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El
día que secuestraron a Oesterheld, el creador de El Eternauta
Por Martín García *
Aparentemente el 27 de abril de 1976 fue el día en que la Dictadura
del Proceso secuestró a Oesterheld, hoy se cumplen 35 años de ese
hecho.
Héctor Germán Oesterheld fue un geólogo
humanista que creó un universo ideal para el mundo mágico de las
historietas, y en esa dirección fue el constructor de sus sueños
contagiando a varias generaciones a través de sus personajes para
establecer nuevas reglas de juego para el amor, para el honor y para
la convivencia de las personas en un mundo amenazado por la opresión
planificada.
Para mi gusto, su `primer` gran éxito fue Gatito y sus amigos, un
infantil, a veces troquelado de Editorial Abril que incluía
personajes como la Princesa Titina, los ratones Parmesano y
Gorgonzola, la bruja Cachavacha, de su creación, y el nunca bien
ponderado palizero real que consistía en una rueda giratoria que
tenía en la punta de sus rayos, zapatos, que, al girarse, le pegaban
patadas en el trasero a los condenados por su maldad.
Sus personajes sentían, tenían dudas, códigos y aún se aventuraban a
romper las reglas del género, pereciendo, en la guerra por salvar a
una muñeca por la que lloraba una pequeña en el medio del avance de
las tropas.
El Sargento Kirk, Bull Rockett, Sherlock Time, Mort Cinder,
Ticonderoga, Watami, eran algunos de los más memorables. También Joe
Zonda, aquel negrito aviador de Mendoza la manera de Air America que
luchaba contra el villano Octopus.
Mi viejo salía a la mañana cuando yo todavía no me había levantado
para ir al colegio y no lo veía hasta la noche. Entonces, durante el
día, refugiarme en las historietas de las revistas Hora Cero y
Frontera, más adultas que El Tony o D´Artagnan, significaba para mí
aprender códigos de la vida.
Los japoneses no eran todos villanos, a veces los norteamericanos en
la Segunda guerra mundial, también lo eran.
Incluso los kamikazes también tenían códigos de honor, en sus
historias.
Solo se trataba de personas, en la locura ajena de la guerra.
En algún momento apareció El Eternauta. El viajero del tiempo. Allí
se podía vivir una invasión extraterrestre que, en vez de atacar la
Casa Blanca, se establecían en una burbuja -donde moraban sus tropas
de elite- en medio de la plaza de los dos Congresos entre Rivadavia,
Entre Ríos, Yrigoyen y la otra.
Una invasión simbólica si uno sitúa la historia después del golpe de
1955, cuando el orden democrático había sido roto, Perón había sido
desalojado de la Presidencia y la gente común había sido
bombardeada, sin más.
En ese imaginario se instala la invasión de los Ellos, el gran
invasor, nunca explicitado. Los Ellos.
Se suceden las batallas, la de la General Paz, la de la Cancha de
Ríver, la de las barrancas de Belgrano, la de Plaza Italia…y también
los sub invasores, los Cascarudos, los enormes Gurbos y los Manos.
Los Manos habían sido inoculados con una bolsa del terror que se
abría vertiendo veneno en el interior de sus organismos, cada vez
que los Manos desobedecían las instrucciones de los Ellos.
La glándula del terror. Después nos la inocularían a todos.
Pocos días antes de su desaparición los reuní a Héctor y ése gran
poeta que fue el periodista deportivo Osvaldo Ardizzone. Fue en la
casa de mis viejos que estaban de vacaciones. ¡No podía ser que esos
maestros no se conocieran entre sí! Fue un mediodía de verano
inolvidable.
¡Que sabía yo que lo estarían siguiendo, o controlando! O quizás
todavía no.
Le hice un reportaje que seguía saliendo en cómodas cuotas en 5xBsAs
por Radio Belgrano después que Héctor ya había desaparecido.
Me decían –Che no pases a Oesterheld que parece que lo secuestraron.
Pero yo lo seguí pasando. No advertí la gravedad del golpe. Habíamos
pasado otros golpes.
Después se llevaron a sus cuatro hijas Diana, Marina, Beatriz y
Estela militantes de 14 a 19 años de la UES como los chicos de la
Noche de los Lápices; y de la Juventud Peronista.
Los sobrevivirían dos de su nietos, Fernando y Miguel Martín y Elsa,
su esposa, la mamá de las chicas. La Madre Coraje.
Algunas cosas trascendieron: que Los Ellos, le hicieron escribir una
historieta de San Martín; que en cautiverio obtuvo miga del pan de
los cumpas para dárselo al joven artista que modelo un regalo para
cada uno en la navidad.
La clase magistral de Chaplin que le dio Héctor a los más jóvenes
cuando Eduardo Arias encontró en el baño una hoja de diario que daba
cuenta de la muerte del maravilloso actor y director inglés.
Anécdota que tanto impresionó a Geraldine Chaplin, su hija.
Y aquella narración de Mempo Giardinelli, compañero de militancia de
Héctor, que creía, en su insolente juventud, que si detenían a
Oesterheld, ya grande, iba a entregar a los demás compañeros, apenas
lo apretaran, cosa que, pasados los días y las semanas, nunca
ocurrió.
Héctor Germán Oesterheld había cumplido con los códigos de honor que
tanto nos había enseñado en sus historietas.
* Director de la Agencia Telam