Preludio de una masacre

Por Eduardo Anguita
eanguita@miradasalsur.com

Celedonio Carrizo/ Pedro Camarero/ Alejandro Ferreyra./ El momento. el grupo de militantes fugados de Rawson se entregan al comprobar que las posibilidades de escape eran nulas.

La histórica fuga del penal de Rawson desencadenó el fusilamiento de 16 militantes en una base de la Armada. Al cumplirse 40 años de los hechos, tres protagonistas de la evasión revelan detalles inéditos de esta historia.

En muy pocos días se cumplirán 40 años de lo que fue una tragedia, una masacre en la Base Almirante Zar, de Trelew. Un grupo de detenidos a disposición de un juez federal, con toda la atención de la prensa nacional e internacional, fueron protagonistas de crónica de una muerte anunciada.

El odio de la dictadura de Lanusse era muy grande porque, días antes, se había producido una fuga en el penal de Rawson, que según Lanusse era el penal más seguro del país. Me acompañan tres protagonistas de aquella fuga: los ex integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) Pedro Cazes Camarero y Alejandro Ferreyra y el ex militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) Celedonio Carrizo. ¿En qué lugar los agarró aquel 15 de agosto el día de la fuga?

Celedonio Carrizo: –A mí me agarra en Rawson. Soy uno de los que intentaron fugarse ese día. Nos trasladaron desde el penal de Villa Urquiza. Masivamente, fuimos los primeros presos políticos que llegamos ahí. Nos trasladaron por la fuga de Villa Urquiza, en septiembre de 1971.

Pedro Cazes Camarero: –Nosotros llegamos en un grupo desde Villa Devoto, a raíz del secuestro de Oberdan Sallustro. El gobierno decidió interrumpir las negociaciones que se estaban haciendo por Sallustro con la empresa Fiat. Para eso nos enviaron a Rawson. Cuando llegamos ya había gente de distintos lugares del país. Estaba claro que tenían una gran confianza de que era un lugar de donde era imposible fugarse. Estaban Santucho, Gorriarán y un grupo de distintas vertientes. Incluso, gente que habían sacado de un buque prisión.

Alejandro Ferreyra: –Yo estaba afuera. Ese día, junto con Fernández Palmeiro, tomamos el avión de Austral que venía volando de Comodoro Rivadavia. Aterrizó en Trelew y nosotros teníamos que esperar hasta que viéramos algún movimiento extraño. Entonces no había celulares, como ahora. Estábamos como simples pasajeros. Teníamos que tomar por asalto el avión en el momento en que vinieran los compañeros. La toma se hacía en la escala de Trelew. El avión llegaba y se suponía que había un momento de espera. Abajo, en el aeropuerto, estaban tres compañeros: Ana Baisman, de las FAR, Jorge Luis Marco, que era el responsable militar del ERP, y otro compañero de las FAR. Anita tenía la tarea en relación con el avión. Y Marco, la relación del aeropuerto con el penal. Como no llegaban, Ana inventa una historia con el equipaje. Y esperan. La fuga iba a comenzar cuando nos comunicáramos con Trelew para avisar que salía el avión. Los compañeros de afuera avisaban a los de adentro. Se inicia la fuga. A partir de ahí ya estaba todo en marcha: lo que ocurrió fue que el avión no estaba ni siquiera en la cabecera de la pista sino muy cerca del aeropuerto y nosotros vimos un gran movimiento extraño. Y decidimos tomar el avión. Fernández se encargó de la cabina y yo de las azafatas, que eran cinco. Llevamos el avión a la cabecera de la pista porque suponíamos que ya venían los compañeros.

–Como el penal era alejado, la idea era ir al Chile de Salvador Allende. Era un viaje que tenía una cantidad de interrogantes políticos y dificultades operativos. ¿Cómo se pensó esa fuga entre organizaciones que hasta ese momento operaban de modo distinto, con sus propios planes operativos?

C.C.: –Sobre la fuga siempre se conversaba entre las organizaciones que tenían operaciones parecidas. A veces se llevaban a cabo conversaciones conjuntas. En el caso de Rawson, Tinqui (Marcos Osatinsky) venía de Córdoba, no de Buenos Aires. Fueron los primeros presos en llegar, con nosotros. Quieto llega después. Y, en joda, nos decía que les habían frustrado el plan de fuga a los cordobeses, porque ellos habían estado haciendo un túnel. Entonces había que trabajar en un nuevo plan. Se hacen los relevamientos, vamos a distintos pabellones y, después, la idea de la fuga la trabajaron los compañeros que eran responsables de cada organización. Nosotros sabíamos que teníamos que establecer la idea de salir en libertad para retornar a nuestra militancia. Los compañeros del ERP, FAR y Montoneros deciden hacer un túnel. Se busca el traslado de un grupo de compañeros al pabellón 5, que está cerca del muro de contención, para que trabajen. Todo eso se fortalece a partir de un gran debate político entre las organizaciones. Se mezclan los compañeros y se establece que no tiene que haber una organización que maneje todo sino que las cosas se harán en conjunto. Mucha discusión política. Yo vengo del peronismo y me toca discutir de peronismo con el Robi Santucho. Yo era peronista por historia, por mi viejo, por sentimiento, por una serie de cosas. Y no quería discutir con el Robi. Y me dijeron: “Bancátela. Aprendé a defender tus convicciones”.

P. C.C.: –Yo reivindico el hecho de que había decenas de personas enteradas de esto y, sin embargo, se pudo conspirar. Hay una leyenda que dice la inteligencia de los “servicios” impide que uno conspire con eficacia. La experiencia nuestra fue todo lo contrario. Ese secreto lo mantuvimos durante meses sin que el enemigo se enterara. Es la historia de una conspiración victoriosa. La primera gran frustración fue que la celda de Gorriarán, desde donde cavábamos, se llenaba de agua. En el piso, con una paciencia de presos, se había cortado el intersticio de las baldosas con una hoja de afeitar y se penetró hasta el final del contrapiso. Había la posibilidad de levantar cuatro baldosas y cavar medio metro de profundidad. Una vez que se hizo, pensamos que la mitad del trabajo estaba hecho. Pero fue una frustración porque se llenaba de agua y de piedritas. Se utilizó eso para esconder cosas. Pero cada vez que había requisas o sospechas, teníamos que llenar el intersticio de las baldosas con una mezcla.

–En algún momento se cambia esta idea del túnel por otra. ¿Cómo terminó en esa de tomar el avión de Austral?

A. F.: –A veces la historia oficial de las organizaciones muestra un grupo absolutamente decidido, que son los que estaban presos, y que los que estaban afuera eran los que tenían más dudas. Yo estuve 11 años preso. Sé de lo que hablo. Es un ambiente muy particular. Uno sueña todas las noches con la libertad. Afuera la realidad eran 1.500 kilómetros de distancia, sin ningún apoyo logístico en la zona. Yo pertenecía al Comité Capital del ERP y me mandan; estuve cerca de dos meses recorriendo la Patagonia y haciendo tareas. Una consistía en ver las posibilidades de otras alternativas, como cavar pozos. Pero era imposible trasladar agua a ciento y pico de compañeros fugados, dos litros por día y comida. Y luego, caminar kilómetros por esa Patagonia donde a los 15 días uno veía las propias huellas que había dejado. Buscábamos pistas de aterrizajes en estancias, compañeros de las FAR fueron a Paraguay a ver si podíamos conseguir un avión. Había uno para 30 personas. Pero serían 115. El tema siempre era el número. Y llegó un momento en que la única posibilidad era el vuelo de Austral. Ahora quiero contar lo que no se sabe: imagínense un avión, de 100 plazas, que tiene que bajar a todos los pasajeros en el aeropuerto en medio de la confusión y subir a 140 compañeros. 115 que venían del penal, cinco que venían en los camiones, tres que estaban abajo organizando esa movida, los que venían en el avión y, el tema más complicado, 10 compañeros, entre los que estaba yo, que teníamos que contener a los marinos de la base. Una vez que empezara todo, era posible que los marinos se enteraran. Había 10 compañeros, bien armados, para parar todo. No nos preocupaba, y digo esto para que vean el nivel de determinación que teníamos. Era una operación que tenía tiempos muy justos. Se cometió un error de apreciación, el compañero del camión que no llegó a entrar. Pero está en el marco de que los compañeros de las FAR, 36 horas antes, en una reunión conjunta con el ERP en Bahía Blanca, plantearon levantar la acción. Estos compañeros habían tenido un enfrentamiento con la policía en Liniers en el que hubo tres muertos. No era que no estaban decididos, eran compañeros muy comprometidos. Eran tantas las presiones que había... El 13 de agosto habían estacionado en el mismo aeropuerto de Trelew tres aviones militares de la base aeronaval. Y nosotros nos preguntábamos por qué los habían estacionado ahí. Esto hizo que cambiáramos el plan operativo y que les dijéramos a nuestros compañeros que se quedaran en Buenos Aires. Y que Palmeiro y yo fuéramos a tomar el avión, simplificando todo, reduciendo al mínimo y esperando que todo saliera bien. Hubo muchos compromisos. Yo me acuerdo de la frase que dijo Marco: “En esta instancia, si vamos a morir, morimos nosotros tres”. El responsable militar del ERP, el responsable del comité Capital y un miembro del comité militar que tenía los equipos en la provincia de Buenos Aires. Era totalmente jugado, era a todo o nada.

–Entre la cárcel de Rawson y el aeropuerto de Trelew hay una distancia. En realidad, de todo el grupo, sólo 25 pudieron abordar los camiones que estaban ahí. Porque hubo una serie de problemas operativos. Eso es lo que dificulta y hace que el avión saliera con el primer grupo, compuesto por seis presos, los máximos dirigentes, que son los que se salvan, y quedaran 19 fugados de la cárcel en el aeropuerto y los otros dentro del penal.

C.C.: –A propósito de lo que cuenta Alejandro, uno se va a enterando de más cosas cuando cada uno relata la parte que le tocó. Cada uno manejaba una parte. Sabíamos cuál era el plan de fuga en general, pero después cada grupo de compañeros tenía su tarea en este engranaje donde todo era muy justo. El programa de adentro se hizo perfecto. Hubo pequeños errores, pero se fueron solucionando. Falló la entrada de los camiones. Hubo mala interpretación de las señas. Sólo entró un auto que manejaba Carlos Goldemberg, quien tenía entonces 18 años, que dice que como vio que se iban los camiones entró para ver si necesitábamos algo. Nosotros estábamos en la puerta. Entre Robi y Marcos Osatinsky dicen que llamen remises y nos juntamos en el aeropuerto. Suben los seis compañeros de la conducción de las tres organizaciones. Los otros esperábamos y sólo llegaron tres remises. Se demoraron porque no tenían la misma agilidad. Y había que esperar un auto para que todo el grupo fuera junto. Yo alcanzo a sentarme en uno de los autos. Pero alguien me dice que faltaba La Vieja, que era Alfredo Elías Kohon. Kohon viene corriendo, me da un abrazo y me dice: “Nos vemos afuera”. Otro me dice: “Esperamos el próximo”. Ese próximo nunca llegó. Nos quedamos en la puerta un rato largo hasta que dan la orden de retirada y resistimos con los rehenes. Pero es cierto que todo fue muy finito: los camiones que no entraron, el enfrentamiento con el guardia que se resiste. No era la intención herir a nadie. El guardia Valenzuela fue el único que intentó resistirse y es el único muerto de la fuga. Son cosas que pasan.

P.C.C.: Nosotros teníamos como tarea apoderarnos del ala izquierda, cuando Santucho, Osatinsky y el resto del grupo de vanguardia se iban apoderando de los distintos centros neurálgicos. Quedaban las distintas alas del penal sin contener. Yo estaba con Haidar, uno de los compañeros que sobrevivieron al fusilamiento. En medio de semejante trama a veces pasan cosas hasta graciosas. Nosotros habíamos hecho un chequeo que evidentemente no había sido tan eficaz; pensábamos que era muy probable la existencia de gente durmiendo al lado de la obra. Y que había cambio de guardia en el dormitorio de oficiales. Yo entro pensando que iba a encontrar a tres o cuatro personas durmiendo. Y encuentro a un solo tipo tapado hasta la cabeza. Trato de despertarlo. Lo sacudo. Y nada. Le digo que se despierte, que éramos guerrilleros que habíamos tomado el penal y que lo haríamos prisionero. El tipo saca la cabeza, me mira, sonríe y se vuelve a tapar. Pensó que era una broma de sus amigotes. Hubo que sacarlo medio a la fuerza. En el recinto del teléfono, donde creíamos que a lo sumo habría un telefonista, me encuentro una mesa con 11 oficiales sentados, que apenas entraban, que discutían no recuerdo sobre qué cosa, y un viejito sentado a la cabeza. Casi me desmayo: ¿Cómo iba a hacer yo solo para desarmar a 11 tipos? Entonces, interpelo al viejito y le digo que se rinda. Yo iba muy atildado, porque la idea era ir vestido como si fuéramos a una fiesta. El hombre se rinde. Y se rinden todos. A la vista no tenían armas. Yo tenía una pistola 45, con una bala de 1936. Ellos se tiraron al piso. A los dos minutos el compañero del calabozo me grita para saber qué pasaba, ya que yo no había llevado a la persona que presuntamente tenía en mi poder. Es que eran muchísimos. Y solo yo no podía. A los cinco minutos, aparece Vaca Narvaja vestido de teniente del Ejército. Con mucha prolijidad las compañeras le habían hecho el traje. Aparece por el medio del patio con decenas y decenas de cadetes del penitenciario, a los cuales había engañado: los traía a paso de ganso. Primero, los encerró en el calabozo y luego me ayudó con los que yo tenía. El único problema que hubo fue que en medio de todo se escuchó un primer tiro y luego otro no tan fuerte. Resulta que un guardia se había parapetado con un fusil Fal detrás de una columna a la entrada. Imaginate que con un guardia a la entrada, parapetado con un Fal, no podía salir nadie. Los compañeros no pudieron hacer otra cosa que anularlo. En ese momento, el compañero que tenía que entrar con el camión se confundió y creyó que la fuga había fracasado. Cuando era frecuente que los guardias aburridos dispararan en la cárcel.

–Las anécdotas pintan muy bien el clima y la fragilidad de una época. De un gran voluntarismo y, sobre todo, la libertad para volver a la militancia. Pasaron 40 años de estos hechos y los tres que sobrevivieron a las balas de los fusilamientos de ese 22 de agosto y volvieron a la militancia fueron víctimas de la última dictadura por esa determinación revolucionaria. A 40 años, ¿cómo recuerdan esa militancia, cómo viven hoy el momento de la política?

C.C.: –Quiero agregar que ya en ese momento de la dictadura estaba funcionando la doctrina de la seguridad nacional. Es Lanusse personalmente quien habla con Paganini, capitán jefe de la base, para que los lleve ahí. Luego, el fusilamiento se produce cuando los ministros de Relaciones Exteriores de la Argentina y de Chile conversan, y este último le dice que no los van a devolver. Había una gran presión de Lanusse sobre Salvador Allende. El fusilamiento viene en ese momento. Hay otro detalle. El Ejército es determinante en toda esta operación, y lo dice Lanusse en su libro, que él dio la orden de retomar el penal a sangre y fuego. Si no me equivoco, fue el general Sánchez Bustamante… o fue el general Betti, no recuerdo… Pero bueno, desobedeció la orden de Lanusse y negoció la entrega, que fue un momento muy difícil para los presos. En resumidas cuentas, todo fue muy especial. Nos marcó a todos como generación. Uno sigue apostando a esta conducción, aun con diferencias y contradicciones. Había objetivos mucho más profundos que las diferencias. Y al día de hoy nos encontramos igual. Una construcción cada vez más firme y que tenga que ver con rescatar los valores de entonces.

P.C.C.: –Lo que pasó merece ser recordado. No éramos diferentes al resto de una generación que tomó la militancia como el eje de sus vidas. Éramos gente normal y nos tocó vivir momentos excepcionales.

12/08/12 Miradas al Sur
 

El preso 26

Luis "Nono" Ortolani. Negoció la entrega del penal de Rawson por parte de los presos que se habían quedado adentro el 15 de agosto de 1972, después de que salieran los primeros 25 y se frustrara la fuga del resto. En Devoto, dos sobrevivientes le contaron los detalles de los fusilamientos del 22 de agosto.

Por Victoria Ginzberg

La fuga del penal de Rawson se planeó en tres niveles. El primer grupo era de seis, los máximos dirigentes de las organizaciones Montoneros, PRT-ERP y FAR, que lograron subirse al avión que los llevó a Chile. Un segundo, de 19, salió de la cárcel, pero se quedó en el aeropuerto y terminó en la base Almirante Zar. Esos 19 fueron fusilados el 22 de agosto de 1972. Había un tercer grupo hasta contar 116, que era el número de personas que entraban en el avión que se pretendía tomar. “Si algo salía mal, el primero que se quedaba adentro, el preso número 26, que vengo a ser yo, tenía que llamar a los remises para que se fueran los otros”, cuenta Luis “Nono” Ortolani. El 15 de agosto de 1972 fue el encargado de negociar la rendición de quienes habían quedado dentro del penal. Una semana después, se enteró por radio de la muerte de sus compañeros. Desde ese mismo momento supo que la versión oficial era mentira de principio a fin, pero el detalle de cómo fueron los asesinatos lo supo en uno de sus traslados a Buenos Aires, cuando pudo hablar en el patio de Devoto con René Haidar y Alberto Camps, dos de los tres sobrevivientes de la masacre. Ortolani militaba en el PRT-ERP, estaba a cargo del área de propaganda. Lo arrestaron en 1972, en Córdoba, después de una reunión de la Escuela de Cuadros, en Salsipuedes, cuenta, y hace notar la ironía del nombre del lugar. Tiene 73 años, vive en Rosario y hace 24 años conduce el programa Hipótesis, en LT28.

–¿Cómo se empezó a hablar de la fuga?

–El preso político cae y lo primero que piensa es cómo fugarse. Cuando declaré el 2 de agosto en el juicio oral, hice esta comparación: en los ejércitos convencionales, en una guerra entre países, los soldados son civiles llamados a filas, no tienen obligación de fugarse, pero los oficiales sí, porque ellos han elegido la carrera militar. Como nosotros todos habíamos elegido ser combatientes y militantes teníamos obligación, nuestro pensamiento estaba en la lucha junto al pueblo, junto a nuestros compañeros, organizando a la gente.

–Y primero se pensó en un túnel.

–Al principio habíamos pensado en un túnel, pero el terreno de Rawson es muy jodido, salía tierra con piedras y eso lo llevábamos disimulado en mochilas que hacían las compañeras arriba y nos las mandaban. Había cosas que entraban de afuera, yo no sé cómo. Una de las claves de la fuga fue un celador. Los compañeros de la dirección iban entablando charlas con los celadores y encontraron uno que era afable y que tenía cierta afinidad. Sobre eso se le ofreció una compensación económica si contribuía con la fuga. Uno de los elementos que se tuvieron en cuenta para definir la fuga el día 15 de agosto era que estuviera él de guardia. Otro elemento era que fuera feriado.

–¿Y cómo se planeó esta fuga?

–La fuga se planeó con tres escalones: el primero eran los dirigentes principales, Mario Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna, del PRT-ERP; Carlos Osatinsky y Roberto Quieto, de las FAR, y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros. Ellos se fueron en un auto, son los que alcanzaron a tomar el avión, lograron llegar a Chile y después se exiliaron en Cuba. El segundo escalón era de 19, que completaba el número de 25. Durante la toma, ese grupo iba asegurando las distintas posiciones, la enfermería, por ejemplo. Los otros iban abriendo las puertas. El resto, hasta completar 116, participaba en la fuga desde distintos pabellones. A Agustín Tosco, que estaba en el penal, se le ofreció participar. El dijo que era un dirigente sindical y que iba a esperar que lo sacaran las masas con su lucha, pero que estaba de acuerdo y que lo que pudiera hacer por los compañeros estaba a disposición. Los milicos pensaban que ese lugar era inexpugnable, porque realmente era imposible venir desde afuera a tomarlo. Por eso, se invirtieron los términos: tomar el penal desde adentro e irse en un avión de línea. En el avión había 120 asientos, pero en Comodoro Rivadavia subían cuatro compañeros, por eso la fuga era para 116. Tenían que venir dos camiones o un camión y una camioneta. El problema es que en la guardia de prevención, que es el lugar más exterior de la cárcel, que está bastante adelante del muro, hay un guardia que se resiste, se produce un tiroteo y muere un guardia. El que venía en el primer camión escuchó los tiros e interpretó o creyó haber visto una señal con unas mantas y entendió que la operación había fracasado, pero no es correcto porque no había ninguna consigna para decir que la acción había fracasado. Si había problemas con los camiones, el preso número 26, que era el primero que se quedaba adentro, que vengo a ser yo, tenía la tarea de llamar a los remises para que se fueran los 19. Desde una de las oficinas que habíamos tomado, pregunté a los guardias, que estaban esposados, el número de los remises. Les dije que vinieran a buscar visitas. Teníamos 26 rehenes. Quedaron, además, de rehenes involuntarios, un matrimonio con una hijita que eran visita de un preso común.

–¿Qué hicieron ustedes en el penal mientras los 25 se iban al aeropuerto? ¿Se enteraron de lo que pasaba?

–Teníamos radio, nos enteramos de que los 19 habían quedado en el aeropuerto, que había habido algún problema, escuchamos la conferencia de prensa que se hizo allí. Mientras tanto, nos organizamos. Yo me coloqué muy cerca de una barricada que armamos con muebles en la puerta, en una puertita que conducía a las calderas, para poder, desde allí, hablar con alguien de afuera. Detrás de mí se iban formando escalones de compañeros armados. Yo hablaba con alguien, no sé quién era, pero algunos compañeros que tienen mejor oído me han dicho que era el capellán del penal, que después les transmitía a los penitenciarios. Yo nunca di mi nombre, éramos dos voces en la noche. De acuerdo con las instrucciones que yo había recibido de los compañeros de la dirección, pido lo mismo que los que ocupan el aeropuerto, que vengan jueces y periodistas para garantizar nuestra vida y nuestra integridad física. Me contestan que no se puede porque la zona ha sido declarada de emergencia al mando del general de brigada (Eduardo) Betti. Entonces yo le digo, después de una consulta rápida con mis compañeros, que las garantías nos las dé el general Betti por radio. Les digo, “si ustedes intentan tomar la cárcel por asalto, nosotros somos 110 personas, hemos tomado armas y estamos dispuestos a resistir y esto va a ser una masacre”. Lo primero que pedí es que dejaran salir a los tres civiles que habían quedado de rehenes involuntarios y no los dejaron salir. Cuando declaré en la causa les dije, “señores jueces, nosotros luchábamos por la vida y no por la muerte, porque el proyecto de la represión, que era tomar la cárcel por asalto, hubiera causado muchas muertes de los que estábamos adentro, pero también de los rehenes, e iban a tener bajas ellos, entre las cuales había soldados que eran ciudadanos civiles llamados a la conscripción, que, como sucedió con los soldados de Malvinas, nadie les preguntó si querían ir, y a estos otros nadie les preguntó si querían o no tomar una cárcel donde había guerrilleros armados dispuestos a defenderse”. Intenté con esta descripción decir que nosotros actuábamos con profesionalismo militante y no improvisados. El presidente del tribunal preguntó si era posible que hubiera una fuga improvisada. No mencionó la versión oficial de la marina sobre Trelew, pero se refería a eso. Le dije que las fugas siempre eran muy bien planificadas.

–Pero ustedes estaban dispuestos a resistir...

–Yo les decía que estábamos dispuestos a combatir pero que no queríamos hacerlo, que queríamos entregarnos, entregar las armas y los rehenes con la sola condición de que por radio se nos dieran garantías de nuestras vidas y nuestra integridad física. Eso se repitió varias veces a lo largo de la noche, porque el general Betti no estaba en un escritorio, estaba en su brigada. Las tropas iban llegando en camiones o helicópteros y cada vez que llegaban nuevas tropas, ellos avanzaban hacia el penal, Cuando los compañeros de atrás veían que avanzaban, se corría la voz hacia adelante, yo pedía nuevamente el diálogo y repetía mis argumentos. Esto se sucedió cinco o seis veces a lo largo de la noche hasta que a las siete treinta, el general Betti, dándole la formal de ultimátum, para mantener el principio de autoridad, nos dio las garantías. Dijo más o menos lo siguiente: “Este comando informa a los extremistas que se encuentran en estado de rebelión, ocupando ilegalmente la cárcel de Rawson, que a las ocho la cárcel será tomada por asalto. Si se rinden antes de esa hora y entregan las armas y los rehenes que tienen, este comando les garantiza su vida y su integridad física”. Ahí yo pedí hablar con un jefe penitenciario y dije que las garantías habían sido dadas, que ellos eran parte de esas garantías y que íbamos a enviar a los rehenes con las armas, que las íbamos a cargar en mantas para que los rehenes las arrastraran y que a las 8.15 íbamos a estar cada uno en su celda. Ellos dijeron que estaban de acuerdo y que a las 8.15 iban a entrar y si había gente fuera de su celda se iba a hacer fuego. Entraron, las garantías se cumplieron, no hubo, en ese momento, represión. Sí nos quitaron todo, quedamos a celda pelada, nada más que con el uniforme puesto, una muda de ropa muy escasa, una manta y el colchón. Nos proveyeron unas bacinillas porque el régimen quedó de puertas cerradas.

–¿Y el 22 cómo se enteraron de la masacre?

–Todas las cosas que sacaron de nuestras celdas, por lo menos en el caso del pabellón 5, quedaron en el medio del pabellón. En una salida al baño, un compañero logró robarse una radio pequeña y pudimos escuchar las noticias. De esa manera, la mañana del 22 de agosto nos enteramos de la masacre. Comenzamos a los insultos por la ventana y a avisar a los otros pabellones y se generalizó. La radio informó que hubo un intento de fuga, era la versión oficial, que la fuga había sido reprimida y que había muertos y heridos. Nosotros estábamos seguros de que había sido un fusilamiento, nunca se hace nada improvisado y menos en las condiciones en las que estaban ellos, los habían humillado, los habían hecho barrer desnudos, los golpearon. El 22 de agosto, sobre llovido mojado, aparte del dolor de saber que habían matado a nuestros compañeros, se nos vino una requisa con todo. Hubo golpes, costillas rotas, narices rotas, y todo lo que había quedado en el medio del pabellón lo tiraron en la cancha de fútbol y le prendieron fuego, guitarras, libros. Así quedamos durante 30 días. Después empezamos a salir de a poco, pero nunca fue el régimen de antes.

–¿Y cuándo pudo hablar con los sobrevivientes?

–En diciembre me trasladaron a Buenos Aires para declarar en el Camarón (La Cámara Federal en lo Penal, que se ocupaba de los presos políticos) y tuve oportunidad de hablar con Alberto Camps y René Haidar. Ellos estaban aislados en Devoto, en dos lugares distintos, pero después empezó a haber una vida más normal y pude hablar con ellos en el patio. El reencuentro fue muy triste, muy doloroso. Me contaron lo que se divulgó después, lo que escribió Paco Urondo en La Patria Fusilada. Relataron que a la madrugada les dijeron que hicieran el mono, en el lenguaje carcelario es poner todas las cosas en una manta y hacerle cuatro nudos, y que se formaran que los iban a trasladar a Rawson. Camps y Haidar estaban en las últimas celdas, por eso pudieron sobrevivir. Camps estaba con Mario Delfino, mi cuñado, al que le decían Cacho. Haidar estaba con Carlos Astudillo. En determinado momento empiezan a escuchar disparos de ametralladora. Primero creen que es un amedrentamiento, pero cuando miran adelante, ven que están cayendo, se dan cuenta de que los están matando y se tiran adentro de la celda. Ahí aparecen (los capitanes Luis) Sosa y (Roberto Guillermo) Bravo y empiezan a escuchar tiros de 45, están rematando. Camps y Delfino se despidieron de forma muy sencilla. Camps le dijo: “Bueno, Cacho, ésta es la boleta, chau”. “Chau, Alberto.” Entraron a la celda y les preguntaron si iban a declarar, contestaron que no y les pegaron un tiro a cada uno. A su turno, Haidar, para desorientar dijo “podemos declarar”, el tipo se desorientó, venía con la pistola a martillar y se retiró, pero vino otro y sin preguntarles nada les pegó un tiro a cada uno. Haidar me contó que el tiro le hizo dar una vuelta en redondo, cayó de rodillas con el cuerpo sobre la cucheta. El era muy corto de vista y los lentes se le habían caído a unos 30 centímetros de su cabeza. Veía los lentes, veía el charco de sangre que se formaba y sentía el silbido de sus pulmones, o sea que la bala le había atravesado los pulmones. Pensaba “¿agarro los lentes o no agarro los lentes? Si no los agarro, no veo nada, pero si intento agarrarlos y alguien me está mirando se da cuenta de que no estoy muerto y me remata”. Después entró otra gente de la Base que estaba ajena al grupo que perpetró la masacre. Haidar vio por el rabillo del ojo un guardapolvo blanco y se quejó para que vieran que estaba vivo y lo pusieron en una camilla, donde se desmayó. Se despertó en el Hospital Naval de Bahía Blanca.

–¿Cómo se vivía en el penal? ¿Había temor de que pudieran tomar las mismas represalias?

–Pensábamos que no. Confiábamos mucho en la solidaridad de la gente y eso es lo que nos salvó. Cada vez que había actitudes agresivas empezábamos a los gritos y desde afuera se escuchaba. El penal estaba en medio de la ciudad y siempre había alguien que iba a la cárcel a presionar. Salía en los diarios, movían a los abogados. A su vez, los periodistas, los abogados, los familiares eran amenazados.

–¿Cuándo salió en libertad?

–Salí de Devoto, con el Devotazo. Fuimos a visitar a nuestras familias y volvimos a la militancia. Caí preso de nuevo en 1975, estuve ocho años y medio, gran parte en Coronda.

–¿Qué expectativa le genera el juicio sobre la masacre que se está haciendo actualmente?

–Quiero destacar el apoyo que me dio la gente de Protección al Testigo del Ministerio de Justicia y las secretarías de Derechos Humanos de la Nación y de Chubut. Mi expectativa es positiva. Espero que les den un castigo merecido. En aquel entonces pensábamos en una justicia revolucionaria. Bueno, ahora se está juzgando por la lucha de muchos años, de familiares, de gente y también por la voluntad política de los gobiernos actuales.


Las víctimas

- Carlos Alberto Astudillo (FAR), 28 años

- Rubén Pedro Bonet (PRT-ERP), 30 años

- Eduardo Adolfo Capello (PRT-ERP), 24 años

- Mario Emilio Delfino (PRT-ERP), 29 años

- Alberto Carlos del Rey (PRT-ERP), 23 años

- Alfredo Elías Kohon (FAR), 27 años

- Clarisa Rosa Lea Place (PRT-ERP), 23 años

- Susana Graciela Lesgart (Montoneros), 22 años

- José Ricardo Mena (PRT-ERP), 21 años

- Miguel Angel Polti (PRT-ERP), 21 años

- Mariano Pujadas (Montoneros), 24 años

- María Angelica Sabelli (FAR), 23 años

- Ana María Villareal de Santucho (PRT-ERP), 36 años

- Humberto Segundo Suárez (PRT-ERP), 25 años

- Humberto Adrián Toschi (PRT-ERP), 25 años

- Jorge Alejandro Ulla (PRT-ERP), 27 años

Los tres sobrevivientes, María Antonia Berger (Montoneros), Alberto Miguel Camps (FAR) y Ricardo René Haidar (Montoneros), fueron secuestrados y desaparecidos durante la última dictadura.


Una pedagogía del terror

Por Rodolfo Mattarollo *

El presidente de la Cámara Federal, una y otra vez, miraba la foto de cuarenta años atrás y la comparaba con el testigo hasta que éste dijo “sí, señor presidente, los ultrajes del tiempo, como dice Borges”.


La foto mostraba la última rueda de prensa en Trelew de cinco abogados, entre la fuga y la masacre del 22 de agosto de 1972. De esos abogados, tres están vivos: Pedro Galín, Carlos González Gartland y quien esto escribe y declaraba ante el Tribunal como testigo hace dos meses en los términos antes transcriptos. Dos de esos abogados han muerto, Rodolfo Ortega Peña, asesinado el 31 de julio de 1974 por la Triple A, y Eduardo Luis Duhalde, fallecido en abril de este año, mientras era secretario de Derechos Humanos de la Nación.

Con Eduardo definimos muchas veces la masacre de Trelew como el “ensayo general del terrorismo de Estado” y vimos en este crimen de lesa humanidad, por su naturaleza imprescriptible, un despliegue premonitorio de “una pedagogía del terror”.

Algunos sabíamos que tres de las nuevas organizaciones revolucionarias de la Argentina, surgidas al calor del Cordobazo y de amplias manifestaciones populares contra la dictadura de Juan Carlos Onganía, durante ese invierno del ’72 se disponían a realizar un vasto operativo conjunto de evasión en el sur.

La fuga del penal de Rawson, en Chubut, una cárcel de máxima seguridad, tendría el doble sentido de rescatar cuadros para la lucha popular y avanzar hacia la unidad de los revolucionarios mediante la superación de las divisiones entre enfoques del peronismo combativo y de la nueva izquierda marxista. Tan importante era la fuga en sí misma como comenzar este largo camino de unidad que habían recorrido otros movimientos de liberación en la región y en el mundo.

La crueldad, que se volvería sistemática, de la reacción dictatorial añadía ese elemento que justificaba la actual competencia de la Justicia Federal para investigar y juzgar el crimen, ya que la inhumanidad y falsedad de motivos para explicar lo ocurrido en la base Almirante Zar en esa madrugada de invierno patagónico de hace cuarenta años, forma parte de ese carácter global de actos crueles e inhumanos contra toda población civil que es uno de los rasgos propios del crimen de lesa humanidad.

En términos más amplios que los de su definición jurídica, esa pedagogía del terror aparece como una constante de nuestra historia para enfrentar criminalmente la resistencia generada por la exclusión social, rasgo ya presente en los fusilamientos de la Patagonia durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen.

Ese drama nos indica la vastedad de los programas de ingeniería social que requiere un país que ha conocido desde sus orígenes esos grandes desgarramientos. La Justicia viene a restaurar de esa manera el tejido social y cumple una función irremplazable, la de restituir el lugar de la dignidad humana en el seno de sociedades divididas y restaurar valores éticos esenciales sobre los que una sociedad justa y humana basa su existencia.

Estamos viviendo una situación históricamente privilegiada, la de ser protagonistas de ese gran proceso de reconstrucción de la democracia y la vigencia de los derechos humanos, nunca total ni enteramente satisfactoria.

Contra lo que pensaron algunos de los luchadores caídos en Trelew, al término del túnel dictatorial no nos aguardaba la revolución socialista, sino la conquista de una “democracia avanzada”, con sus permanentes y diarios desafíos, pero al mismo tiempo síntesis de una voluntad política estatal irremplazable y de innumerables luchas sociales, que hoy día permite, cuarenta años después, la investigación y juzgamiento de esta segunda tragedia patagónica.

Domina mis recuerdos, como una frase musical, la suave sonrisa de mi defendida, María Angélica Sabelli, profesora de matemáticas y militante popular, asesinada en Trelew en plena juventud.

* Embajador de Unasur en Haití.


Las nuevas pruebas del juicio a los fusiladores

La incorporación en la causa de una serie de documentos que la Marina mantuvo ocultos hasta hace un mes y el testimonio de un teniente retirado que vio los cadáveres “hechos un colador de tiros” son hasta ahora los principales hallazgos del proceso. La sentencia se espera para mediados de octubre.

Por Ailín Bullentini

El histórico juicio por el fusilamiento de 19 presos políticos el 22 de agosto de 1972 atraviesa, en estos días de nostalgia y memoria, la recta final hacia el objetivo principal: probar que la Masacre de Trelew implicó delitos de lesa humanidad, por lo tanto imprescriptibles, y condenar a sus responsables. La incorporación al proceso de una serie de documentos que la Armada mantuvo secretamente escondidos hasta hace poco más de un mes y el testimonio de un marino que entonces vio los cadáveres “hechos un colador de tiros” fueron los sucesos de más valor hasta el momento y, probablemente, sean los más importantes de la causa. Además, las querellas y la fiscalía valoran positivamente el aporte que realizaron la mayoría de los testigos que hablaron ante el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia y esperan con expectativas las últimas dos semanas de audiencias del juicio.

Tras un fallido intento de fuga del penal de Rawson, en la madrugada de aquel 22 de agosto de hace cuatro décadas, 19 jóvenes militantes de Montoneros, PRT-ERP y FAR fueron fusilados en la Base Almirante Zar de Trelew. La versión oficial de la Marina fue que nuevamente habían intentado fugarse. Pero tres de los fusilados lograron sobrevivir y, junto con otros testigos, contaron la verdad de la masacre.

Para las víctimas, las puertas de la Justicia recién comenzaron a abrirse en febrero de 2006, cuando el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) se hizo eco del pedido de un grupo de familiares de los militantes para que se iniciara una causa penal por las muertes. Seis años más pasaron hasta la llegada de la instancia definitoria, el juicio oral. Hace poco más de tres meses, y en audiencias que suceden en forma espaciada –dos semanas de cuarto intermedio por cada semana de actividad–, los jueces Enrique Guanziroli, Pedro de Diego y Nora Cabrera de Monella intentan determinar la responsabilidad de los cinco marinos retirados acusados, Luis Sosa, Emilio Del Real, Rubén Paccagnini, Jorge Bautista y Carlos Marandino.

Que haya o no sentencia condenatoria depende del reconocimiento de las muertes como crímenes de lesa humanidad –como hasta ahora los consideró la Justicia Federal–. La condena no sólo encarnaría un acto de justicia para los familiares de las víctimas, sino que también serviría para insistir en la extradición desde los Estados Unidos del marino Roberto Bravo, el único sospechoso que esquivó el banquillo de los acusados. “Bravo logró la residencia estadounidense amparado en que nunca hubo denuncias en su contra, pero la realidad es que en la causa lo nombran desde el principio. La sentencia condenatoria servirá para insistir con traerlo de vuelta y juzgarlo”, explicó Carolina Varsky, abogada del CELS a cargo de la querella de los familiares.

“Después de 40 años, llegamos a la etapa final del juicio por los crímenes. No hay dudas de que los hechos ocurrieron tal cual los tres sobrevivientes pudieron declarar en su momento”, reflexionó Varsky, en referencia a los testimonios que Alberto Camps, Ricardo Haidar y María Antonia Berger, sobrevivientes de la masacre, ofrecieron desde sus celdas en la cárcel de Devoto a la Justicia civil poco después del crimen. Luego, eternizarían ese relato en La Patria Fusilada, el libro que contiene la entrevista que los tres le dieron al poeta, periodista y militante Francisco Urondo. Todos ellos continúan desaparecidos.

“Hay que diferenciar entre lo que se reconstruyó desde la literatura con relación a la masacre y lo que tenemos que probar en el juicio”, advirtió el fiscal de Rawson, Fernando Gelvez –representa al Ministerio Público junto a Horacio Arranz, de Comodoro Rivadavia y Dante Vega de Mendoza–. “La literatura por sí sola no prueba nada. Son los jueces los que deben definir”, agregó.
Testimonio clave

El fiscal Gelvez coincidió con el abogado de la Secretaría de Derechos Humanos, Germán Kexel, en que el reciente testimonio del teniente retirado Agustín Magallanes fue clave. Sobre todo, por la impresión que provocó al tribunal. “No”, respondió cuando el juez Guanziroli le consultó si creía en la verosimilitud de la versión oficial de los hechos. La historia de Magallanes es importante porque se trata de un militar que estuvo en la Base Zar durante la madrugada de la masacre, vio los cadáveres “amontonados, hechos un colador de tiros” y participó de la reconstrucción de lo ocurrido dirigida por Bautista un día después de los asesinatos.

En aquella reconstrucción, Magallanes ofició de una de las víctimas. Entonces, escuchó a Del Real, Bravo, Marandino y a Sosa relatar, diferencias más o menos, lo que luego se convirtió en la versión oficial. “Los detalles de Magallanes son fundamentales porque permite plantear una contradicción entre lo que dijo Sosa ese día y lo que dijo en instrucción”, apuntó Kexel. Según el teniente retirado, ante Bautista, Sosa se ubicó al final del pasillo por el que se enfrentaban los calabozos cuando supuestamente los detenidos le hacen una toma de karate para intentar fugarse. En instrucción, se posicionó en el inicio de ese pasillo. “Es evidente que los dichos de Sosa son una creación exculpatoria de justificación de hechos que en realidad no existieron”, concluyó el abogado.

Otro punto importante del testimonio de Magallanes reside en las coincidencias que existen entre sus dichos, otros que ya se escucharon durante el juicio, y, fundamentalmente, lo determinado por el perito que participó de la instrucción, Rodolfo Pregliasco, quien declarará ante el Tribunal de Comodoro Rivadavia en la segunda semana de septiembre. Según Gelvez, Magallanes “dio detalles que coinciden con la pericia de Pregliasco en cuanto a cómo estaban distribuidos los detenidos en los calabozos y a las direcciones de los disparos”.
El avance

“Se está avanzando por buen camino”, aseguró Varsky en cuanto al avance del juicio hacia la definición de los fusilamientos como delitos de lesa humanidad. En ese sentido, el fiscal de Rawson indicó que lo acontecido hasta el momento “indica que hubo una persecución de determinados sectores de la población antes de 1972, que existía la tortura como plan sistemático para obtener de los presos información, que hubo asesinatos, algunas desapariciones y fusilamientos, todas cuestiones que formaban parte de una actividad ilegal por parte de la dictadura militar a cargo de (el presidente de facto Alejandro) Lanusse”.

Entre la veintena de testigos que ya participaron del juicio, las viudas de las víctimas Rubén Bonet y Humberto Toschi, Alicia e Hilda, respectivamente; los ex presos políticos Hernán Suárez, Luis Ortonali y Alicia Sanguinetti, los abogados Hipólito Solari Yrigoyen y Rodolfo Mattarollo, González Garland y Eduardo Luis Duhalde –su declaración se incorporó mediante lectura– aportaron, desde su propia experiencia, datos que permitirían enmarcar los fusilamientos en un contexto histórico de persecución política desde el Estado.
Los expedientes

Pero apareció un elemento más durante el proceso oral que permite integrar una visión del asunto desde la perspectiva del terrorismo de Estado: los documentos que la Armada mantuvo escondidos y que fueron incorporados en la causa hace poco más de un mes. Esos expedientes aportaron dos cuestiones centrales para el juicio.

Por un lado, la declaración ante la Justicia civil de Raúl Herrera, un capitán de la Armada ya fallecido que se desempeñaba como contador y que, según la acusación, fue partícipe de los fusilamientos. Los documentos aportan la primera palabra de Herrera sobre los hechos y prueba que la Armada trasladó al exterior a la mayoría de quienes participaron en los asesinatos e hizo todo lo posible para que no declararan. Además, en su testimonio, Herrera dio un punto de vista de los hechos que, si bien sigue la versión de la Marina, exhibe algunas fisuras. Por otro lado, los expedientes recuperan los papeles de trabajo de los abogados de la Armada en el marco del juicio civil iniciado por la familia de una de las víctimas. Allí se recomienda que el Estado –bajo la dictadura de Lanusse– se declare culpable de las muertes, porque las pruebas demostraban que no había habido un nuevo intento de fuga antes de la masacre. “Los abogados que defendieron a la fuerza decían que los juicios se perdían, lo cual abona la teoría de que en realidad no hubo intento de fuga de parte de los presos asesinados, sino que se trató de homicidios calificados”, dijo Gelvez.

Es muy poco lo que resta por analizar en la instancia oral. Durante la última semana de este mes darán testimonio familiares de algunas víctimas, la cineasta Mariana Arrutti –creadora del documental Trelew–, el teniente coronel Horacio Ballester, integrante del Centro de Militares para la Democracia Argentina, y la historiadora Vera Carnovale. El juicio continuará en la segunda semana de septiembre, cuando las partes recorrerán la base donde ocurrió todo. Los alegatos sucederían las últimas dos semanas de ese mes. Los cálculos preliminares indican que la sentencia del tribunal se conocerá a mediados de octubre.


ENTREVISTA CON EL HISTORIADOR ARIEL EIDELMAN

“Fue un acto extremo en un contexto de ilegalidad”

A partir de su investigación sobre el desarrollo de los aparatos represivos del Estado en el período 1966-1973, Eidelman analiza el marco en el que se produjo la Masacre de Trelew.

Por Diego Martínez

Frente a la masividad y sistematicidad de crímenes de la última dictadura, los delitos cometidos desde el aparato represivo estatal en los años previos quedan empequeñecidos. Durante la dictadura anterior, sin embargo, no sólo tuvo lugar la Masacre de Trelew sino que también hubo detenciones masivas que el Estado demoraba en blanquear, torturas para arrancar información e incluso desapariciones que quedaron impunes. A 40 años de los fusilamientos en la base Almirante Zar, el historiador Ariel Eidelman destaca ante Página/12 que “la Masacre de Trelew fue un acto extremo dentro de un contexto de ilegalidad” y resume su tesis de doctorado sobre “El desarrollo de los aparatos represivos del Estado argentino durante la ‘Revolución Argentina’: 1966-1973”.

–¿Cuál fue su objeto de investigación?

–Quise estudiar el desarrollo histórico de una cantidad de aparatos especializados del Estado, que en la década del ’70 tuvieron una gran expansión y un rol privilegiado en el vínculo entre Estado y sociedad. Quise buscar sus orígenes y desarrollo, tratar de pensar las rupturas y continuidades de ciertas políticas estatales, en particular las políticas represivas, más allá de los quiebres formales de los gobiernos.

–¿Qué períodos tomó?

–La tesis aborda la dictadura denominada Revolución Argentina, entre 1966 y 1973, y busqué hacia atrás para rastrear los orígenes de estos aparatos. En la etapa 1966/73 se pueden ver continuidades en el desarrollo de políticas represivas, pero también un reforzamiento de las capacidades de esos aparatos represivos. El rol que tienen es cada vez más importante en el vínculo Estado-sociedad civil, sobre todo después de 1969, cuando la dictadura pierde legitimidad y apoyo en la sociedad y también corporativo.

–Antes diferenció los períodos 1930-1955 y 1955-1966. ¿Cómo los caracteriza?

–Son las etapas de creación de ciertos aparatos que después serán muy importantes, en particular el Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), que se crea en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Hay una modernización de aparatos y una concentración en el SIE. Durante el primer gobierno peronista se creó la SIDE, aunque tenía antecedentes. Hay un reforzamiento de la inteligencia tanto de la SIDE, que depende del Ejecutivo, como de Policía Federal, que se creó en 1944-45. La guerra favorece el desarrollo de la inteligencia de las Fuerzas Armadas, aunque durante el primer peronismo hay un mayor desarrollo de la inteligencia de carácter civil.

–¿Y después del golpe de 1955?

–Después hay una fuerte tendencia a la militarización de aparatos civiles y del Estado en general. El permanente protagonismo del Ejército y las Fuerzas Armadas lleva a una fuerte militarización de las estructuras de inteligencia civiles: al frente de la SIDE hay por lo general militares en actividad, y el órgano de inteligencia de la Policía Federal está hasta 1962 bajo control de la Armada. Otro elemento de la etapa es el desarrollo de la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN), con los cursos de militares franceses en la Escuela Superior de Guerra, y a partir de 1961 cuando Estados Unidos define una política general para que los ejércitos de América latina asuman la DSN. Esta doble influencia directa diferencia a la experiencia argentina del resto de Latinoamérica. Antes de 1966 hay militarización de estructuras civiles y paradójicamente una tendencia, que se refuerza en 1976, a que las Fuerzas Armadas asuman tareas policiales en busca del “enemigo interno”. Si antes de la DSN las hipótesis de conflicto eran con países vecinos, después al enemigo se lo busca escondido en la población.

–¿Ese quiebre es palpable, se ve en una norma concreta, o es gradual?

–Es gradual. La DSN se va implementando en la estructura estatal y se formaliza con la ley de seguridad de 1967. Esa ley 16.970 asume explícitamente la DSN, es muy importante porque es la base de la estructura represiva en general y rigió hasta 1985.

–Es decir que la DSN fue legal durante casi dos décadas.

–Sí, tanto en gobiernos militares como civiles hubo una tendencia de esos aparatos y del Ejecutivo a brindar cierta legalidad a su accionar, a aprobar leyes para cubrir parte de esas actividades.

–¿Hasta qué punto fueron útiles esas leyes para los objetivos que perseguían? Usted estudió también desapariciones en ese período.

–Tanto en gobiernos civiles como militares, con distinto nivel de profundidad y masividad, alguna parte de la actividad represiva se coloca en un plano ambiguo respecto de la legalidad. Al analizar la cantidad de desapariciones entre 1970 y 1973 me interesaba ver cómo llega el Estado a colocar parte de su estructura en la clandestinidad y cómo se vincula con la parte legal. En la actividad de los servicios hay una tendencia a tener cierta legalidad, pero al mismo tiempo parte de su actividad bordea planos que escapan a la legalidad. Claro que una cosa es que esquivando las leyes secuestren a alguien y otra es que sea masivo como en la última dictadura.

–¿En qué otras decisiones o normas se ve la profundización de las políticas represivas en esa época?

–La ley de 1967 también centralizó los aparatos en manos del Ejecutivo e incluso creó una central de inteligencia. Aparte se aprobó cantidad de legislación represiva, especialmente después de 1969, frente al ascenso de la lucha social y política, y se creó el “Camarón”. El Ejecutivo tenía la sensación de que la Justicia Penal actuaba con demasiadas garantías y muy lentamente para los tiempos políticos, entonces creó una cámara con el objetivo explícito de perseguir lo que el Estado denominaba “delitos de subversión y terrorismo”. La Cámara fue el instrumento principal de aplicación de la legislación represiva aprobada en los años previos.

–¿A qué conclusión llegó sobre las desapariciones a principios de los ’70? ¿Hasta qué punto es claro el rol del Estado?

–Entre 1971 y 1973 hubo diez o doce desapariciones de carácter paraestatal, parapolicial, paramilitar, quiero decir servicios de inteligencia del Estado. No hay pruebas terminantes, pero sí indicios. En la mayoría de los casos da la sensación de que alguien muere en la mesa de torturas y el Estado lo hace desaparecer para borrar las pruebas. No hubo una política de desaparición, aunque en el caso de Luis Pujals, el primer desaparecido del ERP, en 1971, uno puede preguntarse si no la hubo. En esa etapa la masividad no se dio en las desapariciones pero sí en las detenciones, siempre en la ambigüedad legalidad-ilegalidad, ya que el Estado tardaba mucho en asumir su accionar. Hay cientos de detenidos que el Estado recién asume a los cinco o diez días, cuando “de golpe” aparecen en una comisaría.

–¿Ningún tribunal avanzó en el esclarecimiento de las desapariciones?

–En ninguno de esos casos hubo investigación y condena, ahí se puede ver cierta impunidad garantizada desde el Estado.

–¿Cuando asume Cámpora tampoco se revisan estas desapariciones?

–No, de hecho hubo un gran debate en la izquierda marxista sobre el continuismo. La excepción fue el crimen de (Angel) Brandazza, ahí hubo una causa que avanzó, pero ni con Trelew ni con los otros desaparecidos hubo algo parecido a una investigación. Desde el poder político hubo una clara defensa de la impunidad. Por eso es posible que el juicio por la Masacre de Trelew marque una señal con respecto a los otros crímenes de esa etapa y a la posibilidad de avanzar en ese sentido.

–¿La masacre viene a coronar una política estatal?

–Todos los indicios sugieren que la decisión se tomó desde el más alto nivel del poder político. La decisión tiene que ver con que la fuga de los principales dirigentes de las organizaciones había sido un golpe muy duro para la dictadura. Hay que tener presente que el lanzamiento del GAN no implicó que el nivel de represión sobre la extrema izquierda se atenúe, al revés: está por un lado el camino hacia la apertura política pero, al mismo tiempo, el reforzamiento de la represión, ya que ambas políticas buscan aislar a la guerrilla y a la izquierda revolucionaria. La Masacre de Trelew fue un acto extremo dentro de un contexto de ilegalidad, que generó mucho rechazo en la opinión pública. Si un objetivo central era aislar a la izquierda revolucionaria, la repercusión de la masacre y la versión poco creíble de los hechos derivaron en un fuerte aislamiento del gobierno.


Actos y homenajes

Con diferentes actividades hoy concluirán los homenajes a las víctimas de la Masacre de Trelew.

- El acto central se hará a las 16, en el Centro Cultural por la Memoria, ex aeropuerto de Trelew. En Chubut se vienen desarrollando encuentros y recordatorios desde la semana pasada. Ayer, en Rawson, en el Ministerio de Educación provincial se inauguró un mural confeccionado por trabajadores de la ex Zanon que contiene textos de Eduardo Galeano. Participaron el escritor Vicente Zito Lema, la referente de Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora) Taty Almeida, Marcelo Duhalde, el ministro provincial Luis Zaffaroni, entre otros.

- La Legislatura porteña realizará a las 14.30 un acto en homenaje a las víctimas de la masacre, por iniciativa de la diputada María Elena Naddeo, con la colocación de una placa en la Plazoleta Provincia de Chubut, en Avenida 9 de Julio, entre Chile y México.

- La Facultad de Ciencias Sociales (UBA) proyectará a las 19 Trelew. La fuga que fue masacre, de Mariana Arruti. Luego Jorge Magallanes y Martín Mujica, quienes participaron de la producción del film, debatirán con el público. En el auditorio de Santiago del Estero 1029.

22/08/12 Página|12

 


La antesala del terrorismo de Estado

Por Eduardo Anguita
eanguita@miradasalsur.com

Afiches. De la colección del artista Juan Carlos Romero, que se exhiben en la ESMA.

El miércoles se cumplen 40 años de la Masacre de Trelew. Tres testimonios rememoran en primera persona los pormenores de la fuga y los posteriores fusilamientos.

Jorge Luis Colorado Marcos estaba en el sur de la Argentina con muchos militantes de la FAR y del ERP que participaron de lo que era el apoyo a la fuga que se había planificado y que, finalmente el 15 de agosto de 1972, permitió salir a seis de los máximos dirigentes de las organizaciones argentinas del que consideraba la dictadura el penal de máxima seguridad de Rawson. Otros llegaron hasta el aeropuerto de Trelew, se entregaron y, días después, se produjo lo que se conoce como la Masacre de Trelew, el fusilamiento de 19 militantes, tres de los cuales sobrevivieron.

–En ese momento, agosto de 1972, teniendo en cuenta la cantidad de bajas, sobre todo presos y muchos compañeros caídos, vos tenías una gran responsabilidad dentro del ERP y te tocó estar al frente de lo que era la parte externa de esta fuga en combinación con algunos cuadros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. ¿Cuáles son hoy tus recuerdos pasados 40 años?

–Para mí la responsabilidad que yo asumí libremente fue en función de reemplazar a los compañeros de nuestro partido y nuestra organización. Aunque ellos estaban presos, ejercían la dirección política y nos orientaban. Teníamos un camino revolucionario trazado y que fue fruto de la lucha de nuestro pueblo expresado en el Cordobazo y el Rosariazo. Fuimos con mucho optimismo y temor porque en esa zona de Rawson no existía nuestro movimiento. Era muy embrionario. Había, además, una zona de seguridad de las Fuerzas Armadas. En aquellos tiempos los revolucionarios no teníamos otra opción porque no había legalidad, así que todos los juicios eran parodias, las famosas camaronas que había creado la dictadura.

–No había otra opción que la fuga.
–Claro. Nuestros compañeros no tenían más opción que fugarse. Ellos estaban en una zona inhóspita, en una cárcel de máxima, habían concentrado grandes tropas antiguerrilla. Estaban esperando la liberación de nuestros compañeros desde el exterior. A través de un trabajo extraordinario realizaron la epopeya que fue la toma del penal. Lamentablemente, nosotros no pudimos garantizar el traslado de todos los compañeros en tiempo. Y como los responsables del traslado se alejaron, habíamos dispuesto cuatro vehículos, pero se tuvieron que retirar de forma prematura porque entendieron mal una señal como que la operación había fracasado. Cuando llegaron los compañeros al aeropuerto, yo, que era el responsable de la operación externa, ordené que volviéramos al penal. Había contradicciones en las versiones de los compañeros. Estaba todo bien. Si bien había ocurrido un pequeño tiroteo en la puerta, había pasado inadvertido porque eran habituales los escapes de tiros.

–¿Qué pasó después?
–Volvimos pero la distancia de Rawson a Trelew eran casi 30 kilómetros de un camino bastante en mal estado. Nos cruzamos con los compañeros fugados, los de la dirección, y no nos vimos. Fuimos hasta la cárcel y ya estaban las fuerzas represivas apostándose. No tuvimos más remedio que volver. En el aeropuerto estaba la misma situación. Entonces nos retiramos con un compañero de las FAR hacia la cordillera. En la parte práctica yo estaba a cargo del aeropuerto. Ahí estaban una compañera y un compañero. Cuando decidí ir al penal le dejé las instrucciones a la compañera que demorara el vuelo lo máximo posible. Había tres vuelos por semana que cubrían de Comodoro Rivadavía a Buenos Aires. En aquella época era muy común esperar si alguien pedía que lo aguardaran por algún motivo. En la montaña volcamos y yo fui detenido. El compañero que venía conmigo fue a buscar ayuda se encontró con una pinza y hubo un intercambio de disparos. Él se metió en Donovan, un pueblo cercano a Trelew, y una pobladora, que tenía una unidad básica, lo protegió. Estuvo ahí durante un mes. Esa familia le cavó un pozo en un gallinero. Al mes salió, a través de los compañeros de solidaridad de Bahía Blanca, en el techo de una camioneta. Cuento esto porque el apoyo de la población nosotros los sentimos. Y el repudio que causó en Trelew y Rawson la masacre de nuestros compañeros.

–El riesgo que significaba una operación en un momento en lel que la dictadura de Lanusse estaba dispuesta a todo. Esto se sabía antes del fusilamiento de los compañeros. Y se materializó de una forma tremenda de tenerlos una semana en la base Almirante Zar y torturarlos moralmente hasta fraguar una fuga imposible de justificar. Cuando a vos te detienen, ¿cómo te enteraste de que se habían producido los fusilamientos? ¿Cuáles fueron tus sentimientos en esos momentos?

–A mí me detiene la Policía Provincial de Chubut. Eso me salvó porque si me llegaba a detener las fuerzas militares me hubiesen llevado a la base. Había contradicciones entre las fuerzas represivas. Entre la Gendarmería, la Marina, el Ejército y las fuerzas policiales provinciales. A mí me llevan a la comisaría tercera y me aíslan. Los presos comunes me hicieron escuchar la radio. Y así me enteré.

Homenajes y actos contra el olvido

Los actos para recordar los 40 años de la Masacre de Trelew, perpetrada al 22 de agosto de 1972, comenzaron el miércoles en Chubut y se extenderán hasta el próximo miércoles, día en que se realizará el acto central en el Centro Cultural por la Memoria en el ex Aeropuerto de Trelew, donde se iniciaron los hechos. Hoy, a las 13, en el Centro Cultural por la Memoria, se realizará un acto central en reivindicacion de la fuga y en homenaje a los militantes asesinados. Mañana lunes a las 9 habrá una charla taller, Memoria y derechos humanos, a cargo de Patricio Torne, en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Luego, a las 17, se inaugurará la muestra de trabajos editados por el Colectivos de HIJOS, en el Centro Cultural por la Memoria que funciona en el ex Aeropuerto de Trelew. En el mismo lugar, pero a las 18, se presentará el libro Humor y resistencia, de ex presas.

El martes a las 9, en la escuela Padre Juan de Trelew se presentará el mural 22 de Agosto, en el marco del programa provincial Futuro con memoria. Una hora más tarde, en el Ministerio de Educación de Rawson, se inaugurará una placa con poemas de Eduardo Galeano, con la presencia de Vicente Zito Lema.
A las 10.30, en el Espacio Incaa de Rawson, se proyectará el documental Fotos de familia-la historia de los Pujadas, con presencia de la familia Pujadas, evento que se repetirá 15.30 y a las 21. A las 18, en el sindicato Sitravich de Rawson, habrá una charla debate Unidos y organizados, a cargo de los diputados nacionales Andrés Larroque y Leonardo Grosso, y Emilio Pérsico. A las 20, en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco se realizará la presentación del libro de Marcela Santucho. Los actos del martes finalizarán con una peña popular en el Gimnasio Municipal II de Trelew. Finalmente, el miércoles 22, a las 12, se inaugurará un mural popular en la Laguna Chiquichano y a las 16 se realizará el acto central en el Centro Cultural por la Memoria-ex aeropuerto de Trelew.


“La memoria de Trelew está aún muy fresca”

Entrevista a Luis Lea Place.

Luis Lea Place es hermano de Clarisa Lea Place, fusilada el 22 de agosto de 1972 en la base Almirante Zar. “Hace unos meses estuve en Trelew, con el inicio del juicio, y la verdad es que los mejores recuerdos los tuve en ese momento. Fui invitado a una peña de compañeros de nuevas generaciones políticas: estuve con casi 200 compañeros jóvenes, que levantaban a los compañeros de Trelew. Es muy impresionante ver que después de 40 años jóvenes de la misma edad de los compañeros de Trelew tuvieran ese tipo de participación. La memoria histórica de Trelew está muy fresca a través de las nuevas generaciones”, dijo, entrevistada en el programa Hoy más que nunca, que se emite por Radio Nacional.

–¿Cómo era Clarisa?
–Desde muy chica era muy aplicada: tenía todo 10 en la primaria, en la secundaria, en la universidad. Una vez incluso sacó un 9 en Geografía cuando estaba en la secundaria, y yo la cargaba que ya estaba aflojando un poco en los estudios, y ella se reía. Una persona que a los 13 años era profesora de inglés. Entonces, con esa misma constancia, cuando entró a militar estando en la universidad, siempre la mantuvo en su vida. Hasta que fue fusilada.

–¿Dónde estabas en el momento en el que fusilan a Clarisa y al resto de los compañeros?
–Estaba preso en Resistencia. Yo y otros dos o tres compañeros más, como teníamos familiares en Rawson, pedimos el cambio a Rawson, porque estábamos al tanto de la fuga. En mi caso, quedé a mitad de camino, en la cárcel de Devoto. Me enteré de la fuga y luego de la masacre por radio, estando en Devoto.

–El otro día entrevistaba a Celedonio Carrizo. Se escaparon seis ese 15 de agosto, 19 quedaron en la base y un pelotón como de ciento y pico quedó ahí en la salida. Contó Celedonio que él vivió una situación muy extraña: llegó a entrar a los autos donde estaban los 19 y un compañero le dijo: “No, salí que viene fulano en tu lugar”. Había un orden de importancia por el compromiso que tenían los compañeros. Quería preguntarte: quizás, a lo mejor, vos hubieras estado en la lista de los 19 junto a tu hermana, o en lugar de tu hermana. ¿Alguna vez se te cruzó por la cabeza eso?
–Sí. Casualmente estando en el Chaco, por vía interna, nos enteramos de la fuga, entonces por eso pedimos allá. El orden de salida tenía dos criterios: uno era el de importancia política y el otro criterio era si uno tenía una causa demasiado grande. El segundo criterio me tocaba a mí, porque yo tenía una causa bastante grande, entonces quizás estaba dentro de los 19, si hubiera llegado.

–Estabas en la cárcel de Rawson cuando vos te enteraste de la bomba que pusieron en tu casa familiar de Tucumán.
–Sí, en el año 75. Todos los familiares de Trelew, en una u otra oportunidad, fueron asesinados. Como mi papá, que fue asesinado. También está el caso de la familia Pujadas. No solamente hubo una masacre de los compañeros en Trelew, sino que posteriormente nuestros familiares fueron perseguidos y asesinados.

–Pasaron 40 años. Mucho antes te habían detenido y tenés una anécdota en un traslado en tren. Tenías 18 o 19 años. Me gustaría que la contaras, porque muchos jóvenes por ahí no saben lo que era el compromiso revolucionario.
–Es importante lo que remarcás. Estamos hablando de la dictadura de 1966. No había libertades, estaban todas cercenadas. En esa época éramos todos muy jóvenes. No solamente yo, sino la generación que resiste al golpe del 66. Yo caí preso en Buenos Aires, tenía 18 años. Me buscaban desde Tucumán, una causa anterior que tenía, a los 17, por “actividades políticas”. Cuando me trasladaron en un tren, los que me llevaban se durmieron. Aproveché para zafarme de las esposas que tenía y salté del tren en Rosario. Así fue que me escapé.


De Rawson a Dársena Norte: recuerdos de los calabozos de Lanusse

Por Lucrecia Cuesta Abogada. Ex presa en el penal de Rawson
lesahumanidad@miradasalsur.com

Cuarenta años son muchos como para no pensar en la intensa vida que se va, la vida que viví y que con gusto volvería a vivir si se me diera la oportunidad. A mediados de agosto de aquel 72 de Lanusse me fui del penal de Rawson. Como se van los delincuentes. Como se van los que quieren –además de una repartija distinta del dinero y de la riqueza social– unos valores distintos, otra moral, otra estética y un yo que encuentre siempre en el otro una extensión del amor y la fraternidad para transitarla en libertad.

Hice mi petate en aquella celda de Rawson, no sin antes ponerme un poco de color en los labios y en los cachetes, costumbre que hasta hoy conservo. Y me subieron al avión, encadenada, esto es, esposada todo el viaje a un caño que corría todo a lo largo del interior de la nave, de popa a proa, si cabe la terminología. Me tocaba –en ese momento no lo sabía– el legítimo orgullo y jamás empequeñecido honor de inaugurar por segunda vez el buque Granadero. No voy a abundar en el horror que significa instalarse en el rol de prisionera política en un barco bajo la dictadura militar como la de entonces. Si muere alguno de los nuestros, este barco queda al garete, fue lo más suave que escuché en aquellos días. El bajel rolaba, sin saber que era una cárcel, amarrado a la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires.

Por segunda vez, digo, pues, esto lo saben pocos en este país, una de las más crueles y homicidas dictaduras que padecimos antes de marzo de 1976. Pergeñó un “régimen de máxima peligrosidad”, orientado a reducir a la catatonia al prisionero político mediante una suerte de electroshock psíquico al que se lo sometía antes y después de la picana. Se amenazaba, en esa época, al detenido –es mi caso– con quitarle para siempre a sus hijos. Rumbos ciertos marcó en esta perversión el degenerado fascista Hugo Norberto D’Aquila, jefe de psiquiatría de la cárcel de Villa Devoto y pariente de un conocido basquetbolista.
Lo cierto es que no hay que seguir creyendo que el de Lanusse fue un gobierno de facto pero más blando que los anteriores y que, al fin y al cabo, entregó el poder a la civilidad. La dictadura de Lanusse, por dentro, fue más sanguinaria que la de Onganía. Lo podemos asegurar quienes la sufrimos, y si no fue más allá, ello se debió a que ya la movilización popular era incontenible y Perón les marcaba la cancha a los militares.

Yo estaba presa en Rawson ya que el de 1972 fue un año duro para los milicos. Les hicimos la guerra, ese año, con lo que teníamos, y la hubiéramos hecho hasta “en pelotas” como decía aquella famosa orden de batalla de San Martín. Mordieron el polvo de la derrota, ese año, en el terreno para el cual los educan y los entrenan. Los educaban en la locura colectiva de que los partisanos son seres humanos, pero que apenas se acercan a lo humano. Los entrenan para vencer al enemigo que ataca a la patria y resulta que los vencíamos nosotros, que éramos más argentinos que ellos y nacíamos, en lo militar, de la nada, de nuestras propias, pequeñas e incipientes fuerzas.

En abril del 72, las garras de DIPA (así se llamaban los servicios de la época) cayeron sobre nosotros. Calle Moreno, piso 9. Allí se torturaba en aquella época con el conocimiento y la aquiescencia del presidente de la Nación y demás funcionarios de la escala jerárquica, y con el silencio cómplice de los diarios La Nación y Clarín entre otros.

Sólo con ese odio alimentado por doble vía se puede enfrentar a un combatiente desarmado e inerme y hacer con él lo que hicieron. El sabor de la corriente eléctrica es dulzón. Amargo para otros, insípido para los más. Pero no es cuestión de sabores en trances como ése. Es cuestión de sobrevivir. Un calabozo de un metro de ancho, un techo de un metro y medio y un reflector con lámpara chica pero intensa sobre la cara del prisionero acostado. Escasamente se puede torcer la cabeza hacia los lados, pues, en ese caso, el vigía entra y la golpiza continúa. Así estuve durante un mes; me desentumecía un poco y el cerebro descansaba cuando me tiraban algo de comer. Luego, vuelta lo mismo. Un mes así. Habité las alcantarillas del gran acuerdo nacional de Lanusse. Calle Moreno, noveno piso. Ciudad de Buenos Aires.

Atravesé ese límite entre la solidez del ente como lo concebía Parménides y la evanescencia intangible como quiere Hermann Broch que fue la muerte de Virgilio. Allí, en ese tiempo, viví el límite. Supe cómo era el límite. Salí, si no indemne, entera. Me esperaban en Devoto las sonrisas y el calor de mis compañeros, que eran de los dos colores ideológicos que entonces se batían por otros valores: marxistas y peronistas.
Sólo después visité Rawson.

Por un acaso del siempre caprichoso azar no solté nada de lo que me preguntaban. Me preguntaban sobre el padre de mis hijos. Pero, ¿quién puede entregar al hombre que le ayudó a parir a sus hijos? No. Inaudible: ¡Hijos de puta! Sí gritaba. Gritaba con una voz que nunca supuse atributo mío y que también nunca pensé que me permitiría alguna vez gritar así. El grito desahoga el dolor. El intensísimo dolor. No escribo sobre un grito pintado. Escribo sobre un grito que exorciza el dolor. Y el miedo. Es la única defensa con que cuenta el torturador. La resistencia ante lo humano desbocado y pervertido en saña y crueldad alucinan –esto lo pienso ahora–; es del orden de lo inconsciente, del artificio y del ritual. Es inconsciente porque uno no sabe que posee ese objeto, esto es, la posibilidad de resistir; es lo segundo porque uno actúa, con la pizca de la conciencia que le funciona, para confundir y morigerar, así, el sufrimiento. A veces da resultado.

En Rawson, ahora lo recuerdo, algunos compañeros simulaban vahídos o estados mentales fronterizos para lograr el pase a la enfermería, un descanso al fin y al cabo. Mi propio compañero apeló a esa artimaña.
Me llevan a Devoto incomunicada y de allí, por primera vez, al buque Granadero, prisión para detenidos de “máxima peligrosidad” aprobada por Lanusse, el “político”, el de la “dictablanda”. Eramos ocho –ya lo dije– las mujeres que conocimos, aquella vez, el buque Granadero, apostado en la Dársena Norte.

Para describir el horror se requieren dos cosas: tiempo y talento literario. Yo no presumo contar con éste y mis ocupaciones cotidianas golpean a mi puerta. De manera que, sin entrar en detalles macabros, sólo diré que les hicimos varias huelgas de hambre y que les escupíamos en la cara los sones de nuestras marchas, las marchas de la militancia de aquella época.

En julio de 1972 nos trasladan a Rawson. Traslado significaba, entonces, sólo eso, ir de un lugar a otro.
Mi pabellón era el 5; el de mi compañero (recién traído desde el Chaco) el 3. Enfrente estaban los presos de Sitrac-Sitram, los sindicatos combativos de Fiat Córdoba. Allí, en esa cárcel de “máxima peligrosidad”, conocí a Agustín Tosco. Su sindicato no le hacía faltar nada. Y, por ende, nada nos faltaba a nosotros. Tosco nunca dejó de repartir hasta la última manzana que recibía. Compartió todo. Como el Che, digamos.
En ese momento, tres días antes de la fuga, me requieren los “jueces” de Buenos Aires. Me requiere Jaime Lamont Smart, partidario de la pena de muerte y cuyo secretario, Frola, cuando me vio con mi hijo en brazos, insinuó quitármelo para dárselo a su esposa. Frola creo que fue hace poco defensor de Videla. Son los tiempos, diría Rulfo. Es lo que hay, digo yo. Falta, pero la brújula K está indicando el Norte y no nos perderemos.

El Camarón, es decir, el fuero antisubversivo o Cámara Federal en lo Penal ad hoc (porque había sido creada para ese único objeto: juzgar a los guerrilleros) nos condenó a muerte. El Código Penal había sido reformado por las Fuerzas Armadas (las que después se rendirían en Malvinas) y la muerte era una sanción expresamente contemplada en el texto. La muerte por fusilamiento, como fue la muerte de Dorrego y la de Severino Di Giovanni y la de tantos otros. Los que querían nuestra muerte se llamaban: Munilla Lacasa, Lamont Smart y César Black y otros “jueces” más que la memoria me escamotea. No es fácil, que se sepa, escribir sobre estas cosas. Pero es obligatorio.

Pienso, en esta hora en que me ha sido dado memorar la masacre de nuestros queridos hermanos de Trelew que, en vez de matarnos, nos mandaron a sufrir a Rawson en clima y geografía inhóspitos. Nos mandaron allí los que después se rendirían ante los extranjeros y los que nos negaban estatus de beligerantes conforme los acuerdos de Ginebra porque –decían– no éramos más que un hato de delincuentes a los que había a exterminar sin reparar métodos.

Y hoy, sentados en el banquillo que entre Alfonsín y Kirchner crearon, claman atenuantes para su cobardía porque “aquello fue una guerra”, arguyen los miserables. Y seguimos. El caprichoso azar me ató a ese avión y me depositó en un barco. Tres días antes de la fuga.

Mi compañero quedó en Rawson. No alcanzó a irse a Chile.

Hoy vivo de mi profesión pero no dejo de sufrir a mi país. Lo quiero y, por sobre todas las cosas, siento alegría, por el hecho de que, por vez primera, un gobierno enfrenta a las corporaciones y ha sabido restituir a la clase trabajadora, destruida en los 90, como actor social y político en el contencioso de clases que se libra en este país.

Mi educación ideológica incluyó algunas columnas sólidas, siempre con los trabajadores. Y siempre con la mirada puesta más allá del horizonte, en una patria mas igualitaria y solidaria. Es el módico homenaje que puedo rendir a mis compañeros masacrados en Trelew.

19/08/12 Miradas al Sur


SE REALIZO UN ACTO EN TRELEW A 40 AñOS DE LOS FUSILAMIENTOS EN LA BASE ALMIRANTE ZAR

Un homenaje que espera por la justicia

Pidieron que la ciudad sea declarada capital de los derechos humanos. Destacaron el juicio que está en marcha.

Por Ailín Bullentini

16 rosas rojas florecerán cada
agosto en la patria liberada
(Poema anónimo en homenaje a los caídos en la Masacre de Trelew.)
Desde Trelew

Un aplauso cerrado silenció los cantos típicos de las movilizaciones de los organismos de derechos humanos y se convirtió en la señal de inicio del acto por el cuadragésimo aniversario de la Masacre de Trelew, una conmemoración diferente a las anteriores por un detalle no menor: el cercano fin del juicio que se les sigue a cinco marinos acusados de ser los asesinos de la madrugada del 22 de agosto de 1972. El proceso de justicia para los muertos de Trelew fue el eje del grupo de oradores del acto realizado en el viejo aeropuerto, que juntó a gobernadores provinciales, referentes de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora e Hijos y a los familiares de los 16 presos políticos fusilados en la Base Almirante Zar. Estos últimos solicitaron que la ciudad patagónica en la que se cometieron los asesinatos sea declarada “capital nacional de los derechos humanos”. “La propuesta nos permitirá proyectar nuestras vidas porque no terminaremos en el juicio, sino que seguiremos presentes en cada una de las luchas que se den por derechos humanos”, sentenció Hilda Toschi, compañera de Humberto.

Hilda, que además fue una de las testigos más importantes del juicio que se lleva a cabo en Rawson por los fusilamientos en la Base Zar, se ubicó junto al resto de los familiares de las víctimas sobre el escenario levantado al costado del ex aeropuerto de Trelew, que desde hace seis años es centro cultural de la memoria y contiene, en sus paredes interiores, las fotos de los 19 presos políticos de las organizaciones Montoneros, FAR y PTR-ERP que aquel 15 de agosto de 1972 se rindieron ante las fuerzas armadas tras haber fracasado en su fuga a Chile, desde el penal de Rawson. Entonces pidieron garantías para entregarse y se las prometieron. Acabaron fusilándolos. María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo Haidar sobrevivieron para contar lo que sucedió y así refutar la versión de la Marina.

“Los asesinos nos devolvieron los cuerpos de nuestros familiares agujereados, desnudos y ensangrentados. La lucha por la justicia para ellos nos convirtió a nosotros en hermanos de esta tierra y por eso estamos acá”, remarcó Julio Ulla, hermano de Jorge “Petiso” Ulla, militante del PRT-ERP. Toschi y Ulla agradecieron, en nombre de todos los familiares, la ayuda que el pueblo de Trelew ofreció a los presos políticos cuando desde principios de los ’70 comenzaron a ser trasladados desde diferentes lugares del país a la cárcel patagónica de Rawson. Esa fue una de las razones principales por las que decidieron solicitar que se declare a la ciudad, capital nacional de los derechos humanos.

También a eso se refirió el gobernador de Chubut, Martín Buzzi, encargado de la clausura del homenaje que, además de los discursos, contó con la inauguración de un mural dentro del centro cultural por la memoria y de la nueva versión de un busto de Mariano Pujadas, otro de los presos fusilados. El original, creado por el esposo de la ciudadana de Trelew que fue la tutora de Pujadas mientras permaneció encerrado en el penal, fue dinamitado en Córdoba, en el mismo pozo en el que un grupo de genocidas destruyeron los cuerpos de casi toda la familia de Pujadas. “Se tomó la decisión de relegar a un lugar frío y ventoso a los militantes políticos con el objetivo de someterlos al aislamiento social. Pero en su lugar ellos hallaron familias del corazón que los cobijaron”, puntualizó Buzzi, que compartió escenario con su par de Río Negro, Alberto Weretilneck.

La presencia de los gobernadores fue remarcada por los familiares de las víctimas, que destacaron la “realización de una agenda única” de actividades. Estos hechos, además del juicio al que están siendo sometidos los marinos retirados Luis Sosa, Emilio Del Real, Rubén Pacagnini y Jorge Bautista y el cabo Carlos Marandino, fueron las novedades de este año. “Se está corriendo un velo en la búsqueda de la verdad. Hoy nadie puede decir que hubo un intento de fuga sino que se trató de un asesinato premeditado”, aseguró el ex dirigente montonero Fernando Vaca Narvaja, el único de los seis presos políticos que lograron fugarse de la cárcel de Rawson y escapar a Chile que sigue vivo.

“Soy el único sobreviviente de los 25 que lograron escapar de la cárcel, pero lo que sucedió en Trelew no puede reducirse a nosotros. Fue un fenómeno colectivo en el que participaron muchos compañeros”, reveló. Y allí estaban una veintena de ellos, ex presos políticos de Rawson reencontrándose entre arrugas y canas, reconociéndose a pesar del tiempo como los luchadores que fueron entonces. Muchos de ellos tejieron historias en la mítica confitería Touring, la misma en la que Eduardo Luis Duhalde comunicó en conferencia de prensa los fusilamientos. Juntos llegaron al viejo aeropuerto, al que no pudieron llegar hace 40 años.

El sobrino de Pujadas, que lleva su mismo nombre –su papá fue asesinado en 1975– y el hijo de Pedro Bonet también destacaron el juicio. “Los responsables deben ir presos, es la única manera de llevar algo de tranquilidad a las familias que durante 40 años lucharon por no dejar en vano las muertes de Trelew”, apuntó Mariano, que vive en Buenos Aires. Hernán Bonet festejó que la Justicia “finalmente investigue la muerte de mi papá y del resto de sus compañeros”, durante su participación en el homenaje.

23/08/12 Página|12