El presidente que golpea las paredes

Por Marisa Sadi

No escribimos. Ni siquiera reenviamos muchas de las valiosas expresiones que iban llegando por Internet. Y aunque con Manolo nos propusimos hacerlo, ni siquiera atinamos a contestar algunos envíos provenientes de la izquierda que merecían ser objetados. No escribimos ni reenviamos ni contestamos nada porque nos quedamos inmovilizados, sin palabras.

Como seguimos sin palabras, a un mes de la muerte de Néstor me limito a transcribirles un correo que envié en el año 2004 a un compañero que se exilió en el 77 y desde entonces vive en Francia.

Era, reitero, el año 2004. Era abril. Por esos días yo acababa de publicar mi primer libro, el libro de la JUP, y aunque ya eran varias las señales, aún no había transcurrido el tiempo necesario para salir de la sorpresa, para confiar o convencerse: aún no había pasado el tiempo suficiente para convertir en hechos todas las palabras.

Esto que les envío en adjunto es una crónica sencilla de un hecho mínimo si comparamos con lo sucedido de siete años a esta parte, es una simple anecdotita histórica. Está mal escrito, es un correíto que mandé a las apuradas pero no quise modificarlo ni corregirlo, va textual: así, tal cual le transmití atropelladamente al compañero que vive en Francia, veíamos la cosa, esto nos pasaba durante los primeros tiempos de la “gestión K”, a dos argentinos que en otras épocas se habían comprometido fuertemente con el proyecto del peronismo revolucionario.

Saludos

Marisa


“6 de abril de 2004 - Asunto: El presidente que golpea las paredes"

Hola Galo, cómo vas, es una pena que no estés en Buenos Aires. Te cuento que estuvimos con Estela, vino para la marcha del 24 de marzo y estuvo, por supuesto, horas antes de la Marcha, en la entrega de la ESMA. No faltó nadie allí, Alejandro. Si querías encontrarte con alguno a quien nunca más habías visto en tu vida ibas ahí y lo encontrabas seguro. Yo estoy muy enquilombada ahora para hacer una crónica detallada y seria. Nuestros despelotes se acumulan, y encima el bebé está nuevamente internado, con algunas complicaciones. Virgi y el marido se internan los dos con él y no lo dejan ni un instante. Te cuento igual unas poquitas cosas a las apuradas.
Ya te escribí que Manolo había entrado unos días antes de la entrega, con K y Cristina y los sobrevivientes, a la ESMA (hasta ahora no había entrado casi nadie, salvo un par de familiares, gente de los organismos, con algún integrante de la justicia, y más nada). También te había contado que yo no quise ir, no se muy bien porqué, pero no me dio el cuero. El día de la entrega me decía un compañero “si hubiese sabido te iba a buscar yo a tu casa y venías”. Y buá, me lo perdí, soy una pelotuda. Tal vez sea que estoy muy saturada de todo esto a raíz de tanta indagatoria de la muerte, por el libro, o por cagona, o vaya a saber qué (a mis dos compañeros más queridos se los tragó la ESMA, a todo el grupo lo deshizo el GT 332 y nuestro secuestro nos dejó una marca perpetua en el orillo). La cuestión es que el petiso sí fue, y vivió una de las experiencias más intensas de su vida. Quedó en estado de shock dos días, dice que el segundo día la pataleta le agarró peor que el primero. Pero además, y esto es lo que me interesa contarte, K lo sedujo de tal forma con sus actitudes ahí adentro que Manolo salió un kirchnerista de la primera hora. Ojo que, tal vez más que yo, siempre vio con beneplácito este primer año de la gestión de gobierno, pero no nos engañamos: mientras no hagan algo por modificar la distribución de la riqueza, aquí la cosa no cambia. Y esto lo tenemos bien claro ambos. Otra cosa a tener en cuenta es que el Petiso es peronista desde siempre, desde su infancia, por su extracción de clase si querés, y este K no será Perón pero te aseguro que se acerca. Bueno, boludeces al margen, ese día, ahí, este hombre no hizo lo que todos suponíamos que haría. No fue a hacer una visita formal, ni un simple gesto político, si bien fue, fundamentalmente, un enoooorme gesto político. Ahora vas a ver. Entraron, como es de suponer, al Casino de Oficiales, el Salón Dorado, ese edificio maldito... recorrieron Sótano, Capucha, y Capuchita, fueron reconociendo lugares, encontrando cosas, anotando, buscando pruebas judiciales, intercambiando impresiones entre los ex prisioneros de distintas épocas (pensá que era la primera vez que entraban) en fin, estaban “laburando”, pero todos, los sobrevivientes, los funcios, y a K no lo paraba nadie, golpeaba paredes, el presidente, encontraba ladrillos huecos, se mandaba solo por aquí y por allá; no había, dice el petiso, demagogia de por medio. No hubo gestos demagógicos, Galo, cuando ya estaban solos adentro, sin cámaras ni público ni una mierda, y a la mayoría le temblaban los huevos o las piernas. No hubo demagogia cuando volvió a saludar, a abrazar, uno por uno, a esos hombres y mujeres que en definitiva estaban recomponiendo un vínculo roto con la sociedad, y lo estaban recomponiendo a partir de la legitimación de su condición de sobrevivientes y víctimas por parte del Estado.

Bien, ya era de noche cuando salen del Salón Dorado, ahí donde está el frontispicio, y hasta los micros ya se habían arrimado para devolverlos, para sacarlos, y la comitiva oficial con los coches también estaba preparada para irse. Sin embargo, el presidente que un rato antes golpeaba las paredes dejó a la Comitiva plantada, porque enfiló exactamente para el lado contrario. Entonces siguieron recorriendo. La prensa (que estaba fuera de la ESMA porque no se les permitió el acceso) anunció que estaban saliendo, yo hacía zaping todo el tiempo, pero minga. No se los veía salir: no aparecían. Lo cierto es que siguieron horas en medio de la oscuridad más absoluta porque ni las luces les prendieron. Siguieron recorriendo esos pasillos tenebrosos de los jardines, de una punta a la otra del predio, metiéndose por todas partes, siguieron encontrando lugares, la enfermería, esto y aquello. En otra punta encontraron un lugar que los ex presos que allí habían trabajado creían, pero sin estar seguros, que era la imprenta. Ahí uno de los funcionarios cagó a gritos a un milico, ¡Prenda la luz!. Prendió una. ¡¡Me prende todas las luces ahora mismo!! Dudaban, que era la imprenta, que no era, hasta que al rato se apareció Ibarra, el Jefe de Gobierno, con un sobreviviente, venía corriendo como pibe al que le habían regalado caramelos, habían encontrado un cartelito que... ¿qué decía? ¡¡IMPRENTA!! Manolo dice que lo sorprendente era la energía de K que seguía recorriendo, encontrando, dice que en un momento poco más los llevaba a todos a la rastra. La Cristina en algún punto se sentó en un banco. No daban más. Ninguno. Estaban muertos de cansancio. Kirchner lo que estaba haciendo, en realidad, era echar por tierra cualquier controversia con respecto a la discusión sobre si se entregaba sólo una parte, o todo el predio. Entendés? Con esa recorrida de punta a punta estaba legitimando la entrega de ”toda” la ESMA.

Hubo algunos incidentes, a raíz de los cuales al día siguiente lo rajaron al director de la Escuela de Guerra Naval. En primer lugar, las luces de la Escuela estaban apagadas. En segundo lugar, en un momento se aparecieron un montón de tipos y tipas, los padres de los liceístas, en una actitud muy belicosa, y ahí se los barajaron Kirchner e Ibarra, una vieja gritándole al presidente si no sabía que ese predio tenía un valor inmobiliario altísimo y bla, bla. Luego viene a presentarse al Presidente el responsable, teóricamente, el tipo a cargo, y lo hace en mangas de camisa, aunque se disculpa porque según él, estaba trabajando, fue un desplante. Les dejaron además, en un pasillo, la camilla donde picaneaban y una heladera que era la que los pibes reconocieron que tenían y usaban ahí, una heladera afanada a algún secuestrado. Esa camilla es la que salió con K en la foto de los diarios. Fue otra provocación.

En algún momento Cristina, Manolo y dos compañeros entraron al baño que antes usaban los presos. Allí, uno de los compañeros recordó cuando lo mandaban a limpiar el baño (estaban sólo ellos cuatro en ese momento), recordó que las rejillas estaban taponadas de pelo y que un día, que era el cumpleaños de su mujer que también era prisionera, sacando mugre, encontró entre la maraña de pelos roñosos una hebillita, la lavó bien y se la regaló a su mujer en el día de su cumpleaños. Y el sobreviviente se quebró al relatar el episodio, y lloró, y Cristina (sin testigos) lo abrazó espontáneamente y el compañero seguía llorando ahí, con los otros dos y la mujer del presidente. Ese tipo que lloraba, a quien no viene al caso mencionar, y con quien nos hemos agarrado de las mechas en más de una oportunidad en los plenarios organizativos de las Marchas, ya que pertenece a Ex Detenidos y nosotros vamos con las Viejas, y suele haber posiciones encontradas, y todo eso, ese tipo es uno de los testimonios cruciales de mi libro, y uno de esos tipos que mantienen absolutamente vigente la integridad y la coherencia de otros tiempos.

Después el Petiso tuvo oportunidad de recorrer un tramo de unos doscientos metros con Cristina, solos, y ahí le habló del libro, de tantas peripecias, y le regaló un ejemplar que ella prometió leer, se mostró interesada y fue muy cálida.

En cuanto al día de la entrega, ya se sabía que iban a abrir las puertas después del acto pero los organismos acordaron que no entraban. Así es que terminada la entrega marchamos no sé cuántas cuadras hasta donde se hacía el acto y el recital. Esto era bordeando el predio, en una calle lateral. Muchos miles de personas. Nosotros íbamos por fuera pero adentro, en los jardines, también ya a esa altura había miles. Todo en orden, sin exabruptos ni incidentes, ni nada. Todo en silencio, además. Era un silencio respetuoso, denso. El acto fue corto y austero. El discurso de K ya lo habrás leído o escuchado. A la mañana le había hecho descolgar el cuadro al milico. Ahí en pleno acto, a mi piba se le ocurrió que porqué carajo no íbamos a entrar, que ella no se iba a perder ese momento histórico por culpa de mis taras. Le contesté que la entrada estaba muy lejos y se había acordado no ingresar, por lo cual sencillamente me mandó a la mierda y salió disparada. La perdimos, era imposible volver a encontrarnos en esa marea humana y ella se internó en la Escuela. Lo primero que pensaba uno es cómo estarían de punta los milicos con ese “aluvión zoológico” como dirías vos, dentro de su preciada Escuela y qué pasaría después de esto. Cuál sería la reacción. De ahí siguió la marcha y después maldije, una vez más, la falta de coraje, cuando encontramos a los pibes y nos contaron lo que vivieron cuando ingresaron. Para ellos fue una fiesta. Los grandes, en cambio, “los viejos”, no se animaban según ellos ni a poner un pie fuera de lugar o a tocar un picaporte. Las puertas cerradas las abrían los pibes. Y ojo que ahí donde estuvieron ellos nadie rompió nada ni hubo ningún tipo de desmanes, salvo algunos rollos de papel higiénico que, a modo de guirnaldas, los pibes más jóvenes tiraban por las ventanas. Algún llamadito telefónico pavoneándose con los pies cruzados sobre un escritorio, “Hola, te estoy llamando desde la ESMA!” Parece que un sobreviviente inorgánico y descolgado sí ingresó y se armó un minitour, donde el tipo llevaba a la gente onda guía turístico. A raíz de estas recorridas he recibido llamados telefónicos de gente que ni conozco y presenció escenas o escuchó diálogos que involucraban a desaparecidos de la JUP y me arrimaron datos nuevos. Los del MPM colgaron en el mástil una bandera con el nombre de Norma Arrostito que flameó largo rato allí y quizás hayas visto en una foto. Adentro del Salón Dorado la gente cantó el Himno. Al día siguiente las encuestas daban 70% a favor de la entrega de la ESMA y el castigo a los represores. Y pocas horas después, el 70% se iba al carajo y la opinión pública volvía a virar a la derecha pidiendo mano dura y represión a raíz del alevoso asesinato del chico Blumberg.
Corto acá, sigo en otro momento.

Hasta más ver, Alejandro

Marisa”


En este último mes se han reiterado detalladamente los logros alcanzados, por lo tanto no vamos a enumerar cada medida de gobierno. Sin embargo, siete años después nos parece importante expresar lo que pensamos como militantes de Derechos Humanos, como sobrevivientes de un centro clandestino y sobre todo, como integrantes de esa generación que intentó cambiar la historia y a la que también pertenecieron Néstor y Cristina.

Los innegables avances en cuanto a la sanción de los crímenes de lesa humanidad y la férrea voluntad política de reivindicar los fundamentos y objetivos de la militancia de los años 70, carecerían para nosotros de valor de no haber estado acompañados por una política que indiscutiblemente va en dirección de la Justicia y la Igualdad para nuestro pueblo.

Néstor Kirchner no prometió el socialismo. Pero cumplió con cada una de las medidas que planteó desde el primer discurso.

Hacemos nuestro el primer mensaje que recibimos a escasos minutos de conocerse la noticia de su fallecimiento: “Qué tristeza! Hoy más que nunca con Cristina. Compañero Kirchner, Hasta la Victoria siempre”.

Marisa Sadi – Manuel Franco

 

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