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Se
presenta la Historia del pueblo argentino, de Milcíades Peña
Horacio Tarcus reunió en un solo volumen los trabajos dispersos del historiador
que fue una referencia obligada de la intelectualidad de izquierda de la década
del ‘70 y cuyo objetivo fue leer la historia nacional en clave marxista.
Por Tomás Forster
Experiencia sustancial para todo aquel que le interese adentrarse en el estudio
de la historia argentina, la obra de Milcíades Peña fue y es con frecuencia tan
omitida y ninguneada como vasto, profundo y diverso es su legado. De inflexión
tensa, ágil, irónica, mordaz, oscilante entre la erudición y el lunfardo, la
pluma de Peña es la consecuencia de reflexiones elaboradas rigurosa y
sistemáticamente, pero también, en él subyace algo más que le da sentido a las
intervenciones de un intelectual de izquierda en la vida pública de una
sociedad: el compromiso inquebrantable con las desdichas y padecimientos de los
oprimidos y explotados y la búsqueda incesante de un programa político que,
sustentado en las fuerzas populares, quiebre con la estructura productiva tan
desigual que signó la historia argentina.
El fundador y director del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura
de Izquierdas en la Argentina (CeDInCI), Horacio Tarcus, se puso al hombro la
ardua tarea de entrelazar en un solo libro los escritos históricos, políticos,
económicos y sociales de Peña, que van desde los tiempos de la conquista hasta
el Golpe de la Revolución Fusiladora, en 1955. En esta entrevista con Tiempo
Argentino, Tarcus cuenta cómo fue el proceso de trabajo que derivó en esta
edición definitiva que, tal como quería el historiador trotskista, se titula
Historia del Pueblo Argentino. A la vez, analiza la concepción de la historia de
Milcíades y algunos aspectos tristemente salientes de su vida.
–¿Cómo surgió la iniciativa de este libro en el que se reúnen los escritos
anteriormente dispersos de Milcíades Peña sobre historia argentina?
–Hace años que vengo en contacto con los papeles de Milcíades Peña, pensando que
tienen un valor político, historiográfico e intelectual muy fuerte. El carácter
marginal que tenía Peña en el campo político e intelectual de la época, el hecho
de que se suicide a los 32 años, el hecho de que no tenga más que un reducido
grupo de amigos y discípulos fieles, hizo que la obra se edite en forma parcial
y no se sepa demasiado quién era Peña o quién se escondía detrás de la decena de
seudónimos que utilizó. Pero, a pesar de todo eso, la obra de Peña se fue
abriendo camino, porque los libritos que componían la historia del pueblo
argentino fueron editados y reeditados incesantemente a lo largo de todas estas
décadas. Formaron parte de los libros obligados de la intelectualidad de
izquierda de la década del ’70 y, de algún modo, la nueva generación militante
del 2000 en adelante siguió buscando los libros de Peña en las librerías de
viejo. Lo que creo es que hacía falta darles una edición a esos escritos
dispersos, a la altura de estos tiempos. La edición que la obra se merecía.
–¿Cuál fue el destino que tuvo su obra luego de su suicidio?
–Cuando Peña muere deja terminada la Historia del Pueblo Argentino, incluso con
una carátula que lleva ese título, con una breve introducción que yo recuperé
para esta edición y con cuatro o cinco epígrafes que también recuperé para esta
edición. Él se suicida en diciembre del año ’65, y los amigos se proponen editar
este libro de Peña y otro que era una especie de estudio de la estructura
económica y social argentina en el contexto, en jerga de la época, de la
situación de los países dependientes frente al imperialismo. Milcíades deja
listos los dos libros y los amigos deciden empezar por su Historia… y consiguen
sacar el libro, pero dividido en seis tomos separados. Cuando se decide sacarlo
de esta manera, la introducción vuela, el título y los epígrafes también. Un
aspecto saliente es que en su trabajo con los manuscritos de Peña, sus
discípulos, entre ellos un futuro gran economista autodidacta como Jorge
Schvarzer, le pidieron a Luis Franco que hiciera la revisión de estilo. Franco
era un ensayista y poeta, viejo escritor, de la generación anterior a la de
Peña. Un poeta hoy olvidado, pero un tipo muy interesante, que venía del
anarquismo y que después se había acercado al trotskismo. En parte, gracias a
Peña que lo vincula al grupo morenista en el que milita. Franco es un poeta de
la vieja guardia modernista, de algún modo un discípulo del propio Lugones, un
lugoniano de izquierda si se quiere, y como Peña le daba cotidianamente sus
escritos para que los revisara, sus amigos deciden que él sea el encargado de
hacer las correcciones de estilo póstumas.
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–En la introducción te referís a la amistad personal e intelectual que mantuvo
Peña con Franco como marcada por cierto tono paterno por parte del poeta.
–Sí, porque Peña era un tipo muy especial, con mucha inestabilidad psíquica, muy
frágil y depresivo. De chico tuvo una adopción traumática y confusa. Él era el
menor de cuatro hermanos. Su madre tenía episodios de esquizofrenia y cuando
Milcíades nace, tiene un brote con su nacimiento del que no retorna nunca. A
Milcíades se lo dan en adopción a unos tíos, pero nunca formalizan los papeles
por lo que él nunca tiene en claro quiénes son sus padres. Recién, de
adolescente, se entera que esa tía que iba a visitar, que estaba postrada y como
perdida, era su madre biológica. Todo eso le dejó una carga enorme y como el
matrimonio que lo cría tenía el miedo de que la familia biológica lo reclame,
nunca concretan los papeles, no lo dejan salir demasiado. Él está entre el
trabajo del padre y la madre. Es un chico solitario, que vive entre libros. El
padre era bibliotecario y la madre maestra. Peña se cría en una biblioteca y
recién con la politización en el colegio secundario, la militancia primero en la
Juventud Socialista y después en el grupo trotskista al que ingresa, se da su
verdadero camino de socialización.
–En relación con la concepción trágica de la historia que tenía Peña, ¿cuál fue
su perspectiva respecto de las distintas corrientes historiográficas surgidas en
el país y cómo desarrolló su propia concepción en sus escritos, reflexiones e
investigaciones?
–La lectura particular que yo hago es que Peña utiliza la expresión tragedia
reiteradas veces a lo largo de la obra y el lector atento las va a identificar.
Peña se propone dejarles, a las clases trabajadoras y populares argentinas, una
historia escrita desde el punto de vista del marxismo revolucionario y
antidogmático. Él quiere dejar una historia depurada de mitos y, según dice,
tanto de los mitos liberales como de los nacionalistas o neonacionalistas. Él se
propone una historia desmitificadora. En la introducción, señaló que, de algún
modo, la inspiración de la historia de divulgación que hace Felipe Pigna, tiene
una deuda grande con esa vocación antimítica. Él está escribiendo en un contexto
en el que el revisionismo histórico ha renacido, impugnando a la autollamada
Revolución Libertadora y favorecido por el clima de legitimidad que le daba su
posición aceptada por la mayoría peronista proscripta. A Peña no le gusta está
producción y va a discutir con sus distintos exponentes. Peña establece lazos
con Luis Franco a partir del libro de este último, El otro Rosas, porque es el
primero que sale a discutir con las obras de los hermanos Irazusta, Ibarguren,
Manuel Gálvez y distintos nacionalistas. Peña busca resituar la posición de
clase de Rosas como un estanciero y terrateniente bonaerense, como alguien que
gobierna siguiendo una lógica de clase y, de ningún modo, un verdadero proyecto
nacional. Para él, el revisionismo es dar vuelta la historia liberal, pero tanto
una como la otra siguen siendo dos formas idealistas de la historia. En Peña,
hay una idea de nación, pero identificada con un modelo progresista e inclusivo
de país. Para él, como marxista clásico en este sentido, el revisionismo encarna
un modelo de país atrasado, encarnado en sistemas de producción precapitalistas.
En esa dialéctica histórica que piensa Peña, las únicas figuras que, hasta
cierto punto se salvan, son Alberdi y Samiento. Pero son un Sarmiento y un
Alberdi descentrados de la clase a la que pertenecen. Cuando ellos por su
carácter de intelectuales y no de políticos plenamente integrados, tienen roces
con su propia clase, expresan, para Peña, lo más interesante de un proyecto
nacional que no alcanzaron a encarnar bajo la forma de un programa acabado y
mucho menos podían llevar a la práctica. Peña se mira, sobre todo, en el espejo
del propio Alberdi que es un injuriado, un derrotado, que se muere de modo
marginal.
08/06/12 Tiempo Argentino
Puede adquirir el libro en Librería Santa Fe
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