destructividad.
En forma similar a la que se produjo en la infancia, las experiencias felices repetidas
de ser alimentado y amado influyen en la consolidación del objeto bueno; del mismo
modo, en el análisis, las experiencias repetidas de la efectividad y verdad de las
interpretaciones dadas llevan al analista y, retrospectivamente, al objeto primario,
a ser estructurados como figuras buenas.
Todos estos cambios contribuyen al enriquecimiento de la personalidad. Junto con
el odio, la envidia y la destructividad, otras partes importantes de aquélla que
se habían perdido son recobradas en el curso del análisis. Hay también un considerable
alivio al sentirse más como una persona íntegra, ganar control sobre sí mismo y
adquirir más profunda sensación de seguridad hacia el mundo en general. En "Notas
sobre algunos mecanismos esquizoides" sostengo que los sufrimientos del esquizofrénico,
debidos a las sensaciones de ser dividido en pequeños trozos, son de lo más intensos.
Estos sufrimientos son subestimados porque sus ansiedades aparecen en forma distinta
de las de los neuróticos. Aun cuando no se trate de psicóticos y nos hallemos analizando
personas cuya integración ha sido perturbada y que sienten indecisión tanto acerca
de sí mismos como de los demás, del mismo modo son experimentadas ansiedades similares
que se alivian cuando es alcanzada una integración mayor. Según mi punto de vista,
una integración completa y permanente nunca es posible, porque bajo presión de origen
externo o interno aun las personas bien integradas pueden ser impulsadas -aunque
ésta sea una fase transitoria- a mayores procesos de disociación.
En mi trabajo "Sobre la identificación" sugerí cuán importante es para el desarrollo
de la personalidad y la salud mental el hecho de que la fragmentación no domine
en los primitivos procesos de disociación. Allí dije: "Cuando se tiene la sensación
de contener un pezón y un pecho no dañados -aunque coincidiendo con fantasías del
pecho devorado y despedazado- la disociación y proyección no están predominantemente
relacionadas con las partes fragmentadas de la personalidad, sino con partes más
coherentes del individuo. Esto implica que el yo no está expuesto al fatal debilitamiento
por dispersión y por esta razón es más capaz de deshacer repetidamente la disociación
y alcanzar la integración y síntesis en relación con los objetos".
Creo que esta capacidad de recuperar las partes disociadas es la precondición del
desarrollo normal. Esto implica que el proceso de disociación es superado en cierta
medida y que la represión de los impulsos y fantasías tiene lugar gradualmente.
El análisis del carácter ha sido siempre una parte importante y muy difícil de la
terapia analítica. Seguir los pasos de ciertos aspectos de la formación del carácter
hasta los primitivos procesos que he descrito es, según creo, la manera de poder
efectuar cambios trascendentales en el carácter y la personalidad. Los aspectos
técnicos que he intentado transmitir en este libro pueden ser considerados desde
otro ángulo. Desde el comienzo todas las emociones se adhieren al primer objeto.
Si los impulsos destructivos, la envidia y la ansiedad paranoide son excesivos,
el niño distorsiona groseramente y magnifica toda frustración de origen externo
y el pecho de la madre se torna externa e internamente un objeto predominantemente
persecutorio. Entonces, aun las gratificaciones reales no pueden contrarrestar la
ansiedad persecutoria de modo suficiente. Retrotrayendo el análisis hasta la primitiva
infancia, capacitando al paciente a revivir situaciones fundamentales, revivencia
que a menudo he descrito como memorias o recuerdos en los sentimientos (memories
in feeling) , el paciente puede desarrollar, durante el curso del análisis, una
actitud diferente hacia sus primeras frustraciones. No hay duda de que si el niño
estuvo realmente expuesto a condiciones muy desfavorables, el establecimiento retrospectivo
de un buen objeto no puede deshacer esas desagradables experiencias primitivas.
Con todo, la introyección del analista como un objeto bueno, si no está basada en
la idealización, tiene hasta cierto punto el efecto de proveer un objeto interno
bueno, cuya falta se ha hecho sentir en forma notable. También el debilitamiento
de las proyecciones y, por lo tanto, el logro de una mayor tolerancia, unido con
un menor resentimiento, hacen posible que el paciente halle y reviva algunos aspectos
y recuerdos placenteros del pasado, aun cuando la situación temprana fuese muy desfavorable.
Esto se logra por medio del análisis de la transferencia positiva y negativa, que
nos lleva retrospectivamente hasta las primeras relaciones de objeto. Esto es posible
porque la integración resultante del análisis ha fortalecido el yo que era débil
en el comienzo de la vida. Siguiendo esta dirección es como también puede tener
éxito el análisis de los psicóticos. El yo más integrado se torna capaz de experimentar
la culpa y los sentimientos de responsabilidad, que no fue capaz de enfrentar en
la infancia; se efectúa en consecuencia la síntesis del objeto y, por lo tanto,
la mitigación del odio por el amor, disminuyendo la potencia de la voracidad y la
envidia, que son los corolarios de los impulsos destructivos.
Expresado de distinta manera: decrecen la ansiedad persecutoria y los mecanismos
esquizoides y el paciente puede elaborar la posición depresiva. Cuando la ineptitud
inicial para establecer un objeto bueno es en cierta medida superada, la envidia
disminuye y la capacidad para el goce y la gratitud aumentan en forma gradual. Estos
cambios se extienden a muchos aspectos de la personalidad del paciente y alcanzan
desde la primitiva vida emocional hasta las experiencias y relaciones del adulto.
Según creo, la mayor esperanza de ayuda a nuestros pacientes reside en el análisis
de los efectos de las primeras perturbaciones sobre la totalidad del desarrollo.