MASAS, CAUDILLOS Y ELITES
La dependencia argentina de Yrigoyen a Perón
Milcíades Peña
NOTAS RELACIONADAS
Se presenta la Historia del pueblo argentino de Milcíades Peña
Indice
Capítulo I
El Radicalismo y los Gobiernos Radicales
— "Gobernar y no Cambiar Nada"
— Funciones del Estado Semicolonial
— Política Populista y Represiva del Radicalismo
— El Interregno Alvearista
— Yrigoyen Vuelve al Poder
— La Restauración Conservadora
Capítulo II
El Gobierno Directo de los Estancieros y el Imperialismo Ingles: 1935 -
mayo 1943
— Sumisión a Inglaterra y Pseudo-Industrialización
— Estancieros e Industriales
— Crecimiento de la Clase Obrera y Aparición de la CGT
— Neutralidad Argentina en Función de Semicolonia Británica
— La Clase Dirigente se Escinde en Proingleses y Pronorteamericanos
— Estados Unidos Acentúa su Ofensiva para Desplazar a Gran Bretaña como
Metrópoli Dominante
— Estancamiento y Crisis del Movimiento Obrero
— La Argentina al 3 de Junio de 1943: Elecciones y Cambio de Metrópoli
Capítulo III
El Gobierno Bonapartista de los Estancieros y el Imperialismo Inglés: Junio
1943 -1946
— Un Coronel Sindicalista
— Afianzamiento de la Política Pro-británica
— Las Bases Sociales del Bonapartismo
— Peronismo y Clase Obrera
— 1945: Culminación de la Ofensiva Norteamericana
— El Veredicto del 17 de Octubre. La Argentina Continúa en la Orbita Británica
Capítulo IV
El Gobierno del "Como Si": 1946 - 55
— Estados Unidos Interviene Contra Perón
— Perón e Inglaterra Sientan las Bases de Veinte Años de Estancamiento Argentino
— Ocaso de Gran Bretaña e Ingreso de la Argentina en el Sistema Panamericano
— Apogeo del Bonapartismo
— Se Acentúa la Estatización del Movimiento Obrero
— Una Constitución Peronista
— El Bonapartismo Semi-totálitario y la Clase Obrera
— El Bonapartismo con Faldas
— La CGT Contra la Clase Obrera
— El Peronismo Intenta Adecuarse a las Necesidades del Capitalismo Argentino
y de Estados Unidos
— Raíces Internacionales y Nacionales de un Golpe dé Estado Antiperonista
— La Iglesia Católica Ingresa al Frente Antiperonista
— El Ejército Sostiene a Perón como la Soga al Ahorcado
— El Régimen Peronista se Desvanece sin Combate y sin Honor
— "¿Revolución Peronista?"
Bibliografía Citada
Notas
Masas, Caudillos Y Elites
Capitulo I
El Radicalismo Y Los Gobiernos Radicales
Al avanzar la primera década del siglo XX, el sistema de gobierno oligárquico
chocaba cada vez mas con las necesidades primordiales de la burguesía argentina
en su conjunto y de su socio mayor, el imperialismo inglés, que era preservar
el orden. La falta de democracia arrojaba a amplios sectores burgueses y
pequeño-burgueses al camino de la conspiración incesante y el golpe de Estado
periódico. Los políticos más sagaces de la oligarquía advierten entonces
la necesidad de disponer de una válvula de seguridad para el orden mediante
un juego bipartidista que permita a la oposición llegar al gobierno sin
acudir a la sedición. Pellegrini declara en 1905: "En nuestra República
el pueblo no vota; he ahí el mal, todo el mal... Donde el pueblo vota, la
autoridad es indiscutida, y las rebeliones y conmociones son desconocidas.
Reconozcamos que no habrá para nuestro país la posibilidad del progreso
político, de paz pública, de engrandecimiento nacional, mientras no fundemos
nuestro gobierno sobre el voto popular". En el mismo año, una revolución
acaudillada por el partido radical de Hipólito Yrigoyen, que contó con el
apoyo y la participación de vastos sectores burgueses y pequeño burgueses
reveló a la oligarquía que si no permitía que estos grupos llegasen al Gobierno
en elecciones democráticas debería afrontar continuas conmociones, con desastrosas
consecuencias para sus capitales y para su crédito ante los consorcios ingleses.
Finalmente, en 1912, bajo el gobierno de Roque Sáenz Peña, la oligarquía
se decide a aceptar lo inevitable y promulga una reforma electoral que establece
el voto secreto y obligatorio. Sólo los sectores más reaccionarios de la
oligarquía se opusieron a la reforma; uno de sus representantes, rico latifundista
e industrial azucarero —más tarde candidato presidencial del partido Demócrata
Nacional— declaraba defendiendo las ventajas del voto público sobre el voto
secreto, que "el voto público permite su calificación, pues los empleados
siguen las tendencias del patrón, los colonos las del profesional, y así
sucesivamente; y de este modo, tiene en la elección el afincado y el intelectual
una representación que es de hecho .proporcional al valor de sus intereses
y a la importancia de sus conocimientos culturales" (declaraciones del doctor
Patrón Costas a La Prensa, octubre 27, 1912). Pese a esto la reforma electoral
fue aprobada, y de este modo el régimen político se adecuó a las nuevas
condiciones sociales creadas por el intenso desarrollo capitalista del país.
El régimen oligárquico resguardaba los intereses del imperialismo inglés
y del conjunto de la burguesía argentina. Pero la maquinaria estatal se
hallaba en manos de una reducida dique íntimamente vinculada al capital
británico y sus aliados más directos —los estancieros de Buenos Aires. el
gran comercio importador, los consorcios financieros— a la cual no tenían
acceso amplios sectores terratenientes, industriales, comerciales y pequeño-burgueses.
Del proletariado urbano y rural no hay ni que hablar. El desarrollo capitalista
del país reclamaba mayor influencia en el Poder para esos nuevos estratos
capitalistas, ligados económicamente a la oligarquía, sí, pero ajenos al
núcleo de familias oligárquicas que se reunían en el Jockey Club y monopolizaban
el gobierno del país. Aquellos sectores de las clases dominantes y de la
pequeño-burguesía —así como algunos grupos de la oligarquía— fueron hacia
la Unión Cívica Radical (UCR) para impulsar sus intereses capitalistas.
Por razones opuestas se volcaron tras ella las masas pobres de la Ciudad
y del campo, y el proletariado,
Todas esas clases y sectores de clases, distintos y contradictorios, se
sumaron y restaron en la UCR. El radicalismo era el "gran movimiento de
opinión" (Yrigoyen) canalizado por una eficiente maquinaria electoral a
quien todo el mundo votaba sin saber exactamente por qué. Pero semejante
partido no es otra cosa que un cero grandioso, y efectivamente eso era el
radicalismo argentino. Su único programa llamábase "sufragio universal",
reivindicación democrática y burguesa con la cual estaba de acuerdo todo
el país —excepto naturalmente la élite oligárquica cuya posesión del poder
político se basaba justamente en la inexistencia del sufragio universal.
Más allá no iba la UCR. Otras reivindicaciones enteramente democráticas
y burguesas pero realmente radicales —es decir, que iban a la raíz de los
problemas nacionales— tales como la distribución de las tierras de los terratenientes
y la liberación del país del yugo imperialista británico, le eran completamente
extrañas al partido de Hipólito Yrigoyen. Por lo demás, cualquier planteo
concreto de cualquier política determinada fatalmente hubiera disgregado
los elementos contradictorios de que se componía ese partido que según uno
de sus prohombres reunía "muchedumbres fervorosas y heterogéneas, formadas
por individuos de las más diversas condiciones económicas y culturales",
"a los nietos de los próceres fundadores y a los hijos de los inmigrantes,
al obrero manual y al estudiante, al chacarero de la pampa y al peón de
la puna" (Rojas, 213). No en vano Yrigoyen tronaba supiterno contra quienes
querían ver en el radicalismo un movimiento de clase o le demandaban una
postura cualquiera ante los problemas fundamentales de la economía argentina.
En el seno de su partido —decía Yrigoyen— "no sólo son compatibles todas
las creencias en que se diversifican y sintetizan las actividades sociales,
sino que le dan y le imprimen su verdadero significado (carta a Pedro Molina,
setiembre 1909, en Documentación, 64). A un dirigente radical que se alejaba
porque un diario radical sostenía una tesis económica distinta a la propia,
Yrigoyen le escribía: "Se fue usted por una futilidad". Si la UCR se ocupase
de esos problemas —agregaba— "se descalificaría por sí misma. Sería una
derogación de principios, de su pensamiento puramente genérico o institucional
y una desviación de la línea recta que tanta autoridad le ha dado en la
República" (ídem, 59-61). En vez de un programa político, Yrigoyen ofrecía
una mística y el culto de su personalidad mesiánica que, bien entendido,
servían al fin plenamente político de conservar juntos los intereses contradictorios
que integraban la masa amorfa del radicalismo. "Su causa es la de la Nación
misma y su representación la del poder público. Es sublime la majestad de
su misión, y a ella entrega sus fervores infinitos, se robustece y vivifica
constantemente en las puras corrientes de la opinión; es la escuela y el
punto de mira de las sucesivas generaciones y hasta el ensueño de los niños
y el santuario cívico de los hogares." (Ídem, 64 ). Todo esto no quería
decir nada, y por lo mismo cualquiera podía atribuirle el significado que
quisiera.
En consecuencia, todos votaban por el radicalismo: terratenientes, industriales,
pequeño-burgueses, obreros. Pero la UCR no los representaba a todos, ni
todos controlaban a la UCR. El núcleo esencial y dirigente del partido,
el que determinaba la política efectiva y desprendía de su propio medio
ministros y altos funcionarios, estaba perfectamente mancomunado en ideas
e intereses fundamentales con el imperialismo inglés, con la burguesía terrateniente
argentina, con el capital financiero e industrial tan íntimamente vinculado
a los dos primeros, con el ejército —su guardia pretoriana—, y la Iglesia
—su gendarme espiritual. Las cuatro quintas partes de la UCR eran populares,
pero el quinto decisivo —el dueño de casa que trazaba y ejecutaba la política—
servía al imperialismo y a la burguesía argentina.
AI aplicarse la ley que garantizaba el sufragio universal y secreto —sancionada
en febrero de 1912— el radicalismo comenzó a obtener un triunfo tras otro
en diversas elecciones provinciales y locales.
La oligarquía sintió intensa alarma y Victorino de la Plaza, el último presidente
oligárquico, dijo en un mensaje al Congreso, que "ni remotamente podría
suponerse que, por salvar formas de imparcialidad electoral, pudiera serle
(a él) indiferente la suerte del país o el desastre de las instituciones".
A fin de evitar "el desastre de las instituciones" —a eso equivalía para
ella un triunfo radical— la oligarquía multiplicó toda clase de fraudes
y maniobras para impedir los resultados legítimos del sufragio (Palacio,
Historia, II, 335). Pero fracasó, y en octubre de 1916 Yrigoyen llegaba
al poder con más de 100.000 votos de ventaja sobre sus adversarios, contando
con un tremendo respaldo popular. El día que asumió el mando, en medio de
una apoteosis popular nunca vista en el país, la multitud desató los caballos
de su carroza y lo arrastró en triunfo hasta la Casa de Gobierno (ídem.
II, 338).
El triunfo radical de 1818 marca un momento trascendental en la historia
argentina, que indica la irrupción en la vida política de las masas populares,
marginadas hasta entonces por el régimen oligárquico. Esa fue, y en eso
terminó, la progresividad histórica de la Unión Cívica Radical. Fue el primer
movimiento político argentino multitudinario, que llega al poder impulsado
por el voto de las masas rurales y urbanas, pequeño-burguesas y proletarias,
en la primera ocasión que éstas tuvieron de manifestarse. Esto era nuevo
para el país, y había temor en su clase dominante (incluso el capital Imperialista).
En el gabinete de Yrigoyen sólo hay tres apellidos oligárquicos; los demás,
ilustres desconocidos. "Las gentes distinguidas hablan con horror de la
plebe radical, de la chusma que ha llenado las calles para acompañar en
su triunfo a Hipólito Yrigoyen. Las empresas extranjeras, con su fino olfato,
adivinan en ese hombre la tentativa de halagar a la plebe que lo adora.
No tranquiliza el que Hipólito Yrigoyen no haya expuesto opiniones en materia
social o económica y el que su "misión providencial" sólo consistía, al
parecer, en la pureza del sufragio. Porque esas turbas, ese mundo de abajo
que exalta a su apóstol, ¿no pretenderá que se pida cuenta de sus abusos
al capital extranjero, que se limite el poder inmenso que ha dado el régimen
a las compañías? Le temen muchos sacerdotes y católicos, que le imaginan
despreciador del matrimonio y de las prácticas religiosas. Y hasta el Ejército
le teme. Todos temen a Hipólito Yrigoyen salvo sus partidarios, la clase
media y los pobres." (Gálvez, 237.)
Pronto se disiparían los temores. Ya en el poder, Yrigoyen y su partido
Radical se aplicaron a poner en práctica el consejo de ese gran conservador
y archirreaccionario que fue Meternich: "gobernar y no cambiar nada". Uno
de los primeros actos del nuevo gobierno fue designar para una alta función
a Joaquín S. de Anchorena, uno de los más grandes terratenientes y capitalistas
del país, prototipo de oligarca (La Prensa, noviembre 25, 1916).
Desde el primer momento, el gobierno radical continúa la política tradicional
de la alianza británico-estancieril que domina la historia argentina, con
las variantes impuestas por las modificaciones que la guerra europea introducía
en el mercado mundial y en la economía nacional, y por la circunstancia
de que el partido gobernante necesitaba el apoyo de las masas, y sólo podía
conservarlo mediante una política de ciertos matices populistas y obreristas,
que los tradicionales gobiernos oligárquicos no necesitaban ni buscaban.
"Gobernar y No Cambiar Nada"
La situación económica era próspera. El imperialismo de la Entente compraba
los productos argentinos de exportación y la balanza comercial era crecientemente
favorable —hasta el punto de poderse rescatar, a pedido de los acreedores,
parte de la deuda externa por un valor de 250 millones de pesos oro. Además,
a favor de la disminución de las importaciones, había crecido la industria
fabril.
La guerra europea enriquecía a la burguesía argentina, cuya neutralidad
había sido declarada en 1914 y sostenida durante más de dos años por el
presidente oligárquico de la Plaza y su ministro de Relaciones Exteriores
José Luis Muratore —ambos pronunciadamente partidarios y servidores del
imperialismo inglés.
Yrigoyen mantuvo la neutralidad, apoyado por su ministro de Relaciones Exteriores
Honorio Pueyrredón, gran amigo de Inglaterra. El enigma de por qué gobernantes
tan bien dispuestos hacia Inglaterra permanecían neutrales en una guerra
entre el imperialismo inglés y sus rivales, se aclara recordando que la
neutralidad argentina era una neutralidad activamente beligerante al servicio
de Inglaterra, que permitía a la Metrópoli recibir los necesitados granos
y carnes de su semicolonia y a la burguesía de la semicolonia prosperar
y enriquecerse. Como lo declaró Lloyd George, entonces primer ministro británico,
la guerra se ganó sobre toneladas de carne y trigo argentino (Cárcano, 49).
Al término de la guerra, Yrigoyen fue capaz de poner en práctica la vieja
aspiración de la burguesía argentina —sentada yo, en las Doctrinas Calvo
y Drago— de dar status jurídico internacional al derecho de las burguesías
semi-coloniales de maniobrar y regatear ante las metrópolis imperialistas.
Yrigoyen pidió a la Liga de las Naciones que reconociera formalmente la
igualdad de todos los estados, grandes y pequeños, es decir, el derecho
de países como la Argentina a discrepar con las grandes potencias.
Ante el rechazo de su pedido la Argentina se retiró de la Liga. Pero si
Yrigoyen pudo dar este paso relativamente atrevido fue porque gracias al
apoyo popular podía actuar con más independencia que los gobiernos oligárquicos,
sin consultar a cada paso importante con la Embajada británica. El arrastre
plebeyo del radicalismo insuflaba una arrogancia particular a la diplomacia
de Yrigoyen, que erróneamente la oligarquía atribuía "el desmedido engreimiento
presidencial, combinado en él con un engreimiento nacional no menos desmedido.
La noción de la medida de la relatividad de nuestra significación en el
concierto mundial faltó totalmente a Yrigoyen" (Pinedo, Tiempos. 47). Los
políticos oligárquicos; incubados en los directorios de empresas extranjeras,
pecaban justamente por un exceso de comprensión del poderío imperialista
y una notable subestimación de la capacidad del país. El único engreimiento
de que era capaz la oligarquía era de su subordinación a su Majestad Británica.
Pero la neutralidad era un subproducto de la posición semi-colonial de la
Argentina respecto a Inglaterra, y el gobierno de Yrigoyen no dejó por hacer
nada de lo necesario para conservar y afianzar el predominio del capital
extranjero sobre la vida nacional. Al llegar el radicalismo al poder, las
inversiones extranjeras en el país alcanzaban a 3.200 millones de pesos
oro, de los cuales 2.000 correspondían al imperialismo inglés (Phelps, 99).
Colocado en empréstitos, ferrocarriles, bancos, puertos, empresas de transporte
tranviario» de electricidad, gas, y otros servicios públicos, en frigoríficos
y compañías inmobiliarias, en industrias fabriles y consorcios financieros,
el capital Imperialista abrazaba mortalmente a la economía argentina.
El monto abrumador del capital inglés invertido en el país había sido decisivo
más de una vez, Es repetitivo consignar que diversos presidentes eran elegidos
en los directorios de las compañías inglesas, o el caso de aquel presidente
que se quedó sin ministros ,ni congreso por querer investigar las finanzas
de los ferrocarriles ingleses. Vale la pena, sin embargo, recordar la anécdota
que cuenta en sus memorias el embajador inglés sir David Kelly, referida
al otoño de 1919.
El Foreign Office se sentía molesto por un proyecto de ley azucarera argentina,
perjudicial para los barones del azúcar, y había encargado a la embajada
en Buenos Aires que tomara cartas en el asunto. Mister Kelly se dirigió
al consorcio Leng Roberts, agente entre otras cosas de Baring Brothers,
que acostumbraba prestar dinero al gobierno argentino. De inmediato el jefe
de la casa Leng le explicó que había mantenido conversaciones íntimas con
diputados y senadores de primer rango, tanto oficialistas como opositores,
y también con los miembros del gobierno, y estaba satisfecho porque sabía
que el proyecto no iba a convertirse en ley. "Y me dio un pronóstico acertado
—dice Kelly— del curso que efectivamente siguieron los acontecimientos."
Así se escribía la historia argentina, entre cuatro poderes: los tres constitucionales
y otro de facto que controlaba a los restantes, llamado capital inglés.
Pese a la necesidad de liberar al país de esa terrible presión, la actitud
radical ante el imperialismo era enteramente conservadora.
El ministro de Relaciones Exteriores y de Agricultura de Yrigoyen, Honorio
Pueyrredón, al ser agasajado en Londres, en 1920, tranquiliza a los capitalistas
británicos sobre la política obrerista y nacionalista del radicalismo, manifestando
que la única manera de proteger al capital era crear un estado de buen humor
entre los obreros. Y agrega que Gran Bretaña en ninguna parte hallará mejores
amigos que en la Argentina (Financial News, diciembre 28, 1920).
Un año antes, el embajador de Yrigoyen en Gran Bretaña, Álvarez de Toledo,
había respondido a una pregunta del Times sobre la situación obrera argentina,
manifestando que "los recientes conflictos obreros en la República Argentina
no fueron más que simple reflejo de una situación común a todos los países
y que la aplicación enérgica de la ley de residencia y la deportación de
más de doscientos cabecillas bastaron para detener el avance del movimiento,
que actualmente está dominado". Agregó que la República Argentina "reconoce
plenamente la deuda de gratitud hacia los, capitales extranjeros, y muy
especialmente hacia los británicos por la participación que han tenido en
el desarrollo del país, y que está dispuesto a ofrecer toda clase de facilidades
para otro desarrollo de su actividad" (La Nación, Bs. As., julio 13, 1919.
-Posteriormente Álvarez de Toledo fue designado por Yrigoyen presidente
del Banco de la Nación). Y el embajador en Estados Unidos hacía coro, declarando
en 1920 ante los capitalistas norteamericanos que "la Argentina no ha auspiciado
ninguna idea de monopolio o de exclusión de la industria privada. El capital
extranjero destinado a la explotación de nuestras riquezas ha sido siempre
tratado de la manera más amplia y liberal" (DSCDN, agosto 24, 1949, Pág.
2749).
Pero la cuestión no queda en simples declaraciones. Al iniciarse el gobierno
radical debe encarar el problema petrolero. Las dos primeras opiniones que
consulta son las de los abogados de la Mexican Oil Co. (trust inglés) y
de la Standard Oil (DSCDN, 1916, t. v, p. 4400 y ss.). Al terminar la guerra,
el imperialismo británico, que actuaba como comprador único, tiraba abajo
el precio de las exportaciones argentinas, elevaba sus fletes marítimos
cobrando al país tres y cuatro veces más que a sus colonias y explotaba
al país de mil modos diferentes (DSCDN, noviembre 25, 1919). Con todo, el
gobierno radical le concede a Inglaterra créditos a bajo interés, sin garantías,
para que compre las cosechas argentinas a los bajos precios fijados por
ella. Y hasta ampara al capital inglés contra su competidor yanqui, comprometiéndose
a no utilizar en Estados Unidos, directa ni indirectamente, las libras obtenidas
en pago. Pese a la favorable situación en que se hallaba la Argentina para
negociar —con amplias reservas de oro en su haber, y necesitado como estaba
el imperialismo de los productos argentinos— el radicalismo no intentó la
menor defensa de la economía nacional frente a las exigencias de la metrópoli
(Greffier, 83).
Su justificación —tomada del arsenal con que la oligarquía solía exaltar
su sometimiento al imperialismo— fue dada por el ministro Pueyrredón en
la Cámara de Diputados diciendo que no se podía tener frente a Inglaterra
"un criterio de negociante" y que era preciso "elevar el espíritu" hasta
"contemplar no sólo el interés argentino, sino también el interés extranjero"
(DSCDN, noviembre 25, 1919). Por el contrario, algunos sectores conservadores
pidieron que como garantía del crédito se exigiera al imperialismo la entrega
de títulos de la deuda externa.
Uno de sus voceros —autor de tal proyecto— manifestó: "Creo que hay que
aprovechar la oportunidad de que países extranjeros necesitan de nuestras
cosechas, para que nacionalicemos nuestra deuda externa, que está repartida
en toda Europa y para que radiquemos en el país una porción de papeles importantes
que tienen un gran valor, a fin de que este país, tan rico y próspero, no
viva toda la vida trabajando para el extranjero" (palabras del diputado
Marcos Avellaneda en DSCDN, noviembre 25, 1919).
Pese a las esperanzas que pudieron haber depositado en él los chacareros
y las peonadas campesinas, el radicalismo respetó y amparó al latifundio,
base fundamental del predominio de la burguesía terrateniente y del atraso
del país.
Bajo el gobierno radical creció la concentración de la propiedad territorial
en manos de los grandes latifundistas. En 1914 un reducido número de familias
terratenientes —menos de medio millar— poseían el 13 % de la superficie
de la provincia de Buenos Aires, la región más rica del país. En 1921 tenían
más del 19% (Weil, 25). "Requiérese una nueva orientación de la política
agraria para llegar a la subdivisión de la propiedad" —dijo Yrigoyen en
1916—. Lo cierto es que su gobierno no aportó esa nueva orientación. El
paso más avanzado que se atrevió a dar en ese sentido fue alargar los plazos
de los arrendamientos rurales, lo que si bien libraba a los campesinos de
ser expulsados de la tierra a la primera cosecha que no satisfaciese al
terrateniente, perpetuaba al arrendatario como tal y al derecho del terrateniente
a explorarlo.
Tampoco en otros sectores vitales de la economía nacional el triunfo radical
aportó modificaciones de real importancia. El petróleo constituye un caso
típico. "La nacionalización y el monopolio estatal del petróleo brillan
por su ausencia en el programa del primer gobierno yrigoyenista. La crítica
del capital extranjero y la resistencia a su penetración serán débiles,
ocasionales, casi siempre acentuadas contra los intereses yanquis mientras
se tiende a "olvidarse" de los británicos; sin exclusión por ello de actitudes
complacientes frente a ambos grupos de intereses internacionales y frente
al capital extranjero en general. Todo lo cual divergía poco de la estructura
tradicional del país que legara la oligarquía." (Kaplan).
Por otra parte, Yrigoyen se opuso a que la red ferroviaria del Estado fuera
entregada al capital británico, sosteniendo la propiedad estatal "en materia
ferroviaria y en todas aquellas actividades industriales afines con los
servicios públicos" (Masaje al Congreso de la Nación, octubre 16, 1920).
Hasta entonces, en más de una ocasión la política ferroviaria del Estado
había servido a las empresas inglesas en perjuicio de los intereses de la
burguesía argentina, en especial de los estancieros, que sufrían en forma
de altas tarifas las consecuencias del monopolio británico del riel. Era
tan tremendo el peso del capital imperialista sobre el Estado semi-colonial
argentino, que ejercía en él una influencia mayor que la clase dominante
nativa. Así por ejemplo, en 1890 el gobierno de la provincia de Buenos Aires
vendió al capital inglés, a cambio de jugosos beneficios para el gobernador
y su maquinaria política, el Ferrocarril Oeste de esa provincia, empresa
estatal sumamente eficiente que servía a una rica zona de donde brotan las
principales rentas de los terratenientes bonaerenses. Sin embargo, poco
antes el órgano de la burguesía terrateniente argentina —la Sociedad Rural—
había designado para estudiar el problema ferroviario una comisión integrada
por tres grandes terratenientes —Torcuato de Alvear, José María Anchorena
y Carlos Basavilbaso— que recomendaron: "Pedir al Gobierno de la provincia
de Buenos Aires la prolongación extrema de sus líneas, sobre todo de los
ramales Oeste y Sur, a fin de que empresas particulares no ocupen la zona
natural de su ferrocarril por la paralización de éste" y "que el Ferrocarril
del Oeste se conserve siempre en manos del Gobierno, y se prohíba su enajenación
o su arrendamiento" (Anales de la SRA, 1888, Pág. 489). . I
La burguesía argentina nunca cesó de lamentar la entrega del Ferrocarril
Oeste. Carlos Pellegrini, uno de sus mejores representantes, decía en 1900;
"Hace hoy diez años que la línea férrea del Oeste pasó a manos de una empresa
particular. Nosotros que no participamos del error tan generalizado de que
el Estado no debe ser administrador, creemos aún hoy que esa venta no debió
realizarse, porque el Oeste en manos del gobierno provincial hubiera sido,
como lo fue, un propulsor eficaz del progreso en los territorios que atraviesa,
pues los capitales privados, si pueden hermanar el fomento de la riqueza
general con su mejor lucro, lo hacen, pero si aquél no trae aparejado éste
inmediatamente, no se erigen jamás en propulsores del progreso y bienestar
común" (El País, Bs. As., Julio 1, 1900).
Funciones del Estado Semicolonial
Los mejores políticos de la burguesía argentina como Pellegrini y Roca —que
fueron grandes amigos del imperialismo inglés— tuvieron conciencia de que
cierto grado de "capitalismo de Estado", vale decir de empresas explotadas
por el Estado, era vital y necesario para negociar con el imperialismo.
En 1687, el gobierno de Juárez Colman vendió las Obras Sanitarias de Buenos
Aires a un sindicato inglés encabezado por Baring Brothers. Posteriormente,
al llegar Pellegrini & la presidencia de la Nación, logró anular el contrato
y retomar las Obras a la Nación. El general Roca, que se encontraba en Europa,
se opuso a la venta y escribió: "A estar a la teoría de que los gobiernos
no saben administrar, llegaríamos a la supresión de todo gobierno por inútil,
y deberíamos poner bandera de remate a la Aduana, al Correo, al Telégrafo,
a las Oficinas de Rentas, al Ejército y a todo lo que constituye el ejercicio
y deber del poder." (Rivera Abstengo, 457) Evidentemente, Roca y Pellegrini
comprendían que "poner bandera de remate a todos los servicios públicos
era el camino más seguro para perder la relativa capacidad de maniobra con
que la burguesía argentina contaba para negociar con el imperialismo. Pero
los gobiernos oligárquicos tenían pocas posibilidades de utilizar esa comprensión,
porque la falta de respaldo popular los tornaba impotentes ante el capital
imperialista. Al presidente Luis Sáenz Peña, que tuvo la ocurrencia de hacer
investigar las finanzas de los ferrocarriles ingleses, las empresas lo dejaron
sin ministros y sin Congreso. Yrigoyen, en cambio, podía atreverse a afirmar
que "el Estado debe adquirir una posición cada día más preponderante en
las actividades industriales que responden principalmente a la realización
de servicios públicos" (Mensaje al Congreso de la Nación, octubre 16, 1920.)
puesto que el amplio apoyo popular con que contaba le otorgaba cierta independencia
respecto de la embajada británica y los directorios de las empresas extranjeras.
El gobierno de Yrigoyen realizó o intentó realizar una política de intervencionismo
estatal para salvar la ganancia de la burguesía argentina y en especial
la renta de los terratenientes, en momentos en que descendían los precios
agropecuarios, se desvalorizaba la tierra, etc. Se apoyó a los chacareros
con medidas tales como la distribución de semillas (ya realizada por los
gobiernos oligárquicos en 1897, 1911, 1912, 1914, etc.) o la reducción de
los arrendamientos y la prórroga de los mismos. Pero la medida básica para
salvar la economía del campesino, darle la tierra en propiedad, nunca fue
ni siquiera esbozada. La baja de los precios agropecuarios al término de
la guerra creé una situación difícil para la burguesía terrateniente, agobiada
por pesadas deudas. Yrigoyen no intentó aprovechar la coyuntura para expropiar
las desvalorizadas tierras y entregarlas a los campesinos. Procedió a salvar
la renta de los terratenientes mediante una liberal política crediticia,
y con ese objeto proyectó la creación de un Banco Central que no se concretó
(Frondizi, Petróleo, 77).
La dislocación del mercado mundial producida por la guerra había indicado
a la burguesía argentina la necesidad de aventurarse en empresas hasta entonces
reservadas al imperialismo, como el transporte marítimo y la construcción
de barcos. Para la nueva empresa el capitalismo argentino contaba con la
colaboración del capital financiero internacional. En 1919 los más destacados
representantes de la burguesía argentina y del capital imperialista con
intereses en el país proyectan radicar en el país la industria de las construcciones
navales mercantes con el propósito de "preparar al país para bastarse a
sí mismo." (La Época, Bs. As., febrero 21, 1918.) y reciben amplio apoyo
gubernamental. Apoyando este tipo de desarrollo de la economía nacional,
en base de la conjunción del capital extranjero con el capital nativo, con
predominio del primero, continuaba Yrigoyen la política tradicional de la
burguesía argentina, que de ese modo había desarrollado los ferrocarriles,
los servicios públicos y en general todas las industrias del país.
Política Populista y Represiva del Radicalismo
Pero si Yrigoyen gobernó según los intereses esenciales de la burguesía
argentina, particularmente los terratenientes, su sector más fuerte, y de
la Metrópoli británica, lo hizo en permanente conflicto con la oligarquía
que hasta 1916 había detentado el Poder y, en algunos momentos, con toda
la burguesía nacional. La oligarquía había sido expropiada políticamente
por el radicalismo, y no se lo podía perdonar. Con inusitada violencia combatió
al gobierno que se apoyaba en la chusma, en el simple pueblo trabajador,
y en base de ese apoyo usufructuaba el aparato estatal sin afectar negativamente
y favoreciendo positivamente a la oligarquía, pero alejándola del ejercicio
directo del poder.
La oposición conservadora no tenía un carácter de clase distinto al radicalismo
—puesto que la dirección y la política del partido radical respondían a
los mismos intereses que sus similares conservadores —pero había sí una
diferencia de categoría social. El gobierno de Yrigoyen demostró que se
podía gobernar al país sin apellidos patricios, es decir oligárquicos. "Aunque
es notorio que figuraban entre los radicales hombres de lo más encumbrado
del viejo patriciado —y basta recordar, para convencerse de ello, los apellidos
de algunos de sus primeros diputados— lo común era que los miembros de las
antiguas familias, que eran o habían sido dominantes, no estuvieran allí,
y que en cambio acompañaran a ese partido muchos de los exponentes de la
nueva riqueza, descendientes de inmigrados, y numerosos elementos de la
clase media." (Pinedo, I, 25.) Por otra parte, a fin de conservar su respaldo
popular, el radicalismo hubo forzosamente de realizar o proyectar cierta
política populista, vagamente obrerista: salario mínimo, rebaja de alquileres,
reglamentación del trabajo a domicilio, conciliación y arbitraje en caso
de huelgas, con cierta tendencia a favorecer a la parte obrera. Todo esto
no afectaba mucho las ganancias del capital, entonces más elevadas que nunca
a consecuencia de la guerra. Pero provocaba la airada protesta de la burguesía,
cuyo único instrumento de política social hasta entonces habían sido el
sable de la policía montada y la "abnegación patriótica", Yrigoyen, en cambio,
llama a delegaciones y comisiones de huelguistas para que conferencien con
él, y hasta lea presta el automóvil presidencial para ciertas gestiones
urgentes.
Por primera vez entran a la Casa de Gobierno obreros en representación de
los huelguistas. Por boca de uno de sus principales diarios, la burguesía
expresa sus sentimientos afirmando que "los obreros son hoy los privilegiados".
Y es de Imaginar su indignación cuando ante la negativa de los ferrocarriles
ingleses a reincorporar algunos huelguistas Yrigoyen dicta un decreto sensacional
obligando a las empresas a readmitirlos en el término de 24 horas (Gálvez,
313-20) o cuando Yrigoyen ordena a la policía que no perturbe las reuniones
obreras, asambleas sindicales etc., o cuando a una delegación de lo más
representativo del capital nacional y extranjero que iba a proponerle movilizar
el ejército y la escuadra para quebrar una huelga, Yrigoyen les responde:
"Entiendan señores que los privilegios han concluido en el país, y que no
irá el gobierno a destruir por la fuerza esa huelga, que significa la reclamación
de dolores inescuchados." (Romariz y Gálvez, 318.)
No es difícil imaginar la oposición que todo esto despertó en la burguesía
argentina y sus socios extranjeros. Ya en 1904, cuando en medio de una ola
de huelgas y aguda lucha de clases el Ministro del Interior oligárquico
Joaquín V. González proyectó una Ley Nacional de Trabajo que concedía algunas
mínimas mejoras al proletariado, la Unión Industrial Argentina se había
pronunciado en contra con estas palabras: "La implantación repentina de
una reforma de esa índole aumentaría el costo de producción de la industria
argentina que no podría competir con la extranjera, libre de trabas-de esa
naturaleza, pues ningún país del mundo tiene una legislación como la que
se pretende imponer en el nuestro para colocar a la República en pleno régimen
de socialismo de Estado." (Guerrero, 143.)
Es comprensible su horror ante los tímidos intentos obreristas de un gobierno
populachero respaldado en el voto de las grandes masas trabajadoras. Un
comentario típico de los grandes diarios decía "el Gobierno vio impasible
que la huelga detuvo las remesas financieras en casi todo el país, que paralizó
durante largos meses el tráfico del puerto, y... conferenció de potencia
a potencia con los cabecillas de la huelga y escuchó con calma las más audaces
y ofensivas proposiciones. Su acción, poco plausible en un Gobierno, se
redujo a dar buen empleo a elementos destacados en la organización de aquellas
protestas obreras." (La Nación, diciembre 2, 1920.)
Y, sin embargo, el obrerismo de Yrigoyen rindió un efectivo servicio al
orden capitalista. Hasta 1916 el sindicalismo argentino tenía un carácter
extremadamente combativo y revolucionario, poco dado a la conciliación con
la patronal y las tramitaciones ministeriales.
A una nota que en 1907 enviara el recién creado Departamento Nacional del
Trabajo a las dos centrales obreras entonces existentes, requiriéndoles
su colaboración, la Unión General de Trabajadores contestó que "para que
en lo sucesivo no se molesten haciéndonos proposiciones, manifestamos que
no creemos necesaria la intervención del Departamento Nacional del Trabajo
en los asuntos que atañen a nuestra organización, por estar convencidos
de que todo lo que se refiere al bienestar y mejoramiento de nuestra clase
depende única y exclusivamente del esfuerzo que pueda desarrollar la acción
obrera por medio de la lucha ejercida contra los que nos sumen en la más
cruel explotación". Y la Federación Obrera Regional Argentina ni siquiera
contestó (Luna, Yrigoyen, 260). Yrigoyen, a favor de su política obrerista,
logra influenciar algunos sindicatos y fue esa la primera vez que el Estado
se aseguró cierto control sobre el movimiento obrero, utilizándolo no sólo
para obtener votos con los cuales -enfrentar la oposición de la burguesía,
sino también para someter el proletariado al orden imperante.
Por eso los historiadores más reaccionarios coinciden en afirmar que "la
consecuencia más importante del obrerismo de Yrigoyen es el haber contenido
la revolución social. Al comenzar su gobierno hay mar de fondo en los ambientes
obreros. Yrigoyen detiene la revolución social que hubiera triunfado más
tarde." (Gálvez, 322.) O bien que "la política de Yrigoyen con relación
a los obreros tuvo consecuencias auspiciosas. Su actitud prudente frente
a los conflictos, animada de espíritu cristiano, y las leyes que se dictaron
en materia de trabajo y previsión social, por su iniciativa o con su auspicio,
contribuyeron a granjearle el apoyo y la adhesión de numerosos gremios,
de los más numerosos y aguerridos, como el de los ferroviarios, sustrayéndolos
en igual medida a la influencia roja, antes predominante. El movimiento
obrero se nacionaliza en gran parte con Yrigoyen. Por primera vez bajo su
presidencia se verán manifestaciones proletarias que lleven a su frente
la bandera argentina" (Palacio, II, 347).
Pero el obrerismo de Yrigoyen ponía en evidencia su verdadera naturaleza
apenas se esbozaba un movimiento independiente de la clase obrera. Entonces
el radicalismo masacraba al proletariado con tanta puntualidad y eficiencia
como el más reaccionario de los gobiernos oligárquicos. Desde 1915 el proletariado
luchaba con redoblado vigor contra la tremenda explotación capitalista que
sufría. En 1915 hubo 12.000 huelguistas, y 24.000 al año siguiente. En 1917
paran 136.000 obreros, y el ascenso proletario culmina en 1919, con más
de 300.000 trabajadores en huelga (Estadísticas de Huelgas, 20).
En la semana del 7 al 14 de enero de ese año, 1919, el combativo proletariado
metalúrgico de Buenos Aires movilizó tras de sí a la clase obrera y la población
pobre en una huelga general que paralizó la capital de la República. El
origen del movimiento se hallaba mucho menos en la influencia del triunfo
de Lenin y Trotsky en Rusia que en la miseria de los trabajadores, que ganaban
90 pesos mensuales, menos de la mitad de lo requerido por la familia obrera
(Idem, 21). El gobierno radical movilizó a la policía y al Ejército, que
en colaboración con las bandas fascistas de la Liga Patriótica, organización
financiada por los capitalistas, aplastaron sangrientamente al movimiento.
Frente a la fábrica donde se había iniciado la huelga, un destacamento del
ejército ametralla a los obreros. Lo comanda un joven teniente, llamado
Juan Domingo Perón. Después de haber anegado en sangre las barriadas obreras,
el jefe de policía, el destacado dirigente radical Elpidio González, felicita
a las tropas en estos términos: "Felicito al personal de la repartición
por la energía y valor demostrados. Debe estar todavía prevenido. Un pequeño
esfuerzo y habremos terminado, dando una severa lección a elementos disolventes
de la nacionalidad argentina, que es un ejemplo en la historia de noble
altivez, y para honor de la patria y de quienes a costa de muchos sacrificios
la formaron, legándonos valioso ejemplo de patriotismo que mantenemos como
rotunda protesta contra las ideas y sistemas basados en la más baja satisfacción
de apetitos materiales". Pero la represión no terminó con el aplastamiento
de la huelga. Dando un ejemplo de "noble altivez" la policía y las bandas
fascistas desencadenaron un progrom sin cuartel, llevando el terror a los
barrios judíos. El jefe de policía había ordenado: "Contener toda manifestación
y agrupaciones excepto las patrióticas; las demás deben disolverse sin contemplaciones".
El proletariado argentino recuerda estas masacres con el nombre de "Semana
Trágica" (Oddone, 286-95).
Dos años después, nuevamente el gobierno de Yrigoyen masacra al proletariado.
En el territorio de Santa Cruz los obreros rurales se habían declarado en
huelga, ocupando algunas estancias. Un teniente coronel del ejército al
mando de dos regimientos de caballería pone a todo el territorio en pie
de guerra, dicta una resolución por la cual se fusilaría sin formalidad
alguna a toda persona que portase armas, y dirige la represión más brutal
que pueda imaginarse. Cientos de obreros fueron detenidos, apaleados y recluidos
en dantescos depósitos. De ellos se escogía a quienes señalaban los representantes
de las empresas y se los llevaba al campo para fusilarlos. A alguno se les
hacía cavar su propia fosa y luego incineraban los cadáveres. Así cayeron
cientos de obreros. Cuando el Juez de la región entrevistó a Yrigoyen para
relatarle los horrores cometidos y pedirle que se procesara a los responsables,
Yrigoyen no quiso hacerlo: dijo que una medida semejante acarrearía el desprestigio
de las fuerzas armadas y que la fe del pueblo en las instituciones debía
salvarse a toda costa (Luna, Yrigoyen, 259).
Ya sobre la terminación de su primer periodo presidencial, Yrigoyen dejó
establecido con dos firmes trazos el carácter reaccionario del radicalismo
desde el punto de vista de la realización de las mas elementales tareas
democráticas. Aliado a la Iglesia Católica, albacea de la oligarquía y el
imperialismo, Yrigoyen ordenó al gobernador radical de Santa Fe que vetara
la Reforma Constitucional recientemente efectuada en esa Provincia, por
la cual se separaba la Iglesia del Estado y se introducían otras reformas
que la hacían la Constitución más democrática del país. El radicalismo se
oponía a la separación de la Iglesia y del Estado, decía Yrigoyen, "porque
los argentinos que nos convocáramos en el gran movimiento de opinión, fijamos
como regla de conducta invariable, el reconocimiento y restauración de las
bases esenciales de la nacionalidad tal como estaba consagrada en sus estatutos
cardinales" (carta al gobernador de Santa Fe, abril 1921, en Documentos,
311). Fiel a la misma orientación, Yrigoyen se opuso a la introducción del
divorcio, afirmando que "Surgido el actual gobierno de un movimiento de
opinión nacional para afianzar y estabilizar definitivamente las básicas
instituciones sociales y políticas del país, cuando felizmente ha llegado
a culminar en sus grandes propósitos, no puede el Poder Ejecutivo permanecer
indiferente ante una iniciativa que amenaza conmover los cimientos de la
familia argentina en su faz más augusta" (Mensaje al Congreso de la Nación,
Documentos, 319).
El Interregno Alvearísta
Yrigoyen designó su sucesor en la presidencia a Marcelo T. de Alvear, quien
fue elegido por una avalancha de votos (450.000 contra 200.000) y asumió
en octubre de 1922. Con Alvear llega al Poder el ala derecha del radicalismo,
cuya política no difería en nada sustancial de la yrigoyenista, pero que
carecía de su tinte populachero y obrerista, respaldándose en los sectores
burgueses del radicalismo.
La oligarquía observó con alivio que Alvear no persistía "en algunas prácticas
de grosera demagogia seguidas por Yrigoyen" y que no admitía a su lado "a
algunos de los elementos que habían acompañado al viejo caudillo. El elenco
ministerial fue de otro nivel" (Pinedo, 63). Alvear y su fracción estaban
mucho más cerca del Jockey Club que Yrigoyen y su chusma.
A eso se reducía todo el cambio. Respecto a los grandes problemas nacionales
—dominio del capital extranjero, latifundio, atraso general de la economía—
Alvear como Yrigoyen gobernó sin cambiar nada.
Cambió, sí, la situación del mercado mundial; desaparecieron las condiciones
especiales creadas por la guerra y la post-guerra y la burguesía terrateniente
argentina siguió enriqueciéndose como antes de 1914, vendiendo a Europa
sus productos agropecuarios. Se abandonaron entonces los intentos de intervencionismo
estatal y los proyectos de flotas mercantes, que ya no parecían necesarias
a la burguesia, confiada en que todo seguiría igual que en la preguerra.
Por tanto, si el imperialismo inglés compraba normalmente los productos
agropecuarios y vendía normalmente sus artículos manufacturados, resultaba
innecesaria la industria fabril que había crecido durante los años de guerra.
Sólo las más poderosas empresas industriales —muy vinculadas al capital
extranjero y los terratenientes— soportaban la competencia de la avalancha
de mercaderías europeas que inundó al país. El gobierno de Alvear, lejos
de proteger a la industria nacional, rebaja los derechos aduaneros, contribuyendo
a su ruina (Dorfman, 62-65). La fracción yrigoyenista nada tuvo que objetar
a esta política, con lo que el radicalismo demostró nuevamente que su, política
era la. tradicional de la burguesía terrateniente argentina aliada de Inglaterra,
nada más.
Pero bajo Alvear se produce un fenómeno nuevo, originado en Wall Street:
el capital norteamericano acelera vertiginosamente su penetración en la
economía argentina, a través de los empréstitos, de empresas de servicios
públicos y mediante filiales de los grandes consorcios yanquis que instalan
fábricas y talleres de montaje para abastecer el mercado interno. Las inversiones
yanquis en el país, que en 1920 totalizaban 75 millones de pesos oro, alcanzan
en 1927, al terminar la presidencia de Alvear, a 505 millones. El imperialismo
inglés, cuyas inversiones cuadruplicaban a las de Estados Unidos (Philps,
99) veía cómo el pujante rival que ya lo había desplazado del resto de América
latina avanzaba peligrosamente en la Argentina, y se dispuso a frenarlo.
El gobierno de Alvear le prestó su ayuda, y entre otras cosas cerró el camino
a las empresas petroleras norteamericanas, desarrollando los Yacimientos
Petrolíferos Fiscales (YPF) que llevaron una enérgica campaña contra la
Standard Oil. Eso sí, sin afectar los intereses de Gran Bretaña, la metrópoli
dominante (Frondizi, Petróleo, 153). En torno al conflicto entre YPF y el
imperialismo yanqui se produce una fisura en el seno de la burguesía argentina.
En general la política de YPF era respaldada por los aliados históricos
del imperialismo inglés, los estancieros de la Provincia de Buenos Aires.
Por el contrario, el imperialismo yanqui, a través de la Standard Oil, inició
una alianza que habría de ser duradera con la burguesía industrial y terrateniente
del Norte argentino.
A cambio de los dólares con que el imperialismo yanqui pensaba explotar
el petróleo del Norte, este sector combatió implacablemente a YPF y llegó
a proponer la secesión de una provincia para impedir que YPF desplazara
de allí a la Standard Oil (Bunge). Por otra parte, la Standard Oil se había
vinculado de tiempo atrás a la industria, sector del capitalismo argentino
que a medida que crecía tendía a acercarse al imperialismo yanqui; dos presidentes
de la Unión Industrial Argentina estaban desde antes de la guerra en estrechas
relaciones con la Standard. Por el contrario, los estancieros se tornaban
cada vez más hostiles hacia Estados Unidos, ese imperialismo que no sólo
competía con sus productos, sino que los rechazaba de mil modos.
Precisamente bajo la Presidencia de Alvear, cuando más penetraban sus capitales
en el país, el gobierno yanqui intensificó sus restricciones a la importación
de carne argentina (Weil, 197). La burguesía terrateniente respondió, por
intermedio de la Sociedad Rural Argentina, haciendo suyo el slogan acuñado
para ella por el embajador inglés en Buenos Aires: "Comprar a quien nos
compra", lo que significaba comprar en Inglaterra. En abril de 1928, la
Sociedad Rural pide al gobierno que concierte tratados comerciales de reciprocidad,
que tenían el sentido de excluir a Estados Unidos del mercado argentino
(White, 203 y Anales de la SRA, abril 1928).
Yrigoyen Vuelve al Poder
Pero mientras todos esos procesos poco visibles transcurrían en el seno
de la estructura argentina, se producían acontecimientos más fáciles de
discernir. En octubre de 1928, pese a la oposición de Alvear y su fracción,
Hipólito Yrigoyen volvía al poder, plebiscitado por 800.000 votos contra
400.000 de todos sus adversarios. El capital inglés le dio la bienvenida,
con palabras que caracterizan perfectamente lo fundamental de su primer
gobierno y de lo que duró el segundo; el Presidente del Ferrocarril Central
Argentino declaró: "Es indudable que el gobierno del doctor Yrigoyen ha
Inspirado fe y confianza en Londres y una de las mayores pruebas es la siguiente:
el 12 de octubre de 1928 las acciones del FC Central Argentino se cotizaban
aproximadamente al 90% de su valor. En la actualidad las acciones han llegado
al 98%".
Y el Presidente del Ferrocarril Sud declaraba: "Me complace sobremanera
testimoniar mi admiración por las altas dotes de Gobierno puestas de manifiesto
por el Doctor Yrigoyen en cuanto se ha visto en presencia de dificultades.
En lo que respecta a los intereses ferroviarios se mostró firma y ecuánime
y es en gran parte debido a las medidas que inició que fundamos nuestra
prosperidad" (Documentos, 328). Pero la burguesía argentina no las tenia
todas consigo.
Había disgusto entre las clases distinguidas, que decían que la vuelta de
Yrigoyen al gobierno significaba una catástrofe para el país.
"Otra vez el caos administrativo, la chusma en la calle y en los puestos
públicos, las huelgas, el pobrerío en la Casa de Gobierno. Hay que hacer
algo, exclaman los enemigos de Yrigoyen" (Gálvez, 393). La burguesía no
estaba dispuesta a tolerar mucho tiempo al viejo e inconducente conductor,
y casi simultáneamente con su triunfo electoral se empieza a tramar su derrocamiento,
con la colaboración del ejército (Palacio. 366).
En efecto, el segundo gobierno de Yrigoyen irritó a la burguesía, y no tanto
por su obrerismo, cuanto por la corrupción que floreció en grado increíble
y que era particularmente insufrible para la burguesía porque no se limitaba
a las altas esferas sino que afectaba a toda la administración, de abajo
a arriba con la sola excepción del propio Yrigoyen (Weil, 37). Además, el
gobierno de Yrigoyen —que había hecho de la pureza del sufragio el tema
de su vida— se valió ampliamente del fraude electoral para ganar las elecciones
allí donde no estaba seguro de triunfar por otros medios.
Pero, entre tanto, se iniciaba una nueva fase en las relaciones entre la
Argentina y la metrópoli británica, caracterizada por los acuerdos bilaterales
que cierran el mercado argentino para los competidores de Inglaterra y ligan
más estrechamente la economía nacional al sistema imperialista británico.
En 1929 llega al país una misión inglesa presidida por Lord D'Avernon, y
se firma con ella un convenio por el cual la Argentina se compromete a emplear
en Gran Bretaña el producido de su exportación de cereales y otros productos.
Se trataba de un convenio netamente desventajoso para la economía argentina
(Salera, 64), que Inglaterra impuso amenazando con establecer un sistema
de preferencia imperial que cerraría el mercado inglés para las exportaciones
argentinas. Pero el Ministro de Relaciones Exteriores de Yrigoyen declaró:
"no nos interesa ni nos desazona si es la Gran Bretaña a quien le toca recoger
los mayores beneficios. Lo he dicho en una ligera interrupción y lo repito
en este momento: tenemos con Gran Bretaña una gran deuda moral que nos es
grato confesar. Cuando todavía éramos una expresión imprecisa, Inglaterra
llegó trayéndonos el aporte de su fe, de su confianza, depositando aquí
sus capitales, trayendo las primeras líneas de los ferrocarriles, alrededor
de los cuales se fue realizando paulatinamente el progreso de la Nación"
(DSCDN, noviembre 11 y 12, 1929). Era el lenguaje tradicional de los agentes
nativos del imperialismo inglés. Cuatro años más tarde, con los mismos argumentos,
los representantes de la oligarquía proclamarían orgullosamente que la Argentina
se parecía mucho a una colonia inglesa. La Misión D`Avernon produjo un informe
en el que se registran datos de interés sobre el control imperialista de
la economía argentina, entre otros el grado considerable de capital inglés
invertido en empresas industriales aparentemente argentinas que producen
para el mercado interno (Report, 15).
Pero si la Misión D`Avernon que venía a ajustar las relaciones entre metrópoli
y semicolonia fue calurosamente acogida por Yrigoyen, muy otra fue la actitud
ante Hoover, presidente electo de Estados Unidos en viaje por América latina,
a quien se recibió sin mucho entusiasmo. Incluso, Yrigoyen le manifestó
en su discurso de bienvenida que los pueblos sudamericanos esperaban que
el poderío yanqui no fuera "un riesgo para la justicia, ni siquiera una
sombra proyectada sobre la soberanía de los demás Estados" (Documentos.
365). Se ha señalado (Pereira, citado por Luna, Yrigoyen, 431) que entre
las diversas manifestaciones oficiales con que fue agasajado Hoover en su
gira "sobresalió Yrigoyen por haber sido el único que supo encontrar el
tono para hablar de potencia a potencia". Es cierto, pero debe contrastarse
esa actitud con la obsecuencia ante la Misión D'Avernon, y no es ocioso
recordar que por ese entonces las inversiones británicas en la Argentina
cuadruplicaban a las norteamericanas y en el período 1926-1929 Inglaterra
compraba a la Argentina cuatro veces más (en valor) que Estados Unidos (Phelps,
99).
El gobierno de Yrigoyen prosiguió la ofensiva contra la Standard Oil, proyectándose
una nacionalización del petróleo enderezada ante todo contra el imperialismo
yanqui, y en forma tal que los intereses imperialistas predominantes en
la industria petrolera argentina, que eran británicos, apoyaban la nacionalización
(Frondizi, Petróleo, 275). De todos modos, al 5 de setiembre de 1930 el
proyecto no había sido aprobado, y al día siguiente Yrigoyen caía depuesto
por un golpe militar.
La Restauración Conservadora
A los pocos meses de su segundo gobierno Yrigoyen se había hecho intolerable
para la burguesía argentina, y la intolerancia aumentó con el avance de
la crisis económica.
En enero de 1930 el precio mundial de los cereales había descendido 5% respecto
de 1926. En agosto la disminución alcanzaba a 13%, y los precios de cueros,
lanas y otras exportaciones argentinas descendían igualmente. Con los precios
se achicaban también las reservas de oro (Revista Económica, 1932). Tocaba
a su fin la prosperidad, y el capital nacional y extranjero advertían la
necesidad de un gobierno desligado de compromisos con las masas populares
y sin veleidades obreristas, un gobierno fuerte capaz de salvar la cuota
de ganancia a expensas del nivel de vida de las masas trabajadoras y gobernar
en íntimo contacto con los altos círculos capitalistas. Evidentemente, el
gobierno de Yrigoyen no era apto para esta función. Por eso la presentación
que el 22 de agosto de 1930 realizaron ante el gobierno la Sociedad Rural
Argentina, la Bolsa de Cereales, la Unión Industrial Argentina y la Confederación
de la Producción, Industria y Comercio —vale decir, la burguesía en pleno—
era algo así como un llamado a la insurrección. Exponían los representantes
del capital que ante el avance de la crisis era preciso iniciar una política
de proteccionismo aduanero y de toda especie para la industria, la ganadería
y la agricultura y, sobre todo, abolir las leyes de protección al trabajo.
Para esto, el radicalismo no servía. Había demostrado su eficacia para masacrar
al proletariado cuando éste se levantaba, pero necesitado del voto de los
trabajadores no podía ir demasiado lejos en una ofensiva permanente contra
ellos sin perder su base de sustentación. Había que fortalecer el orden,
y el gobierno de Yrigoyen era la encarnación del desorden, social porque
especulaba con el apoyo de las masas, administrativo por la corrupción que
lo carcomía a ritmo acelerado. Los conflictos obreros se multiplicaban y
el gobierno no podía controlar a los sindicatos (Palacio, 370).
Los viejos políticos oligárquicos se movilizaron, .y con ellos sus vastagos
más jóvenes, organizados en agrupaciones fascistas que soñaban con organizar
la Argentina al estilo de Mussolini. Se descubrió que Yrigoyen era un "dictador",
y sin embargo la oposición gozaba de las más amplias libertades y se adueñaba
de la calle cuando quería (la prensa ya era de ella desde siempre, y en
la capital de la república el gobierno sólo tenía un diario). El golpe de
Estado "para salvar la democracia" se prepara activamente. En los cuarteles,
el general Uriburu, fascista confeso. En los círculos políticos, don Antonio
Santa-marina, dirigente conservador, dueño de 160.000 hectáreas en la Provincia
de Buenos Aires (Pinedo; 74 y Oddone, Burguesía, 176). En la calle, los
estudiantes, vociferando "abajo el tirano" o "¡democracia sí; dictadura
no!" mientras atacan a los radicales (Gálvez, 439).
Las masas trabajadoras permanecen pasivamente favorables a Yrigoyen. Pero
la burguesía y la pequeña burguesía estaban dispuestas a acabar con el gobierno.
Encuentran un aliado insospechado en el pequeño Partido Comunista, que declara:
"El gobierno de Yrigoyen es el gobierno de la reacción capitalista, como
lo demuestra su política represiva, reaccionaria, fascitizante" (Historia
del PC, 70). El 5 de setiembre la Federación Universitaria exigió la renuncia
de Yrigoyen. "La calle Florida, la feria de vanidades de la burguesía y
pequeña burguesía porteñas era toda un mitin confuso de la "revolución";
predominaban las damas elegantes, los oficiales del ejército y los niños
"bien". El Poder estaba en medio de la calle..." (Gallo, 19) El 6 de setiembre
de 1930 lo recogió sin dificultad el general Félix Uriburu, desfilando con
los cadetes del Colegio Militar y algunos soldados ante el aplauso de la
gente distinguida.
Tras el general Uriburu se movían en primer término la burguesía argentina
en su conjunto y el conjunto del capital extranjero, sedientos de orden
y de un gobierno que no tuviese compromisos con las masas.
"Indudablemente el cuartelazo fue patrocinado por los terratenientes. Habían
esperado largo tiempo una ocasión para corregir su error de 1916 al permitir
elecciones libres. Fue amparado por los bancos, el gran capital, las asociaciones
patronales, irritadas por los vacilantes intentos de Yrigoyen de hacer algo
con la depresión a costa de ellos, sin ningún plan constructivo" (Weil,
41). Por supuesto, apoyaban el golpe los tradicionales políticos oligárquicos
que hasta el advenimiento del radicalismo al Poder manejaban cómodamente
el Estado. De entre ellos salieron los ministros del nuevo gobierno. En
fin, un nuevo factor intervenía. Era el imperialismo yanqui, particularmente
la Standard Oil, que perjudicada por la política general de Yrigoyen, y
en especial por su política petrolera, buscaban en el golpe militar la oportunidad
para desplazar al imperialismo inglés. A las pocas horas de producirse el
cambio de gobierno, los británicos se ocuparon de advertir al mundo que
el 6 de Setiembre se debía a la influencia estadounidense. Los voceros ingleses
trasmitieron a todas las agencias noticiosas que los Estados Unidos eran
los culpables de la revolución (Frondizi, Petróleo, 272 y La Prensa, setiembre
8, 1930). Poco tardaron los intereses norteamericanos en advertir que la
carta a que habían apostado se les iba de las manos y rendía los mayores
dividendos para Inglaterra.
Baste decir que Uriburu, si bien liquidó el proyecto de nacionalización
del petróleo, siguió respaldando la acción de YPF (Frondizi, Petróleo, 330).
"Democracia sí, Dictadura no ¡LIBERTAD!" Con esas consignas la burguesía
y pequeña burguesía, los estudiantes a la cabeza, crearon el clima del golpe
militar. Triunfante éste, no tardó en darles lo que querían. La "dictadura"
de Yrigoyen, que no perseguía ni encarcelaba a nadie, fue reemplazada por
la dictadura militar-policíaca sin comillas del general Uriburu, que desató
el terror sobre el país y en especial la clase obrera. Apoyadas desde la
presidencia de la Nación, las organizaciones fascistas, financiadas por
el gran capital, se adueñaron de la calle. Sin embargo, el Partido Socialista
argentino, fiel a su alianza tácita de siempre con la burguesía, roció con
agua bautismal al gobierno militar. En nota dirigida el 4 de noviembre al
Ministro del Interior, Matías Sánchez Sorondo —gran terrateniente, abogado
de la Standard Oil, fascista confeso que dirigía personalmente la tortura
policial de militantes obreros— los socialistas decían: "Apenas se constituyó
el Gobierno Provisional surgido de la revolución del 6 de setiembre, nos
apresuramos a declarar que de nuestra parte no crearíamos al Gobierno Provisional
la más mínima dificultad para el cumplimiento de una tarea que reputábamos
ardua e indispensable" (citado por Gallo, 44). Se convocó a elecciones en
la Provincia de Buenos Aires para dar respaldo legal al régimen, pero el
radicalismo, sumido en la ilegalidad, ganó por 30.000 votos. A fin de preservar
la democracia, se anuló las elecciones... Y entre tanto. para asegurar la
reclamada libertad el gorro frigio del escudo nacional fue poderosamente
dotado con la picana eléctrica, instrumento predilecto de la sección Orden
Político, siniestra organización policial amorosamente tutelada desde entonces
por todos los gobiernos argentinos, donde se tortura y/o asesina a los militantes
obreros.
Eso sí, Uriburu terminó con la corrupción administrativa yrigoyenista. Lo
hizo en forma hegeliana, superándola y elevándola a un plano gigantesco,
desconocido hasta entonces.
"Dictó un decreto confidencial y sumamente ingenioso, estableciendo que
el gobierno se haría cargo de todas las deudas privadas de los oficiales
del ejército. Todo lo que los oficiales tenían que hacer era informar a
su coronel que tenían una deuda; no se requerían detalles ni se formulaban
preguntas. Parece que los oficiales supieron aprovechar la ocasión, porque
mucho tiempo después los diarios informaban que el decreto le había costado
al gobierno más de 7 millones de pesos (White, 161). Pero Uriburu no pudo
mantenerse largo tiempo en el Poder. Al fin y al cabo, los políticos tradicionales
de la burguesía argentina no habían combatido a Yrigoyen para que su lugar
lo ocupase el Ejército y un puñado de jóvenes fascistas que soñaban junto
con Uriburu en implantar el estado corporativo.
El terror policial había estado bien para aplastar a la clase obrera y lo
que quedaba del radicalismo, pero cuando Uriburu quiso utilizarlo para sus
propios fines, toda la burguesía y sus políticos se le pusieron en contra,
y también la gran prensa, a quien Uriburu intentó someter a censura previa
(Ídem, 184). Los más poderosos sectores de la burguesía y el capital inglés
exigieron el retorno a la normalidad, y cuando el gobierno convocó a elecciones
hallaron su representante en el General Agustín P. Justo, ex Ministro de
Guerra de Alvear, íntimamente ligado a la oligarquía conservadora. Fue elegido
presidente en elecciones magníficamente fraudulentas, en las que se impidió
participar a la Unión Cívica Radical, el mayor partido opositor (Pinedo,
108). Con Justo llegan al poder tradicionales figurones de la oligarquía.
Su Vicepresidente es Julio A. Roca, hijo del general, aquel que civilizó
el país a fuerza de Remingtones y empréstitos, uno de los presidentes argentinos
mejor cotizados en la Bolsa de Londres.
Capítulo II
El Gobierno Directo De Los Estancieros y El Imperialismo Ingles: 1935 -
Mayo 1943
Cuando el General Agustín P. Justo asumió la Presidencia de la Nación Argentina,
bien pudo haber jurado ante el Ministerio de Colonias de la Gran Bretaña,
y si no lo hizo fue por pura formalidad. Es que en 1932, por el tratado
de Ottawa, Inglaterra —que adquiría el 99% de la exportación argentina de
carne enfriada— había asegurado a sus Dominios una creciente participación
en la importación británica de carnes, en detrimento de la Argentina, que
debería conformarse con una cuota cada vez menor. Los estancieros de Buenos
Aires, viendo peligrar la base de su riqueza, envían a Inglaterra una Misión
encabezada por el Vicepresidente de la Nación, Julio A. Roca, y por un abogado
de los ferrocarriles ingleses a quien la Corona británica había premiado
con el título de Sir. En Londres, esta delegación escucha complacida cómo
un Subsecretario británico de Relaciones Exteriores le sugiere que la forma
más práctica para arreglar las relaciones comerciales entre Inglaterra y
la Argentina seria que el país renunciara voluntariamente a su soberanía
y se incorporase a la Comunidad Británica de Naciones (Salera, 64). A lo
cual el Vicepresidente Roca —toda una gloria de la oligarquía patricia—
responde que "la geografía política no siempre logra en nuestros tiempos
imponer sus límites territoriales a la actividad de la economía de las naciones.
Así ha podido decir un publicista de celosa personalidad que la Argentina,
por su interdependencia recíproca, es, desde el punto de vista económico,
una parte integrante del Imperio Británico" (DSCDPBA, Bs. As., julio 25,
1946, pág. 985). Esta era la opinión de la clase dominante argentina. Ya
años antes su vocero, el entonces diputado Sánchez Sorondo, había declarado:
"Aunque esto moleste nuestro orgullo nacional, si queremos defender la vida
del país, tenemos que colocarnos en situación de colonia inglesa en materia
de carnes. Eso no se puede decir en la Cámara, pero es la verdad. Digamos
a Inglaterra: nosotros les proveeremos a ustedes de carnes; pero ustedes
serán los únicos que nos provean de todo lo que necesitamos; si precisamos
máquinas americanas, vendrán de Inglaterra" (DSCDN, 1922, pág. 612). Tal
era precisamente la esencia del Tratado Roca-Runciman, firmado en 1933 por
la Misión Roca. Merced al mismo, los ganaderos de Buenos Aires conservaban
el mercado británico, pero en cambio otorgaban toda clase de preferencias
a Inglaterra. "Valorando los beneficios de la colaboración del capital británico
en las empresas de servicios públicos y otras, ya sean nacionales, municipales
o privadas que funcionan en la República Argentina" —decía el tratado— el
gobierno argentino "se propone dispensar a tales empresas un tratamiento
benévolo que tienda a asegurar el desarrollo económico del país y la debida
protección de los intereses ligados a tales empresas". En consecuencia,
se concedía a compañías británicas el monopolio del transporte en la ciudad
de Buenos Aires, hundiendo la competencia de los pequeños transportistas
nacionales, cuyos vehículos se expropiaron al efecto. Se hacían concesiones
aduaneras por importe de 25 millones de pesos, que permitían el libre ingreso
de mercaderías británicas, en perjuicio del fisco y de la industria nacional.
Se asignaba para las compras en Inglaterra cambio abundante, a tipos preferenciales,
mientras que se cerraba el mercado argentino para los competidores de Inglaterra.
La Argentina se comprometía también a destinar el pago de las inversiones
británicas, la mayor parte de los ingresos provenientes de las exhortaciones
a Gran Bretaña —y esto equivale a aceptar la inconvertibilidad parcial de
la libra. Algo más: Se inició por imposición británica una política de nacionalización
de inversiones inglesas deficitarias, pagándolas a precio de oro y descapitalizando
al país en beneficio de los inversores ingleses. Esto se concretó en la
nacionalización de un ferrocarril británico (Salera, 161) en cuya ocasión
el gobierno del General Justo expresó que iniciaba "una nueva orientación
en materia de política ferroviaria, cual es la adquisición paulatina por
el Estado de las empresas particulares que explotan hoy el servicio ferroviario"
(DSCSN, diciembre 28,'1938, pág. 1916). En fin, la diplomacia argentina
asumía la abierta defensa de los grandes intereses de la diplomacia británica
en América del Sud —encaminada a detener el avance norteamericano— y la
Argentina se transformaba en sub-metrópoli inglesa en América del Sud (Le
Monde, agosto 5,. 1933).
Como consecuencia del Tratado Roca-Runciman, en la misma medida en que se
acentuaba el control británico sobre la economía nacional, perdía posiciones
el imperialismo norteamericano. El cerrado bilateralismo con Gran Bretaña
reducía a niveles mínimos las compras en Estados Unidos. El gobierno no
otorgaba divisas para importar desde Norteamérica, o las concedía a tipos
de cambio desfavorables que encarecían los productos importados. En consecuencia,
la participación de Estados Unidos en las importaciones argentinas descendió
durante 1933-38, en cuarenta por ciento respecto de 1925-29, mientras que
la participación británica aumentó paralelamente (Salera, 240).
Las relaciones económicas con Washington se tornaron tensas, y también las
relaciones diplomáticas. Durante la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay,
éste respaldado por los intereses británicos de la Royal Dutch, aquélla
por la Standard Oil yanqui, la Argentina estuvo junto al imperialismo inglés,
apoyando al Paraguay y utilizando sus influencias en Bolivia, para favorecer
a los intereses británicos (Cornejo, 203-4 y 226-7). En 1936 se realizó
en Buenos Aires una Conferencia Interamericana. Estados Unidos, dirigido
por Roosevelt en su política de "buena vecindad", se lanzaba a la tarea
de organizar los países latinoamericanos en un bloque político-militar que
obedeciera a sus mandatos. La burguesía argentina mantuvo su tradicional
oposición a esa política y contó, claro está, con el respaldo británico.
En esa conferencia se plantearon dos problemas fundamentales —cuenta el
dirigente de la delegación norteamericana—: primero, si las repúblicas americanas
llegarían a un acuerdo para crear una maquinaria eficiente que operara con
rapidez en caso de que una. disputa intra-continental pusiera en peligro
la paz, o de que la seguridad del hemisferio se viera amenazada desde afuera;
segundo, si reconocerían conjuntamente que la amenaza contra la seguridad
de cualquiera de las repúblicas comprometía la seguridad de todas las demás.
Poco después de la primera reunión de las delegaciones supe que la mayoría
de ellas favorecían el establecimiento de estos dos principios, y que la
delegación argentina, presidida por el Ministro de Relaciones Exteriores,
Dr. Carlos Saavedra Lamas, se oponía a ambos. Argentina se había opuesto
desde hacía muchos años a la formación de cualquier organización interamericana
con autoridad suficiente para decidir cuestiones políticas y en las cuales
los Estados Unidos y el Brasil pudieran llegar a tener una influencia susceptible
de amagar sus tradicionales intentos de arrobarse el derecho de hablar en
nombre de las demás repúblicas hispanas de Sudamérica. Saavedra Lamas era
el mas destacado exponente de la tesis de que las relaciones de Argentina
con Europa son las más importantes, y estaba firme en su decisión de que
debía mantenerse la supremacía argentina como líder de los países hispanoamericanos
y de que debía evitarse cualquier intento de los Estados Unidos para aumentar
su influencia política en el hemisferio." (Sumner Wells, 252-3.)
Desde ese momento, y durante toda la década siguiente, las relaciones entre
Argentina y Estados Unidos no cesarían de deteriorarse, caracterizándose
por continuos y violentos roces.
Sumisión a Inglaterra y Pseudo-Industrialización
Pero mientras aceptaba las imposiciones del imperialismo inglés, al mismo
tiempo, la burguesía terrateniente argentina iniciaba una política de "nacionalismo
económico". Esta aparente contradicción se originaba en una misma y única
causa, que era la necesidad de conservar las ganancias y rentas del capitalismo
argentino en las condiciones de la desintegración del comercio mundial.
Para esto, la burguesía argentina —particularmente los estancieros de Buenos
Aires—,' debía aceptar las exigencias del imperialismo comprador de sus
productos, y así lo hizo. Pero, al propio tiempo, advirtió la necesidad
de modificar la forma de su relación con el imperialismo, la urgencia de
fortalecer el mercado interno para independizarse en cierto grado del mercado
mundial. Ya en 1866, Sarmiento le advertía a la Sociedad Rural que "el ganado
y sus productos como industria exclusiva y única del país, tiene el inconveniente,
de que su precio no lo regulamos nosotros, por falta de consumidores sobre
el terreno, sino que nos lo imponen los mercados extranjeros, según su demanda"
(Obras, XXIX, 158). Con la crisis mundial había llegado el momento de recordar
este consejo, y la solución estaba en desarrollar el mercado interno. Y
en efecto, mientras que desde 1870 hasta 1929, la economía argentina crece
vigorosamente "hacia afuera", estimulada por la expansión del mercado internacional,
a partir de la gran crisis la burguesía terrateniente se esfuerza por desenvolver
nuevas fuerzas, capaces de estimular desde adentro el desarrollo económico.
Para ello acudió a un activo intervencionismo estatal y al fomento de la
industria manufacturera.
El Estado apuntaló la renta agraria, comprando las cosechas a precios superiores
a los del mercado mundial. Además, puesto que las metrópolis imperialistas
compraban poco y a bajos precios, a fin de contar con las divisas necesarias
para pagar la deuda externa, se estableció el control de cambios, que permitía
al Estado restringir las importaciones. Este instrumento sirvió para favorecer
a Inglaterra y perjudicar a sus competidores, especialmente Estados Unidos,
en forma tal que las industrias británicas temían "que el Gobierno argentino
trate de terminar con el actual control de cambios, que es la mayor garantía,
que tienen para colocar sus productos en nuestro país" (Informe de la Cámara
de Comercio Argentina en Gran Bretaña, mayo 4, 1934). Pero el control de
cambios sirvió también para proteger a la industria nacional. En fin, los
terratenientes procuraron resarcirse de las exacciones imperialistas presionando
sobre las empresas ferroviarias, que se vieron cortadas por el Estado en
su política de tarifas y, sobre todo, amenazadas en su volumen de tráfico
por el impulso dado a un plan vial que tenía caminos destinados a competir
directamente con el ferrocarril. El resultado de toda esta política fue
un creciente desarrollo industrial o pseudo-industrialización .
El desarrollo industrial de la Argentina sirvió para ajustar en un nuevo
plano las relaciones entre el capitalismo nacional y el capital internacional.
A través de diversos incentivos y restricciones, la burguesía argentina
procuró atraer capitales extranjeros que se asociasen a ella en la industria
fabril. Esto coincidió con las nuevas tendencias del capital internacional
a invertirse no ya principalmente en empréstitos o servicios públicos sino
en industrias manufactureras que producen para el mercado interno de países
atrasados. De la conjunción de ambos procesa resultó a partir de la década
de los treinta una creciente participación del capital internacional en
la industria manufacturera argentina (Dorfman, 301).
Estancieros e Industriales
Otra importante consecuencia de la política económica gobierno de Justo
fue que, a partir de 1933, se soldó una íntima alianza entre los sectores
agropecuario e industrial de la burguesía argentina. En realidad, nunca
hubo entre estos sectores neta diferenciación ni conflictos agudos, porque
la burguesía industrial surgió de la burguesía terrateniente, y !a capitalización
de la renta agraria y la territorialización de la ganancia industrial borran
continuamente los imprecisos límites que las separan.
Además, terratenientes e industriales estaban íntimamente vinculados al
capital extranjero, y todos se hallaban unidos por el común antagonismo
contra la clase trabajadora. Sin embargo, sobre esta unidad general de interesen,
se percibían hasta 1933 algunos roces provenientes de que los terratenientes,
que vendían tranquilamente sus productos en el mercado mundial, apoyaban
una política más bien librecambista que sacrificaba la industria argentina
a la competencia extranjera. Los industriales, en cambio, demandaban protección
aduanera para la industria, pidiendo que se restringiera la importación
de mercaderías y se atrajeran capitales extranjeros que las produjesen en
el país (Revista de la UIA. setiembre 1932). En eso consistía su "nacionalismo
económico". A partir de 1933. los terratenientes, perjudicados .por la crisis
mundial, se vuelven también ellos proteccionistas, y apoyan el desarrollo
industrial. "El aislamiento en que nos ha colocado un mundo dislocado —declara
en 1933 el ministro de Agricultura, gran estanciero y ex presidente de la
Sociedad Rural Argentina— nos obliga a fabricar en el país lo que ya no
podemos adquirir en los países que no nos compran." (Lo Nación, octubre
4, 1833.)
A partir de 1932. la desintegración del comercio mundial. la crisis agropecuaria
y el desarrollo industrial, modificaban la composición del producto nacional,
la distribución ocupacional de la población, la composición de las importaciones.
el origen de los ingresos fiscales v otras características de la economía
argentina, sin modificar empero el conglomerado de clases y grupos nacionales
v extranjeros que la controlaban. El gobierno de Justo entre tanto seguía
gobernando mediante una combinación de eficiencia administrativa —mayor
que la demostrada antes o después por ningún otro gobierno nacional— fraude
y violencia. Sin embargo. el radicalismo disfrutaba de los beneficios de
la legalidad, pues así lo habían pedido los negociadores ingleses del Tratado
Roca-Runciman (Le Monde, agosto 5. 1933), conscientes de que el capital
británico necesitaba en el país una fachada democrática capaz de dar visos
de legalidad a las concesiones coloniales que le hacía el presidente Justo.
Por lo demás, la Unión Cívica Radical, dirigida por Alvear desde la muerte
de Yrigoyen, estaba en excelentes términos con los consorcios imperialistas.
La Comisión Investigadora que en 1943 revisó los archivos de la Compañía
Argentina de Electricidad comprobó por ejemplo que el 66 % del presupuesto
de la campaña electoral de la UCR en 1937 fue costeado por la CADE, así
como el 100 % del costo del local central del partido. En total más de un
millón de pesos, a cambio de los cuales el radicalismo votó concesiones
escandalosas a favor de la empresa (Informe, 289). Interrogado al respecto,
el tesorero del Comité Nacional de la UCR manifestó a la Comisión que "si
el partido Radical, en esa época para la campaña del doctor Alvear recibió
seiscientos mil pesos, los partidos conservadores han recibido seis o siete
veces más. A Hirsch (representante de la CADE), entre otros, le dije que
a nosotros nos arreglaban con moneditas, y que a los que estaban en el gobierno
les daban lo que ellos querían" (Informe, 295).
Crecimiento de la Clase Obrera y Aparición de la CGT
El desarrollo de la industria fabril disimulaba la agudización de la crisis
estructural de la agricultura, que no cesaba de acentuarse, agravada por
el descenso de los precios resultantes de la crisis coyuntural de 1929.
Los arrendatarios muy difícilmente llegaban a ser propietarios, y para los
peones era imposible incluso convertirse en arrendatarios (Taylor, 10, 174
y 192). Por el contrario: los pequeños propietarios perdían sus tierras.
En 1914 el 63 % de los productores rurales eran propietarios de su parcelar
en 1937 sólo el 37 %. Esta crisis agraria actúa como bomba impelen-te, engrosando
al proletariado industrial con contingentes cada vez mayores de trabajadores
rurales que emigraban desde el interior hacia el gran Buceos Aires, donde
ya en 1935 se concentraba el 66 % de los capitales invertidos en fábricas.
Como a fines del siglo pasado, el latifundio seguía abasteciendo a la industria
de mano de obra barata, y a la vez la condenaba al raquitismo, alejando
la posibilidad de estructurar un sólido mercado interno basado en los productores
agrarios. El aumento numérico de la clase obrera, y las dificultades económicas
que la enfrentaban, originaron pese a la represión estatal un paulatino
ascenso del movimiento obrero. En enero de 1936 una huelga general paraliza
durante dos días a la Capital Federal, culminando el ascenso con la constitución
pocos meses después de la Confederación General del Trabajo (CGT). La combatividad
de la clase obrera se irradió a otras clases explotadas, y se produjeron
también huelgas agrarias, en tanto que la pequeña burguesía se agitaba en
movimientos estudiantiles declaradamente antiimperialistas y en torno a
un grupo de intelectuales nacionalistas que iniciaban la denuncia sistemática
del control inglés sobre la vida argentina. Sin embargo, todo ese ascenso
obrero y popular, especialmente obrero, no tuvo concreción política. Las
fuerzas dirigentes del movimiento obrero —el partido Socialista, pero también
y especialmente el partido Comunista— se oponían al gobierno de Justo, mas
no en base a una política anticapitalista y antiimperialista, sino en base
a la colaboración de clases con una sedicente burguesía nacional, democrática
y progresista, cuya representación se atribuía a la UCR, que como es sabido,
se sustentaba con las donaciones de empresas imperialistas.
Hasta 1933 el partido Comunista seguía una línea antiimperialista y en especial
antiyanqui. "Roosevelt para sus corifeos representaría la paz y la democracia
frente a la Europa guerrera y fascista —decía en 1933 el dirigente comunista
Paulino González Alberdi—. ¡Y Roosevelt impulsa la guerra en los cinco continentes!
¡Y en el Chaco no escatima esfuerzos para asegurar los intereses de la Standard
Oil! Roosevelt, en política imperialista, sería una rectificación de Hoover.
Pero Cuba ha venido a demostrar que Roosevelt es tan imperialista como Hoover."
(Informaciones, Octubre 1933.)
Pero en 1934, conjuntamente con la diplomacia soviética espantada por el
triunfo de Hitler en Alemania, el partido Comunista pegó una voltereta hacia
el imperialismo llamado democrático. El mismo dirigente arriba citado escribió
entonces: "La Conferencia de Lima ha definido, sin reticencias, la posición
de América frente a los acontecimientos mundiales. La colaboración de las
21 naciones a la paz del mundo debe ser mayor aún y más activa. En lo que
atañe a las relaciones con los Estados Unidos, Roosevelt y Cordel Hull,
los esfuerzos ítalo-nazis para levantar el antiimperialismo yanqui, se han
quebrado. Las naciones del continente han comprendido que una colaboración
estrecha con Roosevelt —que no puede ser considerado como la expresión de
las fuerzas imperialistas que existen en el Norte— no disminuye ni un adarme
la autonomía de cada país ni afecta su decoro personal" (Orientación, diciembre
15, 1938). Consecuentemente, se levantó la consigna del Frente Popular,
combinación política para entregar el proletariado mundial al imperialismo
anglo-yanqui que prometía apoyar a la URSS contra Hitler.
Como no podía menos de suceder, esta política de "frente popular" desorientó
a la clase obrera y la condujo a un callejón sin salida. En el mismo sentido
y con idéntico electo actuó el oportunismo de la burocracia sindical dominante
en la CGT, comprometida en toda suerte de ajetreos parlamentarios y compromisos
políticos a espaldas de las masas.
Baste decir que la dirección de la CGT, luego de una entrevista con el general
Justo, recomendó a la clase obrera "la necesidad de estimularlo por su orientación
democrática y su decidido propósito de mantenerse dentro de la ley luchando,
para bien general, contra todo intento de sustituir el orden, sea oriundo
de la demagogia o venga de la reacción" (Oddone, Gremialismo, 375).
Neutralidad Argentina en Función de Semicolonia Británica
Ortiz fue consagrado presidente merced a una elección aún mas fraudulenta
que la que había llevado al poder al general Justo. Federico Pinedo, que
fue ministro de ese gobierno, ha dicho de esas elecciones: "más bien que
elecciones fraudulentas corresponde decir que en esas ocasiones no hubo
elecciones, porque nadie pretendió hacer creer que había habido actos eleccionarios
normales en que el pueblo había expresado su opinión. Más que parodia de
elecciones hubo en esos casos y en otros parecidos negación ostensible y
confesa del derecho electoral del pueblo argentino o de una parte de él"
(Pinedo, 173).
El presidente Ortiz gobernó poco tiempo, afectado por una enfermedad que
lo obligó a delegar el mando en el vicepresidente, Ramón S. Castillo. Y
en setiembre de 1939 estalla la segunda guerra mundial. De inmediato llegó
al país una misión británica, presidida por lord Wellington, quien venía
a establecer los términos en que la semicolonia argentina participaría en
la guerra de su metrópoli británica. Al recibirla, el ministro de Relaciones
Exteriores argentino Julio A. Roca dijo: "Somos y queremos ser neutrales.
Mientras tanto, compláceme ofreceros toda nuestra colaboración en la vasta
empresa en que vuestra misión se halla enfrentada". Y de inmediato manifestó
la plena disposición del gobierno argentino para renovar el Tratado Roca-Runciman,
con lo cual "un eslabón más se habrá agregado a los muchos que ya ligan
a la industria y el comercio de las dos naciones" (Memoria del MRE, 1940-1).
Se trataba —la Cámara de Comercio Británica lo señaló inmediatamente— de
una neutralidad "teñida con abierta simpatía por la causa de Gran Bretaña"
(Monthly Journal, Julio 31, 1941). A medida que transcurrió el tiempo se
fueron tornando visibles los acuerdos a que se llegó con Inglaterra: la
Argentina permanecería neutral, sin alianzas con Estados Unidos que desplazaran
a Gran Bretaña de su posición predominante; se exportaría a Inglaterra todo
lo que ésta necesitase, a precios fijos, a crédito, sin interés; en compensación,
Inglaterra pagaría con los títulos de la deuda argentina radicada en Londres,
y con acciones de empresas ferroviarias y de otras igual-mente deficitarias
que los inversores ingleses estaban ansiosos de abandonar. Por eso en 1940
el Banco Central informaba que "el gobierno británico ha expresado el deseo
de que se considere un plan general de adquisición de ferrocarriles ingleses
en la Argentina" (Memoria, 1940, pág. 8).
Era un gigantesco plan de descapitalización de la economía nacional, que
el gobierno peronista habría de cumplir al pie de la letra en 1947. El gobierno
argentino acepta todo eso, pero simultáneamente intensificó su política
de desarrollar el mercado interno para afrontar en mejores términos las
relaciones con las metrópolis imperialistas en torno al mercado mundial.
En particular se acentuó la intervención estatal en el comercio exterior.
"Toda operación de comercio internacional —declara el gobierno por boca
del senador Sánchez Sorondo— se ha llevado a otro plano por el hecho de
haberse suprimido la libre competencia, por haberse unificado el comprador
y haberse transformado la entidad comercial compradora en una entidad política.
Luego, para la defensa conveniente de los intereses en juego, deberá oponerse
al comprador único el vendedor único; a la entidad política compradora,
la entidad política vendedora; al gobierno comprador el gobierno vendedor."
(DSCDN, diciembre 17, 1940, pág. 1524.) Hacia 1941 el Estado concentraba
por lo menos 2/3 de las exportaciones de granos, fijaba los precios a las
cosechas y convenía directamente con el gobierno inglés, sin intervención
privada, las cantidades y precios de la carne enviada a Inglaterra (Economic
Survey, diciembre 2, 1941).
En fin, el ministro de Hacienda Pinedo formula el primer plan formal de
industrialización del país, cuyo sentido resume en estas palabras: "La vida
económica del país gira alrededor de una gran rueda maestra que es el comercio
exportador. Nosotros no estamos en condiciones de reemplazar esa rueda maestra
por otra, pero estamos en condiciones de crear al lado de ese mecanismo
algunas ruedas menores, que permitan cierta circulación de la riqueza, cierta
actividad económica, la suma de la cual mantenga el nivel de vida de este
pueblo a cierta altura". Este plan incluía, junto a la aceptación de las
exigencias inglesas tales como la nacionalización de los ferrocarriles en
condiciones de excepcional ventaja para Inglaterra, medidas tendientes a
dar al Estado una mayor y más directa participación en la economía nacional,
mediante la nacionalización de los depósitos bancarios y la creación del
crédito industrial (DSCDN, diciembre 17 y 18, 1940).
La Clase Dirigente se Escinde en Proingleses y Pronorteamericanos
El Plan Pinedo reviste gran importancia histórica no sólo por contener implícita
y explícitamente la esencia de lo que sería desde entonces la política económica
argentina, sino también porque esa fue la última ocasión en que el capitalismo
argentino contempló su desarrollo futuro en directa vinculación con Inglaterra
y prescindiendo del imperialismo yanqui. Por supuesto, el Plan Pinedo contemplaba
el ingreso de capital extranjero, pero principalmente europeo. Y en efecto,
entre 1939 y 1943 ingresaron al país capitales provenientes de Europa, que
fueron factor preponderante en la considerable expansión de la industria
manufacturera (Monthly Journal, abril 30, 1942, y julio 31, 1941. También
Prados Arrarte, 360-70).
Pero el Plan Pinedo se vinculaba a medidas que rechazaban la colaboración
con Estados Unidos y durante su ministerio, Pinedo llevó hasta las últimas
consecuencias la política de cerrado bilateralismo con Inglaterra, dificultando
en toda forma las importaciones desde Estados Unidos prohibiéndolas totalmente
en un momento de 1940 (Prados Arrarte, 166). Esta lealtad a Inglaterra tuvo
un efecto duradero y perjudicial sobre la industria manufacturera, obligándola
a trabajar durante toda la guerra con equipos anticuados y sin repuestos.
Los estancieros de Buenos Aires y su gobierno trataban de no atarse con
empréstitos a Estados Unidos, indignándose por boca de "La Prensa" contra
"el absurdo de un sistema por el cual países capaces de producir económicamente
productos para los cuales en Estados Unidos existe una demanda constante
y considerable, deban verse compelidos a recurrir a operaciones de crédito
que son tan indeseables como innecesarias" (Review of the River Plate, febrero
16, 1940). Pero en 1940 la carencia de dólares era muy apremiante, y se
contrató un empréstito con el Export Import Bank. Mas los fondos iban a
ser destinados a YPF y a último momento Estados Unidos los negó, por ser
YPF una empresa competidora de empresas petrolíferas norteamericanas (Elsasser).
Sin embargo, a fin de ese año, ante la inminencia de su ingreso en la guerra
y ansioso por desplazar a Inglaterra del control sobre la economía argentina,
Estados Unidos concede un nuevo empréstito, mayor y sin aquellas exigencias.
Pero a partir de 1941 el mercado norteamericano se muestra ávido por los
productos argentinos, las exportaciones a Estados Unidos se duplican, y
desde entonces hasta el término de la guerra la balanza comercial con Estados
Unidos favorecería netamente a la Argentina. El gobierno argentino pudo
así prescindir del empréstito norteamericano y mantenerse fiel a Inglaterra.
Precisamente entonces Pinedo comprende que la vieja metrópoli está agotada
y que es imposible desarrollar el capitalismo argentino sin la colaboración
del capital yanqui. La industria argentina lo apoya en esta posición. (Pinedo,
Argentina, 45-8 y 77.)
Esta política que podría denominarse del cambio de metrópoli, contaba con
el apoyo de la burguesía industrial y de los políticos ligados a la industria,
como Patrón Costas, que eran partidarios de la activa colaboración con Estados
Unidos y del ingreso argentino en la guerra. Pinedo hablaba por estos intereses
cuando en una carta al presidente Castillo pedía que se declarara la guerra
al Eje porque "si la Argentina quiere conservar sus características, si
quiere mantener su vida civilizada, si aspira a defender su organización
social y preservarse de sacudimientos violentísimos, necesita Imperiosamente
conservar sus relaciones con los Estados Unidos. El que le diga a usted
lo contrario no sabe lo que es la economía argentina, ni la producción,
ni la industria, ni cuáles son las fuentes de aprovisionamiento, ni cuáles
son los mercados posibles" (ídem, carta de mayo 20, 1942). Los intereses
norteamericanos no tardaron en advertir que su gran oportunidad para desplazar
al imperialismo inglés y debilitar a sus aliados históricos, los estancieros
de Buenos Aires, consistía en promover y apoyar el desarrollo de la burguesía
industrial.
Un dirigente de la Banca Schroeder que visita el país con una misión norteamericana
escribe: "Se ha dicho muchas veces que los ingleses consideran a la Argentina
una de sus colonias y que ]a Argentina y nosotros somos competidores naturales".
Para cambiar tal situación en favor del imperialismo yanqui recomienda "la
creciente industrialización de la Argentina y nuestra cooperación en ella"
(Nacional Research Council, 58). Un investigador norteamericano afirma:
"Debemos ganar la amistad de la Argentina. Esto es fundamentalmente un problema
de comercio y economía. Debemos hallar alguna forma para aliviar a la Argentina
de su dependencia económica con respecto a Europa. Un camino es ayudar a
la Argentina a establecer nuevas industrias manufactureras" (White, 310).
En fin, el mejor especialista norteamericano en cuestiones argentinas, colaborador
y admirador de Pinedo, considera el desarrollo industrial "The Big Chance
for the United States" y escribe: "La evolución de la Argentina de una economía
predominantemente agraria a una economía industrializada brinda a los Estados
Unidos una oportunidad única para reemplazar a Gran Bretaña después de la
guerra" (Weil, 195).
"Las relaciones exteriores argentinas dependerán en el futuro, en gran medida,
del surgimiento de nuevos intereses económicos y políticos. El continuado
predominio de los intereses agrarios significaría el fortalecimiento de
los lazos con Gran Bretaña, intensificación del bilateralismo y mayor restricción
del mercado argentino para los artículos norteamericanos. Pero una Argentina
industrializada podría liberarse del mercado único para sus exportaciones
y ofrecer un gran mercado para las maquinarias, los tractores y autos norteamericanos.
En una economía industrial desaparecerían las bases del antagonismo argentino
hacia Estados Unidos."
Pero el gobierno de Castillo permaneció fiel a la vieja metrópoli británica
y a la tradición histórica de loa estancieros de Buenos Aires, aliados de
Inglaterra, enemigos de Estados Unidos. Su política era la neutralidad,
mantener alejada a la Argentina de los Estados Unidos. Ni qué decir tiene,
los intereses alemanes en la Argentina favorecían esa política, pero su
influencia no era decisiva, ni mucho menos. "La neutralidad argentina bajo
si presidente Castillo tenía la aprobación total, aunque no pública, de
los intereses británicos en la Argentina y del servicio consular británico
representado por el Board of Overseas Trade. Los grupos representativos
del capital británico comprenden que la ruptura con el Eje colocará a la
Argentina íntegramente en el bloque panamericano y bajo el dominio económico
de Estados Unidos, rival comercial de Gran Bretaña en la Argentina" (Weil,
23).
Estados Unidos Acentúa su Ofensiva Para Desplazar a Gran Bretaña Como Metrópoli
Dominante
En enero de 1942, en la Conferencia de Río de Janeiro, la Argentina y Estados
Unidos chocan violentamente. Estados Unidos exige que la conferencia resuelva
declarar la guerra al Eje. La Argentina se opone a que las decisiones de
una entidad supranacional tengan carácter resolutivo, automáticamente obligatorio
para todos los Estados, y sólo acepta votar una recomendación. El ministro
argentino de Relaciones Exteriores (Ruiz Guiñazú) escribe: "En Río de Janeiro
hubimos de resistir las máximas tensiones, quedando bien establecido que
votábamos una Recomendación y no una Resolución. Jamás la Argentina hubiera
consentido en que una asamblea de consulta, con mayoría anticipadamente
configurada, hubiera renunciado a una libre 'determinación en lo tocante
a sus propias obligaciones. Así quedó indemne la voluntad libre y contratante"
(Ruiz Guiñazú, 21). Por su parte, Sumner Wells, delegado norteamericano,
describe al ministro argentino como "calamitoso personaje" y agrega: "El
agravio que causó la actitud del gobierno argentino fue intenso no sólo
en Estados Unidos sino también en muchas otras partes del hemisferio occidental"
(Sumner Wells, 270 y 288). Por supuesto, el imperialismo norteamericano,
lejos de complacer el pedido argentino de capital para establecer una industria
siderúrgica (Ruiz Guiñazú, 182), inició la guerra económica contra la Argentina.
En marzo de 1942 el gobierno norteamericano prohibió la exportación a la
Argentina de equipos eléctricos, productos químicos y otros artículos básicos
(New York Times, marzo 28, 1942).
La intensa presión yanqui sobre el gobierno de Castillo se ejercía no sólo
desde Estados Unidos, sino también desde el interior del país. Sus instrumentos
políticos eran.—aparte de los políticos conservadores que como Pinedo y
Patrón Costas habían advertido la necesidad de cambiar de metrópoli— la
UCR y el partido Socialista, que reconocían como su principal objetivo político
alinear a la Argentina junto a los Estados Unidos y declarar la guerra al
Eje. "Cuando regresé en junio de 1942 —refiere el entonces embajador inglés
en Buenos Aires— el fenómeno más notable para mi fue que el grupo de grandes
estancieros y abogados que cuando yo había estado allí en 1919 y 1920 formaban
la oposición al demagogo radical Yrigoyen, en 1942 aparentemente estaban
nuevamente en el poder, y lo habían estado por muchos años. El Jockey Club
y su círculo interno más selecto y costoso, el Círculo de Armas, eran nuevamente,
como antes de los días de Yrigoyen, los grandes centros de chismografía
política y del poder detrás de la fachada. El segundo hecho interesante
fue que mientras en 1919 el Jockey Club y el Círculo de Armas criticaban
fieramente a Yrigoyen por mantener la neutralidad, ahora en 1942 su propio
gobierno bajo el presidente Castillo estaba tan determinado como lo había
estado Yrigoyen a mantener el país alejado de la guerra, mientras que lo
que restaba del viejo partido radical estaba siendo apoyado por los norteamericanos
como el partido que llevaría a la Argentina a la guerra" (Kelly, 287).
Desde mediados de 1941, el partido Comunista se agregó al movimiento proguerra,
como su agente más vocinglero. Durante el idilio nazi-estalinista iniciado
en 1939 con la firma del pacto ruso-alemán, el partido Comunista estuvo
por la neutralidad, caracterizando justamente a la guerra como una guerra
imperialista. "Estados Unidos busca poner todos los recursos económicos
y militares de los países latinoamericanos al servicio de su política de
guerra —escribía en julio de 1940 el diario comunista—- Se trata del afianzamiento
de los intereses imperialistas de Wall Street en Centro y Sud-américa. En
nombre de la lucha contra el nazismo, el imperialismo yanqui conspira contra
las libertades públicas de los países americanos. En la Conferencia de La
Habana en nombre de la defensa de la democracia, se tratará de dar visos
legales a la intervención de la marinería de desembarco del Tío Sam, Y poco
costará cargar el sambenito de nazi o comunista a cualquier gobernante que
anteponga los intereses de su patria a las ganancias de los plutócratas
de Wall Street (La Hora, julio 14, 15 y 16, 1940).
Todo cambió a partir de la invasión alemana a la URSS. En julio de 1941,
el diario comunista decía: "Debemos luchar en común y organizar la acción
obrera y popular con el fin de conseguir que el gobierno cambie su política
exterior actual y coordine su acción con la de los pueblos y gobiernos de
la América Latina y de los Estados Unidos, con el objeto de asegurar la
defensa del continente contra la agresión interior y exterior de los nazi-fascistas"
(La Hora, julio 1, 1941).
La principal consigna stalinista de ahí en adelante fue: "Por la ayuda inmediata.
incondicional e ilimitada de la URSS a Inglaterra, con el fin de proporcionarles
todo lo que les haga falta para acelerar la destrucción de la maquinaria
de guerra nazi-fascista" (Comité Central del PC. Esbozo de Historia, 93).
Estancamiento y Crisis del Movimiento Obrero
Mientras tanto, la economía argentina prosperaba. Seguía creciendo la industria,
doblemente estimulada por la falta de competencia y por el ingreso do capital
extranjero, europeo en particular. Cada tonelada de carne que salía para
Inglaterra, cada bolsa de granos comprada por el Estado, significaba la
emisión de billetes, el incremento de la inflación, y mayores ingresos monetarios
para todas las clases.
Se iniciaba un período de prosperidad general y. plena ocupación. Crecía
el proletariado fabril, engrosado cada vez en mayor medida por trabajadores
de origen rural que afluían al Gran Buenos Aires, que en 1942, con 4 millones
de habitantes, era ya una de las seis mayores ciudades del mundo. superada
en América sólo por Nueva York y Chicago. Sin embargo, el poderío sindical
de la clase obrera no aumentaba en igual proporción. De 700.000 obreros
industriales, sólo 200.000 estaban organizados en sindicatos, es decir,
menos del 30 % (Weil, 85). Además, la ley no reconoce a los sindicatos como
tales, ni existe legislación alguna relativa a los contratos colectivos
de trabajo. Desprovistos por completo de experiencia sindical y política,
los nuevos obreros permanecían al margen de las organizaciones obreras,
cuya política no hacía nada por ganarlos, pero, al contrario, iba repeliendo
a los obreros organizados.
Los partidos Socialista y Comunista habían implantado en los sindicatos
el dominio absoluto de sus camarillas burocráticas, que ahogaban los impulsos
combativos de la base y ponían las organizaciones sindicales al servicio
de la colaboración política con diversos sectores de la burguesía. Burócratas
sindicales socialistas como Ángel Borlenghi, secretario de la Confederación
de Empleados de Comercio y dirigente de la CGT, frecuentaban asiduamente
ministerios y comisiones parlamentarias, trenzando y destrenzando una y
otra combinación política a expensas de las masas para conseguir esta u
otra ley, y mantener su suntuosa vida de dignatarios sindicales.
"Todo esto —escribía por esos días Mateo Fossa, obrero maderero, dirigente
de la huelga general de 1936— trae el desaliento, el que se refleja en la
baja de las cotizaciones y en la falta de entusiasmo y concurrencia a todos
los actos y asambleas que realiza el sindicato donde dirigen reformistas
y estalinistas (Fossa, julio 1941).
Socialistas y comunistas predicaban ante todo el apoyo al imperialismo anglo-norteamericano;
su preocupación predominante era "combatir al fascismo". Sumándose a todo
esto, actuaba la persecución policial. El estado de sitio no regía para
las organizaciones fascistas, pero caía pesadamente sobre los sindicatos.
El Departamento Nacional del Trabajo observa que "la agitación obrera muestra
una notable declinación en los últimos años", y lo comprueba con cifras:
en 1935 hubo 5.600 reuniones sindicales con más de 1 millón de asistentes;
en 1941 los números indican sólo 3.000 reuniones y 200.000 concurrentes
(Investigaciones sociales, 82). Imperceptiblemente, descendía la marea del
movimiento obrero argentino. Un hecho dramático lo descubre en 1942, cuando
la CGT se divide en dos organizaciones, una controlada por el stalinismo,
otra por los socialistas, ambas igualmente burocratizadas y extrañas a los
intereses, a las inquietudes y a las aspiraciones del proletariado argentino,
en particular del nuevo proletariado fabril. El resultado inevitable era
la desmoralización de la clase obrera organizada, la extinción de su espíritu
de lucha y la indiferencia y el desarraigo por parte de los obreros recién
llegados a la industria.
La Argentina al 3 de Junio de 1943: Elecciones y Cambio de Metrópoli
Junto al descenso del movimiento obrero, se acentuaba la corrupción de la
vida política, el hartazgo y la indiferencia popular ante el sucio negocio
electoral. En 1943 debían celebrarse elecciones presidenciales, y la maquinaria
electoral controlada por el presidente Castillo fabricaba ya un triunfo
fraudulento para Robustiano Patrón Costas. Este triunfo hubiera significado
el ingreso argentino en la órbita norteamericana, ya que Patrón Costas —miembro
destacado de la oligarquía industrial y terrateniente del Norte, de tiempo
atrás vinculado a la Standard Oil— compartía las posiciones de Pinedo (Pinedo,
193).
El continuismo conservador en el poder en realidad significaba una ruptura
del continuismo, pues Patrón Costas estaba dispuesto a modificar por completo
la política exterior de Castillo. Por otra parte, un triunfo radical —descartado
dado el carácter fraudulento de las elecciones— hubiera tenido el mismo
resultado. El 3 de junio de 1943 aparecía en los diarios una solicitada
en apoyo de la candidatura de Patrón Costas, firmada por los más destacados
capitalistas del país y por representantes próceres del capital extranjero.
Parecía que en medio de la indiferencia popular iba a triunfar, merced a
votos falsos y sablazos a los opositores, un candidato de extracción ciertamente
oligárquica, cuya significación histórica sería colocar a la Argentina en
la órbita del imperialismo norteamericano. La perspectiva argentina no era
favorable para Inglaterra. Estaba a punto de quebrarse la tradición histórica
de sus aliados de siempre, los estancieros de Buenos Aires.
Pero el 4 de junio ese panorama había quedado en la nada.
Las masas populares estaban hartas de la sucia política, desmoralizadas
y escépticas, burladas una y otra vez por los partidos tradicionales. Los
políticos, oficialistas y opositores, se empantanaban en el escándalo de
sus negociados, tornándose cada vez más gravosos a las empresas extranjeras
con sus demandas incesantes de contribuciones que iban a engrosar sus cuentas
personales. "Los pedidos de los dirigentes políticos habían adquirido carácter
impositivo, no muy distante de la exacción. Las palabras de un alto funcionario
de las compañías (eléctricas) son de suyo suficientemente elocuentes cuando
dice: "Es público y notorio que las campañas electorales se hacen a costa
de las empresas comerciales, especialmente de servicios públicos" (Informe
sobre las concesiones, 38). La combatividad de la clase obrera tendía a
cero. Nadie amenazaba el orden por el lado del pueblo, pero los guardianes
profesionales del orden comenzaron a impacientarse. Una investigación gubernamental
sobre las opiniones de la oficialidad del ejército reveló que la mayoría
estaba —textualmente— "más interesados en sus estómagos que en la política"
(White, 304). Sin embargo, a veces el estómago tienta a interesarse por
la política incluso a generales y coroneles. ¿Por qué, si al fin y al cabo
eran ellos los fundamentos reales del Poder, tolerar que el Poder lo usufructuasen
camarillas venales, sin ningún respaldo popular, en cuya defensa nadie movería
un dedo? ¿Cómo permitir que al perpetuarse en el poder esa camarilla rompieran
toda la tradición histórica del país para colocarlo junto al imperialismo
norteamericano, rompiendo las viejas y honrosas ataduras con Inglaterra?
El Ejército sintió que había llegado el momento de salvar al país y probar
suerte en el usufructo directo del poder. La operación de salvataje tuvo
lugar el 4 de junio de 1943.
El porvenir se presentaba dorado para la burguesía argentina. En 1941 las
ganancias netas del capital promediaban 26% en el comercio (1936: 19%),
20% en la industria (1936: 16%), 14% en empresas agropecuarias (1936: 10%).
Con la cuota de ganancia, se expandía la riqueza de los grandes señores
del capital. Al promediar 1942, 300 contribuyentes declaraban una renta
líquida (entradas menos gastos) de 127 millones de pesos, o sea más de 400.000
pesos per cápita (DSCDN, setiembre 22 y 23, 1942, pág. 4304). (Según la
relación peso/dólar, esto equivale a 20 millones de pesos de 1964). La situación
era mucho menos próspera para los chacareros, de los cuales 60 sobre cada
100 eran arrendatarios. En cuanto al proletariado, los obreros rurales ganaban
50 pesos por mes, ó 25 con casa y comida, y los obreros industriales cobraban
entre 100 y 150 pesos (Ídem, 4186). La alimentación obrera era regular,
la vestimenta pobre, la vivienda desastrosa. Medio millón de familias vivían
en una sola pieza, y otro medio millón en dos piezas. Esto en las principales
ciudades. En el campo, la mayor parte de las viviendas eran de adobe, barro
y paja, como 100 años atrás. (García Olano, 25-6). En abril de 1943, el
Departamento Nacional del Trabajo señalaba que "en general, la situación
del obrero en la Argentina ha empeorado, pese al progreso de la industria.
Mientras que diariamente se realizan grandes ganancias, Id mayoría de la
población está forzada a reducir su standard de vida. La distancia entre
los salarios y el costo de la vida aumenta continuamente". La mayor parte
de los empleadores —agregaba— se niegan a otorgar aumentos de salarios (Declaración
de prensa, en Argentinisches Tagleblatt, abril 23, 1943).
Capítulo III
El Gobierno Bonapartista De Los Estancieros y El Imperialismo Ingles: Junio
1943-1946
En un cómodo paseo matinal por las avenidas de Buenos Aires el Ejército
derroca al Presidente Castillo y se hace cargo del poder. Nos proponemos
—dijeron los jefes del movimiento— asegurar el orden, la moral y la Constitución.
Cada cual podía leer en esto según sus preferencias, y bien pronto los corresponsales
norteamericanos, junto con políticos socialistas y radicales, pusieron de
manifiesto su reconocida sagacidad anunciando que el movimiento militar
tenía por objeto romper las relaciones diplomáticas con Alemania (Crítica,
junio 4, 1943). Su ilusión duró poco, porque la política exterior argentina
no varió. El capitalismo argentino necesitaba máquinas, materias primas,
capital, en fin, todo lo que Estados Unidos poseía; pero ni los estancieros
de Buenos Aires ni el gobierno militar estaban dispuestos a pagar el precio
exigido por Washington o sea, declaración de guerra al Eje, pleno ingreso
en el sistema panamericano; en hegemónico que tradicionalmente desempeñaba
Inglaterra. Todo esto iba escrito entre las líneas de las cartas intercambiadas
poco después de junio por el Almirante Storni —sucesor de Ruiz Guiñazú en
el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino— y Cordell Hull, secretario
de Estado norteamericano. Storni recababa de Estados Unidos "un gesto síntesis
cambiar de Metrópoli, dar a Estados Unidos el papel genuino de amistad",
tal como "el envío urgente de aviones, repuestos, armas y maquinaria para
restaurar a la Argentina en la posición de equilibrio a que es acreedora
con respecto a otros países de Sudamérica". En compensación, ofrecía la
promesa de romper relaciones con Alemania. Cordell Hull contestó escuetamente
que antes de hacer pedidos la Argentina debía acatar las exigencias de Washington
(Departament of State Bulletin, setiembre 11, 1943). El gobierno argentino
no aceptó. Y entonces Washington descubrió que el gobierno militar era "fascista",
"nazi" y "dictatorial". La prensa norteamericana, que consideraba enteramente
democrática la dictadura de Vargas en Brasil, no tardó en probar diariamente
que la Argentina constituía la sucursal latinoamericana del nazismo alemán.
Las cartas cursadas entre Buenos Aires y Washington fueron dadas a conocer
por Cordell Hull en setiembre de 1943, con el propósito de dejar en ridículo
al gobierno argentino. El ridículo se produjo y Storni renunció. Pero paralelamente,
la arrogancia yanqui aportó al gobierno militar la primera corriente de
simpatía entre amplias masas populares; y, en la misma medida, el menosprecio
de los sectores pronorteamericanos de la pequeña burguesía, especialmente
el estudiantado que se movía bajo la influencia socialista o comunista,
así como de los sectores burgueses que siguiendo a Pinedo y Patrón Costas
se orientaban decididamente hacia el cambio de Metrópoli.
A partir de ese momento y hasta 1946 no dejó de intensificarse la presión
norteamericana sobre el país, económica y política. "El próximo mensaje
a la Argentina debe ser enviado por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos"
—decía en noviembre de 1943 un conocido comentarista radial norteamericano
(Weil, 15). Se definía así, a cuatro meses del 4 de junio, una de las características
esenciales del gobierno militar y posteriormente del peronismo de la primera
hora: los continuos y a menudo violentos roces con el imperialismo norteamericano.
Un mes después, en diciembre de 1943, se perfilaría su otro y fundamental
aspecto: la estatización del movimiento obrero, con el propósito de lograr
una poderosa base social de sustentación.
Un Coronel Sindicalista
El 2 de diciembre de 1943 las radioemisoras argentinas echaron al aire la
voz del coronel Juan Domingo Perón, quien venía a hacerse cargo de la flamante
Secretaría de Trabajo y Previsión. Su acción al frente de ese organismo,
dijo, tendría por objetivo fundamental acabar con la lucha de clases y someterla
a la tutela del Estado conciliando a obreros y patrones. Pero la lucha de
clases no se dejó abolir, y el coronel supo aprovecharse de ella.
La acción de la Secretaría de Trabajo fue múltiple y eficaz en el sentido
de estatizar al movimiento obrero. Como primera medida, el coronel Perón
procedió a barrer a la desprestigiada burocracia sindical controlada por
el Partido Comunista, para lo cual contó con la ayuda de la poderosa burocracia
sindical que respondía al Partido Socialista. Fue precisamente el máximo
dirigente sindical socialista quien confirió a Perón el título de Primer
Trabajador Argentino (Oddone, Gremialismo, 412).
Después le tocó el turno a la burocracia socialista, que también fue eliminada
sin mayor dificultad, en parte por absorción de sus elementos más acomodaticios.
Desde luego, el secretario de Trabajo y Previsión no se quedó corto en el
uso de medios de represión y soborno para captar a los dirigentes sindicales
que le interesaban y desembarazarse de los recalcitrantes. Además, la mayor
parte del nuevo proletariado, de los trabajadores de origen rural recién
ingresados a la industria, permanecía fuera de los sindicatos y era campo
virgen para el proselitismo de los sindicalistas peronistas. Desde las oficinas
de la Secretaría de Trabajo y Previsión se fue estructurando así una nueva
organización sindical que culminaría en la CGT del período 1946-1955 y cuya
primera y fundamental característica era depender en todo sentido del Estado
que le había dado vida. Trabajo y Previsión sólo reconocía "personería gremial"
—es decir, carácter legal— a los sindicatos controlados por ella; los otros
eran declarados ilegales y condenados a la clandestinidad. Todos los recursos
estatales de represión y catequesis fueron puestos en juego para que los
trabajadores ingresaran a los sindicatos dirigidos por la Secretaría de
Trabajo. Pero el énfasis no se puso en la represión, sino en las concesiones
reales a la clase obrera efectuadas a través de los sindicatos estatizados.
Mejoras apreciables en los salarios y en las condiciones de trabajo, una
marcada tendencia a favorecer a los obreros en los conflictos gremiales,
el amparo concedido a los dirigentes y delegados frente a la tradicional
prepotencia patronal en el trato con los obreros, todo esto facilitó que
los obreros, se dejaran afiliar en los sindicatos estatizados.
Sería incorrecto decir que los obreros "se movieron" o "fueron" hacia los
sindicatos, porque el proceso transcurrió exactamente a la inversa: los
sindicatos -—la Secretaría de Trabajo— fueron hacia los obreros. Así se
creó la nueva Confederación General del Trabajo (CGT), que pronto unificó
en su seno a la totalidad de la clase obrera.
Organización poderosa, a través de la cual en la era peronista se concedieron
a la clase obrera importantes mejoras reales, pero que no obtuvo por sí
absolutamente nada.
La nueva CGT fue desde el primer momento en todo lo esencial, una repartición
estatal. No surgió de la movilización autónoma de la clase obrera. Al contrario,
fue creada en un momento de descenso de la combatividad del proletariado
argentino, cuando su composición se modificaba vertiginosamente a causa
del ingreso a la industria de trabajadores rurales sin experiencia sindical
de ninguna índole. Sus funcionarios salieron de la clase obrera; pero no
se elevaron hasta la dirección sindical destacándose en el curso de la lucha,
no fueron elegidos por su clase, sino designados y promovidos desde la Secretaría
de Trabajo. Los objetivos gremiales no los obtendrían dirigiendo a los obreros
contra la patronal, sino indicando a la Secretaría de Trabajo cuáles eran
las concesiones que en cada gremio convenía que el Estado impusiera a los
patrones. El elemento humano con que se construyeron los cuadros dirigentes
de la CGT estaba pues, muy naturalmente, compuesto en dosis masiva de arribistas
y burócratas de todo tinte y confesión.
Por cierto, las positivas mejoras que la clase obrera recibía fueron inclinándola
poco a poco en favor de Trabajo y Previsión y muy particularmente del Coronel
Perón. Pronto las organizaciones de la burguesía argentina —Unión Industrial,
Sociedad Rural, Cámara de Comercio, etc.— comenzaron a indisponerse con
el secretario de Trabajo y se empezaron a escuchar acusaciones de demagogia.
Mientras tanto, el gobierno desarrollaba una política destinada a fortalecer
el orden tradicional en sus columnas fundamentales: ejército, iglesia, policía
y burocracia. La enseñanza laica fue abolida y la Iglesia Católica colocada
en posición de privilegio. "La República Argentina —declaraba el Coronel
Perón— es producto de la colonización y conquista hispánica que trajo, hermanadas
a nuestra tierra, en una sola voluntad, la cruz y la espada. Y en los momentos
actuales parece que vuelve a formarse esa extraordinaria conjunción de fuerzas
espirituales y de poder que representan los dos más grandes atributos de
la humanidad: el Evangelio y las armas. Por eso es especialmente grato a
mi espíritu todo lo que sea agrupación católica, porque es agrupación de
paz, de armonía y de sentido místico, sin lo cual el mundo no puede ir sino
a la anarquía social" (Perón, El Pueblo, 99). Tal era la ideología del gobierno
militar.
Las escasas libertades democráticas que restaban bajo Castillo fueron suprimidas,
y la Jefatura de Policía sustituyó ventajosamente a la Constitución Nacional.
Afianzamiento de la Política Pro-británica
Después del 4 de junio la economía argentina prosiguió trabajando bajo el
triple signo de prosperidad, inflación y plena ocupación. Continuó el aumento
de la producción industrial y la balanza comercial registraba un saldo cada
vez más cuantioso en beneficio del país. La política oficial siguió los
lineamientos del Plan Pinedo de 1940, creándose el Banco de Crédito Industrial.
El Estado prosiguió apuntalando la renta agraria mediante la compra de las
cosechas, y se rescató la deuda externa conforme a los deseos expresados
por el gobierno inglés. Las exportaciones argentinas siguieron marchando
hacia Inglaterra, a crédito sin interés, a los precios fijados por Gran
Bretaña. Y por cada tonelada exportada el Banco Central lanzaba una nueva
emisión de billetes, que aceleraba la creciente inflación. Las grandes empresas
—casi todas extranjeras o muy vinculadas al capital extranjero— reinvertían
sus ganancias y aumentaban sus capitales, acentuándose así la concentración
y centralización del capital y la participación del capital extranjero en
la, industria nacional.
En junio de 1944, para festejar su primer aniversario, .el gobierno militar
puso de manifiesto que de su proclamado nacionalismo nada tenían que temer
los intereses imperialistas que controlaban la economía nacional, en especial
los ingleses y europeos. Poco después del golpe de estado, se habían formado
diversas Comisiones Investigadoras a fin de estudiar las concesiones eléctricas
efectuadas a las empresas imperialistas. Una Comisión investigó a las empresas
eléctricas del interior del país, dependiente del trust yanqui Electric
Bond and Share. Su Informe, exponiendo los manejos de las empresas en detrimento
del país fue publicado y se inició la estatización de las empresas en cuestión.
Distinta suerte corrió el informe de la Comisión que estudió las concesiones
a la Compañía Argentina de Electricidad (CADE) dependiente del trust anglo-europeo
SOFINA, que monopoliza el abastecimiento de electricidad al Gran Buenos
Aires y sus alrededores en un radio de 100 kilómetros —es decir, en el corazón
industrial del país. Entre otras cosas de interés, que evidenciaban la explotación
a que esa empresa sometía la economía nacional, la Comisión descubrió que
la CADE ya estaba paga por el Estado argentino. Durante años la empresa
había cobrado una sobre-tarifa destinada a constituir un fondo de reversión
que amortizaba el valor de las instalaciones.
En 1936, el Estado debió automáticamente hacerse cargo de las mismas, pero
la CADE compró a los partidos políticos y obtuvo una nueva concesión y el
regalo de ese fondo de 105 millones de pesos. La Comisión Investigadora
propuso la inmediata expropiación de las empresas y al efecto redactó un
proyecto de decreto que obtuvo la firma del ministro de Justicia. Sobraban
fondos para pagar la expropiación, y se pensaba dar a conocer el decreto
el 4 de junio de 1944. Pero los intereses ingleses se movieron y el Coronel
Perón —hombre fuerte del gobierno— intervino para impedir que se llevara
a cabo la expropiación, al tiempo que ordenaba el secuestro del Informe.
La presión norteamericana continuó in crescendo. Pero Inglaterra respaldaba
a su semi-colonia, con tanta más confianza cuanto que el nuevo gobierno
había alejado la posibilidad de un viraje hacia Estados Unidos. Las exigencias
de su alianza en escala mundial con Estados Unidos obligaron al Foreign
Office a efectuar algunas tibias declaraciones contra el gobierno argentino,
concedidas a regañadientes bajo intensa presión, de Washington. Pero en
la realidad el gobierno y los inversores ingleses apoyaban sólidamente al
gobierno militar. En enero de 1943, repudiando las críticas a la Argentina,
decía el órgano de los inversores británicos en América latina: "Durante
toda la guerra los barcos argentinos han trabajado casi exclusivamente al
servicio de las naciones aliadas. Grandes créditos libres de interés fueron
extendidos a Inglaterra en conexión con la compra de alimentos argentinos.
La neutralidad argentina, pues, ha sido más bien teórica y ciertamente no
muy estricta". Y tras hacer la apología de "los oficiales militares y navales
que han asumido la pesada responsabilidad del gobierno" y elogiarlos por
"su esfuerzo en eliminar la corrupción política" los defendía del cargo
de fascistas manifestando: "Es verdad que los partidos políticos han sido
suprimidos y el Congreso clausurado. ¿Pero acaso no ha sido esa durante
años la situación de Brasil bajo Vargas? ¿Y acaso es Vargas fascista? No."Argentina
es solamente argentina. La política de su gobierno es puramente argentina"
(South American Journal, enero 29, 1944).
Y entretanto el embajador inglés en Buenos Aires, consciente de que "los
capitalistas norteamericanos consideran su destino manifiesto capturar el
mercado argentino y convertirse en los socios dominantes, como ya lo son
en América central y Brasil" (Kelly, 289 y 292) informaba a su gobierno
que el gobierno militar "no tiene ninguna conexión estrecha con el nazismo
europeo" y "lejos de ser un grupo de conspiradores que mantienen una dictadura
militar, están respaldados por una mayoría sustancial del pueblo argentino".
Por supuesto, los voceros norteamericanos se quejaban de que "no se podían
aplicar canciones económicas efectivas contra la Argentina sin el apoyo
británico, y se carecía de ese apoyo" con el resultado de que "la ofensiva
diplomática y económica conducido por Estados Unidos no afectó vitalmente
a la Argentina" (Guerrant, 44-45). La respuesta inglesa la dio claramente
"The Economista señalando que Gran Bretaña sólo podía aplicar sanciones
a la Argentina a costa de grandes sacrificios.
"Si el objetivo de la presión sobre la Argentina es obtener algunos objetivos
sin duda altamente deseables pero de dudosa importancia, tal como la "solidaridad
hemisférica", entonces el sacrificio es demasiado grande. Durante décadas,
la Argentina ha sido uno de los mayores abastecedores de alimentos baratos
para la población industrial británica. En compensación, ha existido en
la Argentina un valioso mercado para los artículos británicos y un fértil
terreno para el capital inglés, con gran beneficio para ambas partes. No
está en el interés de ningún británico que sea rota una de las más exitosas
sociedades de la historia económica.
"La política norteamericana en la Argentina parece movida menos por el afán
de derrotar a Hitler que por el deseo de extender la influencia de Washington
desde la mitad norte de Sudamérica hasta el Cabo de Hornos —en síntesis,
por un imperialismo sin duda benévolo, pero no por ello menos real—. Esta
es la esencia del problema. La Argentina no se adhiere completamente al
panamericanismo porque desea preservar su relación especial con Europa y
Gran Bretaña. Es inútil esperar que Gran Bretaña ayude a presionar a la
Argentina para que cambie su punto de vista acerca de sus obligaciones panamericanas"
(The Economista agosto 5, 1944).
El gobierno militar respondió a la confianza británica. En un país sometido
a Inglaterra desde la hora cero de su formación, cualquier gobierno que
mantuviera el statu quo existente antes de su advenimiento al poder no hacía
más que perpetuar el predominio británico. Pero el gobierno militar no se
limitó a dejar las cosas como estaban, sino que tomó algunas medidas positivas
en beneficio del imperialismo inglés. Ya se ha visto su actitud ante la
CADE. A las empresas ferroviarias inglesas se les otorgó amplias concesiones
en el cambio para sus remesas al exterior, se les permitió aumentar las
tarifas y el Estado se hizo cargo de los aumentos de salarios que debían
otorgar a su personal (Ecomomic Survey, noviembre 7, 1944).
Desde 1930 les empresas no recibían beneficios semejantes y se apresuraron
a señalar que "No es posible observar sino con satisfacción que el Poder
Ejecutivo se sustrae a la atmósfera de prevención, de hostilidad, de negación
injusta y hasta agresiva a los capitales extranjeros invertidos en la industria
de los ferrocarriles y comienza a considerar sus dificultades (La Prensa,
diciembre 27, 1944). Mas importante que todo esto, el gobierno fortaleció
la neutralidad y alejó a la Argentina del bloque panamericano. La neutralidad
privó a la Argentina de capital norteamericano e impidió así que el capital
estadounidense desplazase al inglés de sectores fundamentales de la economía
argentina, o que la influencia yanqui se incrementara insertándose en sectores
hasta entonces reservados al Estado.
En junio de 1943, por ejemplo, estaba listo un convenio petrolero: Estados
Unidos suministraría equipos y la Argentina formaría un consorcio entre
YPF y las empresas petroleras norteamericanas, con el compromiso de abastecer
a los países vecinos (Guiñazú, 116, Silenzi de Stagni, 62). El golpe militar
dejó esto en la nada. Y en la nada quedó el pedido de capital para instalar
la industria siderúrgica. Esta política, que trababa el crecimiento de la
industria, no sólo alejaba al capital norteamericano sino que contribuía
a perpetuar el predominio del sector tradicional de la burguesía argentina,
los estancieros de Buenos Aires, abastecedores de carne para Inglaterra
y enemigos centenarios del imperialismo yanqui. Por otra parte, al fortalecer
el orden imperante y sus columnas tradicionales, el gobierno militar no
podía sino afianzar el control sobre la vida argentina de los intereses
tradicionales encabezados por el imperialismo inglés y los estancieros.
Las Bases Sociales del Bonapartismo
¿Cuál era el contenido social del gobierno militar? Pese a los marxistas
de trocha angosta, la lucha de clases no determina directamente todos y
cada uno de los acontecimientos políticos. Todos y cada uno de los golpes
de Estado no responden, siempre, necesariamente al movimiento de una clase.
Pero ningún fenómeno político esencial puede comprenderse sino en relación
a la lucha entre las clases y grupos de clase. Y en un país semi-colonial
como la Argentina, a la lucha entre las clases nacionales se suma la lucha
entre ellas y el imperialismo, y entre los imperialismos competidores. Sin
tener presente esto, no puede ni intentarse la comprensión del 4 de junio.
El régimen surgido de este golpe de estado configuraba un gobierno bonapartista:
no representaba a ninguna clase, grupo de clase o imperialismo, pero extraía
su fuerza de los conflictos entre las diversas clases e imperialismos. Su
apoyo directo lo hallaba en las fuerzas del orden: ejército, policía, burocracia,
clero. La increíble corrupción de los partidos políticos burgueses —y la
indiferencia y el hartazgo de las masas ante la política— sugirieron en
los cuarteles la conveniencia de descargar por completo a la burguesía argentina
del cuidado de gobernarse a sí misma. Parafraseando a Marx, cabe decir que
el cuartel tenía necesariamente que dar en esta ocurrencia, con tanta mayor
razón cuanto que de este modo podía esperar también una recompensa mayor
por sus servicios.
El último gobierno conservador gobernaba mediante el estado de sitio. ¿Por
qué el ejército no podía declarar el estado de sitio en su propio interés,
sitiando al mismo tiempo las bolsas burguesas? Al 3 de junio de 1943, todo
era propicio para que las fuerzas del orden, cuya misión específica es servir
a la clase dominante, se transformaran en usufructuarias del poder para
sí, desplazando a los equipos de políticos tradicionales. Bien entendido,
tal gobierno no podía menos que servir a la clase dominante, en especial
a su sector más fuerte, los estancieros, y al imperialismo dominante, el
inglés. Pero el servidor estaba sentado sobre el espinazo del amo, le apretaba
la nuca, y, si era necesario, no le importaba frotarle la cara con su bota.
Bien pronto el amo comenzó a impacientarse. La burguesía argentina, especialmente
la industrial, cargaba con la mayor parte de los gastos que imponía- el
nuevo gobierno, en particular por su política obrerista. A las grandes empresas
extranjeras como los ferrocarriles ingleses, el obrerismo les salía bastante
barato, porque el Estado les proveía los fondos para los aumentos de salarios
y les eximía de otorgar muchas mejoras sociales. (En general, el gran capital
era el menos afectado por la "política social". Uno de los hechos más importantes
de esa política, la congelación de los alquileres, decretada en 1943, permitió
que los aumentos de salarios fuesen mucho menores que los que hubieran sido
imprescindibles de haber aumentado los alquileres en proporción a los otros
precios. Pero los perjudicados por la congelación fueron principalmente
los pequeños propietarios, parte de cuya renta se transfirió así, indirectamente,
al gran capital).
Toda la burguesía argentina exigió que los coroneles volviesen a los cuarteles.
Y junto a la burguesía argentina, ni qué decir el imperialismo norteamericano,
para quien el gobierno militar resultaba más intratable que el propio Castillo.
El mundillo universitario, irritado en sus sentimientos liberales por el
régimen dictatorial que liquidaba las libertades democráticas e introducía
la reacción católica en la Universidad, fue la más temprana y combativa
fuerza de oposición al gobierno. Pero los intereses reales a que servia
su agitación no tenían nada que ver con "la democracia y la libertad": eran
la burguesía argentina y el imperialismo yanqui. Pronto se sumaron a los
estudiantes los viejos partidos políticos, obligados a disolverse por un
decreto gubernamental, y en seguida las asociaciones patronales, encabezadas
por la Unión Industrial Argentina. Ante la creciente presión conjunta de
Estados Unidos, de la burguesía y de activas capas de la pequeña burguesía,
el gobierno bonapartista no podía mantenerse mucho tiempo con el solo apoyo
directo del ejército, la policía, la iglesia y la burocracia, y el imperialismo
inglés como único respaldo. Necesitaba una fuerza fundamental una clase
de la sociedad argentina. Y la halló en los obreros industriales y rurales,
y a través de ellos, en las masas trabajadoras y pobres en general.
Peronismo y Clase Obrera
El movimiento militar de junio comenzó a transformarse en peronismo cuando
desde la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, se inició la captación
de la clase obrera y su estatización dentro de la nueva CGT. Las condiciones
históricas eran ideales para el éxito de una política bonapartista. La economía
argentina atravesaba un ciclo de creciente prosperidad, la cuota de ganancia
de los capitales crecía constantemente y era posible otorgar mejoras a la
clase obrera sin perjudicar en nada esencial los intereses de la burguesía,
aunque ésta, claro está, proclamaba lo contrario. Como lo indicó Perón,
"las enormes ganancias de la industria argentina, desmesuradamente grandes,
no podían verse perjudicadas con la mejora de los salarios y de la situación
de vida de los trabajadores" (La Prensa, julio 12. 1945). Paralelamente,
la combatividad de la clase obrera había, disminuido de modo tangible y
sus direcciones tradicionales, socialistas y estalinistas, estaban completamente
desprestigiadas por sus compromisos con la burguesía y su declarado belicismo
en favor del imperialismo norteamericano.
En setiembre de 1943, el Partido Comunista, que controlaba al gremio de
la carne, cortó sus últimas amarras con la clase obrera, entregando al gobierno
una gran huelga de los frigoríficos para no perturbar a las empresas anglo-norteamericanas,
aliadas de la URSS.
En fin, un porcentaje siempre creciente del proletariado carecía de toda
experiencia sindical y política por tratarse de masas del interior recién
ingresadas a las fábricas. Perón supo aprovechar esta situación. Concediendo
mejoras a la clase obrera se ganó su confianza, y en ella encontró un respaldo
cada vez más sólido y entusiasta contra la burguesía argentina y el imperialismo
norteamericano.
Pronto la burguesía acusó a Perón de "agitar artificialmente la lucha de
clases" e incitar a los obreros en su contra, pero la acusación carecía
de sentido. En realidad, Perón hizo abortar, canalizando por vía estatal,
las demandas obreras, el ascenso combativo del proletariado argentino, que
se hubiera producido probablemente al término de la guerra. Porque es evidente
que si Perón no hubiera concedido mejoras, el proletariado hubiera luchado
para conseguirlas. La plena ocupación y la creciente demanda de obreros
hacía económicamente inevitable que mejorase la situación de los trabajadores.
El bonapartismo del gobierno militar preservó, pues, al orden burgués, alejando
a la clase obrera de la lucha autónoma, privándola de conciencia de clase,
sumergiéndola en la ideología del acatamiento a la propiedad privada capitalista.
Desde el punto de vista de los intereses históricos de la clase obrera,
también en la Argentina fue cierto que el gobierno bonapartista, "sirviendo
en realidad a los capitalistas engaña más que ningún otro a los, obreros,
a fuerza de promesas y pequeñas limosnas" (Lenin).
La organización que el Estado construyó para la clase obrera, la CGT, era
como una gigantesca trampa. Mientras las superganancias del capital alcanzaron
para formar el cebo y otorgar mejoras a la clase obrera, la trampa permaneció
abierta: en su seno el proletariado obtenía mejora tras mejora. Cuando las
superganancias terminaran y hubiera que disminuir el nivel de vida de los
obreros a fin de mantener las ganancias normales, la trampa habría de cerrarse
sobre el proletariado para paralizarlo. La explicación dada por Perón acerca
de los propósitos que guiaron la estatización del movimiento obrero argentino
era clara y definitoria:
"Las masas obreras que no han sido organizadas presentan un panorama peligroso,
porque la masa más peligrosa sin duda es la inorgánica. ¿Cuál es el problema
que a la República Argentina debe preocuparle sobre todas las cosas? Un
cataclismo social en la República Argentina haría inútil cualquier posesión
de bien, porque sabemos —y la experiencia de España es bien concluyente
y gráfica a esta respecto— que con ese cataclismo social los valores se
pierden totalmente. Es indudable que siendo la tranquilidad social la base
sobre la cual ha de dilucidarse cualquier problema, un objetivo inmediato
del Gobierno ha de ser asegurar la, tranquilidad social del país, evitando
por todos los medios un, posible cataclismo de esta naturaleza, ya que si
se produjera de nada valdrían las riquezas acumuladas, los bienes poseídos,
los campos ni los ganados.
"Dentro de este objetivo fundamental e inmediato que la Secretaría de Trabajo
y Previsión persigue, radica .la posibilidad de evitar el cataclismo social
que es probable, no imposible. El capitalismo en el mundo ha sufrido durante
esta guerra un golpe decisivo. El resultado de la guerra 1914-1918 fue la
desaparición de un gran país europeo como capitalista: Rusia.
En esta guerra, el país capitalista por excelencia quedará como un país
deudor en el mundo, probablemente, mientras que toda la Europa entrará dentro
del anticapitalismo pan-ruso. En América quedarán países capitalistas, pero
en lo que concierne a la República Argentina sería necesario echar una mirada
de circunvalación para darse cuenta de que su periferia presenta las mismas
condiciones que tenía nuestro país. Chile es un país que ya tiene un comunismo
de acción desde hace varios años; en Bolivia, a los indios de las minas
parece que les ha prendido el comunismo como viruela, según dicen los bolivianos;
Paraguay no es una garantía en sentido contrario; Brasil, con su enorme
riqueza, me temo que al terminar la guerra puede caer en lo mismo.
"Creo que no se necesita ser muy perspicaz para darse cuenta de cuáles pueden
ser las proyecciones y de cuáles pueden ser las situaciones que tengamos
todavía que enfrentar en un futuro muy próximo. Por lo tanto, presenté un
solo ejemplo para que nos demos cuenta en forma más o menos gráfica de cuál
es la situación de la República Argentina en ese sentido. Yo he estado en
España poco después de la guerra civil y conozco mi país después de haber
hecho muchos viajes por su territorio. Los obreros españoles, inmediatamente
antes de la guerra civil ganaban salarios superiores, en su término medio
general, a los que se perciben actualmente en la Argentina: no hay que olvidarse
de que en nuestro territorio hay hombres que ganaban 20 centavos diarios;
no pocos que ganaban doce pesos por mes; y no pocos también que no pasaban
de treinta pesos por mes, mientras los industriales o productores españoles
ganaban el 30 ó 40%. Nosotros tenemos en este momento —¡Dios sea loado,
que ello ocurra por muchos años!— industriales que pueden ganar hasta el
1.000%. En España se explicó la guerra civil. ¿Qué no se explicaría aquí
si nuestras masas de criollos no fuesen todo lo buenas, obedientes y sufridas
que son?
"Se ha dicho, señores, que soy enemigo de los capitales, y si ustedes observan
lo que les acabo de decir no encontrarán ningún defensor, diríamos, más
decidido que yo porque sé que la defensa de los intereses de los hombres
de negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa misma
del Estado. Yo estoy hecho en la disciplina. Hace treinta y cinco años que
ejercito y hago ejercitar la disciplina y durante ellos he aprendido que
la disciplina tiene una base fundamental: la justicia. Y que nadie conserva
ni impone disciplina si no ha impuesto primero la justicia. Por eso creo
que si yo fuera dueño de una fábrica, no me costaría ganarme el afecto de
mis obreros con una obra social realizada con inteligencia.
Muchas veces ello se logra con el médico que va a la casa de un obrero que
tiene un hijo enfermo, con un pequeño regalo en un día particular; el patrón
que pasa y palmea amablemente a sus hombres y les habla de cuando en cuando,
así como nosotros lo hacemos con nuestros soldados. Para que los soldados
sean más eficaces han de ser manejados con el corazón. También los obreros
pueden ser dirigidos así. Sólo es necesario que los hombres que tienen obreros
a sus órdenes lleguen hasta ellos por esas vías, para dominarlos, para hacerlos
verdaderos colaboradores y cooperadores.
"Con nosotros funcionará la Confederación General del Trabajo y no tendremos
ningún inconveniente, cuando queramos que los gremios equis o zeta procedan
bien, a darles nuestro consejo, nosotros se lo trasmitiremos por su comando
natural: le diremos a la Confederación Nacional: hay que hacer tal cosa
por tal gremio, y ellos se encargaran de hacerlo. Les garantizo que son
disciplinados y tienen buena voluntad para hacer las cosas."[1]
Y poco después, el mismo Coronel Perón, declaraba: "Los señores que temen
tanto al sindicalismo y a la formación de grandes agrupaciones obreras bien
organizadas dirigidas y unidas, pueden desechar sus temores desde ya. Nada
hay que temer de las organizaciones. Debe temerse de las masas desorganizadas.
Estas son peligrosas.
"Sin temor a equivocarnos, podemos decir que hoy, desde Jujuy hasta Tierra
del Fuego, y desde Buenos Aires a Mendoza, se puede orientar, dirigir y
conducir a las grandes masas de trabajadores argentinos, y cada día que
pasa lo iremos haciendo en forma más perfecta, porque diariamente se va
reforzando la disciplina sindical. Sin disciplina sindical, las masas son
imposibles de manejar."
En la Argentina, como en el resto del mundo capitalista, la estatización
sindical respondió, en último análisis, a la tendencia, inherente al capitalismo
monopolista, a colocar bajo el control del Estado —controlado a su vez por
el gran capital— toda la sociedad y, en especial, a la clase obrera. Los
principales beneficiarios de la estatización sindical fueron, pues, los
grandes intereses capitalistas que regían la economía argentina, intereses
a los que en definitiva sirve el Estado.
1945: Culminación de la Ofensiva Norteamericana
Pero el gobierno bonapartista preservó el ordenamiento tradicional de la
sociedad argentina, no sólo ganándose al proletariado "con palmaditas en
la espalda y pequeños regalos". También conservaron ese ordenamiento oponiéndose
al ingreso de la Argentina en la órbita norteamericana. Su nacionalismo
antiyanqui fue el nacionalismo de todos los gobiernos argentinos: defender
a la vieja Metrópoli británica y a los intereses capitalistas estructurados
en torno de ella, con los estancieros de Buenos Aires como sector estratégico
de la clase dominante. Pero, a diferencia de todos los gobiernos anteriores,
su apoyo principal contra la presión norteamericana lo obtuvo en el proletariado.
Paradójicamente la clase más joven y potencialmente revolucionaria de la
Argentina fue movilizada por el gobierno bonapartista para defender frente
al imperialismo yanqui a las clases más refregadas del país y a su socio
y acreedor centenario, el imperialismo inglés.
En 1945 llego a su más alto girado la campaña que desde tiempo atrás llevaban
contra el gobierno militar, y contra Perón en particular la burguesía argentina
teda, vastos sectores de la clase media y Estados Unidos. La presión sobre
el gobierno militar para que concediera elecciones se hizo intensísima.
La prensa norteamericana rebosaba amenazas contra la Argentina, y la gran
prensa argentina las reproducía con satisfacción. La burguesía en pleno
se sumaba a Estados Unidos, horrorizada por el obrerismo de Perón. La oposición
anti-peronista más enérgica procedía de la burguesía industrial, y ello
por razones fundamentales. La industria era el sector que más intensamente
necesitaba capital norteamericano.
Era natural que la burguesía industrial aboyara a Estados Unidos contra
Perón, que alejaba al capital norteamericano. Y, además, ella era la principal
perjudicada por el obrerismo peronista, y sentía verdadero terror ante la
organización de las masas obreras, aunque fueran dirigidas desde la Casa
de Gobierno. Al desarrollarse la industria, habían crecido el capital y
el peso social de la burguesía industrial argentina. Pero en mayor medida
creció el peso específico del capital extranjero, porque éste era el principal
propietario de la industria: y, paralelamente, crecía el número y la concentración
del proletariado, en una medida mucho mayor que la burguesía industrial
nativa, ya que la clase obrera aumenta en relación directa al total de fábricas
existentes, no al número de fábricas, más reducido, que posee la burguesía
nacional.
La burguesía industrial se encontraba en la situación de un enano que crecía
entre dos gigantes, y ante el terror que le inspiraba la sindicalización
peronista, era inevitable que se aliase al gigante imperialista contra el
gigante proletario. Incluso los estancieros de Buenos Aires, tradicionalmente
anti-norteamericanos» se plegaron, esta vez, a la intervención de Estados
Unidos en la Argentina, confirmando que "los demagogos con sus perpetuas
denuncias obligan a los ricos a reunirse para conspirar, porque el común
peligro aproxima a los que son más enemigos" (Aristóteles, Política), El
gobierno continuaba en todo lo decisivo la política tradicional de la burguesía
terrateniente, pero la irritaba con sus gritos contra "la oligarquía" con
sus supuestas reformas agrarias y sus reales Estatutos para los peones.
Desde 1930, los gobernantes conservadores, criaturas incubadas en la Sociedad
Rural y el Jockey Club, habían hecho la apoteosis del sable policial, y
ahora el sable policial mandaba sobre ellos. Habían perseguido a la prensa
opositora, y ahora era perseguida su propia prensa. Sometieron las asambleas
populares a la vigilancia de la policía; sus salones se hallaban bajo la
vigilancia de la policía. Decretaron el estado de sitio, y el estado de
sitio se decretaba contra ellos[2].
Habían deportado sin juicio a los huelguistas, y ellos eran deportada sin
juicio. Habían sofocado todo movimiento de la clase obrera mediante el poder
del Estado; el poder del Estado sofocaba todos loa movimientos de su sociedad.
Se habían rebelado, llevados del entusiasmo por su bolsa, contra los políticos
yrigoyenistas; sus políticos fueron apartados de en medio y su bolsa se
veía saqueada. Claro está, también los estancieros querían que loa demagogos
coroneles volviesen al cuartel, aunque para ello tuviesen que contrariar
al imperialismo inglés, su aliado tradicional, que era el único sector capitalista
de importancia decisiva que seguía brindando su apoyo al gobierno militar.
Todos los partidos tradicionales se unieron para combatir al gobierno militar.
Incluso el Partido Comunista que, como todos los P. C. de Occidente, cumpliendo
la línea stalinista actuaban entre 1941 y 1946, como correa de transmisión
del imperialismo norteamericano, pagando así la tolerancia de Washington
para que Stalin dispusiera sin tropiezo de Europa Oriental.
En setiembre de 1945 el Partido Comunista realizó una gran concentración
"Por la unidad nacional", y su dirigente Rodolfo Ghioldi comenzó el acto
con estas palabras: "Saludamos la reorganización del Partido Conservador,
operada en oposición a la dictadura, que sin desmedro de sus tradiciones
sociales se apresta al abrazo de la unidad nacional, y que en las horas
sombrías del terror carcelario mantuvo, en la persona de D. Antonio Santamarina
una envidiable conducta de dignidad civil". Las tradiciones sociales del
Partido Conservador se simbolizan en las 160.000 hectáreas que posee Santamarina,
director también de subsidiarias argentinas de la International Telephone
and Telegraph.
Luego, Rodolfo Ghioldi expresó: "Gracias a una conducción internacional
de raíz fascista, disfrazada a veces con pretensos banderines de soberanía
que ningún aliado amenazó... el país se vio aislado, extraño a los acuerdos
internacionales, excluido de las asambleas responsables de los estadistas...
O el país modifica, junto con su política interior, su orientación internacional
y restablece con la garantía de un gobierno democrático de auténtica responsabilidad
y solvencia el buen nombre argentino, o corre el riesgo inevitable de sufrir
pesadísimas consecuencias económicas que pondrán en peligro, por largos
años, el desarrollo nacional... A veces se nos dice, para hacernos apear
de estas posiciones, que nos miremos en el espejo brasileño.
Debemos responder que la invitación es absurda. El mérito brasileño consiste
en haberse colocado resueltamente con los Estados Unidos, partiendo de la
línea de la "buena vecindad", retomada ahora por el secretario Byrnes y
ratificada con tanto calor por mister Braden... En lo interior el país requiere
la modificación de su estructura económica... mediante la realización de
amplias reformas agrarias y mejorar sustancialmente las condiciones de vida
y trabajo de la clase obrera, de las masas campesinas y de la población
laboriosa. Para estos fines, podemos contar con el apoyo exterior: Un ilustre
embajador aliado acaba de ratificar que los Estados Unidos están dispuestos
a ayudar "a una Argentina democrática". Igual disposición existe de parte
de las principales Naciones Unidas. La reestructuración significa la movilización
de los capitales nacionales y la incorporación de capitales extranjeros...
¿Quiénes se oponen a la unidad nacional? Se oponen los fascistas...
Su estrategia anima la división entre las clases sociales progresistas..."
Y terminaba proclamando: "No somos radicales, pero no somos antirradicales;
no somos conservadores, pero no somos anticonservadores. Reconocemos la
legitimidad de un solo anti; antifascistas" (Ghioldi, Al Servicio de la
Patria). Tal era la línea comunista en 1945: reforma agraria del brazo de
los latifundistas, sin desmedro de las tradiciones sociales de éstos. Mejoras
sustanciales para la clase obrera en sociedad con el imperialismo.
La unidad contra el gobierno se gestó en diversos niveles. Primero, entre
todas las organizaciones-capitalistas: Unión Industrial Argentina, Sociedad
Rural Argentina, Cámara de Comercio, etc. Luego, en las Universidades, a
través de rectores, profesores y estudiantes. Después en la política, mediante
el bloque de los partidos tradicionales en la llamada Unión Democrática
(Kelly, 307). Las organizaciones capitalistas inundaban la prensa seria
con solicitadas llamando a elecciones y al derrocamiento de Perón; la prensa
seria repetía editorialmente el contenido de estas solicitadas e insertaba
en lugar destacado los rugientes alaridos de la prensa norteamericana contra
la Argentina.
Estudiantes y rectores hacían huelgas y ocupaban las universidades, y los
políticos tradicionales vociferaban desde las radios uruguayas —amparadas
por !a fuerza naval y aérea del almirante Ingram, of the U. S. Navy, que
hacia demostraciones frente a Montevideo destinadas a ser vistos en Buenos
Aires (Whitaker, 222)— pidiendo elecciones libres y prontas. Para apoyar
toda esta campaña por la democracia, Washington no envió acorazados al puerto
de Buenos Aires —con gran sentimiento de la oposición anti-peronista. Pero
no en vano la buena vecindad había sustituido a la política del garrote.
En vez de la flota vino un embajador, es decir, Mister Spruille Braden.
La estadía de Braden en Buenos Aires —escribe el entonces embajador inglés—
"fue uno de los episodios más curiosos de mi carrera diplomática. Mr. Braden
llegó a Buenos Aires con la idea fija de que había sido elegido por la providencia
para derrocar al régimen Farrell - Perón. Estimulado y festejado por la
oposición, especialmente los miembros más ricos de la 'sociedad', lanzó
una serie de violentos ataques contra el régimen. Cuando en un gran banquete
en el Plaza Hotel (el más .suntuoso de Buenos Aires), varios cientos de
comensales se pararon en sus sillas aplaudiendo estruendosamente y gritando
"bravo" y "viva Braden" durante varios minutos, la excitación fue irresistible
y comenzó a hablar cada vez con mayor libertad".
El Veredicto del 17 de Octubre. La Argentina Continua en la Orbita Británica
Efectivamente, en torno de Braden se aglutinó toda la oposición al gobierno
militar. La burguesía y su pequeña burguesía pasearon en andas a Braden,
por el mérito de intervenir en la política argentina, como .si la Argentina
fuese una provincia norteamericana. Bajo los democráticos auspicios de la
embajada estadounidense hubo manifestaciones monstruo, la "gente bien" a
la cabeza, y hubo más conflictos universitarios que el gobierno reprimió
con brutalidad. Los estudiantes alojados en las cárceles por combatir por
la libertad y la democracia, fueron obsequiados y convertidos en héroes
por el Jockey Club —organización de la élite terrateniente más antidemocrática
y reaccionaria del país—. Así se preparó el golpe de Estado, que finalmente
estalló en octubre de 1945.
Fue un movimiento palaciego, encabezado por el almirante Vernengo Lima,
que derrocó a Perón y nombró un ministerio aceptable para el Departamento
de Estado de la Unión y dispuesto a asegurar elecciones. El respaldo "popular"
de este movimiento salió de los barrios aristocráticos de Buenos Aires,
y se concentró en Plaza San Martín, donde se volcó toda la gente distinguida
de distintos sexos y edades, mientras las organizaciones patronales se apresuraban
a desconocer las mejoras sociales concedidas por Perón y su Secretaría de
Trabajo y Previsión. El gobierno militar, y en especial Perón, parecían
liquidados y aislados de toda la sociedad argentina. Pero no .era así. El
imperialismo inglés lo respaldaba lo mismo que la policía, parte del ejército,
la burocracia y el clero. Y, sobre todo, contaba con la clase más joven
de la sociedad argentina, con la clase obrera industrial.
La policía ametralló la concentración de clase alta y clase media que había
acampado en la Plaza San Martín, y los muertos fueron transformados en mártires
por toda la oposición. Pero, en realidad, de acuerdo con los intereses reales
en juego, merecen figurar en la lista de los caídos por la bandera de las
48 estrellas. En cuanto a los que dispararon las ametralladoras, han sido
tratados con palpable benevolencia en las Memorias del entonces embajador
inglés (Kelly, 309), y eso precisa terminantemente su ubicación histórica.
El 17 de octubre, la Policía Federal se insurreccionó, y fue seguida por
las policías del interior; el ejército también se pronunció por Perón; la
CGT decretó una huelga general ordenada por, la Secretaría de Trabajo y
Previsión y entre todos, policía, militares y altas burócratas estatales
y sindicales, sacaron a la calle a la clase obrera, especialmente a sus
sectores más jóvenes y recién proletarizados. El país se paralizó. Los obreros
llenaron las calles y se concentraron frente a la Casa de Gobierno, en Plaza
de Mayo, vitoreando a Perón. A la noche del 17 de octubre, Vernengo Lima
había pasado al recuerdo, y Perón estaba nuevamente en el Gobierno. Un grupo
naval-militar respaldado por la gente de los barrios aristocráticos y por
el imperialismo norteamericano, había depuesto a Perón. Un golpe policial-burocrático-militar,
respaldado por los suburbios obreros movilizados desde el gobierno, repuso
a Perón en el Poder.
Días después del 17 de octubre, el vocero oficial del Partido Comunista
decía de los obreras peronistas que eran "manifestantes de la esclavitud",
"conglomerado aullante", "turbas borrachas'', "maleantes y desclasados",
y afirmaba: "Jamás los auténticos obreros argentinos hubiesen dado ese espectáculo"
(Orientación, octubre 24, 1945). Eso quería creer también la burguesía,
pero se equivocaban. Fue verdaderamente la clase obrera la que estuvo en
las calles el 17 de octubre de 1945. Pero el 17 de octubre no fue una epopeya
obrera como dice la mitología peronista. Las masas fueron sacadas a la calle
por las fuerzas del orden; no contra su voluntad, por cierto, porque los
obreros querían a Perón. Pero una movilización de obreros respaldada por
la policía para apoyar a un candidato burgués no es una movilización obrera
de clase, ni por sus métodos ni por sus objetivos. En ningún momento se
puso en peligro el orden social imperante. Por eso el diario de la curia
se apresuró a declarar:
"Las calles de Buenos Aires presenciaron algo insólito. Desde todos los
puntos suburbanos se veían llegar grupos proletarios. Y pagaban debajo de
nuestros balcones. Era la turba tan temida. Era —pensábamos— la gente descontenta.
Con el antiguo temor, nuestro primer impulso fue el de cerrar los balcones.
Pero al asomarnos a la calle quedábamos en suspenso. Pues he aquí que estas
turbas se presentaban ante nosotros como trocadas por milagrosa transformación.
Su aspecto era bonachón y tranquilo. No había caras hostiles ni puños levantados
como los vimos hace pocos años. Aquel primer impulso de cerrar, se nos convirtió
en un compasivo deseo de ofrecer a los pobres caminantes algún descanso
y alimento. Nos retiene, sin embargo, un resto de desconfianza. Sí, el aspecto
de esta gente es conmovedor.
Sólo llevan consigo, como única arma, su esperanza. Pero, ¿qué irán a hacer
cuando se encuentren luego reunidos y fuerte en número? ¿Cuáles serán sus
finales intenciones? Nuestras sorpresas irán en aumento. Al avanzar la noche
hemos presenciado las horas emocionantes en que la multitud de trabajadores
iba engrosando frente a la Casa Rosada. Llega a decirnos la radio que eran
medio millón. Para los escépticos reduzcámoslos a menos de la mitad: a unos
doscientos mil. ¿Va a estallar ahora el odio contenido? ¿Van a comenzar
las hostilidades? Semejante multitud debía sentirse poderosa para llevar
a cabo cualquier empresa. Tienen allí, a un paso, la Catedral, pueden incendiarla.
Ahí, está la Curia, que tantas veces fue objeto del insulto anticlerical.
Pero la multitud se muestra respetuosa. Hasta se veía una columna en la
que parte de sus componentes hacían la señal de la cruz al enfrentarse con
la iglesia. Se objetará que en alguna ciudad hubo ciertos desmanes. Milagro
portentoso sería que ninguno hubiera habido en parte alguna. Estas turbas
parecían cristianas sin saberlo. Su actitud era tal que nos hizo pensar
que ella podía ser un eco lejano, ignorante y humilde, de nuestros. Congresos
Eucarísticos.
Tal vez en aquellos Congresos aprendieron estas gentes su nueva actitud.
Sabemos de algunos jóvenes que tuvieron la feliz idea de llevar en sus automóviles
algunas vituallas para reconfortar a esta pobre gente que de tan lejos y
sin provisiones venía. Sabemos igualmente que no se negó en la Curia a los
más cansados algún descanso por la tarde". Y anticipando su apoyo electoral
a Perón, la Curia concluía: "Para no ser tan tremendamente injustos tenemos
que reconocer por lo menos en el hombre aclamado el mérito de haber inspirado
una manifestación de tal corrección" (El Pueblo, octubre 25, 1945).
Y días después, defendiendo a los manifestantes del 17 de octubre contra
los ataques de la oposición, la Curia decía que "si bien no revelaban mucha
cultura, tenían por lo menos, en general, un sano sentido del respeto por
la propiedad, por los bienes y por la honra ajena" (ídem, octubre 27, 1945).
El embajador inglés ha descrito así sus experiencias del 17 de octubre de
1945: "En las primeras horas de la mañana, los gerentes de los ferrocarriles
ingleses vinieron a decirme que se había declarado una huelga espontánea,
sin organizadores conocidos, en todos los ferrocarriles, de modo que Buenos
Aires estaba aislada. En la tarde de ese día decidí que era necesario ir
a la Casa Rosada para decirle al único ministro que quedaba —el Ministro
de Marina— que debía asumir la responsabilidad de proteger los ferrocarriles.
Debo confesar, asimismo, que me impulsaba una enorme curiosidad por saber
qué estaba pasando. Al acercarnos a la Casa de Gobierno, vimos que la plaza
estaba atestada de descamisados; alrededor de la Casa de Gobierno había
un cordón de policía montada, pero no hacían esfuerzo alguno por impedir
el paso de la gente ni se metían para nada con la multitud.
El chofer quería retroceder y tuve que insistir para que siguiera adelante
a muy poca velocidad. Tal como había esperado, la multitud nos dio paso
no bien vio la bandera inglesa, contentándose con gritar en forma amistosa:
"¡Viva Perón! ¡Abajo Braden!" Esta anécdota contiene todo el sentido "nacionalista"
de la jornada, en que el proletariado fue movilizado para aplastar un golpe
de estado pronorteamericano y en defensa del gobierno que preservaba el
ordenamiento tradicional de la Argentina, semicolonia de Inglaterra. Los
obreros eran factor decisivo en esta historia, pero la historia pasaba sobre
sus cabezas.
Capítulo IV
El Gobierno Del "Como Si": 1946-55 [3]
Como resultado de los sucesos de octubre, Perón había sido repuesto en el
poder, pero el gobierno militar se vio obligado a convocar a elecciones
para comienzos de 1948. La Unión Democrática se integró con los aparatos
políticos tradicionales, es decir, los existentes en el país antes del 4
de junio de 1943. Tras ella se alinearon el gobierno norteamericano, las
clases dominantes argentinas en masa, la clase media acomodada y reducidos
núcleos obreros de larga tradición gremial y relativamente alto nivel de
ingresos. Los tipos sociales característicos de la Unión Democrática eran
el gran empresario, el profesional universitario, el estudiante. La candidatura
de Perón llevó tras de sí un conglomerado formado por la burocracia sindical
respaldada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, por militares y por
políticos de tercera o cuarta categoría desprendidos de los partidos tradicionales.
Respaldando a Perón estuvieron el ejército, la policía, la iglesia y, last
buf not least, los intereses británicos. El peronismo halló su clientela
electoral en la clase obrera y en las masas trabajadoras urbanas y rurales,
entre la "gente pobre" en general. La probabilidad de que un votante fuera
peronista estaba en relación inversa al nivel de sus ingresos y a la altura
y seguridad de su status. Los tipos sociales característicos del peronismo
eran el dirigente gremial, el militar retirado, el tránsfuga.[4]
El mayor peso de la campaña electoral peronista estuvo a cargo del Partido
Laborista, organización fundada en noviembre de 1945, en una convención
a la que asistieron 2.000 delegados. La mayor parte de los dirigentes sindicales
del país ingresaron a este partido, cuya dirección era compartida por Luis
Gay, dirigente de los trabajadores telefónicos, y Cipriano Reyes, dirigente
de los trabajadores de la carne y principalísimo protagonista del 17 de
octubre. (Para un juicio sobre lo que significó el gobierno peronista para
la clase obrera argentina conviene retener estos tres nombres: Partido Laborista,
Luis Gay, Cipriano Reyes).
Junto al Partido Laborista, levantó la candidatura de Perón una "Junta Renovadora
de la Unión Cívica Radical" en la cual se aglomeraron los políticos radicales,
que supieron prever de qué lado estaba el camino más corto para llegar al
poder. Los arquetipos de este nucleamiento eran viejos políticos corrompidos
como Hortensio Quijano o diputados radicales alguna vez subsidiados por
las compañías extranjeras de electricidad.
Prácticamente toda la prensa diaria del país apoyaba a la Unión Democrática.
Perón sólo disponía de un diario, y éste se imprimía en los talleres del
Buenos Aires Helrald, órgano de la colectividad comercial británica en Buenos
Aires, con anuencia de la embajada británica[5]
La ofensiva norteamericana contra Perón arreciaba cada semana, pero los
capitalistas ingleses no lo abandonaban.
".. .el presente régimen argentino no es parlamentario —decía su vocero—
pero hay regímenes similares en varias naciones sudamericanas con los cuales
Estados Unidos mantiene cordiales relaciones" (South American Journaly agosto
4, 1945). Y poco después agregaba:
"Perón tiene un fuerte prestigio entre los obreros, por supuesto la vasta
mayoría en cualquier país; es concebible que en las elecciones retorne al
gobierno como un líder democrático. Empero cuanto hagan los argentinos alrededor
de sus .asuntos internos es cuestión de ellos y no nuestra. Sin embargo,
muchos extranjeros persisten en intervenir de una forma u otra en los asuntos
argentinos. Mister Braden, que fue hasta hace poco embajador de los Estados
Unidos en la Argentina y es ahora secretario asistente de Estado encargado
de asuntos latinoamericanos, está volviendo plenamente a la política intervencionista.
No es propósito de este periódico (South American Journal) defender o atacar
al presente régimen de la Argentina. La política argentina concierne al
pueblo argentino y, a menos que y hasta que él viole los derechos de otras
naciones, es un problema argentino solamente. Esta ha sido siempre la política
británica.
"Desde los primeros días de la República, han existido lazos muy estrechos
entre la Argentina y Gran Bretaña, y nunca Inglaterra trató de dominar la
política argentina" (Ídem, octubre 8, 1945). Después de esta franca manifestación
de apoyo al gobierno militar y a Perón, difícilmente era aceptable la manifestación
de la misma fuente británica de que "Personas mal informadas podrían dar
crédito a las noticias de que intereses británicos están interviniendo en
la política interna de la Argentina. Hay una creencia fuertemente extendida
en el hemisferio occidental de que intereses británicos están apoyando activamente
la campaña presidencial del Coronel Perón" (Ídem, febrero 9. 1946).
Ciertamente, los banquetes que el embajador inglés brindaba al gobierno
militar en momentos en que toda la burguesía argentina lo condenaba al ostracismo
confirmaban, más bien que desmentían, esa "creencia". La campaña electoral
peronista tuvo un marcado carácter "antiyanqui", y su slogan básico fue
"Braden o Perón". Se habló también contra "la oligarquía" y "el capital",
pero en general la campaña fue respetuosa del orden social imperante. Perón
se complacía en señalar que su apoyo provenía no sólo de la clase obrera,
sino también de las columnas del orden: ejército, policía, iglesia. La crónica
de su discurso en el mitin inaugural de su campaña dice así: "Más adelante
el orador expresó su deseo de ver al pueblo unido con el ejército y las
fuerzas del orden, e hizo el elogio de la institución policial para agregar:
la iglesia argentina es siempre benemérita, porque hoy como siempre está
con su pueblo" (La Prensa, diciembre 15, 1945). Para suplir la ausencia
de consignas anticapitalistas o antiimperialistas se dio a las masas slogans
"antioligárquicos", acudiéndose a la consabida martingala del odio al cajetilla
y al pituco. Se dijo "Alpargatas sí, libros no!"
En verdad, los profesionales de los libros y la política, experimentados
ex ministros y diputados, rectores de universidades e intelectuales de nota,
demostraron que políticamente no valían el precio de una alpargata. Daban
por sentado que el pueblo trabajador iba a votar a viejos figurones como
los candidatos de la Unión Democrática, comprometidos en todo el desprestigio
del régimen anterior al 4 de junio y ahora impregnados en el agua bautismal
de la embajada norteamericana. El tema de la campaña democrática era "batir
al nazi-peronismo". A los peones agrarios, que por primera vez en la historia
del país habían recibido una serie de elementales mejoras económicas y sociales,
a los arrendatarios a quienes Perón prometía darles la tierra en propiedad,
se les ofrecía como candidatos los terratenientes de la Sociedad Rural Argentina;
que eran "progresistas" según reciente descubrimiento del Partido Comunista.
"Por la libertad y la democracia contra el nazismo", proclamaba la Unión
Democrática. ¿Pero qué sentido tenían para los trabajadores la libertad
y la democracia voceadas por los candidatos de las organizaciones patronales?
El peronismo les recordaba que eso significaba la libertad de morirse democráticamente
de hambre, "como antes de Perón". Por otra parte, era falso de raíz llamar
"nazi" al peronismo. El nazismo es la guerra civil de la pequeña burguesía
dirigida por el gran capital contra la clase obrera. Perón se apoyaba en
la clase obrera contra el gran capital y la pequeña burguesía. Esto era
lo esencial, y no se modifica porque los métodos totalitarios del peronismo
fueran un intento de calcar los métodos nazis.
El principal argumento de su campaña lo dio el peronismo en diciembre de
1945. Desde los balcones de la Casa de Gobierno, y dejando bien claro que
tras todo eso estaba Perón, el gobierno anunció a la clase obrera un decreto
que implantaba el sueldo anual complementario y las vacaciones pagas. Desde
luego, el decreto no se aplicaba a los ferrocarriles ingleses, pero nadie
reparó en ello, salvo las empresas interesadas. Era una nueva e importante
mejora concedida a los trabajadores. ¡Demagogia!, gritaron los oradores
de la Unión Democrática mientras sus sostenedores de las organizaciones
patronales declaraban un cierre general del comercio y la industria que
fue fácilmente quebrado por el Gobierno. En una asamblea monstruo de todas
las entidades patronales (Unión Industrial, Sociedad Rural, etc.), "las
fuerzas económicas resolvieron desconocer el reciente decreto sobre aguinaldos
y sueldos" —anunciaban con alborozo los grandes diarios. En nombre de toda
la burguesía argentina, habló un director de innumerables sociedades anónimas
y dijo:
"El carácter electoralista del decreto es el aspecto más importante que
debemos considerar y que asigna a nuestra resolución una enorme trascendencia,
porque con medidas de pretendido carácter social y de indudable trascendencia
económica se nos lleva, aun contra nuestra voluntad, al terreno político.
No podemos pues rehuir la lucha en este terreno del que hemos querido estar
alejados.
"No podemos, colocados en este trance, permanecer indiferentes. No se juega
en este caso la preeminencia en el gobierno o la conquista del mismo, por
uno u otro de nuestros partidos tradicionales. Se juega algo más que una
cuestión partidaria: se repite aquí la lucha que ha tenido para bien de
la humanidad, su definición victoriosa en Europa, y que está librando en
el país una batalla decisiva; es la democracia contra el totalitarismo,
el respeto a la dignidad de la persona humana y sus derechos esenciales,
contra la absorción del individuo y de sus bienes por el Estado." (La Prensa,
diciembre 28, 1945.)
La dignidad humana exigía que los obreros no tuviesen vacaciones pagas.
Darles un sueldo anual complementario era ya la barbarie totalitaria. Tal
era la filosofía de la burguesía argentina. Los legistas, que no faltaban
en la Unión Democrática, demostraron abundantemente que el decreto sobre
aguinaldo y vacaciones era anticonstitucional. Los obreros no dejaron de
advertir que la Unión Democrática —sin excluir al partido Comunista— se
oponían a las mejoras que Perón les concedía.
Estados Unidos Interviene Contra Perón
El argumento de más grosor que utilizó la Unión Democrática fue lanzado
días antes de las elecciones y era de un carácter completamente distinto.
No fue dado a conocer desde la Casa de Gobierno de la Argentina, sino desde
la Casa Blanca, en Washington. Se trataba de un Libro Azul, en donde el
Departamento de Estado norteamericano acusaba al gobierno militar, y a Perón,
de ser una banda de espías alemanes.
El New York Times editorializó que el libro "demuestra por encima de toda
duda razonable que los gobiernos argentinos de Castillo y de Farrell-Perón,
fueron socios activos del Eje durante la guerra; que sólo las deficiencias
de armamentos les vedaron entraren ella; que el gobierno Farrell-Perón ha
seguido firmemente la línea nazi-fascista y en fin, que hoy intenta perpetuar
en este hemisferio el tipo de Estado nazi, con el cual sus jefes esperan
volver a desafiar algún día a las democracias" (La Nación, febrero 14, 1946).
El New York Herald Tribune aseguró que "el problema argentino ha llegado
a tal punto de peligro para el mundo, que exige una acción efectiva". Y
el Christian Science Monitor advirtió que "los líderes políticos de la Argentina
deben reconocer la posibilidad de que se le retire al gobierno argentino
el reconocimiento diplomático, no sólo por Washington, sino por otras capitales
americanas, si gana Perón. Solamente un cambio básico del gobierno argentino
podría evitar el aislamiento de la Argentina de la sociedad mundial". Walter
Lippman escribió especialmente para La Prensa de Buenos Aires que "los norteamericanos
teníamos y tenemos todo derecho de tratar al gobierno argentino como un
gobierno inamistoso" (La Prensa, febrero 16, 1946). Y el corresponsal en
Buenos Aires del New York Herald Tribune escribió: "Los cargos contra Perón
infligirán un serio golpe a sus proyectos presidenciales. Se cree que el
documento hace imposible la retención de la presidencia por parte de Perón,
ya llegue a ella por la fuerza o por las elecciones. Es de la mayor significación
el hecho de que Perón nunca será aceptado como presidente de la Argentina
por Estados Unidos, sin considerarse el medio porque haya llegado al poder"
(Crítica, febrero 13, 1946). Con agudo sentido político el Departamento
de Estado, la Unión Democrática y la prensa que la apoyaba, dieron amplia
publicidad al documento y exclamaban radiantes: "¿Han visto? Norteamérica
demuestra que Perón es nazi. ¿Cómo va a votar por los nazis el pueblo argentino?"
Para confirmar la imposibilidad, el dirigente comunista Rodolfo Ghioldi
declaraba a los diarios extranjeros que "Perón en el gobierno será siempre
una amenaza terrible para la paz de este continente" (La Prensa, febrero
16, 1946). Coincidentemente, el New York Times afirmaba: "Nuestro gobierno
no tiene motivos para tratar de derrocar a Perón poniendo clandestinamente
armas en manos de sus enemigos. Hay medios más francos para obtenerlos,
entre ellos el retiro del reconocimiento en el caso de que se apodere del
poder. Es de esperar que el pueblo argentino encuentre la forma de impedir
que llegue al poder" (New York Times, febrero 1, 1946). Ese mismo día, un
vocero tradicional de las clases dominantes argentinas adornaba e] tope
de su primera página con el siguiente titular a cuatro columnas: "El tan
mentado 'imperialismo yanqui' parece no hallar eco en los Estados Unidos"
(La Nación, febrero 1, 1946). Ante el Libro Azul norteamericano, Londres
comentó: "Después de todas las medidas adoptadas para asegurar elecciones
reales, deja atónito ver emanada de Washington esta extravagante denuncia
de presentes y pasados gobiernos argentinos y de uno de los actuales candidatos
presidenciales. Aún más curioso en el documento norteamericano son los cargas
sumamente graves contra uno de los candidatos presidenciales, cargos que
necesitan sólidas pruebas antes de que se les pueda dar crédito. La denuncia,
en esa forma y en estos momentos, sólo puede ser descripta como una tentativa
de intervención en la política argentina, y debe ser deplorada" (South American
Journal, febrero 23, 1946).
Las elecciones se realizaron el 24 de febrero de 1946. La campaña electoral
—abundante en agresiones físicas por ambas partes— culminó por el lado peronista
con un acto en e! que Perón derrochó su mejor talento de demagogo.
''En nuestra patria —comenzó diciendo— no se debate un problema entre 'libertad'
o 'tiranía', entre Rosas y Urquiza, entre 'democracia' y 'totalitarismo'.
Lo que en el fondo del drama argentino se debate es, simplemente, un partido
de campeonato entre la justicia social y la injusticia social". ¿Quiénes
apoyaban a la Unión Democrática? La Unión Industrial, la Bolsa de Comercio,
la Sociedad Rural, que quieren "derogar la legislación del trabajo e impedir
cuanto significara una mejora para la clase trabajadora". "Desde que a mi
iniciativa se creó la Secretaría de Trabajo y Previsión —agregó— no he estado
preocupado por otra cosa que mejorar las condiciones de vida y de trabajo
de la población asalariada. La medida de la eficacia de la Secretaría de
Trabajo y Previsión nos la da tanto la adhesión obrera como el odio patronal.
Si el organismo hubiese resultado inocuo, les tendría sin cuidado su existencia
y hasta es posible que muchos insospechados fervores democráticos tuviesen
un tono más bajo.
Y es bien seguro que muchos hombres que hasta ayer no ocultaron sus simpatías
hacia las dictaduras extranjeras, o que sirvieron a otros gobiernos de facto
en la Argentina, no habrían adoptado hoy heroicas y espectaculares posiciones
pseudo-democráticas. Si el milagro de la transformación se ha producido,
ha sido sencillamente porque la Secretaría de Trabajo ha dejado de representar
un coto cerrado sólo disfrutable por la plutocracia y por la burguesía.
Se acabaron las negativas de los patrones a concurrir a los trámites conciliatorios
promovidos por los obreros; se terminaron las infracciones sin sanción a
las leyes del trabajo; se puso fin a la amistosa mediación de políticos,
de grandes señores y de poderosos industriales para lograr que la razón
del obrero fuese atropellada.
La Secretaría de Trabajo hizo justicia estricta, y si en muchas ocasiones
se inclinó hacia los trabajadores, lo hizo porque era la parte más débil
en los conflictos. Esta posición espiritual de la autoridad es lo que no
han tolerado los elementos desplazados de la hegemonía que venían ejerciendo,
y esa es la clave de su oposición al organismo creado. A eso es a lo que
llaman demagogia. Que el empleador burle al empleado, representa para ellos
labor constructiva de los principios democráticos; pero que el Estado haga
justicia a los obreros constituye pura anarquía."
"De cada 35 habitantes rurales —continuó diciendo Perón— sólo uno es propietario.
Ved si andamos muy lejos cuando decimos que debe facilitarse el acceso a
la propiedad rural. Debe evitarse la injusticia que representa el que 35
personas deban ir descalzas, descamisadas, sin techo y sin pan. para que
un "lechuguino" venga a lucir la galerita y el bastón por la calle Florida,
y aún se sienta con derecho a insultar a los agentes del orden porque conservan
el orden que él, en su inconsciencia, trata de alterar con sus silbatinas
contra los descamisados." "La Argentina necesita la aportación de esta sangre
juvenil de la clase obrera.
Esta sangre nueva la aporta nuestro movimiento; esta sangre hará salir de
las urnas el día 24 de este mes esta nueva Argentina que anhelamos." Y terminó
con un violento alegato antiyanqui: "Denuncio al pueblo de mi patria que
el señor Braden es el inspirador, creador, organizador y jefe verdadero
de la Unión Democrática. El señor Braden quiere implantar en nuestro país
un gobierno propio, un gobierno títere y para ello ha comenzado por asegurarse
el concurso de todos los quislings disponibles. Si por un designio fatal
del destino, triunfaran las fuerzas regresivas de la oposición, organizadas,
alentadas y dirigidas por Braden, será una realidad terrible para los trabajadores
argentinos la situación de angustia, miseria y oprobio que el mencionado
ex embajador pretendió imponer sin éxito al pueblo cubano. En consecuencia,
sepan quienes voten el 24 de febrero por la fórmula del contubernio oligárquicomunista
que con ese acto entregan sencillamente su voto al señor Braden. La disyuntiva
en esta hora trascendental es esta: o Braden o Perón. Por eso, digo: Sepa
el pueblo votar" (coronel Juan Perón, discurso en el acto de proclamación
de su candidatura, el 12 de febrero de 1946, en DSCDN, junio 4. 1946. pág.48
y ss.).
Era un lenguaje directo, que llegaba a las masas trabajadoras.
La Unión Democrática coronó su actuación con un acto que inició el literato
Ricardo Rojas, quien comenzó leyendo un trozo de los Evangelios y explicó
la lucha electoral en estos términos:
"Se trata, conciudadanos, de nuestro destino propio como nación, porque
ha llegado el momento de justificar al general San Martín cuando en 1812
vino del mar para emanciparnos como nación" (La Nación y La Prensa, febrero
10, 1946). El líder comunista Rodolfo Ghioldi pronosticó: "Referido a términos
electorales, la candidatura fascista está irremediablemente derrotada".
Se mostró a continuación seriamente preocupado por la amenaza del imperialismo...
argentino: "Tenemos también profunda preocupación internacional. Cómo no
tenerla, si escuchamos decir que el 4 de junio ha de expandirse por toda
Sudamérica? La orientación y la técnica son las de Hitler, y se basan en
la idea de la desaparición de los estados nacionales dentro de un estado
continental". Y terminó así: "Hoy, aquí, estamos escribiendo el epitafio
electoral del fascismo aborigen. Es el triunfo de la unidad argentina, por
sobre las clases y las tendencias, y al que concurrió con resolución nuestra
heroica clase obrera" (ídem). ¡Quién hubiera dicho que 98 años antes se
había escrito el Manifiesto Comunista!
El candidato presidencial de la Unión Democrática resumió su programa en
pocas palabras: "He de ser antes que nada —y quiero expresarlo con la sencillez
de las decisiones irrevocables— el presidente de la Constitución Nacional".
"Creo —añadió— que no existe una sola persona honrada que no desee la felicidad
de sus semejantes. Todos aspiramos a que haya sobre la tierra una mayor
justicia social. Pero aliento la convicción de que para obtenerla hay que
multiplicar las fuentes de producción." Sus palabras finales tuvieron este
rico contenido: "El 24 de este mes vamos a confirmar en las urnas nuestra
serena voluntad de ser libres, Al día siguiente de la victoria y antes de
reiniciar las fatigosas tareas que nos aguardan, he de saludarlos con palabras
inspiradas en las de un gran argentino: Sois los dignos herederos de las
glorias antiguas. Descansad un instante a la sombra protectora de la bandera
de la patria" (ídem).
"Justificar al general San Martín", "Constitución Nacional", "voluntad de
ser libres", "Unidad Argentina por sobre las clases". El diario tradicional
de las clases dominantes explícito con toda claridad la política que esas
frases encubrían: "Con anterioridad al gobierno surgido del movimiento militar
de 1943, se había establecido la armonía entre el capital y el trabajo.
En la actualidad el panorama ha cambiado. El gobierno intervino ordenando
el alza de las retribuciones, a veces con carácter retroactivo. Al restablecerse
la normalidad constitucional con el triunfo de la democracia, habrá necesidad,
según ya se ha dicho, de emprender una obra de restauración" (La Nación,
febrero I, 1946).
Las elecciones del 24 de febrero fueron irreprochables, las primeras sin
fraude en la historia del país. Así lo atestiguan las declaraciones de la
Unión Democrática aparecidas en los diarios del 25 de febrero, día en que
la gran prenda proclamaba por anticipado el triunfo de la Unión Democrática.
Pero al terminar el escrutinio Perón era presidente, electo por significativa
mayoría de votos. Sólo tres personas lo habían previsto, y tenían motivos
para alegrarse: el embajador inglés, el corresponsal del Times de Londres
y el Nuncio papal (Kelly, Sil). "Las elecciones argentinas —comentó con
satisfacción el vocero del capital británico— constituyen la mayor derrota
diplomática que ha sufrido Estados Unidos en los últimos tiempos, y le ha
sido infligida por los electores argentinos." (South American Journal, abril
13, 1946.) Junto con la presidencia de la República, Perón obtuvo casi dos
tercios de la Cámara de Diputados, todos los puestos del Senado excepto
dos, todas las gobernaciones de provincia y mayoría en todas las legislaturas
provinciales excepto la de Corrientes. La maquinaria estatal había quedado
en manos de dirigentes gremiales, tránsfugas del partido Radical y militares.
Perón era coronel. Los gobernadores peronistas de Buenos Aires, Córdoba,
Tucumán y Mendoza eran coroneles también. Los gobernadores peronistas de
Corrientes y de Entre Ríos eran generales.
Perón e Inglaterra Sientan las Bases de 20 Años de Estancamiento Argentino
Perón asumió el cargo de presidente de la República a mediados de 1946.
Las existencias de oro y divisas totalizaban 1.425 millones de dólares (Memoria
del BCRA, 1947[6]). Desde 1940 el comercio exterior arrojaba un saldo crecientemente
favorable. Se vivía en estado de plena ocupación, de inflación y de prosperidad.
Crecía el mercado interno para todos los productos y en el mercado mundial
se obtenían elevadísimos precios por las exportaciones agropecuarias. Pero
en el fondo de todo esto yacía una aguda descapitalización de la economía
argentina. El sistema de transportes era anticuado y estaba agotado. La
producción de energía no satisfacía las necesidades ni el previsible aumento
de la demanda. La agricultura trabajaba con un utilaje anticuado que agravaba
su tradicional insuficiencia en punto a mecanización. La industria había
llegado desde 1943 al límite máximo en la plena utilización de sus equipos
(Memoria del BCRA, 1943) y los incrementos en la producción se lograban
en base a un desgaste intensísimo y al agotamiento de los equipos —que no
se reemplazaba y ni siquiera se reparaba adecuadamente— y al empleo de cantidades
siempre crecientes de obreros (entre 1937 y 1949 su número aumentó en 96
%), lo que elevaba los costos y reducía la productividad.
A diferencia de lo ocurrido al termino de la primera guerra mundial, cuando
el gran problema de la industria argentina residía en asegurarse una protección
contra la competencia de las mercancías metropolitanas, en 1946 la esencia
de una política industrialista consistía en asegurar las divisas necesarias
para la modernización y expansión de la industria y de todo el aparato productivo
del país— contrarrestando las previsibles maniobras de las metrópolis destinadas
a saquear las reservas acumuladas durante la guerra. En 1955 todos estos
problemas continuaban en pie y la Argentina seguía siendo un país atrasado
y semi-colonial, y por añadidura estancado. El "Informe Económico" publicado
en el último año del gobierno peronista por la peronísima CGE expresaba,
entre adulaciones y eufemismos, la realidad de una economía dependiente
y en progresivo deterioro[7].
El peronismo no modificó la estructura tradicional del país, es decir las
relaciones de propiedad y la distribución del poder preexistentes.
En 1946 fue nacionalizado el Banco Central según los lineamientos del Plan
Pinedo de 1940 (DSCDN, diciembre 5, 1946). Pero la política del Banco Central
nacionalizado continuó sirviendo al tradicional conglomerado de intereses
extranjeros y nacionales que controlan la economía argentina[8]. El Banco
de Crédito Industrial actuaba en el mismo sentido, y año tras año destinaba
más del 50 % de sus préstamos a apoyar unas 400 grandes empresas —vinculadas
casi todas al capital extranjero. Además, la nacionalización del Banco Central
permitió modificar su carta orgánica en forma tal que desde entonces la
mayor parte del respaldo metálico del peso argentino reside en el Banco
de Inglaterra (DSCDN, agosto 25 y 26, 1949). Se creó el Instituto Argentino
para la Promoción del Intercambio (IAPI), inspirado también en los principios
del Plan Pinedo, y en la experiencia de la Junta Reguladora de Granos, con
la misión de "sostener los precios de los productos agrícolas, oponiendo
al comprador único y trustificado en pool la fuerza del vendedor único"
(DSCDN, diciembre 17 y 18, 1949).
Las ganancias obtenidas por el IAPI en el mercado mundial durante el trienio
dorado 1946-1948 sirvieron para subvencionar las exportaciones de carne
a Gran Bretaña, para subvencionar a las empresas frigoríficas y azucareras,
para subsidiar el consumo y mantener precios políticos en diversas industrias.
Luego, al comenzar el descenso de los precios agropecuarios en el mercado
mundial, el IAPI comenzó a apuntalar el mercado interno —y la renta agraria—
comprando las cosechas a pérdida, como lo había hecho la Junta de Granos
bajo los gobiernos conservadores, es decir, aprovechando la coyuntura no
para debilitar a la burguesía terrateniente sino para fortalecerla. En fin,
el IAPI fue uno de los más importantes creadores de inflación y el más importante
dilapidador de divisas (ver Memorias del IAPI, Informe ya citado de la CGE
y Sociedad Rural Argentina, Informe sobre la producción rural argentina
(Bs. As., 1964), página 68).
En 1947 el gobierno peronista nacionalizó los ferrocarriles británicos en
condiciones desastrosas para el país, subordinando los intereses y necesidades
de la economía nacional a las conveniencias de la decadente metrópoli. El
peronismo prostituyó así una vieja aspiración nacional, pero su propaganda
convirtió la nacionalización de los ferrocarriles en símbolo de... la independencia
económica[9].
El contenido y el estilo de la política económica peronista se sintetizó
en los llamados Planes Quinquenales. Estos "planes" consistían, en esencia,
en una recopilación de proyectos inconexos, reunidos con fines de propaganda
más que de desarrollo económico y cuyo punto de partida era la propiedad
privada capitalista, y la estructura de clases. que frena el desarrollo
del país.
Las bondades de la llamada planificación peronista pueden juzgarse por sus
resultados.
Hasta 1955 el producto por habitante permanece estancado al nivel de 1948
y otro tanto ocurre con el volumen de la producción industrial per cápita,
y con la acumulación de capital por habitante (CGE, 22 y CEPAL, 20).
Ocaso de Gran Bretaña e Ingreso de la Argentina en el Sistema Panamericano
Perón llegó al gobierno como enemigo de Estados Unidos. Pero en 1946 la
situación internacional del país no era la misma que en 1943. El imperialismo
inglés había sufrido un debilitamiento general en todo el mundo, y también
en la Argentina. Cada vez estaba menos en condiciones de satisfacer las
necesidades financieras y comerciales del capitalismo argentino, que como
Pinedo lo había previsto en 1940 necesitaba de Estados Unidos, y tanto más
cuando mayor era el peso de la industria.
En 1947, en Río de Janeiro, el peronismo abandona la vieja tradición diplomática
nacional y firma un tratado por el cual la Argentina se comprometía a acatar
las decisiones políticas, incluida la declaración de guerra, emanadas de
un súper-estado panamericano controlado por Estados Unidos (el texto del
tratado en DSCDN, junio 28, 1950). Frente al sistema panamericano controlado
por Estados Unidos la política tradicional de las anglófilas clases dominantes
argentinas, puesta en práctica por los gobiernos conservadores tanto como
por los gobiernos radicales, había oscilado entre el aislamiento y el rechazo
activo. Con el gobierno peronista se
inaugura una política que oscila —según las posibilidades ofrecidas por
la situación internacional y por los déficit de la economía argentina— entre
el acatamiento pleno de las exigencias norteamericanas y las maniobras dilatorias
tendientes a retrasar la hora de cumplir los compromisos más gravosos, y
a conservar algún margen de maniobra dentro de la situación de dependencia.
Existía conciencia hecha de que, aun cuando la Argentina formaba oficialmente
parte del sistema panamericano, en esta participación había mucho de convencional.
Con todo, fue bajo el gobierno de Perón que la Argentina dio los pasos más
largos y más decisivos para someterse al sistema panamericano. Ahora bien:
"No hay compatibilidad posible entre el panamericanismo oficial y los intereses
vitales de la Nación Argentina" (Amadeo, Convivencia, 70).
Mientras ingresaba a regañadientes en el sistema panamericano, el gobierno
peronista suscribía con Inglaterra convenios bilaterales que descapitalizaban
crecientemente al país y perjudicaban la competencia norteamericana en el
mercado argentino.
En tanto duraron las reservas de oro y dólares y se mantuvieron los buenos
precios para las exportaciones argentinas, fue posible prescindir de Estados
Unidos. Mas, ya en 1950, agotados los dólares, el gobierno suscribe con
el Export Import Bank de Washington un empréstito de 125 millones de dólares,
el primer empréstito que solicitaba la Argentina después de más de 10 años.
Las condiciones explícitas del empréstito eran más onerosas que las de los
viejos empréstitos. Las condiciones no expresas eran varias: entre otras,
significaron eximir del impuesto a las ventas, con carácter retroactivo,
a las compañías petroleras norteamericanas operantes en la Argentina. Con
todo, la guerra de Corea trajo, ese mismo año de 1950, una mejoría en la
balanza de pagos y en la situación económica; se aflojó la urgencia de dólares
y las relaciones con los Estados Unidos continuaron frías. Pero desde 1952
el valor de las exportaciones desciende, y los términos del intercambio
se deterioran incesantemente; el mercado interno se contrae, disminuye la
producción industrial, aumentan las quiebras y se insinúa la desocupación
obrera. Un economista vinculado al gobierno declara que el país necesita
capital extranjero por valor de 4.000 a 5.000 millones de pesos (suma superior
al ingreso nacional en 1952). The Economist informa "Existen indicios de
otro cambio en la política económica de Perón —un creciente reconocimiento
de la urgente necesidad de nuevas inversiones extranjeras—. Hay razones
para suponer una relación entre, esto y la calurosa recepción que ha recibido
en Buenos Aires la victoria de Eisenhower. Del propio Perón proviene la
manifestación de que la victoria republicana puede marcar un nuevo capítulo
en las relaciones argentino-norteamericanas. Parece que Perón está aprovechando
la elección para colocar sobre bases más amistosas las relaciones con los
Estados Unidos" (Ecónomo Review of Argentina, noviembre 4, 1952).
Poco después de la misión Eisenhower, que inspeccionó la América latina
en 1953, Perón escribía: "Hace pocos días, un americano ilustre, el doctor
Millón Eisenhower, llegaba a nuestro país en representación de su hermano,
el presidente de los Estados Unidos. Su misión era, simplemente, de acercamiento
amistoso. El gran país del Norte tomaba la iniciativa para estrechar relaciones
con sus hermanos del Sur y suavizar asperezas. La elección del enviado,
sus palabras y actitudes demuestran el acierto de su elección y el talento
del que lo eligió. Fue un amigo sincero y leal. El gobierno y el pueblo
argentino lo recibieron y lo agasajaron como imponían su representación,
sus cualidades y calidades. El doctor Milton Eisenhower tuvo la virtud de
disiparlo todo. Una nueva era se inicia en la amistad de nuestros gobiernos,
de nuestros países y de nuestros pueblos" (Democracia, julio 30, 1953).
En 1953 se sanciona una Ley de Inversiones Extranjeras que asegura trato
excepcionalmente favorable al capital internacional. Se obtiene un empréstito
norteamericano de 60 millones de dólares para construir una planta siderúrgica,
se entrega al capital internacional la industria automotriz y se confía
a la Standard Oil de California el desarrollo de la producción petrolera,
estancada como toda la economía argentina.
Apogeo del Bonapartismo
Pero mientras la evolución molecular de la estructura económica erosionaba
los fundamentos del alegre carnaval denominado "revolución nacional", el
peronismo se afianzaba en el poder y crecía su apoyo de masas. Entre 1945
y 1951 la población aumentó un 14 por ciento, el producto per cá-pita en
11 por ciento y los medios de pago en 127 por ciento. Pero los votos peronistas
aumentaron aún en mayor medida que el circulante. Pasaron de 1.400.000,
en febrero de 194G, a 4.700.000 en noviembre de 1951; la ventaja peronista
sobre la oposición creció de 260.000 votos en 1946 a 2.300.000 en 1951.
Hasta 1949, la clase obrera fabril siguió recibiendo mejoras, aumentando
su participación en la renta nacional —a expendas, bien entendido, no de
la burguesía industrial sino de los sectores de ingresos fijos, de la pequeña
burguesía rentista y de los chacareros y los obreros rurales (CEPAL, América
latina, 13).
El proletariado y el ejército continuaron apoyando firmemente al peronismo,
y sobre esa sólida base el gobierno pudo construir —sin chocar contra la
mayoría del pueblo y ante su indiferencia—, un aparato semi-totalitario
de captación y de represión. Todas las fuerzas políticas que lo apoyaron
quedan bajo el control personal de Perón. La prensa y la radio son monopolios
del gobierno; se liquida la prensa opositora, tolerándose sólo un diario
tradicional de la burguesía argentina, La Nación, que hace prodigios de
equilibrio para conciliar su aparición con las críticas veladas al gobierno.
La oposición —de izquierda, centro y derecha— es perseguida en todas las
formas; se suprimen una tras otra las libertades democráticas y se crea
una- formidable legislación represiva que permite encarcelar a cualquiera
por cualquier motivo que el gobierno invoque y también sin ningún motivo
(DSCDN, agosto 25, setiembre 7 y 8, 1950, y setiembre 29 y 30, 1952).
Desde 1951 rige el "Estado de Guerra Interno", que da carácter legal a la
suspensión de todas las garantías constitucionales. Se modifica la ley electoral,
reduciendo a un mínimo la representación parlamentaria de la oposición (DS
CDN. julio 5 y 6, 1951). Las fuerzas represivas reciben continuos privilegios
y mejoras.
Apenas asume la presidencia, Perón otorga al Ejército aumentos de sueldos
por 70 millones de pesos. (Esta suma alcanzaba para comprar todas las usinas
eléctricas, o para comprar los frigoríficos, o para construir 400.000 viviendas.
o para servir cómodamente un empréstito de 2.000 millones, suficiente para
construir dos grandes represas aptas para satisfacer toda la demanda de
energía eléctrica.) (DSCDN, octubre 25, 1946.) El 50 % del presupuesto nacional
se destina a gastos militares y policiales. Todo este proceso se inicia
en 1946 y culmina en 1951, rigiendo desde entonces sin variantes hasta junio
de 1955.
Y eso no es todo. La propaganda totalitaria todo lo envuelve y lo estrangula.
Al lado de cada árbol plantado en cualquier plaza, junto a todo baño público
recién pintado, una cartelera gigante recuerda que "Perón cumple". El rostro
de Perón es el obligado primer plano, plano medio y plano alejado de todo
noticioso cinematográfico. Minuto a minuto, los locutores deportivos martillan
el éter recordando que "Perón apoya al deporte". Y cuando los locutores
terminan, el campeón de box, o el de automovilismo, o el forward más goleador,
se acercan fatigados al micrófono para dedicar a Perón sus triunfos, sus
récord o sus goles. Además, los escolares aprenden a leer en libros que
llevan textos eminentemente pedagógicos, como "Viva Perón. Perón es un buen
gobernante. Manda y ordena con firmeza. ¡Viva el líder! ¡Viva la bandera
argentina! El líder nos ama a todos. ¡Viva el líder! ¡Viva la bandera argentina!
¡Viva el general Perón!" (Alelí, libro de lectura para la escuela primaria,
editado por Angel Estrada y Cía).
Para congestionar el cerebro de las masas, se crea una impostura "ideológica"
sincrética y desprovista de sentido, llamada Doctrina Nacional o Justicialismo,
compuesta con toda clase de remiendos tomistas, musolinianos o falangistas.
y otros igualmente reaccionarios pero sin prosapia alguna, coronando el
todo una monumental apoteosis al lugar común. Su nota más característica
es una pretendida tercera posición internacional, equidistante del comunismo
y el capitalismo, que bien entendido no impide que en todas las cuestiones
esenciales entre el imperialismo y la URSS o China y la revolución mundial,
la posición adoptada por el gobierno argentino sea de solidaridad con el
imperialismo. (La Argentina fue la primera nación que en la UN votó porque
se declarase agresora a China comunista-; la Argentina no movió un dedo
en favor de Guatemala invadida por los mercenarios de la United Fruit Company,
y se apresuró a reconocer al gobierno cipayo de Castillo Armas-Foster Dulles,
etc.). El verbalismo absurdo de la propaganda totalitaria, la superchería
"ideológica" del justicialismo y el culto sabiamente orquestado de Perón,
el Líder, el Conductor, crean en él país "una atmósfera irritante de violación
mental" (Mende, 155).
A fin de aumentar el caudal electoral peronista se otorga el voto a la mujer,
mas para compensar esta progresiva medida democrática se perpetúa la enseñanza
religiosa y todas las variantes del pensamiento reaccionario son colocadas
al frente de la vida cultural. Se elimina en la escuela primaria la coeducación
de los sexos, y en las universidades se destruyen los laboratorios de psicología
experimental, ventajosamente sustituidos por Santo Tomás.
Se Acentúa la Estatización del Movimiento Obrero
Paralelamente, a través de la CGT y con la colaboración del aparato policial,
Perón acentúa y refuerza la estatización del movimiento obrero y la transformación
de la burocracia sindical en un estrato relativamente privilegiado de funcionarios
estatales. En noviembre de 1946, de los noventa y nueve integrantes del
Consejo General de la CGT, por lo menos trece tienen algún puesto gubernamental,
ocupan una banca en el Congreso o provienen de sindicatos que están subsidiados
o directamente intervenidos por el Estado. Sin embargo, esta situación permite
que estén al frente de la CGT, un Luis Gay, organizador del gremio telefónico
y dirigente del partido Laborista, quien se considera un aliado servicial
pero no un títere de Perón» un colaborador pero no un empleado del Estado
peronista. En consecuencia, un día de enero de 1947, el presidente de la
República llama a los dirigentes de la CGT a la Casa de Gobierno y les ordena
que Luis Gay sea destituido. La orden es acatada. Gay es destituido y reemplazado
por un Aurelio Hernández, ex comunista carente de toda representatividad,
quien a su turno queda despedido y es reemplazado por un José Espejo, sujeto
sin ninguna experiencia sindical previa pero destacado personaje en la corte
de mandaderos de Eva Perón.
Mediante sucesivas intervenciones la CGT liquida todos los intentos de los
trabajadores peronistas de manejar sus sindicatos por su cuenta, independientemente
de la Presidencia de la Nación. A mediados de 1946 es intervenida la Unión
Obrera Metalúrgica; en enero de 1947, la Federación de los Telefónicos;
luego la Federación Bancaria, después la Federación Gráfica Bonaerense,
más tarde la FOTIA, la Unión Ferroviaria... Uno de los focos de mayor resistencia
contra la completa estatización —doblemente significativo por tratarse de
un foco intensamente peronista— es la Federación Obrera de la Carne, caracterizada
por una actitud militante contra la patronal. En 1950, la CGT trata de dividirla
formando una "Junta Intersindical de la Carne", que no logra afiliados.
En consecuencia, la CGT interviene a la Federación de la Carne... pese a
que la Federación no está afiliada a la CGT.
Una Constitución Peronista
En 1949 se reforma la Constitución Nacional, a fin de dar fundamento institucional
a las necesidades del poder peronista, entre otras la reelección de Perón.
Cada artículo de esta Constitución contiene su propia antitesis. En la frase
general la proclamación de un derecho, en el comentario su anulación, en
la práctica su desmentido. Así, por ejemplo, "El Estado no reconoce libertad
para atentar contra la libertad"; norma que se entiende "sin perjuicio del
derecho de expresión del pensamiento", que está, a su vez, "sometido únicamente
a los preceptos de la ley" —que lo hacen imposible—. Se reconoce el "Derecho
al Trabajo", pero eso no impide que las empresas despidan obreros en masa.
La Constitución peronista no reconoce el derecho de huelga, pues "darlo
sería como poner en los reglamentos militares el derecho de rebelión armada",
según el informante peronista ante la asamblea constituyente. Otro convencional
peronista agregó: "Como dirigente obrero debo exponer por qué razón la causa
peroniana no quiere el derecho de huelga. Si deseamos que en el futuro esta
nación sea socialmente justa, deben estar de acuerdo conmigo los señores
convencionales en que no podemos, después de enunciar ese propósito, hablar
a renglón seguido del derecho de huelga que trae la anarquía y que significaría
dudar de que en adelante el país será socialmente justo". Provenientes de
un alto dirigente de la CGT, estas palabras comunican con suma transparencia
el estilo de la constitución peronista y la naturaleza de los dirigentes
cegetistas.
Por otra parte, la Constitución de 1949 toma de la Constitución mexicana
de 1917 el famoso artículo por el cual "los minerales, las caídas de agua
los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas y las demás fuentes naturales
de energía, con excepción de las vegetales, son propiedades imprescriptibles
e inalienables de la nación". Teóricamente, esto significa, según el miembro
informante peronista, la creación del monopolio estatal sobre el petróleo,
ya que se convierte a los yacimientos petroleros en bienes públicos que
no pueden ser concedidos a particulares para su explotación. En la práctica,
el gobierno peronista no hace el menor caso de este precepto constitucional
y confía a los trusts petroleros internacionales el desarrollo de la industria
petrolera argentina (DS Convención Constituyente, 164, 209, 281. 486)-
El Bonapartismo Semi-totalitario y la Clase Obrera
El semi-totalitarismo peronista, la paulatina liquidación de las libertades
democráticas, actuaba no sólo contra la oposición burguesa y pro norteamericana
sino también, aunque de modo mucho más sutil y eficaz, contra las masas
trabajadoras que eran la base del peronismo. La liquidación del partido
Laborista constituye una manifestación dramática de este último aspecto
del régimen peronista.
En marzo de 1946, apenas ganadas las elecciones, Perón anuncia su intención
de disolver al partido Laborista e integrarlo en un "Partido Único de la
Revolución". De inmediato, los dirigentes laboristas se oponen, encabezados
por Cipriano Reyes. Perón resiste por unos meses, pero poco después de asumir
el poder ordena por radio la disolución del partido Laborista y de la Junta
Renovadora de la UCR, y su fusión en el "Partido Único", que a poco andar
pasaría a llamarse, simplemente, partido Peronista.
Pero el partido Laborista detenta una amplia mayoría dentro de los bloques
parlamentarios peronistas. Reyes decide resistir. Convoca a una convención
del partido, a la cual asisten prácticamente los mismos delegados que lo
habían fundado un año antes, y allí se resuelve desafiar a Perón. Perón
responde con represión y soborno y uno a uno todos los dirigentes laboristas
capitulan. Sólo 12 parlamentarios laboristas permanecen junto a Reyes. Gay,
presidente del partido, lo abandona también —lo cual no impide que al poco
tiempo Perón lo elimine de la CGT y de su propio sindicato—. Desde mediados
de 1946, Reyes sufre por lo menos seis atentados y para las elecciones de
1948 el gobierno retira la personería al partido Laborista, eliminándolo
formalmente de la escena política. Por fin, a mediados de 1948, Perón liquida
definitivamente al héroe del 17 de octubre, anunciando al país el descubrimiento
de un supuesto complot entre Reyes y otros dirigentes laboristas, destinado
a... asesinar a Perón y a Eva Perón.
La CGT declara el correspondiente paro de 24 horas, las masas trabajadoras
son convocadas a la Plaza de Mayo, donde Perón se compara a Sandino y denuncia
a Reyes como agente del imperialismo norteamericano. Las masas ovacionan
a Perón y celebran alegremente la destrucción del primer intento de organización
política autónoma del nuevo proletariado argentino. Bajo el peronismo, dentro
del peronismo, no había lugar para un partido obrero peronista, es decir,
para dirigentes obreros de ideología burguesa, colaboradores del Estado
pero respaldados, ante todo, en las organizaciones sindicales. El peronismo
sólo tenía lugar para dirigentes obreros convertidos en funcionarios del
Estado.
El bonapartismo peronista tendía al totalitarismo, pero no llegaba a serlo.
Era un semi-totalitarismo. Perón centralizó fuertemente el poder en sus
manos, eliminó a los competidores políticos, los sometió a un control severo
y los redujo a una mínima expresión mediante el uso intensivo del aparato
represivo. Pero no los eliminó completamente de la escena política. La vida
política fue encerrada bajo una especie de campana neumática, puesta bajo
llave mediante el control policial, y sus manifestaciones fueron debilitadas
y ahogadas con mayor o menor intensidad. La oposición estuvo controlada
y sojuzgada por los órganos del poder estatal, pero existió, sin embargo,
y pudo actuar. Al lado del estado peronista, al lado del grupo que detentaba
el monopolio del poder y de la administración, existían los elementos de
una sociedad local.
Pese a sus intentos en tal sentido, el peronismo estuvo inmensamente lejos
de alcanzar la estructura totalitaria, que hace desaparecer la oposición
entre el Estado y la sociedad y realiza el ideal de un gobierno que no conoce
ninguna limitación. Bajo un régimen totalitario. la administración del Estado
se convierte en una sucursal del partido único, y a través de sus ramificaciones
el partido penetra en la sociedad hasta sus núcleos más periféricos y menos
importantes.
Bajo el bonapartismo peronista, en cambio, el centro de gravedad del poder
continué siendo el aparato estatal. Este aparato hacía sentir pesadamente
su autoridad sobre toda la población, pero, a diferencia de lo que ocurre
en un régimen totalitario, la población no fue regimentada políticamente
y sometida autoritariamente a una disciplina política. El bonapartismo peronista
intentó algunos pasos en esta dirección, pero estuvo muy lejos de encuadrar
al país en un molde totalitario.
Y todo eso lo hace el peronismo sin perder en ningún momento su carácter
de gobierno bonapartista, que se apoya en la clase obrera y en las fuerzas
del orden para imponerse a la burguesía y resistir a los Estados Unidos.
Todos los 1º de Mayo y 17 de Octubre —declarado este día fiesta nacional—
se paralizan por completo todas las actividades en todo el país y las masas
son convocadas y conducidas a la Plaza de Mayo a vitorear a Perón y dar
mueras a los partidos opositores, demostrando así a la burguesía argentina
y a Washington que las masas están con Perón. Más aún. después de 1946,
el bonapartismo peronista produce su fruto más pintoresco con el encumbramiento
de Eva Duarte de Perón.
El Bonapartismo con Faldas
Artista de radioteatro y cine, poco cotizada y muy de segundo plano, vinculada
a militares de alta graduación, en 1943 Eva Duarte se ganaba la vida como
podía, con su escaso arte, su mucha belleza y su desbordante audacia. En
1947, era la primera dama de la nación. "Abanderada de los humildes", sus
bienes personales —entre joyas, modelos parisinos, acciones y depósitos
en bancos extranjeros— sumaban cuantiosos millones de pesos, y se la recibía
en las cortes y gobiernos de Europa —sin excluir a la corte papal, que llenó
de condecoraciones y bendiciones a esta moderna Magdalena.
En 1952, cuando murió, el país se paralizó durante una semana y se agotaron
las flores.
Impresionantes multitudes desfilaron ante su ataúd llorando sinceramente,
y las Fuerzas Armadas le rindieron honores excepcionales. Se construía un
gigantesco monumento a su memoria, y hasta el 16 de setiembre de 1955, todos
los días a las 20.25, una voz recordaba por todas las radioemisoras del
país que a esa hora "Eva Perón entró en la inmortalidad". En las escuelas
los niños abren el libro de lectura y leen: "Evita. Evita ama a los nenes.
Los nenes y las nenas aman a Eva. ¡Viva Evita! ¡Viva! ¡Viva!".
La explicación de esta increíble parábola humana se halla en los barrios
proletarios de la República, en las necesidades, ansiedades y fantasías
de la gente pobre, de las mujeres trabajadoras, el sector más oprimido de
su clase, de los sectores humillados hora tras hora en su contacto con las
clases superiores (sirvientas, porteras y porteros de casas de departamentos...).
Eva Duarte se apoya en la clase obrera, especialmente en las mujeres trabajadoras.
Perón delegó en ella la dirección de la política sindical, y toda concesión
que recibía la clase obrera era "otorgada por Perón gracias a la buena voluntad
de Evita". Descontando salarios a todos los trabajadores, imponiendo contribuciones
forzosas a toda la burguesía, edificó una Fundación que llevaba su nombre,
desde donde distribuía caridad a los cuatro puntos cardinales, ganando el
corazón de los "desamparados". Jamás nadie había especulado más simplemente
sobre la simpleza de las masas.
Sin la proletarización de grandes masas provenientes del Interior, sin la
extinción del empuje combatiente del proletariado y el progresivo anquilosamiento
de sus organizaciones, que culmina hacia 1942, el peronismo no hubiera sido
posible. Menos aún Evita. Recién después de haber sido abandonadas y defraudadas
mil veces por sus direcciones socialistas y estalinistas, tan solo entonces
estuvieron las masas trabajadoras argentinas, en particular sus sectores
más oprimidos, maduras para idealizar a esta "abanderada de los humildes"
que vestía modelos de Christian Dior y lucía la orden franquista de Isabel
la Católica.
Perfeccionando su astucia innata, su azarosa vida personal le había enseñado
a Evita a manejar a los hombres. Hizo y deshizo ministros y dirigentes sindicales,
diputados y gobernadores, y también generales. Su oratoria histérica se
exaltaba vociferando contra la oligarquía, contra los ricos, en favor de
los desheredados. En -los mítines y en su despacho, donde trabajaba incesantemente
hasta el amanecer, vestía trajes de modesta empleada; en las recepciones
lucía modelos made in París y joyas millonarias. La burguesía argentina
odiaba intensamente a esta plebeya advenediza que se encumbraba despotricando
contra ella, y ofreciéndola al odio de la chusma.
¿Qué podían hacer las damas aristocráticas para obligar a sus sirvientas
a guardar las distancias, si la poderosa esposa del presidente predicaba
con el ejemplo que era patriótico insultar a los patrones? Un periodista
francés que visitó la Argentina en 1951 ha dejado un testimonio extremadamente
fiel de la rabia impotente que alimentaba la burguesía argentina contra
Evita, esa mujerzuela, esa hija de una dueña de prostíbulo, esa... (Mende,
113).
Pero Evita realizó plenamente su vendetta. Actriz fracasada, hizo de la
sociedad argentina su escenario triunfal, y murió creyendo que su comedia
personal era la historia argentina. Resentida social, explotada primero,
despreciada luego por la burguesía, se dio el lujo de abofetearla en la
cara. Las damas oligárquicas la boicotearon, negándose a concurrir a las
veladas de gala donde Eva Duarte se presentaba. Eva Duarte envió las invitaciones
a los burócratas sindicales.
La intelectualidad se mofaba de ella. Eva Duarte —que no sabía construir
correctamente una frase en castellano— escribió un libro que sirvió de texto
obligatorio para la enseñanza del lenguaje. Y los profesores tuvieron que
aplicarse a la imposible tarea de dar conferencias sobre el contenido de
un libro carente de todo contenido.
Con sus familiares y favoritos, Evita construyó una burguesía burocrática
y nepotista, surgida de la nada y enriquecida fabulosamente en un tiempo
fabulosamente corto con toda clase de negociados y especulaciones. La burguesía
argentina y su pequeña burguesía agotaron lo más exquisito de su ingenio
en chismes y chistes pornográficos acerca de Eva Duarte. Tenían razón para
odiarla, puesto que Evita era la encarnación monstruosa de la debilidad
de las clases dominantes frente a una pandilla de aventureros respaldados
e idolatrados por las masas trabajadoras, y diestros para explotar en su
beneficio los mecanismos de poder de la sociedad capitalista.
El ala plebeya del bonapartismo, encarnada en Evita, no tardó en irritar
al ala tradicional, represen-tada por el Ejército. Los generales, vinculados
a las clases dominantes por origen familiar o identificación psicológica,
no podían sufrir pasivamente que "esa mujer" tuviera más influencia en las
cosas del Estado que todas las jerarquías cuarteleras.
Ya en 1948 el ejército reclamó que Evita abandonara su actividad política,
y durante varias semanas Evita restringió sus apariciones en público. Luego,
en febrero de 1949, al intentar Evita visitar Campo de Mayo, fue rechazada
sin contemplaciones por la guardia. Y aunque poco después, al cabo de diversos
forcejeos, Perón y Eva Perón fueron agasajados por la guarnición de Campo
de Mayo en un banquete formal, el antagonismo básico permaneció en pie.
Cuando en 1951 la CGT proclamó para las elecciones de ese año la fórmula
presidencial "Perón-Eva Perón", las cosas rebalsaron la medida, y el Ejército
se cuadró para poner las cosas en su lugar. Evita debió renunciar a ser
vicepresidenta de la Nación, y al año siguiente moría. Las Fuerzas Armadas
le rindieron honores excepcionales, guardaron luto y montaron guardia junto
a su ataúd. Algunos de los marinos que sufrieron semejante "afrenta", calmaron
su odio tres años más tarde, ametrallando en la Plaza de Mayo al pueblo
trabajador en quien Evita se había respaldado.
La CGT Contra la Clase Obrera
Después del fracaso electoral, la Unión Democrática se desintegró, y la
oposición más poderosa quedó constituida por la UCR, en tanto que las primeras
semillas del golpe de estado anti-peronista germinaban dificultosamente
en las Fuerzas Armadas ya desde 1946. En todas las elecciones posteriores
a 1946, el peronismo tapó con votos a la oposición, y la persecución a que
ésta fue sometida no interesó a la mayoría de la población. Sin embargo,
aunque el peronismo siguió obteniendo amplias mayorías, aunque la oposición
no ganara terreno, existe desde 1949 una corriente molecular de desperonización
que afecta incluso a la clase obrera, principal respaldo del peronismo.
A partir de ese año —con pasajera interrupción en 1950—, se inicia el descenso
en los precios de las exportaciones, las reservas de divisas se agotan,
y sólo se mantiene el equilibrio de la balanza comercial merced a una franciscana
política de importaciones que priva al país de los medios de producción
más necesarios. Termina entonces el período de superganancias, que el capitalismo
argentino disfruta desde 1940. Comienza el ciclo opuesto. El gobierno permite
incesantes aumentos de precios, pero intenta congelar los salarios. Lentamente
la participación de la clase obrera en la renta nacional disminuye, el salario
real se contrae y los obreros palpan una disminución en su nivel de vida
(CGE, Informe, 185 [10]).
Los obreros van experimentando, aunque tardan en tomar conciencia de ello,
que su enemigo en las fábricas no es sólo la patronal, sino la propia CGT.
El complejo contenido del proceso de desperonización surge entre otras cosas,
del complejo carácter que el peronismo tiene ante los ojos obreros. Para
los obreros, en el centro del peronismo se halla Perón, las mejoras que
otorgó, su demagogia antiyanqui y anticapitalista. Alrededor de Perón está
la CGT, la Secretaría de Trabajo, con sus burocracias auxiliadas por la
Policía Federal, y rentadas por el Estado, que aplastan a los obreros dondequiera
que éstos se disponen a enfrentar, por su cuenta, a la burguesía.
El proletariado detesta a la burocracia de la CGT y lucha contra ella todos
los días (al menos en esa forma primitiva de lucha que es el desprecio y
la indiferencia), y sus luchas económicas, se convierten en movimientos
que tienden a colocarse al margen de la CGT. En estos choques la confianza
del proletariado en el gobierno va aflojando, pero aún cree en Perón. Y
éste aprovecha la situación para aparecer como el fiel amigo de los obreros,
que siempre está con ellos. Ante cualquier movimiento huelguístico de envergadura,
Perón, luego de destruir al movimiento y aplastar a su dirección, hace alguna
concesión económica y hasta voltea a algún cabeza de turco cegetista particularmente
desprestigiado y odiado por los obreros.
El Peronismo Intenta Adecuarse a las Necesidades del Capitalis-mo Argentino
y de Estados Unidos
Pero la desperonización de la clase obrera, su creciente antagonismo con
la CGT, no tienen nada que ver con el anti-peronismo y el odio a la CGT
que alimenta la burguesía. Esta continúa firme en su anti-peronismo, como
en 1945, pero sus métodos de combate varían, y pasa a combinar la preparación
permanente del golpe de Estado con una política envolvente, orientada a
bloquear al gobierno, y copar desde adentro su conducción económica. El
empeoramiento de la situación económica requiere un frente único de todos
los sectores capitalistas con el gobierno, para poner en vereda a la clase
obrera, y por ello, en 1953, Pinedo dirige una carta pública al gobierno
planteando la urgencia de una conciliación entre peronismo y oposición para
salvar la economía del país —es decir, las ganancias del capital— y preservar
el orden, evitando las luchas sociales y creando un clima atractivo para
los inversores extranjeros. En el mismo año se crea la Confederación General
Económica, poderoso organismo gremial que agrupa a toda la burguesía argentina
y de inmediato obtiene una participación indirecta pero eficaz en el gobierno[11].
Al reorganizarse el elenco ministerial, se organiza un gabinete íntimo de
Perón, en el cual se halla el ministro de Asuntos Económicos Gómez Morales,
que "ha presidido muchas modificaciones, discretas pero firmes, en la anterior
política del régimen de aplacar a cualquier costo el movimiento obrero.
A través de él, la nueva federación patronal, oficialmente apoyada, se halla
representada en el gabinete íntimo; la otrora todopoderosa CGT no lo está".
Hacia la misma época, un destacado capitalista y dirigente empresario argentino
declaró ante una asamblea del gran capital latinoamericano: "una profunda
transformación se está operando en nuestro país. Se reconoce a la empresa
privada y se confía en el hombre de empresa. Los bienes que alguna vez fueron
nacionalizados se están devolviendo unos tras otros a las entidades privadas.
Se nos invita a participar en la dirección de las organizaciones estatales.
Y todo ello con absoluta libertad de opinión y total independencia política.
Sin embargo, éstos son sólo los primeros pasos. Piensa nuestro gobierno
aflojar paulatinamente los resortes burocráticos y dar a las actividades
privadas no solamente el rol de su propia existencia, sino, además —y de
eso ya tenemos signos inequívocos—, hacer desaparecer su intervención en
nuestras actividades" [12].
Cuando el gobierno peronista entra en su último año de vida es notorio que
"La influencia de la CGE está creciendo. Un reciente decreto le asegura
un ingreso anual de 140 millones de pesos. La CGE será involucrada en las
actividades gubernativas, según manifestación textual del presidente de
la República" (Quaterly Report, marzo 1955). Entre tanto, la prensa económica
internacional informa: "Los norteamericanos están ganando en favor, y las
recientes misiones económicas han sido cordialmente recibidas" (ídem, noviembre
1954), pues "se admite que para aceitar los engranajes más resentidos de
su economía el país necesita 200 millones de dólares anuales durante un
periodo de varios años" (US News and World Report, agosto 12, 1955). Una
misión enviada por la CGE a Estados Unidos recomienda a su retorno diversas
franquicias cambiarías para los inversores norteamericanos, y el gobierno
las pone en práctica rápidamente. La misma misión recomienda una política
petrolera sumamente liberal en sus concesiones a las compañías petroleras
internacionales (Quaterly Report, marzo 1955). Además, la CGE propone que
se deje a cargo del capital privado —extranjero— el desarrollo de la producción
de energía eléctrica (CGE, Informe, 113). (Las necesidades de divisas son
cuantiosas, pero la posibilidad de acumularlas mediante las exportaciones
se alejan cada vez más. En 1954 caen los precios de casi todas las exportaciones
del país. La exportación de cereales duplica en volumen a la del año anterior,
pero su valor es apenas mayor; el volumen de la exportación de carne crece
10 %, pero su valor se reduce 2 %.)
A comienzos de 1954, en ocasión de renovarse los convenios colectivos de
trabajo, los salarios son aumentados imperceptiblemente, en tanto que se
legaliza el aumento irrestricto de los precios. Por primera vez desde su
aparición en 1943, Perón no anuncia aumentos de salarios, declarándose neutral
durante las negociaciones entre la CGT y la CGE. Sus órdenes, sin embargo,
imponen moderación a la CGT y la aceptación de la mayor parte de las exigencias
patronales, aunque no todas. Para presionar a la patronal algunos sindicatos
declaran paros parciales, pero pese a sus inmensos recursos la CGT no apoya
a las huelgas, saboteándolas de hecho. Cuando la clase obrera —especialmente
el gremio metalúrgico— realiza por su cuenta algunos paros efectivos, la
CGT actúa de rompehuelgas.
Paralelamente, a partir de 1954 se inicia una fuerte ofensiva patronal sobre
la clase obrera para aumentar la intensidad del trabajo y restablecer la
disciplina en las fábricas, disminuyendo las prerrogativas sindicales. Las
empresas comienzan a, desconocer sistemáticamente las leyes que protegen
al obrero, y el Estado se muestra cada vez más inclinado a dictaminar en
favor de la patronal en todos los conflictos colectivos o individuales con
los obreros De tal modo el peronismo, que había surgido en 1945 apoyándose
en la clase obrera contra la burguesía nacional y el imperialismo norteamericano,
diez años después tendía aceleradamente a adecuarse a las necesidades y
exigencias de sus enemigos.
Raíces internacionales y Nacionales de un Golpe de Estado Anti-peronista
Pero no tanto ni tan rápidamente como lo querían Washington y la burguesía.
Perón había hecho sustanciales concesiones al imperialismo, diplomáticas
y económicas.
La penetración norteamericana avanzaba de tal modo que en setiembre de 1955
en lo que a dependencia respecto de Estados Unidos se refiere, la Argentina
se parecía mucho más al resto de América latina que a la Argentina de 1940.
El imperialismo inglés se había debilitado, y su peso específico en el país
no era comparable al de la preguerra. Inglaterra seguía ocupando un sitio
estratégico en el comercio exterior argentino, pero su capacidad como inversor
de capital era muy inferior a las necesidades del capitalismo argentino.
Y, sin embargo, aunque menos intenso el contraste, todavía eran correctos
en 1955 los tonos con que un vocero norteamericano describía en 1942 la
situación de América latina: "La posición económica de Estados Unidos es
más fuerte en la parte norte del continente y se debilita a medida que avanza
hacia el sur hasta que alcanza su punto más débil en la Argentina, donde
en tiempos normales Estados Unidos vende mucho más de lo que compra. No
es mera coincidencia que la Argentina sea el punto más frágil y más peligroso
en toda la política latinoamericana de Estados Unidos, incluyendo la defensa
hemisférica" (White, 290).
Es que aún no están dadas las condiciones económicas para que la Argentina
"encaje" plenamente como semi-colonia norteamericana. La industria ha crecido
mucho, y con ella la influencia del capital norteamericano. Pero la estructura
económica argentina sigue siendo predominantemente agropecuaria: el 97 %
de los valores exportados corresponde a productos agrarios naturales (granos,
por ejemplo) o con transformaciones industriales simples (carne, cueros,
etc.). Esas exportaciones son fundamentalmente competitivas con la producción
similar norteamericana, y la competencia lejos de disminuir se ha acrecentado.
Si antes de la guerra se limitaba a la carne y la lana y tenía lugar sólo
dentro del mercado estadounidense, ahora se ha extendido a los cereales
y su escenario es el mercado mundial, con consecuencias desastrosas para
la Argentina.
Desde 1945-46 Estados Unidos es el primer exportador mundial de trigo y
harina, aumentando sus exportaciones en 1952 ocho veces con respecto a la
preguerra. Sus excedentes almacenados —más de 27 millones de toneladas—
por simple acción de presencia deprimen los precios en el mercado mundial.
De modo que aun esforzándose para complacer a Washington el gobierno peronista
no podía dejar de señalar —cuando se enteraba del propósito norteamericano
de colocar sus excedentes en mercados tradicionalmente argentinos— que "frente
a este grave problema cabe repetir que es una perturbación creada exclusivamente
por la voluntad de los Estados Unidos.
Los excedentes que se acumulan son el resultado de una política de subsidios
en escala jamás aplicada por ningún país a su producción agropecuaria. Por
lo demás, resulta inadmisible que en los Estados Unidos no se comprenda
el daño tremendo que causa la destrucción de los mercados internacionales
normales, particularmente en países como el nuestro, que tienen en las exportaciones
de productos agropecuarios más del 90 por ciento de sus ingresos en divisas"
(Democracia, agosto 20, 1955).
Por otra parte, el comercio exterior argentino se orienta principalmente
hacia Inglaterra. En la década 1945-54 la Argentina exporta a Gran Bretaña
y la zona de la libra por valor de 16.200 millones de pesos, e importa desde
.allí 8.985 millones. A los Estados Unidos exporta 7.100 millones, importando
12.700; como la libra es inconvertible, el saldo favorable con Gran Bretaña
no sirve para cubrir el déficit con los Estados Unidos, de modo que hay
que reducir drásticamente las compras en Norteamérica.
Estas condiciones, propias de la estructura económica, constituyen un serio
obstáculo para el avance norteamericano. El apoyo popular con que contaba
el peronismo agregaba una dificultad adicional y particularmente irritante,
pues sumado a las características de la economía argentina, y al respaldo
británico, concedía a Perón una amplia posibilidad de maniobrar, perturbando
continuadamente el viejo deseo monroísta de tener un apéndice continental
rígidamente obediente desde el Rió Grande hasta el Cabo de Hornos. Resulta
explicable entonces que la prensa norteamericana fuera profesionalmente
anti-peronista y que el Departamento de Estado, por muchas concesiones que
obtuviese de Perón, estuviera siempre bien dispuesto hacia cualquier movimiento
burgués capaz de acabar con Perón. Washington no ignoraba que por su naturaleza
necesariamente anti-popular, por su inevitable carencia de respaldo de masas,
cualquier gobierno burgués anti-peronista sería infinitamente más débil
que el peronismo para negociar con los Estados Unidos. Sin duda, los intereses
imperialistas no podían en 1955 concederse el lujo de intervenir en la Argentina
al estilo Braden, ni podían armar algunos cuantos bandidos para que repitiesen
en el Río de la Plata la "operación Guatemala". Mas ello no invalidaba la
necesidad que sentía Norteamérica de desembarazarse de Perón. Y aunque Washington
declarase una y otra vez que no intervenía en la política argentina, la
no intervención —ya lo dijo Tayllerand— es un concepto difícil: significa,
aproximadamente, lo mismo que intervención. Todos los anti-peronistas burgueses
conocían perfectamente que contaban con la tácita aprobación norteamericana,
y si tenían alguna duda les Bastaba leer la prensa de ese origen.
En junio de 1954, Castillo Armas y sus bandoleros ocupan Guatemala. En agosto,
tras una campaña de escándalo bien orquestada, los generales brasileños
suicidan a Getulio Vargas, quien molesta al capital brasileño-norteamericano
con proyectos de salario mínimo, introducidos "como criminal fermento de
agitación en el seno de la masa trabajadora" —según declara el Comandante
en Jefe de las Fuerzas Armadas brasileñas— (Esto Es, agosto 23, 1955). Washington
extendió dos reconocimientos diplomáticos y sendas "ayudas" económicas.
Más de un antiperonista pensó, en Buenos Aires, que había llegado el momento
de merecer el tercero.
Ciertamente, los aspirantes argentinos a Castillo Armas sabían que no sólo
en Washington encontrarían apoyo. Si eran eficientes, las clases dominantes
argentinas en masa los apoyarían, hartas como estaban —como lo estuvo siempre,
desde 1944— de Perón y del peronismo, de la CGT y de Evita, viva o muerta,
de la dictadura que no le permitía jaquear eficazmente al gobierno, del
bonapartismo que sobresalta sus nervios y saqueaba su bolsa. Indudablemente,
Perón sentía su vocación de garantizar el orden capitalista. "Yo estoy hecho
en la disciplina. Hace treinta y cinco años que ejercito y hago ejercitar
la disciplina." Pero la fuerza del orden burgués está en el burguesía. Perón
se sabía, por lo tanto, representante de la burguesía, y gobernaba en tal
sentido. Pero si era algo, era gracias a haber roto y a romper diariamente
la fuerza política de la burguesía. Pero, al proteger su fuerza material,
engendraba de nuevo su fuerza política. La tarea del peronismo consistía,
entonces, en mantener viva la causa, pero suprimir el efecto allí donde
aquella se manifestara. Pero esto no era posible sin una pequeña confusión
de causa y efecto, pues al influir el uno sobre la otra y viceversa, ambos
pierden sus características distintivas. Luego, Perón se reconocía frente
a la burguesía como el representante de las masas trabajadoras, llamado
a hacer felices dentro del orden capitalista a las clases inferiores del
pueblo. Esto es propio del bonapartismo, y en el constante ir y venir de
izquierda a derecha y viceversa, la acumulación del capital se resiente.
Bien entendido, desde 1949, y particularmente a partir de 1952, la situación
económica obliga al gobierno peronista a marchar continuadamente hacia la
derecha, desandando el camino iniciado en 1944. Mas el peronismo no marchaba
en este sentido con la celeridad requerida por la evolución —es decir, por
el estancamiento— del capitalismo argentino[13]. Desde el punto de vista
de la evolución capitalista del país había, pues, sobradas razones para
que las clases dominantes en su conjunto contemplaran como una necesidad
el derrocamiento de Perón. Perspectiva esta que, además, presentaba la ventaja
para la burguesía, los industriales en especial, de eliminar una fuente
de fricción con los Estados Unidos y facilitar los acuerdos con la nueva
metrópoli, que si a Perón le prestaba equis millones de dólares era seguro
que a un gobierno más manejable le suministraría equis por dos.
Por lo demás, desde 1944 el bonapartismo peronista había diseminado e infectado
profundas e irreparables heridas políticas y sociales en el seno de las
clases dominantes y de amplios sectores de la clase media. Por completa
que fuera la conversión del peronismo a una política económica ortodoxamente
conservadora, libre empresista y anti-obrera, densos núcleos de las clases
dominantes habrían de conservar intacta una pasión política anti-peronista
que sólo podría satisfacerse con el derrocamiento de Perón.
Una cosa era, sin embargo, la aspiración de las clases dominantes de deshacerse
de Perón —coincidente, por lo demás, con las aspiraciones de Norteamérica
y del capital financiero internacional— y otra su capacidad para realizar
semejante tarea, pues el peronismo había debilitado considerablemente a
los aparatos políticos opositores. La suprema esperanza de la oposición
residía en las Fuerzas Armadas. Pero la mayor parte de los oficiales de
las tres armas, bien cebados, colmados de privilegios y seguidos de cerca
por la policía, eran fíeles a Perón —al menos mientras no hubiera una fuerza
política que lo amenazara seriamente—. Con todo, la oposición no se hallaba
enteramente desamparada. Trabajaban para ella el progresivo deterioro de
la estructura económica y la torpeza del aparato totalitario que golpeaba
e irritaba ciegamente a izquierda y derecha, empantanado en la charca de
su corrupción y de la creciente decadencia personal de Perón. Pronto el
anti-peronismo golpista encontraría un eficacísimo instrumento político,
surgido inesperadamente del ala derecha del bonapartismo.
La Iglesia Católica Ingresa al Frente Anti-peronista
A fines de 1954, como rayo en cielo sereno, cae sobre el país una inaudita
declaración de Perón: el clero católico está combatiendo al gobierno, el
clero intenta formar un partido demócrata cristiano para destruir al peronismo,
el clero es enemigo de la revolución peronista. Efectivamente. el matrimonio
de conveniencias entre Perón y la Iglesia católica se había roto. Fiel al
componente reaccionario de su naturaleza, el peronismo había concedido privilegios
nunca vistos a la Iglesia y a sus organizaciones colaterales: enseñanza
religiosa en las escuelas. Servicios que la Iglesia pagó cumplidamente en
1946, apoyando la candidatura de Perón mediante una pastoral y diversas
declaraciones de sus obispos.
Y en ocasiones como la de setiembre de 1948 cuando, anunciado por Perón
el supuesto complot de Reyes para asesinarlo, los obispos fingieron creer
en la realidad del complot y ordenaron que el día 26 se elevaran en todas
las iglesias del país plegarías para agradecer la salvación de las vidas
de Perón y Evita. Pero la Iglesia, trinchera final de todas las clases dominantes,
no podía tolerar para siempre los aspectos plebeyos del bonapartismo y,
menos que nada, "la agudización artificial de la lucha de clases" y de "la
desconfianza de los desposeídos en la buena fe de los demás" —según reza
el manifiesto de fundación del partido Demócrata Cristiano argentino— (La
Nación, julio 13, 1955).
Además, Eva Perón, con su innegable aptitud para abochornar a los altos
dignatarios de todas las corporaciones, supo también cómo humillar a la
alta jerarquía eclesiástica. Sutilmente, como en la ocasión en que se fotografía
junto al cardenal primado luciendo audaz vestido de noche, o cuando, en
febrero de 1951, desairan ostensiblemente —ella y Perón— al Legado Papal
que llega para el Congreso Eucarístico. Las invocaciones peronistas a la
"Santa Evita" tañían dolorosa-mente en los oídos de los sacerdotes y de
sus feligresas oligárquicas.
Para colmo, las respetables familias burguesas que enviaban sus niños y
adolescentes a colegios religiosos para ponerlos a cubierto de la propaganda
peronista que se impartía en las escuelas comunes, se sublevaron junto con
los virtuosos varones ensotanados cuando el gobierno comenzó a arrear a
los alumnos secundarios dentro de una organización estatal donde se les
enseñaba el culto pagano del deporte y de la admiración por Perón. La Curia
se decidió a cavar la fosa del peronismo, y aún no había dado el primer
piquetazo cuando ya tenían tras de sí a toda la burguesía argentina, y a
Washington, conscientes de haber hallado el gran instrumento político necesario
para acabar con Perón.
Cuando éste salió públicamente a la batalla, una cálida corriente de simpatía
hacia la Iglesia circuló por los ambientes opositores, y casi de inmediato
quedó constituida una nueva Unión Democrática, aglutinada no ya en torno
a Braden sino a la Curia, y en la cual no faltaba ni siquiera el partido
Comunista. Cuando el gobierno detuvo a los curas más recalcitrantes, que
desde los pulpitos llamaban a la insurrección, el radicalismo se apresuró
a declarar su "solidaridad con los católicos perseguidos", mientras el partido
Comunista llamaba a "luchar unidos por la libertad de los curas democráticos".
El clero desató una violenta ofensiva contra el gobierno, que halló cálida
acogida en la prensa norteamericana, indignada al comprobar una vez más
que "oposición es algo que Perón se niega a permitir", gozosa al recordar
que "la Argentina es 80 por ciento católica, y quizá Perón esta vez ha ido
demasiado lejos" (US News and Worid Report, abril 8, 1955).
Perón respondió con una serie de medidas democráticas progresivas: anulación
de la enseñanza religiosa, supresión de los privilegios impositivos de la
Iglesia, ley de divorcio, convocatoria de una Asamblea Constituyente para
reformar la Constitución, a fin de separar la Iglesia del Estado. Los parlamentarios
radicales votaron en contra de todo esto. El partido Comunista explicó:
"Es innegable que la reforma de la Constitución al objeto de plantear la
separación de la Iglesia del Estado es una cortina de humo: se quiere que
el pueblo olvide la entrega del petróleo, de la siderurgia, de la metalurgia;
que olvide la carestía, que olvide la política de guerra y la línea reaccionaria"
(Nuestra Palabra, mayo 24, 1955).
Entre tanto, la Iglesia prosiguió su ofensiva al frente de toda la oposición,
organizando huelgas universitarias, campañas de volantes y rumores, tumultos
callejeros y células terroristas[14] . Los templos se transformaron en comités
políticos, las procesiones religiosas en ardientes manifestaciones anti-peronistas.
Las calles céntricas de Buenos Aires re" vivían los días de 1945. Señoras
soberbiamente vestidas salían enardecidas de las misas de once para enfrentar
valerosamente a la policía, y para corear el grito de guerra de. la muy
cristiana oposición: "Perón, Perón, ¡MUERA!"
Poco a poco se iba configurando el clima del golpe de Estado. Manifestación
tras manifestación, los curas y la oposición creaban un ambiente de guerra
civil con el claro propósito de incitar una salida cuartelera que derrocase
a Perón para salvar las instituciones. El gobierno confiaba en la fidelidad
del Ejército, en la Policía y en la clase obrera. Pero en ningún momento
se intentó movilizar al proletariado.
Al contrario, la CGT colaboraba con la CGE reclamando mayor disciplina y
rendimiento en las fábricas. Por otra parte, el peronismo, si bien conducía
una intensa campaña anticlerical, no mencionaba en ningún momento la vinculación
entre la Iglesia y el golpe de Estado en marcha. En vísperas de un putch
dirigido en primer término contra ella, la clase obrera estaba completamente
huérfana de dirección y atada de pies y manos por la CGT, cuya consigna
capital —obediente a las órdenes estatales— era como siempre: "De casa al
trabajo y del trabajo a casa".
El 12 de junio una gigantesca manifestación unida de toda la oposición anti-peronista,
recorrió las calles céntricas de Buenos Aires enarbolando la bandera de
El Vaticano. El gobierno contesta con un paro general de la CGT, que se
realizó el 14 de junio al estilo burocrático, simplemente arreando las masas
a la calle para demostrar que Perón tenía respaldo popular. -La consigna
de la CGT seguía siendo: "Orden. Del trabajo a casa y de casa al trabajo".
El 16 de junio, al mediodía, los empleados que iban de su trabajo a su casa
o viceversa, quedaron clavados en el trayecto por los aviones de la aviación
naval que bombardeaban la Casa de Gobierno y la Plaza de Mayo con el objeto
de asesinar a Perón y aterrorizar a las masas. La CGT declara la huelga
general y ordena a los obreros que concurran a la Plaza de Mayo. A las 15.30
y a las 17, nuevamente la aviación naval bombardea la Casa de Gobierno,
la Plaza de Mayo y la CGT, masacrando a las masas allí concentradas. A las
18, el Ejército, que permaneció fiel a Perón, dominaba las bases rebeldes
y los aviones habían huido al Uruguay.
Perón seguía siendo dueño del poder. Pero, entre tanto, había pasado algo
nuevo en Buenos Aires. Al propalarse al mediodía la noticia del estallido
del putch —mientras las terrazas de los barrios residenciales se erizaban
de aplausos para los aviadores—, algunos núcleos obreros, en su mayoría
activistas sindicales, se movilizan hacia el centro de la ciudad. Piden
armas, asaltan algunas armerías para procurárselas y forman barricadas en
las avenidas de acceso por donde podrían llegar tropas rebeldes.
El carácter del putch del 16 de junio queda indicado por sus propósitos:
evitar la separación de la Iglesia y el Estado, anular la ley de divorcio
y, sobre todo, destruir la CGT. La ferocidad puesta en el ametrallamiento
y bombardeo inútiles de las concentraciones de trabajadores desarmados fue
un anuncio, meridianamente claro, de los métodos democráticos con que se
pensaba liquidar al peronismo. Desde luego, los autores del golpe ''en manera
alguna alientan sentimientos hostiles hacia los Estados Unidos, país al
que admiran y con cuya lucha en favor de la democracia se solidarizan" —según
declararon en Montevideo al diario La Prensa, de Lima, tres días después
del putch—. Militarmente, el golpe fue vencido por el Ejército, pero la
movilización de algunos núcleos de la clase obrera ejerció una cierta influencia.
El Ejército Sostiene a Perón Como la Soga al Ahorcado
Como lo declaró el ministro dé Ejército: "Ha de reconocerse que nada pudo
ser más feliz para la suerte de las instituciones que la postura asumida
por el Ejército. Nuestros conocimientos profesionales nos permiten deducir
el caos que reinaría ahora en el país si hubiéramos seguido otro camino.
Y fácil les será meditar sobre las consecuencias gravísimas de la guerra
civil con e! desconcepto internacional y la tragedia de luchas sangrientas
entre hijos del solar patrio común" (La Nación, julio 12, 1915),
Después del 16 de junio, una revista del gran capital financiero y del Ejército
norteamericano informó así: "El humo se disipa. Perón queda, pero no está
solo. El Ejército salvó al dictador, ahora puede dictarle a él" (US News
and Worid Report, julio 1, 1955). En Londres se observó: "Cualesquiera sean
los sucesos que el futuro depare, es el Ejército quien tiene la llave del
mismo" (Quarterly Economic junio 1955).
En efecto, el putch destruyó el equilibrio bonapartista preexistente, fortaleciendo
al ala derecha encarnada por el Ejército, en detrimento de la CGT. El 16
de junio dejó al Ejército en posición de arbitro capaz de decidir la suerte
del gobierno. Y obligó a Perón a aflojar los resortes de la dictadura, facilitando
el juego de la oposición y permitiéndole jaquear públicamente al peronismo.
A partir de junio, por primera vez desde 1948, toda la prensa escrita y
oral pudo informar sobre la oposición, y los partidos opositores pudieron
hacer uso de la radio. Asimismo, se postergaron por seis meses las elecciones
para la Asamblea Constituyente que habría de separar la Iglesia del Estado,
lo cual constituía un importante triunfo de la oposición que, envalentonada,
aumenta su presión sobre el gobierno pidiendo la renuncia de Perón. Paralelamente,
en la misma medida en que la oposición obtenía el disfrute de algunas libertades
democráticas, los obreros presenciaban una creciente restricción de sus
libertades en las fábricas, donde la patronal intensificaba su ofensiva-
en torno a los salarios, a las condiciones de labor y a la autoridad sindical
en el sitio de trabajo.
La experiencia del 16 de junio demostró que la clase obrera apoyaba a Perón
y que en su seno existían núcleos dispuestos a empuñar las armas contra
el golpe de Estado. Pero evidenció, también, que el peronismo no tenía disposición
alguna a apelar a la movilización de las masas, y que trataba de coartar,
más que de estimular, la proliferación de aquellos núcleos. Perón asentaba
su estrategia en el Ejército "leal", y seguía reservando a la clase obrera
el papel de coro bullicioso.
Inútilmente intentó el gobierno peronista detener la marcha ascendente del
golpe con ofertas de liberalizar su aparato semi-totalitario y de facilitar
alguna participación opositora en el poder. En vano desaconsejaron el golpe
algunos estrategos de la alta clase dominante, como Federico Pinedo, que
preferían bloquear al gobierno y desembarazarse de Perón por vía de negociación,
sin conmociones militares. El cerco militar se hacía cada día más estrecho
y el creciente poderío de la oposición se palpaba en el aire y era hecho
más visible por reiteradas acciones de comando contra las fuerzas policiales.
Para forzar una salida Perón acudió, entonces, a la farsa, que era el arma
suprema de este inconducente conductor.
El 31 de agosto, Perón ofrece su renuncia a la CGT; la CGT la rechaza y
convoca a los trabajadores a la Plaza de Mayo. Muchas horas aguarda la multitud
hasta que, por fin, aparece Perón anunciando que retira su renuncia, que
está dispuesto a ser implacable con la oligarquía y a matar cinco opositores
por cada peronista que caiga. Todos los peronistas, dice, tienen la obligación
de matar a los enemigos del gobierno allí donde éstos levanten la cabeza.
Semejante oratoria era sumamente eficaz para exarcebar el odio de los anti-peronistas
y templar su decisión de jugarse la vida para terminar con el régimen. Pero
sólo lograba desorientar a las masas peronistas, acostumbradas durante diez
años a marchar alegremente "del trabajo a casa y de casa al trabajo" luego
de escuchar en la Plaza de Mayo toda clase de arengas incendiarias y fanfarronadas
anti-oligárquicas. El 31 de agosto y después, como siempre, las cosas no
pasaron de los discursos. La primera preocupación del gobierno peronista
era conservar el orden. Y así cavaba los últimos tramos de su propia fosa.
Pues a esa altura de los acontecimientos el putch sólo podía ser detenido
mediante una vigorosa movilización de las masas trabajadoras, aplicando
métodos revolucionarios que implicaban desde el armamento del proletariado
hasta impartir a los soldados y suboficiales la orden de desobedecer a sus
superiores. Rechazando hasta el pensamiento de semejante política, Perón
se ataba de pies y manos a la fracción "leal" del Ejército —que sólo estaba
dispuesta a apoyarlo en la medida en que hubiese peligro de que su defección
dejase en manos proletarias la defensa armada del gobierno peronista.
El Régimen Peronista se Desvanece sin Combate y Sin Honor
El 16 de setiembre se sublevaron la flota de mar, la principal base aeronaval
y algunas guarniciones militares del interior. En la Capital el gobierno
controlaba totalmente la situación, así como en el resto del país, donde
la mayor parte del ejército era "leal", al igual que el grueso de la aviación
y todas las fuerzas policiales. El único éxito importante de la "Revolución
Libertadora" fue la captura del gobierno en la Provincia de Córdoba, con
la activa colaboración armada de la pequeña burguesía, la burguesía y el
clero locales.
Desde el primer momento el gobierno proclamó por radio cada cinco minutos
que "las fuerzas leales dominan totalmente la situación excepto en los reducidos
focos rebeldes, que serán inexorablemente aplastados".
Durante dos días el gobierno anunció la reconquista de, Córdoba y el inminente
aplastamiento de los restantes focos rebeldes. En cuanto a la amenaza de
la flota, afirmó que contaba con suficiente aviación para hundir cuanto
objeto flotase sobre el Río de la Plata. Sien entendido, estos comunicados
los leían locutores anónimos. Perón no se hacía presente, ni tampoco la
CGT, que recién dio señales de vida dos días después del estallido del putch,
para pedir a los obreros que guardaran la mayor calma. Poco antes del 16
de setiembre, la CGT había hecho como si estuviera dispuesta a formar milicias
obreras. Pero ahora pedía orden y tranquilidad, indicando a los obreros
la obligación de con
fiar en el Ejército "leal". Mas la lealtad del ejército se enfriaba a medida
que se alejaba el peligro de que el gobierno acudiese a la movilización
armada del proletariado, y a medida que quedaba definitivamente claro que
el afeminado general don Juan Domingo Perón no era el tipo de caudillo capaz
de ponerse al frente de sus hombres e imnantarlos con el ejemplo de su coraje
personal. Generales insospechables empezaron a pasarse a los rebeldes, y
finalmente el lunes 19 a las 13 se anunció al país la renuncia de Perón,
que cedía el poder al ejército en la persona de una junta de generales que
de inmediato concertaron un armisticio e iniciaron las negociaciones, es
decir, los detalles de la capitulación, ante la marina y los generales sublevados.
Sin embargo, las fuerzas "leales" eran militarmente más poderosas que las
insurrectas, controlaban la capital y contaban con la simpatía total y activa
de la clase obrera y el pueblo trabajador. Militarmente, los rebeldes no
habían aniquilado, ni siquiera debilitado, a los "leales". Habían derrotado
su lealtad.
Poco después del 16 de junio, la CGT había resuelto que en caso de ser derribado
Perón respondería con la huelga general. Sin embargo, producida la renuncia
de Perón, lejos de decretar la huelga general, la CGT pidió a todos los
obreros del país que guardaran la mayor calma y obedecieran las órdenes
del Ejército. En momentos en que la reacción anti-peronista se adueñaba
del país, los dirigentes peronistas de la CGT recomendaban "de casa al trabajo
y del trabajo a casa" y, por añadidura, con el mayor orden.
Así cayó el régimen peronista, o mejor dicho, así se desvaneció, sin combate
y sin honor. Perón declaró en el exilio que en sus manos estaban los arsenales
y que no quiso dar armas a los obreros que las pedían insistentemente, para
evitar una matanza (El Piafa, de Montevideo, octubre 3, 1955). En verdad,
no fue la matanza lo que Perón trató de evitar, sino el derrumbe burgués
que podría haber acarreado el armamento del proletariado. La cobardía personal
del líder estuvo perfectamente acorde con las necesidades del orden social
del cual era servidor.
El día que los jefes de la Revolución Libertadora se hicieron cargo del
gobierno, toda la pequeña burguesía acomodada y la burguesía en pleno se
volcaron a la Plaza de Mayo. Ni un solo trabajador perturbaba la elegante
uniformidad de gente distinguida, engalanada con banderas uruguayas, norteamericanas,
del Vaticano, y también argentinas. Se gritaba "¡Libertad'", "¡Viva la Marina!",
"¡Viva la Argentina Católica!", y nuevamente "¡Libertad!". Voces distintas
.resonaban en las barriadas obreras. "¡No hay trabajo sin Perón!"; tal era
la consigna que recorría los suburbios.
Núcleos de obreros y contados elementos del Partido Peronista intentaron
aquí y allá levantarse en armas —revólveres y piedras—, pero fueron fácilmente
neutralizados por los tanques del ejército y la infantería de marina[15].
La caída ingloriosa del régimen peronista dio lugar, pues, a gérmenes de
una insurrección obrera. Diez años de educación política peronista y el
ejemplo de la dirección peronista se encargaron de que esos gérmenes no
prosperasen.
¿"Revolución Peronista"?
El 15 de julio de 1955, dos meses antes del derrumbe, Perón irradió al país
una extraña noticia: "La revolución peronista ha terminado". En realidad
no había existido nunca, salvo en el incesante parloteo de la propaganda
totalitaria. El 15 de setiembre de 1955, como el 3 de junio de 1943, la
República Argentina seguía siendo un país atrasado y semi-colonial, dominado
por una burguesía terrateniente e industrial trustificada entre sí y con
el capital financiero internacional, con la trascendental variante de que
la vieja metrópoli británica había disminuido su participación y Norteamérica
aumentado la suya. Y, a diferencia de lo que ocurría en 1943, el país estaba
iniciando un nuevo ciclo de endeudamiento masivo al capital financiero internacional.
Sindicalización masiva e integral del proletariado fabril y de los trabajadores
asalariados en general. Democratización de las relaciones obrero-patronales
en los sitios de trabajo y en las tratativas ante el Estado. Treinta y tres
por ciento de aumento en la participación de los asalariados en el ingreso
nacional. A eso se redujo toda la "revolución peronista".
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Las citas de diarios, revistas y archivos se presentan en el texto. Los
diarios de sesiones se refieren por sus iniciales: DSCDN, Diario de Sesiones
de la Cámara de Diputados de la Nación (o del Senado o de la Provincia,
según corresponda).
Notas
1. Coronel Juan Domingo Perón, discurso en la Bolsa de Comercio de Buenos
Aires, agosto 25 de 1944. Hemos tomado el texto del libro de Perón. El Pueblo
Quiere Saber de qué se Trata, 137.
2. El 20 de agosto de 1945 la policía allanó el local de la Sociedad Rural
Argentina. (La Prensa, Agosto 21 1949).
3 La Argentina es el país del "como sí". Durante muchos años lució como
si fuera un país moderno en continuo avance, pero en realidad iba quedando
cada vez más atrasado respecto a las naciones industriales, luego, desde
1940 hasta 1956, pareció como si la población toda se tornase cada vez más
próspera, pero en realidad el país se descapitalizaba velozmente día tras
día, y mientras se iba quedando sin medios de producción se atiborraba de
heladeras, de telas y de pizzerias. Precisamente, el peronismo fue en todo
y por todo el gobierno del "como sí". Un gobierno conservador que aparecía
como si fuera revolucionario; una política de estancamiento que hacía como
si fuera a industrializar el país; una política de esencial sumisión al
capital extranjero que se presentaba como si fuera a independizar a la Nación,
y así hasta el infinito.
4 Dice el diccionario: "Tránsfuga. Persona que huye de una parte a otra.
Fig. Persona que pasa de un partido a otro".
5 Ver "La Embajada y la colectividad inglesa en Buenos Aires apoyaron activamente
la candidatura del coronel Perón", en Fichas, número 4 (diciembre 1964).
6 Equivalían a 5.700 millones de pesos. Los saldos de la balanza comercial
argentina (en millones de dólares): 1940: 107; 1&41: 138; 1942: 235', 1943:
405; 1944: 455; 1945: 439; 1946: 580, (Ver United Nations, Ecommic Survey
of Latín América 194S, 226).
7 Ver confederacion General Economica de la Republica Argentina. Informe
Economico (Bs. As., 1955) p. 22, 57,112.
8 Ver “Significado del Banco Central antes y despues de su nacionalizacion”
en Fichas Nº 4 pág.9 y ss. (Bs. As., diciembre 1964).
9 Vease “ Origenes y resultados de la nacionalizacion de los ferrocarriles”
en Fichas Nº 4 pág. 26 (Bs. As., 1964)
10 Un índice elocuente del descenso en el nivel de vida de la clase trabajadora
lo constituye la contracción del volumen físico de las ventas minoristas
de indumentaria. En 1954 eran inferiores en más de 50 por ciento al volumen
de 1948. (Idem., 121).
11 "Cabe reconocer que la CGE desempeñó en su corta existencia importantes
funciones representativas. Lo que tuvo de discutible fue sin duda su nacimiento
originado, más que en la espontánea reacción de los hombres de empresa,
en un impulso del régimen depuesto... (en la CGE) figuraron no obstante,
porque acaso pensaron que así podían. salvar algo de lo mucho que el gobierno
anterior ponía en peligro, hombres y firmas que estaban muy lejos de comulgar
con la suicida política económica de aquél y aun algunos que después han
venido a colaborar decididamente con el gobierno de la "Revolución Libertadora.
Con aquellos pecados originales, pero con cabal decisión, entretanto, la
CGE se esforzó una y otra vez en evitar mayores males y en contener las
manifestaciones más palmarias de la desorbitación oficial. Cumplió, a su
modo, una función cabal". (La Nación febrero 19, 1956).
12 Declaración del delegado argentino, Guillermo Kraft. La Argentina en
la VII Reunión Plenaria del Consejo Interamericano de Comercio y Producción
(México, 1954), (Informe, 12).
13 "Una forma en que el gobierno puede ayudar a detener la inflación, es
impedir otra rueda de aumentos de salarios cuando se efectúen las próximas
demandas en pro de un restablecimiento de los anteriores niveles del salario
real. Pero es difícil que el gobierno vaya lo suficientemente lejos como
para adoptar medidas represivas cuando llegue el momento. Sin embargo, no
hay duda de que el gobierno está haciendo grandes esfuerzos para impedir
que la situación llegue a ese punto, tratando de lograr un cambio en la
actitud de los obreros hacia las empresas". (Quarterly Economic Review of
Argentina, junio 1955).
14 Las grandes fortunas patricias suministraron armas largas y cortas, dinamita
y miras telescópicas, autos y transmisores de radio. Cuando la policía detuvo
a algunos terroristas, la lista de sus apellidos resultó ser una especie
de gula de la alta sociedad. (Ver detalles en La Nación, ejemplares del
20 al 30 de setiembre, 1988).
15 "En Avellaneda y su zona —hacia las 18— se oyeron disparos de armas que
se efectuaban sobre los elementos indisciplinados, junto a la estación Avellaneda
del Ferrocarril Roca, en el puente Pueyrredón y en. las avenidas Pavón y
Galicia, en Gerli" (La Nación, setiembre 24, 1955).
"Distintas tropas custodian la zona de Ensenada y Berisso. La autoridad
policial, por orden superior, ha adoptado numerosas medidas de seguridad,
principalmeste en las poblaciones de Ensenada y Berisso, para tratar de
reprimir con energía posibles alteraciones del orden. Se han despachado
fuerzas de caballería, infantería y gases que, en cooperación con las tropas
de la marinería, ocuparon todos los lugares estratégicos y puntos de acceso"
(La Nación, setiembre 25, 1955).
"Rosario: El servicio de patrullaje de los barrios extremos está a cargo
de rondines del Ejército, que han ocupado posiciones en sitios estratégicos.
Una recorrida extensa por los barrios obreros permitió comprobar el vuelo
rasante de los aviones después del toque de queda, a tan baja altura que
se estremecían las casas. En el choque registrado ayer en San Martín y Tres
de Febrero, al tratar de avanzar una manifestación desoyendo las advertencias
y hasta la descarga final, murieron 3 hombres y hay 15 heridos" (La Nación,
setiembre 26, 1955).