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En
el siguiente artículo me propongo examinar en detalle ciertas diferencias entre
la vida mental de los niños pequeños y la de los adultos. Estas diferencias
requieren que usemos una técnica adaptada a la mente del niño pequeño, y
trataré de demostrar que hay una cierta técnica de juego analítica, que
cumple con este requisito. Esta técnica está planeada de acuerdo con ciertos
puntos de vista que examinaré con algún detalle en este artículo.
Como
sabemos, los niños forman relaciones con el mundo externo dirigiendo hacia
los objetos de los que se obtiene placer la libido originalmente apegada
exclusivamente al propio yo del niño. La relación del niño con estos objetos,
sean vivientes o inanimados, es en primer lugar narcisista. Sin embargo, es de
este modo como los niños llegan a tener relaciones con la realidad. Quisiera
ahora ilustrar con un ejemplo la relación de los niños pequeños con la
realidad.
Trude,
una niña de tres años y tres meses, se fue de viaje con la madre luego de una
única sesión de análisis. Seis meses después reinicié el análisis. Fue sólo
después de tiempo considerable que habló de algo que había pasado en ese
intervalo, y la ocasión en que lo hizo fue durante el relato de un sueño. Soñó
que estaba nuevamente en Italia con su madre, en un restaurante familiar. La
camarera no le daba jarabe de frutilla, porque no quedaba más. La interpretación
de este sueño mostró, entre otras cosas, que la niña sufría aún de la
privación del pecho materno impuesta por el destete; además, reveló su
envidia a su hermanita. Por lo general, Trude me contaba toda clase de cosas
aparentemente irrelevantes, y también mencionaba repetidamente detalles de su
primera sesión analítica, seis meses atrás, pero era sólo la conexión con
las frustraciones que había experimentado lo que le hacía pensar en sus
viajes, que por otra parte no tenían interés para ella.
En
una edad muy temprana los niños empiezan a conocer la realidad a través de
las privaciones que ésta les impone. Se defienden a si mismos contra la
realidad repudiándola. Sin embargo lo fundamental y el criterio de toda
capacidad ulterior de adaptación a la realidad, es el grado en que son
capaces de tolerar las privaciones que resultan de las situaciones mismas. De
ahí que incluso en niños pequeños, un repudio exagerado de la realidad (a
menudo encubierto bajo una aparente "adaptabilidad" y
"docilidad") es una indicación de neurosis y difiere de la huida de
la realidad del adulto neurótico sólo en las formas en que se manifiesta. Por
consiguiente, incluso en el análisis de niños pequeños, uno de los resultados
finales a obtener es la adaptación exitosa a la realidad. Una forma en que esto
se manifiesta en los niños es la modificación de las dificultades que presentan
en su educación. En otras palabras, estos niños se han hecho capaces de
tolerar frustraciones reales.
Podemos
observar que los niños muestran a menudo, ya al principio de su segundo año,
una marcada preferencia por el progenitor del sexo opuesto y otros indicios de
tendencias edípicas incipientes.
Cuándo
empiezan los conflictos subsiguientes, es decir, en qué punto el niño llega a
estar realmente dominado por el complejo de Edipo, es menos claro, ya que
deducimos su existencia sólo de ciertos cambios que advertimos en el niño.
El
análisis de un niño de dos años y nueve meses, otro de tres años y tres
meses, y varios de alrededor de cuatro años, me ha llevado a la conclusión
de que en ellos el complejo de Edipo ejerció una profunda influencia ya en su
segundo año de vida[1].
Ilustraré esto con el desarrollo de una pequeña paciente. Esta mostró
preferencia por su madre hasta el comienzo de su segundo año; después mostró
una llamativa preferencia por el padre. Por ejemplo, a los quince meses
repetidamente pedía quedarse sola con él en la habitación, sentarse en sus
rodillas, mirar libros junto con él. Pero a los dieciocho meses, su actitud
cambió nuevamente, y prefirió otra vez a la madre. Simultáneamente empezó a
sufrir terrores nocturnos y miedo a los animales.
Desarrolló
una excesiva fijación a la madre y una muy profunda identificación con el
padre. Al comienzo de su tercer año manifestó creciente ambivalencia, y era
tan difícil criarla que cuando tenia dos años y nueve meses fue traída al
tratamiento analítico. En esta época había mostrado por algunos meses una
considerable inhibición en el juego, incapacidad para tolerar frustraciones,
excesiva sensibilidad al dolor y marcado malhumor. Las siguientes experiencias
han contribuido a este desarrollo. Hasta la edad de casi dos años Rita durmió
en la habitación de sus padres, y los efectos de la escena primaria se
mostraron claramente en su análisis. Sin embargo, la ocasión de la irrupción
de su neurosis fue el nacimiento de su hermanito. Poco después de esto se
manifestaron dificultades aun mayores que aumentaron rápidamente. No puede
haber dudas de que hay una estrecha conexión entre la neurosis y efectos tan
profundos del complejo de Edipo experimentados en edad tan temprana. No puedo
determinar si es a niños neuróticos a quienes la actuación temprana del
complejo de Edipo afecta tan intensamente, o silos niños se vuelven neuróticos
cuando este complejo se instala demasiado pronto. Es, sin embargo, seguro que
experiencias como las que he mencionado aquí hacen el conflicto más grave, y
que por consiguiente o incrementan la neurosis o provocan su irrupción.
Seleccionaré
ahora de este caso los rasgos que los análisis de niños de diferentes edades
me han enseñado que son típicos. Se los ve más directamente en el análisis
de niños pequeños. En varios casos en los que analicé ataques de angustia en
niños muy pequeños, estos ataques resultaron ser la repetición de un terror
nocturno que había ocurrido en la segunda mitad del segundo año y al comienzo
de su tercer año. Este temor era a la vez un efecto de una elaboración neurótica
del complejo de Edipo. Hay muchas elaboraciones de este tipo, que nos llevan a
establecer conclusiones firmes sobre los efectos del complejo de Edipo[2].
Entre
estas elaboraciones, en las que era muy clara la vinculación con la situación
edípica, debe recalcarse la forma en que los niños frecuentemente se caen y se
lastiman, su hipersensibilidad, su incapacidad de tolerar frustraciones, sus
inhibiciones de juego, su actitud ambivalente hacia ocasiones festivas y
regalos, y finalmente diversas dificultades en la crianza que a menudo hacen su
aparición a una edad sorprendentemente temprana. Pero encuentro que la causa de
estos fenómenos muy comunes es un sentimiento de culpa particularmente
fuerte, cuyo desarrollo examinaré ahora con detalle.
Mostraré
con un ejemplo cuán intensamente el sentimiento de culpa opera incluso en el
terror nocturno. Trude, a la edad de cuatro años y tres meses, jugaba
constantemente durante la sesión a que era de noche. Ambas teníamos que irnos
a dormir. Después salía del rincón al que llamaba su habitación, venia
sigilosamente hacia mí y me hacía toda clase de amenazas, me iba a apuñalar
la garganta, arrojarme al patio, quemarme o entregarme a la policía. Trataba
de atar mis manos y pies, levantaba la cobertura del sofá y decía que estaba
haciendo "po-caca-cucú"[3].
Resultó
que estaba mirando en el "popo" de la madre para ver si había cacas,
que para ella representaban el niño. Otra vez quiso pegarme en el estómago y
declaró que estaba sacando las "a-a" (heces), y dejándome pobre.
Después sacó los almohadones, a los que repetidamente llamaba "niños"
y se escondió con ellos en el rincón del sofá, en el que se agachó con
intensos signos de miedo, se cubrió, se succionó el pulgar y se orinó. Esta
situación seguía siempre a sus ataques hacia mí. Su actitud era, sin embargo,
similar a la que, cuando aún no tenía dos años, había adoptado en la cama
cuando empezó a sufrir de intensos terrores nocturnos. También en esta época
solía correr repetidamente a la habitación de sus padres durante la noche sin
poder decirles qué era lo que quería. Cuando nació su hermano tenía dos años,
y el análisis logró revelar qué había en su mente en esa época y también
cuáles eran las causas de su angustia y del orinar y ensuciar la cama. El análisis
logró también abolir estos síntomas. En esa época ya había deseado robar
a su madre, que estaba embarazada, los hijos, matarla y tomar su lugar en el
coito con el padre. Estas tendencias al odio y la agresión eran la causa de su
fijación a la madre (que, a la edad de dos años, se estaba volviendo
particularmente intensa), y también de sus sentimientos de angustia y culpa. En
el período en que estos fenómenos eran tan prominentes en el análisis de
Trude, se las arreglaba para lastimarse casi siempre justo antes de la sesión.
Descubrí que los objetos con los que se lastimaba (mesas, armarios, estufas,
etc.) significaban para ella (de acuerdo con la primitiva identificación
infantil) a la madre, o a veces al padre, que la castigaba. En general he
descubierto, especialmente en niños muy pequeños, que "estar
constantemente en guerra" y caer y lastimarse está estrechamente conectado
con el complejo de castración y el sentimiento de culpa.
Los
juegos de los niños nos permiten formular ciertas conclusiones especiales
sobre el temprano sentimiento de culpa. Ya en su segundo año, los que estaban
en contacto con Rita se sorprendían de su remordimiento por cualquier
travesura, por pequeña que fuera, y de su hipersensibilidad a cualquier tipo de
reproche. Por ejemplo, estallaba en lágrimas cuando su padre, jugando,
amenazaba a un oso de un libro de láminas. Aquí, lo que determinó su identificación
con el oso fue su miedo al reproche del padre real. También su inhibición de
juego procedía de su sentimiento de culpa. Cuando tenía dos años y tres meses
declaraba repetidamente, cuando jugaba con su muñeca (juego del que no
disfrutaba mucho), que ella no era la muñeca-bebé de su madre. El análisis
reveló que ella no se animaba jugar a ser la madre porque la muñeca-bebé
representaba para ella entre otras cosas, a su hermanito, que habla deseado
arrebatar a su madre, incluso durante el embarazo. Pero aquí la prohibición
del deseo infantil ya no provenía de la madre real, sino de la madre
introyectada, cuyo rol representó ante mí en diversas formas, y quien ejercía
una influencia más severa y cruel sobre ella que lo que su madre real hubiera
hecho nunca. Un síntoma obsesivo que Rita desarrolló a los dos años fue un
ritual nocturno que implicaba mucha pérdida de tiempo.
Su
punto principal era que insistía en ser fuertemente arropada con la sábana por
miedo a que "un ratón o una butty (mariposa) podrían venir a través de
la ventana y arrancar con los dientes su butty (genital)"[4]. Sus juegos revelaron otros determinantes: la muñeca
tenía que ser siempre arropada igual que Rita misma, y en una oportunidad puso
un elefante junto a la cama de la muñeca. Se suponía que este elefante iba a
impedir que la muñeca se levantara; si no, entraría furtivamente a la habitación
de sus padres y les haría daño o les quitaría algo. El elefante (imago
paterna) tenía que tomar la parte del que ponía obstáculos. Este papel lo había
representado el padre introyectado dentro de ella desde la época en que, entre
los quince meses y los dos años, había querido usurpar el lugar de la madre
con el padre, robar a la madre el niño con que estaba embarazada, y dañar y
castrar a sus padres. Las reacciones de ira y angustia que seguían al castigo a
la "niña" durante esos juegos mostraron, además, que Rita estaba
representando internamente ambos papeles: el de las autoridades que juzgan y el
del niño que es castigado.
Un
mecanismo fundamental y universal en el juego de representar un papel sirve
para separar estas identificaciones operantes en el niño, que tienden a formar
un todo único. Por la división de roles el niño logra expulsar al padre y a
la madre que en la elaboración del complejo de Edipo ha absorbido dentro de sí,
y que ahora lo atormentan internamente con su severidad. El resultado de esta
expulsión es una sensación de alivio, que contribuye en gran medida al
placer extraído del juego. Aunque este juego de representar parece a menudo muy
simple y ser expresión sólo de identificaciones primarias, ésta es sólo la
apariencia superficial. Es de gran importancia en el análisis de niños
penetrar detrás de esta apariencia. Sin embargo, puede tener un pleno efecto
terapéutico sólo si la investigación revela todas las identificaciones y
elementos subyacentes y, ante todo, si hemos encontrado el camino hacia el
sentimiento de culpa que está aquí en acción.
En
los casos que he analizado, el efecto inhibitorio de los sentimientos de culpa
fue evidente a una edad muy temprana. Lo que encontramos aquí corresponde a
lo que conocemos como el superyó en adultos. El hecho de que supongamos que el
complejo de Edipo alcanza su punto culminante hacia el cuarto año de vida y
que reconozcamos el desarrollo del superyó como el resultado final del
complejo, me parece que no contradice de ningún modo estas observaciones. Esos
fenómenos definidos, típicos, cuya existencia podemos reconocer en la forma
más claramente desarrollada cuando el complejo de Edipo ha alcanzado su punto
culminante y que precede a su declinación, son solamente la terminación de
un desarrollo que dura años. El análisis de niños muy pequeños muestra que
éstos, en cuanto surge el complejo de Edipo, empiezan a elaborarlo y de ahí
a desarrollar el superyó.
Los
efectos de este superyó infantil sobre el niño son análogos a los del superyó
del adulto, pero pesan mucho más sobre el débil yo infantil. Como nos enseña
el análisis de los niños, fortificamos este yo cuando el procedimiento analítico
frena las exigencias excesivas del superyó. No puede haber dudas de que el yo
de niños pequeños difiere del de los niños mayores o del de los adultos.
Pero, cuando hemos liberado el yo del niño pequeño de la neurosis, resulta
perfectamente adaptado a las exigencias de la realidad que encuentra
exigencias todavía menos graves que las que se hacen a los adultos[5].
Así
como la mente de los niños pequeños difiere de la de los niños mayores, así
también su reacción al psicoanálisis es en la temprana infancia diferente de
la reacción posterior. Nos sorprendemos a menudo de la facilidad con que en
ciertas ocasiones son aceptadas nuestras interpretaciones: incluso a veces los
niños expresan considerable placer ante ellas. La razón por la cual este
proceso es diferente del que encontramos en análisis de adultos es que en
ciertos estratos de la mente infantil hay una comunicación mucho más fácil
entre la conciencia y el inconsciente, y por consiguiente es mucho más fácil
volver sobre los pasos del uno al otro. Esto explica el rápido efecto de
nuestra interpretación, que por supuesto nunca es formulada excepto sobre la
base de material adecuado. Sin embargo, los niños a menudo producen este
material con sorprendente rapidez y mucha variedad. El efecto, además, es a
menudo sorprendente, incluso cuando el niño no ha parecido recibir de ningún
modo la interpretación. Se reasume el juego interrumpido a causa de la
instauración de las resistencias; se lo transforma y amplia, y se expresan
estratos más profundos de la mente, se restablece el contacto entre el niño y
el analista; el placer en el juego, que sigue visiblemente a la formulación de
una interpretación, se debe también al hecho de que el gasto requerido por la
represión no se necesita ya luego de la interpretación. Pero pronto
encontramos otra vez resistencias durante algún tiempo, y aquí el asunto ya no
es tan fácil como he descrito. En realidad, en esos momentos tenemos que
luchar contra grandes dificultades. Esto sucede especialmente cuando
encontramos un sentimiento de culpa.
En
su juego los niños representan simbólicamente fantasías, deseos y
experiencias. Emplean aquí el mismo lenguaje, el mismo modo de expresión
arcaico, filogenéticamente adquirido con el que estamos familiarizados gracias
a los sueños. Sólo podemos comprenderlo plenamente si lo enfocamos con el método
que Freud ha desarrollado para descifrar los sueños. El simbolismo es sólo
una parte de él; si queremos comprender correctamente el juego del niño en conexión
con todo su comportamiento durante la sesión, debemos tener en cuenta no sólo
el simbolismo que a menudo aparece tan claramente en sus juegos, sino también
todos los medios de representación y los mecanismos empleados en el trabajo
del sueño, y tenemos que tener en cuenta la necesidad de examinar el nexo total
de los fenómenos[6].
Si
empleamos esta técnica pronto encontramos que los niños producen no menos
asociaciones con los rasgos distintos de sus juegos, que lo que hacen los
adultos con los elementos de sus sueños. Los detalles de su juego señalan el
camino para un observador atento; y entretanto, el niño cuenta toda clase de
cosas que deben valorarse plenamente como asociaciones.
Además
de este modo arcaico de representación, los niños emplean otro mecanismo
primitivo, es decir, sustituyen con acciones (que fueron los precursores
originales de los pensamientos) a las palabras: en los niños, actuar representa
una parte prominente.
En
"De la historia de una neurosis infantil"[7],
Freud dice: "Un análisis hecho en un niño neurótico debe, por supuesto,
parecer más confiable, pero no puede ser muy rico el material, deben prestarse
al niño demasiadas palabras y pensamientos, e incluso así los estratos más
profundos pueden resultar impenetrables a la conciencia."
Si
enfocamos el análisis infantil con la técnica adecuada al de los adultos
seguramente no lograremos penetrar en los niveles más profundos de la vida
mental del niño. Pero son precisamente esos niveles los importantes para el éxito
y valor de un análisis. Sin embargo, si tomarnos en cuenta las diferencias
psicológicas entre niños y adultos y recordamos el hecho de que en los niños
encontramos el inconsciente actuando aún junto al consciente, las tendencias
más primitivas junto a los desarrollos más complicados que conocemos, como
el superyó, es decir, si comprendemos correctamente la forma de expresión del
niño, desaparecen todos estos puntos dudosos y factores desfavorables, ya que
encontramos que con respecto a la profundidad y amplitud del análisis,
podemos esperar tanto de los niños como de los adultos. Y más aún, en el análisis
de los niños podemos retroceder a experiencias y fijaciones que en el análisis
de adultos solo podemos reconstruir, mientras que en los niños se las
representa directamente[8]. Tomemos por ejemplo el caso de Ruth que, de bebé, había
sufrido hambre durante un tiempo porque la madre tenía poca leche para darle. A
los cuatro años y tres meses, al jugar con el lavatorio, llamó al tapón de
agua, tapón de leche. Declaró que la leche iba a parar a las bocas (los
agujeros de la cañería) pero que sólo corría muy poco. Este deseo oral
insatisfecho apareció en innumerables juegos y dramatizaciones y se manifestó
en toda su actitud. Por ejemplo, aseveraba que era pobre, que sólo tenía un
abrigo, y que tenía muy poco que comer; ninguna de estas afirmaciones tenía el
más mínimo acuerdo con la realidad.
Otra
pequeña paciente (que sufría de neurosis obsesiva) era Erna, de seis años,
cuya neurosis se basaba en impresiones recibidas durante el período de
aprendizaje de hábitos higiénicos[9].
Dramatizaba para mí estas impresiones con el máximo detalle. Una vez puso un
muñequito sobre una piedra, jugó a que estaba defecando y colocó otros muñecos
alrededor, que se suponía que lo estaban admirando. Después de esta
dramatización Erna trajo el mismo material, en un juego de representación.
Quería que yo fuera un bebé de largas ropas que se ensuciaba, mientras ella
era la madre. El bebé era un niño mimado y objeto de admiración. Esto fue
seguido por una reacción de ira en Erna, y ella representó el papel de una
maestra cruel que golpeaba al niño. En esta forma Erna representó ante mi
uno de los primeros traumas en su experiencia: el fuerte golpe que recibió su
narcisismo cuando imaginaba que las medidas utilizadas para enseñarle hábitos
de limpieza significaban la pérdida del excesivo afecto que se le dio en su
infancia.
En
general, en el análisis de niños no podemos sobreestimar la importancia de la
fantasía y de la traducción a la acción por efecto de la compulsión a la
repetición. Naturalmente, los niños pequeños usan mucho más el recurso de la
acción, pero incluso los mayores recurren constantemente a este mecanismo
primitivo, especialmente cuando el análisis ha anulado algunas de sus
represiones. Es indispensable para llevar a cabo el análisis, que los niños
obtengan el placer que está ligado a ese mecanismo, pero el placer debe
seguir siendo siempre sólo un medio para un fin. Es justamente aquí donde
vemos la predominancia del principio del placer sobre el principio de realidad.
No podemos apelar al sentido de realidad en pacientes pequeños como podemos en
los mayores.
Así
como los medios de expresión de los niños difieren de los de los adultos, así
también la situación analítica en el análisis de niños parece ser
enteramente diferente. Sin embargo, es en ambos casos esencialmente la misma.
Interpretaciones adecuadas, resolución gradual de las resistencias, y
persistente descubrimiento por la transferencia de situaciones anteriores:
esto constituye en los niños tanto como en los adultos la situación analítica
correcta.
He
dicho ya que en el análisis de niños pequeños he visto una y otra vez cuán rápidamente
surten efecto las interpretaciones. Es un hecho llamativo que, aunque haya
numerosas indicaciones inequívocas de este efecto (el desarrollo del juego, la
consolidación de la transferencia, la disminución de la angustia, etc.), sin
embargo, durante bastante tiempo el niño no elabora conscientemente las
interpretaciones. Pero he podido probar que esta elaboración se establece
realmente después. Por ejemplo, los niños empiezan a distinguir entre la
madre "imaginada" y la madre real, y entre el muñequito de madera y
su hermano como bebé vivo. Entonces insisten firmemente en que querían hacer
tal o cual daño sólo al bebé de juguete; dicen que por supuesto aman al bebé
real. Sólo cuando han sido superadas resistencias muy poderosas y de larga
data los niños se dan cuenta de que sus actos agresivos estaban dirigidos hacia
los objetos reales. Entonces, cuando se admite esto, el resultado, incluso en
niños muy pequeños es generalmente un paso notable hacia la adaptación a la
realidad. Mi impresión es que al principio la interpretación sólo es
inconscientemente asimilada. Es sólo después cuando la relación de ésta con
la realidad penetra gradualmente en la comprensión del niño. El proceso de
esclarecimiento es análogo. Durante largo tiempo el análisis sólo revela el
material de teorías sexuales y fantasías del nacimiento, e interpreta este
material sin ninguna "explicación". Así, el esclarecimiento tiene
lugar poco apoco con la remoción de resistencias inconscientes que actuaban
contra él.
De
ahí que lo primero que sucede como resultado del psicoanálisis es que
mejoran las relaciones emocionales con los padres; la comprensión consciente
sólo surge cuando esto ha tenido lugar. Esta comprensión es admitida ante el
mandato del superyó, cuyas exigencias son modificadas por el análisis de modo
que puede ser tolerado y complacido por un yo menos oprimido y por consiguiente
más fuerte. De este modo, el niño no es súbitamente confrontado con la situación
de admitir un nuevo conocimiento de su relación con los padres, o en general,
de ser obligado a absorber un conocimiento que lo abruma. Siempre ha sido mi
experiencia que el efecto de tal conocimiento gradualmente elaborado, es en
realidad aliviar al niño, establecer una relación fundamentalmente más
favorable hacia sus padres e incrementar así su capacidad de adaptación
social.
Cuando
esto ha tenido lugar los niños son también bastante capaces de reemplazar en
cierta medida la represión por un rechazo razonado. Vemos esto en que en un
estado posterior del análisis, los niños han avanzado tanto desde los diversos
anhelos sádico-anales o canibalistas (que en un estadio anterior eran aún tan
poderosos), que ahora pueden adoptar a veces una actitud de crítica humorística
hacia ellos. Cuando esto sucede oigo incluso a niños muy pequeños hacer
chistes sobre que, por ejemplo, hace un tiempo ellos realmente querían comerse
a su mamita o cortarla en pedazos. Cuando tienen lugar estos cambios, no sólo
está disminuyendo inevitablemente el sentimiento de culpa, sino que al mismo
tiempo los niños son capaces de sublimar los deseos que previamente estaban
totalmente reprimidos. Esto se manifiesta en la práctica en la desaparición
de inhibiciones de juego y en la iniciación de numerosos intereses y actividades.
Para
resumir lo que he dicho: las especiales características primitivas de los niños
requieren una técnica especial adaptada a ellos, consistente en el análisis de
sus juegos. Por medio de esta técnica podemos alcanzar las experiencias y
fijaciones reprimidas más profundas y esto nos permite influir
fundamentalmente en el desarrollo de los niños.
Se
trata sólo de una diferencia de técnica, no de los principios del tratamiento.
Los criterios del método psicoanalítico propuestos por Freud, es decir: que
usemos como punto de partida la transferencia y la resistencia, que debemos
tomar en cuenta los impulsos infantiles, la represión y sus efectos, la amnesia
y la compulsión a la repetición y además, que debemos descubrir la escena
primaria, como lo exige en "De la historia de una neurosis infantil'',
todos estos criterios se mantienen íntegramente en la técnica del juego. El método
del juego conserva todos los principios del psicoanálisis y lleva a los mismos
resultados que la técnica clásica. Sólo que en los recursos técnicos que
utiliza está adaptado a la mente de los niños.
[1] Con esta conclusión está estrechamente conectada una segunda, que sólo puedo indicar aquí.
En una serie de análisis de niños descubrí que la elección de la niñita del padre como objeto de amor seguía al destete. Esta privación, que es seguida del aprendizaje de hábitos higiénicos (proceso que se presenta al niño como un nuevo y penoso retiro de amor), afloja el vinculo con la madre y hace que empiece a funcionar la atracción heterosexual, reforzada por las caricias del padre, que son ahora interpretadas como seducción. Como objeto de amor, también el padre sirve en primera instancia al propósito de gratificación oral. En el articulo que leí en el Congreso de Salzburgo en abril de 1924, di ejemplos para mostrar que los niños conciben y desean el coito al principio como acto oral.
Creo que el efecto de estas privaciones en el desarrollo del complejo de Edipo en los varones es a la vez inhibitorio y propulsor. El efecto inhibitorio de estos traumas se ve en el hecho de que es a ellos a los que el niño retrocede en seguida, cuando trata de escapar de su fijación a la madre; y refuerzan su actitud edípica invertida. La circunstancia de que estos traumas, que preparan el camino para el complejo de castración, procedan incluso de la madre es también, como he podido ver, la razón de por qué en ambos sexos es la madre la que en los estratos más profundos del inconsciente es especialmente temida como castrador.
Además, por otra parte, las privaciones orales y anales de amor parecen promover el desarrollo de la situación edípica en los varones, ya que los impulsan a cambiar su posición libidinal y a desear a la madre como objeto de amor genital.
[2] La estrecha conexión de tales elaboraciones con la angustia ya ha sido demostrada por mí en mi capitulo sobre "Análisis infantil", en el que examiné la relación entre angustia e inhibición.
[3] Popo: trasero - Caca: heces - Cucú: mirar.
[4] El complejo de castración de Rita se manifiesta en una serie de síntomas neuróticos y en el desarrollo de su carácter. También sus juegos mostraban claramente su fuerte identificación con el padre y su temor a fracasar en el rol masculino, angustia que se originaba en el complejo de castración.
[5] Los niños no pueden cambiar las circunstancias de su vida, como a menudo hacen los adultos al final de su análisis. Pero un niño ha sido muy ayudado si, como resultado del análisis, lo capacitamos para sentirse más cómodo en las circunstancias existentes, y de este modo a desarrollarse mejor. Además, hacer desaparecer las neurosis en los niños disminuye a menudo las dificultades de su milieu. Por ejemplo, repetidamente he comprobado que las reacciones de la madre eran mucho menos neuróticas cuando tenían lugar cambios favorables en sus hijos después del análisis.
[6] Mis análisis revelan una y otra vez cuán distintos significados pueden tener las cosas, por ejemplo muñecos, en el juego. A veces representan el pene, aveces el hijo robado a la madre, aveces al paciente mismo, etc. Es sólo examinando los mínimos detalles del juego, y su interpretación, que pueden hacérsenos claras las conexiones y eficaz la interpretación. El material que los niños producen durante la sesión, a media que pasan de juego con juguetes a dramatizar en su propia persona ya jugar con agua, cortar papel, o dibujar. el modo en que hacen esto, la razón por la que cambian de un juego a otro, los medios que eligen para sus representaciones, toda esta miscelánea de factores, que tan menudo parece confusa y sin sentido, es vista como coherente y plena de significado, y se nos revelan las fuentes y pensamientos subyacentes, si los interpretamos exactamente como los sueños. Además, los niños a menudo representan en su juego lo mismo que ha aparecido en algún sueño que narraron antes, y con frecuencia producen asociaciones por medio del juego que le sigue, y que es su forma más importante de expresarse.
[7] O.C., 17
[8] En el Octavo Congreso Psicoanalítico Internacional, celebrado en Salzburgo en 1924, mostré que un mecanismo fundamental en el juego de los niños y en toda sublimación subsiguiente es la descarga de fantasías masturbatorias. Esto subyace a toda actividad lúdica y sirve como estímulo constante del juego (compulsión a la repetición). Las inhibiciones de juego y aprendizaje se originan en la represión exagerada de estas fantasías, y con ellas de toda fantasía. Experiencias sexuales están asociadas con fantasías masturbatorias y, con éstas, logran expresión y abreacción en el juego. Entre las experiencias dramatizadas, juegan un papel prominente las representaciones de la escena primaria, que regularmente aparecen en primer plano en el análisis de niños pequeños. Es sólo luego de considerable análisis, habiéndose revelado parcialmente la escena primaria y el desarrollo genital, que llegamos a representaciones de experiencias y fantasías pregenitales.
[9]Este aprendizaje, que Erna había sentido como el mas cruel acto de coerción, fue realizado en realidad sin ninguna estrictez y tan fácilmente que al año se mantenía perfectamente limpia. Un fuerte incentivo fue su ambición, que se desarrolló inusitadamente temprano, la que, empero, la hizo sentir todas las medidas utilizadas para entrenarla como un ultraje, desde el principio. Esta ambición temprana fue la condición primaria de su susceptibilidad a los reproches y del precoz y marcado desarrollo de su sentimiento de culpa. Pero es frecuente ver estos sentimientos de culpa jugar ya un gran papel en el aprendizaje del control esfinteriano, y podemos reconocer en ellos los primeros principios del superyó.